Epílogo
LA PERSISTENCIA DE LOS MITOS FRANQUISTAS.
Mario Amorós A 75 años del fin de la Guerra Civil, a casi cuatro décadas de la muerte del dictador, ¿le sorprende la pervivencia de la mitología franquista en una parte importante de la población española?
Ángel Viñas: No del todo. Una parte de la sociedad no ha ajustado las cuentas con su pasado. Esos mitos, que fueron la historia oficial durante cuarenta años, son familiares a una parte de la población. Por ejemplo, aún hoy leo las memorias de algunos destacados prohombres del franquismo, o del PP, que siguen sosteniendo que la República estaba condenada a caer en manos de la Unión Soviética. ¡Todavía hoy!
Y para no pocos españoles el franquismo no fue un régimen de oprobio, que trituró las libertades fundamentales y los derechos humanos, que se asentó en la victoria sobre el Gobierno legítimo y que construyó su sistema de dominio sobre la base de una represión y un terror sin paralelismos en la historia de España y de la mayor parte de los países europeos occidentales. Fue, para ellos, un régimen que liberó a España de sus fantasmas, que mantuvo el país al margen de la Segunda Guerra Mundial y que promovió el desarrollo económico. Por otra parte, la Guerra Civil, incluso en algunas dimensiones esenciales, está profundamente distorsionada por los efectos duraderos de la propaganda de la dictadura y la incapacidad de los gobiernos de la democracia de establecer un sistema educativo más o menos moderno y que diga algo significativo sobre la historia del siglo XX.
Dos generaciones de historiadores (y ahora ya apunta una tercera) hemos tratado de limpiar esta basura, situando los mitos franquistas en su verdadero territorio. Pero escribimos para el futuro, ciertamente, no para el presente.
M. A. El trabajo de los historiadores rigurosos ha sido insuficiente para derrumbar socialmente los mitos franquistas…
Á. V. Nuestra labor es condición necesaria, no suficiente. La Iglesia y el Partido Popular defienden los mitos franquistas. ¿Cómo contrarrestar su influencia? La tarea del historiador es ganar la batalla por la Historia. La batalla política por el futuro es otra cosa.
M. A. ¿El franquismo aún está vivo?
Á. V. Hay un sector de la sociedad española que es sensible, que es permeable, que acepta y asume la mitología franquista. Se aprecia en las tertulias, en los comentarios de internet, en no pocas columnas periodísticas… y lo que hemos hecho los historiadores rigurosos no termina de calar en ese segmento de la sociedad, que se resiste a conocer la verdad histórica. Ya sé que el franquismo no va a repetirse, pero toda sociedad tiene que ajustar cuentas con su pasado en algún momento y en España no lo hemos hecho. No olvides que la dictadura no careció de soporte social. Ni siquiera desde el primer momento. Con la corrupción, el mercado negro, el «desarrollismo» de los años sesenta soy de quienes creen que la base social se amplió y penetró en las capas de población que accedían a un nuevo estatus de clase media baja, con algo que perder.
M. A. Ese sector social ha convertido en éxitos de ventas los panfletos de tipos que han desenterrado y actualizado los principales mitos franquistas…
Á. V. Son auténticos maestros en la tecnología del fraude y del ruido mediático.
M. A. Otro hecho que no sucede en ningún otro país occidental: el franquismo resiste en el espacio público. En Madrid, los voluntarios españoles que juraron lealtad a Hitler son recordados en la calle de la División Azul o un general despiadado como Yagüe da nombre a una avenida imponente que nace del Paseo de la Castellana, al igual que otros muchos espadones fascistas. Sería inimaginable que en Berlín Eichman o Göring brillaran en el callejero…
Á. V. Aquí entramos en otro terreno. Son problemas complejos que creo que pueden explicarse por cuatro factores, quizá más. En primer lugar, a diferencia de Hitler, que se suicidó en su búnker de Berlín el 30 de abril de 1945, y de Mussolini, ajusticiado por partisanos comunistas cerca de Milán dos días antes, Franco falleció en La Paz el 20 de noviembre de 1975 tras una dictadura de casi cuarenta años que atravesó distintas etapas. Los regímenes de Hitler y Mussolini fueron derrotados por las armas.
