4.Una guerra moderna, una guerra total

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UNA GUERRA MODERNA, UNA GUERRA TOTAL.

LOS DILEMAS DE LARGO CABALLERO.

Mario Amorós ¿Cómo dirigió la guerra Francisco Largo Caballero?

Ángel Viñas: Desde el 4 de septiembre de 1936 fue el presidente del Gobierno y también el ministro de la Guerra. Era un dirigente histórico de la UGT y del PSOE, un hombre con una gran ascendencia en el movimiento obrero, toda su vida se había batido el cobre por la mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora. Tuvo una brillante ejecutoria como ministro de Trabajo en el bienio progresista y luego vino su proceso de radicalización, que Julio Aróstegui examinó en su excelente biografía aparecida el año pasado, ya que los gobiernos radical-cedistas desmontaron su obra ministerial. Cuando asumió la Presidencia del Gobierno el 4 de septiembre de 1936 su comportamiento no fue el de un revolucionario.

Sin embargo, obviamente tenía un profundo desconocimiento de cómo hacer la guerra. Esto no es un reproche, sino una constatación. Tenía un pequeño Estado Mayor en el que confiaba y cuyo miembro más destacado fue José Asensio Torrado, un general forjado en el ejército de África, con excesiva afición al alcohol y las mujeres. Le nombró subsecretario del Ministerio de la Guerra.

En el otoño de 1936, los soviéticos insistieron en la importancia de la unidad de mando y lograron que Largo Caballero revitalizara el Consejo Superior de Guerra, una institución tradicional que había pasado por muchos avatares durante los años anteriores y que no servía para nada. Diseñó un nuevo Consejo Superior de Guerra, integrado por varios ministros y él, y dispuso que los asuntos militares se discutieran en su seno. Es decir, sustrajo al Consejo de Ministros el conocimiento de los asuntos militares y las decisiones en materia de política bélica: la República se apañó con un Gobierno que no se enteraba de la guerra.

Además, incurrió en más errores, porque solo reunió al Consejo Superior de Guerra de manera esporádica y se apoyó principalmente en el Estado Mayor, que adoleció de una gran rotación de sus jefes, lo cual también es muy sintomático. En definitiva, quien dirigía la guerra por el lado de la República era, en último término, Largo Caballero. No obstante, hizo esfuerzos para organizar el Ejército Popular, pero no olvidemos que era un hombre de 67 años, casi un anciano en la época. Franco tenía 44 años y un Estado Mayor más o menos competente, de buenos generales.

M. A. La dramática pérdida de Málaga en enero de 1937 fue sintomática de la debilidad republicana

Á. V. Y desde entonces los comunistas se opusieron abiertamente a Asensio Torrado, lanzaron una campaña contra él, bautizándole como «el general de las derrotas» y finalmente Largo terminó por cesarle. Pero lo importante, que no se ha subrayado suficientemente, es ver a quién nombró como sustituto en la subsecretaría del Ministerio de la Guerra. En febrero de 1937 designó a Carlos Baráibar, diputado y periodista socialista, que tampoco tenía ni idea de los asuntos militares. Y ni siquiera lo consultó con él: Baráibar se enteró de su nombramiento cuando estaba haciendo un viaje por el Marruecos francés para explorar las posibilidades de una sublevación de las cabilas del Protectorado español contra Franco. El subsecretario de la Presidencia, Rodolfo Llopis, se lo comunicó y le indicó que regresara a España. ¿Cómo se podía conducir la guerra con tal gente y en aquellas condiciones?

En la cúspide del poder militar de la República hubo un gran vacío. Me parece que Largo Caballero fue un desastre como líder militar. Veía la guerra con ojos políticos. La política, por supuesto, influye en la guerra pero, si me permites la boutade, la guerra es también una actividad técnica. Cuando una guerra se conduce con criterios esencialmente políticos, la derrota es segura.

M. A. ¿Franco no lo hizo también así?

Á. V. La finalidad última de los sublevados era de carácter político: el exterminio de la izquierda y la demolición de las reformas republicanas. Era «una guerra a muerte entre la Rusia roja y la España sagrada», según proclamó el diario Abc de Sevilla el 22 de julio de 1936. Pero Franco condujo la guerra no solo con criterios políticos (y ello solo para alargarla), sino también profesionales, y entre ellos manejó uno muy evidente: no quiso conceder ni un solo triunfo a la República, nunca. Así se lo expresó Antonio Barroso, jefe de la sección de operaciones del Cuartel General de Franco, el 13 de febrero de 1937 a los italianos, cuando éstos propusieron dos ejes posibles de operaciones, preferiblemente dirigirse hacia Valencia para aislar Cataluña.

Barroso respondió al coronel Emilio Faldella (jefe de Estado Mayor del Cuerpo de Tropas Voluntarias italiano) que esa operación era arriesgada y que había que proteger uno de los activos de los sublevados: la infalibilidad del «Caudillo». El «Caudillo» no podía perder una batalla. La única excepción fue Guadalajara. Pero cuando le desafiaron en Brunete en julio de 1937 detuvo la ofensiva del norte y combatió en Brunete; cuando le retaron en Belchite en agosto de 1937, lo mismo; y cuando la República tomó Teruel en enero de 1938, se empeñó en recuperar la ciudad a pesar de que carecía de importancia estratégica.

M. A. Curiosa concepción de la guerra

Á. V. Pero no la discuto, en este punto entiendo a Franco. Y, aunque jugó con una gran ventaja, los hechos le dieron la razón. Además, esto reforzó su aura de infalibilidad, de jefe omnisciente, y se quedó sin rivales a su alrededor. Los errores que cometió (señalados brillantemente por Gabriel Cardona) quedan para los historiadores serios… Mientras tanto, en los años cuarenta sus apologistas le ensalzaron como el forjador de una estrategia militar que se desplegó con la belleza y precisión de una ecuación matemática. Hay que leer al impostor de Manuel Aznar. Era el hombre infalible, el primer militar que había derrotado al comunismo en el campo de batalla.

Ante esto ¿qué opuso la República? Ciertamente, nada sólido hasta que por fin Negrín tomó las riendas como presidente del Gobierno y empezó el ascenso de Vicente Rojo, quien puso un poco de sentido común en las operaciones militares, en la gran estrategia. Pero el mando militar republicano siguió dividido.

