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UNA GUERRA «INCONCLUSA».
TODOS NO FUERON CULPABLES.
Mario Amorós ¿Quiénes fueron los responsables de que en España hubiera una guerra civil entre 1936 y 1939?
Ángel Viñas: Fue la derecha la que conspiró para organizar el golpe de Estado del 16-18 de julio de 1936, la que se preparó para la guerra y la que provocó la guerra. Por tanto, la responsabilidad recae sobre los sectores monárquicos y Alfonso XIII, sobre la CEDA, sobre la trama civil que participó en la conspiración dirigida por Mola y liderada por Sanjurjo y sobre los oficiales que se sublevaron entonces.
Los republicanos, y Manuel Azaña en primer lugar, cometieron el grave error de no haber abortado la conspiración y Azaña de no haber reaccionado con fuerza tras el golpe de Estado.
M. A. ¿No comparte la tesis de la equiparación de responsabilidades? ¿Todos no fueron culpables?
Á. V. En absoluto. Unos se alzaron en armas contra el Gobierno legítimo, constitucional, surgido de las elecciones democráticas del 16 de febrero de 1936 y otros lo defendieron. Y se sublevaron a partir de argumentos espurios que ellos mismos fabricaron. Seguramente, en Guadalajara un teniente se creía lo que le decía su coronel y el coronel lo que leía en La Correspondencia Militar. Pero la cúpula militar y civil de la conspiración era consciente de sus propias mentiras y por eso empezaron a fabricar documentos falsos que aseguraban que iba a producirse un golpe prosoviético y que había que evitarlo. Por eso, unos se sublevaron bajo pretextos bastardos y otros resistieron la sublevación como pudieron. No fueron iguales.
Detener la solución de los problemas que tenía la República Española (la modernización económica, la modernización social, la modernización política, la distribución de tierras) ¿justifica medio millón de muertos, que son imputables en último término a quienes se sublevaron en julio de 1936? Además, la represión en la zona republicana fue consecuencia de aquella sublevación, que desencadenó finalmente una cruenta guerra civil.
M. A. Fue una guerra ideológica total, en la que por primera vez chocaron fascismo y antifascismo…
Á. V. Sin duda. Naturalmente, fue también muchas cosas más. Pero la vertiente que mencionas es fundamental. Para los historiadores profranquistas o meramente conservadores profundizar en ella es poco menos que una herejía. Hay que darse cuenta de que toda una corriente de pensamiento prácticamente niega que en España el fascismo estuvo en el poder. Se inventan cosas: poder de los militares, circunstancias excepcionales, la influencia del entorno… La cuestión estriba en negar que el régimen pueda emparentarse con el totalitarismo fascista.
Todo ello también tiene relación con la primera «absolución» que Franco consiguió con los Pactos de Madrid con los norteamericanos en 1953. A partir de aquella fecha, no fue de buen tono remarcar que Estados Unidos se había asociado con un dictador con un turbio pasado fascista o fascistoide. Se inventó la fórmula de que el régimen (no la dictadura) fue, simplemente, un régimen autoritario, con pluralismo político limitado. Esta losa interpretativa todavía no se ha levantado del todo. Huele mal.
M. A. El balance de la Guerra Civil, según las cifras ofrecidas por Paul Preston en El holocausto español, es terrible: al menos 150 000 personas asesinadas por los facciosos a lo largo de la contienda, 50 000 personas víctimas de la violencia en la retaguardia republicana, unos 300 000 muertos en los frentes de batalla, un número desconocido de personas desaparecidas a consecuencia de los bombardeos y los éxodos que siguieron a la ocupación del territorio por parte de las fuerzas militares de Franco, alrededor de 20 000 republicanos ejecutados tras el fin de la guerra por los vencedores, muchos más muertos por hambre y enfermedades en las prisiones y los campos de concentración, donde se hacinaban en condiciones inhumanas, o en los batallones de trabajo; y más de medio millón de españoles partieron al exilio, de los que varios miles murieron en los campos de concentración franceses y otros miles en los campos de exterminio nazis…
Á. V. Sí, son cifras impresionantes. ¿Justifican una sublevación que se preparó con pretextos espurios? ¿No hubiera sido mejor esperar a que pasara la presunta marea del Frente Popular? Algunos conspiradores monárquicos, como Pedro Sáinz Rodríguez, llegaron a pensar que ese Gobierno no podría durar bajo el impacto de la disparidad de intereses de sus miembros. Una especulación teórica porque él siguió, dale que te pego, por el sendero de la adquisición de armas de guerra modernas en la Italia fascista.
En mi opinión, la responsabilidad por la sublevación militar del 16-18 de julio de 1936 es el tema central de la Historia contemporánea española. De la respuesta que se le dé depende la interpretación de todo lo que siguió después. En lo que a mí respecta puedo decir que he llegado a conclusiones siguiendo un método rigurosamente inductivo, no he partido de concepciones apriorísticas. Hasta hace unos años había compartido la tesis tradicional de que, si bien la cúpula de los conspiradores buscaba sublevarse, no pensaba afrontar una guerra. He de confesar que el descubrimiento de los «contratos romanos» me ha hecho cambiar de idea e incluso me ha llevado a revisar mi opinión sobre la Monarquía.
EL HONOR DE LA REPÚBLICA.
M. A. La sublevación militar de 1936 arrebató a España una gran posibilidad de modernización democrática, de ser un país avanzado en términos políticos, económicos, sociales y culturales. La legislación laboral, la creación de miles de escuelas, el voto femenino, el divorcio, el desarrollo cultural en torno a la Generación del 27, los estatutos de autonomía, la reforma agraria, el Estado laico… Todo fue destruido por el franquismo…
Á. V. Estoy totalmente de acuerdo. Aun repitiendo que la experiencia republicana no fue un lecho de rosas, no hay mejor forma de abordarla hoy que compararla con lo que vino después. La historia es irreversible, pero nos enseña lo que trajeron consigo ciertos acontecimientos. En este caso una dictadura cuasi-fascista. Lo expreso de tal manera porque la dictadura de Franco (no el «régimen autoritario» como gustan de señalar sus panegiristas) adoptó instituciones y formas de comportamiento copiándolas de las potencias del Eje que la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial obligó a cambiar hasta cierto punto. Pero muchas de las instituciones fundamentales permanecieron impolutas y algunas duraron hasta el final. No comparto, en absoluto, la tesis de Juan J. Linz, con quien por cierto siempre me llevé muy bien. Una cosa es contemplar la dictadura desde el plano de la ciencia política o de la sociología y otra es entrar en el destripamiento de su funcionamiento interno. Ésta es una tarea típica del historiador.
