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TRAICIÓN Y DERROTA.
LA CRISIS DE ABRIL DE 1938.
Mario Amorós El 5 de abril de 1938 se produjo el tercer y último gran cambio en la composición del Gobierno de la República en guerra: salió Prieto y regresaron la UGT y la CNT…
Ángel Viñas: Y sobre aquella crisis gubernamental se forjó otro de los mitos de la Guerra Civil: se trató de un nuevo golpe de mano de los comunistas en su marcha imparable hacia el poder total. Así lo esculpió, por ejemplo, Bolloten en su monumental obra. Pero es una gran falsedad, anticipada por el propio Prieto, quien en el verano de aquel año, ante el comité nacional del PSOE, acusó a los soviéticos y al PCE de imponer su salida del gabinete.
Prieto pidió a Negrín el Ministerio de Hacienda, una cartera íntimamente ligada a la guerra en aquel momento. Por ese motivo, el presidente quiso controlarla a través de una persona interpuesta y por ello designó a Méndez Aspe, exdirector general del Tesoro, porque sabía que no le iba a crear problemas.
M. A. ¿Negrín quería que Prieto continuara en el gabinete?
Á. V. Por supuesto, y le ofreció tres opciones. Le propuso ser ministro de Industrias de Guerra, pero a Prieto le pareció —erróneamente— una responsabilidad de escasa importancia; también le planteó asumir Transportes o incluso permanecer en el gabinete sin cartera. Rechazó las tres propuestas. Negrín, además, puso a los comunistas en la disyuntiva de tener que aceptar la posible continuidad de Prieto en el Ejecutivo. Y la asumieron.
Era un momento en que la República sufría no solo esta crisis política, sino también otro retroceso territorial, e incluso una embestida de nuevo por parte de los británicos…
M. A. ¿Qué sucedió?
Á. V. Hacía muchos años que España utilizaba la red de oficinas de un banco británico para los pagos a su red diplomática en el exterior. Desde 1936 esta entidad, tras fusionarse con otra, era el British Overseas Bank y cuando estalló la Guerra Civil continuó haciéndose cargo de todas las transferencias a las embajadas, consulados y legaciones españolas. Pero en abril de 1938 asestó una puñalada trapera a la República ya que de la noche a la mañana señaló que no le habían proporcionado los fondos para atender los pagos y cortó radicalmente las transferencias. No aceptó nuevas órdenes, se limitó a dar curso a las ya existentes.
De pronto, el servicio diplomático de la República se encontró sin recursos económicos. Algunos embajadores tuvieron que poner dinero de su bolsillo, otros solicitaron préstamos a los bancos locales. La sensación de angustia, con un país en guerra y a la deriva, debió de ser terrible. Negrín tuvo que tomar rápidamente una decisión y recurrió a la Banque Commerciale pour l’Europe du Nord de París, bajo control soviético, que canalizaba las transferencias del contravalor en divisas del oro vendido, y el asunto se solucionó en un plazo bastante rápido.
M. A. ¿Por qué lo hicieron?
Á. V. Me pregunto si una operación tan maravillosamente diseñada para hacer el mayor daño a la República en el momento en que perdía la guerra, abril de 1938, fue una idea que se le ocurrió al British Overseas Bank o alguien se la sugirió… No he hallado documentos que prueben que fuera promovida por el Foreign Office o el Banco de Inglaterra. Esto no significa que no fuera así, solo que no he encontrado evidencia documental que lo demuestre. Tal vez aquella operación, con unos efectos políticos tan incalculables, se le ocurrió a un banquero del British Overseas Bank. En cualquier caso, fue una muestra más de las bofetadas que los británicos propinaron a la República.
Sí he podido probar que en 1939, terminada la Guerra Civil, representantes de este banco recordaron a interlocutores de Franco aquella puñalada para plantear su deseo de volver a cumplir su vieja función con el nuevo régimen español. Pero Franco había creado el Instituto Español de Moneda Extranjera y se desentendió de este banco. Roma no paga a traidores.
M. A. En la crisis de abril de 1938, Negrín cedió la cartera de Hacienda para asumir la de Defensa Nacional, además de mantener la Presidencia del Gobierno, y Prieto salió del gabinete…
Á. V. Y se dedicó a criticar a Negrín y a los comunistas, olvidando lo que realmente había sucedido entonces. Se convirtió en una rémora para la República. Negrín se lo quiso quitar de encima, enviándole como embajador a México, pero no lo logró por la oposición de Azaña, quien le quería cerca como comodín para una eventual sustitución al frente del Ejecutivo. La historia de la Guerra Civil hubiera sido muy diferente al final si se hubiera ido a México en aquel momento.
La querella siguió en el exilio, Prieto no cesó en sus invectivas contra Negrín. En 1939, por ejemplo, afirmó: «Por negarme a obedecer mandatos de Moscú, me expulsó Juan Negrín el 5 de abril de 1938 del Gobierno que él presidía».
Recordemos que fue en las semanas previas a la crisis gubernamental cuando Stalin intentó que el PCE abandonara el gabinete. Negrín se negó y el PCE permaneció en el Gobierno. Negrín siempre defendió su autoridad como jefe del Ejecutivo.
M. A. ¿En algún momento Azaña pensó en sustituirle como presidente del Gobierno?
Á. V. Sí. Entre las pocas funciones operativas que la Constitución de 1931 otorgaba al presidente de la República estaba la de retirar su confianza al jefe del Ejecutivo y reemplazarlo. Con esta intención, a fines de la primavera de 1938 Azaña tuvo algunos contactos con Besteiro para ver si podía sustituir a Negrín. En aquel momento Besteiro ya estaba tocado por la «quinta columna» y en una posición de abandono.
Pero en 1938 Azaña no se atrevió a hacer lo que hizo en mayo de 1937 con Largo Caballero porque Besteiro carecía de respaldo político en lo que quedaba de las Cortes republicanas y porque Negrín, a diferencia de Largo Caballero, tenía el apoyo de gran parte del Ejército Popular. Así lo expresó Vicente Rojo, quien fue muy crítico con Prieto…
M. A. ¿Qué dijo?
Á. V. Sobre la crisis de abril de 1938 Rojo señaló que había sido «una sanción general» contra el «derrotismo» de Prieto. Por cierto, en sus documentos, que pueden consultarse en el Archivo Histórico Nacional, hay cosas sobre este destacado dirigente socialista que son devastadoras. Curiosamente, ningún historiador prietista o de los hagiógrafos de Prieto, que los tiene, los ha estudiado.
«RESISTIR ES VENCER».
