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LOS ENEMIGOS DE LA REPÚBLICA.
EL MITO DE UNA GUERRA «INEVITABLE».
Mario Amorós: Hemos escuchado muchas veces que la Guerra Civil fue «inevitable». ¿Lo comparte?
Ángel Viñas: Desde luego que no. Hubo varios momentos en que el transcurso de los acontecimientos pudo haber sido diferente. Por ejemplo, si en diciembre de 1935 el presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, hubiera otorgado la Presidencia del Gobierno a José María Gil Robles, el líder de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) hubiera puesto en marcha su programa, que era muy conocido, y hubiera desmantelado las principales reformas republicanas. Y probablemente no hubiese habido guerra porque la izquierda no hubiera protagonizado una nueva insurrección, como la de octubre de 1934.
Lo mismo habría sucedido si en las elecciones de febrero de 1936 las derechas hubieran triunfado. O si, después de la victoria electoral del Frente Popular, el presidente del Gobierno, Manuel Portela Valladares, hubiese atendido la petición del general Francisco Franco de anular el resultado de los comicios y declarar el estado de guerra. Fue inmediatamente después de este rechazo cuando los militares y los conspiradores civiles optaron por el golpe de Estado, que tampoco supieron atajar las autoridades. Un error de cálculo fundamental por parte de Manuel Azaña y Santiago Casares Quiroga.
M. A.: ¿Y qué hubiera sucedido si el golpe de Estado se hubiera ejecutado en abril de 1936, como estaba previsto inicialmente?
Á. V.: Probablemente no hubiera desembocado en una guerra civil porque el contexto internacional en aquel momento no era tan favorable a los conspiradores como lo fue tres meses después. Seguramente, no habrían cuajado las negociaciones de los contratos militares con la Italia fascista, que aún estaba enzarzada en Abisinia, y a Hitler, entonces ocupado con la remilitarización de Renania, no se le hubiese ocurrido intervenir en España. Tampoco hubiera habido una guerra de casi tres años si en septiembre de 1936 Stalin no hubiera decidido ayudar a la República.
Evidentemente, estas reflexiones motivadas por tus preguntas son un ejercicio de especulación histórica, absolutamente infructuoso. La historia contrafactual es estéril, lo que pasa es que, si no te haces preguntas, caes en el determinismo: lo que fue es lo que históricamente estaba predeterminado que ocurriera… pues tampoco. Todo trabajo sobre un asunto importante te obliga a hacerte preguntas sobre el sentido de la historia y la labor del historiador, la metodología que debes emplear y, entre las preguntas que se suscitan, están lo que los historiadores británicos llaman «la ruta que no se siguió»… pero que se pudo haber seguido.
Además, en este caso este ejercicio tal vez sea necesario puesto que la dictadura franquista y sus apologistas plantearon que la Guerra Civil había sido inevitable…
M. A.: Para salvar a España del comunismo…
Á. V.: Esto quedó codificado en el dictamen emitido por la «Comisión sobre ilegitimidad de poderes actuantes en 18 de Julio de 1936», impulsada por Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y ministro de Gobernación en diciembre de 1938. Vamos, que no se diga que fue un personaje imparcial. Este documento fue redactado por 22 eminentes personas (magistrados, miembros de las Reales Academias, catedráticos, exministros…), ocupa unas 400 páginas, incluidos sus anexos, y es el «manantial» del que los historiadores franquistas se han nutrido hasta hoy. Es la pieza de cargo, la acusación oficial de la dictadura franquista contra la II República. Es una justificación en toda regla de la sublevación militar de julio de 1936 al considerar que la República era ilegítima en cuanto a su origen y funcionamiento.
M. A.: Pura propaganda…
Á. V.: Propaganda de guerra. Aquel dictamen justificó y explicó la Guerra Civil como la salvación de la Patria frente a la anarquía, frente a un Gobierno del Frente Popular que se había sometido a una potencia extranjera, la Unión Soviética, que tenía previsto desencadenar una verdadera y sangrienta revolución social. Estos argumentos se prepararon desde 1935 para justificar el golpe de Estado, así como los papeles falsificados que lo legitimarían, como ya probó Southworth. Yo también he hallado documentos falsos en los archivos británicos que la embajada de este país en 1936 dio por válidos, aunque en el Foreign Office los consideraron un disparate.
M. A.: La preocupación por justificar la sublevación contra la II República y legitimar la dictadura perdura hasta nuestros días…
Á. V.: Así es, y no solo por los historiadores profranquistas. Glósense, si no, algunas de las manifestaciones de la eminente «historiadora» Esperanza Aguirre, expresidenta de la Comunidad de Madrid. O algunas de las obras que han escrito autores que cuentan con el patrocinio y las bendiciones del Partido Popular.
Volviendo a los años treinta, la victoria militar no podía ser el único factor de esa legitimación. En el siglo XX, en la época de la política de masas, aquel régimen necesitaba una cierta ideología. Ésta tenía aspectos en positivo, afirmativos de la construcción de lo que entonces se llamaba un «nuevo orden», que en este caso era de naturaleza fascista, pero también un componente negacionista: la necesidad ontológica de demonizar la II República. Y la demonizaron de manera sistemática, arrolladora, la presentaron como una iniquidad absoluta en la historia de España, algo repulsivo que era necesario destruir. Ésta fue una arista esencial de la ideología de la dictadura que fue dulcificándose en la forma, pero no en el fondo. Franco murió denostando la II República y el franquismo pereció descalificándola. Y sus sucesores siguen dale que te pego.
Por el contrario, en el tardofranquismo los jóvenes historiadores veíamos en la II República una serie de conquistas democráticas, políticas, sociales y culturales que la dictadura había negado, subvertido o refuncionalizado. Con el tiempo nuestro fervor de aquellos años se ha matizado porque la II República cometió errores. No fue un periodo de vino y rosas, fue un régimen complicado, con situaciones espinosas. Hemos hecho un gran esfuerzo por matizar nuestro análisis histórico a partir de la investigación.
M. A.: ¿Y los historiadores conservadores?
Á. V.: También se han distanciado un poco de la visión absolutamente negativa de los franquistas; ya no disparan con cañón grueso… El paradigma es Stanley G. Payne. Admiten que se trata de la primera etapa democrática en la historia de España, pero presentan una democracia excluyente: el que no estaba con la izquierda quedaba fuera de la República. Para estos historiadores, en el fondo, la izquierda sigue siendo la responsable de la Guerra Civil por su sectarismo y su carácter revolucionario. Desde mi punto de vista, aplican un concepto de democracia totalmente ahistórico y extrañamente presentista.
La democracia tiene hoy unos valores, unos contenidos y unos significados de los que carecía en los años treinta, también en Francia, el Reino Unido o Estados Unidos, tres países que compartían entonces una concepción de la democracia muy alicorta, muy restringida, la misma que, mutatis mutandi, había en la España republicana. En Estados Unidos, por ejemplo, se segregaba a los negros y a los indios y parecía la cosa más normal del mundo, con independencia de que hubieran tenido una guerra civil para liquidar la esclavitud.
M. A.: ¿Cuándo empezó la conspiración contra la República?
Á. V.: Según ha revelado José Ángel Sánchez Asiaín, la tarde del mismo 14 de abril de 1931… La II República fue aclamada popularmente y la derecha quedó completamente desarbolada, pero pronto se confabularon para detener las reformas que se adivinaban en el horizonte en aplicación del programa democrático, modernizador y reformista que inspiró la Constitución aprobada el 9 de diciembre de 1931 por las Cortes.