En estos momentos estoy escribiendo un libro en el que abordo este asunto, por supuesto con evidencia primaria relevante de época inédita. Ésa que produce urticaria a los historiadores profranquistas. Y analizaré la «hábil prudencia» del inmarcesible «Caudillo» en la conducción de la nave del Estado por la senda de la «neutralidad» durante el segundo conflicto mundial. Es lógico que proceda así. Tras desmontar muchos de los mitos del franquismo relacionados con la República y la Guerra Civil, hay que seguir, cronológicamente, por la posguerra.
M. A. La resistencia republicana, pese a todo, tuvo caracteres épicos que usted ha resaltado en su obra…
Á. V. Mientras Austria y Checoslovaquia primero y Bélgica, Dinamarca, Noruega, Francia y los Países Bajos después cayeron bajo la bota del nazismo casi sin resistencia, durante casi tres años una parte del pueblo español luchó contra una conjunción bélica claramente superior, estructurada en torno a un ejército profesional y tropas mercenarias, con el apoyo de Alemania e Italia. Y solo contaron con la ayuda de la URSS. Esta gesta fue desfigurada: primero por los vencedores y recientemente tanto por los autores que han resucitado los mitos franquistas como por los historiadores extranjeros (estadounidenses sobre todo) que la analizan desde los esquemas prefijados de la Guerra Fría. Lamentablemente, tampoco la mayoría de la población española actual la reconoce y la valora.
M. A. Usted sí. El tercer volumen de su tetralogía se titula El honor de la República…
Á. V. Yo reivindico el honor de la II República, que fue la primera experiencia democrática en la historia de España. Y creo que la pregunta crítica sobre la Guerra Civil hoy ya no es por qué la República perdió, sino cómo y por qué logró resistir durante tanto tiempo. Además, habría que explicar por qué una parte del pueblo español continuó empeñada en defender la República hasta el final y solo bajó las armas tras el golpe del 5 de marzo de 1939.
M. A. ¿Cuál es su respuesta?
Á. V. No la tengo, salvo recurrir al heroísmo y a los profundos sentimientos antifascistas de una parte del pueblo español. Esto lleva a dimensiones para las que no valen las fuentes que he utilizado. Hay que recurrir a otra perspectiva de estudio del pasado: las mentalidades, las actitudes culturales… No es mi campo, pero seguro que otros historiadores lo abordarán. Helen Graham, por ejemplo, ya está un poco en esta tarea. La historia científica es un campo complejo y cada uno busca su nicho. Soy consciente de que no escribo una historia total, pero otros escriben una historia extremadamente reducida.
LAS CAUSAS DE LA DERROTA.
M. A. ¿Cuáles son los principales factores que explican la derrota de la República?
Á. V. Coincido básicamente con los que en 1939 señaló Azaña: como primer factor la hostilidad británica y la política de No Intervención. La No Intervención, de origen francés pero apoyada absolutamente por Londres, estranguló a la República. En segundo lugar, comparto con Santos Juliá el énfasis en la ayuda material, política, diplomática y de propaganda de las potencias fascistas a Franco, que llegó antes, muy pronto, y que fue mucho más sostenida que la soviética a la República.
En tercer lugar, sitúo las discordias internas entre las fuerzas políticas que sostenían la República. En este punto soy crítico con la actuación del PNV, de ERC y de la CNT. Algunos incluso lo colocan como el primer factor de la derrota; Azaña, si no recuerdo mal, la ubicó en el segundo lugar, pero, claro, él estuvo mucho más expuesto, como presidente, a las discordias políticas que a las dificultades en los suministros. Esto es innegable y, además, Franco logró unificar el mando militar muy pronto, cuando fue cooptado como general en jefe de los Ejércitos de Operaciones y jefe del Estado, y atajó las pequeñas disidencias políticas que surgieron en sus filas.
Sin embargo, retoco el análisis de Azaña al comparar la performance militar franquista y republicana. La primera, alimentada por la ayuda del Eje, fue indudablemente superior a la segunda. Por el contrario, no pienso que la mejor o peor movilización de los recursos propios, que tanto han subrayado autores en la estela de Seidman, sean un factor o causa originarios. Se desprende de la combinación de las causas anteriores.
M. A. Franco mintió siempre sobre la ayuda que recibió de las potencias fascistas y prácticamente atribuyó su victoria a la «divina providencia», incluso a la ayuda milagrosa del «ángel de la guarda»…
Á. V. Por supuesto. Pero lo más interesante no es retomar las referencias relevantes en sus discursos, cosa que he hecho en numerosas ocasiones. Es más significativo acudir a lo que él mismo escribió. Como dictador, Franco no le dio demasiado a la pluma pero allá por los años sesenta, más o menos coincidiendo con los «Veinticinco Años de Paz» de Fraga Iribarne, pergeñó unas cuartillas. Admito que puedo equivocarme en la fecha, pero es la impresión que tengo al leerlas. Se han publicado hace muchos años por la Fundación Nacional Francisco Franco, a la que desde aquí tributo mi agradecimiento.
¿Qué escribió el omnisciente y todopoderoso «Caudillo»? He aquí un retazo:
«Necesidad de aclarar cuáles fueron nuestras relaciones con Alemania e Italia. Falsedad de que antes del Movimiento y en su preparación hubiese habido ninguna clase de relaciones entre los directores del Movimiento Nacional y esas dos naciones (…). Inferioridad de armamentos. A la adquisición de armamentos con cuentagotas (…). Preocupación primordial fue la dotación y municionamiento de nuestro ejército, objetivos y armas. Milagros en el armamento. Carecíamos de municiones (…). El ángel de la guarda con nosotros. Ayuda escandalosa de Dios (…). Paso de municiones y un tabor a Mola. Por tierra por Portugal y por mar a Vigo (…). Estado de nuestras relaciones con Italia y Alemania (…). Personal extranjero no lo necesitábamos, nos sobraban españoles, queríamos armas y no personal. Las ayudas extranjeras: voluntarios para la Legión, aviones con piloto (…). La llegada de los internacionales: 2000 diarios intervenían en Cataluña. La ayuda comunista: 2000 comunistas voluntarios por la frontera catalana (…). La ayuda de Dios (…). Especialistas italianos y alemanes: su atraso en la materia. No hemos ganado nada. Italianos y alemanes buenos camaradas aisladamente, inaguantables en conjunto, pues tenían pretensiones».