M. A. Con el territorio republicano partido y a pesar de las penurias de la población civil y del inicio del declive del PCE, es admirable cómo Negrín supo galvanizar la resistencia…
Á. V. Sí, pero los hombres hacen la Historia no como quieren, ni en las condiciones que quieren… Negrín era un gran admirador de Georges Clemenceau. Así se aprecia en sus escritos. Clemenceau se equivocó como todo el mundo, pero es evidente que supo liderar a Francia durante la Primera Guerra Mundial. Los franceses no encontraron otro Clemenceau hasta después de la ocupación nazi, con Charles de Gaulle, pero esto es otra historia.
Por este motivo, he afirmado muchas veces, y hay gente que se ha reído de mí, pero yo lo mantengo, que Negrín fue el Churchill o el De Gaulle español. Ya sé que hay diferencias, es obvio, pero si buscamos a los hombres que hacen la Historia, el gran nombre de la República en guerra fue por supuesto el de Juan Negrín. Y los hechos lo demuestran. Más que los trece puntos que formuló entonces, en abril de 1938, pensando sobre todo en el exterior, lo que articuló la resistencia de la República hasta su desplome fue la consigna levantada por él: «Resistir es vencer». No andaba equivocado, si Francia y el Reino Unido no se hubieran arrodillado ante Hitler en Múnich…
M. A. También el PCE desplegó una gran campaña de agitación y propaganda en torno a la tesis de la resistencia…
Á. V. Es muy curioso —y esto no se destaca lo suficiente— que cuando en 1938, ya con la guerra francamente perdida, Negrín logró imponer una disciplina férrea apoyándose en el PCE, entonces es cuando algunos historiadores más le critican y le acusan de imponer una dictadura. Pero no hubo nunca una dictadura en la zona republicana. Lo que pasa es que, frente a la derrota, había que disciplinar a la sociedad, a las milicias, al ejército, a los partidos políticos. La sociedad se armó y se unificó en cierta medida. Franco lo había logrado a principios de 1937.
¿Y qué hizo Negrín más adelante? En septiembre de 1938 con toda tranquilidad ofreció al Gobierno británico sacrificar al PCE, separarlo del Gobierno, si Londres apoyaba a la República. ¿Fue un títere de los comunistas? No lo parece. Y, por cierto ¿qué hubiera hecho el PCE en esa hipotética coyuntura? Pues aguantarse, porque además así se lo habría impuesto Stalin, quien ya había impedido en marzo de aquel año que el Partido Comunista Francés entrara en el nuevo gabinete de Blum, y eso que el PCF era un partido muchísimo más consolidado que el PCE.
M. A. El embajador Labonne dijo entonces de Negrín: «Más que nunca este hombre es el alma, casi única, de la resistencia (…) se emparenta con todos los héroes de la tradición milenaria de España»…
Á. V. Esa percepción la compartieron numerosos observadores extranjeros, incluidos los diplomáticos británicos, quienes, aunque con más frialdad, también reconocieron su enorme capacidad de liderazgo. Negrín se forjó como un gran dirigente político como miembro del Gobierno en la guerra, lidiando con dos dimensiones esenciales: la economía y la vertiente exterior. Fue Negrín quien proporcionó divisas para la guerra, quien habló con Francia, quien viajó a Inglaterra, cuando casi nadie salía de España… ¿Cuántos ministros republicanos, aparte de Álvarez del Vayo o Giral, viajaban al extranjero para hablar con gobiernos, presidentes, ministros?
M. A. Planteó la política de resistencia a pesar de que conocía que la población civil republicana sufría grandes penalidades…
Á. V. Partía del supuesto de que la capitulación era peor. Lo que es admirable es que mantuvo el entusiasmo hasta el final. Sabía que la capitulación sería un desastre. Como así fue.
M. A. No se equivocó…
Á. V. No se equivocó. Las querellas del exilio y la Guerra Fría desfiguraron todo esto. Ahora resulta que para algunos historiadores los héroes fueron Besteiro y Casado. Besteiro estaba en la luna, políticamente hablando… ya sé que era catedrático de Metafísica de la Universidad Central, conozco su trayectoria impecable en el PSOE y como presidente de la UGT. Lo sé y con todos mis respetos digo que la guerra es un crisol de hombres. Hay gente que se hunde y gente que crece. Besteiro se hundió, Negrín creció. En cambio, el coronel Casado fue un don nadie: salió de la oscuridad por su traición en marzo de 1939 y pronto regresó a ella.
M. A. Ha definido a Vicente Rojo, el principal asesor militar de Negrín, como «el más alto soldado de la República, conservador, católico, sin partido…».
Á. V. Bueno, intentó afiliarse al Partido Comunista… Era lógico, date cuenta que varios militares profesionales ingresaron en el PCE.
M. A. ¿Por qué?
Á. V. Él mismo lo explicó: por su devoción a la causa, por su entrega sin límites, por su espíritu de sacrificio, por representar las virtudes del hombre español en guerra. Pero Negrín le dijo que no podía tener un jefe del Estado Mayor comunista, es decir, que, si ingresaba en el PCE, dejaría de serlo en el acto.
Obviamente, Rojo no era marxista-leninista. Todo esto hay que interpretarlo situando la acción de los seres humanos en su tiempo, que no es el nuestro. Ya sé que eso es muy difícil, esto lo hace muy bien un buen novelista. Al historiador le está vedado alejarse mucho de las fuentes, pero es imprescindible hacerlo. Vicente Rojo fue un gran general, técnicamente mucho mejor que Franco, con gran diferencia. Ahora bien, también cometió errores, el principal fue no adecuar la estrategia a los medios disponibles. Hubo una falta de correlación entre la estrategia ambiciosa con la que planteaba las operaciones y los medios de que disponía. Hernán Rodríguez, un historiador joven, ha escrito un libro muy interesante sobre el Servicio de Información Militar republicano y ha demostrado que Rojo se fiaba demasiado de sus intuiciones. Nada nuevo, Napoleón también lo hacía, pero es un hecho que no prestó suficiente atención a la información.
Es decir, que de alguna manera Rojo planteaba operaciones con los ojos un poco cerrados por la ignorancia de las capacidades y propósitos del adversario. La traslación en la República de la información militar a la estrategia y a la política militar no fue correcta. Esta crítica me parece oportuna, pero no olvidemos que la Guerra Civil en realidad fue una sorpresa para todo el mundo. El ejército español no estaba preparado para una contienda moderna. Ninguno de los dos contendientes. Unos avanzaron más deprisa, otros menos, y claro, la parte republicana fue por detrás… Pero en contra de lo que acabo de afirmar también puedo señalarte: ahí tienes al ejército francés, que se curtió en la Primera Guerra Mundial y fue un desastre en la preparación de la Segunda Guerra Mundial.