M. A. ¿Por qué?

Á. V. La República nunca tuvo un mando militar unificado salvo al nivel del ministro de la Guerra. ¿Y quién fue a partir del 17 de mayo de 1937 el nuevo ministro de Defensa Nacional, en sustitución de Largo Caballero? Indalecio Prieto… quien tenía el mismo conocimiento de la guerra que él. La República nunca designó a un militar al frente de este Ministerio por el temor al cesarismo, a un golpe interno.

Probablemente, el hombre más idóneo era Vicente Rojo, pero no olvidemos que había empezado la guerra como comandante. Fue sin duda el gran estratega republicano, le tengo mucho respeto, pero no había visto un combate jamás, era un militar de Estado Mayor esencialmente, nunca había dirigido operaciones. Cuando tuvo que enfrentarse con la logística de la guerra no lo tuvo muy claro. Porque Franco y otros sublevados habían estado en África y tenían una concepción de la guerra penosa, pero la tenían y la habían puesto en práctica.

M. A. ¿No hubo grandes figuras militares en la Guerra Civil?

Á. V. No, ni al servicio de la República, ni entre los sublevados. Por supuesto, los republicanos han idolatrado a Rojo, buen estratega, y los historiadores franquistas mitificaron a todos, hasta el general Moscardó habría sido un genio según ellos. En España no hubo grandes talentos militares, hubo algunos, pocos, y siempre estuvieron muy cortocircuitados. Por ejemplo, de las milicias salieron Enrique Líster o Modesto, personas competentes, que se desempeñaron bien; algunos militares profesionales también fueron buenos. Pero, en fin, en comparación con otras contiendas en Europa, la Guerra Civil no fue una gran confrontación desde el punto de vista militar.

NACE EL EJE.

M. A. En noviembre de 1936 Mussolini utilizó por primera vez la expresión «Eje» en referencia al tratado de amistad suscrito el 25 de octubre por Alemania e Italia. ¿Qué papel jugó su apoyo común a Franco en ese acercamiento estratégico?

Á. V. La Guerra Civil española forjó el Eje, el apoyo de las dos potencias fascistas a Franco solidificó su alianza. España no estaba en el radar de Hitler en 1936. Si Francia hubiera ayudado a la República con la tolerancia del Reino Unido, es verosímil que hubiera recapacitado y probablemente se hubiera retirado sin perder la cara, ya que en las primeras semanas la ayuda alemana era limitada. A Hitler lo que más le interesaba en el verano de 1936 era la búsqueda de un acomodo con Italia, de la misma manera que a Mussolini con Alemania. La alianza de las dos potencias fascistas se hubiera producido aun sin la guerra de España, pero fue la Guerra Civil la que lo engendró.

M. A. ¿Cómo evolucionó la ayuda militar de Berlín y Roma en el otoño de 1936?

Á. V. Una de las grandes ventajas de Franco respecto a la República fue que el flujo de suministros de las potencias fascistas jamás se interrumpió. Y muy pronto, en las últimas semanas de 1936, Mussolini y Hitler ya ligaban su prestigio personal y político a la victoria de Franco. Esto fue evidente para todos los actores en la época. Se acentuaría más en el caso de Mussolini porque en el invierno de 1937 los italianos sufrieron la derrota de Guadalajara, que por cierto está considerada la primera victoria contra el fascismo. De alguna manera fue así, pero fue una victoria pírrica, porque, aunque apuntaló la moral republicana y del antifascismo en Europa, también de modo paradójico aumentó el apoyo de Mussolini a Franco. A partir de Guadalajara, Mussolini interiorizó que no se podía permitir otra debacle en España, costara lo que costara.

M. A. ¿Y qué supuso esto?

Á. V. Bueno, en febrero de 1937 alrededor de cincuenta mil italianos luchaban junto al ejército franquista. Desde luego, era una masa considerable, pero la importancia de la ayuda italiana no radicó ni en los hombres, ni en la infantería. El ejército de tierra italiano, aunque estaba muy bien equipado, no hizo maravillas, porque una parte era ejército regular y otra eran milicias fascistas, de escaso valor combativo.

Lo más relevante de la ayuda italiana fue la aviación y el armamento, que llegó de manera masiva. Ten en cuenta que, por ejemplo, desde diciembre de 1936 había entregado 130 aviones, casi 500 piezas de artillería o más de cien mil fusiles. Además, la armada italiana fue un eficaz mecanismo de bloqueo de las costas españolas que ayudó a interrumpir o dificultar los suministros soviéticos y de otras procedencias.

M. A. En el otoño de 1936 la Legión Cóndor llegó a España

Á. V. Hitler fue más cauto que Mussolini… y más listo. Los límites de la intervención bélica germana jamás se desbordaron. Mantuvieron la Legión Cóndor y la modernizaron, pero siempre en una escala de recursos humanos y logísticos muy similar. Técnicamente, fue muy importante porque la Legión Cóndor era una fuerza muy potente, no hubo nada equiparable en el teatro de operaciones. Tuvo un total de unos cinco mil hombres, entre unidades terrestres (con los carros de asalto), aéreas (más de un centenar de aviones) y algún elemento naval.

M. A. ¿Cuál era su relación con el ejército franquista?

Á. V. Actuó en combate subordinada al mando sublevado, aspecto que los historiadores franquistas ocultan, aunque a diferencia de las Brigadas Internacionales, que progresivamente se integraron en el Ejército Popular y se españolizaron, la Legión Cóndor mantuvo su plena autonomía hasta el final de la contienda. Desde que entró en combate en noviembre de 1936, su contingente aéreo estuvo plenamente insertado en los planes operativos de las fuerzas franquistas. De este nivel, fue ascendiendo al táctico y al estratégico.

M. A. ¿La llegada de los aviones soviéticos y de la Legión Cóndor convirtió a la Guerra Civil en la primera contienda con una pugna decisiva en los cielos?

