A la mañana siguiente Catriona bajó tarde a desayunar, pero no tanto como había sido su costumbre en los últimos tiempos. Aunque las exigencias matutinas de Richard no habían disminuido en lo más mínimo, se sentía menos agotada, menos exhausta por satisfacerlas. Quizá se estuviera acostumbrando a despertar de aquella manera.
En cualquier caso, mientras bajaba por las escaleras con pie airoso y el corazón ligero, desbordaba energía. Entró en el refectorio sonriendo, radiante, a todos los que estaban a la vista. En la mesa principal de la tarima, Richard miraba su plato. Con el corazón fortalecido por una oleada de dicha al verlo, Catriona rodeó la mesa y se dirigió a su sitio junto a él.
Richard sintió la presencia de Catriona e intentó volverse hacia ella, levantar la cabeza y mirarla.
Catriona aminoró el paso. Horrorizada, se percató del mal aspecto y la palidez de Richard.
Encorvado, con la pesadez de los párpados ocultándole los ojos azules, Richard realizó el heroico esfuerzo de levantar un brazo hacia ella.
Y se desplomó de la silla.
Con un alarido de dolor, Catriona se lanzó de rodillas junto a él. De inmediato resonaron los gritos y las exclamaciones; las sillas chirriaron cuando todo el mundo se levantó. Catriona le buscó frenéticamente el pulso en el cuello y comprobó que era muy débil.
Worboys, abriéndose paso, se arrodilló junto a Richard.
—¡Señor!
El dolor de su voz resonó en el corazón de Catriona.
—Aún vive.
La sensación de un pánico desconocido para Catriona le oprimía el pecho. Con la respiración entrecortada, cogió la cara de Richard entre sus manos y con los pulgares le levantó los párpados.
Vio lo suficiente para confirmar sus peores temores: había sido envenenado, y al parecer se trataba de un veneno muy poderoso.
Sintió cómo Richard reunía fuerzas. Parpadeó y la miró fijamente, enfocando la mirada con sumo esfuerzo. Luego, con un esfuerzo aún mayor, se volvió hacia Worboys.
—Trae a Diablo. —Se pasó la lengua por los labios—. ¡De inmediato!
—Sí, señor. Pero…
Worboys se interrumpió cuando Richard, visiblemente debilitado, volvió la cabeza hasta mirar a Catriona de nuevo. Con los dientes apretados, alzó una mano y extendió los dedos hacia ella, hacia su cara…
Un espasmo le contrajo las facciones, exhaló un jadeo ahogado y cerró los ojos.
Estaba inconsciente.
Sólo el lento latido del corazón bajo la mano de Catriona evitó el llanto desgarrado de esta. Otros sí lloraron, creyendo lo peor. Catriona impuso silencio de inmediato.
—Aún vive. ¡Rápido, un poco de vino! Tendré que llevarlo a la cama.
Catriona sabía que la primera noche no iba a ser la peor. La vida de Richard pendía de un hilo, que se deshilachaba sin cesar. Sólo la presencia de Catriona en el momento en que el veneno había actuado por primera vez le había salvado. Si hubiera llegado cinco minutos más tarde, habría sido demasiado tarde.
De hecho, aun entonces quizá fuera demasiado tarde.
Catriona respiró hondo, se abrazó a sí misma y siguió deambulando lentamente frente a la cama. Delante del fuego estaría más caliente, pero no se atrevía a alejarse. Necesitaba estar cerca para actuar con rapidez llegado el momento. Todavía no había llegado, pero no tardaría…
Fuera, el viento aullaba y gemía, y Catriona tuvo que esforzarse para no imitarlo. Hasta ese momento había hecho cuanto podía.
Antes de dejar que lo movieran, le hizo beber dos vasos de vino ligero. A lo largo de todo el día y durante la noche, con paciencia y esfuerzo le había hecho ingerir diversos líquidos. Agua de ajos, agua de miel y ponche de leche de cabra y semillas de mostaza. Todos, remedios convencionales. Sus esfuerzos habían servido para mantenerlo vivo hasta ese momento, pero era sólo el principio de la batalla.
En esa ocasión su destino yacía de pleno en el regazo de la Señora.
Así que rezó, paseó y esperó… la llegada de la inevitable crisis.
Intentó no pensar en las demás crisis que aguardaban, las que habría que afrontar cuando Richard recuperase la conciencia o incluso antes.
La idea de que su esposo creyera que ella había vuelto a drogarlo, esta vez con peores intenciones, le dolía más allá de lo imaginable, pero era incapaz de interpretar de otro modo los movimientos y las palabras de Richard en los instantes previos a la pérdida de conocimiento. La había mirado de forma tan extraña e intensa antes de ordenar a Worboys que fuera a buscar a su hermano… Luego había intentado señalarla.
Catriona ignoraba si el dolor que le había atravesado el rostro se debía al veneno o al sufrimiento por su supuesta traición.
Exhaló un hondo suspiro y apretó los labios con fuerza, apartándose las faldas con energía para seguir andando. No iba a dejar que la demencia pasajera de Richard la hundiera. No iba a perder el tiempo ni a desperdiciar sus energías en sentirse herida o insultada, ni siquiera iba a permitirse llorar.
