¿Por qué estaría la mano tan fría de repente?
¿Se trataba de algún tipo de señal? ¿Tal vez de una advertencia? ¿Me estaría metiendo en alguna aventura peligrosa?.
No tuve más tiempo para seguir pensando. El avión ya estaba en la pista de aterrizaje y los pasajeros se amontonaban para recoger sus bolsos de mano y se apresuraban hacia la salida de la nave.
Introduje el amuleto en el bolsillo de mis vaqueros, cogí mi mochila y me encaminé hacia la parte delantera. Me despedí de Nancy y le di las gracias por lo de los cacahuetes. Después seguí a los demás por la manga que conducía al interior del aeropuerto.
¡Había muchísima gente!
Todos parecían tener prisa y casi tropezaban unos con otros. Hombres con traje negro, mujeres vestidas con ropas sueltas y con la cara cubierta por un velo, chicas con vaqueros y camisetas, un grupo de hombres de tez oscura y expresión seria ataviados con trajes de seda blanca que parecían pijamas, una familia con tres niños que no paraban de llorar…
De repente sentí miedo. ¿Cómo iba a encontrar a tío Ben entre aquella multitud?
La mochila empezaba a pesarme, miraba nerviosamente por todas partes. Me rodeaban voces de extraños, personas que hablaban en un tono alto, en idiomas incomprensibles.
—¡Aaah! —chillé al sentir una aguda punzada en un costado.
Me di la vuelta y vi que una mujer me había arrollado con el carrito del equipaje.
«Tranquilo —dije para mis adentros—. Mantén la calma. Tío Ben está aquí, buscándote. Seguro que te encuentra. Sólo tienes que permanecer tranquilo.
»Pero, ¿y si se ha olvidado? —me pregunté al instante—. ¿Y si no entendió bien el día de mi llegada? ¿Y si simplemente está tan ocupado en el interior de una pirámide que ha perdido la noción del tiempo?»
Lo cierto es que cuando empiezo a darle vueltas a la cabeza puedo llegar a ponerme histérico. ¡Y en ese momento no paraba de darle vueltas!
«Si tío Ben no está aquí —resolví finalmente—, iré a llamarle por teléfono.»
Estaba decidido.
Ya me imaginaba a mí mismo diciendo: «Operadora, ¿puede ponerme con la pirámide en la que mi tío está trabajando, por favor?»
Comprendí que aquella idea no era en realidad tan buena. No tenía ningún número de teléfono para localizar a tío Ben. Ni siquiera estaba seguro de que tuviera un teléfono cerca de donde estaba viviendo. Todo lo que sabía es que estaba en una tienda en algún lugar cercano a la pirámide en la que estaba realizando las excavaciones.
Seguí escudriñando ansiosamente la abarrotada zona de llegada. Estaba al borde de un ataque de nervios cuando, de repente, un hombre alto empezó a caminar hacia mí.
No pude verle la cara. Llevaba una chilaba, una larga túnica con capucha de color blanco, que le cubría el rostro.
—¡Taxi! —gritó con un tono alto y estridente—. ¡ Taxi americano!
Solté una carcajada.
—¡Tío Ben! —grité contento.
—¡Taxi! ¡Taxi americano! —repitió él.
—¡Tío Ben! ¡Cómo me alegra verte! —exclamé. Le rodeé la cintura con los brazos y lo estreché con fuerza. Luego, sin dejar de reírme por su ridículo disfraz, levanté las manos y le retiré la capucha.
Descubrí a un hombre calvo, con la cabeza afeitada y un espeso bigote negro. Sus ojos se clavaron en mí con expresión iracunda.
No lo había visto en toda mi vida.