DOS minutos más tarde, Catriona se detuvo ante de la puerta de Richard y clavó la mirada en la superficie de roble. Un sentimiento abrumador de fatalidad la aplastó; estaba ante el umbral de algo más que una simple habitación. Al abrir la puerta y entrar, daría un paso irrevocable a un futuro sólo débilmente percibido.
Nunca antes se había enfrentado a una elección semejante, a una decisión de cambio de vida tan crucial.
Se movió, recogió el salto de cama y reprendió en su fuero interno a su dubitativa conciencia. Por supuesto que traspasar aquel umbral cambiaría su vida… Acabar con un hijo era sin duda una parte irrevocable, aunque bastante evidente, de su futuro. Ese futuro esperaba más allá de la puerta. ¿Por qué dudaba?
Porque no era sólo un hijo lo que estaba al otro lado de puerta.
Exasperada, se irguió y alargó la mano hacia el pomo, al mismo tiempo que aguzaba los sentidos en busca de la más mínima señal, cualquier presentimiento de última hora de que su intento era un error. Sin embargo, todo cuanto percibió fue paz y silencio, una profunda y silenciosa quietud por toda la casa.
Respiró hondo y por fin abrió la puerta, que cedió en silencio. Más allá, la habitación estaba tranquila y en silencio, iluminada sólo por el resplandor del fuego que seguía titilando en el hogar.
Entró en silencio, cerró la puerta y soltó el picaporte con cuidado para que el pestillo volviera a su sitio sin hacer ruido. En cuanto se acostumbró a la oscuridad, escudriñó la estancia. Las sombras envolvían la enorme cama de cuatro columnas, cuyo cabezal se apoyaba contra la pared del pasillo. Los ojos y los sentidos de Catriona se detuvieron en ella. Lentamente, los pies deslizándose en silencio, se acercó a la cama.
Justo antes de llegar, la lisa colcha sin deshacer le indicó que la cama estaba vacía. Abrió los ojos de golpe y, con un nudo en la garganta, volvió a escudriñar la habitación.
Desde su nueva posición vio un brazo, enfundado en la manga de una bata oscura con un amplio puño blanco dorado por la luz del fuego, que colgaba por el lateral de un sillón que miraba al fuego. El brazo colgaba sin más, largo, los relajados dedos casi tocando el suelo. Y junto a ellos, un vaso de whisky cuya base se mantenía en equilibrio sobre las brillantes tabla del suelo.
Estaba vacío.
Respirando hondo para tranquilizarse, Catriona esperó a que su corazón se apaciguara y, entonces, con cuidado y en silencio, avanzó y rodeó el sillón.
Al menos, una parte de la poción había funcionado; Richard estaba dormido. Desparramado en el sillón, las largas piernas estiradas delante de él, el chaleco desabrochado y la corbata deshecha, aún lograba parecer elegante. Elegantemente disoluto, elegantemente peligroso. El pecho, cubierto por una delicada camisa de lino, subía y bajaba con regularidad.
La mirada de Catriona vagó sin rumbo antes de centrarse en la cara de Richard y contemplar los delgados planos dorados por la luz del fuego: una máscara de bronce más relajada de lo que la había visto hasta entonces. Con los ojos cerrados, era más fácil concentrarse en aquel rostro o en lo que mostraba. La fuerza seguía allí, evidente incluso en reposo; ni un ápice de tristeza, aunque de su boca bien formada se desprendía una ausencia de alegría de la que Catriona no se había percatado antes.
Frunció el entrecejo, confió la visión a la memoria y se obligó a concentrar la atención en lo que la había traído allí. El primer paso se había cumplido: estaba dormido.
Completamente vestido.
En un sillón delante del fuego… A unos diez pasos de la cama.
Catriona se inquietó.
—Y ahora, ¿qué? —masculló entre dientes. Con las manos en las caderas, estudió a Richard, y lo contempló un poco más. Se sintió mareada incluso antes de llegar a una conclusión: con él dormido, tendría que tomar la iniciativa, por lo que necesitaba que Richard estuviera en la cama. Un sillón tal vez fuera factible, pero la idea la dejó perpleja.
Miró a la durmiente víctima. «Deberías haber previsto que te encontrarías con alguna dificultad», se dijo. Luego se inclinó y cogió el vaso para dejarlo en la mesa. Al depositarlo, el cristal emitió un ruidito seco en la superficie de madera bruñida.
Se volvió de nuevo y observó la cara de Richard. Sus pestañas temblaron y por fin abrió los ojos.
Richard la miró fijamente.
Catriona fue incapaz de moverse, apenas podía respirar.
Los labios de Richard se curvaron casi imperceptiblemente hasta convertirse en una sonrisa seductora.
—Debería haber sabido que se me aparecería en sueños.
Catriona se atrevió a respirar, se irguió con suma lentitud y por fin se situó delante de él. Los ojos de Richard la siguieron. Cuando sus párpados se levantaron más, resultó evidente que estaba drogado. Tenía las pupilas dilatadas y la mirada perdida, sin la agudeza y decisión habituales.
Su sonrisa seductora, tan excitante como evocadora, se intensificó.
