—¡NO soy un inválido! —Richard contempló con asco el blando alimento sobre la bandeja que se balanceaba en sus muslos.
—Lo eres —declaró Catriona—. Y Cook ha preparado esto especialmente para ti, es una experta en fortalecer a la gente.
—No necesito fortalecerme. —Con expresión airada, Richard atizó la masa verdosa con el tenedor—. Necesito descansar, eso es todo.
—Creo que descubrirás que estás en un error.
Richard levantó la vista.
—¡Honoria! —Su cuñada entró con aire majestuoso, sin duda dispuesta a apoyar a Catriona. Richard dirigió la mirada hacia el umbral, y para su alivio vio la sombra que deseaba oscureciendo la puerta—. ¡Gracias a Dios! Llega el sentido común.
Diablo entró con aire despreocupado, enarcando las cejas.
—No tengo noticia de que jamás se me haya llamado «común» antes de ahora. —Sonrió con ganas—. Necesitas un afeitado.
—Eso no importa ahora. ¿Has visto lo que quieren darme de comer?
Diablo echó un vistazo.
—Mejor tú que yo, hermano mío.
—Tienes que salvarme. —Richard señaló la masa blanda—. No puedes abandonarme a esta suerte.
Diablo se irguió y miró al otro lado de la cama, hacia Catriona, que, cruzada de brazos, miraba con tozudez. Diablo observó la implacable expresión de su esposa y negó con la cabeza.
—Bueno, la verdad es que, en este caso, creo que habré de someterme a una autoridad superior.
Richard lo miró de hito en hito.
—Jamás has hecho eso.
—Sí, pero antes no estabas casado. —Rodeó la cama con aire indolente, cogió a Honoria por un brazo y se volvió hacia la puerta. Antes de salir, añadió—: Y yo tampoco. Volveré después del almuerzo.
Richard lanzó una mirada hostil hacia su hermano, miró de reojo a Catriona y acabó bajando la vista hacia la papilla del plato. Cogió una cucharada y comió. Después de tragar, miró a su esposa con cara de pocos amigos.
—Hago esto sólo por ti, ¿me oyes?
—Bien. —Al cabo de un instante, Catriona añadió—: Que no quede nada.
Richard obedeció. Por otro lado, la comida era mucho más sabrosa de lo que prometía su aspecto, y además tenía tanta hambre que se habría comido un caballo.
Diablo y Honoria volvieron después del almuerzo, cuando ya Richard había vaciado la bandeja y Catriona se la había retirado.
—Debo decir que verte con los ojos abiertos es un gran progreso. —Diablo se sentó a los pies de la cama—. Ya he velado bastantes veces tus sueños.
Richard sonrió abiertamente. Diablo era tres años mayor. De niños, habían compartido habitación, y su comentario evocaba las incalculables noches en que, asustado por la oscuridad, sólo conseguía dormirse porque sabía que Diablo estaba allí para protegerlo de monstruos imaginarios.
—Nos dejaste impresionados. —Honoria se inclinó y le besó la mejilla con barba de días—. Al menos, tuviste el buen sentido de casarte con una dama que podía salvarte.
Richard sonrió y aceptó el cumplido con elegancia. Durante la media hora siguiente intercambiaron noticias familiares, con una marcada tendencia hacia los incipientes talentos de un tal Sebastian Sylvester marqués de Earith y heredero de Diablo.
—Lo habríamos traído —aseguró Honoria—, pero no sabíamos cuál podría ser la situación aquí.
Eso dio pie a Richard para ponerlos al corriente. Lo hizo en términos elogiosos, incapaz de contener su satisfacción por lo feliz que se sentía en su nueva vida.
—Ahora que estáis aquí, podré enseñaros los alrededores.
—En cuanto se te dispense de tu confinamiento —puntualizó Diablo señalando la cama con la cabeza.
—Mañana —dijo Richard.
Diablo hizo una mueca.
—No te hagas ilusiones. Ayer, cuando te hicimos caminar, no parecías tener demasiadas fuerzas.
—¿Hacerme caminar…? —Richard negó con la cabeza—. Ni siquiera sabía que estuvierais aquí… —Con expresión ceñuda, miró a Diablo—. En realidad, creo que… ¿Fuiste tú quien me gritó que venía mamá?
Diablo sonrió maliciosamente.
—Estábamos probando a ver si respondías.
Richard se estremeció.
—Con tal que no sea verdad. —Miró a Diablo a los ojos—. No se lo diríais, ¿verdad?
Diablo arqueó las cejas de manera exagerada.
—¿A ti qué te parece?
Honoria se levantó y se sacudió la falda.
—Pues claro que le dejamos una nota.
Diablo volvió la cabeza bruscamente.
—¿Lo hicimos?
—Por supuesto. No podíamos marcharnos por las buenas, sin decirle algo a Helena, sin dejarle siquiera un mensaje. Después de todo, es su madre.
Richard gruñó y se dejó caer contra las almohadas.
Honoria volvió a mirarlo.
—Había salido con los Ashfordleighs. Al volver a Somersham y comprobar que Sebastian estaba solo con el servicio, se habría extrañado. Así que me limité a explicárselo y a decirle que no se preocupara.