M. A. El 30 de abril de 1938 Negrín dio a conocer sus famosos «trece puntos»…
Á. V. Ahí latían las razones por las que la República seguía luchando, eran un guiño a las potencias democráticas. Nada de lo que planteó era radical, pero eran principios inaceptables para Franco, principalmente la retirada de todas las fuerzas militares extranjeras y la propuesta de convocatoria de un plebiscito sobre la forma de gobierno de España.
DEL EBRO A MÚNICH.
M. A. A pesar de todos los retrocesos, a pesar de todas las dificultades, en julio de 1938 el Ejército Popular lanzó en el Ebro su última gran ofensiva…
Á. V. Fue una gran batalla, la última gran batalla de la Guerra Civil, librada entre julio y noviembre de 1938. El 25 de julio el Ejército Popular cruzó el río mientras Franco seguía atacando la Línea XYZ. Hoy podemos decir que aquella ofensiva fue un error de la República, sin duda. ¿No hubiera sido mejor conservar las fuerzas, sin agotarlas en prolongados y duros combates, y resistir la ofensiva franquista contra Cataluña con toda la potencia del ejército del Ebro completo? Obviamente, hoy se aprecia mucho mejor que entonces…
M. A. En ocasiones se ha planteado que aquella ofensiva fue una idea impuesta por los soviéticos…
Á. V. Fue una iniciativa de Rojo. Incluso en su archivo figura un documento del asesor jefe soviético, que expresó su desacuerdo con ello. Entonces Rojo ofreció su dimisión a Negrín, pero éste la rechazó. Sin embargo, el mando republicano no tuvo en consideración que era un proyecto de ambiciones limitadas (básicamente, descargar la presión sobre Valencia, donde los altos hornos de Sagunto eran esenciales para la República) que no podía exigir una excesiva inversión en recursos humanos y logísticos.
Tampoco intuyó la más que previsible reacción de Franco, quien se negó a perder un centímetro de territorio y embistió. De ese modo, aquella batalla fue fijando cada vez más unidades del ejército republicano y éste no retrocedió, sino que invirtió más recursos en un volumen que no estaba previsto inicialmente. Hay un segundo factor que hay que considerar al evaluar la Batalla del Ebro…
M. A. ¿Cuál?
Á. V. La situación internacional, que en el verano de 1938 era de crisis auténtica. Había peligro de que estallara una guerra europea por Checoslovaquia. En ese contexto, Negrín entendió que la República debía mostrar indeclinablemente su compromiso antifascista y no podía retirarse del frente del Ebro, aparte de que técnicamente hubiera sido complicado. En aquel momento la República era la única que resistía en Europa el avance del fascismo con las armas en la mano.
El 21 de septiembre ante la Sociedad de Naciones anunció la retirada de todos los combatientes extranjeros del Ejército Popular, es decir, de las Brigadas Internacionales, que ya no tenían una gran importancia militar, pero sí política. De ese modo, la lucha ya sería de españoles contra españoles y extranjeros, porque a Franco naturalmente Alemania e Italia le siguieron ayudando. Fue un nuevo gesto hacia Londres y París, desde donde había recibido buenas noticias…
M. A. ¿Qué noticias?
Á. V. El dirigente socialista francés Vincent Auriol viajó a Barcelona y le prometió que si retornaban al Gobierno estaban dispuestos por fin a combatir a Hitler. Pero Londres aún no compartía esa posición y Chamberlain lo expresó entonces, refiriéndose a otro país, con una de sus tres frases inmortales, cuando preguntó retóricamente si iban a ir a la guerra por una nación, Checoslovaquia, de la que no sabían nada y no les importaba nada… Finalmente, no hubo cambio de gobierno en París y Daladier y Chamberlain capitularon ante Hitler en Múnich, aceptando la anexión germana de la región checa de los Sudetes. «Paz en nuestro tiempo…», sentenció Chamberlain.
Duró cinco meses porque en marzo de 1939 Hitler ignoró el acuerdo de Múnich y ocupó Bohemia y Moravia, mientras Eslovaquia se escindía como protectorado alemán. ¡Un desastre! Entonces, y solo entonces, Chamberlain pronunció su tercera frase inmortal: «Hitler no es un gentleman». La visión de Londres empezó a cambiar lentamente, pero para la República Española ya era tarde.
M. A. La Conferencia de Múnich debió de ser una humillación para Francia y el Reino Unido…
Á. V. Aún en la actualidad en Inglaterra hay una controversia muy aguda en torno al papel histórico de Chamberlain, que a mi juicio fue desastroso y no solo para España. Hay en curso una reevaluación de su actuación como primer ministro. Sus defensores señalan que quería preservar el Imperio, mostrar una capacidad de disuasión y comprar tiempo para el rearme de su país, ya que era consciente de las limitaciones del Reino Unido. Pero a un político se le juzga por los resultados y su política de apaciguamiento de los dictadores francamente no fue la mejor.
M. A. ¿Cómo reaccionó Negrín ante los acuerdos de Múnich?
Á. V. Relativizó un poco sus pésimos frutos, porque siguió confiando en que la ayuda soviética podría llegar en proporciones mayores. Tras la derrota en el Ebro, que destrozó el Ejército Popular y las reservas republicanas, recurrió a lo único que le quedaba, pedir ayuda a Stalin, un gesto distorsionado por Payne como una nueva claudicación ante Moscú. Pero le escribió una carta muy meditada, que se conoce desde hace mucho tiempo, en la que le expresó que no podía concebir que el Reino Unido y Francia pudieran aspirar a seguir manteniendo su estatuto de grandes potencias si en un momento determinado no se enfrentaban a Hitler y le expresó que creía que eso sucedería en el verano de 1939…
Negrín acertó completamente y Chamberlain se equivocó absolutamente. ¿Por qué? El primer ministro británico tenía bastante más información, pero él tenía una mejor intuición. Era una interpretación muy importante y, claro, adaptó su conducta política a esa visión. Puede argumentarse que con dicha carta quiso camelarse a Stalin para que le ayudara, pero ¿cómo podía saber que aquellas líneas le iban a agradar?
La mayor parte de los historiadores señala que, después de la Conferencia de Múnich, Stalin se desentendió de la República y empezó a preparar su pacto con Hitler, una afirmación absurda que no se sostiene en ninguna evidencia histórica. Pero, claro, nunca se es lo suficientemente anticomunista… En fin, los historiadores tenemos prejuicios y hay uno en la historiografía sobre los años treinta: no hay que fiarse de los «malvados soviéticos».