—Me parece justo, supongo… La bruja de mis sueños rondando mis sueños.
Estaba despierto, pero creía que soñaba. Catriona bendijo a la Señora: de esa manera podría llevarlo a la cama. Venciendo al fin la expresión de perplejidad, le devolvió la sonrisa.
—He venido a pasar la noche con usted.
La sonrisa de Richard dio paso a una mueca maliciosa.
—Por lo general, ese es mi papel, pero dadas las circunstancias, dejaré que lo tome prestado.
Parecía no tener prisa en levantarse del sillón. Todavía sonriente, Catriona le tendió una mano.
Richard retiró el brazo derecho del sillón y asió los dedos de Catriona y, antes de que esta pudiera instarle a levantarse, él la acercó de un tirón. Le lanzó una mirada bastante más caliente que el fuego que ardía a sus espaldas.
—Quítese esa bata.
Catriona dudó sólo un instante, cualquier discusión podría devolverle los sentidos. Sin perder la sonrisa, retiró los dedos que le tenía cogidos, alzó las manos y levantó la holgada bata de los hombros, dejándola deslizar por los brazos.
La aturdida mirada de Richard siguió la prenda hasta el suelo y, con mucha calma, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo, se levantó y le acarició las piernas, los muslos, las caderas y los pechos… Cuando llegó a la cara, a Catriona le ardían las mejillas.
Ni el brillo travieso de los ojos de Richard ni la sonrisa descaradamente lasciva contribuyeron a calmarla.
—Vaya… Muy apetecible.
Sus palabras reflejaban fielmente lo que deseaba. Su mirada abandono la cara de Catriona para volver ávidamente a su recorrido… De pronto cayó en la cuenta de que con el fuego detrás, su fino camisón sería transparente.
—Vamos a la cama —dijo tendiendo ambas manos.
Sin apartar la vista del cuerpo de Catriona, Richard alzó las manos con movimientos lentos y pesados, como si sus extremidades fueran de plomo Cerró los dedos sobre los de ella; luego levantó la mirada y Catriona vio el destello travieso y burlón que había en sus ojos.
—Todavía no.
Él la atrajo a su regazo.
Catriona tuvo que reprimir el impulso de gritar. Un sonido agudo o un forcejeo podían despertarlo. Se retorció en su regazo y consiguió situarse frente a él. Los muslos de Richard parecían de roble macizo bajo los suyos; el pecho, cuando Catriona colocó las palmas contra él, de roca caliente. Los brazos de Richard descansaban sobre ella pesados y relajados como si fueran unas anillas de acero que la inmovilizaban.
De repente Catriona sintió cómo los dedos de Richard ascendían por su nuca y se hundían entre la espesura del pelo. Torciéndole la cabeza, Richard cerró los labios sobre los de Catriona.
Sin tiempo de pensar, Catriona le devolvió el beso, intercambiando caricias ardientes. El calor, irradiando desde Richard, inundó su cuerpo. Cuando el deseo la poseyó por completo, Catriona pensó que sería fácil ejecutar su plan. Siempre que consiguiera llevarlo a la cama.
No sin esfuerzo, dejó de besarlo. Richard la soltó. Catriona inclinó la cabeza hacia atrás, mientras él le besaba el cuello.
—La cama —jadeó Catriona—. Tenemos que ir a la cama.
—Más tarde.
Catriona abrió la boca y un jadeo la dejó sin aliento cuando él posó las manos sobre los senos, cubiertos sólo por el camisón. Sintió que le pellizcaba los pezones y tuvo que morderse el labio para no gritar.
De pronto le liberó los pechos y Catriona volvió a respirar, pero enseguida notó el contacto de los largos dedos y las palmas recorriéndole el cuerpo, investigando cada curva, acariciándola sutilmente aunque con un propósito más profundo…
Catriona se humedeció los labios súbitamente secos y consiguió musitar:
—Richard… la cama.
Las manos se detuvieron. Ella contuvo la respiración. ¿Estaría despierto? ¿Qué había dicho para llamar su atención de esa manera?
Lentamente y con firmeza, las manos iniciaron de nuevo su recorrido, transmitiéndole su calor a través del fino camisón.
—Ha sido la primera vez que has pronunciado mi nombre. —Musitó las palabras contra la mandíbula de Catriona y la besó rozándole los labios hinchados—. Repítelo.
Incapaz de serenarse, Catriona alzó una mano y le retiro un mechón de pelo que le caía sobre la frente.
—¿Richard?
Besó su nombre en los labios de Catriona, absorbiéndolo con intensidad mientras seguía explorando sus senos, las caderas, los largos músculos de la espalda, la parte posterior de los muslos, las nalgas. El deseo los devoraba. Cuando Richard levantó la cabeza, Catriona estaba temblando.
—Richard… llévame a tu cama.
No le costó conferir a la súplica un sentimiento de verosimilitud.
Cynster rio entre dientes con picardía, causando estragos en los sensibles nervios de Catriona.
—Aún no. ¿A qué viene tanta prisa? —Le levantó la barbilla y bajó por su cuello mordisqueándoselo—. Tenemos toda la noche… y, en cualquier caso, en los sueños el tiempo se detiene.