Como puede apreciarse, Franco era una de esas personas capaces de engañar a su propio diario o de hacerse trampa jugando un solitario. No es un caso extraño. He detectado un enfoque parecido en el caso del diario de Von Richthofen tras la destrucción de Gernika. De todas maneras, he subrayado lo que me parece más chocante. Da para sabrosos comentarios que alargarían innecesariamente esta conversación.
M. A. Ha quedado muy claro que fue el Reino Unido la potencia que más daño hizo a la República…
Á. V. Creo que sí. La política británica sustentó la No Intervención y con su fuerte base de carga ideológica y de clase condenó a la República. Yo juzgo una política por sus resultados y los de la política de apaciguamiento fueron deplorables, porque finalmente, tras la derrota de la República Española, Chamberlain reconoció que no podía fiarse de Hitler y dio la garantía a Polonia, asumiendo finalmente que a Hitler había que contenerlo por la guerra. Esto ya lo vieron los republicanos desde el principio y Negrín en el otoño de 1938 se lo expresó por escrito a Stalin desde las profundidades de Barcelona, alejado de los centros rectores de la política internacional.
M. A. ¿En el Reino Unido nadie tenía una visión similar?
Á. V. Por supuesto que sí. Después de la Conferencia de Múnich hubo tumultos en el Partido Conservador y algún ministro se retiró del gabinete. ¿Y qué le sucedió al único funcionario que discrepó de la política del Gobierno, Laurence Collier, un diplomático injustamente olvidado? Pues que lo marginaron.
En El honor de la República relaté un hecho muy interesante: el teniente coronel Victor Goddard, director adjunto del servicio de inteligencia del Ministerio del Aire, mostró interés por examinar sobre el terreno la conducción de la guerra en la zona republicana a principios de 1938. Goddard viajó a España y fue tratado muy bien. Preparó varios informes técnicos, una suerte de informe político y un informe confidencial. Los documentos técnicos y el de carácter político se conservan en los archivos del Foreign Office y allí los consulté. En ellos Goddard desmintió radicalmente el mito de la gran influencia soviética en la República y dejó constancia de las recriminaciones republicanas hacia Londres por renunciar a luchar contra el fascismo. «Algún día tendréis que hacerlo», le espetaron. Nadie entendía la política británica.
Goddard era entonces el hombre que en el Ministerio del Aire recopilaba y seguía al día toda la información sobre España generada por los servicios de inteligencia británicos. Y sin embargo sus valoraciones, después de una estancia en terreno republicano de más de quince días, no tuvieron ningún efecto. Curiosamente, su informe confidencial no se encuentra o no ha aparecido. Intuyo que en ese texto reflejó la oferta de Indalecio Prieto.
En definitiva, me cuesta interpretar la posición británica ante la Guerra Civil. ¿A qué obedeció ese empecinamiento? Creo que también sentían un gran desprecio hacia el pueblo en armas. Este sentimiento se trasluce en un documento de septiembre de 1936 preparado para su Gobierno por el MI3 (la inteligencia militar británica), que se refirió a los republicanos como «escoria»… En cambio, los militares sublevados eran, para ellos, caballeros.
M. A. Si el Reino Unido y Francia hubieran admitido la venta de armamento a la República, ¿la ayuda italiana y alemana a Franco hubiera sido la misma?
Á. V. No lo sabemos, no podemos saberlo, claro. Inicialmente, Hitler y Mussolini adoptaron una postura muy agresiva, pero ¿qué hubiesen hecho si se hubieran encontrado con una respuesta firme de las potencias democráticas? En aquel momento Alemania no estaba preparada para un conflicto y hoy está documentado que Italia decidió ayudar a Franco cuando tuvo constancia de que ni Francia ni la Unión Soviética ayudarían a la República.
M. A. ¿Hubo voces autocríticas en la Administración británica tras la Guerra Civil?
Á. V. Sí, a nivel de funcionarios. Nada importante.
M. A. ¿Y en Francia?
Á. V. Después de la Segunda Guerra Mundial, Blum escribió algunos libros muy brillantes y críticos con los prejuicios de clase de la burguesía francesa, lamentándose de los errores cometidos con la República Española.
LA «AMENAZA» COMUNISTA.
M. A. Uno de los tópicos más socorridos es que, de haber vencido la República, Stalin hubiera impuesto irremisiblemente un régimen de tipo soviético…
Á. V. Es indudable que los sublevados y los franquistas consideraron que su «Glorioso Alzamiento Nacional» se justificaba por el peligro comunista en España, que la Guerra Civil fue una victoria esencialmente contra el comunismo, que Franco fue el único jefe de Estado que había derrotado al comunismo por las armas en el terreno que éste había elegido, el campo de batalla, y que como estadista se adelantó a su tiempo porque prefiguró la confrontación sistémica que daría origen a la Guerra Fría. Durante décadas los comunistas fueron el «Enemigo», no los socialistas, ni los anarquistas. Y en el caso de los socialistas no eran sino marxistas caídos bajo la influencia comunista.
Prosiguiendo por ahí, fue Bolloten quien forjó la tesis de que la República había caído en las garras de Moscú, que pretendía instaurar en España un adelanto de lo que serían las «repúblicas populares» impuestas tras el «telón de acero» después de la Segunda Guerra Mundial. Tesis que copió de algún poumista como Julián Gorkin. Los franquistas añadieron que solo el genio militar de Franco y su victoria en la Guerra Civil lo impidió y «salvó» a España. Pero no solo los historiadores franquistas lo dicen, Antony Beevor también lo plantea en su historia de la contienda.