En segundo lugar, a lo largo de aquellas cuatro décadas la dictadura creó un canon de interpretación del pasado. Es un canon cerrado que contiene mitos que se entrecruzan estrechamente y que, día tras día, se divulgaron por activa y por pasiva en la prensa, la radio, la televisión, la propaganda oficial, los manuales escolares… Ese canon caló en la sociedad y perdura hasta hoy en sectores importantes de la población.
En tercer lugar, la dictadura se asentó sobre una hecatombe, sobre la sangre: hubo gente que murió y gente que mató. El régimen no se planteó en ningún momento la posibilidad de romper las fronteras entre vencedores y vencidos, al contrario, exhibió siempre y hasta el final los horrores «rojos»: la persecución religiosa, Paracuellos, los «hombres de bien» asesinados, en fin, los «terribles desmanes» republicanos. Esto se ha vehiculado en la última década por dos poderosas organizaciones político-sociales: el Partido Popular y la jerarquía católica. Los sectores más conservadores han recuperado estos posicionamientos tradicionales, niegan la responsabilidad de la Iglesia como pilar esencial del régimen y han promovido una eclosión histérica, si me permites la expresión, del martirologio católico durante la Guerra Civil. ¿Quieres una prueba gráfica de todo esto? El Diccionario biográfico español, presentado por la Real Academia de la Historia en junio de 2011 con una generosa financiación pública y en presencia de los reyes.
Y, en cuarto lugar, resalto el efecto demoledor que para ciertos sectores de la derecha tiene el goteo incesante desde el año 2000 de las exhumaciones de fosas de las víctimas del franquismo. No lo pueden negar, pero lo ignoran. Los franquistas y los neofranquistas no soportan que salga a la luz, tantos años después, la enorme magnitud de la represión franquista, la crueldad de la dictadura. Tampoco pueden obviar los crímenes que cometieron en aquellos lugares donde el golpe de Estado triunfó casi sin oposición…
M. A. Donde no hubo guerra…
Á. V. Galicia, La Rioja, una parte de Castilla-La Mancha, Navarra o zonas de Andalucía… Las represalias contra la izquierda fueron feroces a pesar de que los sublevados no encontraron resistencia. ¿Por qué? Esto la derecha lo ignora.
M. A. En la última década, la revisión del pasado ha sido uno de los temas más acalorados del debate y de la confrontación ideológica en el ágora política y en la esfera pública y ciudadana…
Á. V. Solo hay que recordar todo lo que suscitó la modesta Ley de Memoria Histórica aprobada por el Parlamento en diciembre de 2007… Esto no sucede en ninguna sociedad europea occidental. Por ejemplo, hace unos años se publicó en Bélgica un libro tremendo sobre Léon Degrelle, el líder del movimiento fascista belga de los años treinta y oficial de las SS durante la Segunda Guerra Mundial. Nadie en Bélgica se conmovió o protestó ante el libro porque en su país Degrelle está condenado socialmente, amortizado históricamente. En cambio, en España es evidente que Franco aún no ha muerto para algunos y las concepciones amamantadas de los historiadores franquistas tienen vigencia en ciertos sectores de la sociedad.
En esto soy muy combativo. La Historia de España y la II República y la Guerra Civil no son como nos las han contado. Como ha dicho Santos Juliá, los historiadores rigurosos nos pusimos a hacer nuestro papel en cuanto pudimos. Incluso antes de la muerte del dictador ya se publicaron trabajos no muy «católicos» para el régimen. Y ha sido en los últimos quince o veinte años cuando se ha acentuado el proceso gracias a la apertura de los archivos. Sin archivos no hay historia. Toda la historia no está en los archivos, pero no puede escribirse historia sin ellos.
M. A. Por otro l, una parte de las generaciones más jóvenes cuestiona el sistema político e incluso el consenso de la Transición…
Á. V. La aparición del movimiento social de recuperación de la memoria histórica republicana, el recuerdo y el conocimiento social de la crueldad del franquismo, conducen a esa nueva generación a preguntarse qué se hizo para resolver esto en la Transición y después. La verdad es que no se hizo mucho porque el tema estuvo ausente de la agenda política de la Transición, pero no figuro entre quienes creen que aquel proceso no sirvió para nada.
«LA BATALLA DE LA MEMORIA».
M. A. Hay historiadores de prestigio como Santos Juliá que han sido muy beligerantes con el concepto de «memoria histórica». ¿Cuál es su posición?