Recordemos que ya el 10 de agosto de 1932 hubo una sublevación encabezada por el general José Sanjurjo. La «sanjurjada» no fue una revuelta tan mal preparada como se ha dicho. No se ha estudiado muy bien porque tampoco hay mucha documentación. Desapareció. En la época la investigación se detuvo, entre otras razones, porque Alejandro Lerroux estaba involucrado en ella. Fue un primer intento de rectificación de la República, porque iba «demasiado rápido»: el Estatuto de Autonomía de Cataluña, que modificaba la concepción del Estado y, para la derecha, de la propia España; la separación Iglesia-Estado y los artículos de la Constitución de 1931 que afectaban a las órdenes religiosas; los cambios económicos que se avecinaban; las medidas sociales y laborales de Largo Caballero; la legislación agraria; la reforma del ejército… Y, además, los republicanos se denominaban a sí mismos «revolucionarios», si bien hablaban de una «revolución política».
España, objetivamente, era un país muy atrasado, un país subdesarrollado. Las estructuras sociales permanecían anquilosadas principalmente en las regiones del interior (Extremadura, La Mancha, Andalucía), en las que persistían el caciquismo y unas relaciones muy desiguales dominadas por los terratenientes. Muchos de ellos habían ascendido a una posición de preeminencia a consecuencia de las reformas desamortizadoras del siglo XIX y no estaban dispuestos a renunciar a ella. En la España de 1931 había una necesidad objetiva de impulsar transformaciones profundas, una visión, por cierto, compartida incluso por el embajador británico de la época…
M. A.: ¿De verdad?
Á. V.: Sir George Grahame era una persona conservadora, por supuesto un monárquico convencido, pero también un diplomático profesional de cuerpo entero que intentaba comprender e interpretar el país en que estaba destinado. Hablaba español y vivía en Madrid desde 1927, es decir, había conocido la dictadura de Miguel Primo de Rivera, su caída en enero 1930 y todos los acontecimientos políticos que desembocaron en el 14 de abril de 1931. A su juicio, tras la instauración de la II República, se enfrentaban dos concepciones sobre el futuro: una que deseaba que nada o casi nada cambiara en lo sustancial y otra que quería introducir cambios a gran velocidad para situar a España entre los países avanzados de Europa. Así de simple.
Evidentemente, las fuerzas políticas no eran homogéneas ni en la izquierda, ni en el centro, ni en la derecha. Había un gran pluralismo, como correspondía además a un régimen de libertades nuevo: convivían y competían partidos pequeños que no significaban nada y otros que eran organizaciones de masas (el PSOE, la CEDA) o movimientos que aglutinaban a centenares de miles de personas, como el anarquismo o la Asociación Católica Nacional de Propagandistas.
EL FASCISMO COMO MODELO.
M. A.: Tras su victoria en las elecciones de noviembre de 1933, las fuerzas conservadoras tuvieron la oportunidad de actuar democráticamente desde el Gobierno…
Á. V.: Muchos historiadores pasan por alto que en septiembre de 1933 el presidente del Gobierno, Manuel Azaña, pidió la confianza del Congreso de los Diputados y la obtuvo… pero el presidente de la República, Alcalá-Zamora, se la retiró. El jefe del Estado tenía esta prerrogativa y entonces el nuevo presidente del Ejecutivo hubo de convocar elecciones, en las que, debido a la ruptura de la alianza republicano-socialista, la derecha venció con mayoría relativa. Durante dos años la CEDA fue el partido mayoritario aunque tuvo que pactar con el Partido Radical de Lerroux.
Tampoco podemos olvidar algo muy relevante: pocas semanas después de aquella victoria electoral de las derechas, representantes de las tres tendencias políticas que simbolizaban la España más rancia (los carlistas, los monárquicos alfonsinos y los monárquicos militares) viajaron a Roma, se entrevistaron con Benito Mussolini y firmaron allí el pacto del 31 de marzo de 1934. Aquel acuerdo estuvo precedido por un par de años de movimientos de tanteo de los que conocemos poco porque tan solo han quedado algunas «huellas» en los archivos italianos y algunos detalles en ciertos libros de memorias por parte española.
Los contactos de estos sectores con la Italia fascista se habían intensificado después del fracaso de la «sanjurjada». Sus promotores concluyeron que necesitaban la ayuda de este país que, además, les brindaba un modelo político: el fascismo. Durante 1932 y 1933 hubo contactos y viajes a Roma muy sospechosos de José Calvo Sotelo, quien fue convirtiéndose en el líder antirrepublicano por excelencia y quien más se fascistizó, más que Gil Robles, político «meapilas», porque había «bebido» el fascismo en los «abrevaderos» de la derecha más cerrada: la Acción Francesa de Maurras. Y estaba dispuesto a convertir a España en un país fascista.
M. A.: ¿Qué preveía el acuerdo del 31 de marzo de 1934? ¿Sentó las bases para los contratos de compra de armamento de julio de 1936?
Á. V.: Un viejo general, Emilio Barrera, el monárquico Antonio Goicoechea y dos representantes de la Comunión Tradicionalista (carlistas) se reunieron el 30 y 31 de marzo con altos dirigentes italianos, el ministro de Aviación Italo Balbo y el propio Mussolini. Discutieron acerca de cómo la Italia fascista podría ayudar a un levantamiento contra la República. No olvidemos que en aquel momento en España el Gobierno era del Partido Radical y estaba apoyado parlamentariamente por la CEDA. Se pusieron de acuerdo en el suministro de millón y medio de pesetas y de cierto material de guerra (fusiles, ametralladoras y bombas). La idea estribaba en contribuir a la restauración de la monarquía pero no necesariamente de Alfonso XIII. El nuevo régimen debutaría con una regencia y después ya se vería. Un aspecto importante de las reuniones fue que en ellas se puso de manifiesto que la «sanjurjada» ya había contado con cierto apoyo italiano, no especificado. Es decir, que los contactos tenían un origen harto sospechoso. La investigación ha puesto de manifiesto que las armas no llegaron a entregarse, aunque sí hubo unos cursillos de entrenamiento para oficiales carlistas en Italia.
Los acuerdos de marzo de 1934 sentaron un hito, pero solo fueron eso, un hito. Los italianos continuaron su intervención en los asuntos españoles con la financiación de Falange y siguieron manteniendo los contactos con los conspiradores monárquicos. La llamita del interés mussoliniano no se apagó. Dio un fogonazo tras la victoria de las izquierdas en febrero de 1936. Los monárquicos sin duda lo estimularon. Ya en marzo Juan March habilitó fondos para adquirir no armitas, sino material de guerra. Es decir, en contra de lo que han sostenido decenas de autores, los contactos con el fascismo italiano hasta 1935 fueron condición necesaria, pero no suficiente, para lo que vino después. Los conspiradores monárquicos (no hay constancia de que los carlistas también participaran) cogieron el toro por los cuernos y se lanzaron a preparar no solo la sublevación sino, llegado el caso, una guerra.
M. A.: ¿Qué relación mantenía Mussolini con Falange Española?
Á. V.: El Duce se metió en el avispero de Abisinia y hasta que no salió de allí poco pudo hacer en España, apenas entregar ayuda financiera a Falange, lo que, por cierto, la salvó de la ruina económica pues sus aristocráticos financiadores de primera hora la habían abandonado. Pero el dictador italiano, que había visto en la República un potencial enemigo desde su proclamación, apuntó siempre más alto. Los fascistas españoles no podían, solos, preparar el asalto al poder. Los monárquicos y el sector más reaccionario del ejército, sí. Los brazos del Duce se abrirían para ellos en la primavera de 1936.