Á. V. Sí. La aviación fue muy importante por sí misma y porque además, en el caso de los republicanos, suplió sus carencias de artillería, forzando demasiado los aviones en acciones para las que no estaban preparados. Después de los primeros combates de la Legión Cóndor con la aviación soviética, a principios de 1937 su jefe de Estado Mayor, Wolfram von Richthofen, tuvo que solicitar a Berlín mejores aparatos puesto que los soviéticos eran superiores. Por el interés también de Hermann Göring, jefe de la Luftwaffe, Berlín envió pronto sus aparatos más modernos, como los bombarderos Messerschmitt Bf 109, que demostraron que sí podían sostener el combate con los aviones soviéticos.

LAS LECCIONES DE STALIN.

M. A. ¿Por qué Stalin no envió una unidad militar de élite, como hizo Hitler, o miles de soldados, como Mussolini?

Á. V. Nunca se lo planteó porque hubiera perjudicado su estrategia. Si hubiese querido implantar en la España republicana un régimen satélite, como tantas veces se ha dicho, tal vez lo hubiera considerado. La ayuda militar soviética solo incluyó entre dos mil y un máximo de cuatro mil hombres entre personal militar especializado (pilotos de aviones), asesores, instructores e intérpretes.

A lo largo de 1937 la estrategia diseñada por Stalin no tuvo éxito. Partía de la premisa de que Francia llegaría a comprender que sus intereses de defensa ante el peligro nazi coincidían con el robustecimiento de la política de seguridad colectiva planteada por Moscú. Era evidente que, si Franco ganaba la Guerra Civil, Francia quedaría rodeada por tres regímenes fascistas. Pero pesaron más los prejuicios anticomunistas del Deuxième Bureau, que alertaba exageradamente de la influencia soviética en la España republicana, y, además, la mayor parte de la opinión pública gala apoyaba la No Intervención.

El análisis soviético estaba contenido en una carta muy conocida que Stalin, Molotov y Vorochilov enviaron el 21 de diciembre de 1936 a Largo Caballero…

M. A. ¿Qué le expresaron?

Á. V. Es un documento que ha sido malinterpretado por muchos historiadores, que lo han citado como una prueba de que Stalin se entrometía en la política de la República y que pretendía dirigir su política. En absoluto fue así. Stalin recomendó al Gobierno de Valencia moderación política (aproximación a los partidos republicanos) y económica (favorecer a las masas campesinas sin colectivizaciones, respeto a la propiedad y a los intereses extranjeros, gestos hacia la burguesía y la clase media urbana). En definitiva, la República tenía que hacerse aceptable a los ojos de las potencias occidentales, actuar como un Gobierno casi burgués apegado a la vía parlamentaria. Eran consejos muy sensatos que, además, pretendían demostrar que la URSS rehuía las aventuras revolucionarias y permanecía firmemente apegada a la línea frentepopulista.

Por cierto, al cabo de quince días Largo Caballero envió su respuesta con una falta de diplomacia y de sentido común llamativos, cargada de retórica revolucionaria. No sé quién le preparó aquella respuesta muy fría y distante. Se dice que Rodolfo Llopis, pero pudo ser otro.

M. A. A principios de 1937, con el oro depositado y verificado en Moscú, la República ya estaba en condiciones de pertrecharse con más garantías para el combate

Á. V. La República fue vendiendo las reservas de oro para disponer de divisas y adquirir pertrechos, armas, combustible, alimentos y productos industriales y agrícolas, que le permitieron mantener el pulso hasta junio de 1937, cuando empezó a desmoronarse el frente en el norte con la pérdida de Euskadi. Es cierto que Negrín intentó lograr en 1937 un crédito con el respaldo del oro en Moscú, lo que él llamó «el gran crédito», pero los soviéticos se negaron; en 1938 y en 1939 sí los concedieron, pero en 1937 su respuesta fue que les vendieran el oro a cambio de lo que la República necesitaba.

El 5 de febrero de 1937 se firmó en Moscú el acta de recepción del oro del Banco de España. Aquel día Stalin recibió al embajador Marcelino Pascua…

M. A. ¿Y qué sucedió?

Á. V. Fue una entrevista muy importante, porque en aquella época Stalin no solía recibir a embajadores, salvo a Pascua. A éste le vino muy bien porque acababa de recibir un telegrama de Largo Caballero en el que le pedía que fuera a ver al camarada Stalin para solicitarle el envío de más aviones.

Y Stalin le impartió una verdadera clase teórica… Pascua anotó en mayúsculas el mensaje central: sin disciplina y sin fuerza no se hace la guerra y no se conseguirá la victoria. Le dejó claro también que no pensaba intervenir de manera directa en España y que la República debía ganar la Guerra Civil desde la plataforma política del Frente Popular y afirmando el régimen parlamentario y democrático. Le explicó que la URSS ayudaría pero desde una segunda línea, puesto que los aliados naturales debían ser Francia y el Reino Unido. Incluso le dejó caer que el Gobierno de la República no debía preocuparse si de repente la URSS se distanciaba ostensiblemente, puesto que sería por razones diplomáticas e incluso le invitó a que comunicara a Valencia que, si querían alejarse de Moscú, no dudaran en hacerlo. Era, sin duda, un juego de política realista. Naturalmente, de inmediato Pascua viajó en avión a Valencia para relatar la entrevista a Largo, a Azaña e imagino que también a Negrín.

Por cierto, curiosamente, en aquella entrevista Stalin le dijo a Pascua que le disgustaba la consigna lanzada por Pasionaria en los días posteriores a la sublevación.

M. A. ¿El «No pasarán»?

Á. V. Sí, la consideraba demasiado pasiva y defensiva. Dolores Ibárruri se fue haciendo un mito y creciendo políticamente durante la Guerra Civil. Era una gran oradora: por ejemplo, su discurso de despedida a las Brigadas Internacionales en Barcelona el 1 de noviembre de 1938 es verdaderamente emocionante, pero el gran eslogan que lanzó no gustó a Stalin.

M. A. ¿Cuáles eran los fundamentos de la resistencia republicana?

Á. V. Requería la combinación de tres factores esenciales: los suministros soviéticos, la convergencia de los esfuerzos políticos para hacer frente al enemigo y el desarrollo de una economía de guerra.

