Una joven se acercaba corriendo por la arena. Tenía unos cabellos largos y oscuros que parecían ondear al viento a medida que se aproximaba. Llevaba un maletín marrón en una mano y una cámara colgada al cuello, bamboleándose.

Se detuvo frente a nosotros y le dedicó una sonrisa a mi tío.

—¿Es usted el doctor Hassad? —le preguntó mientras intentaba recuperar el aliento.

Él asintió con la cabeza.

—¿Qué desea? —preguntó mi tío dejándole un margen de tiempo para que recobrara las fuerzas.

«Caramba. Es realmente preciosa», pensé. Tenía una larga melena negra como el azabache, lisa y brillante. Tras un gracioso flequillo brillaban los ojos verdes más bonitos que había visto en toda mi vida.

Llevaba una americana, una blusa y unos pantalones, todo de color blanco. No era muy alta. A Sari sólo le pasaba unos tres o cuatro centímetros. Pensé que debía de ser una estrella de cine o algo parecido. ¡Era guapísima!

Dejó su maletín en la arena y peinó con la mano su hermosa melena.

—Siento haber gritado de este modo, doctor Hassad —se disculpó—, pero necesitaba hablar con usted urgentemente y no quería que desapareciera en el interior de la pirámide.

Tío Ben fijó su mirada en ella, como si la estuviera estudiando.

—¿Cómo ha logrado que el guardia de seguridad la dejara pasar? —preguntó al tiempo que se quitaba el casco.

—Le mostré mi pase de prensa —respondió—. Soy periodista. Trabajo para el Sun de El Cairo. Me llamo Nila Rahmad. Me preguntaba si…

—¿Nila? —la interrumpió mi tío—. Es un nombre muy bonito.

Ella sonrió.

—Gracias. Mi madre me llamó así por el río de la vida, el Nilo.

—Pues es un nombre encantador —repitió tío Ben. Los ojos le brillaban de un modo peculiar—. Pero me temo que no estoy preparado para que ningún reportero escriba sobre el trabajo que estamos realizando aquí.

La joven frunció el ceño y se mordió el labio inferior.

—Hace unos días hablé con el doctor Fielding —añadió.

Mi tío abrió los ojos asombrado.

—¿Ah, sí?

—Sí. Él me dio permiso para escribir sobre su descubrimiento —insistió Nila, clavando sus verdes ojos en los de mi tío.

—¡Pero si aún no hemos descubierto nada! —dijo mi tío secamente—. Incluso, es posible que no haya nada que descubrir.

—Eso no es lo que me dijo el doctor Fielding —replicó Nila—. Parecía bastante convencido de que estaban a punto de realizar un descubrimiento que conmocionaría al mundo entero.

Mi tío se echó a reír.

—En ocasiones mi compañero se emociona y habla demasiado —le dijo a Nila.

La joven periodista miraba con ojos suplicantes a mi tío.

—¿Podría entrar en la pirámide con usted? —Se quedó mirándonos a Sari y a mí—. Veo que ha invitado a otras personas.

—Son mi hija, Sari, y mi sobrino, Gabe —respondió mi tío.

—Bien, entonces, ¿podría bajar con ellos también? —insistió Nila—. Le prometo no escribir ningún artículo si usted no me da permiso.

Tío Ben se rascó la barbilla con ademán pensativo y se volvió a colocar el casco sobre la cabeza.

—No quiero fotografías —masculló entre dientes.

—¿Significa eso que puedo venir? —preguntó Nila emocionada.

Él asintió con la cabeza.

—Sólo como mera observadora —accedió finalmente. Intentaba aparentar dureza, pero estaba claro que ella le gustaba. Nila le dirigió una cálida sonrisa.

—Gracias, doctor Hassad.

Él cogió un casco del carro y se lo entregó.

—No creo que hoy descubramos nada interesante —le advirtió—. Pero nos estamos acercando mucho… a algo.

Al tiempo que se ajustaba el pesado casco, Nila se volvió hacia Sari y hacia mí.

—¿Es la primera vez que bajáis a la pirámide? —nos preguntó.

—Por supuesto que no. Yo ya he bajado tres veces —alardeó Sari—. Es una experiencia increíble.

—Yo llegué ayer mismo—. añadí—. Así que es la primera vez que…

Dejé de hablar de pronto, cuando vi que la expresión de la cara de Nila cambiaba súbitamente.

¿Por qué me estaría mirando de ese modo?

Bajé la mirada y me di cuenta de que estaba observando el medallón de ámbar. Se quedó horrorizada.

—¡No! ¡No puedo creerlo! ¡No es posible! ¡Es demasiado extraño! —exclamó.