M. A.: ¿Qué dicen al respecto aquellos historiadores que insisten en remontar «el origen» de la Guerra Civil a la Revolución de Octubre de 1934 para responsabilizar a la izquierda de su estallido?
Á. V.: Nada, pasan sobre el vector italiano como el rayo de sol por el cristal. Se empeñan en argumentar sobre la base de la tantas veces citada Revolución de Asturias, que no fue más que un chispazo obrero, esencialmente local, en el marco, eso sí, de una estrategia que pretendía evitar que la CEDA (un partido crecientemente escorado hacia la derecha) entrara en el Gobierno, cosa que evidentemente no logró. Fue un error estratégico y táctico. Anunciar una sublevación si esa eventualidad ocurría era invitar a la derecha a provocarla para descabezar a la izquierda. Es lo que ocurrió, tras excitaciones múltiples, a la cabeza de las cuales estuvo Rafael Salazar Alonso (alcalde de Madrid y miembro del Partido Radical), como han argumentado Paul Preston y muchos otros. Payne sigue insistiendo en que fue la revolución mejor preparada de la época. Es para echarse a reír. Pero la izquierda no acudió a Moscú para que le allanaran un cambio político en España. En Asturias estalló una revuelta obrera que no pudo controlarse y que formó un Frente Popular avant la lettre con las armas. La dinamita de los mineros hizo milagros y escabechinas. Esa revuelta obrera, que no tenía ninguna posibilidad de triunfo, fue machacada en tres semanas con el concurso del ejército, las tropas africanas, la Legión y la Guardia Civil.
M. A.: Y propició la entrada de la CEDA en el Gobierno…
Á. V.: La derrota de la izquierda obrera en octubre permitió a la derecha disfrutar de la hegemonía política durante un largo año más. Y Gil Robles vio llegada su hora: entrar en el Gobierno para desde allí deshacer las reformas del primer bienio, como hizo de manera sistemática. Lo que Gil Robles quería (y analizó muy bien el embajador Grahame) era llegar a un Estado corporativo, con ribetes fascistas, y con los privilegios de la Iglesia católica restablecidos. Claro, podría argumentarse que Grahame no era católico, pero no hay que olvidar que la Iglesia española era, esencialmente, una iglesia nacional y monárquica. Uno de los grandes pilares de la sociedad tradicional. No hay que confundirla con el Vaticano.
Los máximos dirigentes de la CEDA eran políticos católicos que pretendían deshacer las reformas del bienio 1931-1933, inspiradas en las realizadas antes en naciones como Francia. Pero en Francia la separación Iglesia-Estado costó sangre, sudor, lágrimas y muchos años y aquí se quiso concretar en dos, gracias a la potencia del movimiento obrero, socialista y anarquista, y el impulso de los republicanos de izquierda.
Gil Robles quería ser presidente del Gobierno para promover un cambio de la Constitución en dirección opuesta. A Niceto Alcalá-Zamora, quien no fue un gran político, ese juego no le gustaba y desconfiaba de él. Era un hombre conservador, católico, pero no compartía aquel proyecto corporativista con fuerte peso de la Iglesia. Por ese motivo, tras la destitución de los ministros radicales por la crisis del estraperlo, en diciembre de 1935 entregó la presidencia del Ejecutivo, no a Gil Robles, sino a Portela Valladares, quien carecía de base parlamentaria y por eso se inclinó por la convocatoria de elecciones generales.
M. A.: Pero incluso un historiador tan admirado como Antony Beevor declaró en 2005 al suplemento Magazine de La Vanguardia : «Hoy sabemos que el levantamiento [de julio de 1936] empezó a fraguarse en la revolución de octubre de 1934, cuando la izquierda se levanta contra los gobiernos de la derecha y se producen los hechos de Barcelona y Asturias…».
Á. V.: Con todos mis respetos y, como se decía en la mili, «la debida subordinación» (creo que él llegó a teniente o a capitán en el ejército británico, yo me quedé en simple alférez y, además, de complemento…), no discuto a Beevor su conocimiento sobre la Segunda Guerra Mundial. Sí su conocimiento sobre España y, en particular, sobre la Guerra Civil. No es, para mí, una autoridad al respecto y te ruego que creas que esto en modo alguno representa un ataque personal. Es estrictamente científico. Por lo demás, he encontrado que Beevor manipula documentos soviéticos que ha tomado de otros autores sin citarlos. Yo no actúo así, por lo que digamos que su obra no me entusiasma.
M. A.: En las elecciones del 16 de febrero de 1936 venció el Frente Popular. Según la propaganda franquista, a partir de entonces España se despeñaba, por el abismo de la «anarquía», hacia el «infierno» del comunismo…
Á. V.: Pero si el Gobierno conformado tras las elecciones, presidido por Manuel Azaña, estuvo integrado solo por personalidades de Izquierda Republicana y Unión Republicana, apoyado por los votantes y las fuerzas del Frente Popular. ¡Era un gabinete de republicanos moderados! Decretó la amnistía de los condenados por los sucesos de octubre de 1934 y por ello algunos historiadores, como Payne, lo consideran casi como un Gobierno de delincuentes… Olvidan que el de Lerroux había hecho lo mismo con los responsables de la «sanjurjada». Esa decisión formaba parte de las costumbres de la época y era uno de los puntos del programa político con el que el Frente Popular concurrió a las elecciones. No puede decirse que la coalición engañó al electorado sobre sus propósitos.
Es cierto que al Gobierno le desbordó la efervescencia de las masas, que habían sido muy golpeadas en 1934 y 1935 y que demandaban el restablecimiento de las reivindicaciones sociales y salariales y su progreso ulterior. Había también una competencia muy importante entre la socialista Unión General de Trabajadores (UGT) y la anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que explica aquella sucesión de huelgas… Y había violencia, porque en los dos años anteriores en España se habían distribuido muchas armas. ¿Quién tenía la culpa? En gran parte, los gobiernos de derechas que se sucedieron en 1935 y que habían armado a sus seguidores.
Pero la violencia de aquellos meses, que fue alta, se ha exagerado mucho. Gracias a la labor de investigación de Eduardo González Calleja, hoy sabemos que la mayoría de las víctimas en la primavera de 1936 fueron personas de la izquierda, que cayeron por los disparos de las fuerzas de orden público, la Guardia Civil y los pistoleros de la derecha. Además, con la excepción de Yeste (Albacete), donde en mayo de 1936 murieron 17 vecinos y un guardia civil tras la ocupación de unas tierras, fueron incidentes relativamente pequeños con pocos muertos. La tensión en el primer bienio fue mucho más espectacular y nadie extrae las mismas consecuencias de ella.
No era una sociedad arrastrada a la anarquía, pero aquellos sucesos se hipertrofiaron para justificar y legitimar el golpe de Estado del 16-18 de julio, que fue el resultado de la conspiración orquestada por una trama civil y una trama militar. Por supuesto, una gran parte de la izquierda tenía entonces un discurso radical, pero no lo llevó a la práctica. Hay que distinguir entre retórica y acción. Algunos poco menos que confunden la primera con realidades.
Fue la derecha la que llevó su retórica a la práctica y en ese caldo se coció la sublevación. Para ello, además, recurrió a una potencia exterior, la Italia fascista, lo que siempre se ocultó.
LA CONSPIRACIÓN DE LAS DERECHAS.
M. A.: ¿Cómo participaron los distintos sectores de la derecha política en la conjura que desembocó en el golpe de Estado?