«No en este». Catriona se esforzó en aguzar los sentidos.
—Piensa en lo cómodos que estaremos en la cama.
—Estoy muy cómodo aquí… y tú también. Y pronto vamos a estarlo mucho más.
Catriona irguió la cabeza y vio que la mano de Richard le asía el trasero acariciándolo con avidez y dejándole la carne caliente y roja. Bajó la vista y distinguió los largos dedos, oscuros contra el blanco del camisón, dejando al aire las nalgas diminutas.
Abrió los ojos desorbitadamente y soltó un desesperado y doloroso suspiro cuando la mano de Richard apartó de un tirón el corpiño y sus dedos se posaron en los senos hinchados, acariciándolos, poseyéndolos…
Catriona cerró los ojos sintiendo que los huesos se le derretían, que su voluntad se disipaba como la niebla con la llegada del sol. Pero…
—La cama —susurró.
—Más tarde —insistió Richard. El aire frío acarició los senos acalorados de Catriona cuando Cynster tiró del camisón hacia atrás y los desnudó por completo. Cerrando con firmeza la mano sobre uno, lo masajeó con dulzura—. Este es mi sueño. Pretendo disfrutar de él, y de ti, hasta el máximo.
Catriona reprimió un gemido. Abrió los ojos y estudió la cara de Richard, iluminada por el resplandor del fuego. Vio la sonrisa amodorrada de lujuriosa expectativa en sus labios y sintió el calor del deseo en su mirada clavada en su pecho, los dedos traviesos, sobre el pezón dolorido y palpitante.
Richard también la miró… Sonrió, con una extraña confianza, y volvió a concentrarse en sus senos.
—Hay damas en Londres que imaginan que son frías. —Su sonrisa se acentuó—. A algunas les gusta creer que su carne es fría y que tienen la pasión encerrada en hielo. —Los dedos cómplices jugaron sobre la carne dolorida de Catriona, provocándola. Los labios de Richard se retorcieron en una mueca de ironía triunfal—. He derretido a bastantes. Sólo hay que cogerle el tranquillo.
Y como para demostrarlo, la movió entre sus brazos y le dejó expuesto el otro pecho, al tiempo que la sujetaba por el trasero para que sintiera el dominio que ejercía sobre ella.
—Sin embargo, tú no vas a ser un problema… Eres como esa montaña bajo cuya sombra naciste.
Aturdida, Catriona parpadeó.
—¿Merrick?
—Hmmm… —Richard la miró a los ojos—. Nieve y hielo en la cumbre… —Bajó la vista, liberó el pecho desnudo y deslizó la mano hacia abajo, sobre la curva del vientre de Catriona y en el interior del hueco formado por el vértice de los muslos—. Pero abajo… arden las hogueras.
Le recorrió levemente la línea que separaba sus muslos y Catriona respiró hondo. Fue incapaz de reprimir el impulso de retorcerse y sintió la firmeza de los dedos de Richard sobre el trasero. La mantuvo inmóvil y continuó jugando, recorriendo las largas líneas de las piernas a través del fino camisón. El tacto de Richard era tentador. Cuando llegó abajo y cogió el dobladillo del camisón, Catriona respiraba con rapidez, el corazón le resonaba en la garganta con un ruido sordo.
Richard levantó la prenda poco a poco y deslizó la mano por debajo. El camisón se levantaba sobre el dorso de su mano a medida que iba moviéndose, en una larga caricia, por el tobillo, la pantorrilla, la rodilla y el muslo. Empujó la tela por encima de la cadera de Catriona y por fin, con una concentración absoluta, bajó para acariciar la extensión de muslo expuesta. Bajo sus dedos estallaron miles de fuegos que calentaron a Catriona y le humedecieron la piel.
Atrapada en el juego de Richard, ensimismada como estaba, Catriona supo que él tenía razón. No necesitó moverla de nuevo para poder estudiar los rizos de destellos cobrizos en la intersección de sus muslos; no necesitó sentir sus dedos cuando la acariciaron, internándose en la húmeda intimidad de Catriona.
No, no fue necesario que la mirara con ojos extraviados, iluminados por una llama azul, y le dijera:
—Eres igual que esa montaña… Por dentro eres un volcán. —Volvió a bajar la mirada—. Uno dormido, quizá. —Con suavidad, le acarició la piel entre los muslos, que se abrieron voluntariamente—. Te voy a despertar a la vida. Hasta que la pasión se derrame por tus venas como si fuera lava, hasta que estés caliente, dolorida y húmeda, hasta que estés tan resbaladiza y necesitada, que abras de par en par tus adorables muslos y me dejes entrar en ti. Y llenarte. Hasta que me bañe en tu calor.
Catriona cerró los ojos, sintiendo que su cuerpo se rendía… sintiendo la humedad que él provocaba. Notó los dedos de Richard al deslizarse, moviéndose con fluidez, entre los pliegues palpitantes. Luego le acarició los labios con los suyos. Catriona le devolvió el beso con un jadeo mientras deslizaba las manos desde el pecho de Richard, donde se habían mantenido inactivas, y lo rodeaba, sujetándolo contra ella.