M. A. En la última década los «socialistas bolchevizados» han sustituido a los comunistas en las invectivas de los historiadores franquistas y conservadores…
Á. V. Claro, porque utilizan la Historia como un arma de combate político para el presente. La crítica a los «socialistas bolchevizados» y la señalización de la insurrección obrera de octubre de 1934 en Asturias como «el origen de la Guerra Civil» son una adaptación de la mitología franquista a las necesidades políticas de hoy. Los socialistas no se radicalizaron tanto como estos autores plantean. Cuando Largo Caballero asumió la Presidencia del Gobierno en septiembre de 1936 lo que intentó a toda costa fue recuperar la autoridad del Estado, que se había derrumbado con la sublevación militar.
M. A. ¿Cuál era entonces la disyuntiva para España en la Guerra Civil?
Á. V. Si se alineaba con las democracias occidentales o con las potencias del Eje. La Guerra Civil no fue una cruzada contra el comunismo, ni hubo peligro de que España se convirtiera en una república popular avant la lettre. Negrín jamás asumió compromisos con la Unión Soviética que pudieran influir en el futuro del país. Franco sí lo hizo con sus protectores.
No sé qué rumbo político hubiera seguido España en el caso de una victoria bélica de la República, nadie lo sabe. No creo que hubiese permanecido neutral en la guerra europea. Por lo menos, es lo que Negrín y Prieto dijeron a británicos y franceses. Pero tampoco Francia o Italia después de 1945, con una posición muy fuerte de sus respectivos partidos comunistas, se inscribieron en la órbita soviética. Y, además, he demostrado con documentación primaria que ésa no era la intención ni de Stalin, ni del PCE.
La postura del PCE en la guerra fue de lealtad a la República y de construir una República nueva, porque se había producido una fractura gravísima con la contienda, del mismo modo que en Francia después de la Liberación se instauró la IV República, no se volvió a la Tercera, y en Italia se convocó un plebiscito y la ciudadanía votó por la República y no por la monarquía. Después de una guerra retornar a la situación anterior es absolutamente imposible.
En España, el PCE, los negrinistas y otros segmentos socialistas, junto con la burguesía más modernizante, defendieron la República y buscaron ansiosamente el apoyo de las potencias democráticas. Todos sus esfuerzos fueron baldíos. Fueron Francia y el Reino Unido los que «objetivamente» hicieron causa común con el fascismo para hundir el único experimento democrático que hasta entonces había conocido España.
M. A. Al combatir e impugnar los mitos franquistas y los construidos desde los esquemas de la Guerra Fría sobre la Guerra Civil ¿cree que ha contribuido a reivindicar el papel del PCE?
Á. V. Considero que en la tetralogía hay una cierta reivindicación del papel del PCE dentro de los estrictos límites cronológicos de la Guerra Civil.
M. A. En sus obras resplandece la Resistencia republicana, vitalizada por el Partido Comunista…
Á. V. He de confesar algo: nunca he sido procomunista, pero tampoco he sido anticomunista y, sobre todo, no me he ganado la vida yendo de anticomunista. Me eduqué en Alemania a fines de los años cincuenta y en los años sesenta y viajé mucho por la RDA y los países de la órbita soviética. Viví un par de años en Berlín. Fue suficiente. Cada historiador es también producto de sus circunstancias.
M. A. Y, por supuesto, y sobre todo, representada por el presidente Negrín. ¿Su figura ocupa el lugar que merece en la Historia de España?
Á. V. Cuando falleció, en noviembre de 1956, The New York Times le dedicó un elogioso obituario que comparto: «Negrín nunca tuvo que temer nada de la Historia». Desde luego, solo hace muy pocos años que su talla de estadista ha sido reivindicada por los historiadores, pero su figura histórica es ampliamente desconocida.
M. A. ¿Cómo se forjó la leyenda del Negrín títere de los comunistas?
Á. V. Surgió en la misma Guerra Civil por parte de sus adversarios, pero fue sobre todo una construcción posterior, en el exilio, de Indalecio Prieto y de Largo Caballero que sirvió a muchos para eludir cualquier responsabilidad en la derrota. El mito alcanzó su cenit en relación con su actuación durante los últimos meses de la contienda. Por supuesto, también los historiadores lo han alimentado, primero Burnett Bolloten en la época de la Guerra Fría y aún hoy insisten en esta visión autores como Beevor, Bennassar, Payne y algún indocumentado como Radosh. A lo que hemos comentado antes ahora quisiera añadir que nadie ha comparado las relaciones de Negrín con Stalin y las de Franco con Hitler y Mussolini. El símil es más que instructivo y no precisamente favorable al inmarcesible «Caudillo»…
M. A. ¿Por qué?
Á. V. Hubo tres momentos culminantes en que Negrín dijo no a Stalin en puntos importantes para éste y no sucedió nada. Stalin comprendió. La primera vez fue cuando éste incitó a finales de 1937 al PCE a que promoviera la convocatoria de elecciones a Cortes. Quería dorar los blasones democráticos de la República y, a la vez, situar en el Parlamento la nueva correlación de fuerzas políticas que la Guerra Civil había creado. Los socialistas y Negrín se opusieron, con buenas palabras, y el proyecto, que tampoco gustaba mucho a los comunistas, aunque éstos naturalmente siguieron las indicaciones de Stalin, no culminó.
La segunda ocasión fue cuando los socialistas se opusieron rotundamente a la fusión con el PCE. Ramón González Peña se lo dijo a Stalin en sus propias barbas. No estaba el tema maduro. Y la tercera fue cuando Stalin quiso retirar a los ministros comunistas del Gobierno en 1938. Ya lo hemos comentado. Negrín se opuso y se salió con la suya.
M. A. ¿Y Franco?
Á. V. Asumió todos los papeles que alemanes e italianos le pusieron sobre la mesa y que desembocaron en acuerdos. Consiguió, eso sí, no establecer compromisos vinculantes automáticamente en los que, por otra parte, el Eje no insistió demasiado. Dejó que los alemanes estrujaran como un limón la economía española. Se bajó los pantalones antes de la crisis de Múnich para conseguir nuevos pertrechos de Hitler, algo cuya relevancia prácticamente todos los historiadores profranquistas han disminuido en lo posible o ignorado. Dejó a los italianos que camparan a sus anchas políticamente durante la campaña de Vizcaya en su acercamiento al PNV. Y en cuanto terminó la Guerra Civil empezó su particular forma de vinculación con el Tercer Reich, la potencia que más le deslumbró.