Á. V.: Lo primero que hay que subrayar es que el papel de esta trama civil se perdió en las brumas de la Historia. Por supuesto, no se ignora, ya la enfatizaron los que menos contribuyeron a la sublevación, por ejemplo, los falangistas. Lo cierto es que ha quedado escasa documentación, aún desconocemos aspectos importantes, y, además, los historiadores franquistas no le reconocieron ningún «mérito». Sin embargo, hubo una compenetración clara entre la trama militar, quienes preparaban efectivamente la sublevación, y la trama civil. Algunos sostienen que el «18 de Julio» fue simplemente un golpe militar. Es evidente, porque solo podía sublevarse el ejército o una parte del mismo. ¿Iba a sublevarse Gil Robles al frente de las Juventudes de Acción Popular? ¿Se iban a sublevar los carlistas solitos? La verdad es que ganas no les faltaron, pero sus posibilidades de éxito hubieran sido remotas. La sublevación correspondía al ejército y quienes tenían que soliviantar las guarniciones eran los militares. Calvo Sotelo no podía ir a arengar a las tropas a un cuartel. La trama civil tenía que cumplir otras funciones.
M. A.: ¿Cuáles?
Á. V.: Fueron tres esencialmente. En primer lugar, los contactos con el exterior, fundamentalmente con Italia, aunque mantuvieron algunos con Alemania pero no dieron ningún fruto. En cambio, los lazos con la Italia fascista (anudados por los sectores monárquicos) sí los brindaron, porque se habían «trabajado» desde 1932. Otro aspecto esencial, a cargo en este caso de los líderes de la CEDA, fue preparar el terreno para que, en el momento en que se produjera la sublevación, el Gobierno británico se inhibiera. Lo lograron a través de la intoxicación política de la embajada en Madrid.
Los conspiradores entendían que el golpe no sería fácil y que el apoyo italiano y la inhibición británica eran decisivos. Esto es muy relevante, porque durante décadas el régimen franquista y sus panegiristas acusaron a la República de caer en manos del PCE y a éste de ser un mero títere de Moscú. Fue al revés, fueron los sublevados los que buscaron alianzas exteriores. Estamos ante un ejemplo glamuroso de lo que los psicoanalistas llamarían un caso de proyección.
Y hubo un último factor que corrió a cargo de los civiles de derechas, reconocido años después por Gil Robles: crear una sensación de estado de necesidad, exagerar de manera permanente la situación a través de discursos alarmistas en las Cortes. Hay que decir que todo ello fue potenciado por la prensa de derechas, en particular por el diario monárquico Abc, cuyo propietario (el marqués de Luca de Tena) estaba metido en la conspiración.
M. A.: ¿Cómo descubrió las raíces de la hostilidad británica hacia la República durante la Guerra Civil?
Á. V.: Cuando preparé la tetralogía sobre la República en la guerra, observé que la postura había sido sobre todo de hostilidad, pero cómo se hacen estas cosas en consonancia con las tradiciones de la diplomacia británica: de manera relativamente oculta, nadando y guardando la ropa. Entonces, cuando aún no había terminado de escribirla, empecé a investigar en archivos británicos y españoles, a estudiar, revisar documentos, indagar… para explicarme por qué.
Fue complicado ahondar en este capítulo de la política exterior británica porque falta mucha documentación. Además de los despachos de la embajada, el Foreign Office recibía también información de dos servicios de inteligencia, el propio a través del MI6 y el de interceptación de telegramas, que intervenía las comunicaciones de la Italia de Mussolini, pero también —y desde 1931— de la Komintern, que contenían las instrucciones de Moscú al PCE. La Internacional Comunista abogaba por la defensa del Frente Popular y de la República democrática, es decir, rehuía cualquier veleidad revolucionaria.
M. A.: ¿Qué puede decir del servicio de inteligencia que dependía de la cancillería británica?
Á. V.: Solicité consultar algunos documentos del servicio secreto en el exterior, el MI6, que me interesaban sobre su labor antes de la Guerra Civil, pero no me autorizaron. Sus papeles respecto a la guerra española están cerrados y no es simplemente para proteger la identidad de agentes que ya han fallecido y que además han sido citados en otras obras… Tampoco puede ser para encubrir la hostilidad de Londres hacia la República, que ya conocemos. Tiene que haber algo de mayor impacto. No me atrevo a exponer lo que me sugirió hace poco un periodista británico, porque desconozco si es cierto, pero, si pudiera probarse lo que intuye, sería una noticia de primera página en casi todo el mundo.
M. A.: ¿Qué se conoce de su actuación en España entre 1936 y 1939?
Á. V.: Un historiador británico ha escrito la historia oficial del MI6 hasta la segunda posguerra mundial. Es un libro que dedica escasa atención a España, pero por este trabajo sabemos que en abril de 1936 miembros del MI6 alertaron a sus colegas franceses del Deuxième Bureau sobre la posibilidad de la instalación de un régimen soviético en España. ¡Un régimen soviético en España! Pero si los telegramas de la Komintern que interceptaban los propios británicos no señalaban eso…
M. A.: ¿Qué sucedió?
Á. V.: Evidentemente, Londres no asumió el contenido de las instrucciones de la Komintern al PCE. Los mensajes interceptados tenían una circulación muy restringida. Llegaban a los niveles más elevados del Foreign Office, del Ministerio de la Guerra y al primer ministro. También desconocemos cómo se presentaban al ministro de Exteriores, puesto que Anthony Eden no era un consumidor de información bruta de inteligencia, había que proporcionársela contextualizada y resumida. Estos papeles no se han hallado.
M. A.: ¿De dónde procedía esa visión tan sesgada del MI6?
Á. V.: La fuente era, probablemente, la embajada británica y quizás algún agente que actuase en España. El relevo del embajador en 1935, por la jubilación de sir George Grahame, fue determinante, porque su sustituto, sir Henry Chilton, hizo una lectura puramente ideológica de la realidad española. No se preocupaba demasiado de entrar en averiguaciones, no se relacionaba con la izquierda, tampoco apenas con el Gobierno, conectó fundamentalmente con los círculos monárquicos y con los dirigentes de la CEDA. En sus informes subyacían prejuicios ideológicos y de clase que distorsionaban el análisis de la situación española.
M. A.: ¿El Gobierno británico conocía que en España se iba a producir un golpe de Estado en julio de 1936?
Á. V.: Sí, y por supuesto no dijo nada, permaneció en silencio. Se interceptaron las comunicaciones últimas del servicio secreto militar italiano (SIM) y sabían que iba a estallar el golpe. Ésa es la responsabilidad histórica y política del Gobierno conservador de la época y un mérito, insisto, de la trama civil de la conspiración, que se dedicó a intoxicar políticamente a la embajada en Madrid a lo largo de 1936 sobre el peligro de la implantación de un régimen comunista, lo que justificaba la sublevación militar que se preparaba. Especial protagonismo tuvieron en ello Gil Robles y Ángel Herrera Oria.
No fue un logro menor, porque el Reino Unido era la principal potencia democrática en la Europa de los años treinta y se convertiría en el líder de la actitud de las democracias hacia la República en la Guerra Civil, en el eje de la política de No Intervención. Su posición no fue de neutralidad, como tradicionalmente se ha explicado, sino de clara hostilidad.
M. A.: Es posible que Henry Chilton transmitiera a Ángel Herrera y éste a Gil Robles que en Londres compartían su visión de la situación de España…
Á. V.: Cuando un diplomático en el servicio exterior elabora un informe para su Ministerio, normalmente relata lo que le han dicho sus interlocutores, ya que se supone que ha intentado obtener la mayor información posible y que en su exposición se ha atenido a las instrucciones o a la orientación fijada por su Gobierno. Pero es muy verosímil lo que dices. Yo no tengo la idea de que Chilton fuera un buen profesional.