El beso se hizo profundo. Entonces Richard se apartó y volvió a reír, un sonido siniestro y diabólico.
—No te pareces en absoluto a esas damas de Londres. Lo más intrigante de ti es que sabes que tienes fuego en las entrañas.
Con los ojos cerrados y el cuerpo loco de pasión, Catriona notó cómo a abría, percibió la suave presión que precedió al lento y deliberado avance de un dedo en su interior.
Lo recibió con entusiasmo, con toda su alma.
Y su corazón le dio la bienvenida.
Richard se movió dentro de ella, acariciándola con suavidad. La repentina tensión que la había agarrotado remitió y Catriona se abandonó a sus caricias, entregándose a Richard, hundiéndose en su abrazo.
—No eres una mujer de hielo y nieve.
Aquellas palabras fueron como una brisa en la mejilla, una intensa reverberación en el pecho, y Catriona se abrazó con más fuerza a él, extendiéndole las manos por la espalda, aferrándose desesperadamente como si fuera una roca que la protegiera contra las olas de calor que azotaban su cuerpo.
Olas que el propio Richard levantaba con cada giro sutil del dedo, con cada caricia exploratoria.
—Eres fuego… puro fuego, fuego primigenio. El fuego de la tierra más puro.
Tenía razón; en ese momento Catriona ardía con una llama más intensa que el azul de los ojos de Richard. Siempre había sabido que sería así, que algún día la devoraría una pasión tórrida y abrasadora. Ignoraba cómo lo había sabido, pero el conocimiento siempre había estado allí. Había resultado harto difícil contener el fuego, sofocarlo, amansarlo y esconderlo durante tantos años de espera.
Una espera que tocaba a su fin.
Nada más lejos de su intención que pedirle que lo dejara y pasaran a la cama. Aquello habría exigido que le quitara las manos de encima y no hubiera podido soportarlo. Sus manos eran pura magia, dotadas de unos de dedos hechos para provocarla y encender su pasión.
Súbitamente una nueva oleada de calor le arrasó el cuerpo.
Entreabrió los ojos y vio el rostro de Richard. Hundió los dedos en su pelo y atrajo sus labios hasta los suyos. Luego lo besó con urgencia, licenciosamente. Dejó que sus muslos se abrieran aún más, incitando a Richard a que profundizara.
En cambio, Richard se apartó y volvió a reír maliciosamente.
—No, todavía no, dulce bruja. —Retiró la mano de entre los muslos de Catriona.
Con los senos palpitantes de deseo, Catriona se recostó en los brazos de Richard y lo miró fijamente.
—¿Qué quieres decir? —farfulló entre jadeos—. ¿Todavía no?
Richard esbozó una amplia sonrisa.
—Este es mi sueño, ¿recuerdas? Tienes que estar desesperada.
—Ya estoy desesperada —dijo Catriona con sinceridad.
La miró con un desdén condescendiente.
—No tanto como lo estarás.
De pronto la alzó y la puso de pie entre sus muslos. A Catriona le temblaron las piernas, y Richard la sujetó con las manos. El camisón se deslizó hasta cubrirle las piernas. El corpiño se abrió e instintivamente Catriona trató de cubrirse ignorando la provocativa expresión de Richard.
Richard se levantó y se tambaleó. Catriona tuvo que sujetarlo.
Cynster volvió a sonreír y dijo:
—He debido de beber más whisky del que creía.
A punto de caer bajo el peso de Richard y presa de una desconfianza repentina, alzó la vista para mirarlo a la cara. Los ojos, aún oscuros como la noche, la contemplaban con mirada borrosa y extraviada, mientras que los labios seguían mostrando aquella sonrisa sincera e infantil.
Seguía… soñando.
Moviendo los pies para soportar mejor el peso cuando se desplomó sobre ella, Catriona susurró una maldición y se esforzó por apoyarlo con cuidado en el sillón.
—La cama —dijo.
—Ah, claro —aseguró Richard—. Sin duda es el momento de ir a la cama.
A la diabólica risilla que siguió una vez más, Catriona hizo oídos sordos. De no haber sabido que lo había drogado, habría pensado que estaba borracho; apenas se sostenía en pie.
—No dejes de mirar la cama —le ordenó Catriona, dirigiéndose hacia la puerta con pesados bandazos—. Mira… Es ahí. —Con sumo esfuerzo, Catriona consiguió que se volviera y se encaminaran hacia la cama.
—Nunca había tenido tantos problemas en mi vida —dijo Richard sin que pareciera preocuparle demasiado—. Por lo general, sé muy bien dónde está la cama. —Después de trastabillar dos pasos más, añadió—: Debe de ser ese whisky. Confío en no estar demasiado borracho para complacerte.
Apretando los dientes por el esfuerzo de mantenerlo en pie, Catriona no trató de disipar sus temores. De inmediato lamentó no haberlo hecho.
—No importa —murmuró Richard, lanzándole una mirada lasciva—. Si estoy demasiado débil, te martirizaré hasta que desaparezcan los efectos.