Diablo puso los ojos en blanco.
—Honoria…
Un inesperado griterío procedente del exterior lo interrumpió. Al cabo de un momento oyeron en el patio el traqueteo de las ruedas de un carruaje y un intenso ruido de cascos.
Richard volvió a maldecir y Diablo torció el gesto.
Honoria los miró fijamente y susurró, horrorizada:
—No puede ser.
—Ya lo creo —le aseguró Diablo.
—Lo es —profetizó sombríamente Richard.
Y así fue. Una cabalgata de dos carruajes con escolta se detuvo en el patio.
Alarmada por el escándalo cuando atravesaba el vestíbulo delantero en busca de Richard, Catriona salió al porche a investigar.
La escena que se desarrollaba en el patio era desconcertante, como si un grupo de asistentes a una fiesta de Londres se hubiera perdido y hubiera aparecido en la mansión. Palafreneros, escoltas, mozos de cuadra y doncellas corrían de aquí para allá abriendo las puertas de las carrozas y bajando los escalones, tirando de las correas que aseguraban las bolsas y los baúles en las traseras y los techos de los carruajes. Un caballero alto, sumamente elegante, bajó del segundo carruaje, echó un vistazo al patio abarrotado y de inmediato se fijó en Catriona, para luego centrar su atención en la escena caótica organizada alrededor del primer carruaje. A pesar del color más claro de su pelo, castaño y no negro, Catriona tuvo la certeza de que el caballero era otro Cynster.
Asimismo, supo que la menuda dama de cabello negro canoso a la que el caballero ayudaba a bajar del primer carruaje era la duquesa viuda de St. Ivés, Helena, la madrastra de Richard. Con la briosa energía de un torbellino, la duquesa viuda hizo un ademán al elegante caballero hacia el carruaje de este, donde una segunda dama esperaba para bajar. Tras la duquesa viuda, dos jóvenes damas, cuyas capuchas bajadas revelaban unos abundantes rizos dorados, estaban saliendo alegremente y con gran alboroto del primer coche. La duquesa reclamó el brazo de uno de los mozos y se dirigió hacia el porche con la capa hinchándose alrededor.
Subió la escalinata principal con la fuerza de una carga militar.
—¡Querida!
Catriona sólo tuvo tiempo para prepararse. Lanzando los brazos al aire, la mujer la envolvió en un cálido abrazo.
—Ahora dime que está mejor… Está mejor, ¿no es así? ¡Pues claro que sí! ¡De lo contrario, no estarías aquí tan tranquila, dando la bienvenida a una vieja charlatana! —Con un intenso brillo en los ojos verdes la duquesa viuda volvió a abrazarla y la soltó, dio un paso atrás e inspeccionó a Catriona con evidente y astuta atención—. ¡Sí…! —La duquesa levantó la vista y la miró a los ojos—. Os irá muy bien, estoy segura. —Sonrió afablemente—. Y no le fallarás, siempre estarás ahí para él, ¿verdad? —Por un instante los ojos de aquella mujer siguieron analizando. Luego volvió a sonreír y, con una exuberancia típicamente francesa, besó a Catriona en ambas mejillas—. Bienvenida a la familia, querida.
Impresionada por el profundo amor que irradiaban los ojos de la duquesa, Catriona susurró:
—Gracias, mamá.
—Helena —puntualizó con firmeza la duquesa viuda—. Para las dos esposas de mis hijos soy Helena. Pero, dime, Diablo y Honoria ya han llegado, ¿verdad? ¿Y cómo está Richard? ¿Está comiendo? ¿Se ha levantado? ¿Ha…?
—Tía Helena, serás responsable de la extraña idea que la pobre Catriona se haga de la familia.
Catriona se volvió y contempló al elegante caballero, que llevaba a una grácil dama del brazo. Los dos sonrieron cariñosamente e hicieron una reverencia.
—Soy Vane Cynster, querida. Te aseguro que no todos parloteamos sin parar.
—No estoy parloteando sin parar —objetó Helena—. Sólo estoy ejerciendo el derecho de cualquier madre a informarse sobre la salud de su hijo.
—Pero no está al borde de la muerte, ¿verdad? —preguntó una de las dos beldades rubias, de pie detrás de la duquesa viuda.
—No puede ser. —La segunda joven miró a Catriona con sus enormes ojos azules—. Además, tú eres curandera, ¿no es así? Lo salvarías.
Aquellas palabras, acompañadas de un leve gesto de asentimiento, emocionaron de nuevo a Catriona.
La muchacha suspiró y rozó el brazo de la duquesa viuda.
—Helena, tal vez si entráramos… Tengo la impresión de que se acerca otra tormenta de nieve.
Catriona retrocedió e hizo un gesto a la duquesa de que entrara. Cuando esta atravesó el umbral con aire majestuoso, la grácil dama tocó el brazo de Catriona y la miró a los ojos con una sonrisa.
—Soy Patience, querida. Acabo de casarme con Vane, otro de los réprobos de la familia. Y estas son Amanda y Amelia, y… —Se interrumpió para respirar y mirarla a los ojos—. Bueno, más tarde te explicaré cómo sucedió todo.
