Al día siguiente, al despertarme, hacía calor en la tienda. Los dorados rayos del sol se filtraban a través de la abertura que había en la lona. Entrecerrando los ojos para protegerlos de la luz, los froté y me desperecé. Tío Ben ya había salido.
Me dolía la espalda. ¡Aquella cama de campamento era tan dura! Pero estaba demasiado entusiasmado para preocuparme por mi espalda, ya que esa mañana iba a bajar a la pirámide, al interior de una antiquísima tumba.
Me puse una camiseta limpia y los vaqueros que había llevado el día anterior. Introduje el escarabajo dentro de la camiseta y después coloqué cuidadosamente la mano de la momia en el bolsillo trasero de mis vaqueros.
«Con el medallón y la mano de la momia estaré totalmente protegido», me dije a mí mismo. Esta vez no podría ocurrir nada malo durante el viaje.
Peiné mi espeso cabello negro, me ajusté la gorra de los Wolverines de Michigan y después salí corriendo hacia la tienda donde se servían las comidas.
El sol brillaba en lo alto del cielo, por encima de las palmeras y la arena ocre del desierto emitía fulgurantes destellos. Inspiré profundamente una bocanada de aire fresco.
Puaj. Por lo visto había algunos camellos cerca, el aire no era muy fresco que digamos.
Encontré a Sari y a mi tío en pleno desayuno, sentados al final de una larga mesa en la tienda comedor. Él llevaba puestos sus clásicos bombachos y una camiseta de deporte de manga corta, manchada de café.
Sari llevaba el cabello recogido en una cola de caballo. Vestía una camiseta hasta la cintura de color rojo intenso y unos pantalones cortos de tenis blancos.
Al entrar en la tienda, me saludaron. Me serví un vaso de zumo de naranja y, al descubrir que no había cereales tostados, me serví un tazón de salvado y pasas.
Tres de los trabajadores estaban comiendo en el otro extremo de la mesa, mientras hablaban acaloradamente sobre su trabajo.
—Hoy es muy posible que podamos entrar —oí decir a uno de ellos.
—Puede que aún tardemos un par de días en romper la cerradura de la puerta de la tumba —rebatió una mujer joven.
Me senté al lado de mi prima.
—Háblame sobre la tumba —dije al tío Ben—. ¿De quién és? ¿Qué hay dentro?
Él rió entre dientes.
—Deja que acabe de despejarme un poco antes de daros una conferencia.
Sari se inclinó sobre mi tazón.
—¡Eh, mira! —exclamó señalando con el dedo—. ¡Tengo más pasas que tú!
Ya había comentado que era capaz de convertir el más relajado de los desayunos en una competición.
—Sí, de acuerdo. Pero yo tengo más trocitos de pulpa en mi zumo de naranja —respondí.
Se trataba sólo de una broma, pero ella se apresuró a mirar en el interior de su vaso para comprobar si era cierto lo que decía.
Tío Ben se secó la boca con una servilleta de papel y tomó un largo sorbo de café.
—Si no me equivoco —comenzó a explicar—, la tumba que hemos descubierto perteneció a un príncipe. Para ser más exactos, al primo del faraón Tutankhamón.
—Fue un importante faraón del Antiguo Egipto —me explicó Sari, interrumpiendo a su padre.
—¡Ya lo sé! —respondí bruscamente.
—La tumba de Tutankhamón fue descubierta en 1922 —continuó mi tío—. La enorme cámara de su sepultura estaba llena con la mayoría de sus tesoros. Fue el descubrimiento arqueológico más impresionante del siglo… —En su cara se dibujó una sonrisa—. Hasta el momento.
—¿Crees que has encontrado algo todavía más importante? —le pregunté. Aún no había probado los cereales. Estaba demasiado interesado en la historia de mi tío.
Él se encogió de hombros.
—No hay ningún modo de saber qué es lo que hay detrás de la puerta que da a la tumba hasta que la abramos, Gabe. Pero cruzo los dedos porque estoy casi convencido de que hemos encontrado el sepulcro del príncipe Khor-Ru, el primo del faraón, y se comenta que era tan rico como él.
—¿Y crees que las coronas, las joyas y el resto de pertenencias del príncipe Khor-Ru están enterradas con él? —preguntó Sari.
Tío Ben tomó el último sorbo de café y deslizó el tazón blanco por la mesa.
—¡Quién sabe! —respondió—. Es posible que haya impresionantes tesoros Y es posible que no haya nada de nada. Tan sólo un recinto vacío.
—¿Por qué dices que podría estar vacío? —pregunté—. ¿Qué sentido tiene un sepulcro vacío en el interior de las pirámides?
