Solté un grito de terror.
—¡Dejadme descansar en paz! —repitió la ronca voz.
Tío Ben bajó el cincel. Se dio la vuelta con una mirada de sorpresa.
Me percaté de que la voz provenía de detrás de nosotros. Me giré y vi a un hombre al que no había visto hasta el momento, medio oculto entre las sombras del túnel. Se dirigía hacia nosotros con largas y contundentes zancadas.
Era un tipo alto y extremadamente delgado.
Tenía que encorvar la espalda para poder avanzar a través del bajo techo del túnel. Era calvo, aunque tenía unas pobladas patillas de color oscuro. Tenía la cara delgada y un gesto de hostilidad en sus finos labios.
Llevaba una chaqueta tipo safari perfectamente planchada, camisa y corbata. Sus ojos negros, pequeños como aceitunas, se clavaron en los de mi tío. Me pregunté si aquel hombre comería alguna vez. ¡Estaba tan flaco como una momia!
—¡Ornar! —exclamó tío Ben—. ¡No sabía que ya habías vuelto de El Cairo!
—¡Dejadme descansar en paz! —repitió el doctor Fielding, con un tono más suave esta vez.
Ésas son las palabras del príncipe Khor—Ru. Están inscritas en una antigua piedra que encontramos el mes pasado. Ése era el deseo del príncipe.
—Ornar, ya hemos discutido este tema —le replicó mi tío, suspirando. Bajó el martillo y el cincel.
El doctor Fielding pasó por mi lado y por el de Sari como si fuéramos invisibles. Se detuvo frente a mi tío y se pasó una mano por su desnuda cabeza.
—Muy bien. Entonces, ¿ cómo es que te atreves a romper el cerrojo? —inquirió el doctor Fielding.
—Soy científico —respondió tío Ben pausadamente, vocalizando las palabras con absoluta
claridad—. No puedo permitir que una simple superstición interrumpa el avance de los descubrimientos, Ornar.
—Recuerda que yo también soy científico —adujo Fielding, mientras se ajustaba la corbata con ambas manos—. Pero no estoy dispuesto a profanar esta tumba. N o pienso ir en contra de los deseos del príncipe Khor—Ru. Y tampoco creo que las palabras del jeroglífico sean una mera superstición.
—Siento decirte que no estoy de acuerdo contigo —continuó mi tío con toda tranquilidad. Se volvió hacia los cuatro trabajadores—. Hemos esperado demasiados meses, demasiados años, para detenemos ahora frente a esta puerta. Si hemos llegado hasta aquí, Omar, debemos continuar adelante.
El doctor Fielding se mordió el labio inferior.
Señaló la parte superior de la puerta.
—Mira, Ben. Aquí hay inscritos los mismos jeroglíficos que en la piedra. La misma advertencia: «Dejadme descansar en paz.»
—Lo sé, lo sé —dijo mi tío, frunciendo el ceño.
—La advertencia es muy clara —prosiguió Fielding acaloradamente, clavando de nuevo sus ojos en los de mi tío—. Si alguien molesta al príncipe, si alguien vuelve a repetir las antiguas palabras escritas sobre la tumba cinco veces consecutivas… el príncipe momificado regresará a la vida. Y se vengará de aquellos que hayan osado perturbar su paz.
Me estremecí al escuchar aquellas palabras. Observé atentamente a mi tío. ¿Por qué no nos había hablado en ningún momento sobre las amenazas del príncipe? ¿Por qué no había mencionado las palabras de advertencia que habían encontrado grabadas en la piedra?
¿Acaso temía asustamos si nos lo contaba? ¿O tal vez era él quien tenía miedo?
No. Eso era imposible. No parecía nada asustado mientras hablaba con su colega. Era bastante evidente que ya habían discutido antes sobre ese tema. Me di cuenta de que Fielding no podría disuadir a mi tío de romper el cerrojo y penetrar en el sepulcro.
—Éste es mi último aviso, Ben —dijo el doctor Fielding contundente—. Piensa en todos los que están aquí… —Señaló a los cuatro trabajadores.
—Sólo son supersticiones —replicó tío Ben—. No puedo detenerme por una cosa así. Soy un científico. —Volvió a levantar el cincel y el martillo—. Voy a romper este cerrojo.
El doctor Fielding alzó ambas manos en señal de desaprobación.
—No pienso tomar parte en este sacrilegio —afirmó. Dio media vuelta y por poco se dio un golpe en la cabeza con el techo del túnel. Después, murmurando entre dientes, se alejó y desapareció rápidamente entre las sombras del corredor.
Tío Ben dio unos pasos hacia él.
—¡Omar! ¡Omar! —gritó.
Pero los pasos de Fielding se oían cada vez más lejanos a medida que iba hacia la salida de la pirá—mide.
Tío Ben suspiró y se acercó a mí,
—No me fío de él —murmuró—. En realidad no le importan nada las antiguas supersticiones. Lo que sucede es que desea robarme este descubrimiento. Por eso ha intentado detenerme cuando estaba justo en la puerta de entrada.