Á. V. No comparto su tesis, que no obstante me parece respetable. Hay una historiadora belga que tiene una definición muy operativa: la memoria no es historia, «la memoria es el presente del pasado». Hay un pasado y descubrirlo efectivamente es tarea de los historiadores, pero ese pasado tiene una presencia en la sociedad actual. En el caso de ese país, Bélgica, la memoria más importante tiene que ver con las dos guerras mundiales y en la segunda se relaciona con el papel del nacionalismo flamenco al lado de los nazis, así como la participación de las autoridades belgas en el Holocausto. Eso es parte del pasado relevante de este país, pero la participación del nacionalsocialismo valón en la Segunda Guerra Mundial no tiene memoria, porque está socialmente repudiado. Nadie lo reivindica, nadie en Bélgica dice nada hoy en favor de Degrelle o del rexismo. Es un pasado sin memoria porque no actúa en el presente. La memoria española es muchísimo más complicada, tiene más aristas que la memoria belga.
Para mí, la llamada memoria histórica puede ser una vía más de esclarecimiento del pasado, pero con sus limitaciones. Con los testimonios, por ejemplo, puedes descubrir ciertas facetas del mismo, pero no todas. En cualquier caso, lo que digamos los historiadores es irrelevante porque éste no es un fenómeno historiográfico, sino político y social. A los historiadores, si acaso, nos corresponde estudiarlo.
M. A. José Luis Rodríguez Zapatero fue el primer presidente del Gobierno que se atrevió a hacer algo para recuperar la memoria republicana y antifranquista…
Á. V. Por supuesto, a los gobiernos del PP este asunto les ha sido y les es completamente indiferente y, como han podido ahogarlo, lo han hecho. Pero los gobiernos socialistas en general tampoco habían sido demasiado hábiles en este punto. Felipe González lo ha dicho claramente: era preciso construir la democracia, no podíamos mirar hacia atrás demasiado, estábamos bajo el síndrome del 23-F. No obstante, en España no hubo «pacto del olvido» y una prueba de ello es que desde 1977 los historiadores hemos escrito muchísimos libros.
Es verdad que Rodríguez Zapatero fue el primer presidente que se atrevió a hacer algo, pero creo que su Gobierno y él se amilanaron ante la presión brutal de la derecha y al final apostaron por una ley descafeinada. Creo que el Gobierno se equivocó y que tenía que haber sacado adelante una ley más avanzada con el apoyo parlamentario de los partidos interesados en ello.
M. A. ¿Por qué no lo hizo?
Á. V. No quiero sentar cátedra en esto ni mucho menos, porque no vivo en España, pero creo que al PSOE le dio miedo enfrentarse con la derecha, de ahí la gran prudencia con la que actuó en este terreno. Esto me parece inexplicable porque hoy en día el ejército ha dejado de ser un actor político. Pero también estimo, y puedo equivocarme, que actuó así por la persistencia en muchos políticos socialistas de alguno de los mitos franquistas. El pudor para no reivindicar la primera experiencia democrática española en el siglo XX, el temor a no «abrir heridas», cuando las heridas están ahí porque la generación de los nietos de las víctimas del franquismo se siente dañada, y luego el impacto tremendo del proceso de excavación de «las fosas del olvido». Creo que el Gobierno de Rodríguez Zapatero pecó de debilidad y estuvo muy por detrás de sus responsabilidades.
Como ciudadano, me defraudó la ley y la consecuencia la estamos viendo ahora: el Gobierno del Partido Popular no la aplica, en una manifestación más de su contraofensiva ideológica.
M. A. Incluso Rodríguez Zapatero dejó para última hora el asunto del Valle de los Caídos, se lavó las manos con el dictamen elaborado por una comisión de expertos que ha terminado olvidado. ¿Qué debería hacer el Estado con las tumbas de Franco y Primo de Rivera?
Á. V. Respecto a los restos del dictador y del fundador de Falange, habría que retirarlos de ese espacio público, entregarlos a sus familias y que ellas dispongan dónde quieren tenerlos sepultados.
M. A. ¿Y en cuanto al mausoleo fascista, construido con el trabajo esclavo de presos republicanos?
Á. V. No soy un experto en el tema, pero existe el problema de que, aunque pertenece a Patrimonio Nacional, habría que llegar a un acuerdo con la Iglesia católica puesto que la basílica tiene un estatuto religioso. No creo que sea un problema insoluble en un Estado laico. La pervivencia del Valle de los Caídos es algo chocante, pero yo no iría a las barricadas para solucionarlo. Hay asuntos más importantes.