M. A.: ¿La trama civil también se preocupó de la financiación de la sublevación?
Á. V.: Sí, pero no fue lo esencial. Eran «cuatro perras». Un golpe no necesita demasiado dinero (salvo para comprar armas en el extranjero, y ahí estuvo al quite Juan March), pero, en fin, admito que tenían que pagar a los pistoleros que machacaban a la izquierda y que también necesitaban algo de dinero para que los cabecillas pudieran exiliarse si fracasaban. Es conocido que hubo personas que aportaron financiación y que el banquero Juan March no solo asumió el alquiler del Dragon Rapide, que tampoco supuso demasiado. La aportación de March estribó en financiar la compra de los aviones italianos, que sí costaron lo suyo. Y luego dio más.
CONTRATOS PARA UNA GUERRA.
M. A.: El pasado año, en su artículo incluido en el libro colectivo Los mitos del 18 de Julio, presentó un hallazgo impactante: los contratos para la compra de armamento pesado que los conspiradores monárquicos suscribieron con Italia en julio de 1936…
Á. V.: Hacía tiempo que sospechaba que los conspiradores habían mantenido contactos muy importantes con la cúpula del régimen fascista, pero no hallaba la evidencia documental. Por fin la encontré hace un par de años en el archivo de Pedro Sáinz Rodríguez, conspirador monárquico por excelencia, número tres del Bloque Nacional en 1936 tras Calvo Sotelo y Antonio Goicoechea. Sus papeles se conservan en la Fundación Universitaria Española, en la calle Alcalá de Madrid, al lado de la boca de Metro del parque del Retiro. Es decir, no hay que hacer ningún viaje exótico a archivos impenetrables o lejanos para localizarlos.
M. A.: ¿Nadie vio antes esos contratos o tal vez no se supo interpretar su significado?
Á. V.: Bueno, la profesora y exministra Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo, en su biografía de Juan March, menciona uno, pero pasó por encima, como si no tuviera relevancia. No entro a especular acerca de sus razones.
M. A.: Sáinz Rodríguez falleció en 1986. ¿Le conoció personalmente?
Á. V.: Sí. Pude hablar con él en los años setenta, poco antes de que escribiera sus memorias, y me dio la impresión de que sabía mucho más de lo que relató después. Cuando las publicó, escribí un artículo para la revista La Calle (vinculada al PCE) en el que llamé la atención sobre la importancia de la «conexión italiana» con el 18 de Julio. Desconozco por qué no quiso escribir sobre los contratos. Tal vez no se atrevió… Pero, por otra parte, no destruyó lo que probablemente había sido la obra de su vida: cerrar unos contratos con una empresa italiana para adquirir aviones de combate muy modernos.
M. A.: ¿Cuál es el significado de estos contratos en el marco de la conspiración?
Á. V.: Demuestran que los conspiradores pensaban que el golpe de Estado podía fácilmente derivar en una guerra civil ya que encontraría serias resistencias, incluso dentro del ejército, y que se prepararon con antelación para esa contienda. ¿Para qué si no llegaron a un acuerdo con los italianos el 1 de julio por el que encargaron y se comprometieron a pagar 47 aviones de guerra? Y también miles de bombas, ametralladoras, municiones…
Aquellos contratos se firmaron con una empresa muy cercana al régimen de Mussolini: la Società Idrovolanti Alta Italia, que fabricaba los bombarderos Savoia Marchetti y que se encargaría de adquirir cazas de la Fiat, que también producía aviones de guerra. De este modo, Mussolini puso un cortafuegos: si se descubrían los contratos, podría decir que se trataba de empresas privadas, que su Gobierno no sabía nada… Pero quince días después estos aparatos salieron de las fábricas y fueron pilotados por aviadores de la Regia Aeronautica.
En mi trabajo incluido en Los mitos del 18 de Julio reproduzco aquellos cuatro contratos originales y ofrezco su traducción al español. La relación de productos es espectacular y su precio total, convertido al valor actual, era superior a los 300 millones de euros. Esto son palabras mayores.
En consecuencia, mi conclusión es que la Guerra Civil no puede explicarse únicamente acudiendo a los factores endógenos españoles. Hay que meter en la pila bautismal, por así decir, los exógenos: la intervención de la Italia fascista. Comprendo que esto no guste a muchísimos historiadores, españoles y extranjeros, sean o no profranquistas. Rompe los moldes establecidos, pero ¿la alternativa es cerrar los ojos a la evidencia primaria relevante de época? Creo que mi método de investigación ha quedado plenamente reivindicado, guste o no guste.
M. A.: Alfonso XIII vivía en Roma. ¿Intervino de algún modo en la negociación de aquellos contratos?
Á. V.: No lo sé, quizás otros historiadores lo averiguarán en el futuro. Me sorprendería que no supiera nada. El tema es crítico y, como comprenderás, tiene evidentes repercusiones políticas actuales. Yo, personalmente, he revisado a su luz mi opinión sobre la actuación del rey Juan Carlos en la restauración del actual régimen monárquico y democrático. Con su papel en la Transición el rey Juan Carlos de Borbón no hizo ni más ni menos que saldar una deuda histórica contraída con los centenares de miles de muertos que produjo la sublevación militar dirigida por militares de la cuerda monárquica.
Quedan otras sombras por iluminar en este asunto: Sáinz Rodríguez tuvo que contar con militares que le asesoraran en la definición de aquellos contratos puesto que obviamente desconocía los equipamientos que necesitaban esos aviones de guerra. Yo pienso que el general Kindelán, aviador, estaba detrás. En sus memorias no dijo, por supuesto, la menor cosa al respecto. No es extraño porque en los temas relacionados con la Guerra Civil son de una mendacidad extrema. No olvides que estuvo metido hasta el cuello en el bombardeo y la destrucción de Gernika.
M. A.: ¿Y Calvo Sotelo?
Á. V.: Su famoso discurso del 16 de junio de 1936 en las Cortes, con su profesión de fe en el fascismo, probablemente iba dirigido en realidad a Roma, a Mussolini, con la intención de dar el último empujón a las negociaciones de los contratos. Como jefe de los monárquicos alfonsinos, quería un modelo político similar al italiano: un monarca, Alfonso XIII, un duce (probablemente él) y un sistema fascista. Ni que decir tiene que ésta no es la interpretación de sus hagiógrafos. Y abundan.
M. A.: El franquismo lo llamó «el protomártir». ¿Su asesinato el 13 de julio de 1936, tras el del teniente Castillo, fue la mecha que encendió la sublevación militar?
Á. V.: No, de ningún modo. La sublevación hubiera estallado igualmente. Todo estaba preparado. Incluso el «detalle» de los aviones.
M. A.: En su trabajo político con la embajada británica y en la relación con la Italia fascista, la trama civil de la conspiración cosechó grandes éxitos, como se demostró a partir del 18 de julio. ¿Por qué sus protagonistas guardaron silencio? ¿Por qué no reivindicaron nunca su contribución?
Á. V.: Tenían buenas razones. No es fácil presumir de haber preparado una guerra civil. Gil Robles lo hubiera podido hacer, pero rápidamente se escapó a Portugal.
M. A.: Sin embargo, para ellos era una «cruzada» para «salvar a España del comunismo»…
Á. V.: Sí, se autoengañaban, pero las cosas no salieron como los conspiradores civiles deseaban. Nadie pensaba entonces en el general Franco como futuro jefe del Estado y dictador durante cuarenta años. Nadie. Imposible.