Catriona cerró los ojos un momento y reprimió un gemido. ¿Qué había hecho? Había aceptado de buen grado el papel principal en los sueños de un libertino. Debía de estar loca.
Pero era demasiado tarde para echarse atrás. Muy tarde. De pronto quería llegar al final de aquel caliente y tórrido camino que Richard había empezado a recorrer en ella.
Por encima de todo anhelaba estar caliente y necesitada, sentir que la penetraba.
Por fin alcanzaron el lateral de la cama… Catriona se sintió aliviada.
—¡Al fin!
Tras volverlo para ponerlo de espaldas a la cama, Catriona apoyó las manos en su pecho y empujó. Sin oponer resistencia, Richard cayó de espaldas sobre la cama, pero la arrastró con él.
Cayendo sobre Richard, Catriona ni siquiera fue capaz de gritar. Se revolvió de inmediato, liberándose con esfuerzo de sus brazos, aunque no de sus manos… que parecían estar por todas partes. Intentó ignorarlas.
—Desnudémonos —musitó ella.
Como era de esperar, Richard rio entre dientes y dijo:
—Sé mi huésped. —Y abriendo los brazos de golpe, se tumbó de espaldas, sonriendo irónicamente.
Catriona le quitó la corbata de un tirón. Después de arrojarla por en cima de la cama, se arrodilló a su lado y lo agarró por la solapa de la levita. Por más que tiró, ni siquiera fue capaz de acercarla al hombro. Irritada, se sentó y advirtió que a Richard le temblaba el pecho, aun cuando en su expresión no había malicia.
Lo miró con hostilidad.
—Si no me ayudas a desvestirte, me marcharé.
Con una leve sonrisa, Richard rodó sobre un hombro y se sentó.
—Es imposible quitarme una levita tan entallada sin mi ayuda.
Contrariada, Catriona lo observó mientras se quitaba la levita y la tiraba junto a la corbata. Siguiendo un extraño impulso, alargó el brazo y le recorrió el pecho con las manos, abriendo el chaleco para explorarlo a conciencia.
Al sentir el contacto de sus dedos, los músculos temblaron, tensándose y endureciéndose. Richard le cogió las muñecas y tiró de ella, le inclino la cabeza y la besó.
Catriona se sumergió en el abrazo y, cuando Richard la apretó más contra él, sintió que el calor la rodeaba, creciendo en su interior de forma incontenible. Como si tuvieran vida propia, sus dedos desabrocharon a toda prisa los botones de la camisa de Richard y alcanzaron la piel caliente y tersa sobre los músculos encrespados, unas bandas duras y protuberantes de carne cubiertas de vello.
Richard interrumpió el beso con un callado juramento. Catriona lo vio luchar con el chaleco y la camisa y arrojarlos a un lado. Cerrando los ojos con rapidez, tendió las manos hacia él, aliviada cuando Richard volvió a besarla con pasión.
Cambiando de posición, Richard se arrodilló y tumbó a Catriona de espaldas en la cama. Ella obedeció con sumisión, los ojos cerrados, deseando en silencio que se diera prisa.
Richard se movió sobre la cama. Catriona oyó los golpes amortiguados cuando los zapatos y los pantalones de Richard cayeron al suelo. Siguió con los ojos cerrados; estaba decidida a no mirar. Luego lo sintió a su lado. Él se inclinó y le cubrió la boca con los labios.
La besó con mayor intensidad que antes. Le apresó la boca como si ella se la hubiera ofrecido; en cierto modo, Catriona supuso que así era. La exigencia era absoluta, incontrolada, como si aún dormido supiera que ella era suya. Suya para poseerla.
Y la poseyó.
En algún momento Catriona abrió sus sentidos, dejándolos que se extendieran y le contaran aquello que sus ojos no podían ver. Sus manos exploraron primero el pecho de Richard, terso y duro, cubierto por abundante vello rizado; luego recorrieron las redondeadas curvas de los hombros. Flexionando los dedos en el acero de los brazos, Catriona se levantó contra él llevada por el beso. Richard, inclinado sobre ella, tenía el cuerpo caliente y duro a escasos centímetros del suyo.
Tumbado a su lado, cadera contra cadera, el cuerpo de Richard desprendía calor y una sensualidad que los envolvía a ambos, protegiéndolos del mundo.
Siguió besándola, profundizando, pidiendo más y tomándolo, pues Catriona satisfacía sus exigencias al tiempo que dejaba que sus manos se perdieran hacia abajo.
Hacia la cadera de Richard. Con los dedos extendidos, recorrió el amplio hueso y notó la leve diferencia de textura en la piel. De pronto sintió la repentina pausa en el beso, el súbito cambio de interés de los sentidos de Richard.
Dejó caer la mano deliberadamente, permitiendo que los dedos se deslizaran hacia el bajo vientre de Richard.
La respiración de Cynster se hizo entrecortada… y dejó de besarla.
Justo cuando Catriona lo encontraba.
Aún con los ojos cerrados, tanteó con timidez, sorprendida de hallar una piel tan delicada. Advirtió que Richard se estremecía. Intrigada alargó la mano con lentitud y rozó el sexo de Richard, que latía con fuerza.