Siguieron a la duquesa al interior. La escena en el vestíbulo no tardó en alcanzar el mismo nivel de caos que había prevalecido en el patio. Cajas y baúles eran transportados adentro y apilados en las esquinas bajo la adusta dirección de Henderson. La señora Broom miraba con el mismo asombro que embargaba a Catriona. Con ojos desorbitados, la pobre ama de llaves se esforzó en asimilar las instrucciones que recibía, luego salió a toda prisa llamando a las doncellas y a los lacayos para que abrieran y ventilaran las habitaciones de los huéspedes recién llegados.
La algarabía que se formó en el vestíbulo no se parecía a nada que hubiera conocido la mansión. Mientras las dos jóvenes damas comprobaban qué sombrerera era la de cada cuál y dónde se había metido el chal de la duquesa, Vane y los dos cocheros discutían seriamente con Irons sobre dónde estabular los inesperados caballos. Por su parte, la duquesa viuda había descubierto a McArdle y se estaba interesando por sus agarrotadas extremidades como si lo conociera de toda la vida… y él le respondía como si realmente fuera así. Doncellas y lacayos frenéticos se paraban ora aquí, ora allá, a preguntar, tras lo cual salían corriendo a cumplir con sus cometidos.
Catriona, atónita junto a las puertas de entrada, no se perdía detalle de nada y se dejaba llevar por todo. El ruido, el bullicio, el enorme pozo de energía que manaba en su vestíbulo… Se hallaba ante una fuerza de un poder inmenso. Estaba allí, en los rápidos y precisos movimientos de la mujer viuda, en la posición de su cabeza mientras se inclinaba para oír mejor las respuestas de McArdle; allí, en las escuetas indicaciones que profería Vane Cynster, en la elegancia innata, evocadora de una fuerza aprovechada, con la que se movía. Estaba allí, en fin, en el brillo que iluminaba las caras de las jóvenes y que infundía en sus cuerpos una tensión airosa que recordaba a unos cervatillos a punto de salir huyendo.
Patience se detuvo a su lado y observó el vestíbulo.
—Han llegado los Cynster. ¿Es necesario decir algo más? —Sin dejar de sonreír, se volvió hacia Catriona—. Debo disculparnos por caer sobre ti de esta manera, pero como ibas a tener que vértelas con Helena pasara lo que pasase, es probable que sea mejor para ti que el resto estemos aquí para ayudarte.
El evidente afecto en su tono y en sus ojos cuando estos se volvieron hacia la duquesa viuda despojó su comentario de cualquier crítica implícita.
—Tal vez —murmuró Catriona— sería mejor que la llevara a ver a Richard.
Patience asintió con la cabeza.
—Hazlo. Eso hará que su mente se serene. No te preocupes por el resto de nosotros. —Sonrió y añadió—: Si no te importa, hablaré directamente con tu ama de llaves si surge algún problema. Supongo que ya debes de estar bastante ocupada.
Catriona le devolvió la sonrisa.
—Por favor, hazlo. —Dirigiendo la mirada hacia la duquesa viuda, respiró hondo e ironizó—: Es posible que esté bastante ocupada durante un rato.
Sin más, se introdujo audazmente en la refriega y acabó al lado de la duquesa.
—Helena, si lo deseas, te llevaré a ver a Richard. Estoy segura de que estará impaciente por verte.
La mujer la observó con cierto recelo.
—No, no, ma petite… Soy yo quien está impaciente por verlo. Él… no es más que un hombre. —Hizo un gesto despectivo—. No entiende de estas cosas.
Mientras aceptaba el brazo que le ofrecía Helena, Catriona vio dos cabezas rubias que se alzaban.
—¡Amelia! ¡Amanda!
Las dos cabezas se volvieron. Patience les hizo señas. Suspirando, echaron un último vistazo y se alejaron.
—Vane, puedes ver a Richard más tarde. Primero quiero que consigas organizar nuestras habitaciones.
Con la mirada en los peldaños, Catriona sonrió y condujo a la duquesa viuda al piso de arriba para ver a su segundo hijo.
Richard se sentía atrapado, abandonado a su suerte por Diablo y Honoria, que lo habían dejado solo para enfrentarse a su madrastra. Cuando se abrió la puerta y las hojas giraron sobre sus goznes, pensó en gemir y en fingir que estaba más enfermo, pero entonces entrevió el ardiente halo de su esposa y cambió de opinión.
Sólo Dios y la Señora de Catriona sabían adónde podía llevarlo aquello.
—¡Richard! —Helena, a quien siempre había llamado maman, se acercó majestuosamente hasta él.
Richard le devolvió el abrazo con una sonrisa tranquilizadora, pero cuando entrevió las lágrimas en los ojos de su madrasta, se le pusieron los pelos de punta. Para su alivio, Helena parpadeó con rapidez y las lágrima desaparecieron. Entonces esbozó una sonrisa radiante y exclamó:
—¡Bon, ya estás muy recuperado, por lo que veo!
Para su sorpresa, en lugar de apoderarse de él, de su cama y su cuarto de inmediato, se contentó con apropiarse de su mano y lanzar una mirada inquisitiva hacia Catriona, que se hallaba a los pies de la cama.