M. A. En 1936 el Partido Socialista era el gran partido de la izquierda española y desde septiembre de aquel año siempre un militante de sus filas ocupó la jefatura del Gobierno. Llama la atención, sin embargo, su eclipse ante el deslumbrante crecimiento del PCE…
Á. V. Helen Graham lo ha estudiado muy bien. No olvides que el Partido Socialista entró dividido en la Guerra Civil y salió con enfrentamientos internos gravísimos. La guerra exacerbó sus divisiones previas y originó otras nuevas. En cualquier caso, el PSOE, junto con Izquierda Republicana, fue el gran soporte de los gobiernos republicanos y de gran parte del aparato administrativo. No el PCE, ni por supuesto tampoco los anarquistas.
M. A. En 2008 el PSOE acordó en su XXXVII Congreso rehabilitar a Negrín y a los 35 negrinistas expulsados con él en 1946…
Á. V. He sido uno de los que se ha batido el cobre desde el principio para que el PSOE recuperara a Negrín junto con los socialistas canarios y un querido amigo, el doctor Miguel Ull. Creo que mis libros, junto con los de Gabriel Jackson, Enrique Moradiellos, Ricardo Miralles o Helen Graham, han servido para que el Partido Socialista rehabilitara a Negrín y a todos los negrinistas expulsados en circunstancias cuando menos oscuras, por no decir otra cosa. Para todos nosotros y para Carmen Negrín, nieta del presidente, el acto celebrado el 24 de octubre de 2009, un precioso día de otoño madrileño, en la sede de Ferraz fue muy importante, de un gran valor simbólico. Al igual que los descendientes de los otros 35 expulsados, Carmen recibió a título póstumo el carné acreditativo de la condición de militante socialista de su abuelo. Estaba muy emocionada e hizo un discurso muy bonito. Por su parte, Alfonso Guerra, presidente de la Fundación Pablo Iglesias, caracterizó el acto como «la reparación de una injusticia».
Negrín nunca fue un juguete de los comunistas. Nunca supeditó su política y su actuación a los intereses de una potencia foránea. No tomó por sí solo la decisión, crucial, de enviar las tres cuartas partes de las reservas de oro a la URSS. Nunca quiso prolongar inútilmente la resistencia republicana obedeciendo las órdenes de Moscú. Sí fue quien mejor conceptualizó las implicaciones que se derivaban del significado de la guerra española como contienda antifascista y contra la expansión de un Eje que ponía en peligro la paz en Europa. Intentó llegar a una colaboración profunda con las potencias democráticas occidentales. Deseó alcanzar algún tipo de acomodo a través de una mediación exterior, pero sin bajar nunca la guardia. Trató de enlazar la resistencia republicana con una guerra europea que era inminente y que, en noviembre de 1938, predijo acertadamente para el verano de 1939. Pero perdió.
EL FASCISMO ESPAÑOL.
M. A. ¿Fue la dictadura de Franco un régimen fascista?
Á. V. El sistema político edificado primigeniamente por Franco a partir de 1937 fue de naturaleza fascista. Existió un fascismo español que Franco articuló en la Guerra Civil con la connivencia de todas las tendencias: monárquicos, falangistas, cedistas, carlistas, técnicos… Ahora bien, ante la marcha de la Segunda Guerra Mundial, a partir de 1943 renunció a un proyecto plenamente fascista en España.
La nueva cobertura institucional, con el énfasis en la «democracia orgánica» y la «participación» de las Cortes, fue la fachada, junto con el apoyo creciente de la Iglesia católica, detrás de la que se ocultó la permanencia de los componentes fascistas: los sindicatos verticales y el carácter carismático del «Jefe». Estoy escribiendo sobre ello.
M. A. ¿Puede explicar la importancia del carácter carismático del dictador?
Á. V. Franco conservó la prerrogativa, establecida desde 1936 y consagrada en la Ley del 31 de enero de 1938, de dictar disposiciones de cumplimiento obligado y con carácter general, es decir, leyes. Esto es conocido. Se mantuvo en 1939 y en la Ley de Cortes. Pero lo que no se sabe es que Franco siguió haciendo un uso secreto de su «prerrogativa» hasta, donde yo sé, el año 1957, es decir, hasta casi veinte años después del final de la Guerra Civil.
M. A. Tampoco sorprende tanto en un hombre que solo dijo responder «ante Dios y ante la Historia»…
Á. V. Bueno, no sé si la idea provino de Franco o de sus sicarios falangistas/fascistas. La fórmula se estableció en los estatutos del partido único. Hizo furor. Personalmente, no puedo saber cómo le juzgará Dios. Los historiadores tenemos la posibilidad y la responsabilidad de aportar nuestro granito de arena a cómo le enjuicie la Historia. Piensa que dentro de cincuenta años lo que hayan dicho los turiferarios de turno, repitiéndose unos a otros como papagayos, habrá sido desmontado por nuevas fuentes documentales. Sin ellas no hay Historia. Los camelos no sirven.
M. A. Otra de las características permanentes del franquismo fue su carácter opresivo y represivo…
Á. V. Llaman la atención la crueldad y la magnitud de la represión desplegada por la dictadura a partir del 1 de abril de 1939. La violencia fue un elemento estructural del franquismo y en los últimos años hemos avanzado mucho en su conocimiento. Fue la dictadura más mortífera de Europa Occidental en tiempos de paz, incluida la Alemania nazi. Hasta su fin humilló permanentemente a los vencidos y mantuvo un aparato represivo policial y judicial cuya influencia todavía dura.
M. A. Y, al menos en los años cuarenta, con la involucración de la Iglesia católica…
Á. V. La Iglesia católica no solo fue uno de los pilares de la dictadura, sino también un soporte en algunos casos muy indulgente en las tareas represivas, con la «filosofía» de acabar con «los rojos» ateos. Ciertamente, en otro actor político podría no sorprender, pero en una institución religiosa que presume de caridad, benevolencia… es cuanto menos chocante. Por eso, no puede extrañar que la jerarquía católica esté hoy en vilo contra la recuperación de la memoria histórica republicana. Y no te quiero decir lo que pasará cuando se abran, si es que alguna vez llegan a abrirse, los archivos eclesiásticos sobre este tema…
FRANCO Y LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL.
