5.La resistencia republicana

5

LA RESISTENCIA REPUBLICANA.

MALAS NOTICIAS DESDE LONDRES.

Mario Amorós El cambio gubernamental en la España republicana prácticamente coincidió con el de Londres

Ángel Viñas: Así es. El 28 de mayo de 1937 Neville Chamberlain sustituyó a Stanley Baldwin, un relevo que supuso una vuelta de tuerca más a la hostilidad británica hacia la República. Chamberlain consideraba claramente al comunismo el principal enemigo de su país y llegó a las cumbres del apaciguamiento de los dictadores fascistas. Esta política, que sigue siendo muy debatida por los historiadores británicos, tiene su justificación racional, egoísta sin duda, pero también coherente. La Historia demostró que fue una estrategia errónea y que significó el sacrificio de la República Española, de Austria, de Checoslovaquia y, si me apuras, incluso de Polonia, aun cuando el conflicto europeo estalló en septiembre de 1939 tras ser invadida por Alemania.

Es posible explicar racionalmente la política de apaciguamiento de Chamberlain, pero también es indudable que, si algunos de sus costos tuvo que soportarlos el Reino Unido y el principal fue el de su fracaso, el fundamental le correspondió a la República Española, prematuramente antifascista.

M. A. ¿Cómo se expresó la estrategia de Chamberlain hacia la España en guerra?

Á. V. De entrada, la resistencia republicana le molestaba porque le impedía concretar el entendimiento que buscaba con Mussolini con un objetivo que consideraba brillante: separarle de Hitler. Y en el tablero español Chamberlain apostaba por reforzar el acercamiento a los presumibles vencedores para que su alineamiento con las potencias fascistas fuese lo menos negativo posible para los intereses británicos.

Muy pronto, tuvo la oportunidad de exhibir su voluntad de apaciguar a Hitler y Mussolini porque no dudó en mostrar comprensión ante la indignación alemana por el hundimiento del acorazado Deutschland el 29 de mayo por aviones soviéticos al servicio de la República. Hitler respondió con el brutal cañoneo de Almería en la madrugada del 31 de mayo. Además, este incidente tuvo importancia porque Indalecio Prieto, el flamante nuevo ministro de Defensa Nacional, empezó a demostrar que no era un gran estratega precisamente. Quería poco menos que Alemania declarara formalmente la guerra a la República porque entendía que así Londres y París acudirían en su auxilio. Era soñar, y en temas bélicos conviene no hacerlo. La República no tenía capacidad para resistir más de cinco días ante una declaración de guerra de la Alemania nazi. Así que imagínate el futuro.

M. A. ¿Qué gestiones hizo inicialmente Negrín ante Francia?

Á. V. En abril Léon Blum había presentado su dimisión y el presidente Negrín y su ministro de Estado, José Giral, no tardaron en hablar con su sucesor, Camille Chautemps. Deseaban que se pusiera fin a la No Intervención o, al menos, que terminara el control en la frontera. Pero el nuevo Gobierno francés no se sintió con fuerzas para aceptarlo ante el temor a las complicaciones internacionales y a la extensión del conflicto español debido a la intervención de las potencias fascistas por una parte y de la URSS por otra.

LA PÉRDIDA DE BILBAO.

M. A. El 20 de junio las tropas franquistas entraron en Bilbao. ¿Qué consecuencias tuvo?

Á. V. La conquista de la capital vizcaína proporcionó a Franco una mano de obra abundante y los recursos de la minería y la industria locales, así como las conexiones exteriores desde su importante puerto.

Además, produjo que algunos meses después Londres —que se disputaba el hierro de Vizcaya con Berlín— y Burgos intercambiaran representantes diplomáticos, lo que suponía un reconocimiento de hecho de Franco. Los británicos siempre estuvieron presentes en la zona franquista con sus cónsules. Es una situación muy curiosa desde el punto de vista diplomático, pero los cónsules llegaban hasta donde llegaban y desde luego no hasta Franco, que además carecía de un Gobierno al uso. En junio de 1937, aunque algunos ministros británicos ya lo plantearon, el titular del Foreign Office, Anthony Eden, se resistió y vaciló, puesto que era el periodo posterior al bombardeo de Gernika y había una marejada en la opinión pública de su país en contra de los alemanes y de los franquistas.

El nombramiento de un agente británico en Burgos, que se concretó en noviembre de 1937, fue en realidad muy favorable para Franco aunque no lo necesitaba en la práctica. Significó que los británicos se acercaban a él aceleradamente. Su representante en Londres, sin requerir de ningún tipo de acreditación, se movía muy bien por las esferas oficiales. A través del Duque de Alba, Franco pasaba los mensajes al Gobierno británico perfectamente. La decisión de designarle como su agente fue una de las más acertadas que tomó.

M. A. La conquista militar de Bilbao haría naufragar los intentos del PNV de buscar una mediación particular con los sublevados

Á. V. Al PNV le sucedió un poco como a ERC: eran esencialmente, primero y ante todo, nacionalistas. Tenían, por tanto, un enfoque de guerra parcial, limitado a sus territorios. En el caso del País Vasco, no olvides que una parte del territorio estaba ocupada por los sublevados prácticamente desde el inicio de la guerra: casi toda la provincia de Guipúzcoa y una parte de Álava; lo que quedó en manos de la República fue Vizcaya y poco más.