No iba a consentirlo. Si no estaba alerta y pletórica de fuerzas, el ingenuo de su marido podía morir.
Quizá moriría en cualquier caso.
Desechó aquella idea y se reiteró en su decisión sobre la mejor manera de tratar el desvarío mental de su marido. En cuanto recuperara la conciencia, se limitaría a exigirle que cumpliera su promesa y le obligaría a hablar con ella. Sí, ambos hablarían hasta aclarar el asunto. Sin duda era un disparate imaginar que ella lo había envenenado. De hecho, nadie más en la casa, incluyendo a Worboys, lo creía.
Pero sólo Richard sabía que en el pasado ella lo había drogado. Tal vez en aquel momento vertiginoso en el que la droga luchaba por privarle de sus sentidos, Richard había recordado aquel suceso, llegando a conclusiones precipitadas.
Podía perdonarle, pero no estaba dispuesta a dejar que el aturdimiento de Richard provocado por el veneno levantara un muro entre ellos.
Hablaría hasta que el muro se derrumbara.
Sin embargo, en su camino se levantaba un obstáculo, quizá muy poderoso. Al menos, Catriona imaginaba al hermano de Richard grande y poderoso, alguien acostumbrado a que cumplieran sus órdenes.
Catriona se volvió bruscamente y se dirigió a la cama sólo para cambiar de escena, de perspectiva.
Ya no estaba segura de haber hecho lo correcto al animar a Worboys a ejecutar la orden de Richard de mandar llamar a su hermano el duque. Al principio había creído que, como no tenía nada que esconder, no había razón para no afrontar el interrogatorio. Por desgracia, no había pensado las cosas con detenimiento y no se había planteado lo que ocurriría si el hermano de Richard —un hombre conocido por todos como Diablo, y sin duda una poderosa fuente de autoridad— insistía en apartarlo de sus cuidados, si decretaba que Richard, todavía inconsciente, estaría mejor atendido en Londres.
¿Podría ella negarse? ¿Sería capaz de hacerlo?
Si lo alejaban de su lado antes de que pudiera asegurase que Richard comprendía que ella no lo había envenenado, ¿tendría después la oportunidad de sacarlo del error?, ¿volvería a ella si creía, por alguna retorcida razón, que Catriona estaba detrás del envenenamiento?
Mientras caminaba, no paraba de darle vueltas a la idea. Y no llegó a ninguna parte. De hecho, no podía concentrarse en aquella cuestión, demasiado abrumada por la aún más lacerante perspectiva de que la privaran de cuidar a Richard.
Además, en ese caso su vida corría peligro.
Y dudaba que fuera capaz de explicarle aquello a su hermano o a cualquiera no familiarizado con los métodos de la Señora.
Se detuvo, suspiró y tendió la mano hacia la muñeca de Richard. El pulso seguía siendo constante, aunque bastante débil. Revisó mentalmente su tratamiento una vez más, buscando alguna otra opción no probada. Había hecho todo cuanto podía; sin saber con certeza el veneno exacto del que se trataba no podía arriesgarse a hacer más.
Sabía, por supuesto, quién lo había envenenado, pero la culpable ya no estaba en la mansión ni en el valle para que ella la interrogara. Todo parecía indicar que Algaria había puesto el veneno, al que sólo ella y Catriona tenían acceso, en la taza de Richard. Luego había partido de inmediato a su casita en el campo, algo que hacía de vez en cuando pero nunca sin decírselo primero a Catriona.
El hecho de que Algaria no hubiera esperado para evaluar el efecto del veneno, sugería que no había tenido ninguna duda acerca de su efectividad. Reprimiendo un escalofrío, Catriona reanudó el incesante paseo y consideró tres posibles venenos: la cicuta, el beleño y el árnica. Todos eran mortales, pero este último era el más difícil de tratar. Sin embargo, no podía pasar por alto la posibilidad de que hubiera utilizado una mezcla, por lo que había tenido que combinar remedios para los tres.
Sabía que no sería suficiente.
Y esa era la razón de que estuviera allí, junto a la cama, incesantemente, cada minuto hasta que despertara. Hasta que supiera que estaba a salvo. Debía estar allí para amarrarlo a este mundo si era necesario, por si el contacto de Richard con el mismo, se debilitaba en exceso. Nunca antes había hecho nada igual, pero conocía la región de la mente llamada «tierra de nadie», un lugar donde la vida dejaba de tener sentido, el umbral entre el mundo real y el otro.
Había estado en aquel umbral una vez, la noche siguiente a la muerte de sus padres. Su madre se había acercado a ella en sueños. Del estado onírico a «la tierra de nadie» apenas había un paso. Al morir en los brazos del hombre que la había amado profundamente y al que había correspondido, su madre no tenía un motivo real para quedarse: se había retrasado sólo para despedirse.
Así que conocía el camino a aquella región, y sabía que era frío, barrido por helados remolinos de niebla, y que también era peligroso, pues carecía de realidad a la que pudieran aferrarse los sentidos humanos. Cualquiera que entrara en él tenía que confiar en sus otros sentidos, y sus vínculos con cualquiera que estuviera en aquel vacío sólo servirían si había una conexión poderosa entre las dos almas; como la de una madre y su hija, o un marido y una mujer unidos por el amor.