M. A. ¿Qué errores cometió Negrín en los últimos meses de la Guerra Civil?
Á. V. Bueno, la flota fue siempre un problema gravísimo. Hay que recordar, para comprenderlo, que la mayor parte de los oficiales del Cuerpo General se pasaron a los sublevados o fueron neutralizados, fusilados, masacrados o categorizados como sospechosos. Manejar un barco de guerra no se improvisa. Los asesores soviéticos, que fueron pocos en el ámbito naval, no contribuyeron demasiado ya que levantaban suspicacias. Y tampoco eran unos genios. Los oficiales que permanecieron fieles a la República fueron, con frecuencia, ascendidos a grados muy por encima de sus capacidades. Otros, agazapados, siguieron adictos a los sublevados. Esto se pondría de manifiesto en marzo de 1939 con la huida de la flota a Bizerta (en el Túnez actual, entonces posesión colonial francesa) en paralelo al golpe de Casado. Muchos reconocieron haber saboteado conscientemente las operaciones. Es decir, no hablamos de un asunto simple. Prieto y Negrín siempre tuvieron dificultades para encontrar colaboradores de quienes poder fiarse. Los nombramientos fueron un desastre. Al final de la guerra, Negrín se vio obligado, a falta de otra opción mejor, a recuperar a Miguel Buiza como jefe de la flota republicana. Fue una mala elección, pero consideró que los otros candidatos eran peores. Dicho todo lo que antecede, no encontró la piedra filosofal.
Sabemos lo que hizo y cómo lo hizo. No reveló prácticamente a nadie lo que quería conseguir con su política de resistencia, no a ultranza sino medida estrictamente a las necesidades de evacuación. Cuando se confió a alguien (por ejemplo, Casado) le salió el tiro por la culata. No se fiaba demasiado de los comunistas, en contra de los hiperperdurables mitos franquistas, y jugó solo. No tengo recetas, desconozco cómo hubiera podido obrar de otra manera. La que eligió no fue, ciertamente, la mejor. Creo que debió cesar a Casado mucho antes, pero es más fácil decirlo hoy que hacerlo entonces.
M. A. ¿Cuándo y cómo se fue gestando el clima en que se preparó el determinante golpe del 5 de marzo de 1939?
Á. V. En este punto se han exagerado algunas cosas en relación con el PCE. Por ejemplo, se ha hipertrofiado la trascendencia que tuvo la imagen de su espectacular crecimiento durante el primer año de la Guerra Civil, su protagonismo, su propaganda omnipresente, la importancia de la ayuda soviética que lo prestigiaba. Sin duda, es una percepción que tuvo su importancia, pero el PCE era menos avasallador de lo que se percibía en 1938 y sobre todo mucho menos de lo que la mayor parte de los historiadores ha dicho. Ese malestar existía, pero se ha exagerado, al igual que la molestia por el ascenso en el Ejército Popular, en el marco de la política de resistencia, de militares próximos a ese partido o militantes del mismo (Cordón, Ciutat, Líster, Galán, Modesto). Fernando Hernández Sánchez ha demostrado que la penetración comunista en el Ejército Popular fue muy limitada, salvo en el ejército del Ebro. Ahí sí hubo una proliferación importante de mandos comunistas.
A mi juicio, hubo un factor mucho más determinante en la gestación de la traición…
M. A. ¿Cuál?
Á. V. El atractivo de una paz con honor entre militares, la reedición del abrazo de Vergara de Espartero y Maroto que en 1839 puso fin a la primera Guerra Carlista. Esto lo han detectado Ángel Bahamonde y Javier Cervera y sí tuvo efectos corrosivos. Tal sentimiento empezó a extenderse entre los militares profesionales republicanos en el otoño de 1938, después de la Conferencia de Múnich. Probablemente ya latía antes, pero tras lo sucedido en la ciudad bávara se acentuó y tuvo que llegar al Cuartel General de Franco mucho antes de lo que se ha dicho hasta ahora.
M. A. ¿Qué indicios existen?
Á. V. Sabemos que a fines de octubre de 1938 el agente de Franco en París, José María Quiñones de León, comentó a un diplomático británico que había recibido noticias en esa dirección y, si él lo sabía en aquel momento, es evidente que el «Generalísimo» había conocido antes esta información. Sé que Ángel Bahamonde está trabajando en esto y que está revisando los expedientes de los consejos de guerra de los oficiales y jefes republicanos que fueron procesados después de la guerra.
EL CAMINO DEL EXILIO.
M. A. A fines de 1938 el Ejército Popular estaba exhausto, ya no pudo defender Cataluña…
Á. V. En aquel momento, la estrategia del Gobierno se apoyaba en tres factores: una cierta resistencia del Ejército Popular, que la unidad del Frente Popular no se marchitara definitivamente y que la posición de las potencias democráticas, principalmente de Francia, se mantuviera al menos como entonces. Pero falló lo primero y las tropas franquistas empezaron a avanzar hacia Barcelona, con el uso intensísimo de la aviación, y fue el principio del fin.
Después de la derrota en el Ebro, la opción asumida por Negrín fue también la preparación del exilio. Estaba pensando en esto desde 1937, cuando ya sabía que la República tenía perdida la guerra. El problema no era perderla, sino cómo se perdía. Poco a poco fue tomando decisiones que no consultó con nadie. Una persona muy cercana a él como Zugazagoitia se quejó en sus memorias de que no entendía al presidente, de que no le hacía partícipe de sus sentimientos políticos íntimos. Negrín ya solo se fiaba de muy poca gente: del embajador Marcelino Pascua y de unas cuatro personas, todas profundamente desconocidas pero muy leales a él, como su secretario (Blas Cabrera), un militante comunista llamado Benigno Rodríguez o su hijo mayor. Y con ellos trabajó. Así fue.
M. A. ¿Qué hizo a fines de 1938?
Á. V. Envió grandes cantidades de archivos oficiales y personales a la embajada de París, cuyo titular era Pascua, y le ordenó que identificase lugares de garantía donde depositar bienes propiedad del Estado. Preparaba a la República para el exilio y la derrota.
M. A. Pero aún apeló a la ayuda soviética…
Á. V. A principios de noviembre envió al jefe de la aviación, el general Ignacio Hidalgo de Cisneros, con una carta para Stalin en la que caracterizó al Gobierno británico como el peor enemigo de la República. Y efectivamente lo era, porque era el adversario que no daba la cara y que además decía ser amigo…
M. A. ¿Y le comentó algo de Francia?
Á. V. Señaló acertadamente que carecía de una política exterior propia. En 1979 Jean-Baptiste Duroselle publicó un gran alegato contra la política francesa en los años treinta titulado La décadence. Dos palabras, una incluso: decadencia. Negrín lo apreció y lo dijo sobre la marcha. Entendió entonces que para la República la única alternativa posible era una concertación de las democracias con la Unión Soviética, algo que coincidía con el planteamiento de Stalin y del sector más realista del establishment británico, empezando por Churchill.