M. A. Muchas familias de víctimas republicanas también reclaman los restos de sus seres queridos trasladados por la voluntad del dictador, sin que les pidieran permiso. Es terrible…
Á. V. Tienen razón. Aparte del problema político-ideológico, existe otro técnico puesto que, según fuentes de prensa, muchos restos están totalmente entremezclados.
M. A. Y el único juez que se atrevió a iniciar una investigación de los crímenes del franquismo, Baltasar Garzón, fue defenestrado…
Á. V. Aunque seguí este asunto un poco de lejos, tengo simpatía por Garzón. En mi opinión, el Tribunal Supremo se desacreditó por completo, con todos mis respetos para los señores magistrados.
No cabe duda de que nos referimos a procesos largos y penosos. Viví en la República Federal de Alemania entre 1958 y 1964, la época todavía de la política anticomunista pura y dura y de la Guerra Fría. El Gobierno de Adenauer y todos sus defensores estaban rígidamente alineados con Occidente y todo el mundo derramaba lágrimas por las víctimas del III Reich, pero los antiguos nazis estaban incrustados en todos los sectores de la sociedad, de la Administración y de las Fuerzas Armadas. La recuperación del orgullo antinazi no ha sido un proceso fácil. Si me apuras, fue más sencillo afrontar las consecuencias de la Shoah, tras el primer proceso sobre Auschwitz en 1962 o 1963. Estos procesos han llevado su tiempo también en Francia, cuyos capítulos negros son Vichy y la participación de las autoridades en el Holocausto, e Italia, cuya República nació proclamándose orgullosamente antifascista. Y esto fue así a pesar de que en los tres casos los regímenes fascistas fueron derrotados por las armas.
Pero en España ya han transcurrido 75 años desde el fin de la Guerra Civil y se ha hecho muy poco. También puede argumentarse, y a veces lo he hecho, que en realidad la Guerra Civil no concluyó en 1939, sino en 1975 con la muerte del dictador. Pero aun así habrían pasado ya casi cuarenta años y en Francia, Alemania e Italia en ese periodo de tiempo se habían hecho cosas importantes.
M. A. ¿Qué podría hacerse hoy en España para avanzar en el reconocimiento de la represión franquista y la reparación a sus miles de víctimas?
Á. V. Por ejemplo, no concibo que el orden jurídico democrático, consagrado en la Constitución de 1978, no se haya atrevido a llevar hasta sus últimas consecuencias la derogación del ordenamiento jurídico franquista. En el caso de la declaración de la nulidad de los consejos de guerra, es evidente que algo permanece a pesar de que la Ley de Memoria Histórica considera que tales condenas y otras son ilegítimas. Si son ilegítimas ¿por qué no se anulan a efectos jurídicos?
En diversas ocasiones, se ha presentado a la Sala Militar del Tribunal Supremo la solicitud de declaración de nulidad de la condena, a todas luces ilegal, del presidente Lluís Companys, pero se ha denegado. Me parece escandaloso. En Alemania se ha tardado mucho tiempo, pero las condenas efectuadas por los tribunales del III Reich se han declarado nulas. Es una forma de clarificar el pasado. ¿Por qué en España no puede hacerse lo mismo? Para mí es un misterio. Quienes se oponen dicen que introduce «inseguridad jurídica» y que las reparaciones económicas a los herederos pueden suponer una sangría. Bueno, pues que se excluyan las compensaciones económicas. Es un tema interesante, pero no soy un experto.
M. A. El Estado español ni ha investigado, ni mucho menos ha condenado los crímenes del franquismo. En cambio, las víctimas de la violencia republicana se contaron en la Causa General y fueron honradas durante cuarenta años…
Á. V. Me parece un comportamiento repugnante.
M. A. Los familiares de las víctimas no han tenido más remedio que buscar justicia más allá de las fronteras españolas: en Argentina está abierto un proceso judicial y la juez ya ha solicitado la extradición de dos conocidos torturadores franquistas…
Á. V. ¿Pero no aceptó el orgulloso Estado democrático español la jurisdicción universal? Hacen muy bien esas familias en sacar los colores al Estado, hoy ya algo menos democrático, en el extranjero.
M. A. Y la ONU ha instado a los jueces y al Gobierno a localizar a los miles de desaparecidos del franquismo que, 75 años después, siguen sepultados en fosas comunes, en las cunetas…
Á. V. España en este terreno es un caso único en Europa occidental.