LA TRAMA MILITAR.
M. A.: ¿Por qué el general Sanjurjo era el líder indiscutido de los militares que conspiraban contra la República?
Á. V.: Había llegado a ser el general más alto del escalafón, lo había sido todo con Primo de Rivera y con la República hasta la sublevación de agosto de 1932. Era muy superior a Franco en rango, agresividad antirrepublicana y contactos políticos con los sectores monárquicos, los carlistas y la CEDA. Tras el fracaso de aquel pronunciamiento fue condenado a muerte, pero, a propuesta del Gobierno radical-cedista, fue indultado por Alcalá-Zamora. Se marchó a Estoril y desde allí siguió complotando. Incluso viajó a Berlín en marzo de 1936 para pedir ayuda al régimen nazi para la sublevación, pero no le hicieron caso. Le atendieron muy bien, pero entonces estaban centrados en la ocupación militar de Renania. De todas maneras, hoy creo que probablemente dejó alguna huella. Mal asunto.
M. A.: ¿Cuál fue el papel del general Mola en la conspiración?
Á. V.: Después de la victoria electoral del Frente Popular, Emilio Mola (general de brigada y gobernador militar de Pamplona) asumió la dirección operativa de la conspiración militar subordinado a Sanjurjo y empezó a actuar como su jefe de Estado Mayor. Se autodesignó como «el director» y así firmó las instrucciones que enviaba a los otros complotados.
M. A.: ¿Cómo concebía la sublevación?
Á. V.: La diseñó como un corte quirúrgico de extrema violencia que aniquilara la capacidad de respuesta del Gobierno y de las fuerzas sociales y políticas republicanas. No la concebía como un pronunciamiento clásico del siglo XIX, como había sido aún la «sanjurjada» de 1932, sino como un tajo duro y feroz que crease una nueva realidad sin marcha atrás posible.
M. A.: ¿Tenían un proyecto político alternativo a la República?
Á. V.: En sus instrucciones, Mola fue muy ambiguo: en un momento habló del mantenimiento del modelo republicano, en otro de la instauración de un directorio militar, después fue inclinándose hacia la restauración monárquica, lo que disgustó a los carlistas. En realidad, carecían de un proyecto político claro. Pero es lógico, ¿cómo iban a discutirlo y a ponerse de acuerdo en la clandestinidad? ¿Cómo enajenar posibles apoyos? La lógica fue muy simple: primero ganamos y luego ya veremos. Asimismo, los civiles que participaban de la conspiración tenían propuestas diferentes: no había consenso entre los monárquicos alfonsinos, la CEDA, los tradicionalistas o Falange. Y además, como era conocido entonces, algunos de los generales que se sublevarían eran republicanos. No obstante, a todos ellos sí les unía un sentimiento claro, pero vago: el rechazo absoluto del Frente Popular, del programa reformista de las fuerzas republicanas, de «los comunistas» en definitiva. En eso todos estaban de acuerdo. Fue suficiente.
M. A.: Mola murió en un accidente aéreo en junio de 1937. ¿Se conservan sus documentos privados?
Á. V.: Nadie sabe dónde están. Cuando falleció, lo primero que hizo el Cuartel General de Franco fue enviar un pelotón de soldados al de Mola para apropiarse de sus papeles. Desconocemos muchos aspectos de la conspiración debido a su ausencia, al margen de que las conspiraciones no suelen dejar tras de sí mucha documentación. Los libros que se han escrito sobre Mola por gente que le conoció hay que tomarlos con varios kilos de sal. Dan informaciones a veces interesantes, pero también despistan mucho.
M. A.: En marzo de 1936, el Gobierno del Frente Popular destinó al general Franco a Canarias, como comandante militar del archipiélago, con base en Tenerife. ¿Cómo se comunicaba con Mola y los otros altos oficiales confabulados?
Á. V.: Poco sabemos, más allá de que se contactaban a través de personas de confianza y cartas cifradas. Franco estaba razonablemente al día de la conspiración y, además, Mola y Sanjurjo sabían que para tener éxito necesitaban su colaboración y también la de Manuel Goded (relegado en Baleares). Franco y Goded eran generales de división, monárquicos, y habían desempeñado cargos muy importantes con los gobiernos radical-cedistas.
M. A.: ¿Qué instrucciones transmitió Mola a Franco?
Á. V.: En sus planes, Mola se reservaba la misión principal (llegar a Madrid) y dispuso que Franco debía trasladarse a Marruecos para asumir el mando del ejército de África, un puesto que ya había ocupado en 1935 y que en la concepción de la sublevación tenía un papel claramente secundario. Las «directivas» para Marruecos de Mola, firmadas el 24 de junio de 1936, ya se conocían pero se han publicado de nuevo en Los mitos del 18 de Julio gracias al coronel Fernando Puell, profesor de Historia Militar. Entre otras cosas, Mola afirmó en primer lugar que «el movimiento ha de ser simultáneo en todas las guarniciones comprometidas y, desde luego, de una gran violencia. Las vacilaciones no conducen más que al fracaso».
Pero Franco tenía un grave problema…
M. A.: ¿Cuál?
Á. V.: Él quería sublevarse y participaba de la conspiración; en cambio, el general Amado Balmes, gobernador militar de Las Palmas, rechazaba la idea. Balmes era un militar de trayectoria africanista, que había sucedido a Franco al frente de la primera división orgánica en Madrid, un cargo de mucha responsabilidad, y había participado en 1934 en la represión de la revolución de Asturias a instancias de Franco. Cuando éste supo que no apoyaba la sublevación, hizo un último esfuerzo por convencerle en una entrevista secreta a principios de julio. No hay constancia escrita de ella, pero me la relató un sobrino nieto de quien entonces era el ayudante temporal de Balmes, el comandante de Ingenieros Manuel León Rodríguez. Balmes conversó con Franco en un muelle del puerto de Las Palmas y el ayudante permaneció a una cierta distancia; cuando Balmes regresó, tenía el rostro muy serio y no le relató lo que habían conversado.
Franco no logró convencerle de que se sumara a la conspiración y por ello decidió eliminarlo. ¿Cómo? Lo que en realidad ocurrió solo lo supieron fidedignamente el asesino y el chófer del general, que lo presenció y que regresó a la comandancia militar completamente trastornado. Después el chófer se volatilizó en la Historia.
EL SECRETO DE FRANCO.
M. A.: ¿Qué cree que sucedió aquella mañana del 16 de julio de 1936 en el campo de tiro del Cuartel de Infantería en Las Palmas?
Á. V.: Durante 75 años los historiadores franquistas nos contaron el «cuento chino» de que el general Balmes, antes de morir en el hospital militar, se hirió gravemente en el campo de tiro cuando, para desencasquillar su pistola, puso el cañón en su estómago y su arma se disparó. Si hubiera sido así, la guerrera tendría necesariamente restos de pólvora… ¿Qué pasó con la guerrera? Se la quedaron los militares que lo tenían todo preparado para sublevarse al día siguiente. También la autopsia desapareció. Por si las moscas.
Estoy convencido de que, por orden de Franco, aquel día un oficial se acercó a Balmes. Se conocían bien. Le disparó a quemarropa. Cuatro días después, este oficial empezó a cumplir misiones muy importantes y secretas desde Tetuán para Franco. No hubo ningún otro que hiciera eso. Franco se fiaba de él y se lo llevó de Canarias. Ni que decir tiene que aquellas misiones podría haberlas efectuado cualquiera de los oficiales del ejército de África. El asesino había sellado un pacto de sangre con Franco.