Si esa conexión no estaba presente, entonces, al intentar alcanzar a Richard y mantenerlo en la vida, se arriesgaría a perderlo.
No le importaba. Si Richard moría, la vida no merecería la pena vivirse, pero en cualquier caso ella tendría que vivir sin él. La sola idea la hizo erguirse y fortaleció su determinación. No lo perdería. Tenía fe suficiente para los dos: fe en que él la necesitaba tanto como ella lo amaba.
La primera prueba llegó con las primeras guardias de la mañana, cuando la respiración de Richard se debilitó y entró en lo gríseo. De rodillas al lado de la cama, Catriona respiró hondo y cerró los ojos con fuerza. Con una mano cerrada alrededor de los colgantes gemelos que pendían entre sus senos y con la otra sujetando la mano de Richard, lo siguió al vacío allende el mundo.
Richard estaba allí, aunque ciego y débil, indefenso como un gatito recién nacido. Catriona lo abrazó con dulzura y lo condujo a casa.
Durante los días siguientes y las sucesivas noches, Catriona luchó a su lado entrando una y otra vez en aquella nada gris para guiarlo de vuelta, para darle su fuerza, su vida, para que pudiera seguir vivo.
El esfuerzo la agotó. Habría necesitado que Algaria estuviera a su lado, pero aquello no iba a ocurrir. En torno a ella, la mansión permanecía callada, en silencio, aunque era consciente de una tranquilizadora y constante corriente de apoyo, de oraciones y buenos deseos por la salud de Richard y la suya. Sin él, la vida continuaba, pero era como si su apartamiento del mundo de los habitantes de la casa hubiera sumido en estado de hibernación la fortalecida sensación de vida que les había aportado.
La señora Broom y McArdle subían de comer y de beber a Catriona; Worboys, sorprendentemente servicial, estaba en alerta constante. Sabía que el estado de su señor era grave aunque, tras los primeros momentos de debilidad, había conservado la más incondicional de las certezas de que Richard no tardaría en despertar con una salud de hierro.
«Son invencibles… Todos», le había asegurado cuando Catriona le hizo un comentario sobre su inquebrantable confianza. Y había seguido relatándole los éxitos de los Cynster en Waterloo.
Eso le proporcionó consuelo y cierta esperanza, por lo cual le estaba agradecida.
Pero sólo ella conocía las dañinas fuerzas que se habían desatado contra él, el potente veneno que se le había administrado. Y sólo ella podía cuidarlo y mantenerlo sujeto al mundo de los vivos.
Catriona se despertó a la tercera mañana desde que comenzara el suplicio con un sobresalto terrible.
Se había quedado dormida de rodillas al lado de la cama, los brazos estirados sobre Richard. Se irguió bruscamente dando un respingo.
Con el corazón desbocado, miró la cara de Richard de hito en hito.
Estaba pálido, pero aún había color. Catriona suspiró después de comprobar que el pecho de Richard se elevaba ligeramente y volvía a caer.
Inmensamente aliviada, volvió a relajarse sobre sus rodillas. Richard no se había alejado de ella mientras dormía.
Agradeciéndoselo a la Señora, se puso de pie con gran dificultad, haciendo una mueca de dolor cuando sus acalambrados músculos protestaron. Se acercó cojeando a una silla cercana y se dejó caer en ella, sin retirar la vista de Richard ni un instante.
El veneno seguía haciendo presa en él, y Catriona debía continuar sirviéndole de ancla.
Suspiró, se levantó y se acercó al llamador. Tendría que compartir las guardias con otros, otros en los que pudiera confiar y depositar su fe en que la avisasen cuando Richard empezara a alejarse de nuevo.
No podía arriesgarse a quedarse dormida y dejarlo sin vigilar de nuevo.
Gracias a la amabilidad de la señora Broom y de Cook, esa noche durmió de un tirón hasta la mañana siguiente, que trajo un desafío que Catriona había tenido la esperanza de no tener que afrontar al menos durante unos días más.
—¿Cómo demonios han llegado tan pronto? —De pie junto a McArdle en los escalones delanteros, contempló el enorme carruaje de viaje negro tirado por seis potentes caballos que se acercaba por el parque. No tuvo necesidad de ver la divisa grabada en oro sobre las puertas del coche para adivinar quiénes eran los recién llegados.
—Han debido de viajar toda la noche. De lo contrario, sería imposible que estuvieran aquí ahora. —El tono áspero de McArdle contenía un atisbo de aprobación—. Debe de estar fuertemente unido a su hermano.
Esa fue la desagradable conclusión de Catriona. Tratar con el hermano de Richard empezaba a perfilarse como una batalla, y Catriona no sabía si tendría fuerzas para imponerse. Reprimiendo el impulso de aferrar sus colgantes, reunió hasta el último y debilitado atisbo de fuerza, levantó la barbilla y se dispuso a conocer a su cuñado.