No se me ocurrió nada que decirle. Las palabras de mi tío me dejaron atónito. Creía que los científicos tenían una serie de normas referentes a ese tema.
Tío Ben susurró algo al oído de Nila. Luego retrocedió hasta donde estaban los obreros.
—Si alguno de vosotros está de parte del doctor Fielding —les dijo—, es libre de marchar ahora.
Los trabajadores intercambiaron unas miradas.
—Todos vosotros habéis oído las palabras de advertencia que hay en la puerta de la tumba. No deseo que nadie se sienta obligado a entrar ahí —continuó él.
—Pero hemos trabajado muy duro —se lamentó uno de los hombres—. No queremos detenemos aquí. No tenemos otra elección. Debemos abrir esa puerta.
En la cara de mi tío se dibujó una sonrisa de satisfacción.
—Estoy totalmente de acuerdo —concluyó. Se volvió de nuevo hacia la cerradura con forma de cabeza de león.
Miré a Sari de soslayo y me di cuenta de que ella también me estaba mirando.
—Gabe, si tienes miedo, papá te dejará marchar —me susurró—. No tienes por qué pasar un mal trago.
¡Sari nunca se daba por vencida!
—Yo me quedo —le respondí también en voz baja—. Pero si quieres que te acompañe a la tienda porque eres tú la que tiene miedo, cuenta conmigo.
Un fuerte clic hizo que nos volviéramos hacia la puerta. Tío Ben estaba tratando de hacer saltar la cabeza de león de oro. Nila sostenía la cámara enfocada. Los trabajadores estaban de pie, en tensión, sin perderse ninguno de los movimientos de mi tío.
Éste trabajaba con tranquilidad y delicadeza.
Deslizó el cincel por detrás del antiguo sello dorado e hizo una ligera presión.
Unos minutos más tarde, la aldaba saltaba sobre las manos de mi tío. Nila se apresuró a disparar varias veces con la cámara. Mi tío le entregó la cabeza de león con sumo cuidado a uno de sus hombres.
—No es un regalo de Navidad —bromeó—, quiero conservarlo para ponerlo en la repisa de la chimenea.
Todos nos pusimos a reír.
Él asió el borde de la puerta con ambas manos.
—Yo entraré primero —anunció—. Si no he regresado en veinte minutos … ¡Podéis decirle al doctor Fielding que tenía razón!
Se oyeron más risas.
Dos de los obreros se adelantaron para ayudar a tío Ben a que abriera la puerta. Se colocaron de espaldas contra ella y empujaron con todas sus fuerzas.
La puerta no se movió un ápice.
—Tal vez necesite un poco de engrase —dijo tío Ben con ironía—. Al fin y al cabo lleva cerrada cuatro mil años.
Presionaron durante varios minutos con picos y cinceles. A continuación, lo intentaron de nuevo, haciendo fuerza de espaldas contra la pesada puerta de caoba.
—¡Ahora! —exclamó mi tío al comprobar que ésta se abría poco más de un centímetro.
Después un par de centímetros más. Todos empujaban, ansiosos por poder ver la milenaria tumba. Dos de los obreros enfocaron sus luces hacia la entrada.
Mientras tío Ben y sus dos ayudantes seguían empujando, Sari y yo nos adelantamos hasta donde estaba Nila.
—¿No os parece increíble? —gritó Nila emocionada—. ¡Aún no puedo creer que yo sea la única periodista que está presenciando esto! ¡Soy tan afortunada!
Me di cuenta de que yo también era muy afortunado.
¿Cuántos muchachos darían lo que fuera por estar ahí en ese momento? ¿A cuántos no les encantaría ser una de las primeras personas en el mundo en visitar una tumba de cuatro mil años de edad dentro de una pirámide egipcia?
En mi mente aparecieron las caras de algunos de mis amigos de mi ciudad natal. Sentí unas ganas locas de explicarles todo lo que estaba viviendo!
La puerta se desplazó produciendo un fuerte chirrido. Después, un par de centímetros más. Y un par más.
La abertura ya casi era lo bastante grande como para que el cuerpo de una persona pudiera pasar a través de ella.
—Alumbrad un poco más con el foco —ordenó mi tío—. Unos cuantos centímetros más y podremos saludar en persona al príncipe.
La puerta cedió ligeramente. Realizando un gran esfuerzo, tío Ben y sus ayudantes consiguieron moverla incluso un poco más.
—¡Ya está! —gritó entusiasmado.
Nila sacó una fotografía. El resto de nosotros empujamos hacia delante ansiosamente. Mi tío fue el primero en pasar a través de la estrecha abertura.
Sari me apartó de un empujón y se plantó delante de mí. El corazón me latía con fuerza. De repente, sentí que mis manos estaban frías como el hielo.
No me importaba quién entrara primero. ¡Lo único que quería era entrar!
Uno a uno, fuimos introduciéndonos en la cámara… Hasta que por fin llegó mi turno. Inspiré profundamente, me deslicé por la abertura, y vi… ¡nada!
Aparte de un montón de telarañas, la sala estaba completamente vacía.