Catriona inclinó la cabeza.
—Está mucho mejor. Estuvo inconsciente cinco días, pero con la ayuda de Diablo, conseguimos hacerlo caminar para que eliminara antes el veneno.
—Ese veneno… —Helena inclinó la cabeza sin dejar de mirar a Catriona—. ¿Cómo se le administró?
Catriona miró a Richard.
—En el café de la mañana.
—Y la persona que lo puso allí… ¿volverá a intentarlo?
—No. —Catriona le sostuvo la mirada a Richard—. La envenenadora ya no está en la mansión ni en el valle.
—¡Ah! —Helena asintió sabiamente con la cabeza—. Han corrido a ponerse a salvo… —Miró a Richard y le apretó la mano—. Sé que irás tras ellos, pero no hasta que estés recuperado del todo, hein?
—Mañana estaré completamente bien. —Richard intentó atraer la mirada de Catriona, pero no lo consiguió. Estaba mirando a Helena.
—Tú lo sabrás mejor que nadie, claro —dijo su madrastra—, pero la rapidez con que se recupere dependerá del veneno, ¿no?
—Por supuesto. —Catriona volvió a mirar a Richard y le informó—: Se te administró árnica y es probable que también beleño. Pero es el árnica el que tiene unos efectos más duraderos. Debilita los músculos y librarse de sus efectos lleva más tiempo de lo que uno cree. Por lo general, llevaría semanas recuperarse completamente de la cantidad que debió de suministrarte.
—¿Semanas? —Richard le clavó la mirada horrorizado.
Catriona sonrió con tranquilidad.
—En tu caso, ya que tienes una complexión fuerte y… enérgica, si sigues en la cama y comes lo que Cook te envía hasta que puedas levantarte y caminar solo, tal vez estés en condiciones de abandonar esta habitación dentro de una semana.
—Eh, bien… Tu esposa ha hablado. Ella es la curandera y has de hacer caso. —Helena metió la mano bajo las sábanas, lo tapó y le palmeó el brazo—. Te pondrás bueno y te recuperarás enseguida para que no me preocupe, ¿verdad?
Richard la miró fijamente y luego a Catriona, percibiendo el brillo beligerante de sus ojos.
Con un prolongado gemido de dolor, se hundió en las almohadas. Estaba rodeado… por la caballería, la infantería y la artillería. Era inútil resistirse.
—¡Maldita sea!, ¿no podías haberla detenido? —Malhumorado, Richard miró con falsa acritud a Vane.
Este se limitó a hacer una mueca.
—¿Yo y cuántos más? —En una esquina de la cama, con la espalda apoyada en el poste, Vane arqueó una ceja con resignación—. Sabes de sobra cómo es.
—Hmmm.
—Y si hubieras visto lo que nos encontramos cuando llegamos a Somersham, me agradecerías que consiguiera que la señora Hull y Webster se quedaran. —Vane miró a Diablo, que se hallaba al otro lado de la cama—. De hecho, estoy seguro de que el único motivo por el que aceptaron quedarse en Somersham fue que allí estaba Sebastian.
Richard meneó la cabeza. Su expresión reflejaba el horror que sentía.
—Lo que no logro entender es qué estáis haciendo todos aquí.
—Volvíamos —dijo Vane en clara alusión a él y a Patience— de visitar a los Beuclaires en Norwich y habíamos pensado en detenernos para comunicarles a Diablo y a Honoria nuestras novedades.
Diablo arqueó las cejas e inquirió:
—¿Qué novedades?
—La inminente prolongación de nuestra familia.
—¿De verdad? —Diablo sonrió abiertamente y le dio un golpetazo en el hombro—. ¡Excelente! Otro compañero de juegos para Sebastian.
Tanto Richard, que con una sonrisa radiante le estaba estrechando la mano a Vane, como el propio Vane se interrumpieron y se volvieron para mirar a Diablo fijamente.
—¿Otro? —preguntó Vane.
Diablo sonrió con picardía mientras se apoyaba en el poste de la cama.
—Bueno, no creeríais que iba a quedarme sólo en uno, ¿verdad?
No lo habían creído, pero…
—¿Para cuándo? —preguntó Richard.
Diablo se encogió de hombros con indiferencia.
—Para algún momento del verano.
Richard dudó y se recostó de nuevo.
—Me parece que nuestras respectivas madres y tías van a volverse locas. No hay nada que les guste más que un par de bebés. —O tres, estuvo a punto de decir, pero de momento prefirió ocultarlo y miró a Vane—. Bueno, ¿qué estaba pasando en Somersham cuando llegasteis?