M. A. ¿Cómo organizó la República la economía de guerra?

Á. V. Hubo algunos éxitos puntuales, como el desmontaje, traslado y montaje de nuevo en la retaguardia de la infraestructura situada en el entorno de Madrid para que pudiera funcionar la aviación. Pero a principios de 1937 el Gobierno republicano aún no había podido organizar una auténtica y eficaz economía de guerra. Por supuesto, estos problemas no existían entre los sublevados ya que habían militarizado sin miramientos las industrias y no tenían ninguna duda de que la única prioridad era ganar la contienda. En cambio, en la zona republicana hubo, por ejemplo, en el punto concreto de las industrias de guerra una pugna terrible entre el Gobierno y la Generalitat de Cataluña.

M. A. En la principal zona industrial de la República

Á. V. Las pocas fábricas que había en Madrid y sus alrededores (Getafe, Guadalajara) se habían desmontado y se llevaron a Cataluña o a Levante, a la retaguardia. Por su parte, la Generalitat había movilizado la industria catalana para el esfuerzo de guerra. El Gobierno chocó con la Generalitat, que quiso mantener las fábricas bajo su control y no existió una fácil coordinación con el Ministerio de Defensa. Durante los primeros meses de la contienda, Negrín y Prieto intentaron convencer a la Generalitat de que el esfuerzo económico debía ser solidario, pero la situación se complicó, además, por el negativo papel del cónsul general soviético en Barcelona, Vladimir Antonov-Ovseyenko, quien hizo causa común con la Generalitat y tuvo en diciembre de 1936 y enero de 1937 unos encontronazos terribles con Negrín. Éste incluso amagó con dimitir como ministro de Hacienda, pero el agregado comercial, Artur Stajevski, informó a Moscú y el rapapolvo por escrito que recibió el cónsul general fue antológico. Mal indicio en la época de Stalin…

Hubo continuos roces entre la Generalitat y el Gobierno central. La primera quería tener un ejército nacional catalán y controlar las operaciones del comercio exterior… y en esto participaban tanto ERC como la CNT. La única fuerza que defendía de alguna manera al Gobierno central fue el PSUC, el partido comunista catalán aliado con el PCE.

Esto fue un segundo factor de distorsión que terminó resolviéndose tarde y mal en agosto de 1938, cuando el Gobierno central, harto ya de estas disputas, militarizó las industrias de guerra para asumir su control. Pero ya era demasiado tarde.

M. A. ¿Y la industria y la minería de Euskadi y Asturias?

Á. V. La aportación de Euskadi y de Asturias a la economía de guerra republicana fue muy limitada. En realidad, la República funcionó sin sus recursos. En el caso de Euskadi, porque estaba completamente aislado del resto del territorio y exportaban su producción al Reino Unido de manera autónoma. Sin embargo, cuando ambos territorios cayeron en manos de los sublevados a lo largo de 1937 sí hicieron una contribución importante a la economía de guerra franquista.

M. A. En el invierno de aquel año el Ejército Popular tuvo avances y retrocesos

Á. V. El Ejército Popular de la República se fue armando y forjando, no sin grandes problemas, al calor de las sucesivas batallas: la épica defensa de Madrid, la pérdida de Málaga, el empate en el Jarama y la victoria en Guadalajara. Demostró que empezaba a ser un ejército de verdad, pero con carencias importantes: por ejemplo, no logró tener nunca un ejército de maniobra y, a pesar de que fueron desarrollándose buenas unidades, éstas se agotaron en las primeras ofensivas. Fueron las más machacadas por el enemigo. También la enorme fragmentación política en la República significó un retraso en su formación.

De todos modos, el Ejército Popular no empezó a hacer ofensivas, aunque muy limitadas, hasta el verano de 1937. La operación contra Segovia, entre el 30 de mayo y el 4 de junio de 1937, solo fue de tanteo. Su primera gran ofensiva fue Brunete, después de la pérdida de Bilbao.

AVANCES Y RETROCESOS.

M. A. ¿Fue importante la «unificación» de las fuerzas políticas que apoyaban a los sublevados el 19 de abril de 1937?

Á. V. Fue un hecho muy relevante. En contraste con las serias divergencias políticas en las filas republicanas, Franco primero neutralizó a los disidentes (el sector carlista de Fal Conde, el falangista Hedilla) y después montó el partido único en torno a una Falange sumamente controlada, que fue el elemento político «moderno» en la derecha española de entonces, el que representaba el acercamiento a Italia y Alemania. Entendió pronto que este proceso le convenía y pudo hacerlo con el asesoramiento político de Ramón Serrano Suñer, un hombre muy importante en aquellos años, muy fascistizado y entonces muy proitaliano (años después quedaría deslumbrado por la Alemania nazi).

En cualquier caso, la relevancia de estas disidencias se ha sobredimensionado, porque ni Hedilla, ni Fal Conde, ni siquiera Falange, que estaba muy dividida, eran un contrapeso real para Franco y el ejército. Franco anuló a políticos de mucha más talla que Hedilla, como Gil Robles o Lerroux…

M. A. Desaparecieron del mapa con la guerra

Á. V. A partir del 18 de julio de 1936 no jugaron ningún papel y además estaban fuera de España. A Gil Robles, además, se la tenían jurada…

M. A. ¿Por qué?

Á. V. Franco le reprochaba haber carecido de la suficiente energía para dar un verdadero golpe de timón cuando la CEDA había sido hegemónica y no olvidaba que había sido subordinado suyo cuando fue ministro de la Guerra. Franco era un hombre muy rencoroso, de odios profundos, y no quería tenerle en España.

M. A. La unificación política en la zona franquista contrasta con el pluralismo, pero sobre todo con la ausencia de cohesión en las filas republicanas

Á. V. La guerra puede tener un objetivo político, pero en definitiva es una actividad técnica y la unidad de las fuerzas es esencial. Los republicanos también lo sabían, pero no lo lograron, en parte, hasta el cambio de gobierno de mayo de 1937. Ahora bien, Negrín no impuso la unidad manu militari y con efecto inmediato. Hubo aún un periodo de transición durante el que fueron unificando esfuerzos, pero lo hizo con mano izquierda, de otra manera.