M. A. ¿Qué hizo la Unión Soviética?
Á. V. Un esfuerzo notable y apresurado por enviar material de guerra a la República.
M. A. ¿Por qué entonces Stalin dijo sí? ¿Por qué cuando las democracias abandonaron definitivamente a la República aumentó la ayuda?
Á. V. La amenaza japonesa sobre las fronteras soviéticas se enfrió con la guerra con China y, precisamente cuando las potencias democráticas abandonaron de manera definitiva a la República, ordenó el envío de grandes masas de material bélico, que partieron hacia la España republicana en diciembre.
M. A. ¿Aún pensaba que la situación bélica en España podía variar?
Á. V. Consideraba que Múnich era un mojón más en el camino de la capitulación, pero que esa actitud de las democracias no era definitiva y que la República Española era el ejemplo vivo de la lucha armada contra la agresión fascista y por consiguiente convenía apoyarla. Lo que no intuyó es que la resistencia republicana iba a colapsarse. Pero eso creo que tampoco los republicanos lo previeron.
Ciertamente, la resistencia estaba carcomida y no había fuerzas, ni voluntad, ni armas después de la sangría del Ebro. Es patético ver los telegramas que a fines de 1938 se cruzaron Negrín y Pascua, las cartas entre Zugazagoitia y Pascua… pensando cuándo llegarían las armas soviéticas, porque surgió un grave problema que hizo que aquel material soviético llegara tarde a la zona republicana y no entrara en combate.
M. A. ¿Qué problema?
Á. V. El tránsito del material por Francia siempre había sido un tanto aleatorio. El Gobierno galo había cerrado de nuevo la frontera en junio de 1938 y se resistía a autorizar el paso de los suministros soviéticos, aunque finalmente lo permitieron. Ningún historiador ha estudiado este episodio. En los archivos de Moscú quise ver qué tipo de relaciones y contactos hubo entonces entre la URSS y Francia, pero no me dejaron. En fin, no se puede lidiar con la burocracia… Algún día alguien rellenará este «hueco» si es que se conservan documentos, bien en Francia, bien en Rusia, salvo que hayan sido destruidos, lo que también es verosímil. En cualquier caso, en una reunión del Gobierno en enero en Barcelona Negrín explicó que hubo que «engrasar» —¡textual!— a muchos políticos franceses. Aquellas dificultades hicieron que el material llegara demasiado tarde.
En contraste con la irregularidad de los suministros soviéticos, conviene recordar, una vez más, la ayuda sostenida de las potencias fascistas a Franco. En 1938 y principios de 1939, Mussolini envió 65 000 toneladas de material bélico y además siempre llegó en el momento oportuno: en julio para la Batalla del Ebro, en noviembre para la ofensiva final sobre Cataluña y en enero de 1939 para finiquitar la contienda.
M. A. ¿Cuándo entendió Stalin que el destino trágico de la República era irreversible?
Á. V. Todavía a fines de enero de 1939 maniobraba, a través de su embajador en París, para que Francia la ayudase, pero no tuvo éxito.
Stalin empezó a lavarse las manos a principios de febrero porque entonces ya no sabía cómo enviar armas. No las podía encaminar por la frontera francesa, solo por barcos que debían navegar hasta las costas del Levante republicano, pero salvando la flota de bloqueo franquista, que entonces era muy potente porque todas sus naves estaban concentradas ahí. Para Stalin ya era demasiado arriesgado y por eso en su famosa respuesta a una carta de Vorochilov en la que le pedía instrucciones respecto a España le dijo que se había acabado.
Negrín lo supo pronto y se lo contó al coronel Casado y después a la Diputación Permanente de las Cortes republicanas en París.
M. A. El 23 de enero de 1939 el Gobierno republicano declaró el estado de guerra…
Á. V. Esto supuso que los militares asumieran casi todas las atribuciones del Poder Ejecutivo. Por cierto, los juristas republicanos habían elaborado previamente varios proyectos para declarar el estado de guerra de tal manera que no se erosionara totalmente la capacidad ejecutiva del Gobierno. Esto debió de presentarse en su momento a Negrín y a Prieto y ambos lo descartaron seguramente por temor al cesarismo, al igual que el PCE también lo rechazaba. Fue un error de Negrín y del PCE. Finalmente, aquel día el Ejecutivo declaró el estado de guerra sin ninguna cortapisa en todo el territorio leal a la República. Y precisamente en ello se apoyaría seis semanas después el coronel Casado para justificar su golpe de mano. En cualquier caso, el Gobierno siguió funcionando y retornó a la zona centro después de la caída de Barcelona el 26 de enero.
M. A. ¿Qué hubiera supuesto implementar aquella medida con esas limitaciones?
Á. V. Fundamentalmente, hubiera disciplinado a los partidos y probablemente hubiese llevado a Negrín a preparar una combinación militar con mandos fieles, no la que planteó en febrero de 1939 después de la pérdida de Cataluña. Hubiera anticipado cosas que después sucedieron. Porque, claro, el problema de la República en materia militar era cómo poner hombres fieles al frente de las unidades. En general, hubo muchos oficiales leales a la República, pero también muchos otros que entregaron información a la «quinta columna».
M. A. ¿De verdad?
Á. V. Pero si Matallana, que era amigo íntimo de Vicente Rojo, traicionó a la República, imagínate otros… Y que Matallana traicionó a la República es altamente verosímil, a pesar de que el expediente que encontraron Juan Campanario y varios historiadores de la Universidad de Alcalá de Henares está tan deteriorado que ya no se sabe muy bien cuándo empezó su engaño. Todo hace pensar que en la batalla de Brunete, en el verano de 1937.
M. A. La caída de Barcelona forzó el éxodo de miles de refugiados hacia la frontera francesa. Un episodio dramático en aquel crudo invierno de 1939…
Á. V. Por supuesto, fue terrible la huida de decenas de miles de republicanos en medio de la nieve y los bombardeos de la aviación franquista. Pero sabemos por el diario de Antonio Cordón y por lo que escribió al buró político del PCE que se había llevado a cabo una política de abastecimientos nefasta. En aquellos meses la población estaba pasando hambre cuando había toneladas y toneladas de víveres a cargo de la intendencia general del Ejército Popular que no se empleaban. Aquello contribuyó a exasperar los ánimos, a minar la capacidad de resistencia en la retaguardia republicana.
M. A. Francia se portó muy mal con los refugiados…
Á. V. Se portó mal. Por una parte, el ministro del Interior francés, Albert Sarraut, no tenía ninguna simpatía por los republicanos españoles. Por otra, es evidente que no era sencillo atender a toda aquella masa de exiliados, pero tampoco se prepararon ni por supuesto lo hicieron bien, recluyendo a decenas de miles de personas en aquellos improvisados campos de concentración en condiciones terribles. No fue un capítulo honorable para la República Francesa, desde luego.