M.A.: ¿Por qué no ha revelado su identidad?
Á. V.: Por varias razones. En primer lugar, porque evidentemente de esa orden no quedan huellas documentales. Una orden de asesinar a un superior no se pone por escrito. En segundo lugar, porque existe una posibilidad mínima de que me equivoque en el nombre. En tercer lugar, porque aquel señor tiene descendientes que, además, hoy son abogados de renombre. Consulté el tema con varios letrados e incluso con un magistrado y me previnieron de que, si lo sacaba a la luz, me arriesgaba a una querella. «Podrás ganar», me dijeron, «pero mira lo que le ha sucedido a Baltasar Garzón. ¡No vas a ser tú la última víctima de Franco!». De todos modos, en La conspiración del general Franco dejé pistas clarísimas de quién creo que mató a Balmes. El historiador que quiera encontrar su nombre lo hallará sin grandes esfuerzos. De hecho, en la primavera de 2011, a los diez días de la aparición del libro, el historiador Francisco Espinosa me llamó y me preguntó: «¿No estarás pensando en…?». Me dijo que era evidente… Y en la segunda edición aún proporcioné más pistas.
Posiblemente, escriba un artículo revelando su identidad para que sea publicado póstumamente. No obstante, preferiría que alguno de esos historiadores que no se fían de mí vaya a los archivos y publique el expediente personal del sospechoso. Así los lectores podrán enterarse de cosas verdaderamente interesantes. Yo lo tengo fotocopiado en casa.
M. A.: ¿Cómo definiría la versión oficial de la muerte del general Balmes?
Á.V.: ¡Es totalmente absurda! Y recuerda que no murió en el acto. El asesino fue un inepto. Probablemente estaba nervioso. A Balmes se le trasladó a una Casa de Socorro de mala muerte, gravemente herido, y allí, en lugar de solicitar un médico o un sacerdote, pidió un juez o un notario, porque él sabía quién le había disparado.
Después de la aparición de mi libro, a través de la profesora Rosa Faes, colega mía en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense y sobrina nieta de Balmes, establecí contacto con su hija y su nieta. Lo leyeron, les expliqué la historia y les di el nombre del presunto asesino. Se quedaron completamente impactadas. La hija me ofreció algunas pistas y me aclaró que en 1941 Franco aceptó tras varias negativas que se concediera una pensión especial a su madre gracias a la presión de algunos generales. Me relató también las sospechas que siempre albergó su madre, que había sido amiga de Carmen Polo, la esposa de Franco. Tras el asesinato, la familia fue marginada de los círculos militares.
M. A.: ¿Balmes fue la primera víctima de la Guerra Civil?
Á. V.: Fue el primer asesinado de la Guerra Civil. Y aquél fue el momento en que Franco cruzó el Rubicón. En realidad, él se sublevó el 16 de julio de 1936 con aquel asesinato. Este crimen revela su carácter planificador y su capacidad para organizar un plan que permaneció oculto durante 75 años. Me costó mucho trabajo desentrañarlo. Lo interesante, históricamente, es que permite contemplar el alma oscura de Franco. Por lo demás, he preparado una edición de las memorias íntimas de su primer protoministro de Asuntos Exteriores, un diplomático catalán llamado Francisco Serrat, escritas solo para su familia, no para ser publicadas. Arrojan también información sobre esa alma oscura, indolente y mezquina.
EL DRAGON RAPIDE.
M. A.: ¿Cuál es la relación del asesinato de Balmes con el traslado de Franco al Protectorado español de Marruecos para encabezar el ejército de África?
Á. V.: La muerte de Balmes, además de despejar la duda sobre el éxito de la inminente sublevación contra la República en Gran Canaria, fue la excusa perfecta que necesitaba Franco para solicitar permiso al Ministerio de la Guerra y desplazarse a Las Palmas el 17 de julio al objeto de presidir el funeral. Le acompañaron su esposa y su hija, puesto que ya no volverían a Tenerife. Al día siguiente, se embarcó en el aeródromo de Gando en el Dragon Rapide hacia su destino, Tetuán. El plan resultó perfecto. El asesinato de Balmes y la llegada del avión a Las Palmas estuvieron indisolublemente unidos en su planificación.
Franco había pedido un avión para salir de Canarias en junio y en los círculos de la conspiración se hablaba de sacarle del archipiélago por vía aérea ya desde abril. Y aquí de nuevo nos encontramos con la trama civil: el 11 de julio el marqués Juan Ignacio Luca de Tena (propietario del diario Abc), quien había ordenado a su corresponsal en Londres —Luis Bolín— que alquilara un avión en ese país con las libras esterlinas donadas por March, le indicó en Burdeos que el aparato debía aterrizar finalmente en Las Palmas. Se excluyó Tenerife a pesar de que el Dragon Rapide, al contrario de la justificación que han dado los historiadores franquistas, hubiera podido aterrizar en Los Rodeos sin problemas.
El 15 de julio, a primera hora de la mañana, Franco tuvo la confirmación de la llegada del Dragon Rapide a Gando. Lo estaba esperando como agua de mayo y entonces ya pudo poner en marcha su plan, que contemplaba aquel crimen.
M. A.: ¿El Gobierno británico estaba al corriente de la expedición del Dragon Rapide?
Á. V.: Además del piloto de la avioneta, Bolín se hizo acompañar de Hugh Pollard, un antiguo agente de la inteligencia británica, que ya no lo era formalmente en 1936, de su hija Diana y de una amiga de ésta, Dorothy Watson, para camuflar el motivo de la expedición. Creo muy probable, por los indicios que he aportado, que su misión en Canarias contó con algún tipo de bendición oficial u oficiosa de los servicios de inteligencia británicos. Lo que no sé es si fueron los militares o los civiles, es decir, el MI6. El expediente militar de Pollard, que he sido el primero en consultar, excluye toda referencia a actividades de inteligencia (que las tuvo) y el del MI6 obviamente está cerrado a cal y canto.
M. A.: El 18 de julio el golpe de Estado se concretó en Canarias en pocas horas…
Á. V.: La sublevación de las guarniciones del archipiélago, una represión cruel e implacable y la temprana decisión de armar a los civiles derechistas laminaron a los republicanos. El 18 de julio a las cinco de la madrugada se difundió el Manifiesto de Las Palmas y al mediodía Franco se subió al Dragon Rapide con destino a Tetuán, donde los sublevados ya controlaban el territorio del Marruecos español.
M. A.: Aquel mismo día el Gobierno de la República, presidido por Casares Quiroga, difundió un comunicado en el que daba por sofocada la rebelión militar en el Marruecos español… ¿Tuvieron noticias el presidente de la República, Manuel Azaña, y Casares Quiroga de la conspiración que durante meses se incubaba en un sector del ejército?
Á. V.: Éste es un asunto muy debatido. La respuesta inmediata es que sí, que recibieron informaciones sobre la preparación de un golpe de Estado por los más diversos medios: gubernamentales, de algunos partidos de la coalición del Frente Popular, de ciertos políticos, de la embajada francesa, de responsables de la seguridad interior. Hubo hasta avisos públicos, apenas disfrazados. Uno de ellos lo dio un personaje clave en la política española de la época: el destacado dirigente socialista Indalecio Prieto. Pero no hicieron demasiado caso…
M. A.: ¿Por qué?
Á. V.: Aquí la discusión está lejos de alcanzar conclusiones definitivas. Para algunos, porque creyeron que se repetiría la «sanjurjada». Para otros, porque consideraron que el ejército era incapaz de sublevarse puesto que los mandos de las divisiones orgánicas eran leales. Hay quien piensa que temían más tomar medidas porque podían afectar a la cohesión de los militares. Y no faltan quienes dicen que pecaron de rigor reglamentista: había que hacer las cosas según Derecho. Finalmente, se afirma que Casares Quiroga temía más un golpe por la izquierda, de los anarquistas, por el recuerdo del ciclo de periódicas algaradas de la CNT del primer bienio. Es cierto que se tomaron muchas medidas preventivas. Rafael Cruz las ha detallado. Pero todas fueron insuficientes.