En cambio, Franco era el «Generalísimo» desde el 1 de octubre de 1936 y, a partir del 19 de abril de 1937, con el mando militar y el político concentrados en su persona, la capacidad de acción de las fuerzas políticas disminuyó de manera drástica. En aquel momento, además, ya había apostado por una guerra lo suficientemente larga…

M. A. ¿Con qué finalidad?

Á. V. Hacia febrero o marzo de 1937 quedó en evidencia su apuesta por una guerra larga. Ya era jefe del Estado, «Caudillo» y «Generalísimo» de los ejércitos de Operaciones, pero aún tenía que asentar de una manera más sólida su primacía sobre una serie de generales que entonces empezaban a pensar en el escenario político posterior a la victoria. Además, necesitaba una guerra larga para cumplir su objetivo de aniquilar la base social republicana y liquidar al Ejército Popular. Como estrategia militar es aberrante y ya entonces a los fascistas italianos, que en esto fueron testigos de cargo, les llamaron la atención la lentitud y la crueldad de Franco.

Admito que la apuesta por una guerra larga en la primavera de 1937 aún no está demostrada de manera inequívoca por falta de evidencia documental. Sin embargo, hay indicios potentes en esta dirección. Por ejemplo, no le costó trabajo ir al norte cuando fracasó la ofensiva sobre Madrid tan pronto como los alemanes insistieron en que debía conquistar el territorio que le faltaba en la cornisa cantábrica.

M. A. ¿Por qué le propusieron esa ofensiva?

Á. V. Por sus propias razones, que no coincidían con las de Franco. Los alemanes querían una guerra lo más corta posible, lavar el fracaso de Guadalajara y aumentar el prestigio de las armas «nacionales». Asimismo, deseaban explotar las minas de Vizcaya, en las que tenían un gran interés. Franco se dejó convencer fácilmente. ¿Qué pasó por su mente? Hay que deducirlo de sus actos y esto es siempre arriesgado porque los actos de un general en guerra responden a muchos factores, tales como su visión estratégica, su adaptación a las circunstancias y su aprovechamiento de las mismas, la «niebla» de la guerra… En cualquier caso, considero que tuvo una visión estratégica infinitamente superior a la de la República para ganar la guerra.

LA DESTRUCCIÓN DE GERNIKA.

M. A. ¿Es cierta la sentencia tantas veces escuchada de que la Guerra Civil fue un «laboratorio» para la Alemania nazi?

Á. V. Creo que sí, pero hasta cierto punto. Date cuenta que, desde el punto de vista técnico, la intervención alemana fue limitada, aunque no conviene minusvalorarla en modo alguno. En la campaña de Vizcaya, por ejemplo, los alemanes ensayaron por primera vez en la guerra, y si me apuras en la Historia, el concepto entonces elaborado solo teóricamente de operaciones combinadas. Es decir, una forma de hacer la guerra conjuntando en una misma acción elementos tan dispares como la infantería, la artillería y la aviación, en contacto permanente o casi permanente tierra-aire. Se ensayó también el engarzamiento de la planificación estratégica, táctica y operativa. Todo ello se hizo, además, en cooperación con un ejército extranjero, el franquista. Los militares españoles estuvieron presentes en todos los escalones.

M. A. ¿Qué papel tuvo la Legión Cóndor en la ofensiva franquista sobre el norte?

Á. V. En esta campaña, la aviación alemana se supeditó a las instrucciones de Mola y Kindelán. Arrojó octavillas anunciando arrasamientos, intervino en apoyo del avance en tierra sustituyendo a veces a la artillería y, no en último término, bombardeó ciudades. Unas tras otras. No se hizo una distinción tajante entre objetivos estrictamente militares y otros que no lo eran. La idea fue destruir al adversario y aniquilar su voluntad de resistencia. Mola no lo ocultó en las famosas octavillas dirigidas al pueblo vasco.

M. A. ¿Cuál fue el objetivo del bombardeo de Gernika el lunes 26 de abril de 1937?

Á. V. Arrasarla para quebrar la moral de la población civil en el marco de la ofensiva para tomar pronto Bilbao e impedir que se convirtiera en otro Madrid. Los aviones alemanes arrojaron sobre la villa foral, como mínimo, 31 toneladas de bombas incendiarias y explosivas para causar lo que sucedió: su incendio y destrucción. El simbolismo de Gernika no contó. Tuvo razón Steer, el primer periodista inglés que escribió sobre aquello: era una nueva forma de guerra. Así era. Y los alemanes la ensayaron por primera vez en España. Es lo que han dicho siempre la izquierda española y los nacionalistas, lo que reconocen todos, salvo Franco y sus sicarios. Utilizo aquí este vocablo en la acepción que le da el Diccionario de la Academia: asesinos asalariados. Solo hay que sustituir asalariados por a sueldo.

M. A. ¿Ordenó o autorizó Franco el bombardeo de Gernika por los aviones de la Legión Cóndor y algunos aviones italianos?

Á. V. No está documentado. Éste es el quid de la cuestión: mi respuesta es que no está probado que se saltaran ninguna orden. Antes de la muerte de Franco, Vicente Talón planteó que la Legión Cóndor actuó de manera independiente. Como ya no servían las viejas mentiras de que los propios republicanos habían destruido Gernika, los historiadores franquistas culparon de manera exclusiva a la Legión Cóndor que, en uso de su autonomía, habría actuado «en contra de las órdenes concretas del “Caudillo”», como señaló Hidalgo Salazar.

Sin embargo, la Legión Cóndor estaba perfectamente encuadrada en la estructura de las operaciones de la aviación franquista y dependía operativamente de la Jefatura del Aire, como he explicado recientemente en el epílogo de la reedición del libro clásico de Southworth. Recibía instrucciones del jefe de la aviación franquista, el general Kindelán: se conservan centenares de telegramas y de órdenes suyas a la Legión Cóndor.

M. A. ¿También sobre el bombardeo de Gernika?

Á. V. Curiosamente no, porque probablemente el expediente de Gernika fue destruido. Y por eso el inefable hagiógrafo del dictador Ricardo de la Cierva afirma que no se ha encontrado la orden de Franco de bombardear Gernika. Yo no creo que necesariamente existiera. Probablemente, procedió de Mola o de Kindelán, pero, si la hubo, desapareció también. Porque los franquistas tuvieron desde el 29 de abril de 1937, cuando ocuparon Gernika, hasta al menos 1975 tiempo más que suficiente para eliminar el expediente. Y, por otra parte, los archivos de la Legión Cóndor quedaron destruidos en 1945 por el incendio causado por un bombardeo aliado sobre Berlín.