—Hay saqueadores de tumbas —me respondió, frunciendo el ceño—. Piensa que el príncipe fue enterrado alrededor del año 1300 a. C. A lo largo de los siglos, los ladrones se han introducido en las pirámides y han robado los tesoros de muchas cámaras funerarias. —Se levantó y suspiró—. ¡Es posible que hayamos pasado todos estos meses excavando y que lo único que encontremos sea una habitación vacía!
—¡Eso ni pensarlo! —exclamé indignado—. Apuesto lo que sea a que encontramos la momia del príncipe ahí dentro. ¡Y también joyas por valor de millones de dólares!
Mi tío me dedicó una sonrisa.
—Basta de charla —me dijo—. Acabad el desayuno y así podremos averiguar la verdad.
Tío Ben salió y Sari y yo le seguimos. Saludó a los dos jóvenes que en ese momento salían de la tienda de suministros cargados con el equipo de excavación y se dirigió hacia ellos para comentarles algo.
Sari y yo nos quedamos atrás. Ella se volvió hacia mí con una expresión seria en la cara.
—Oye, Gabe —dijo amablemente—. Siento haber sido un incordio.
—¿Tú? ¿Un incordio? —exclamé con sarcasmo.
A ella no pareció hacerle gracia.
—Estoy un poco preocupada por papá —confesó.
Yo miré a mi tío. Estaba dando unas palmaditas amistosas a uno de sus jóvenes trabajadores al tiempo que charlaba. Me pareció tan jovial y alegre como siempre.
—¿Qué es lo que te preocupa? —le pregunté—. Tu padre está de un humor excelente.
—Ésa es precisamente la razón —suspiró Sari—. Está tan feliz y entusiasmado… Realmente está convencido de que éste va ser el gran descubrimiento que le hará famoso.
—¿Y qué hay de malo en ello? —continué.
—¿Qué pasará si se encuentra con una habitación vacía? —respondió Sari, con sus ojos oscuros fijos en su padre—. ¿Y si los ladrones de tumbas ya la han saqueado? ¿Y si, después de todo, ni siquiera se trata de la tumba de ese príncipe? ¿Qué pasará si papá abre esa puerta sellada y no encuentra más que una sala vieja y polvorienta llena de serpientes?
Se detuvo y suspiró.
—Si esto sucede —continuó—, la decepción será enorme. Se quedará totalmente abatido. Alberga demasiadas esperanzas, Gabe. No creo que pueda superar un fracaso tan grande.
—¿Por qué lo ves todo de un modo tan negativo? —repliqué—. También cabe la posibilidad de que…
Dejé de hablar al ver que tío Ben se acercaba corriendo hacia nosotros.
—Vamos a bajar a la cámara —comentó entusiasmado—. Mis hombres creen que ya falta muy poco para que lleguemos a la entrada dela tumba.
Pasó un brazo por el hombro de Sari y el otro alrededor del mío y fuimos caminando hasta la pirámide.
A medida que avanzábamos por la sombra dibujada por la pirámide, el aire se hacía más y más frío. Ante nuestros ojos surgió la entrada que habían excavado en la parte inferior del muro trasero. Por su tamaño, debíamos entrar uno a uno. Eché un vistazo de lejos a la estrecha abertura y pude ver que el túnel para bajar tenía una pendiente considerable.
«Espero no caerme», pensé. Al instante, sentí un nudo en el estómago. Me imaginé a mí mismo cayendo por un inacabable agujero negro.
Lo que más me preocupaba era que Sari me viera caer, pues sabía que me lo estaría recordando el resto de mi vida.
Tío Ben nos entregó a Sari y a mí unos cascos de un tono amarillo fluorescente que llevaban una luz acoplada, como los de los mineros.
—No os alejéis —. nos explicó—. Aún me acuerdo de lo sucedido el verano pasado. Os dio por jugar a los exploradores y lo único que conseguisteis fue meternos en un montón de problemas.
—No-no lo haremos —tartamudeé. Aunque intentaba ocultar mis nervios, el tono de mi voz me delataba.
Miré a Sari. Se estaba ajustando el casco en la cabeza. Daba la impresión de sentirse tan tranquila y tan segura de sí misma. como siempre.
—Yo bajaré primero —anunció tío Ben, tiran— do de la correa que servía para sujetar el casco a la barbilla. Se dio la vuelta y empezó a descender por el agujero.
Pero, de repente, un chillido estremecedor que provenía de atrás hizo que todos nosotros nos quedáramos quietos y nos girásemos.
—¡Deténgase! ¡Por favor, deténgase! ¡No baje!