EL COMBATE POR LA HISTORIA.
M. A. En junio de 2011, justamente a un mes de la conmemoración del 75.º aniversario del golpe de Estado contra la República, el diario Público dio a conocer el contenido de algunas de las entradas del Diccionario Biográfico Español . ¿Por qué lo criticó con tanta contundencia?
Á. V. Porque es una provocación a los hechos, al conocimiento, a la Historia y a los historiadores y en último término a la sociedad española e incluso al prestigio de España, ya que para su preparación contó con una generosa subvención de 6,4 millones de euros del Ministerio de Educación y se presentó en presencia del jefe del Estado. Ésta fue mi impresión cuando lo conocí en junio de 2011 y después, al aparecer los siguientes volúmenes, la mantengo absolutamente e incluso la acentúo. Lo que más me indigna del Diccionario de la Real Academia de la Historia es que hace un conjunto de afirmaciones tajantes y rotundas a cargo de unas personas indocumentadas que, además, cometen errores factuales feroces y, curiosamente, siempre en la misma dirección: una visión de la República y de la Guerra Civil inspirada en la propaganda y en los mitos franquistas.
Me parece inconcebible la falta de profesionalidad de los eminentes miembros de las comisiones de control de la Real Academia de la Historia y, si me apuras, su falta de conocimientos. No me dirijo contra la institución, sino contra una serie de personas no muy responsables que actúan en la Real Academia de la Historia y cuyos nombres otros investigadores dilucidarán porque supongo que no es un secreto de Estado.
M. A. Es esclarecedor que la Real Academia de la Historia encargara la entrada biográfica del general Franco a Luis Suárez Fernández, uno de sus más tenaces apologistas, y no, por ejemplo, a Paul Preston, autor de la biografía de referencia…
Á. V. Bueno, se la podrían haber encargado al profesor Juan Pablo Fusi, que también ha escrito una biografía de Franco, o al gran historiador británico Raymond Carr. Suárez es un eminente historiador medievalista y en ese terreno no estoy en condiciones de valorarlo. En lo que se refiere a la República, la Guerra Civil y el franquismo sostengo y repito, y repetiré siempre, que es un historiador franquista de pro y que, como tal, miente, tergiversa y manipula. Y no lo digo solo porque no considere al régimen de Franco como una dictadura, lo digo también porque tanto en su entrada como en su hagiografía de Franco hay errores de principiante que apuntan en una misma dirección muy significativa. En mi próximo libro identificaré, con el debido respeto, unos cuantos. Insisto, son errores de principiante. A mí me da vergüenza leerlos.
M. A. Es difícil decir tantas falsedades en tan poco espacio: esta entrada habla de la supuesta inferioridad de fuerzas de los sublevados, de la hostilidad de Francia y de la URSS, de que Franco prácticamente estuvo obligado a vincularse con Italia y Alemania. Y, por supuesto, asegura que «montó un régimen autoritario, pero no totalitario».
Á. V. La vida es demasiado corta como para entrar en polémicas con tal tipo de afirmaciones. Yo solo lo hago cuando chocan con mi argumentación.
M. A. Y por supuesto Suárez Fernández no dedicó ni una sola palabra a la represión del régimen franquista…
Á. V. Normal. Tampoco lo hace Payne.
M. A. Sobre Negrín, en el Diccionario leemos que su Gobierno fue «prácticamente dictatorial», por supuesto «en coalición con los comunistas»…
Á. V. Eso no lo afirmó Suárez, sino otra gloria de la historiografía patria: el profesor Carlos Seco Serrano.
M. A. ¿Qué otras entradas le llamaron la atención?
Á. V. Por ejemplo, en enero de 2013 conocimos por El País la dedicada al general Mola, que produce vergüenza. Un dechado de estupideces que causan asombro. Y recordemos que fue un personaje capital en la preparación del golpe de Estado de 1936, pero en el Diccionario se insinúa poco menos que actuaba a las órdenes de Franco, se ignoran sus directivas. La explicación de las circunstancias en que se produjo la sublevación es bochornosa. Esta entrada descalifica por sí sola el sistema de control de la Real Academia de la Historia y al Diccionario Biográfico Español porque, insisto, Mola no fue un personaje de segunda categoría.