M. A. ¿Fue la Guerra Civil el prólogo de la Segunda Guerra Mundial?
Á. V. En mi opinión es algo absolutamente indiscutible. La Guerra Civil española fue una de las primeras manifestaciones del asalto fascista al poder por las armas en un país europeo. Así de simple. Y la España republicana fue la primera que resistió al fascismo en el campo de batalla. La intervención italiana y alemana en la Guerra Civil dio alas a los dictadores, desnudó las debilidades de las democracias, puso de manifiesto la eficacia de la propaganda anticomunista y estimuló a los sectores de extrema derecha parafascistas y «quintacolumnistas» en Francia y el Reino Unido.
Stanley Payne lo niega y dice que los frentes se trastocaron en el conflicto bélico europeo. Claro, se modificaron porque Stalin, con una frialdad escalofriante, con un sentido muy agudo de la realpolitik, no se fió de las potencias democráticas occidentales y aceptó el pacto que Hitler le ofreció en agosto de 1939, que le permitió ocupar una parte de Polonia. Eso vino después.
M. A. ¿El famoso pacto Molotov-Von Ribbentrop fue una idea de Hitler?
Á. V. Fue una iniciativa de Hitler, porque Stalin no estaba coqueteando con Berlín. El Führer la concibió hacia marzo o abril de 1939. En la Alemania nazi ya en 1938 hubo personas en ciertos niveles económicos, políticos y diplomáticos que empezaron a plantear que una aproximación a la URSS no vendría mal, dadas las necesidades germanas de materias primas para preparar la guerra. Obviamente, era una idea que tardó en cuajar porque Hitler era un anticomunista furibundo, aunque finalmente apostó por el pacto con Stalin porque le proporcionaba materias primas y le dejaba las manos libres para ocupar Polonia. Lo entendió como una maniobra de mera conveniencia. Diez meses después ya dio órdenes de que se estudiara la preparación de un ataque contra la URSS. No era un gentleman, evidentemente.
En sus previsiones de 1939, estaba iniciar una guerra continental contra Francia y el Reino Unido hacia 1942. Calculó mal. Con la experiencia de España, Austria y Checoslovaquia, creía que Londres y París no declararían la guerra tras la invasión de Polonia…
M. A. ¿Hitler pensaba que tampoco entonces reaccionarían?
Á. V. Eso creía y no le ayudó mucho el genio de su ministro de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop, que era un anglófobo furibundo. Le aseguró que los británicos no se moverían. Era una lectura ideológica del escenario internacional porque Londres había insistido en numerosas ocasiones en que la garantía a Polonia iba en serio.
Por su parte, en el verano de 1939 Stalin jugó a dos bandas. En julio, Francia y el Reino Unido enviaron misiones militares a Moscú y los soviéticos, que ya estaban en contacto con los alemanes, les recibieron bien y les plantearon un pacto militar en buena y debida forma. De nuevo los británicos no se atrevieron. Francia, en cambio, estaba desesperada y sí lo quería. En agosto, Stalin dio luz verde al pacto con la Alemania nazi, cuyo aspecto más importante fue el protocolo secreto que acordaba el reparto de Polonia y le permitió la invasión de los países bálticos. Su objetivo era restaurar las fronteras de la Rusia zarista.
M. A. ¿Cómo cayó en Londres y París el acuerdo entre la Alemania nazi y la Unión Soviética?
Á. V. Como una bomba. Los ingleses, Collier de nuevo, habían detectado ese acercamiento, los franceses también. Por eso París quiso acelerar la firma de un pacto con la URSS a principios de agosto de 1939. En cualquier caso, para que un pacto franco-británico con la URSS contra Alemania pudiera ser efectivo se requería algo que tampoco se había resuelto: que llegado el caso Polonia autorizara el paso de tropas soviéticas por su territorio o la presencia de tropas soviéticas. Porque el disuasor frente a Alemania era el ejército Rojo, no lo olvidemos, no el ejército polaco. Para disuadir a Alemania el ejército Rojo tenía que ir al Vístula. A los polacos, que habían sido invadidos por los rusos en épocas anteriores, no les hacía mucha gracia y, además, tenían un régimen profundamente anticomunista. Los dirigentes polacos también se equivocaron al pensar que podían resistir al III Reich y que en el ínterin se pondría en marcha la ayuda franco-británica. Sobreestimaron sus propias fuerzas: en tres semanas los alemanes se los «comieron».
M. A. ¿Cómo reaccionó Franco ante el estallido de la guerra en Europa?
Á. V. Declaró la neutralidad de España. Pero, como estaba deslumbrado por Alemania, empezó a ayudar a Hitler bajo cuerda, como ha estudiado Manuel Ros Agudo, y lo hizo de la manera más hiriente posible: ofreciendo la posibilidad a los submarinos alemanes de repostar y adquirir avituallamiento en puertos españoles. Una operación muy secreta. Fue una puñalada trapera al Reino Unido porque desde el primer momento de la guerra Alemania puso en marcha su arma submarina y logró éxitos tremendos. Además, la dictadura franquista prestó a Hitler un apoyo importante en la observación de los movimientos navales y del tráfico marítimo, en la autorización de facilidades para la navegación aérea y en el ofrecimiento de un entorno favorable para la actuación de sus servicios de inteligencia. Así inició una etapa de colaboración oculta que no impidió que las negociaciones sobre la deuda de la Guerra Civil fueran francamente duras.
M. A. ¿Sopesó la posibilidad de participar en la Segunda Guerra Mundial al lado de Hitler?
Á. V. España no entró en guerra, pero Franco hubiese querido hacerlo. Es un hecho evidente que las condiciones internas y externas, por no hablar de las económicas, militares y materiales, no lo permitían y también sabemos que lo único que querían los aliados era que España permaneciera neutral y estable. Fue el periodo de «la gran tentación».