—Llegamos a media mañana, una hora después de que Helena y las gemelas, a quienes había estado haciendo de carabina, volvieran de ver a los Ashfordleighs. Ni siquiera tuvimos tiempo de quitarnos los abrigos. Tu madre había leído la nota de Honoria, y ya antes de que llegáramos no había quien la detuviese. Nada podía evitar que corriera a tu lado… a tu lecho de muerte, según sus propias palabras. Como siempre, fue imposible discutir con ella y, claro está, yo no podía permitir que se lanzara a través de la nieve con la única compañía de las gemelas. En fin… —Hizo un gesto—. Puedes imaginarte el panorama. La señora Hull en las escaleras, con Sebastian en brazos, asegurando que estabas a las puertas de la muerte. Webster, casi retorciéndose las manos, haciendo inútiles sugerencias sobre la mejor manera de llegar a las Lowlands. Las gemelas soltando exclamaciones de dolor e intentando no acordarse de la muerte de Tolly. Y tu madre, en el centro del escenario, jurando que atravesaría los ventisqueros aunque fuera a gatas para llegar a tu lado a tiempo. A tiempo de qué, es algo que no le pregunté.
»En pocas palabras: no las detuve porque no pude. La ofensiva del norte había adquirido tanto ímpetu cuando llegamos, que desviarla estaba más allá de mis pobres aptitudes.
Richard hizo una mueca de comprensión exasperada.
—Al ¿menos no podías haber dejado a las gemelas atrás?
Vane lo observó con severidad.
—¿Últimamente has intentado enderezar a las gemelas… solo o en Compañía?
Richard le guiñó un ojo.
—Pero si sólo son unas crías.
—Eso es lo que no dejo de repetirles. Sin embargo, parece que tienen otra idea.
—Entiendo. —Richard se arrellanó en su prisión—. Bueno, aquí no podrán probar sus alas. Esto es más tranquilo que un convento.
Una hora después, Catriona presidía la cena más ruidosa que pudiera recordar. No es que se levantara la voz por encima del tono exigido para una conversación educada, sino que la inusitada inyección de ingenio, curiosidad y elegancia propia de los Cynster había desatado un sinfín de conversaciones, tanto en la mesa principal, a la que se sentaban los huéspedes, como en el resto de las mesas de la sala, ocupadas por el personal de la casa.
Todo el mundo charlaba animadamente.
No obstante, el exceso de ruido no le provocaba dolor de cabeza. En cierto indefinible aspecto, era reconfortante. Había calidez en las risas, en el interés y en la atención, en aquel cariño sincero que se manifestaba de forma tan abierta. Los Cynster habían llevado al valle un elemento humano que, en cierta medida, se había perdido. Catriona no estaba muy segura de qué se trataba, pero…
En su habitual papel de cabeza de la casa, no quitaba ojo a los platos, asegurándose de que las necesidades de sus invitados fueran satisfechas. Todo discurría con naturalidad. De hecho, a pesar de aquella llegada totalmente inesperada, no se había suscitado ningún problema serio.
En aquel momento, posando su mirada en la duquesa viuda, Catriona sonrió para sus adentros. Todo había ido bien porque nada se atrevía a ir mal, al menos delante de la duquesa y de Honoria. Patience tenía una personalidad menos fuerte, al menos superficialmente, pero también podía ser autoritaria cuando quería. Esa mañana, había llamado al orden de manera harto efectiva tanto a las gemelas como a su marido.
Las matriarcas eficaces y vehementes no encajaban en su primitiva consideración de cómo debían ser las esposas Cynster. Al recordar lo que había dado pábulo a aquella visión tan meridianamente inexacta, esperó a que Honoria, sentada a su lado, quedara libre y entonces la miró a los ojos.
—Conozco —murmuró, inclinándose hacia Honoria y bajando la voz— las circunstancias esenciales del nacimiento de Richard. Lo que no acabo de entender es cómo se produjo su aceptación en la familia. —Miró fugazmente hacia la duquesa viuda.
Honoria esbozó una amplia sonrisa.
—Es difícil de comprender, a menos que uno conozca antes a Helena. Entonces… todo es posible. —También bajó la voz—. Diablo me ha contado que cuando Richard fue abandonado en la puerta ducal siendo un bebé escandaloso de pocos meses, al oír el jaleo, y antes de que el padre de Diablo tuviera ocasión de ocultar el asunto, Helena simple y llanamente le quitó a Richard de las manos. —Se detuvo y miró con afecto hacia la duquesa viuda—. Verás, a Helena le encantan los niños, pero después de conseguir a Diablo ya no pudo tener más hijos propios. Lo que más deseaba era tener otro… Sobre todo, varón. Así que, cuando llegó Richard, decidió con su inimitable estilo que era obra de la providencia y lo reconoció como propio. Su baza fue que para entonces ya estaba bien establecida como la duquesa del padre de Diablo, toda una autoridad dentro de la alta sociedad. Así pues, nadie tuvo agallas para decirle que mentía… ¿Para qué? Helena podía destruir socialmente a la mayoría de la gente con sólo levantar una ceja.
—Me sorprende que el padre de Diablo fuera tan… condescendiente.
—¿Condescendiente? Por lo que sé, dudo de que se le pudiera aplicar ese término. Pero amaba a Helena de verdad. El accidente que desembocó en el nacimiento de Richard obedeció más bien a su deseo de consolar a una dama que al hecho de ser infiel de manera deliberada. Así que transigió con Helena, la amaba lo suficiente para consentirle lo único que le pidió a cambio: le permitió reconocer a Richard y criarlo como propio, algo que sin duda proporcionó a Helena un inmenso y duradero placer.