Sin embargo, primero conoció a su cuñada. En cuanto se detuvo el carruaje, una figura alta y poderosa bajó del vehículo. Mirando alrededor con frialdad, se volvió para ayudar a bajar a una dama. El hombre tuvo que levantarla en vilo cuando se hizo evidente que no estaba dispuesta a esperar a que bajaran los escalones.
En cuanto sus pies se posaron en el adoquinado, avanzó majestuosamente con la mirada fija en Catriona. La dama iba austera pero elegantemente vestida con una cálida capa de lana cubriendo un vestido de viaje marrón oscuro; de su sencillo moño escapaban algunos mechones castaños. Era más alta que Catriona. Sus rasgos delicados mostraban en ese momento una expresión evasiva. Su mirada era directa y firme, parecía una dama acostumbrada a mandar. Catriona se preparó cuando la mujer bajó la vista y se levantó el dobladillo para salvar los escalones.
Al llegar arriba, dejó caer la falda y miró a Catriona directamente a los ojos.
—Pobrecita mía.
De pronto Catriona se encontró envuelta en un perfumado abrazo.
—¡Qué horror! Tienes que dejar que te ayudemos en lo que podamos.
Una vez liberada, Catriona intentó que la cabeza dejara de darle vueltas.
—¿Este es tu administrador? —La dama, con toda seguridad Honoria, duquesa de St. Ivés, sonrió a McArdle con amabilidad.
—Sí —logró contestar Catriona—. McArdle.
—Es un placer, excelencia.
McArdle intentó doblar su artrítica columna en una reverencia a la altura exigida. Honoria le puso la mano en el brazo.
—Ah, no, no se moleste. Después de todo, somos de la familia.
McArdle le dedicó una mirada llena de agradecimiento.
—Si no te importa, querida…
El tono grave y de sorda resignación hizo que la duquesa se volviera.
—Sí, por supuesto, querido… —Miró a Catriona e hizo un gesto hacia la presencia que la había seguido escaleras arriba—. Sylvester… Diablo para todos nosotros.
Con la tranquilidad como escudo, Catriona se volvió con una sonrisa de bienvenida en los labios… y tuvo que reprimir el impulso de retroceder. Estaba acostumbrada a la imponente presencia de Richard, pero Diablo aún era peor… unos cinco centímetros peor.
Catriona parpadeó hacia el severo rostro, muy parecido al de Richard. Lo miró a los ojos, de un verde translúcido que no se parecía al azul ardiente de Richard. La severidad de los marcados rasgos de Diablo se relajó. Cuando sonrió, Catriona vio que aumentaba el parecido: en la disposición de los labios, en aquel brillo nada fiable de los ojos. Era bastante evidente que Richard y él se parecían en muchos aspectos. Volvió a pestañear.
—Yo…
A pesar de la sobriedad de Diablo, su sonrisa conservaba un atisbo del diablo que debía de ser.
—Es un placer conocerte, querida. Creí que Richard debía de estar mintiendo, pero no es así. —Con una elegancia natural, le cogió la mano y le besó la yema de los dedos. Luego, tras acercar sigilosamente su otro brazo a los hombros de Catriona, inclinó la cabeza y le rozó la mejilla con un beso tan casto como extrañamente tranquilizador—. Bienvenida a la familia.
Catriona no pudo evitar mirarle a los ojos.
—Gracias. —Parpadeó y miró a Honoria, que estaba esperando atraer su atención.
—No permitas que eso te preocupe… Son todos así.
Le hizo un gesto imperioso a su marido de que retrocediera, cogió del brazo a Catriona y se volvió hacia la puerta.
—Es evidente que mi irresponsable cuñado sigue vivo, o no nos habrías recibido con tanta tranquilidad.
—Así es. —Al encontrarse de nuevo en el vestíbulo, Catriona presentó rápidamente a Henderson y a la señora Broom. Aprovechó el momento en que sus apabullantes parientes se despojaban de sus abrigos para fortalecer su habitual serenidad—. La señora Broom os ha preparado una habitación. Me temo que encontraréis que la casa no es a lo que estáis acostumbrados. Es bastante más pequeña, por supuesto, y nosotros somos mucho menos formales.
—Ah, bueno. —Entregando los guantes a la señora Broom, Honoria alzó la mirada y sonrió—. Me temo que los Cynster no somos muy formalistas en familia. En cuanto a esto… —Con un elegante ademán de la manó señaló la casa que los rodeaba—. En fin, aún no estando acostumbrados, no debes olvidar que apenas hace un año yo era una humilde gobernanta.
—¿Que tú eras…? —masculló Catriona.
Honoria contempló la expresión de sorpresa de Catriona.
—¿No te lo ha dicho Richard? —Meneó la cabeza y la cogió del brazo. Ambas se volvieron hacia la escalera—. Típico de un hombre, jamás te cuentan las cosas importantes. Veo que soy yo quien tendrá que ponerte al corriente.
Catriona oyó a sus espaldas la voz de Diablo, que las seguía con aire despreocupado:
—¿Humilde gobernanta? ¿Humilde? Tú no has sido humilde en tu vida.