En este contexto el lehendakari Aguirre atravesó por una etapa de exacerbado nacionalismo. Y, aunque no tenía mucha idea de asuntos militares, se designó comandante en jefe del ejército de Euskadi; en fin, un poco como Largo Caballero. En el PNV había un sector que no veía la necesidad de una lucha a ultranza, porque ellos lo que querían era salvaguardar sus libertades y pensaban que con Franco podían llegar a una entente para mantener los fueros. No le conocían. Al menos, podrían haber reparado en que muchos políticos vascos importantes de la derecha hicieron causa con él: José María de Areilza, José Félix de Lequerica y a contar…

El PNV entró en contacto con los italianos buscando una mediación. Esto envió una señal muy clara a Franco: la capacidad de resistencia del ejército de Euskadi y de los políticos peneuvistas era débil. Y es en este enfoque en el que hay que situar la destrucción de Gernika, en el énfasis por intimidar la resistencia vasca. Esto ofrece también una lectura que no se ha hecho…

M. A. ¿Cuál?

Á. V. Es una acusación habitual imputar al Gobierno de la República que presuntamente permitiese a la URSS hacer lo que quería, lo cual es falso. Pero ¿qué se puede decir en este sentido de Franco? No tuvo el menor inconveniente en que los generales y los diplomáticos italianos se mezclaran en los asuntos internos de Euskadi para mantener contactos con el PNV y el ejército vasco a fin de lograr su rendición. Fue el único caso en la Guerra Civil en que se permitió esto. Y, eso sí, cuando llegaron a un acuerdo a fines de agosto de 1937 (el Pacto de Santoña), no le dio cumplimiento. Esto, con perdón, se llama realpolitik. Es decir, practicó una política muy fría y al final se llevó el gato al agua. Y no se denuncia, al contrario, se elogia: qué listo era Franco, qué genio era… Efectivamente, era muy listo, terminó llevando a cabo una guerra política, lo que hay que reclamar es el mismo tratamiento para la República. Si hay que aceptar la realpolitik, veamos qué hacían los pobres republicanos: dentro de su modestia y sus pequeñas capacidades, abandonados por todos salvo por la Unión Soviética, resistieron como pudieron, con sus traiciones, con sus querellas, claro, porque en la guerra no hay nada que tenga más éxito… que el éxito mismo.

Los republicanos tuvieron que aprender la dura lección de que en la guerra los éxitos diplomáticos y los éxitos políticos son una consecuencia de los éxitos militares. Y como no tuvieron éxitos militares, tampoco avanzaron en los otros ámbitos.

EL ASESINATO DE ANDREU NIN.

M. A. ¿Quién era Nin?

Á. V. Andreu Nin no era un dirigente político de primera línea. Esto también se ha hipertrofiado. Era el secretario general del POUM, un partido pequeño, sin mucha importancia, pero que se hizo culpable de ser trotskista o de aparecer como tal ante los ojos de Stalin, que embistió para aniquilarlo políticamente. El 11 de diciembre de 1936 un telegrama de Moscú ya ordenaba a los agentes de la Komintern en España «la liquidación política de los trotskistas como contrarrevolucionarios y agentes de la Gestapo». Era el periodo de las purgas en la URSS tras el proceso contra Kamenev y Zinoviev en agosto y Stalin exportó a España su combate paranoico contra el trotskismo. Sus instrucciones fueron claras: separar al POUM de los anarquistas porque sin la cobertura de la CNT no era nada. Pero el objetivo no se logró porque la similitud de objetivos entre ciertos sectores anarquistas y el POUM era demasiado estrecha.

En los sucesos de mayo en Barcelona, por si fuera poco, el POUM se había situado en primera línea en el plano retórico y propagandístico cuando había sido simplemente un accesorio. Su periódico, La Batalla, aparecía como la tribuna que velaba por la pureza de la Revolución. Por otra parte, los artículos y discursos de Nin se han publicado y cuando examinas los que se refieren a la política militar durante la Guerra Civil es para ponerse a llorar. Nin tenía una concepción de la Revolución disparatada, pero, en fin, era la suya y la de su partido, respondía a su ideología. Pero de lo que no tenía la menor idea era de cómo hacer la guerra; Franco sí lo sabía y algunos en las filas republicanas también. Nin no.

M. A. ¿Cómo fue asesinado?

Á. V. El de Nin fue un crimen cuya peculiaridad fundamental, que ya captó Negrín entonces, radica en que fue la única ocasión en que la policía política soviética (la NKVD) asesinó a un dirigente en el lado republicano. El vector soviético estuvo presente como en Paracuellos y hay un lazo que une ambos episodios: Orlov. A fines de 1936, Orlov era uno de los agentes de la NKVD que permaneció en Madrid. Cuando asesinaron al secretario general del POUM ya era el jefe de la NKVD en España. Había sido ascendido por méritos de guerra.

M. A. La ayuda soviética a la República tuvo su lado oscuro

Á. V. No puede obviarse. Ese lado oscuro, la actuación de los agentes de la NKVD, estuvo presente fundamentalmente en Paracuellos y en el asesinato de Nin. Pero se ha exagerado notablemente. Creo que el libro de Boris Volodarsky sobre Orlov, ya disponible en español, pone las cosas en su sitio.

M. A. ¿Cómo murió Nin?

Á. V. El plan para detenerle lo diseñó Orlov a fines de mayo de 1937. Era muy burdo… pero funcionó. Fue acusado de traidor (de ser un espía al servicio de Franco), detenido el 16 de junio y probablemente torturado. Pero aún no lo sabemos todo de sus últimas horas…

M. A. ¿Qué permanece en la penumbra?

Á. V. Bueno, en primer lugar por qué fue asesinado. En segundo lugar, desconocemos dónde fue enterrado. Siempre se ha dicho que lo fue cerca de Alcalá de Henares, pero creo que no es cierto. Estoy convencido de que es una pista falsa que se introdujo en el expediente de Nin en los archivos de la KGB en los años noventa. Se puede exponer una hipótesis verosímil, pero que no puedo probar, y es que se le quisiera trasladar a la URSS para que testimoniara en juicio público que era un espía de Franco… Recuerda que justo en aquellos momentos tenían lugar los procesos de Moscú.

Como relaté en El escudo de la República, un historiador francés (Pavel Chinsky) ha estudiado de manera pormenorizada el tipo de procedimiento que la NKVD seguía con los prisioneros prominentes que eran sometidos a aquellos juicios. Y una de las cosas que más me llamó la atención fue que todos eran juzgados después de haber confesado por escrito los crímenes falsos que se les imputaban. La NKVD quería pruebas escritas, inventadas, por supuesto, confesiones extraídas a base de torturas. En El cero y el infinito, Arthur Koestler ya lo narró magistralmente en los años cincuenta.