DESDE LA «POSICIÓN YUSTE».
M. A. El 1 de febrero, en el castillo de Figueres, a 40 kilómetros de la frontera francesa, tuvo lugar la última reunión de las Cortes republicanas en territorio español…
Á. V. Allí Negrín expuso sus tres condiciones para el fin de la guerra: la garantía de la independencia nacional, que el pueblo español decidiera su futuro y que los vencidos no sufrieran represalias.
M. A. Que Franco en ningún momento se planteó aceptar…
Á. V. Por supuesto. Por otra parte, a diferencia del presidente Negrín, el general Rojo entonces ya era partidario de pedir la paz sin condiciones y de entregar el territorio. Tiró la toalla, quizá prematuramente, pero no hay que olvidar que había preparado un plan de rendición para las tropas republicanas que le pidió Negrín.
M. A. El 5 de febrero Azaña abandonó el territorio español, acompañado por Negrín y una parte del Gobierno…
Á. V. Y ya no quiso volver a la zona republicana. Se refugió en la embajada en París…
Su actuación en las últimas semanas de la Guerra Civil es injustificable y constituye su imborrable borrón. Renunció a la Presidencia de la República el 27 de febrero, al día siguiente de que Francia y el Reino Unido reconocieran a Franco. Le sustituyó, según lo establecido, el presidente de las Cortes: Diego Martínez Barrio.
M. A. ¿Afectó a Azaña el gesto de París y Londres?
Á. V. La decisión estaba tomada in pectore tanto en Londres como en París y Azaña tenía que saberlo porque leía la prensa francesa. No le pilló de sorpresa el reconocimiento de Franco, sino que se escudó en ello como un pretexto para una salida honorable, pensando quizás en el futuro; no lo sé, no me atrevo a enjuiciar sus motivos. Pero es evidente que vio en ello una coartada y, cuando Negrín le pidió que regresara a la zona republicana, no lo hizo, se quedó en París.
M. A. ¿Por qué?
Á. V. Se achaca a la cobardía… Es verdad que Azaña tenía pavor a caer en manos de los sublevados porque le odiaban a muerte y le hubieran pegado cuatro tiros. De todos modos, tras el golpe del 5 de marzo de 1939, la cúpula republicana se salvó, el Gobierno y Negrín se salvaron, al igual que los principales dirigentes del PCE. Todos partieron al exilio sin grandes problemas desde el aeródromo de Monóvar, en Alicante. Y Azaña se hubiera salvado también, no cabe duda. Negrín no hubiera permitido que cayera en manos de los sublevados. Me parece imposible.
Así actuó, por cierto, en 1940, cuando Francia ya había sido ocupada por los nazis. Lo primero que hizo Negrín fue ir de Burdeos en coche al lugar donde estaba Azaña con la intención de trasladarle en barco a Inglaterra, corriendo muchos riesgos y con una orden de detención en contra suya en Francia. Azaña se lo agradeció, pero le explicó que ya no estaba en condiciones de viajar. El expresidente de la República falleció el 3 de noviembre de aquel año en Montauban.
M. A. Negrín sí regresó al territorio republicano y se instaló en la zona de Elda-Petrer, en la «Posición Yuste»…
Á. V. En febrero de 1939 su gran objetivo era salvar vidas, evacuar a miles de responsables políticos, sindicales y militares republicanos desde los puertos mediterráneos y con los barcos de lo que quedaba de la flota, que estaban en Cartagena. Pretendía oponer una resistencia elástica que no sabemos si hubiera podido mantener. Sin embargo, Negrín actuaba sin conocer la estrategia de Franco, que deseaba provocar la implosión de la República desde dentro a través del coronel Segismundo Casado y de Miguel Buiza, el jefe de la flota. Ya en el otoño de 1938 Negrín hizo caso omiso de los informes que le hablaban del deterioro de la situación en Madrid y de la conducta de Casado. Estaba pendiente de la ofensiva franquista sobre Cataluña. Ése fue uno de sus errores más graves.
UNA VIL PUÑALADA POR LA ESPALDA.
M. A. La República no pudo tener un final más amargo…
Á. V. La huida de la flota hacia el norte de África y el infame golpe de Estado del 5 de marzo de 1939 contra el Gobierno de Negrín, encabezado por el coronel Casado, el dirigente socialista Julián Besteiro y el líder anarquista Cipriano Mera, proporcionaron al general Franco la mejor de las victorias y a la República la peor de las derrotas. Ésta tuvo el peor final posible, rodeado de traiciones, odios cainitas, enfrentamientos y un reguero de sangre que sembraron la semilla del divisionismo que caracterizaría al largo exilio posterior. Prestaron un servicio impagable a la perpetuación de la dictadura.
Casado dio el golpe porque no pudo esperar más. Franco le presionó y además había interceptado las comunicaciones de Negrín desde la oficina de cifra en el Palacio de Bellavista y así supo que éste estaba dispuesto a capitular, eso sí intentando salvar a miles de republicanos con la flota. El PCE se había plegado a ese plan que, si funcionaba, dejaba a Casado sin margen de maniobra. Esto es lo que precipitó el golpe del 5 de marzo, que instituyó el Consejo Nacional de Defensa, presidido por el general José Miaja, y desconoció al Gobierno de la República. Estuvo abocado al fracaso desde que la flota republicana se hizo a la mar tan solo con los marinos y sus familias por orden de Buiza, quien también debió de ser intoxicado por la «quinta columna».
M. A. Franco les engañó…
Á. V. Pero también ellos, sobre todo Casado, se dejaron engañar. Casado y Besteiro pensaban en una paz negociada que pusiera fin a la Guerra Civil. Franco, en la victoria y en la venganza.
M. A. Justificaron el golpe para evitar que el PCE y Stalin se apoderaran de la República…
Á. V. Una leyenda que servía muy bien a todos: a Franco le suministraba una interpretación acorde con la necesidad objetiva que habían otorgado a la sublevación de julio de 1936; a casi todos los vencidos les permitía identificar nítidamente unos culpables de la derrota (Negrín y los comunistas); a los anarquistas les libraba de tener que lidiar con la traición de Mera y a los socialistas no negrinistas les permitía santificar a Besteiro y eludir sus propias responsabilidades.
Pero era una estupidez supina. Fernando Hernández Sánchez y yo hemos analizado la propaganda del Consejo Nacional de Defensa en marzo de 1939 y es verdaderamente patética. Y Besteiro era quien daba las instrucciones, que se conocen desde hace muchos años. Era un hombre que estaba completamente al margen de lo que sucedía en España y en el mundo, estaba obcecado y creía que así salvaba a la República. Pero ni salvó a la República, ni sobre todo salvó a los republicanos.