A pesar de sus tribulaciones, los labios de Catriona esbozaron una sonrisa. No pudo evitar mirar de reojo a Honoria, que hizo un ademán desdén.
—No le hagas caso; es el peor de todos.
Se detuvieron a escasos centímetros de las escaleras. Recuperando la calma, Catriona soltó a Honoria y se volvió para mirarlos a ambos.
—Como ya os ha informado Worboys, Richard fue envenenado. No sé con qué exactamente, pero he estado aplicándole un tratamiento genérico y… —Le tembló la voz, se interrumpió y tomó aire. Al levantar la barbilla, clavó la mirada en los verdes ojos de Diablo—. Quiero que sepáis que no he tenido nada que ver con eso. Yo no envenené a Richard.
Los dos la observaron con una expresión perdida, las miradas rebosantes de aguda inteligencia. Entonces, cuando Catriona estaba a punto de romper el silencio, Diablo le cogió la mano y se la palmeó.
—No te preocupes… Estamos aquí para ayudar. Es evidente que estás muy cansada.
—¿Has estado cuidándolo todo el tiempo tú sola?
El tono de la pregunta de Honoria exigía una respuesta.
—Bueno… Hasta ayer.
—¡Hummm! Menos mal que casi hemos reventado a los caballos para llegar aquí. Con un miembro de la familia en el lecho del dolor ya es suficiente. —Cogiendo el brazo de Catriona de nuevo, Honoria se precipitó hacia las escaleras—. Ahora, muéstranos dónde está y luego nos dices qué necesitas que hagamos.
Impulsada escaleras arriba por una fuerza arrolladora, Catriona fue incapaz de detener el torbellino de su mente. Había esperado algo muy distinto, al menos cierto grado de sospecha. En cambio, todo cuanto recibió de sus nuevos parientes fue una cálida oleada de simpatía y apoyo. Los condujo hasta el dormitorio del torreón, donde Richard yacía inmóvil.
A los pies de la cama, la mirada fija en la cara de su marido, esperó a que Honoria y Diablo saludaran a Worboys, que se había quedado junto a su señor. Luego se les unió y, flanqueada por ambos, contemplaron a Richard.
—Sigue respirando sin dificultad y el pulso es regular, pero no ha recuperado el conocimiento desde que se desmayó.
Catriona percibió el cansancio de su voz y, una vez más, sintió la mano de Diablo sobre las suyas. El duque le apretó los dedos con dulzura, de manera reconfortante. Sintió la mirada compasiva de Honoria en el rostro y el intercambio de miradas por encima de su cabeza.
—Me quedaré con él durante las próximas horas. —Diablo le soltó la mano.
—Quizá —dijo Honoria— podrías mostrarme nuestra habitación.
La verdad es que no quería abandonar a Richard, pero Catriona miró a Diablo y dijo:
—Si la respiración empezara a hacerse más lenta o débil, prométeme que me llamarás de inmediato. Es importante. —Sin dejar de mirarle, agregó—: Es posible que tuviera que… —Se interrumpió con un gesto vago.
Diablo asintió con la cabeza y miró hacia la cama.
—Enviaré a Worboys o a cualquier otro al más leve indicio. —Esbozó una leve sonrisa—. Pero si no ha muerto ya, entonces lo más probable es que no muera. —Dirigió la mirada hacia Honoria—. Hay mucha gente que podría decirte que los Cynster tienen mucha suerte en la vida. Volvió a mirar a Catriona para tranquilizarla.
—¡Ya lo creo! Te aseguro —dijo Honoria, apartando a Catriona de la cama con dulzura— que apenas hay razón para preocuparse por ellos, aunque por supuesto lo hagamos. —La condujo hacia la puerta—. Ahora, ven y muéstrame dónde puedo asearme. He estado más horas en ese carruaje de las que me gustaría contar.
Diez minutos después, hundida en un sillón de la habitación que la señora Broom había preparado para la pareja ducal, Catriona supo que, lejos de tener que cuidar a sus huéspedes, eran estos los que la cuidaban. Estaba demasiado cansada para oponer resistencia, y ellos lo hacían muy bien, de forma muy natural. Así pues, pudo detenerse un momento, pensar, sencillamente ser de nuevo ella misma. Necesitaba descansar, así que dejó que la fluida e ininterrumpida descripción que le hacía Honoria de su viaje al norte fluyera sobre ella mientras esperaba a que su huésped terminara las abluciones.
Luego, tal y como había esperado, Honoria se sentó con elegancia en el sillón que estaba a su lado, se inclinó hacia delante y le cogió una mano.
—Ahora, dime… ¿por qué supusiste que habíamos imaginado que tenías algo que ver con el envenenamiento de Richard?
Mirando fijamente a Honoria, Catriona dudó, suspiró y cerró los ojos.
—Me estaba curando en salud, ¿sabes? —Abrió los ojos y miró de nuevo a Honoria—. Verás, es posible que Richard crea que lo envenené yo. Tal vez sea eso lo que diga cuando despierte. Me estaba preparando, intentando convenceros de que está equivocado.
,—Bueno, es evidente que lo está, pero ¿por qué habría de pensar semejante cosa?
Catriona hizo una mueca.