Pero, en honor de la verdad y de Southworth, me pasé un año investigando. ¿Y qué encontré? Que la referencia franquista por excelencia sobre la destrucción de Gernika, el general de división en el Ejército del Aire, Jesús Salas Larrazábal, tergiversó, manipuló y mintió en sus dos libros. Y tras él, naturalmente, los copiadores de siempre, empezando por el no menos eminente hagiógrafo del inmarcesible «Caudillo», el profesor Luis Suárez Fernández.

M. A. La destrucción de Gernika tuvo un gran impacto internacional por las crónicas de los periodistas extranjeros y meses después por el cuadro de Picasso. ¿Cambió algo en la política de las potencias democráticas?

Á. V. No cambió nada, pero desató una controversia en torno a las responsabilidades del bombardeo y Franco sí temió que pudiera modificar la posición británica ante la Guerra Civil. En Estados Unidos, pero sobre todo en el Reino Unido, hubo una gran batalla interna que los partidarios de Franco dieron para impedir que el Gobierno británico cambiara su política de aparente neutralidad. Londres conocía perfectamente lo que había sucedido en Gernika, en parte por los despachos diplomáticos y en parte por las interceptaciones de las comunicaciones italianas en la Guerra Civil, que fueron masivas.

A los pocos días del bombardeo, el Gobierno británico supo que habían participado algunos aviones italianos y guardó silencio. Hubiera sido un escándalo reconocer ante el Parlamento o la opinión pública que el Gobierno de Su Majestad estaba al corriente: la farsa de la No Intervención hubiera quedado en dramática evidencia.

M. A. ¿Y no tuvieron también constancia de la participación de la Legión Cóndor?

Á. V. Sí, los informes del Foreign Office que se han dado a conocer demuestran que lo sabían, por supuesto. ¿Y los británicos no interceptaron las comunicaciones de la Legión Cóndor? Es posible que no lo hicieran, pero no me lo creo. Aun así, es curioso que no hayan dicho nada y que esta laguna no se haya advertido en las historias que se han escrito. Por ello, llego a una conclusión que, en fin, es un poco triste para la profesión…

M. A. ¿Cuál?

Á. V. Los historiadores estamos naturalmente influidos por nuestra cultura ideológica y política, pero también por la nacional, y parece que hay una cierta reticencia entre nosotros a sacar los trapos sucios de nuestros propios gobiernos. Hay una historiografía «patriótica»… Los británicos son buenos historiadores, yo estoy inspirado en parte por su historiografía, pero en ciertos temas, sobre todo relacionados con la Guerra Civil española, detecto una cierta resistencia a identificar las lagunas oscuras de su pasado y, por mucho que quiera penetrar en los meandros de la Administración británica, es evidente que lo tengo que hacer peor que un historiador de tal nacionalidad. Me llama la atención que, con escasas excepciones que, por norma casi general, son historiadores que están del lado de la izquierda, no se pongan de relieve tales lagunas que es imposible que una Administración muy bien organizada como la británica no las advirtiera.

M. A. ¿Qué dijeron en 1937 los franquistas ante la repercusión internacional de la destrucción de Gernika?

Á. V. Desplegaron toda una campaña de propaganda que llevó a conformar un verdadero mito que perduró durante cuarenta años en España. Dijeron que no había habido bombardeo o incluso que habían sido los propios dinamiteros vascos los que habían destruido la villa foral: la aviación «nacional» no había bombardeado Gernika.

Como en la mañana del 27 de abril de 1937 el lehendakari José Antonio Aguirre se dirigió al mundo para denunciar lo sucedido, incluida la participación de aviones alemanes que varios periodistas extranjeros habían distinguido, aquella misma tarde Franco reaccionó y dijo que era mentira, que la aviación «nacional» no había bombardeado Gernika e incluso negó que tuviera a su lado fuerzas militares germanas y aviación extranjera. De inmediato, la embajada italiana en Salamanca envió un telegrama a Roma con las declaraciones de Franco, como ha demostrado hace poco Xabier Irujo en su libro La Gernika de Richthofen. Un ensayo de bombardeo de terror.

Cuando el diario conservador londinense The Times (nada favorable a la República) publicó el 28 de abril el primer gran reportaje de George Steer, que constató la participación de la Legión Cóndor, se armó el gran escándalo, pero no porque Gernika hubiese sido bombardeada y destruida, sino porque Franco había dicho que eso era mentira. Franco había reaccionado de manera pauloviana al aguijón que le clavó Aguirre. Él sabía que Aguirre presidía un gobierno conservador y católico y que un sector del PNV estaba en trato con los italianos… La ficción de que no había aviación alemana en España saltó por los aires.

M. A. ¿Cuándo se reconoció la existencia de la Legión Cóndor?

Á. V. Los alemanes no hicieron propaganda de la Legión Cóndor durante la Guerra Civil y su existencia no se admitió hasta que regresó a Berlín en 1939. Se tomaron grandes medidas para presentarlos como «técnicos» y la censura franquista prohibió hablar de soldados alemanes a los corresponsales extranjeros que informaban desde su territorio. Los presentaban como «técnicos» que, además, estaban allí de manera voluntaria. Por eso, cuando estalló el escándalo internacional de Gernika, Franco negó su participación. Todo el mundo lo sabía, porque se habían reconocido los aviones, pero no se podía admitir que fuerzas alemanas operando en coordinación con el ejército franquista habían destruido la villa foral.

M. A. ¿Sin esa controversia, sin las mentiras de Franco, Gernika no hubiera alcanzado tal resonancia internacional?

Á. V. Así lo creo. Como no la alcanzaron los bombardeos sobre Durango o Eibar. Pero no podemos saber lo que no pasó.

M. A. ¿Han rectificado los historiadores franquistas?

Á. V. Por supuesto que no. En 2012, Jesús Salas Larrazábal reeditó su libro sobre el bombardeo de Gernika publicado originalmente en 1987. Su tesis sigue siendo, naturalmente, que la Legión Cóndor actuó de manera libre, la misma idea con la que expiró la dictadura. Y su método de trabajo es el característico de los historiadores franquistas A eso, en mi epílogo del libro clásico de Southworth contrapongo muchísima evidencia documental y me remito también a lo publicado recientemente por Irujo, quien ha investigado en los archivos estadounidenses e italianos, porque en la campaña del norte las fuerzas italianas estuvieron subordinadas al mando alemán. En fin, dentro de poco se pondrá a la venta la versión en español de una historia de la Legión Cóndor escrita por una buena amiga mía, la profesora Stefanie Schüler-Springorum, que debería hacer enrojecer de vergüenza, si es que la tienen, a ciertos historiadores profranquistas.