M. A. ¿Qué otras hipótesis se manejan sobre la muerte de Nin?

Á. V. Hay rumores que apuntan a que le llevaban a la base de las Brigadas Internacionales en Albacete para conducirle a Barcelona. Todo esto en el secreto más absoluto y sin que el Gobierno presidido por Negrín supiera nada. No olvides que a Nin lo detuvieron en Barcelona, lo llevaron a Madrid y lo ejecutaron o murió alrededor del 23 de junio de 1937. Fue todo muy rápido. El escándalo aún no había estallado.

M. A. ¿Quiénes participaron en su secuestro y asesinato?

Á. V. El aparato clandestino del PCE especializado en tareas sucias, Orlov como dirigente de la operación y cuatro personas más. Para Orlov fue un crimen más.

M. A. ¿Tenían órdenes de Stalin de liquidarle?

Á. V. No lo sabemos. Stanley Payne, por supuesto, asegura que sí, pero no aporta la menor evidencia que lo confirme.

M. A. ¿Qué sucedió cuando se conoció su desaparición?

Á. V. El POUM, que había sido ilegalizado el 15 de junio por el Gobierno republicano, lógicamente denunció la desaparición de su líder. «¿Dónde está Nin?», preguntaban en sus consignas… «En Salamanca o Berlín», respondían los comunistas. El rumor llegó pronto a Negrín y él supo perfectamente que fue una operación manejada por los agentes soviéticos. En los apuntes que escribió en los últimos años de su vida para unas memorias que no vieron la luz reseñó que llamó a Orlov y el encontronazo que tuvieron. Ante la acusación que le dirigió, éste se hizo el ofendido y le dijo que estaba insultando a la Unión Soviética. Negrín negó este punto y le exigió que abandonara su despacho. Al día siguiente un diplomático soviético, miembro también de la NKVD, le pidió disculpas.

M. A. ¿Y qué hizo Negrín?

Á. V. ¿Qué podía hacer? Se la tragó. Y, claro, esto para muchos historiadores conservadores es otra prueba irrefutable de la dependencia de la República respecto a Stalin y de la incapacidad de Negrín, presentado como un peón manejado por los comunistas…

M. A. La supervivencia de la República dependía de la ayuda soviética

Á. V. Fíjate, en 1941, cuando la Alemania nazi invadió la Unión Soviética, lo primero que hizo un anticomunista feroz como Winston Churchill fue ofrecer su ayuda a Stalin, a su íntimo enemigo, en aplicación de aquella máxima que reza: «El enemigo de mi enemigo es mi amigo». Y Churchill figura en la Historia como el estratega británico más brillante en la Segunda Guerra Mundial… ¿Qué podía hacer la República si dependía vitalmente de la ayuda soviética porque las democracias occidentales prohibieron venderle armas en el marco de la política de No Intervención?

La Guerra Civil fue también una guerra internacional por interposición, una guerra en la que la República luchó contra Franco, sí, pero también contra la Italia fascista, la Alemania nazi y de alguna manera también contra las democracias… Y lo hizo fundamentalmente con sus propias fuerzas y con la ayuda militar soviética, pagada con el oro del Banco de España. Fue una guerra que la República tenía perdida desde que se configuró como tal guerra internacional si el contexto exterior no se modificaba. Y esto es lo que siempre se ha disminuido en la historiografía española, sobre todo en la franquista.

Toda la argumentación sobre la dependencia de la República de Stalin es falsa, pero admitamos, solo a efectos dialécticos, que fuera correcta y veamos qué pasó con Franco dos meses antes con el bombardeo de Gernika.

M. A. ¿Respecto a la Legión Cóndor?

Á. V. Claro. Los historiadores franquistas han dicho que la Legión Cóndor bombardeó Gernika y así rompió la fidelidad jurada al «Generalísimo». Aceptemos también este argumento: la aviación alemana destruyó un pueblo vasco sin que él se enterara y se armó un escándalo internacional de primera magnitud… ¿Y qué hizo Franco? ¡Nada! No destituyó a ninguno de los mandos de la Legión Cóndor, ni a Von Richthofen, ni a Speerle. No hizo nada. Por lo demás, en Las armas y el oro me he permitido comparar el asesinato de Nin con algún otro en el que estuvieron mezcladas las más altas autoridades belgas, británicas y norteamericanas en el siglo XX. Cuando los tigres se despiertan, no solo rugen. También muerden. En el Este y en el Oeste.

En definitiva, las dependencias eran múltiples en los años treinta: Franco dependía de la ayuda nazi-fascista, la República, abandonada por las democracias, respiraba gracias a la ayuda soviética y, claro, esto imponía límites.

M. A. Por último, los dirigentes del POUM fueron sometidos a juicio

Á. V. Perdona, no hay que olvidar la tremenda campaña propagandística de los comunistas entre junio y agosto de 1937 contra Nin y el POUM, en la que exhibieron una capacidad para el dicterio francamente extraordinaria. Y efectivamente, la represión legal contra el POUM se tradujo en que sus dirigentes fueron juzgados a lo largo de 1938 y por supuesto no se condenó a nadie a muerte. En El honor de la República expliqué que el último jefe de la NKVD intervino ante Negrín y éste le explicó que los tribunales de la República tenían la palabra. Y no pasó nada, porque semanas después Negrín escribió a Stalin para pedirle ayuda y éste se la otorgó.

M. A. ¿La apertura de los archivos de la KGB podría arrojar más luz sobre las circunstancias de la muerte de Nin?

Á. V. Tiene que haber algo más. El expediente completo no se ha mostrado nunca.

UNA GUERRA DE RELIGIÓN.

M. A. El 1 de julio de 1937 se dio a conocer la «Carta colectiva del episcopado español». ¿Qué significó este documento?

Á. V. Fue un texto de guerra política, escrito a petición de Franco, que justificó y bendijo la sublevación militar. Los obispos que la suscribieron (todos menos los titulares de las diócesis de Vitoria y Tarragona) actuaron como religiosos, como conductores de la grey católica, pero dijeron que se pronunciaban como historiadores. Yo les tomo la palabra: ellos relataron presuntos hechos desde su perspectiva, hacían la guerra política a través de sus medios. Pero lo relevante de esta Carta es su génesis, basada en las fantasías de su principal redactor (el cardenal Isidro Gomá) y en su ambición. Consagraba la Guerra Civil como una «cruzada» contra el comunismo (aunque no utilizó este término) y en defensa de la España católica.