—Posiblemente, porque ya le drogué una vez.
—¿Eso hiciste? —Honoria la miró con más interés que desconcierto—. ¿Por qué? ¿Y cómo?
Catriona se ruborizó. Intentó divagar, contestar con evasivas, evitar las preguntas, pero descubrió lo despiadada que podía llegar a ser su excelencia de St. Ivés. Honoria le arrancó las respuestas y, desplomándose sobre el respaldo del sillón, la miró sobrecogida.
—Eres muy valiente —afirmó por fin—. No conozco a muchas mujeres que se atrevieran a administrar un afrodisíaco a un Cynster… y luego acostarse con él.
Catriona enarcó las cejas con resignación.
—Échale la culpa a una ingenuidad aplastante.
Lejos de reprenderla, Honoria le lanzó una mirada llena de admiración.
—¿Sabes? Es una historia buenísima, pero me temo que tendrás que mantenerla en familia; esto es, en la parte femenina de la misma.
Consciente a esas alturas de que, estando casada con el duque desde hacía más de un año, su excelencia de St. Ivés no era nada impresionable, Catriona se tomó el comentario con una ecuanimidad que, una hora antes, la habría asombrado.
—Sin embargo, volviendo a tus temores acerca de lo que pueda pensar Richard cuando despierte, la verdad es que creo que lo estás subestimando. —Ladeó la cabeza y miró más allá de Catriona con aire pensativo—. No suele comportarse como un idiota. Y sin duda no está ciego; ninguno de los Cynster lo está, aunque a veces intenten fingir que sí. —Miró a Catriona y preguntó—: ¿Tienes algún motivo para pensar que cree que estás involucrada o se trata, si me permites, de una mera inquietud por tu parte?
Catriona suspiró.
—Creo que no —respondió, y le explicó lo que Richard había estado haciendo antes de perder el conocimiento.
—Hmm. —Honoria arrugó la nariz—. Quizás estés equivocada… Es más que posible que tuviera alguna razón, de esas que suelen tener los varones Cynster, para que enviara a buscar a Diablo con tanta urgencia. Y lo mismo digo en cuanto a la forma de mirarte. Sin embargo —afirmó poniendo las manos sobre las rodillas—, eso no va a ninguna parte. Si se despierta con una idea tan estúpida en la cabeza, puedes estar segura de que rectificará de inmediato.
Honoria se levantó y se sacudió la falda. Catriona la imitó con aire bastante más cansino.
—Tal vez no me escuche.
—A mí sí que me escuchará. —Honoria la miró a los ojos con una amplia sonrisa—. Lo hacen todos, ¿entiendes? Es una de las ventajas de estar casada con Diablo. Como es el cabeza de familia, siempre existe la posibilidad de que yo tenga la última palabra.
A pesar suyo, y por segunda vez en el día, los labios de Catriona temblaron. Honoria lo vio y sonrió.
—Y ahora, si también me concedes el honor de escucharme, la verdad es que creo que debes descansar. Diablo, Worboys y yo cuidaremos de Richard. Tienes que recuperar fuerzas por si necesita tus habilidades de curandera.
Catriona la miró fijamente y comprendió que tenía razón. Respiró hondo y sintió que, por primera vez desde que Richard perdiera el conocimiento, estaba un poco más tranquila. Tendiendo una mano hacia la de Honoria, se la estrechó con dulzura, parpadeó con rapidez y asintió con un gesto.
—Muy bien.
Sonriendo, Honoria la besó en la mejilla.
—Si te necesitamos, te avisaremos.
Catriona durmió profundamente toda la tarde. Despertó preocupada pero más decidida a arrastrar a su debilitado esposo de vuelta a este mundo, al legítimo puesto que le correspondía al lado de ella.
—Lleva inconsciente demasiado tiempo —declaró paseando una vez más junto a la cama sin apartar la mirada de la cara de Richard—. Tenemos que hacer algo para despertarlo.
—¿Qué? —se limitó a preguntar Diablo.
Catriona estaba a punto de admitir que no lo sabía cuando la detuvo el leve temblor de un párpado. Al cabo de un momento, se abalanzó hacia la cama.
—¿Richard?
Otro temblor definitivo. Estaba intentando responder, pero no podía levantar los párpados. Diablo le puso una mano en el brazo cuando Catriona iba a hablar de nuevo.
—Richard —dijo Diablo en tono amenazador—, ¡que viene mamá!
La reacción de Richard fue más visible. Desesperado, intentó abrir los ojos, pero no pudo. El ceño arrugó su frente y, poco a poco, fue relajándose a medida que volvía paulatinamente a la conciencia.
—¡Podemos hacerlo caminar! —Catriona apartó la colcha enardecida de nuevo—. Si es capaz de responder, obligarle a utilizar los músculos servirá para eliminar el veneno de su organismo.
Diablo la ayudó a ponerlo de pie, pero Richard seguía siendo incapaz de sostener su propio peso. Mientras Diablo no pudiera mantenerlo erguido, sería imposible hacerlo caminar. Cuando Catriona intentó deslizarse bajo el otro brazo de Richard y ayudar, Diablo le tiró del pelo.