Con una sonrisa picara, Catriona siguió acariciándolo.
Richard la interrumpió y le cogió las manos.
—Dulce bruja, me estás matando.
Las palabras sonaron casi con tono de súplica. Catriona esbozó una sonrisa burlona y traviesa.
Incapaz de resistirse, Richard la besó con voracidad, desaforadamente, hasta que Catriona perdió el contacto con la realidad.
—Ahora es mi turno —susurró Richard.
Se volvió sobre ella, poniendo una rodilla a cada lado de sus piernas para que no se moviera. Cogió el dobladillo del camisón y lo levantó.
Con los ojos cerrados y la esperanza martilleándole en las venas, Catriona permaneció inmóvil.
Richard le subió el camisón hasta la cintura… y luego hasta los hombros. Le levantó los brazos, forcejeando con la prenda en un evidente intentó de quitársela.
Catriona dio un grito ahogado. Agarrando el camisón por los pliegues intentó volver a bajárselo. No necesitaba desnudarla para…
El sonido de su risa sonó aún más evocadora ahora que Catriona tenía la cabeza envuelta en el camisón y el cuerpo completamente expuesto a la noche y a él.
—En realidad —dijo Richard con indolencia— es una idea aún mejor.
El camisón se movió y se retorció. Catriona esperó un instante e intentó agitar los brazos, descubriendo que era inútil. La cabeza, los brazos y los hombros estaban atrapados en el camisón que los envolvía.
—Hmmm… Estupendo.
El indolente susurro hizo que Catriona se mordiera el labio, llena de expectativa. Una expectativa del todo confirmada cuando sintió que Richard se deslizaba hacia abajo y le liberaba las piernas.
Catriona sintió su aliento contra la suave piel de los senos y se preguntó qué pretendía.
Arqueándose de placer, Catriona estuvo a punto de gritar cuando la boca de Richard le apresó un pezón. Richard besó la carne trémula antes de lamer con ternura y endurecerle los pezones, torturándolos con la lengua.
Catriona se debatió con furia y luego se quedó inmóvil. Cuando por fin pensó que se había acostumbrado a las nuevas sensaciones, Richard le chupó un pezón con más fuerza.
Por suerte, los pliegues del camisón se le metieron en la boca y amortiguaron el grito. Entonces se dijo que Richard estaba a la altura y que no lo había despertado del todo con su chillido. Cuando le succionó el otro pecho, Catriona estaba preparada para recibir el impacto de placer. Su cuerpo se arqueó, pero reprimió el grito.
Resollando, jadeando, con el cuerpo envuelto en fuego, esperó tratando de imaginar cuál sería el siguiente paso.
Los labios de Richard le recorrieron el cuerpo, deteniéndose en el vientre con besos ardientes. Ella se estremeció, y, cuando siguió bajando por sus muslos, se relajó.
Richard se movió hasta situarse a horcajadas sobre las pantorrillas de la mujer. Acto seguido, le alzó las rodillas para separarle las piernas.
Tras una ligera duda, Catriona cedió y, conteniendo la respiración, esperó a que la penetrara.
Sin embargo, sintió una leve caricia seguida de unos besos en la cara interior del muslo.
Las intenciones de Richard estallaron en la mente de Catriona, que, con un grito ahogado, intentó cerrar los muslos con fuerza, sólo para encontrarse con los anchos hombros de Richard en medio.
Por fin, Cynster hundió la cabeza en la húmeda intimidad de Catriona.
—Aún no, dulce bruja.
Y la besó lamiéndola con tal dulzura que Catriona pensó que iba a morir.
Ella luchó por quitarse el camisón. Derrotada, probó a sentarse… y se encontró con que el peso del antebrazo de Richard sobre su cintura la empujaba hacia abajo. Al mismo tiempo sintió que le deslizaba la otra mano bajo las nalgas y se las levantaba. De esa manera podía saborearla con más meticulosidad.
Y así lo hizo. Tomándose su tiempo, lánguidas y devastadoras, la lengua y la boca de Richard tejieron su magia hasta encender de pasión cada centímetro de la piel de Catriona, reduciendo a cenizas sus sentidos.
Ella jadeaba de placer. Estaba ardiendo… Estaba lista. Estaba desesperada.
Y de pronto Richard se apartó.
—¡Richard!…
Fue un grito débil, una exigencia y una súplica.
Volvió a retroceder sobre las rodillas con un gruñido de satisfacción; a continuación, le apartó con suavidad los pliegues del camisón y le buscó las manos. Los dedos de ambos se tocaron y se entrelazaron. Richard tiró de ella para sentarla.
Catriona balanceó las piernas para arrodillarse también, pero antes de que pudiera bajarse el camisón, Richard se lo sacó por la cabeza de un tirón. Lo vio volar por encima de la cama, horrorizada.
Cometió el error de mirar a su torturador.
Completamente vestido, intimidaba; desnudo, hipnotizaba. Un macho que embotaba los sentidos, fascinante, una presencia poderosa y potente esperando sólo a reclamarla.