M. A. Y evidentemente ignoraba la furia exterminadora desplegada por los sublevados desde el 18 de julio de 1936

Á. V. ¿Cómo iban a condenarlos? Se condena al enemigo. Se le insulta. Se miente. Es lo que hicieron los señores obispos entonces. Y es lo que sigue haciendo en la actualidad la Iglesia católica española.

M. A. Fue un documento pensado sobre todo para el exterior. ¿Tuvo trascendencia entre los gobiernos occidentales?

Á. V. No tuvo importancia internacional salvo en dos casos: Estados Unidos y Bélgica. Los católicos norteamericanos, fortalecidos por ese pronunciamiento masivo del episcopado español, se movilizaron e intentaron machacar todo lo posible las veleidades prorepublicanas de la administración. Y Roosevelt, que era un gran demócrata, un gran político y también un hombre frío, no quiso tener en contra a la opinión pública católica. La República no era relevante para él. Después admitió que se equivocó y lo reconoció.

Como Roosevelt fue uno de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial (el gran vencedor fue Stalin), en la historiografía general anglosajona la pequeña traición a la República no tiene importancia. Pero, claro, nadie ha dicho que la política internacional sea un lecho de rosas.

M. A. ¿Fue la Guerra Civil, también, una guerra de religión?

Á. V. Así lo plantearon los sublevados con la bendición de la jerarquía española. La persecución religiosa en la zona republicana, con un gran número de víctimas, sirvió para movilizar en la otra a miles de voluntarios bajo el lema unánime de «Por Dios y por la Patria», pero también para legitimar, aunque fuera a posteriori, la rebelión contra la República.

En la escena internacional las matanzas de religiosos suministraron innumerables argumentos a los sectores católicos en países tales como Francia, el Reino Unido y Estados Unidos para movilizarse contra los excesos de la «España roja», apoyada, además, por la «Rusia atea». La guerra así incumbía a todos los católicos, era una guerra santa, de dimensiones universales. Es cierto que hubo excepciones, que hubo intelectuales católicos, como François Mauriac, Georges Bernanos y Jacques Maritain, que criticaron la crueldad de los sublevados y la ayuda que recibían de los nazis, pero en general, después de la publicación de la «Carta colectiva del episcopado», el catolicismo internacional se volcó en favor de Franco.

LA OFENSIVA DE BRUNETE.

M. A. En julio de 1937 la batalla de Brunete, a treinta kilómetros al oeste de Madrid, probó que el Ejército Popular había avanzado

Á. V. Sí, además necesitaba demostrar que conservaba una cierta capacidad ofensiva. Si te das cuenta, el primer año de guerra fue un año de continuo retroceso republicano, salvo la victoria en Guadalajara, mitificada hasta extremos máximos, aunque comprensibles: la República se agarró a ella como a un palo ardiendo. También a la defensa de Madrid.

En el campo de batalla la República sufrió retroceso tras retroceso porque no tenía capacidad para tomar la iniciativa. De alguna manera, debía proceder a lo que Gabriel Cardona llamó una «defensa elástica», es decir, tenía que dar muestras de combatividad para mantener la moral de sus combatientes y de la población civil. Imagínate, después de la caída de Bilbao el propio Indalecio Prieto, recién llegado a la cartera de Defensa Nacional, lo primero que hizo fue presentar la dimisión, aunque Negrín, con buen tino, se la rechazó. Y es que una gran parte de las discusiones sobre la Guerra Civil se enredan en temas periféricos…

M. A. ¿Por qué lo dice?

Á. V. Por ejemplo, en el caso de la pérdida del norte entre junio y octubre de 1937 (Vizcaya, Santander, Asturias), suele argüirse que Prieto no ayudó suficientemente con el envío de aviones. Es cierto, no envió suficiente aviación al norte, pero es que tampoco la había. La República sufría ya entonces, de nuevo, carencias logísticas muy importantes. En la campaña del norte Franco tuvo una superioridad aérea apabullante, desplazó la mayor parte de las unidades de la Legión Cóndor y también una buena porción de la aviación italiana. En ningún momento la aviación republicana pudo echarles un pulso en el norte. Sin duda alguna, podría incluso escribirse un libro sobre esto, pero ésta no es la dirección central. La clave es que en aquel momento la República necesitaba algún éxito ofensivo para fortalecer su diplomacia y su posición exterior. Éste es el tema fundamental que se oscurece una y otra vez.

M. A. ¿Y a eso respondió la ofensiva de Brunete?

Á. V. Sí. Fue una operación militar diseñada por los españoles, no por los soviéticos, e impulsada por el Consejo Superior de Guerra de la República, por civiles. El problema es que la operación se planteó muy bien y se ejecutó muy mal porque el Ejército Popular se estaba convirtiendo en una buena maquinaria defensiva, pero no tenía suficiente capacidad ofensiva, ni de resistencia. Carecía también de buenos oficiales y de mandos intermedios cualificados. Lo que pudo haber sido un pequeño éxito republicano se convirtió en una victoria pírrica, porque sacrificó sus mejores unidades con una enorme cantidad de bajas tan solo para ganar una pequeña porción de territorio y no lograr ningún éxito estratégico, apenas un pequeño triunfo táctico.

Esto es algo que sucedió una y otra vez. La estrategia militar de la República tuvo fallos profundos, porque una cosa es el planteamiento estratégico, correcto en la mayor parte de las ocasiones, y otra la ejecución táctica. Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor Central, tenía unos planes acertados, pero carecía del instrumento adecuado para llevarlos a la práctica. En términos militares eso es dramático. En muchas guerras ha habido problemas de adecuación entre la estrategia y la realización práctica, siempre ha vencido el que tenía el mejor instrumento, las armas y los hombres y la organización. Y en esto el ejército franquista fue muy superior al republicano desde el principio hasta el fin de la contienda. Tenía más armas, hombres más capacitados y una organización y disciplina mucho mayores.