BARCELONA, MAYO DE 1937.

M. A. Mayo de 1937 fue una de las encrucijadas determinantes de la República en la Guerra Civil. Ríos, océanos de tinta han corrido para analizar e interpretar lo sucedido en aquellos quince días: los enfrentamientos de Barcelona y el ascenso de Negrín a la Presidencia del Gobierno

Á. V. Creo que los hechos de mayo de 1937 tuvieron una gran importancia porque fueron un parteaguas en la conducción de la guerra por parte de la República y el catalizador del relevo de Largo Caballero. Dicho esto, me parece que han sido extraordinariamente exagerados por motivos metahistóricos, porque han servido de acicate para dar pie a interpretaciones muy diferentes entre sí pero con varios rasgos comunes.

Por una parte, la denuncia del supuesto asalto comunista al poder político de la República, una tesis edificada por Burnett Bolloten y que hizo escuela. Además, curiosamente han dado fuerzas a las interpretaciones que simpatizan con el papel del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y de los anarquistas, que coinciden en este punto y en la denuncia de la presunta supremacía comunista. Y, por último, han servido también para denigrar la figura de Negrín y de alguna manera recuperar la de Largo Caballero por razones ligadas esencialmente a la combinación de dos vectores: la disensión política entre las fuerzas antifranquistas del exilio y la superposición del paradigma interpretativo de la Guerra Fría (con el anticomunismo en primer lugar) sobre la Guerra Civil.

M. A. ¿Cuál ha sido la consecuencia de todo ello?

Á. V. Que normalmente, y aún lo exponen así una gran parte de los historiadores de procedencia anglosajona, francesa y alemana, se afirma que en la Guerra Civil se prefiguraban las «Repúblicas Populares» que la URSS impuso en el este de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Es decir, sugieren que, de haber vencido la República, España hubiera sido como la Polonia de 1950. Stalin quería agarrar España para penetrar por el bajo vientre de Europa en el corazón de la civilización occidental…

Sin embargo, en los últimos años varios historiadores hemos publicado trabajos sólidos sobre los «hechos de mayo». Ferran Gallego, por ejemplo, escribió un gran libro, al igual que José Luis Martín Ramos. También Helen Graham elaboró un artículo situando correctamente lo sucedido en su contexto. Por mi parte, en El escudo de la República me centré en esclarecer y analizar la imbricación de la URSS tanto en los enfrentamientos de Barcelona como en el relevo al frente del Gobierno.

M. A. ¿Comparte la afirmación de que lo sucedido en las calles de Barcelona a principios de mayo de 1937 fue «una guerra civil dentro de la Guerra Civil»?

Á. V. Es claramente una exageración. Podemos dedicarnos durante horas a caracterizar qué es una guerra civil, pero la insurrección anarquista de Barcelona se liquidó literalmente en cuatro días. Fue una algarada, una pequeña sublevación con barricadas y tiroteos, sí, pero hecha, además, por fuerzas no militares. Ya sé que hay historiadores que lo afirman, pero me parece que estiran el concepto de guerra civil hasta más allá del límite para llegar a esa interpretación. No hubo nunca una guerra civil dentro de la Guerra Civil, pero si alguien lo quiere plantear tendría que fijarse con mayor razón en la sublevación del 5 de marzo de 1939, el golpe de Casado, Besteiro y Mera. Pero tampoco lo fue… porque la revuelta comunista contra la ocupación ilegal del poder por parte del Consejo Nacional de Defensa fue sofocada en una semana.

M. A. Entre las consecuencias de aquellos sucesos estuvo el fin de la utopía libertaria

Á. V. Por supuesto, en junio Enrique Líster disolvió el Consejo de Aragón por decisión de Azaña y de Prieto, ministro de Defensa Nacional. Pero todo esto se ha hipertrofiado: el sueño libertario tuvo muchas manifestaciones, pero jamás se tradujo en una estrategia política consistente y viable. Esto se notó en Cataluña desde el primer momento y muchos historiadores catalanes lo han estudiado. En el verano de 1936, en plena efervescencia revolucionaria, la CNT renunció a conquistar el poder político en Cataluña, no se atrevió, no desplazó a la Generalitat cuando lo tenía al alcance de la mano en aquel momento. Su revolución en Barcelona en mayo de 1937 fue un espasmo de la base, sin programa político razonable. No hay que olvidar que el movimiento libertario era profundamente heterogéneo; por un lado, estaban quienes fueron interiorizando las apremiantes necesidades de la guerra y, por otro, una amplia base que estaba en otra galaxia, haciendo una revolución que no estaba ni programada, ni dirigida, ni controlada, ni respondía a directrices viables.

Todo esto para algunos intelectuales y algunos historiadores es muy bonito y sugerente: la imagen épica de la revolución social y del pueblo en armas. Pero el pueblo en armas sin dirección política no es nada. Ni siquiera entre los revolucionarios franceses de 1789 hubo un «mayo» porque se dotaron de una dirección política.

M. A. Y el POUM, demonizado como «trotskista» por el PCE y por Moscú, intentó capitalizar políticamente la insurrección de mayo

Á. V. Fernando Hernández Sánchez, en su excelente libro sobre el PCE en la Guerra Civil, lo ha explicado muy acertadamente. El Gobierno republicano poco después de los sucesos de mayo en Barcelona ilegalizó el POUM. Mira, si hay una situación en que la realpolitik, la maldita realpolitik, debe prevalecer es en una guerra. El Gobierno republicano reaccionó contra el POUM porque era un partido débil y pequeño… No fue contra la CNT, porque pedirle responsabilidades por el putsch de mayo sí que hubiera supuesto abrir una brecha fatal en la resistencia republicana. Pero lo podían hacer contra el POUM y lo hicieron. Además, los planteamientos políticos del POUM entonces eran un auténtico desvarío. Llamaban incluso a luchar contra la República.