Honoria volvió a mirar a la duquesa viuda con afecto. Catriona hizo lo propio.
—Así pues —concluyó Honoria—, el nacimiento de Richard ha sido un secreto a voces durante treinta años, y la verdad es que jamás le ha importado a nadie. Él es simplemente Richard Cynster, el hermano de Diablo, y si la familia lo aprueba, ¿quién va a discutirlo?
Catriona intercambió una mirada con Honoria, sonrió y le tocó el brazo.
—Gracias por contármelo.
Honoria le devolvió la sonrisa y miró en derredor, alertada por el ronco estruendo de la voz de su esposo. Lo llamó al orden de inmediato, rompiendo una lanza en favor de las gemelas. Al parecer, el cabeza de familia estaba descontento con el aspecto de las niñas, aunque se negó a aclarar de qué se trataba.
Catriona sofocó una sonrisa. Era evidente que las mujeres Cynster no eran unos simples números, bonitos trofeos para ser mostrados en los brazos de sus maridos. Con tres más en la habitación, no pudo evitar llegar a la conclusión de que, por alguna inescrutable motivación masculina, los varones Cynster compartían una honda atracción por las mujeres fuertes.
Además, pese a que ocasionalmente lo negaran, no lo habrían querido de otra manera. La verdad era que sentían un verdadero placer en mimar a sus esposas. Para comprobarlo, bastaba con fijarse en los ojos de Diablo mientras miraba a Honoria o en los de Vane cuando contemplaba a Patience.
E incluso en los de Richard cuando la miraba a ella.
Aquella idea la emocionó. La razón de los hombres Cynster para consentir tanto a sus mujeres anidaba en sus ojos: tal vez las mimaran mucho, pero sin duda también las amaban mucho.
Y, al igual que Diablo amaba a Honoria, y Vane a Patience, Richard la amaba a ella.
Era así de sencillo.
Sintiendo los pulmones repentinamente resecos, Catriona respiró con dificultad. Apenas oía el flujo de ruido y conversaciones que la envolvía. Su mirada se hizo introspectiva.
Richard había cumplido su promesa de mantenerse a la sombra de ella, de honrar y consentir su posición como señora del valle, lo cual, en un hombre como él, en un guerrero, era una enorme concesión. Catriona se había dado cuenta desde el principio, consciente de que sin esa concesión su matrimonio jamás funcionaría, jamás sería el éxito que ambos necesitaban que fuera.
Y Richard había hecho aquella concesión porque la amaba.
La súbita claridad, la absoluta certeza que llenó su mente fue deslumbrante, impresionante.
Había comprendido que él la necesitaba, que Richard sabía que su sitio estaba allí, en el lugar señalado al lado de ella. Pero hasta ese estremecedor instante, Catriona no se había dado cuenta de que también la amaba.
Al mirar a Diablo, lo vio sonreír y acariciar con un dedo la mejilla de Honoria antes de volverse hacia Vane con la mano cerrada sobre la de su esposa, que la tenía apoyada encima de la mesa. Vane estaba repantigado en la silla, una mano en la espalda de Patience mientras sus dedos jugueteaban inconscientemente con los rizos de la joven dama.
Sólo a través de aquella luz en sus ojos, y quizá (si Catriona tuviera alguna experiencia por la que juzgar), su fuerza en la cama, mostraba Richard el amor que sentía por ella. Era reservado, lo había sabido antes de conocerlo. En público siempre llevaba una máscara. No mostraba su amor abiertamente, como hacían los otros con tanta naturalidad, al parecer casi sin pensar. En su lugar, Catriona tenía que prestar atención a las acciones de Richard y a los motivos que ocultaban para ver qué fuerza lo impulsaba.
Tal vez debería haberlo advertido antes, pero Richard revelaba sus secretos a regañadientes. No obstante, tal y como había mencionado Honoria, los Cynster no estaban ciegos, aunque a veces fingieran que sí. En este sentido, Richard se había mostrado muy seguro de que la quería como su causa.
Se volvió para hablar con las gemelas y, guardándose el reciente descubrimiento en el corazón, lo extrajo de vez en cuando durante la cena para reflexionar, para contemplar. Una y otra vez, observó aquel sentimiento especial que fluía sin ambages entre Diablo y Honoria, entre Vane y Patience… y lo quiso para sí.
En qué medida podría provocarlo, dar a Richard la confianza necesaria para mostrar su amor sin disimulo, convenciéndolo de que ella se lo devolvería con creces, era algo que todavía tenía que decidir.
No obstante se juró que de alguna forma lo conseguiría.
Así pues, consciente de que gracias a la Señora tenía tiempo de sobra para convencer a Richard, se puso a charlar animadamente con las gemelas.
A la mañana siguiente Richard intentaba disimular su inquietud tumbado en la cama. Estar allí tendido sin hacer nada constituía el menor de sus pasatiempos favoritos, pero en ese momento era cuanto podía hacer. Nada.