M. A. Además, el avance territorial concedió a los sublevados más recursos económicos

Á. V. Y en la segunda mitad de 1937 la República ya había vendido el 80% de su oro porque no olvides que todo su comercio de importación, de material bélico y no bélico, se pagó con las reservas auríferas del Banco de España. Franco nunca tuvo problemas en este sentido: no tenía mucho oro, pero contaba con el de March y disponía de créditos. No tenía problemas alimenticios, porque su ejército controlaba los graneros españoles (aceite, pan, leguminosas, pescado). En la zona franquista no se pasó hambre, incluso exportaron alimentos. Sus territorios del norte y del sur estaban unidos desde septiembre de 1936. En cambio, la República tenía que importar armas, medicinas, carbón… El balance de recursos económicos se desplazó pronto a favor de los sublevados gracias a las conquistas militares y la República vio cómo su territorio se iba estrechando y tenía que financiar con el contravalor del oro las importaciones no bélicas, que fueron crecientes.

Y todo esto en un contexto internacional cada vez más desfavorable. En septiembre de 1937, la Conferencia celebrada en Nyon (Suiza) a instancias del Reino Unido y Francia supuso una nueva derrota para la República. La URSS no logró, a pesar de sus esfuerzos diplomáticos, romper la hostilidad británica y su secuela: la timidez francesa. Además, en Nyon las potencias democráticas aceptaron de hecho las agresiones que los submarinos italianos habían cometido contra los barcos que portaban la ayuda a la República. Las medidas adoptadas bastaron, no obstante, para interrumpirlas.

M. A. En octubre, la pérdida definitiva de Asturias cerró un periodo de grave retroceso territorial de la República

Á. V. Y ante sus dirigentes cada vez surgió de manera más nítida una disyuntiva: buscar una mediación para una paz digna, la opción de Azaña, o mantener la resistencia con la esperanza de que el contexto europeo variara de manera decisiva, la apuesta de Negrín, aunque no olvides que éste también buscó algún tipo de acomodo vía la mediación internacional.

M. A. ¿Por qué trasladó Negrín el Gobierno a Barcelona en noviembre de 1937?

Á. V. Las razones han sido muy debatidas. Lo decidió esencialmente porque quería cortar las veleidades separatistas de la Generalitat y lo logró, no sin una lucha fiera. Por cierto, el PCE se opuso a esta medida con dos argumentos muy pertinentes: para no dejar la zona central del país sin una presencia tan importante y relativamente próxima como era la sede en Valencia y, además, porque el traslado a Barcelona brindaba la imagen de que los dirigentes de la República se acercaban a la frontera, se escapaban… Pero la Generalitat iba a su aire, no comprendía el carácter de la Guerra Civil. Creía, como el PNV, que podían llegar a un acuerdo con Franco que respetara sus características nacionales.

M. A. Estaban en la inopia

Á. V. Sí, la Historia puede definirse de muy diversas maneras. Un clásico la describió como el relato de las locuras de los seres humanos.

EL ARTE DE LA REALPOLITIK.

M. A. Su tetralogía ha derrumbado el mito de una República teledirigida por Stalin, quien aspiraba a instaurar en España un régimen de tipo soviético

Á. V. Sobre Stalin se ha escrito muchísimo y se seguirá escribiendo profusamente. He leído seis obras biográficas sobre él y creo que la más acertada es la de un profesor de Harvard, Adam Ulam, que en 1975 publicó Stalin: el hombre y su época. Lo que se me quedó grabado de su libro es que no era una figura unívoca. Fue un personaje que adoptó comportamientos diversos. Estaba el Stalin que actuó hacia el interior de la Unión Soviética, que era un dictador implacable, responsable del terror. Pero Ulam también analizó el Stalin que tuvo que lidiar con el exterior, que obviamente no era moldeable al imperio de su voluntad, y por tanto tenía que pactar.

M. A. Un Stalin pragmático

Á. V. En su actuación hacia el exterior fue un hombre extremadamente pragmático, un superrealista que conocía bien las limitaciones y las debilidades de la Unión Soviética, un personaje maquiavélico que actuaba para defender su dictadura. La política exterior fue para él la primera línea de defensa ante la amenaza externa, encarnada en los años de la Guerra Civil española por el nazi-fascismo. Cuando tomas a este Stalin dibujado por Ulam empiezas a entender su comportamiento hacia la España republicana, incluso hacia las potencias democráticas. Pero, entre 1936 y 1939, Londres y París solo vieron al Stalin feroz enemigo del capitalismo, a pesar de los análisis de algunos diplomáticos británicos…

M. A. ¿Diferían de esa visión?

Á. V. Bueno, en mi investigación me he centrado en la diplomacia británica porque el Reino Unido fue el gran valedor de la No Intervención, el gran constreñimiento exterior de la República. Por ejemplo, Lord Chilston, el embajador británico en Moscú, un hombre muy inteligente, sí apreció esa diferencia entre el Stalin del interior y el del exterior y la expuso en sus informes. Y en Londres estaba Laurence Collier, director general del departamento del Norte, un gran conocedor de la Unión Soviética, que señalaba lo mismo que Lord Chilston, aunque tampoco tenía simpatía alguna por el sistema soviético.

M. A. Pero se impuso la posición del primer ministro Chamberlain, que era muy anticomunista

Á. V. La Historia enseña que, a veces, es necesario pactar con el diablo. En la Segunda Guerra Mundial, Churchill se metió en la cama con Stalin y no sucedió nada… Y si había un anticomunista furibundo en Londres era Churchill, pero él entendió lúcidamente que tenían que ayudar a la URSS a resistir para desgastar al ejército alemán y los anticomunistas furibundos tuvieron que aceptarlo porque era de sentido común, era realpolitik. Pero esto se aplicó cuando los intereses británicos estaban en juego. En cambio, en la Guerra Civil el Reino Unido desplegó una política ideológica, prejuzgada… Collier intentó modestamente poner un poco de sentido común en la política hacia la URSS.

También Negrín era consciente de que tenía que aproximarse a Francia y al Reino Unido. Lo intentó siempre, incluso en la época de Largo Caballero al frente del Gobierno. Pero no lo consiguió nunca y por eso, y éste fue el drama de la República, aumentó su dependencia de los suministros soviéticos, en lugar de decrecer. Y más o menos hasta junio de 1937 la Unión Soviética brindó un apoyo masivo a la República.

