1 de marzo de 1820
Albemarle Street, Londres
—Y ahí lo tienes. —Vane se recostó en una silla pegada a la mesa y alzó la jarra de cerveza para brindar—. Richard y Catriona… y todas las bellezas londinenses pueden despedirse de Escándalo.
—Hummm. —Lánguidamente sentado en el otro extremo de la mesa, luciendo una bata de seda azul marino con pavos reales bordados, Harry Demonio observaba a su hermano mayor con aparente ecuanimidad y latente malestar—. ¿Cómo está Patience?
Vane sonrió con aire burlón y dijo:
—Radiante.
La felicidad de su hermano hizo que Demonio se removiera en el asiento.
—Mamá, por supuesto, está aux anges acerca de la inminente incorporación.
—Sí, ojalá lo esté. —Demonio se preguntó si aquello alejaría la atención de su madre sobre él, aunque dudaba que fuera así.
—Y ya hay planes para una descomunal celebración en algún momento de este verano. Richard y Catriona se han comprometido a venir y, por supuesto, todas las tías y los demás parientes querrán verlos a ellos y a los recién nacidos.
Demonio frunció el entrecejo. Se había perdido algo.
—¿Recién nacidos?
La sonrisa de Vane afloró.
—Diablo, otra vez… ¿qué más? Honoria sale de cuentas al mismo tiempo que Patience, así que será una fiesta veraniega por todo lo alto.
Bebés y esposas por todas partes… Demonio podía imaginarlo.
Tras poner al día a su hermano, Vane oyó unos crujidos procedentes del piso de arriba y, arqueando una ceja, presentó sus disculpas con una sonrisa de complicidad y se marchó. Pero en lugar de retirarse escaleras arriba para gozar de nuevo de los encantos femeninos del lujurioso cuerpo que había dejado en la cama, Demonio siguió sentado a la mesa, considerando todo cuanto le había contado Vane, cada vez más helado por la sombra del inminente destino.
Un destino que empezaba a mostrársele.
Demonio tamborileó con las bien cuidadas uñas sobre la mesa. Tendría que hacer algo sobre su situación, la situación en la que se encontraba en ese momento.
Primero Diablo, luego Vane, ahora Richard. ¿Quién sería el siguiente?
Sólo quedaban tres: él, Gabriel y Lucifer… y él era el mayor. No le cupo la menor duda de quién esperarían las tías y demás parientes que fuera el próximo en subir al altar.
Las posibilidades se estaban reduciendo hasta un extremo muy desagradable.
Pero ya había hecho sus votos… ante sí mismo. Se había prometido que jamás se casaría, que nunca pondría su confianza, su fe y su corazón en las manos de una mujer. Y la idea de limitarse sexualmente a una sola mujer iba más allá de su capacidad de comprensión. No era capaz de imaginarse cómo lo habían conseguido los demás: Diablo, Vane y también Richard. Por otro lado, sabía que, con anterioridad no lo habían conseguido.
Era uno de los misterios de la vida que, tiempo atrás, había decidido que no necesitaba descubrir.
En aquella mañana fresca y soleada la pregunta que se le planteaba era cómo evitar el destino, un destino que iba cerrándose sobre él sin cesar.
Su posición no era buena. Allí estaba, en Londres, con la temporada a punto de empezar y con su madre y sus tías residentes excitándose con el olor de la sangre…
Aquello exigía una acción drástica, una retirada estratégica a ambientes más propicios.
Interrumpiendo con brusquedad su tamborileo sobre la mesa, levantó la cabeza.
—¿Gillies?
Al cabo, una cara poco atractiva asomó por la puerta.
—¿Sí, señor?
—Enjaeza los caballos. Nos vamos a Newmarket.
Gillies parpadeó.
—Pero… —Puso los ojos en blanco e inquirió—: ¿Qué pasa con la condesa?
—Hmmm. —Demonio miró hacia arriba, sonrió burlonamente y se levantó atándose con fuerza el cinturón del batín—. Dame una hora para satisfacer a la condesa… y prepáralo todo.
Newmarket y la garantía de seguridad estaban sólo a unas horas de viaje, pero, una vez allí, se vería privado del habitual menú de un libertino. Le pareció prudente satisfacer su apetito antes de partir.
Mientras subía las escaleras de dos en dos hizo una mueca. La condesa no suponía una amenaza, y Newmarket era un lugar seguro.
Estaba en el buen camino de convertirse en el único Cynster de todas las generaciones que escapara por fin al destino… y a la trampa que tendía a todos los Cynster.