Por lo menos había conseguido convencer a su esposa de que durmiera a su lado de nuevo (al parecer, había estado haciéndolo en el dormitorio contiguo desde su envenenamiento para no molestarlo). Había dejado muy claro que ahora que había recuperado los sentidos, no tenerla a su lado era un motivo de perturbación aún mayor. Había ganado aquel asalto, pero ningún otro.
Era inútil discutir, no podía levantarse por sí mismo y, mucho menos, caminar. En uno de los pocos momentos en que lo habían dejado solo, lo había intentado a escondidas. Por fortuna, había caído de espaldas sobre la cama y no en el suelo. Sus músculos no sólo estaban débiles, sino que, tal y como le había advertido la bruja de su esposa, seguían hallándose bajo los efectos del veneno. Hasta mantener los ojos abiertos le suponía un esfuerzo.
Maldiciendo en su fuero interno a la que lo había envenado, mantuvo la compostura y escuchó las noticias que le daba Vane sobre las amistades comunes. Con su habitual e instintiva comprensión de las cosas, Diablo se había abstenido de insistir en preguntar quién le había envenenado, esperando a que estuviera lo bastante recuperado para hacerlo. Aunque Richard y Catriona no habían hablado del asunto más allá del intercambio de palabras delante de Helena, Richard le había asegurado a Diablo con total confianza que la responsable ya no era una amenaza y que, en cuanto estuviera recuperado del todo, él y Catriona se ocuparían del asunto.
Diablo lo había aceptado. Richard sabía que podía confiar en su hermano para sofocar cualquier interés mayor por el asunto. Sin duda era una situación que él y su brujesca esposa debían tratar a solas… pero aún no.
Reprimió un bostezo y sonrió ante la descripción que le hacía Vane de una carrera celebrada en Beuclaire Hall. Luego dejó que su mirada vagara más allá de su primo, hasta Catriona que, sentada en el asiento empotrado de la ventana, zurcía afanosamente mientras la luz del sol que entraba a raudales convertía su pelo en una hoguera esplendorosa.
Al menos, la vista la tenía bien, se dijo.
Al cabo de cinco minutos, alguien llamó enérgicamente a la puerta. Una figura alta, ancha de hombros y de inefable elegancia entró con aire despreocupado.
Su mirada se posó en Catriona. Esbozando una sonrisa que tanto Richard como Vane conocían bien, el caballero avanzó hasta Catriona y le hizo una majestuosa reverencia.
—Gabriel Cynster, querida —se presentó.
Catriona tendió la mano de manera instintiva. Gabriel la cogió y, levantando a Catriona sin esfuerzo, la abrazó y la besó. Alzó la cabeza y le sonrió con picardía.
—Soy primo de Richard.
—Otro más —comentó Vane con sequedad.
Tras soltar a Catriona con suavidad y sin dejar de sonreír, Gabriel se volvió hacia la cama y arqueó una ceja.
—¿Tú también estás aquí? De haberlo sabido, no habría medio matado a mi caballo para llegar.
Catriona parpadeó y cogió la aguja, atenta al retablo que tenía lugar junto a la cama.
—¿Cómo diablos te enteraste? —preguntó Richard—. No me dirás que lo sabe ya toda la alta sociedad.
Tras detenerse junto a la cama, Gabriel bajó la mirada hacia Richard.
—Bueno, es evidente que sigues vivo… Mamá debe de haberse hecho un lío. No dejaba de insistir en que te encontraría a las puertas de la muerte. —Se sentó en el borde la cama con elegancia—. En cuanto a si las noticias están corriendo por ahí, no podría asegurarlo, pero no me extrañaría. Mamá me escribió una serie de órdenes formuladas en unos términos que desaconsejaban la desobediencia y me despachó al norte a toda velocidad. Me encontraba en una reunión muy selecta en un pabellón de caza de Leicestershire. Cómo demonios supo dónde encontrarme es algo en lo que realmente prefiero no pensar.
Vane expresó su desconfianza con una exclamación, mientras que Richard sonrió con aire somnoliento.
Gabriel meneó la cabeza y dijo:
—Es triste que uno ni siquiera pueda escaparse a una selecta orgía, si supuestamente secreta, sin que le mande llamar su madre… con voz firme.
Richard y Vane rieron entre dientes. Gabriel enarcó las cejas con resignación.
Catriona sacudió la prenda remendada y empezó a doblarla.
—A buen seguro que escribiré a lady Celia para agradecerle su preocupación.
La repentina interrupción sorprendió al trío de la cama.
—Y ahora —añadió Catriona—, Richard necesita descansar.
Los tres hombres intercambiaron miradas de complicidad. Catriona se levantó y sonrió a Vane y a Gabriel.
—Si tienen la bondad, caballeros.
Hizo un gesto hacia la puerta. Sin discutir y sonriendo forzadamente, abandonaron la estancia. Catriona se acercó a la cama con decisión y arropó a Richard, que quiso mostrar su enojo frunciendo el entrecejo, aunque estaba realmente cansado.
—Ven y túmbate aquí conmigo. —Intentó agarrarla, pero no fue lo bastante rápido.
Catriona se apartó y le señaló amenazadoramente con un dedo. Entonces se lo pensó mejor y sonrió. La sonrisa le suavizó la expresión e hizo que el corazón de Richard latiera con fuerza. Una sonrisa que habría sellado su destino si, de alguna manera, Richard hubiera sido capaz de ello.