M. A. ¿Por qué?
Á. V. Porque con las victorias militares fulgurantes de Alemania en el primer año de la contienda europea y la rápida capitulación de Francia, Mussolini quedó deslumbrado e Italia entró en la guerra en condiciones económicas y militares pésimas. Mussolini se dejó llevar por la pasión, vio la oportunidad de pegar un mordisco a Francia. Franco no llegó a tanto.
M. A. ¿A qué aspiraba el dictador español en aquel momento?
Á. V. A ampliar las posesiones coloniales en el norte de África engullendo el Marruecos francés. Pero no se atrevió a emprender acciones militares contra Francia. Sí envió a Vigón a Alemania y la embajada española en Berlín hizo el ofrecimiento formal a los alemanes de la entrada de España en la guerra.
M. A. ¿Qué respondieron?
Á. V. No respondieron a toda velocidad. Hitler estaba metido en otros asuntos y España en aquel momento no era importante. Tenía un ejército despreciable y era un país destrozado. Sin embargo, en un lapso de tiempo muy corto Hitler empezó a pensar en un escenario futuro absolutamente delirante. Creía que iba a derrotar con rapidez al Reino Unido y para ese momento se planteó dos operaciones: la invasión de la URSS y el ascenso a la hegemonía mundial, es decir, la guerra contra Estados Unidos. Todo esto, por supuesto, era un delirio, porque era un estratega desastroso que confundía sueños y fantasías con realidades. Y entonces, claro, para el enfrentamiento futuro con Estados Unidos la aviación alemana, que no podía cruzar el océano sin escalas, necesitaría bases en los territorios franceses en África y… en Canarias. Y de pronto Franco apareció interesante de nuevo a los ojos de Hitler. Éste fue el camino que condujo a la conferencia de Hendaya del 23 de octubre de 1940…
M. A. Fue la única vez que Franco y Hitler se vieron las caras…
Á. V. La reunión de Hendaya ha sido mitificada. No supuso nada sustancial porque mantenían dos posturas irreconciliables. El Führer ya deseaba entonces que Franco le cediera una isla en Canarias y éste, a cambio, insistió en exigencias territoriales en el norte de África. Hitler no podía acceder, porque se hubiera enajenado al régimen de Vichy y, además, la población del protectorado francés podía resistirse y caer en manos de De Gaulle. Tan solo le prometió que sus deseos serían tenidos en cuenta en el futuro reparto territorial. Entre Vichy y Madrid, Hitler no tuvo dudas. Tampoco se atrevió, como le pidió Franco, a poner por escrito ningún compromiso porque no se fiaba de la discreción española. En Hendaya, Franco se sintió muy defraudado porque no pudo lograr lo que deseaba. Sí, salió con un compromiso de entrar en la guerra, pero reservándose el momento de hacerlo. A veces se olvida que Franco firmó el Pacto de Acero germano-italiano…
M. A. Allí, supuestamente, el «Caudillo» libró a España de la Segunda Guerra Mundial…
Á. V. Para los historiadores franquistas, Hendaya fue la culminación del genio político y estratégico de Franco, quien habría resistido como un héroe a las exigencias de Hitler, logró mantener a España neutral en la Segunda Guerra Mundial, preservó su independencia y libró a los españoles de sus horrores y abominaciones. Es un camelo, otro más. No llegaron a ponerse de acuerdo porque los deseos de cada uno eran irreconciliables.
No olvides tampoco que en 1940 había una represión brutal y masiva en España y que aquel año, además, una parte del ejército se movilizó contra las guerrillas. Franco compró tiempo y esto solo demuestra que era un negociador competente, no un genio, sobre todo si lo comparamos con Mussolini, que se lanzó a la guerra y cometió errores gravísimos como la invasión de Grecia.
M. A. En 1941 la España franquista mostraba sus simpatías evidentes hacia la Alemania en guerra y la máxima expresión pública de ello fue la División Azul. ¿Qué hacían mientras tanto los británicos?
Á. V. No habían permanecido parados. De entrada, enviaron a un nuevo embajador, Sir Samuel Hoare, dotado de grandes poderes y de línea directa con Churchill. No era un embajador al uso. Era un hombre que tenía experiencia de trabajo clandestino: había estado en Rusia antes de la Revolución de Octubre como enlace con el servicio secreto del zar; había sido jefe de la estación del servicio de inteligencia militar en Roma al inicio de la Primera Guerra Mundial y, por cierto, fue quien contrató a Mussolini como agente al servicio de Londres, un dato que hemos conocido en los últimos años. Y había sido varias veces ministro. En fin, era un peso pesado de la política británica, un hombre conservador y opuesto a la República Española desde el primer momento.
Ya en Madrid patrocinó un tipo de plan en lo que los británicos son maestros y que aplicaron incluso en las guerras napoleónicas: comprar, bajo cuerda, a los generales que rodeaban a Franco para que España no entrara en guerra junto al Eje. De esto hay papeles en los archivos británicos que descubrió en los años ochenta Dennis Smyth, catedrático de la Universidad de Toronto. Así pues, la flor y la nata del generalato español se dejó comprar no por los británicos, sino por Juan March. También esto hay que tenerlo presente para explicar la neutralidad de España en la Segunda Guerra Mundial.
M. A. Precisamente, el pasado año la prensa se hizo eco de la desclasificación de más documentos por los Archivos Nacionales Británicos que prueban los sobornos del MI6 a los generales más cercanos a Franco: Aranda, Queipo de Llano, Orgaz, Kindelán, Varela… La operación costó 14 millones de dólares de la época (unos 310 millones de euros al cambio actual). Y, efectivamente, de nuevo aparece el banquero Juan March, quien se encargó de contactar con ministros y militares y se quedó con cinco millones de dólares…
Á. V. Publiqué media docena de artículos en El Confidencial el pasado mes de septiembre. Hay mucha más cera de la que entonces ardió. Ahora, para el libro sobre la «hábil prudencia» de Franco, llevo escritas más de 150 páginas sobre la «Operación March», tal y como la denomino.