M. A. Ni tampoco se salvó él…
Á. V. Con Besteiro pasó lo que con el presidente de la Generalitat, Lluís Companys: una «buena» muerte salvó toda una vida. El 15 de octubre de 1940, ante el pelotón de fusilamiento en Montjuïc, Companys se descalzó y con el pie desnudo tocó el suelo de Cataluña y así murió acribillado. Este gesto sublime le redimió.
En el caso de Besteiro, no lo fusilaron, le condenaron a treinta años de cárcel porque Franco sabía que en parte gracias a él había podido cumplir su plan de terminar la guerra masacrando las posibilidades de evasión de los cuadros políticos y militares republicanos. Falleció en septiembre de 1940 en la cárcel de Carmona. A diferencia de Mera y Casado, no quiso huir. Eso le honra. Quizá pensaba que con los servicios rendidos a Franco le dejarían en paz.
M. A. En cambio, Casado se marchó a Londres…
Á. V. Sus memorias, publicadas en inglés ya en 1939 y en español en 1968, son solo propaganda. Y, sobre todo, encubrieron que facilitó el éxito a Franco en su mayor y más exitosa operación política durante toda la Guerra Civil: impedir la evacuación de miles de dirigentes políticos, militares y sindicales republicanos. Franco también le engañó, puesto que fusiló a militares republicanos e incumplió las promesas que le habían hecho llegar.
Recientemente, he descubierto en el Archivo Militar de Ávila una carta que en 1940 Casado escribió al general Franco y que envió a través del Duque de Alba para reprocharle su engaño. Le movió a escribir aquellas líneas la ejecución del general de la Guardia Civil Antonio Escobar en Barcelona el 8 de febrero de 1940. Fue el último jefe del ejército en Extremadura, un hombre conservador, católico, que había permanecido leal a la República. Casado y otros creían en un nuevo «abrazo de Vergara», pero Franco le pegó cuatro tiros. Y eso a Casado le llegó al alma, porque eran amigos.
Franco le había engañado porque le había hecho ver que sería tolerante y que la rendición le haría ser indulgente con ellos, lo que a Casado le impulsó a rebelarse contra el Gobierno republicano.
M. A. ¿Sin el golpe del 5 de marzo la República hubiera podido resistir más tiempo?
Á. V. Poco más. La República ya no tenía capacidad de resistencia y por los testimonios que se han recogido en aquellas semanas todos los jefes militares asumían la derrota. Además, la escasez de alimentos y el cansancio de la guerra propagaban el derrotismo en la retaguardia. Después, el PCE contaría su versión y diría que la guerra no estaba perdida en el invierno de 1939, pero sí lo estaba.
En ese escenario hipotético, creo que Negrín hubiera intentado oponer una pequeña resistencia y, sobre todo, unos diez mil hombres, entre cuadros políticos, sindicales y militares republicanos, hubieran llegado a Cartagena para embarcarse en el marco de la evacuación. Era necesario resistir dos o tres semanas más para poder llevarlo a cabo. Desconocemos si lo hubieran podido hacer, pero ése era el plan de Negrín y Casado lo conocía. Besteiro, Mera y él lo impidieron: ésa fue la puñalada final, trapera, imposible de perdonar, que asestaron a la República. Y, por cierto, también un sector del movimiento anarquista había aprobado ya la preparación de la evacuación, como relató Peirats en su historia de la CNT en la Guerra Civil.
Por otra parte, imagino que cuando Casado conoció la traición de la flota, puesto que Buiza participaba de la conjura que estalló el 5 de marzo, se quedó noqueado. Entre eso y la sublevación comunista posterior contra el Consejo Nacional de Defensa estuvo quince días en que no le dio tiempo a pensar en la evacuación. Cuando lo hicieron en el Consejo se dieron cuenta de que Besteiro, el civil de la trama, ni siquiera había pensado cómo prepararla y cómo financiar el exilio.
M. A. Miles de republicanos quedaron a merced de la represión…
Á. V. Absolutamente, las fronteras fueron selladas y cerradas herméticamente salvo para los pocos que lograron huir en los barcos británicos desde el puerto de Alicante…
M. A. En el Stanbrook , el último buque, se marchó a Orán mi tío abuelo Francisco Amorós Alarcón…
Á. V. Fueron unos días angustiosos, terribles, en los que cerca de veinte mil republicanos quedaron atrapados en Alicante. Fue un anticipo de lo que sufrieron a partir del 1 de abril de 1939.
M. A. El mejor final de la guerra para los propósitos de Franco…
Á. V. Efectivamente, logró más de lo que pretendía. Se atuvo hasta el final a las prescripciones terroristas de Mola con las que se había iniciado la sublevación en 1936. Cuando supo que el Consejo Nacional de Defensa ya no disponía de la flota comprendió que no necesitaba negociar nada. Tan solo exigir la rendición incondicional. Así fue el final de la Guerra Civil.
Franco se unió a la sublevación militar de julio de 1936 con una operación político-militar, el asesinato del general Amado Balmes, y la terminó con su más grandiosa operación político-estratégica: provocó la implosión republicana y capturó a millares de luchadores antifascistas que no pudieron huir. Fueron unas semanas trágicas, con miles de ejecuciones que sembraron la discordia que posteriormente inutilizó la capacidad política del exilio. Los republicanos fueron triturados física y moralmente. La espina dorsal de la izquierda española, obrera y burguesa, quedó rota durante muchos años. ¿Se hubiera comportado la izquierda en el exilio de la forma en que lo hizo en el caso de haber contado con aquellos millares de cuadros experimentados que habían subido a las alturas de la política y de la milicia a lo largo de la guerra y, a pesar de todas las dificultades, demostrado un cierto grado de cohesión frente al enemigo común?
Éstos ya no son los mitos de Franco, son los mitos de la izquierda, en los que, por cierto, tampoco los comunistas salen con honor.
M. A. ¿Por qué?
Á. V. Porque un partido que había constituido la espina dorsal de la resistencia se derrumbó como un castillo de naipes. En el exilio sus dirigentes se bolchevizaron y se transformaron en caja de resonancia de la nueva política de Stalin. Sobre todo después de la firma del pacto Molotov-Von Ribbentrop. Nunca hicieron autocrítica y se empeñaron en sostener, contra viento y marea, los nuevos mitos que más convenían a la política exterior soviética. Hubo un PCE en la Guerra Civil y otro en el exilio.