—Más adelante —dijo Catriona—. Cuando vuelvas a estar bien.
La cálida mirada y la promesa de su esposa suavizaron la irritación de Richard. Catriona corrió las cortinas y lo dejó solo. Poco a poco, Richard se hundió en una onírica y muy selecta orgía limitada a sólo dos personas.
A la mañana siguiente sintió que ya había tenido bastante. Mientras descansaba en la cama, sintió que recuperaba las fuerzas, aunque incluso levantar los brazos le suponía un gran esfuerzo. No podía hacerle el amor a su esposa, no podía levantarse de la cama.
Era insostenible, necesitaba hacer ambas cosas.
A tal fin convenció a Diablo —en el pasado su habitual compañero de fechorías y en ese momento presente allí para hacerle compañía mientras sus mujeres tomaban el aire en el parque— de que lo ayudara a levantarse.
—Con que tan sólo consiga que mis piernas funcionen como deben…
Diablo le ayudó a equilibrar su peso cuando se levantó de la cama hundiéndole un hombro debajo del brazo.
—Probemos a ir hasta la chimenea y volver. Tenemos que evitar la ventana, podrían volver la vista y vernos.
Richard se apoyó en el hombro de Diablo y se dispuso a dar el primer paso…
La puerta se abrió.
—Está lloviznando… —La duquesa viuda, que se había adelantado a sus nueras, se detuvo y contempló a sus hijos con acritud, sorprendidos en flagrante acto de desobediencia—. ¿Qué es esto?
Los dos se sonrojaron. El énfasis en las palabras de Helena les advirtió de que realmente estaba enojada.
—Habría jurado que erais lo bastante mayorcitos para tener sentido común —les espetó.
—¿Sentido común? —Con el vivo reflejo del escepticismo en su expresión, Honoria se acercó a la duquesa viuda. De inmediato, Diablo dejó caer a Richard sobre la cama y se irguió. Honoria se dirigió hacia él, le miró fijamente a los ojos y le cogió de la mano—. Venga, creo que has sido relevado de tus obligaciones aquí. Para siempre. —Y con aquellas palabras, se vio arrastrado hacia la puerta.
Diablo se volvió para mirar a Richard y se encogió de hombros con impotencia.
Richard gimió de desesperación sobre las almohadas mientras dos de las mujeres más importantes de su vida se abatían sobre él.
Sermonearon, alborotaron y volvieron a sermonear mientras le arropaban con ternura. Richard lo soportó con estoicismo. Con una última mirada, severa y preocupada por igual, Catriona tuvo que marcharse.
Helena acercó un sillón, cogió la prenda zurcida de Catriona y se acomodó para vigilar a Richard.
—Prometo que no volveré a intentarlo… hasta que mi esposa me de permiso —aseguró Richard, desvalido.
—Calla y duerme.
El tono seco de Helena le informó de que no le había perdonado su falta de sensatez.
Richard reprimió un gruñido. Al cabo, dijo:
—Nunca te preocupas por Diablo.
—Eso es porque jamás ha necesitado que se preocupen por él. Tú sí… Ahora, calla y duerme. Y deja que me preocupe.
Intimado, Richard obedeció y, para su sorpresa, fue adormilándose poco a poco. Antes de sucumbir del todo, preguntó:
—¿Qué te parece Catriona?
—Que es la esposa perfecta para ti. Me sustituirá muy bien en lo de preocuparse.
Richard sintió que sus labios se torcían en un gesto de resignación. Siguiendo el consejo de Helena, se calló y durmió.
Despertó al cabo de unas horas para descubrir a las gemelas, una sentada en el borde de una silla de respaldo recto a su izquierda y la otra en otra silla a su derecha, velándolo con los ojos azules muy abiertos.
Las observó asombrado.
—¿Qué demonios estáis haciendo aquí?
Sonrieron.
—Te vigilamos.
Richard se ruborizó. Volvió a mirarlas, advirtiendo las agradables formas que les llenaban los corpiños, las esbeltas figuras que dejaban ver las faldas de muselina… y se ruborizó aún más.
—Vuestros escotes son demasiado atrevidos. Vais a coger una pulmonía.
Las dos le lanzaron idénticas miradas de asco.
—Eres tan malo como Diablo.
—Y como Vane.
—Casi tan malo como Demonio, no ha dejado de seguirnos a todas partes.
—¿Qué pasa con vosotras?
Contrariado, Richard soltó un bufido y cerró los ojos.
—Estamos en las Lowlands —afirmó de forma evidente—. Aquí hace más frío. —Se preguntó si Catriona tendría algunos chales de sobra que las gemelas pudieran echarse sobre los hombros y abrocharse en el cuello.
De todos modos, estaban allí, con él, Diablo, Vane y Gabriel, y no merodeando en el sur, exhibiéndose como corderos rollizos ante sabe Dios cuántos lobos hambrientos y con Helena como única protección.
Sin abrir los ojos, se acurrucó aún más en la cama. Después de todo, quizás hubiera algo de sentido en aquella locura.