M. A. En esta misma entrada se hacen afirmaciones sonrojantes como que «los comunistas» habían fijado «su revolución» para el 21 de julio de 1936…
Á. V. El autor de esa afirmación, el coronel Gárate Córdoba, fue un miembro del Servicio Histórico Militar en los años en que estas tonterías aún se decían (principios de los 60). Hombre, admitamos que el conocimiento de la Guerra Civil ha evolucionado un poquito desde entonces… Además, lo que él dice lo publicó en términos similares en una revista del Servicio Histórico Militar, como saqué a la luz —porque todo esto nadie lo lee— en La conspiración del general Franco en tanto que ejemplo de la aberración a la que se llegaba.
Ante la indignación que despertó el Diccionario Biográfico Español entre los historiadores serios, la Academia de la Historia creó una comisión de investigación, integrada por un historiador excelente como Juan Pablo Fusi. Pero la Academia también esperó a ver qué sucedía en las elecciones generales de noviembre de aquel año y después de la victoria del Partido Popular desapareció la intención de corregir o mejorar algunas entradas. ¡Qué tacticismo!
M. A. El profesor Alberto Reig Tapia señaló en 2011, al calor de la polémica, que este Diccionario había sido una oportunidad perdida para consagrar definitivamente «los avances imparables» producto del trabajo riguroso de muchos historiadores en las últimas décadas sobre la Guerra Civil…
Á. V. Sí, pero eso requiriría que la Real Academia de la Historia fuese otra cosa.
M. A. Un grupo de historiadores, dirigido por usted, preparó una voluminosa obra de respuesta, con un título muy significativo: En el combate por la Historia…
Á. V. A incitación del editor Gonzalo Pontón. El título es una adaptación, minúscula todo hay que decir, de una colección de ensayos de Lucien Febvre, un historiador francés (probablemente no de obligada lectura para muchos de los señores académicos), que Gonzalo publicó hace muchos años.
EL «FUTURO» DE LA GUERRA CIVIL.
M. A. Es llamativo el interés que la II República y la Guerra Civil siguen suscitando entre los historiadores y los ciudadanos, dentro y fuera de España…
Á. V. Sí. Los grandes temas históricos no mueren fácilmente, sobre todo cuando hay un sentimiento difuso, pero extendido, de que la historia que nos contaron no vale.
Además, fue tan larga la cesura en la evolución democrática de España que produjo la Guerra Civil que es muy verosímil que siga dando que hablar y generando discusión dentro de cincuenta años. Pero el actual debate en último término se explica por el uso del pasado como arma arrojadiza en la pugna política del presente. Para los sectores más conservadores, la lucha política ya no les enfrenta contra el «comunismo ateo», hoy el enemigo fundamental son los no menos «malvados» socialistas.
M. A. ¿Falta mucho hasta que la guerra civil de 1936-1939 sea ya «pasado» para la sociedad española, como lo son la guerra de 1808-1812 o las guerras carlistas?
Á. V. Algún día, aún lejano, eso será así, por supuesto. No olvides que parte del interés por la Guerra Civil nace de las razones que hemos ido mencionando y el tiempo las erosionará.
M. A. Aún hay muchos archivos cerrados en los que es probable que se conserven documentos relevantes sobre la Guerra Civil…
Á. V. Así es. Por ejemplo, el archivo del antiguo Alto Estado Mayor, o los papeles de Serrano Suñer, que nunca han podido ser consultados por los historiadores, o casi todos los archivos soviéticos, o los documentos del MI6 sobre la Guerra Civil o algunas partes del Archivo Militar de Ávila. Al terminar el mandato del presidente Rodríguez Zapatero supimos que la titular de Defensa, Carme Chacón, había dejado preparada una propuesta para que el Consejo de Ministros desclasificara hasta diez mil documentos de los archivos del Ministerio. ¿Qué hizo su sucesor? Detener el procedimiento. Al fin y al cabo, las Fuerzas Armadas —dijo— tienen otras cosas que hacer…
Aunque se han publicado miles de libros y los historiadores hemos llegado a un conjunto de conclusiones bastante compartidas, todavía queda un inmenso trabajo por realizar tanto sobre la guerra como, y sobre todo, sobre la dictadura. A través de la investigación en los archivos, los historiadores avalamos o descartamos hipótesis y tesis ya planteadas. Ésta es la dinámica implacable que guía el escudriñamiento de la Historia contemporánea. La identificación progresiva de un abanico cada vez más amplio de datos, actuaciones y comportamientos conduce a descartar aquellas tesis que no resisten la contrastación con los nuevos conocimientos. No hay Historia definitiva, en contra de lo que suelen afirmar los historiadores franquistas.