Hasta entonces, Catriona se había negado a que en su mente se formará ninguna imagen de cómo sería desnudo, desprovisto del gabán que se ponía para acechar al mundo. Respirando con dificultad, se preguntó si habría sido mejor imaginarlo, pues quizá de esa forma habría estado preparada para enfrentarse a aquello.
Richard era magnífico, y la contemplación de su cuerpo despertó en su interior una emoción primitiva.
Tragó saliva y se obligó a levantar la vista, aliviada al comprobar que la sonrisa infantil de Richard seguía en su sitio.
—Así es mejor.
Richard alargó el brazo hacia ella. Catriona intentó apartarse, pero las rodillas le resbalaron por las sábanas. Para su sorpresa, no la abrazó, sino que, sentándose en los talones, le apoyó las rodillas contra su cuerpo, sujetándole la espalda para que se sentara como él, sobre los talones y con las rodillas abiertas.
Richard sonrió abiertamente, con una expresión que era la auténtica esencia de la expectación sexual masculina.
—Siguiente paso.
Aturdida y temblorosa, Catriona musitó:
—¿Qué?
Richard volvió a acariciarle los senos y le pellizcó los pezones endurecidos. Su cuerpo tembló de inmediato. Catriona cerró los ojos y se arqueó ligeramente.
—¿A qué te refieres?
—Quiero ver hasta dónde puedes subir, hasta dónde puedo llevarte antes de que estalles.
Por mucho que lo intentó, Catriona fue incapaz de comprender aquellas palabras. Su cuerpo y su mente sólo obedecían a las arrebatadoras caricias de Richard.
De pronto sintió la mano de Richard descender hasta su vello púbico, humedeciéndola despiadadamente. Con una ligera presión, la llenó con dos dedos y luego los retiró. Trazó un círculo en la entrada y volvió a presionar… Catriona jadeó, gozando como nunca hasta entonces.
Instintivamente Catriona lo agarró de las muñecas y, bajo los dedos de Richard, sintió el seductor movimiento de las caricias.
Abrió los ojos y lo miró a la cara. La pasión marcaba los rasgos de Richard. Excitado, contemplaba atónito el sexo de Catriona.
Ella no podía dar crédito a sus sentidos.
—Me estás torturando, ¿verdad?
Por un momento se interrumpió y la miró a los ojos. Tenía la vista nublada, los ojos como estanques negros. El efecto de las drogas se estaba intensificando. En los labios de Richard volvió a aparecer la misma sonrisa infantil.
—Me moría de ganas de sumergirme en ti desde la primera vez que te vi. De hecho, no he dejado de excitarme cada vez que te he mirado. Estar a tu lado, sobre todo cada vez que levantabas tu linda naricilla al aire, ha sido una tortura. Pensé que podía darte una dosis de tu propia magia antes de aliviar mi dolor. —Su sonrisa, inequívocamente perdida, se suavizó—. Y en cuanto a esto… —Volvió a presionar con los dedos; Catriona jadeó y se balanceó—. Pienso torturarte un poco más todavía.
—¿Mucho más? —Clavó la mirada en él, horrorizada, e intentó adivinar lo que aún le tenía reservado.
La sonrisa de Richard se amplió.
—Cuando esté dentro de ti. Será lenta y prolongada, la tortura más adecuada para una bruja excitante como tú.
Catriona se limitó a guardar silencio ¿Qué había hecho? ¿Qué había desencadenado? Richard estaba soñando. Realmente estaba soñando… una realidad que se confundía con la fantasía. No sabía lo que hacía, no era consciente de que estaba asustándola, llevándola demasiado lejos. Ignoraba que ella era real.
Si no la satisfacía pronto, perdería el juicio. Deseaba que la poseyera de una vez por todas. Con rapidez. Catriona sentía la pasión por todo su cuerpo, tal y como Richard había predicho. Necesitaba ser saciada.
Deseaba a Richard… en ese momento, de inmediato, desde hacía diez minutos. Era su propia desesperación, y no la de él, la que le asustaba.
Pero Richard no lo sabía y ella no podía explicárselo. No quería suplicar, y un pánico inesperado estalló en su interior.
Debió de reflejarlo en el rostro, porque Richard frunció el entrecejo. Sus dedos se detuvieron y ladeó la cabeza un poco mientras la contemplaba. Parpadeó un par de veces e inquirió, confuso:
—¿Qué sucede?
Catriona abrió los labios pero no fue capaz de hablar. ¿Qué debía decir? ¿Qué debía admitir? Richard estaba aturdido, actuaba por instinto ¿Qué clase de instintos tenía un libertino?
Sus miradas se fundieron, Catriona se humedeció los labios, súbitamente consciente del enorme riesgo asumido. Algaria había intentado advertirla, pero no lo había comprendido. La situación escapaba a su control… y al de Richard.
Lo cual implicaba que se había puesto a merced de la verdadera alma del auténtico carácter de un libertino… sin saber lo que eso significaba.
Pero estaba a punto de averiguarlo.
Extendió las manos hacia Richard y susurró:
—Te deseo ahora.