—¡No! —exclamó mirándola con acritud—. Llama a Henderson.
Desesperada, Catriona salió corriendo del cuarto.
Henderson llegó enseguida. Entre él y Diablo lo sujetaron por los brazos y empezaron a hacerlo caminar. Al principio, arrastró los pies, tambaleándose. Lo hicieron caminar diez minutos, descansaron y lo intentaron de nuevo. Obtuvieron una mínima respuesta de Richard. Animados, siguieron caminando, descansando y empezando de nuevo.
Al advertir el temblor de los párpados de Richard cuando hablaba Henderson, Catriona lo instó a realizar un esfuerzo mayor. Pero al cabo de un rato, se limitó a menear la cabeza con irritación, colaborando cada vez menos.
—Ya es suficiente. —Diablo condujo su carga hasta la cama—. Cenemos. Luego lo intentaremos de nuevo.
Y así lo hicieron, con una respuesta mayor pero con una colaboración aún menor. Richard quería que lo dejaran en paz. No lo dijo, pero su intención era bastante clara. Cada vez se hacía más difícil de dirigir, farfullando improperios de lo más divertidos contra sus torturadores.
Pero caminó… adelante y atrás, controlando cada vez más sus extremidades. Cuando, casi exhausto, Diablo pidió un descanso y dejó que Richard cayera de espadas sobre la cama, este había recuperado el suficiente control muscular para avanzar a tientas hacia las almohadas y acurrucarse.
Sonriendo por primera vez en cinco días, Catriona levantó las mantas y lo arropó.
Al incorporarse, Diablo le puso fraternalmente el brazo sobre los hombres y la apretó con cariño.
—Si es capaz de recordar todos esos juramentos en francés, entonces es que volverá pronto con nosotros.
Catriona sonrió, cogió la mano de Diablo y se la apretó.
—Gracias.
Diablo también sonrió y le dio un beso en la mejilla.
—No tienes por qué. Él también me pertenece, ¿sabes? —Y con ese enigmático comentario, la condujo hasta la puerta—. Honoria ya está dormida. Dijo que haría la guardia de madrugada. Ahora me quedaré aquí y la despertaré cuando le toque. Si duermes un poco, podrás relevarla por la mañana.
Catriona dudó.
—¿Estás seguro…?
—Segurísimo. —Diablo sujetó la puerta y le hizo un elegante gesto de que pasara—. Te veré por la mañana.
Volvió muy temprano. Cuando Catriona entró en la habitación del torreón para relevar a Honoria, no se encontró con ella sino con Diablo, que bostezaba sobre un solitario de naipes desplegado sobre la colcha al lado de Richard, que seguía inconsciente.
Catriona miró a Diablo fijamente.
—¿Qué le ha pasado a Honoria?
Diablo levantó la cabeza y miró con ojos de miope hacia el reloj de la chimenea.
—¡Dios mío! ¿Es esa hora? —Esbozó una amplia sonrisa llena de encanto aunque innegablemente cansada—. Parece que olvidé llamar a mi querida esposa. No importa. —Se levantó y se estiró—. Iré y la despertaré ahora. —Miró a Richard—. El tiempo vuela cuando uno lo está pasando bien, aunque nunca ha sido un gran conversador.
Con una última y cansada sonrisa, se marchó.
Catriona meneó la cabeza con resignación y arrastró el sofá junto a la cama, donde pudiera ver la cara de Richard. Le había crecido la barba, ocultándole las demacradas mejillas. Tumbado casi boca abajo sobre la cama, con el pelo cayéndole sobre la frente y los brazos extendidos, tenía bastante mala pinta.
Catriona sonrió y se acercó el costurero. Después de desayunar volverían a hacerlo caminar, llamaría a Worboys para que la relevara e iría a buscar a Henderson y a Irons. Con su ayuda, quizás ese día pudiera conseguir que Richard se deshiciera de los prolongados efectos del árnica.
Levantó la vista hacia él, escuchó su respiración, constante y regular, tan familiar como la suya propia. Mucho más tranquila, cogió la aguja y se puso a zurcir.
Catriona zurcía con la cabeza gacha en el sillón situado junto a la cama cuando Richard consiguió por fin levantar los párpados. Sencillamente no entendía por qué le pesaban tanto, hasta que al fin, obedeciendo a su voluntad, se habían abierto.
La visión de la brujesca esposa junto a él resultó innegablemente placentera; se empapó de ella, la dejó que disipara los últimos restos del pánico que le había atenazado cuando vagaba sin rumbo por el frío gris y se preguntaba si moriría. No había querido morir, pero había sentido tanto frío, tanta debilidad que había temido no ser capaz de aferrarse a la vida.
Entonces Catriona había llegado, deslizándole la cálida mano en la suya y guiándole de vuelta desde el frío gris hasta la cálida oscuridad del lecho común. Ella tampoco había querido que muriese. No lo había soltado, lo había ayudado a aferrarse, a quedarse. Lo había ayudado a vivir.