M. A. En El desplome de la República Fernando Hernández Sánchez y usted analizaron el fin de la Guerra Civil a partir del hallazgo de un documento espectacular: el informe que la dirección del PCE elevó a Stalin en el verano de 1939…
A. V.: Stalin tenía un gran interés por conocer las causas de la derrota republicana que, en cierto modo, también fue «su» primera derrota. Este informe, elaborado con la contribución de varios cuadros políticos y militares comunistas, tiene una importancia capital para comprender la política del PCE en el invierno de aquel año, cuando, como explica Fernando, ya era un gigante con pies de barro. Los comunistas españoles, que estaban refugiados en la Unión Soviética, no podían engañar a Stalin (porque podía disponer de ellos a su antojo), ni exculparse, y tampoco conocían qué uso iba a hacer de aquel informe. Por eso es un documento que tiene una gran autenticidad e importancia y, por cierto, demuestra que no fue el PCE quien empujaba o manipulaba a Negrín, sino que, debido a su propia estrategia, desde hacía tiempo era el PCE quien dependía inexorablemente del presidente del Gobierno.
BURGOS, 1 DE ABRIL DE 1939.
M. A. El 27 de marzo de 1939 Franco se adhirió al Pacto Anti Komintern…
Á. V. Sí, ya estaba en la recta de asociación con las potencias del Eje.
M. A. Y el 31 firmó un tratado de amistad hispano-alemana y la España franquista abandonó la Sociedad de Naciones…
Á. V. Además, el 1 de abril de 1939 en Burgos, el mismo día que dio por concluida la contienda, Franco tomó dos medidas que pocos historiadores han mencionado. La primera fue firmar la Ley Reservada de la Jefatura del Estado, por la que se reconocieron los créditos obtenidos del capitalismo financiero internacional durante la Guerra Civil, que en 1979 descubrí en el archivo reservado del Ministerio de Hacienda y la publiqué en la investigación que dirigí sobre la política comercial exterior de España desde la República hasta el final del franquismo.
La segunda no la suscribió Franco, sino que ordenó al teniente general Francisco Gómez Jordana, ministro de Asuntos Exteriores, que en aquella fecha escribiera al secretario general de la Sociedad de Naciones para comunicarle que España se retiraba del Convenio de 1926 sobre el arreglo pacífico de las controversias internacionales. Se situaba así en la misma estela que las potencias fascistas a las que tanto se emulaba. Era el primer paso, muy importante, porque demostraba que Franco no se sentía atado por el tipo de constricciones que llevan a los Estados a intentar resolver sus diferencias en primer lugar por medios pacíficos. Se preparaba para la militarización de la política exterior. Esta carta está publicada en el Boletín Oficial de la Sociedad de Naciones y, por cierto, no se revocó hasta el segundo gobierno de Felipe González (1986-1989). Por tanto, Franco empezó a bascular hacia el Eje, hacia los países que le habían ayudado decisivamente durante los casi tres años de la guerra. Y ahí sucedió algo muy curioso…
M. A. ¿Qué?
Á. V. Durante casi toda la Guerra Civil las potencias democráticas occidentales, el Reino Unido y Francia, temieron que Franco alcanzara compromisos con Italia y Alemania que les permitieran establecer bases militares en España. La verdad es que Franco se negó siempre a ello, lo que no sucedería con Estados Unidos a partir de 1953.
Efectivamente, Franco asumió compromisos financieros, económicos y también políticos con los alemanes y con los italianos, pero su plasmación operativa quedó a su libre determinación. Esto es muy importante. De alguna manera se marcó un margen de maniobra y me parece que fue una opción muy inteligente. Era una estrategia que desde luego derrumbó las expectativas de la diplomacia británica y de la City de que, cuando terminara la Guerra Civil y con una España arruinada y destrozada, Franco tendría que pedir créditos y entonces le apretarían las tuercas. Siempre se dice que la política de Londres es muy fría, bueno, pues ahí se equivocaron otra vez completamente. Los errores políticos de los gobiernos británicos con relación a España desde 1935 en adelante fueron mayúsculos.
Terminó la guerra y Franco cumplió el compromiso de salida de la Sociedad de Naciones, que ya había anticipado a los italianos en septiembre de 1936. Naturalmente, lo deseaba incluso para distanciarse de la política exterior de la República. Lo importante es que Franco teóricamente entró en una nueva etapa con un entramado de compromisos que le dieron bastante margen. Terminada la guerra, se planteó el tema de los créditos exteriores y el ministro de Hacienda, José Larraz, comprendió que España los necesitaba, pero Franco se negó. Prefirió echarse en los brazos de Italia y Alemania, sobre todo de Alemania.
M. A. ¿En 1939 miraba sobre todo hacia la Alemania nazi?
Á. V. Muchos historiadores se llenan la boca con la influencia de la Italia de Mussolini en el naciente régimen franquista, pero fue Alemania el país que más influyó en Franco en 1939 y 1940. No porque asumiera la ideología nazi o se empapara de sus abstrusas disquisiciones doctrinales, que le eran indiferentes. Tomó de ellas lo que necesitaba, deslumbrado por el poderío bélico germano. Lo mismo les sucedía a algunos de sus altos mandos, como Yagüe o Vigón. Esto con independencia de que mantuvieran fricciones, sobre todo de carácter financiero, porque los alemanes insistían en que les pagaran su ayuda.
En octubre de 1938, por ejemplo, los alemanes dijeron a Franco que, o les reconocía las adquisiciones de minas que habían hecho de manera ilegal y se comprometía a pagar las deudas de guerra, o le cortaban la ayuda. Tuvo que claudicar y empezó a negociar para pagar lo menos posible. Aquella pugna duró hasta 1944 y al final no se resolvió. Esto se conoce desde los años cincuenta por los documentos diplomáticos alemanes, pero aún hoy «ilustres» historiadores franquistas, como Luis Suárez Fernández, César Vidal o Ricardo de la Cierva entre otros, lo niegan o lo disminuyen absurdamente. Y fue un momento culminante puesto que la economía de la España franquista durante la Guerra Civil y en los años inmediatamente posteriores quedó satelizada a los intereses de la Alemania nazi…
M. A. ¿Por qué?
Á. V. Franco negoció créditos con Italia y Alemania para comprar armamento y los suministros que necesitaba. En Las armas y el oro creo haber demostrado que la expresión financiera de la ayuda nazi-fascista al menos fue similar al importe total de las reservas de oro del Banco de España que la República vendió para financiar su esfuerzo bélico, probablemente superior. Es decir, que la expresión financiera del apoyo a Franco fue mucho más elevada de lo que se ha dicho. En el caso alemán, mucha de la adquisición de material se pagó con los superávit de balanza comercial en el comercio bilateral con el III Reich. Es decir, la exportación de materias primas y alimentos al III Reich sirvió de masa compensatoria de una parte de los suministros.