Me agaché y me cubrí la cabeza mientras la serpiente seguía deslizándose sigilosamente hacia mí.
—¡Cógela! —oí que alguien gritaba—. ¡Agárrate a ella!
Gritando de pánico, levanté la cabeza y el tenue rayo de luz del casco enfocó hacia arriba. En aquel momento me di cuenta de que lo que se descolgaba hacia abajo no era una serpiente, sino una cuerda.
—¡Agárrate a ella, Gabe! ¡Rápido! —gritó Sari nerviosamente desde arriba.
Sin dejar de sacudirme las arañas y dando patadas para librarme de aquellos bichos que tenía en las zapatillas de deporte, me cogí con ambas manos a la cuerda.
De pronto noté que una fuerza tiraba de mi cuerpo, a través de la oscuridad, hacia el túnel de arriba.
Pocos segundos más tarde, tío Ben se inclinó y me cogió por debajo de los brazos. Mientras me sujetaba, vi que Sari y Nila tiraban de la cuerda con todas sus fuerzas.
Esbocé una sonrisa de felicidad al notar que mis pies tocaban tierra firme.
Pero no pude disfrutar de aquella alegría durante demasiado tiempo. ¡Sentía una enorme quemazón en todo el cuerpo!
Me puse histérico, empecé a patalear, sacudiéndome las arañas de los brazos, de la espalda, aplastando todas las que podía. Miré hacia arriba y vi a Sari que se estaba riendo de mí.
—Gabe, ¿cómo se llama ese baile? —preguntó.
Tío Ben y Nila se pusieron también a reír.
—¿Cómo te caíste allí abajo, Gabe? —inquirió mi tío, mirando fijamente hacia la cámara llena de arañas.
—La pared… creo que cedió —le respondí mientras me rascaba las piernas furiosamente.
—Creía que estabas a mi lado —explicó mi prima—. Pero cuando me di la vuelta… —Su voz se desvaneció.
Un haz de luz del casco de mi tío enfocó la cámara de abajo.
—Hay una buena distancia —dijo tío Ben, volviéndose hacia mí—. ¿Seguro que estás bien?
Yo asentí con la cabeza.
—Sí. Supongo que sí. Sólo me he quedado bastante aturdido. Y, después, todas aquellas arañas…
—Debe de haber cientos de cámaras como ésta —comentó tío Ben, mirando a Nila—. Los que construyeron las pirámides diseñaron un laberinto de túneles y cámaras con el fin de engañar a los saqueadores de tumbas e impedir que encontraran la auténtica.
—¡Qué asco! ¡Esas arañas son gigantes! —refunfuñó Sari, retrocediendo un poco.
—Allí abajo hay miles —le expliqué—. En las paredes, colgando del techo, por todas partes.
—Creo que esta noche tendré pesadillas —dijo Nila acercándose a tío Ben.
—¿Estás seguro de que estás bien? —volvió a preguntarme mi tío.
Me disponía a responderle cuando, de repente, recordé algo. La mano de la momia. La tenía en el bolsillo trasero del pantalón. ¿Se habría roto a causa de la caída?
Me dio un vuelco el corazón. No quería que le hubiera sucedido nada a aquella pequeña mano. Era mi amuleto de la suerte.
Rebusqué en el bolsillo y extraje la diminuta mano. La sujeté alumbrándola con la luz de mi casco y la examiné cuidadosamente.
Exhalé un suspiro de alivio cuando comprobé que estaba en perfecto estado. Seguía estando fría, pero no se había roto.
—¿Qué es eso? —preguntó Nila, aproximandose para verla mejor. Se retiró los cabellos de la cara—. ¿Es el Gran Invocador?
—¿Cómo lo sabes? —inquirí, sujetándolo en lo alto para que pudiera verlo mejor.
Nila lo observó con naturalidad.
—Sé bastante sobre la cultura del Antiguo Egipto —contestó—. La he estudiado durante toda mi vida.
—Se trata de una antigua reliquia —intervino tío Ben.
—O tal vez se trate tan sólo de un souvenir de pacotilla —añadió Sari.
—Sus poderes son reales —insistí, mientras la limpiaba con delicadeza—. Me caí sobre ella. —Señalé hacia la cámara llena de arañas—. ¡Y continúa intacta!
—Yo diría que sí es un amuleto de la buena suerte —añadió Nila, dirigiéndose a tío Ben.
—Entonces, ¿por qué no evitó que Gabe cayera por el agujero? —replicó Sari con cierta insolencia.
Antes de que pudiera contestar, vi cómo los diminutos dedos de la mano de la momia se movían ligeramente, primero hacia fuera y a continuación hacia dentro. Solté un grito y faltó poco para que se me cayera.
—Gabe, ¿qué te pasa ahora? —preguntó tío Ben secamente.
—Mm… nada. No es nada —me apresuré a responder.
Estaba seguro de que no me habrían creído.
—Creo que ya hemos explorado suficiente por hoy —dijo tío Ben.
Mientras nos dirigíamos a la entrada, sujeté la mano delante de mí. No había visto visiones. Estaba completamente convencido. Los dedos se habían movido. Pero ¿por qué motivo? ¿Se trataba tal vez de una señal? ¿ Estaría la mano intentando advertirme de alguna cosa?