La Historia es un proceso definido y contrastado intersubjetivamente de creciente aproximación a la verdad. Y no es una traslación de preferencias políticas o ideológicas. En mi caso, he aprendido mucho sobre la Guerra Civil lógicamente investigando en los archivos y escribiendo. He leído muchísimos libros sobre la contienda desde los 17 años y acabo de cumplir 73. En aquellos años me iba formando mis ideas como lector, pero es muy diferente ponerte a escribir. Cuando en 1974 publiqué mi primer libro, La Alemania nazi y el 18 de Julio, conocía superficialmente la Guerra Civil, como se conocía en España, y estaba muy influido —y no tengo reparos en reconocerlo— por los historiadores franquistas. El canon franquista influyó en mí inicialmente, pero con la investigación en los archivos durante muchos años he desterrado y combatido estos mitos.
M. A. Podríamos decir, por tanto, que el «futuro» de la Guerra Civil es la Historia…
Á. V. Sí, el futuro es la investigación histórica a partir de la consulta de los archivos o secciones documentales aún hoy cerradas y de la aplicación de paradigmas metodológicos adecuados al objeto de la investigación. En mis libros siempre he escrito con prudencia porque soy muy consciente de que lo que he descubierto puede ser discutido o invalidado en el futuro por otros historiadores. No se escribe Historia para la eternidad, es un campo cambiante y mutable por definición. Sin embargo, a veces leo a ciertos historiadores, españoles y extranjeros, y encuentro afirmaciones rotundas que no dejan resquicio a duda alguna, que creen tener el mismo valor que las tablas mosaicas. En este caso, opto por las carcajadas.
M. A. Las nuevas generaciones de historiadores ya están aportando trabajos importantes…
Á. V. Laus Deo. Así es. Mi deseo es que superen a los precedentes, incluido por supuesto a este servidor.
M. A. Y usted ¿qué proyectos tiene para el futuro?
Á. V. Como sabes, en los últimos dos años he estado mal de salud y ello me ha llevado a forzar un poco la máquina. En 2013 consideré que el programa de investigación que me había propuesto estaba prácticamente terminado, pero siempre surgen nuevos proyectos…
En estos momentos he concluido la edición de las memorias íntimas de Francisco Serrat, el primer protoministro de Asuntos Exteriores de Franco, que proporcionan una luz nueva sobre la atmósfera reinante en el Cuartel General de Franco en Salamanca en la primera fase de la Guerra Civil y muestran un Franco mezquino, rencoroso, indolente y muy despistado, sobre todo en el terreno en el que, se afirma, cimentó su «imperecedera» fama: la política exterior, los contactos con el mundo.
Acaba de aparecer una versión actualizada de mi interpretación de las memorias del coronel Segismundo Casado en relación con su famoso y turbio golpe del 5 de marzo de 1939. Esta vez lo he hecho en inglés, para darle una cierta divulgación general. Agradezco mucho a la profesora Susana Bayo, del Trinity College de Dublín, su invitación para participar en un proyecto destinado a reflejar el 75.º aniversario del final de la Guerra Civil. En general, no suelo escribir en inglés porque creo que la batalla por la historia ha de darse en España, pero no me cierro absolutamente a escribir en otros idiomas. Ya lo he hecho en varias ocasiones en alemán y francés. Incluso en italiano, aunque con traducción de otra persona.
También estoy terminando la edición de un trabajo colectivo sobre bibliografía reciente, de los últimos seis u ocho años, en torno a la Guerra Civil. Es un proyecto muy ambicioso. He reunido a unos treinta historiadores, españoles y extranjeros, para que valoren lo que se ha publicado dentro y fuera de España en los más diversos campos de la historiografía relacionada con ella. Por primera vez, tendremos artículos relacionados con las historiografías de los países nórdicos y de la Europa central y oriental.
Por último, estoy trabajando en el proyecto que ya te he citado sobre la «hábil prudencia» del tan ensalzado «Caudillo» en dos momentos cumbres de la historia española: la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Creo que, a partir de nueva evidencia primaria de época y nuevos planteamientos metodológicos, podré decir algo novedoso y original. Es decir, no me aburro.
M. A. Estaremos atentos. Muchas gracias por su tiempo y por su trabajo.