M. A. ¿Qué sucedió entonces?

Á. V. Stalin decidió agitar la guerra chino-japonesa porque le interesaba que el imperialismo japonés se atascara en China y no se dirigiese contra la URSS. Tenía un as en la manga: uno de los generales de Chang Kai Chek era un agente suyo y se las arregló para que utilizara un incidente para convencer al líder nacionalista de actuar de forma tal que provocó la guerra chino-japonesa en buena y debida forma. El conflicto hubiera estallado de cualquier modo, pero empezó en julio de 1937 en parte porque Stalin lo forzó. Fue un éxito estratégico inducir una contienda de ocho años que enlazó con la Segunda Guerra Mundial y evitó a la URSS una guerra abierta para defender sus fronteras orientales.

De inmediato, la URSS ayudó a los nacionalistas del Kuomintang, no a los comunistas, porque no controlaban el Gobierno. Ahí tienes de nuevo la realpolitik: Stalin ayudó al enemigo declarado de los comunistas porque manejaban el Gobierno chino y con la ayuda soviética tenían mayor capacidad de resistencia que las fuerzas comunistas de Mao Tse Tung. Sacrificó, pues, a los comunistas y empezó a enviar material a Chang Kai Chek. Este envío, poco conocido en Occidente, lo ha explicado un historiador ruso y fue una verdadera epopeya. La URSS tuvo que construir pistas de 2500 kilómetros porque no toda la ayuda podía transportarse por el mar o por el aire. Esto llevó tiempo y por ese motivo Stalin recortó drásticamente la ayuda a la República.

M. A. ¿Cuándo se expresó esa decisión?

Á. V. En octubre de 1937 el mariscal Vorochilov, responsable del Ejército Rojo, le pidió autorización para hacer un envío de armas a España, como en anteriores ocasiones, pero Stalin lo recortó considerablemente. Cuando los alemanes y los italianos volvieron a aumentar su ayuda a Franco, Stalin se retrajo y hasta el otoño de 1938 la ayuda soviética continuó pero en mucha menor escala. Este viraje obedecía a la situación en su frontera oriental y a lo que llamo el «gran secreto del Estado soviético».

M. A. ¿Cuál era?

Á. V. En el otoño de 1937, los agentes de la Komintern en la España republicana, incluido Palmiro Togliatti, el embajador soviético en Londres, el encargado de negocios de la embajada en España y mandos muy importantes del Ejército Rojo pidieron a Stalin que ayudara a la República con el envío de importantes remesas de armamento, pero se negó. Y lo hizo porque estaba convencido de que no podía mantener la ayuda a la República en los niveles anteriores y ampliar la asistencia a los nacionalistas chinos, así como mantener un grado de disuasión importante frente a Japón en Siberia y frente a Alemania en Europa.

En aquel momento Stalin no compartía este tipo de decisiones con los otros dirigentes, ya estaba en la cúspide del poder. Durante un tiempo las decisiones habían sido más o menos colegiadas, pero a partir de 1936-1937 el Politburó se reunió cada vez menos y los asuntos que abordaba eran cada vez más triviales. Stalin se veía con los comisarios de manera individual y él adoptaba las principales decisiones en solitario. El sistema soviético evolucionaba hacia una dictadura personal, con grandes soportes sociales e ideológicos sí, pero las decisiones esenciales, sobre todo las de paz y guerra y también sobre el terror, aunque no todas, las tomaba Stalin. Esto anticipó lo que sucedió en 1940 y 1941, cuando se le advirtió que Alemania invadiría la Unión Soviética y él se negó a creerlo…

M. A. ¿Era consciente de lo que supondría para la República el recorte sustancial de sus suministros?

Á. V. Por supuesto. Y, por cierto, ésta es una más de las razones por las que el mito de una República tutelada por Stalin se derrumba: si hubiera querido imponer un régimen de tipo soviético hubiera hecho todo lo posible para que la República ganara la guerra ¿no? Stalin ayudó a la República, pero no al precio de descuidar su propia defensa o de perjudicar el vínculo que consideraba más importante para los intereses soviéticos (y en realidad lo era): el apoyo a los nacionalistas chinos frente a Japón.

La propaganda y los discursos señalaban una cosa, pero militarmente la URSS era débil. Tenía muchos aviones, sí, pero muchos eran viejos.

Stalin, personalmente, decidió que la URSS no tenía capacidad para atender ambos frentes y sacrificó a la República Española. Ésta aún resistió un año y medio más y sus dirigentes intentaron, hasta el final, acercarse a las democracias, algo que los historiadores franquistas ocultan o distorsionan.

M. A. ¿Cuándo se reanudó la ayuda soviética en una escala importante?

Á. V. La reducción de suministros se mantuvo mientras el peligro japonés amenazó las fronteras soviéticas. Stalin no volvió a autorizar la ayuda en masa hasta noviembre de 1938, tras el encontronazo ruso-japonés del lago de Jasán. Lo hizo a pesar del regusto amargo de la Conferencia de Múnich.

M. A. El 26 de febrero de 1938, antes de viajar a su nuevo destino (París), el embajador Pascua se entrevistó por última vez con Stalin

Á. V. Y en aquel momento Stalin le dijo que consideraba que los ministros comunistas debían abandonar el Gobierno, como un gesto hacia las potencias democráticas en el momento en que Francia había abierto su frontera a la España republicana. Esto es muy importante porque la salida del PCE del Ejecutivo hubiera disminuido su capacidad de influencia en las decisiones gubernamentales. También esto arrasa los mitos sobre Stalin y la República, cultivados antes por Bolloten y hoy por Payne y Beevor.

Pero hubo una batalla que dieron los comunistas y Togliatti en particular para lograr que Stalin revisara su decisión. Negrín se opuso a las instrucciones de Stalin y encargó a Pascua que le dijera que necesitaba la presencia comunista en el Gobierno y éste al final accedió, principalmente porque Togliatti, en un importante telegrama hallado por Friedrich Firsov, achacó las derrotas republicanas a la influencia nefasta del trotskismo. Era una tontería, pero Stalin, como Negrín, confiaba en Togliatti y aceptó que el PCE siguiera en el Ejecutivo, aunque, en la crisis gubernamental de abril de 1938, Negrín redujo su participación de dos ministros a uno.