M. A. ¿Qué hubiera hecho Churchill si Franco hubiese entrado en guerra junto a Hitler?
Á. V. Tenían preparada la invasión de Canarias: un pequeño ejército de unos diez mil hombres se adiestraba en Escocia para una invasión anfibia del archipiélago y en junio y julio de 1941 estaba dispuesto a partir con menos de 48 horas de aviso. Franco también planificaba la entrada del ejército español en Portugal y, en ese hipotético escenario, los británicos estaban listos para reconocer al Gobierno republicano en el exilio. Habían puesto a punto otros planes de los que hasta ahora no se ha hecho eco ningún historiador. Al menos que yo conozca. Es precisamente en lo que empezaré a trabajar dentro de un par de semanas. Mi idea es tener el libro terminado este mismo año.
M. A. ¿Cuándo empezó Franco a distanciarse del Eje?
Á. V. Hasta 1942 el dictador siguió ayudando a los alemanes bajo cuerda de manera importante: suministros, espías… Era una ayuda significativa pero no motivo de casus belli para Londres. Los británicos no querían que España entrara en la guerra ni tampoco desestabilizar a Franco, si no era necesario. Estaban dispuestos a tragar quina si era preciso. Era una política muy inteligente y estrictamente orientada a defender sus intereses. Como siempre, pero de forma más aguda en circunstancias bélicas. La posibilidad de que España entrara en la guerra voluntariamente desapareció poco después de la «Operación Torch», el desembarco anglonorteamericano en el norte de África en noviembre de 1942. Entonces, Roosevelt dio seguridades a Franco de que aquella ofensiva respetaría los territorios españoles si España permanecía neutral. A principios de 1943, vino la victoria soviética en Stalingrado y, a partir de aquel momento, Franco asumió una línea menos proclive hacia Alemania. No era fácil, porque había mucha gente muy germanófila en la Administración y en el ejército. Es un tema políticamente interesante, un capítulo fascinante de la diplomacia, pero, en fin, en términos estratégicos el asunto estaba claro.
M. A. Sectores como la Falange deseaban que España entrara en la guerra junto al Eje…
Á. V. Por supuesto, pero todo eso era contenible con el apoyo del ejército y Franco fue empujándolo hacia delante. El generalato podía estar dividido política e ideológicamente, pero predominaron siempre los franquistas. No obstante, lo importante de este periodo son dos cosas en las que no se ha puesto el énfasis suficiente. En primer lugar, del mismo modo que las potencias democráticas occidentales no se atrevieron a tomar partido por la República y, por consiguiente, indirectamente apoyaron a Franco en la Guerra Civil, a partir de septiembre de 1939 su principal preocupación fue doble: lograr que no entrara en guerra junto a Hitler y mantener la estabilidad geopolítica y geoestratégica en España. Esto era lo fundamental.
M. A. ¿Lo tenían claro desde el principio?
Á. V. Desde el principio. Por eso, es perfectamente comprensible que Churchill hiciera ciertas declaraciones de amistad dirigidas a Franco, en contra de las simpatías, fantasías y análisis de la izquierda británica y española. La dirección central de la política británica hacia España fue mantener la estabilidad política y, si para ello debían tolerarle, le toleraban. Esta directriz se acentuó a partir de 1943 y cuando terminó la Segunda Guerra Mundial no corrió ningún peligro existencial. Todo lo que el régimen dijo del cerco internacional, de la vesania de los extranjeros contra España, era propaganda. Por supuesto, los aliados no tenían ninguna simpatía por la dictadura, pero eso no les indujo a intervenir contra Franco.
M. A. No obstante, los vencedores de la Segunda Guerra Mundial hicieron declaraciones como la de la Conferencia de Potsdam, en el verano de 1945, en la que excluían de la ONU a la España franquista por «su íntima asociación» con las potencias fascistas…
Á. V. Ésa era la diplomacia pública… Franco no gustaba a nadie porque, indudablemente, era un residuo del Eje. Su pecado original era que había ganado la Guerra Civil y ascendido al poder gracias al apoyo de la Alemania nazi y la Italia fascista y luego había ayudado a éstas en la guerra mundial. Pero ¿cuál era la alternativa? Intervenir en España no interesaba a nadie, tampoco a la URSS, que se estaba construyendo su glacis imperial en Europa central y oriental. Por tanto, la guerra de guerrillas impulsada básicamente por el PCE estaba condenada al fracaso. La invasión del valle de Arán en el otoño de 1944 fue la demostración más evidente de todo lo que acabo de decir.
M. A. De nuevo, por segunda vez, los republicanos quedaron abandonados, a pesar de su aportación heroica a la derrota del nazi-fascismo…
Á. V. Pues sí. El mejor análisis que conozco de esa contribución se debe a Secundino Serrano, quien ha escrito un libro de referencia que siempre recomiendo. Ni siquiera la Francia de De Gaulle se planteó hacer mucho. Cuando en febrero de 1946 cerró la frontera tras la ejecución del dirigente comunista Cristino García Granda, héroe de la Resistencia francesa, los consulados españoles continuaron funcionando en Francia y al revés, y el propio De Gaulle, que no tenía ninguna simpatía por la dictadura franquista, comprendió que para su país lo importante era la estabilidad en su frontera sur. Franco entonces no representaba un peligro… salvo para los propios españoles. Pero a los aliados occidentales eso les era indiferente y veían más arriesgado promover un cambio político en España que situaría a la República en el terreno de las posibilidades o causaría una nueva guerra civil o al menos un periodo de inestabilidad.
Todas estas percepciones han ido aflorando en los últimos quince o veinte años conforme ha ido desclasificándose la documentación británica, francesa, estadounidense… y gracias a los estudios de Javier Cervera, entre otros.
M. A. Y después el desarrollo de la Guerra Fría ayudó a la consolidación y perpetuación del régimen hasta la muerte del dictador en 1975…
Á. V. Ésta fue una opción estratégica que las potencias democráticas occidentales mantuvieron efectivamente hasta 1975 e incluso en la Transición: no les gustaba el régimen, pero la prioridad era que hubiera estabilidad en España. Por eso, la estrategia de la izquierda en el exilio estaba condenada al fracaso. ¿Podía haber habido otra alternativa? Sí, si el Gobierno laborista de Clement Attlee que se formó en 1945 hubiera tenido una actitud mucho más combativa contra Franco, pero esencialmente mantuvo la política de Churchill hacia España.