Suspiré profundamente. ¡Pobre tío Ben! Todo ese trabajo para nada. Me sentí absolutamente decepcionado.
Eché una ojeada a la habitación vacía. Los focos hacían que las telarañas brillaran como plata. Nuestras sombras se extendían a lo largo del polvoriento suelo como si fuéramos fantasmas.
Me volví hacia mi tío, con la certeza de que él también estaría desilusionado. Pero, para mi sorpresa, estaba sonriendo.
—Enfoca las luces —ordenó a uno de los trabajadores—. Y tráeme las herramientas. Tenemos que romper otra cerradura.
Señaló hacia una pared ,que había al fondo de la sala. Bajo la tenue luz gris, vislumbré el contorno de una puerta.
Había otra cabeza de león esculpida que la mantenía cerrada.
—¡Sabía que ésta no era la auténtica cámara funeraria! —gritó Sari, sonriéndome.
—Tal y como ya os había dicho, lo egipcios solían hacer esto —explicó tío Ben—. Construían varias cámaras falsas para ocultar la verdadera y protegerla de los ladrones de tumbas. —Se sacó el casco y se rascó la cabeza—. De hecho, es muy posible que encontremos más cámaras vacías como ésta antes de descubrir el auténtico sepulcro del príncipe Khor—Ru.
Nila tomó una foto de tío Ben examinando la puerta que acabábamos de encontrar. Luego, me dedicó una bonita sonrisa.
—Tendrías que haber visto la expresión de tu cara, Gabe —dijo—. Se te notaba totalmente decepcionado.
—Pensaba que … —empecé a hablar. Pero el chirrido del cincel de tío Ben sobre la pieza de metal hizo que me detuviera.
Todos nos giramos para ver cómo trabajaba. Mientras contemplaba toda aquella sala llena de telarañas, intentaba imaginar qué podía esperamos al otro lado de la puerta.
¿Otra habitación vacía? ¿O un príncipe egipcio de hace cuatro mil años, rodeado de todos sus tesoros y pertenencias?
Hacer saltar la nueva cerradura era un trabajo lento. Hicimos una pausa para comer y después continuamos. Aquella tarde, tío Ben y sus ayudantes trabajaron durante un par de horas más, procurando con sumo cuidado arrancar el sello sin que se rompiera.
Mientras perseveraban en su tarea, Sari y yo nos sentamos en el suelo para observarles. El aire era caliente y un poco pestilente. Supuse que olería así porque era un aire «milenario». Ambos hablamos sobre el verano anterior y sobre las aventuras que habíamos vivido en la Gran Pirámide. Nila nos hizo una foto.
—Ya casi está —anunció tío Ben.
Todos empezamos a ponemos nerviosos de nuevo. Sari y yo nos levantamos de un salto y atravesamos la sala para situamos en primera fila.
La cabeza del león saltó finalmente. Dos de los obreros la depositaron con delicadeza en una caja acolchada. A continuación, mi tío y los otros dos trabajadores empezaron a empujar para abrir la puerta.
Ésta parecía estar aún más bloqueada que la anterior.
—Está… está… completamente atascada —refunfuñó mi tío.
Él y los demás sacaron más herramientas y comenzaron a hacer palanca y a hacer saltar la dura capa de suciedad que se había incrustado en los rebordes a lo largo de los siglos.
Una hora más tarde, conseguían moverla unos centímetros. Después otros pocos más. Cuando estuvo entreabierta, tío Ben sacó el foco de su casco y lo introdujo a través de la abertura. Estuvo un buen rato observando la habitación sin hacer ningún comentario.
Sari y yo nos acercamos. El corazón volvió a latirme con fuerza.
¿Qué estaría viendo? ¿Qué es lo que estaría mirando con tanta atención?
Finalmente, tío Ben bajó la luz y se dio la vuelta.
—Hemos cometido un terrible error —dijo él con serenidad.