Los vencedores de mayo fueron el Gobierno central, que se hizo cargo del mantenimiento del orden público en Barcelona, Esquerra Republicana de Cataluña y el sector no libertario de la Generalitat, que se deshicieron de los anarquistas.

M. A. ¿Los soviéticos presionaron en esa dirección?

Á. V. Claro que los soviéticos achucharon, porque en la perspectiva estalinista el POUM era el enemigo fundamental por su asimilación al trotskismo. El combate contra el trotskismo fue una de las paranoias de Stalin, y Stalin también la proyectó sobre la Guerra Civil. De esto no cabe ninguna duda. El POUM estaba infiltrado por la NKVD y Orlov, ya residente en jefe, conocía perfectamente sus planes.

RELEVO EN VALENCIA.

M. A. ¿Cómo se gestó el relevo de Largo Caballero por Negrín en la Presidencia del Gobierno?

Á. V. En mayo de 1937 Largo Caballero, como ministro de la Guerra, tenía en su contra una conjunción política amplísima porque la contienda no evolucionaba bien. Efectivamente, fue el PCE el que planteó una crisis que era inevitable, con una campaña de propaganda para que abandonara el Ministerio de la Guerra que se venía gestando desde hacía mucho tiempo. Pero esto ha sido supermitificado: en infinidad de ocasiones se ha dicho que los comunistas le apartaron de la jefatura del Gobierno para instalar a Negrín, presentado prácticamente como un títere suyo.

En realidad, Azaña e Izquierda Republicana, el PCE, Negrín y Prieto, en fin, casi todos, querían que siguiera como presidente del Gobierno pero que dejase el Ministerio de la Guerra. Incluso Stalin le quería como jefe del Ejecutivo porque entendía que tenía el respeto de la clase obrera española y así se lo había expresado a Rafael Alberti y María Teresa León el 20 de marzo. Y por supuesto era cierto, Largo Caballero tenía un gran prestigio. Hubiera podido seguir como presidente del Gobierno si hubiese querido, incluso proyectó un cambio de gabinete absolutamente ridículo. Echó un órdago y perdió: planteó su dimisión si perdía la cartera de Guerra. Solo la UGT y Unión Republicana le apoyaron. El presidente Azaña vio de manera bastante clara que había perdido casi toda su base de sustentación política, más aún para liderar la propuesta de nuevo Gobierno, y no le quedó otra salida que la dimisión.

M. A. ¿Por qué Azaña escogió a Negrín como su sustituto al frente del Ejecutivo?

Á. V. Tenía pocas personas entre las que optar. Podía haber elegido a Indalecio Prieto y no está claro, porque Prieto mintió mucho en el exilio, si llegó a ofrecerle la Presidencia del Gobierno. En sus memorias Azaña dejó constancia de que no se fiaba de sus cambios de humor, un aspecto de su personalidad que era real. Prieto tenía un carácter ciclotímico, de repente subía a las nubes y de allí caía a los abismos. Se demostraría después, cuando el curso de la guerra empeoró para la República y fue uno de los primeros que se desfondó. Y que se desfondara el ministro de Defensa Nacional era muy grave porque entonces no podía inspirar confianza en el ejército. Su pesimismo destruyó su capacidad de persuasión de los mandos a principios de 1938. Esto es lo que ocultó cuidadosamente en sus memorias.

M. A. La designación de Negrín, que además conservó la cartera de Hacienda, debió de ser una sorpresa para el pueblo republicano. No era uno de los prohombres ni del Frente Popular, ni siquiera del PSOE

Á. V. Supongo que para muchos sería así. En cualquier caso, lo cierto es que en el Partido Socialista después de Largo Caballero el gran dirigente era Prieto, pero la única persona que tenía cualidades para reemplazarle era Negrín. La alternativa no podía ser de Izquierda Republicana, ni del PCE, ni de la CNT. Evidentemente tenía que ser socialista. ¿Quiénes en el PSOE tenían experiencia de gobierno si descartamos a Prieto? ¿Anastasio de Gracia, ministro de Trabajo con Largo? No lo conocía nadie. ¿Álvarez del Vayo? Demasiado procomunista e izquierdista y no le era muy simpático a Azaña. ¿Y Negrín? Lo había hecho bien en Hacienda, había suministrado divisas con la eficaz operación del oro, había contribuido al esfuerzo de guerra, era un socialista moderado, afín a Prieto, no era procomunista y hablaba idiomas. Este último punto era muy importante, porque Largo Caballero no salió jamás de España durante sus meses al frente del Ejecutivo. Es curioso, en una guerra internacional contra el fascismo el jefe del Gobierno no se asomó fuera de las fronteras.

En cambio, Negrín se movía bien en la escena europea y tenía amigos en el socialismo francés desde hacía muchos años. Azaña se fiaba de él y, además, no tenía enemigos viscerales en la izquierda. Sinceramente, no hay que recurrir a Stalin y a un supuesto asalto comunista al poder para entender que Negrín estaba casi predestinado a sustituir a Largo si Prieto no lo hacía.

M. A. Además de la jefatura del Gobierno, las principales carteras estuvieron en manos del Partido Socialista

Á. V. Los ministerios fundamentales siempre o casi siempre estuvieron en manos socialistas. Y, además, hay que decirlo con toda honestidad: los representantes de la UGT y la CNT en el Ejecutivo no descollaron. Tuvieron responsabilidades un tanto subordinadas. Federica Montseny como ministra de Sanidad estaba muy bien, pero en el contexto de la Guerra Civil era un cargo secundario. Las carteras más relevantes correspondieron a los socialistas. Por ejemplo, en el gabinete que había presidido Largo Caballero, Galarza había tenido Interior; Negrín, Hacienda; Álvarez del Vayo, Exteriores, y Prieto, Marina y Aire. Y justamente fueron estos socialistas quienes chocaron con Largo Caballero.

Tras la crisis gubernamental de mayo de 1937 hubo algún ajuste (Giral sustituyó a Álvarez del Vayo), pero se nombró responsable de toda la política de guerra a Prieto, que el 20 de mayo designó como jefe de Estado Mayor Central a Vicente Rojo, y Zugazagoitia asumió Interior.

El peso del Partido Socialista en el Gobierno contribuyó a las pequeñas guerras que lo desgarraron durante la Guerra Civil y el larguísimo exilio.