TERUEL COMO SÍMBOLO.

M. A. Pese a la reducción sensible de los suministros soviéticos en enero de 1938, en medio de un invierno gélido, el Ejército Popular conquistó Teruel

Á. V. Fue un hecho que tuvo un gran impacto, incluso internacional, porque era la primera vez que el ejército de la República recuperaba una capital de provincia. Eso despertó una gran ilusión en la España republicana y en los propios mandos. Pero duró poco y Zugazagoitia lo expresó muy bien: al mes siguiente, la pérdida de Teruel hundió la confianza en el Ejército Popular. Había crecido, era mayor de edad, pero no era lo suficientemente potente como para asumir la ofensiva.

M. A. En aquel momento los principales dirigentes de la República hicieron gestiones en el exterior para buscar una mediación

Á. V. Azaña empezó a hablar con los franceses, al igual que Negrín, aunque no sé si coordinadamente. Prieto, por su parte, contactó con los ingleses. Los tres buscaban una mediación que permitiese a la República subsistir porque contemplaban la derrota en el horizonte. Y entonces llegó el único gesto amable de Francia hacia la República durante toda la guerra…

M. A. ¿Cuál?

Á. V. A mediados de marzo de 1938 el Gobierno francés, presidido de nuevo por Blum, aprobó de manera reservada la apertura de la frontera para el paso de armamento al territorio controlado por la República, es decir, por Cataluña. Eran los días posteriores al Anchluss, a la anexión de Austria a la Alemania nazi, concretada el 12 de marzo.

Los franceses ya habían empezado a entreabrir la frontera en el otoño de 1937, después de la Conferencia de Nyon, porque se dieron cuenta de que sus intereses vitales empezaban a estar realmente en juego en España ante la acometida fascista. Entonces, aunque el Estado Mayor era muy anticomunista, el Gobierno se comportó de forma más fría y toleró el contrabando de armas ligeras de procedencia no francesa. En cambio, en 1938 Blum abrió la frontera de par en par, pero sin proclamarlo abiertamente, aunque se enteraron todos, incluido Franco. Blum dio un gran paso a favor de la República, pero puso límites…

M. A. ¿Por qué?

Á. V. Porque no llegó a denunciar la política de No Intervención ya que temía la repercusión que ello podía tener en su relación con Londres. Por eso, sostengo que el Reino Unido fue el gran enemigo de la República y el mejor amigo de Franco, cosa que, por cierto, muchos de los sublevados conocían. Lo sabían los diplomáticos de Franco, quizás incluso también el propio «Generalísimo», pero su propaganda mantuvo su discurso antibritánico, como siempre lo ha sido el sector más reaccionario de la derecha española.

En cualquier caso, Londres tamizó la apertura de la frontera francesa. El subsecretario permanente del Foreign Office, Vansittard, afirmó que, si eso sucedía, mirarían hacia otro lado y esto también hay que tenerlo en cuenta; eso sí, a cambio de que Francia no denunciara públicamente la No Intervención, porque no podían admitir una derrota diplomática y política de tal calibre. El Reino Unido mantuvo la política de apaciguamiento, que aceptaba una cierta expansión de Alemania como un mal menor frente a una posible guerra contra este país. Enfrentarse a Hitler hubiera exigido un acuerdo con la Unión Soviética que Chamberlain siempre rechazó.

Mi crítica a Blum radica en que no supo superar sus limitaciones y un gran político es el que las sabe superar. En sus escritos autobiográficos se presentó como la víctima, admitió ciertos errores, pero no los fundamentales. Siempre echó la culpa a los demás…

M. A. Bueno, para eso están las memorias

Á. V. Así es, pero para eso estamos también los historiadores, para no hacer demasiado caso de las memorias. Para escudriñarlas críticamente.

En cualquier caso, aquella decisión de Blum permitió a la República tomar aire y reponer sus arsenales. Desde el 18 o 20 de marzo hasta el 15 de junio de 1938, cuando Daladier volvió a cerrar la frontera, recibió una inyección de armamento que no está cuantificado pero que permitió al Ejército Popular lanzar la ofensiva en el Ebro. Sin aquel gesto francés y los nuevos suministros de material bélico, no le hubiera sido posible.

M. A. ¿Cómo reaccionó Negrín ante la apertura de la frontera francesa?

Á. V. Para el presidente del Gobierno todo 1938 estuvo marcado por la evolución de los acontecimientos internacionales. Confiaba en que la nueva actitud francesa unida a la posible restauración de la ayuda soviética en una magnitud importante pudiera dar un giro al curso de la contienda. Desde febrero, cuando la República perdió Teruel, hasta la Conferencia de Múnich, en los últimos días de septiembre de aquel año, no dejó de mirar a Europa para apreciar cuáles eran las repercusiones de los sucesos políticos continentales en el desarrollo de la Guerra Civil. Fue el único dirigente republicano que dedicó tanta atención al contexto europeo.

Negrín tenía información confidencial, parte de la cual conocemos. Apreciaba lo que se jugaba en Europa, como tantos otros, pero entendió que el factor de agresión a escala continental era Hitler. Muchos también lo vieron, pero no todos extrajeron las consecuencias. Chamberlain, por ejemplo, no varió su política de apaciguamiento de Hitler a pesar de la información que recibía de los servicios secretos de su país y de la actuación agresiva de la Alemania nazi, cada vez más evidente.

UN AÑO MÁS DE GUERRA.

M. A. El 15 de abril de 1938 el territorio republicano quedó partido cuando el ejército franquista llegó a Vinaroz, al Mediterráneo

Á. V. Y la República aún aguantó casi un año más, aunque en condiciones precarias, porque en aquel momento Franco rechazó, una vez más, poner fin a la Guerra Civil. Gabriel Cardona analizó las seis o siete ocasiones en que si hubiera adoptado otro tipo de decisiones, la guerra se hubiera acortado. Cardona interpretó aquellas decisiones militares como errores, pero pueden explicarse de otra manera. Franco era un general poco instruido, que no leía, cuya formación militar era rudimentaria. La guerra que había conocido era la de África y no tenía costumbre de manejar grandes unidades, de plantear grandes estrategias. Esto lo fue aprendiendo sobre la marcha.