Seguía allí, con ella. Al fijarse un poco más, confirmó que estaba en la cama de ambos y que la luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas. Respiró hondo y volvió a contemplar el bienamado rostro de Catriona. Entonces reparó en las manchas oscuras de sus ojos. Ella bostezó, levantó una mano para ahogar el bostezo, parpadeó abriendo mucho los ojos y volvió a enfocarlos sobre el zurcido.
Richard frunció el entrecejo. Su esposa la bruja estaba innegablemente pálida, innegablemente demacrada. Lo cierto era que no parecía encontrarse nada bien.
Su ceño se intensificó.
De pronto Catriona levantó la mirada. Sobresaltada, lo primero que vio fue el azul de los ojos de Richard. Su corazón latió de alegría sólo para debilitarse un segundo más tarde. El ceño de Richard era atroz. Y la miraba a ella. Richard abrió los labios, pero ella alzó la mano para aplacarlo.
—¡No! Deja que hable yo primero. No importa lo que pienses, yo no te envenené.
Richard parpadeó, pero su ceño regresó. Volvió a abrir los labios…
—Sé que quizás has llegado a esa conclusión, y entiendo los motivos, pero estás equivocado. Es ridículo imaginar que después de todo lo que has hecho por mí y por el valle, de todo lo que ha pasado entre nosotros, de repente cambiara mis sentimientos y te envenenara. Si de verdad crees que…
—No lo creo.
Catriona parpadeó y descubrió que Richard ya no la miraba con acritud, sino que parecía fulminarla.
—¡Pues claro que no creo que me hayas envenenado! —aseguró—: ¿Con qué absurda idea has estado torturándote?
Al no obtener respuesta, exclamó:
—¡Había oído que a las embarazadas les da por pensar tonterías, pero esta se lleva la palma! —La miró fijamente—. ¿Es eso lo que te preocupaba tanto? ¿Creías que soy lo bastante idiota para pensar que fuiste tú?
Aturdida y cansada, Catriona asintió con la cabeza, provocando el enojo de su marido.
—Qué idea tan absurda…
—¿Por qué enviaste a buscar a tu hermano entonces?
—¡Para que estuviera aquí a fin de protegerte si no iba a poder hacerlo yo, por supuesto! ¡Dios…!
Sin dejar de maldecir, se inclinó hacia delante, le agarró la mano y tiró de ella hacia la cama. Alfileres, aguja y zurcido cayeron al suelo. Catriona jadeó al aterrizar sobre la colcha.
Antes de que pudiera reaccionar, Richard le cogió la cara entre las manos y la contempló con detenimiento.
—Estás demacrada.
—Eras tú el envenenado… —Intentó liberarse, ponerse de pie, pero aun en su estado de debilidad, Richard la sujetó sin dificultad.
—Aclararemos eso después. Es evidente que no has dormido lo suficiente. Se supone que las mujeres embarazadas duermen más, creía que lo sabías. Tienes empleados y ayudantes por todas partes… —Se interrumpió y la miró a los ojos—. ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
—Cinco días —le informó Catriona.
—¿Cinco días? —Por fin su expresión se suavizó y observó los labios de Catriona—. No me extraña que esté hambriento.
Catriona supo con exactitud a qué se refería. Abrió los labios, pero no consiguió articular palabra alguna.
Richard la besó con dulzura, tiernamente, pero enseguida su actitud fue más allá. Catriona sintió que la colcha se deslizaba alrededor, que las almohadas se movían. Sintió la mano de Richard al subir por su pierna y llegar a la liga para acariciar la suave piel que había encima. Richard se inclinó sobre ella, hundiéndola en la blandura del colchón. Catriona se aferró al momento, lo saboreó con fugacidad y le dio un puñetazo en el hombro. Fuerte.
Richard se movió ligeramente y ella consiguió liberar los labios y jadear.
—¡Richard! ¡Todavía no estás recuperado!
Levantó la cabeza y la miró, como si lo que acababa de decir fuera del todo imposible. Entonces dudó, soltó un gruñido haciendo una mueca, cerró los ojos y se separó de ella rodando sobre un costado.
—Por desgracia, y por más que me duela admitirlo, creo que tal vez tengas razón.
—Pues claro que sí —Catriona se incorporó sobre un codo y lo cubrió con las mantas—. ¡Has estado literalmente a las puertas de la muerte…! Durante cinco días. Uno no abre simplemente los ojos y vuelve sin más a la vida.
Richard trató de sonreír con escepticismo, haciendo caso omiso del rubor y la exclamación de disconformidad de Catriona.
—Quédate aquí y descansa. —Catriona se dispuso a alejarse, a bajar de la cama, pero el brazo que la rodeaba no cedió. Lo miró a la cara.
—Me quedaré aquí —dijo Richard con voz queda—, siempre que te quedes conmigo. —Catriona puso ceño—. También tú necesitas descansar. —Tirando de ella hacia abajo, de nuevo entre sus brazos, le colocó la cabeza sobre su hombro y la besó en la frente—. Sólo déjame abrazarte mientras duermes.
Y la abrazó. Sumida en un alivio reconfortante, emocionada porque el último pensamiento consciente de Richard y el primero de ese momento habían sido para ella, arrullada en sus brazos, ahora que estaba sano y salvo a su lado, Catriona se durmió.