No intentó ocultar la autenticidad de su pasión ni su vulnerabilidad. La única garantía de que saldría bien librada haciéndolo era la insistencia de la Señora en que Richard era el elegido. Con la confianza depositada en el juicio de la Señora, Catriona lo miró a los ojos y suplicó:
—Por favor.
No le vio moverse, sólo sintió que sus brazos la aferraban y la atraían.
—Shhh. —La apretó contra él, rozándole la cara con su pelo—. No quería asustarte. —Le acarició la espalda para tranquilizarla. Luego le asió el trasero y la atrajo contra su miembro erecto—. Demasiada imaginación. He estado fantaseando sobre ti tanto tiempo, sobre cómo reaccionarías, cómo disfrutarías… —Le levantó suavemente la cara con el hombro y la besó dulcemente, sintiendo el penetrante sabor de Catriona en los labios y la boca—. Te deseo de la peor de las maneras. —Sonrió y añadió—: De todas las maneras conocidas por el hombre. Quiero verte madurar para mí, totalmente entregada. Anhelo poseerte. Quiero sentir cómo tiemblas debajo de mí. Y quiero despertarme y encontrarte a mi lado… Quiero estar siempre abrazado a ti. —La besó en la boca con vehemencia—. Quiero cuidar de ti para siempre. —Levantó la cabeza y la miró a los ojos—. Quiero ser tu amante de todas las maneras, en todos los sentidos de la palabra… y de los hechos.
Atrapada en la mirada nublada y oscura de Richard, Catriona sólo pudo estremecerse. La había seducido por completo una vez más.
—Ven.
Fue ella la que le cogió la mano y se tumbó en la cama, separó las piernas y tendió los brazos hacia él.
Y Richard acudió… El invicto guerrero sin causa, desprovisto, gracias a la maquinación de Catriona, de su máscara, del escudo que levantaba contra el mundo. En aquellas circunstancias le había resultado imposible mentir. Deseaba amarla y conseguir que ella también lo amara. Deseaba que Catriona formara parte de su vida… y que él fuera parte de la suya. Catriona no había necesitado mayores poderes para leer la verdad. Estaba escrita en los ojos desvalidos de Richard, expresando con claridad sus sentimientos y sus deseos.
Así que le dio la bienvenida y lo rodeó con sus brazos mientras él la cubría. Separándole los muslos con un ligero empujón, Richard se situó entre ellos. Volvió la cabeza, se metió un endurecido pezón en la boca y succionó con fuerza. Catriona tembló y él presionó dentro de ella, dilatándola.
Catriona trató de relajarse. Richard deslizó el brazo entre sus cuerpos y volvió a acariciarla.
La sensación la atravesó como un rayo golpeándola en lo más profundo. Desbordó los muros de contención y desató las furias de la pleamar, una pasión líquida, lava caliente que, elevándose, recorrió el cuerpo de Catriona. Y se vio atrapada en la marea, barrida y volteada en el puro calor del momento. Sintió que Richard se retiraba, se levantaba con fuerza y la colmaba.
Lo sintió llegar hasta lo más profundo de su ser.
Lo recibió agradecida dentro de su cuerpo y en su corazón. Conocía el peligro y vio el abismo que se abría a sus pies, pero el deseo que animaba a Richard, la salvaje necesidad que lo colmaba, lo impulsó a embestirla una y otra vez. Catriona saltó al abismo sin pensárselo dos veces.
Se entregó a él, abriendo su cuerpo y sus sentidos. Lo besó y con una vulnerabilidad exquisita, extendida bajo aquella energía inflexible, inmovilizada por ella, atravesada por ella, lo animó a continuar.
Pero no podía haber previsto el verdadero carácter de Richard, que por encima de todo trató de complacerla y deleitarla.
De una forma salvaje y maravillosa.
Ambos se movían siguiendo el mismo ritmo. Él gozaba de su cuerpo; ella aprendió a utilizar el suyo para corresponderle. No era un maestro delicado, aunque no la obligaba a nada que no fuera placentero. Catriona levantó las rodillas y le asió las caderas, entregándose a su cariño.
De repente Richard cayó sobre ella sin previo aviso, perdiendo el mundo de vista.
Y la dejó flotando en un vacío de placer, sujetada sólo por el latido de su corazón.
Sólo fue capaz de sofocar el grito; ni siquiera estuvo segura de haberlo conseguido, aunque quizá tampoco le importara.
Richard la sintió fundirse bajo él, percibió la rendición definitiva de Catriona. Jadeando y gimiendo, empujó con vehemencia y cerró los ojos borrando de la mente la visión de Catriona, la resplandeciente melena enmarcando su éxtasis, la expresión de paz que bañaba su rostro.
Unas sacudidas de estremecimiento recorrieron su cuerpo y sintió que Catriona se aferraba a él.
Volvió a jadear y se rindió, siguiéndola al interior del vacío.
Más tarde, mucho más tarde, se situó junto a ella y la atrajo entre sus brazos. Catriona se volvió y se aferró a él, reconfortándolo. Richard no era capaz de entender por qué sentía tanto placer, tanta paz.
Entonces recordó. Sólo era un sueño.
Cerró los ojos con un leve suspiro y deseó que los sueños duraran eternamente.