Por ejemplo, en la segunda batalla de Teruel y la subsiguiente ya supo maniobrar con grandes unidades y la campaña de Aragón, en marzo y abril de 1938, técnicamente tiene interés porque demostró cuánto había aprendido. Es decir, muchas de las cosas que subrayó Gabriel Cardona pueden justificarse por el proceso de aprendizaje de Franco o por sus errores militares.

M. A. ¿Cómo veían esto los alemanes y los italianos?

Á. V. Hubo momentos en que Franco dejó traslucir su cambio de estrategia. Y se lo dijo a sus aliados, que por distintas razones querían que terminara pronto la contienda y discrepaban de sus apreciaciones estratégicas. Le criticaban, a veces abiertamente. En ocasiones Franco se vio obligado a explicar sus razones y argumentó que no se trataba de una guerra convencional, sino de una cruzada por la salvación del alma de España. A partir de ahí, razonaba la necesidad de avanzar lentamente, de no encajar derrotas, de «pacificar» la retaguardia y los territorios que iban conquistando. Y una prueba palmaria es lo sucedido cuando Yagüe tomó Lleida…

M. A. El 3 de abril de 1938

Á. V. Después Yagüe quiso dirigirse con sus tropas hacia Barcelona para asestar un golpe casi mortal a la República, pero Franco se lo impidió y le ordenó que se dirigiera a Valencia.

M. A. ¿Por qué?

Á. V. En 75 años, que ya es tiempo, los historiadores franquistas no han explicado esta decisión. ¿Por qué a Valencia? Muchos han intentado desentrañar aquella orden de Franco. Algunos han planteado su temor a un ataque francés en apoyo de la República y subrayan que el «Generalísimo» no quería internacionalizar la guerra, un argumento absurdo puesto que si Francia no había intervenido militarmente en 1936 ¿por qué razón iba a hacerlo en 1938 después de la anexión nazi de Austria? Esto lo pude confirmar en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores y, efectivamente, en el Cuartel General de Franco en aquel momento no había ningún temor a una posible intervención francesa.

Años después, Franco relató a su primo Franco Salgado-Araujo que en aquel momento prefirió apropiarse de las indudables riquezas de la huerta valenciana y por eso ordenó una ofensiva en esa dirección… Un auténtico sarcasmo para justificar una decisión que indignó a algunos de los generales más importantes de su ejército, como Kindelán.

M. A. Entonces ¿por qué razón impidió la ofensiva sobre Barcelona en abril de 1938?

Á. V. Porque no quería que la Guerra Civil terminara en aquel momento. Era demasiado temprano todavía para sus intereses personales. No le convenía porque no había consolidado la supremacía absoluta sobre sus generales y alguno podía plantear la posibilidad de la restauración monárquica. Además, aún no había triturado al Ejército Popular y existían demasiadas incertidumbres en el escenario europeo. La prolongación consciente del conflicto en aquel momento encaja con una determinada forma de hacer la guerra que Franco fue elaborando sobre la marcha. Naturalmente, esto generaba víctimas también en su propio bando que le tenían absolutamente sin cuidado.

Fue cambiando a lo largo de la contienda y, como ya he señalado, apostó por una guerra larga en la primavera de 1937. Los historiadores franquistas ocultan esto con cuidado y son unos autores muy ensimismados. Siempre que hay una conexión con el exterior (y está presente a lo largo de toda la Guerra Civil) su análisis es muy deficiente. Muy pocos de ellos han trabajado en archivos extranjeros.

Franco comprendió mejor que Largo Caballero, Prieto y Negrín hasta qué punto la política y la conducción militar debían fortalecerse mutuamente. Esto es algo que ni siquiera dicen los historiadores franquistas. Es decir, en este sentido admiro más a Franco que los propios franquistas…

M. A. Caramba

Á. V. Fue más listo que los republicanos. Sus objetivos eran naturalmente muy diferentes y más simples. Lo que él quería era machacar a la izquierda, triturar para siempre a la «anti España», sin que le importara la sangre que se derramara, tampoco la de sus hombres. Todo el sufrimiento y todos los muertos que hubo le eran indiferentes. Era un militar que sabía exactamente lo que quería y que no tenía absolutamente ninguna compunción.

M. A. Pero su apuesta también entrañaba un cierto riesgo, por ejemplo si el contexto internacional cambiaba de manera imprevista

Á. V. Por supuesto, ésa era una de las posibilidades que siempre intentó prevenir. Hizo todo lo posible para no internacionalizar abiertamente el conflicto y por eso ordenó a la Legión Cóndor que no volara cerca de la frontera francesa y los alemanes lo respetaron. Nadie quería la internacionalización salvo Negrín. En cambio, Azaña o Besteiro planteaban que cómo iba a salvarse la República a costa de desencadenar un conflicto europeo… Es la argumentación más absurda que he podido encontrar porque la contienda europea estallaría en septiembre de 1939 por razones objetivas sin relación con España. Además, intentar unirse a esa dinámica, como trató Negrín, era lo más razonable del mundo. La guerra no la hacen almas tímidas.

M. A. ¿Fue importante la decisión de Franco de no avanzar sobre Barcelona en la primavera de 1938?

Á. V. Fue la decisión político-militar más importante de la Guerra Civil junto con la creación del mecanismo por el que la capacidad de resistencia republicana saltó por los aires en marzo de 1939.

M. A. Ambas situaciones le permitieron además laminar la base social republicana

Á. V. Y por supuesto liquidar al Ejército Popular… Pero eso, si me apuras, es un objetivo comprensible en términos militares: yo derroto la capacidad de resistencia del enemigo, y para conseguirlo lo machaco.

M. A. Y la Guerra Civil se prolongó un año más

Á. V. Las tropas franquistas, en su marcha hacia Valencia, tropezaron con el sistema de fortificaciones y trincheras de la Línea XYZ y la República pudo reorganizarse, una vez más, para resistir.