Mi enjuiciamiento de Azaña y Casares Quiroga es muy negativo. Y que no se me diga que no entiendo las dificultades. Las comprendo perfectamente.
GOLPE DE ESTADO Y EXTERMINIO.
M. A.: En las zonas donde el golpe de Estado triunfó, los sublevados desplegaron de inmediato una represión cruel e implacable contra los republicanos…
Á. V.: Así es. Los historiadores profranquistas no se detienen mucho en esto, evidentemente. También olvidan que las primeras explicaciones que los golpistas dieron para justificar la sublevación se basaban en la Ley Constitutiva del ejército de 1878. Esta ley estuvo orientada esencialmente a la última guerra carlista y asignaba al ejército el papel de mantener el orden público y subsidiariamente hacer frente a las amenazas exteriores, aunque sometido naturalmente al imperio de la ley, de la Constitución de 1876 y con el monarca como jefe militar por excelencia.
Es muy curioso que en los primeros consejos de guerra que se hicieron por ejemplo en Canarias y en algunos otros lugares donde la sublevación triunfó muy pronto lo que se utilizó para justificar el bando de guerra fue la Ley Constitutiva del ejército de 1878, es decir, hubo una cierta coordinación. Y había unas directrices comunes, dadas a conocer por Francisco Espinosa, que apuntaban a la liquidación física de los líderes de las fuerzas del Frente Popular y a la desarticulación de la capacidad de reacción del Gobierno, de las autoridades gubernativas y de los representantes políticos y sindicales.
En las zonas donde triunfaron, los sublevados desplegaron una violencia despiadada contra las masas populares para amedrentarlas. La maquinaria represiva se puso en marcha a toda velocidad y uno de los generales que más rápidamente lo hizo fue Queipo de Llano en Sevilla. No se ha encontrado la evidencia documental de un plan sistemático de exterminio de la base social republicana elaborado en los meses previos al golpe de Estado, pero sí había una directriz muy clara: la sublevación no podía ser como la de agosto de 1932. Iban a enfrentarse con un enemigo que dirigía los resortes del Estado y con amplias masas populares a las que había que dominar por la violencia y el terror, lo que significaba ejecuciones sistemáticas, frías y masivas. Paul Preston lo relató de manera ejemplar en El holocausto español.
Hay grandes discusiones sobre la forma de conceptualizar tal proceder. Soy muy consciente de que los conceptos encierran cargas ideológicas y filosóficas muy diferentes y nunca he querido entrar en querellas de este tipo. Prefiero proceder empíricamente, como Paul, y describir lo que ocurrió. La idea de cortar en las masas populares a destajo con un bisturí de fuego, como un cuchillo caliente penetra en un bloque de mantequilla, me conviene.
M. A.: ¿Qué supuso la muerte del general Sanjurjo el 20 de julio?
Á. V.: Sanjurjo emprendía viaje desde Estoril hacia Burgos para ponerse a la cabeza de los sublevados, pero su avioneta se estrelló al ascender unos pocos metros y murió. En el incendio ardieron también sus documentos personales. Han quedado algunos papeles que heredaron sus descendientes y que han nutrido un par de libros, pero no permiten indagar en los planes políticos que tenía, aparte de la reflexión que le hizo Valentín Galarza, el «técnico» que dirigía los hilos de la conspiración en Madrid, de que convendría ir a por todas, aunque ello incluyera el riesgo de una guerra civil. Probablemente, Sanjurjo deseaba restaurar la monarquía. No hay que olvidar que los monárquicos alfonsinos, los más próximos a Alfonso XIII, fueron los que negociaron los contratos con Italia y estaban en contacto con Juan March, principal financiador de la conspiración, y con él mismo.
De los principales conspiradores, los pocos que dejaron testimonio escrito (Pedro Sáinz Rodríguez, Eugenio Vegas Latapié) dijeron que la historia de España se torció con la muerte de Sanjurjo. Y así fue: la sublevación quedó descabezada. Mola intentó ocupar su hueco y organizó la Junta de Defensa Nacional en Burgos. Pero muy pronto tropezaría con la realidad: la intervención de las potencias fascistas forjó el liderazgo de Franco.
M. A.: De las grandes ciudades, el golpe de Estado solo triunfó en Sevilla, Zaragoza y A Coruña…
Á. V.: Hay indicios de que Mola consideraba difícil que la sublevación se impusiera en Madrid y Barcelona y realmente la sorpresa para ellos fue el rápido control de Sevilla. Es más, a partir de una contextualización de informaciones de muy diversa procedencia, aunque es indemostrable, tengo la impresión de que los conspiradores, en particular Mola, sabían que iban a una guerra civil. Esto es lo único que explica que Calvo Sotelo y sus muchachos firmaran contratos para la compra de armas de guerra en Italia. Porque, insisto, encargaron 14 bombarderos pesados, 30 cazas… esto no es para un golpe de estado, en la época era material para una guerra.
Incluso, Calvo Sotelo en algunos discursos habló de guerra… también los socialistas, pero éstos no la preparaban. Cabe distinguir entre la retórica política y la actuación práctica: la izquierda no planificaba un golpe de estado, la derecha sí y se prepararon para la guerra contando desde el principio con el apoyo de una potencia extranjera: la Italia fascista.
Algunos de los líderes vacilaron y en parte por eso la sublevación fracasó en Valencia o Madrid: ante la resistencia de las fuerzas republicanas no supieron cómo reaccionar y la indecisión les condujo a la catástrofe.
M. A.: En los primeros días la República controlaba más territorio y más recursos económicos y financieros que los sublevados: la minería vasca y asturiana, la industria catalana, los principales puertos, el oro del Banco de España…
Á. V.: Es evidente, pero esto se ha sobredimensionado, porque ya en aquellos días la pregunta adecuada era cómo la República podía convertir rápidamente el potencial económico y demográfico en recursos para una guerra civil, cuando tenía un ejército completamente desarticulado y el poder estaba en manos del pueblo en armas. Porque sin esta medida hubiera habido que hacer pinitos para contrarrestar los conatos de sublevación militar.
M. A.: Y Cataluña vivió en aquel verano de 1936 la revolución social protagonizada por los anarquistas…
Á. V.: Como señaló Julio Aróstegui, fue la contrarrevolución la que paradójicamente desencadenó lo que suele denominarse revolución.
M. A.: No resulta difícil imaginar lo que significaron para la CNT y sus centenares de miles de militantes aquellos días de fines de julio en Cataluña, cuando el Estado se desplomó, el pueblo en armas derrotó a los facciosos y empezaron a colectivizar la economía…
Á. V.: Era, para ellos y otros, la utopía al alcance de la mano, la posibilidad de crear la nueva sociedad tantas veces y durante tantos años imaginada en los ateneos libertarios y en las publicaciones anarquistas. Pero después de aquellos días de embriaguez colectiva, en las semanas y meses siguientes la República se vio en la obligación de formar un ejército de verdad, las milicias no bastaban para dar batalla a los sublevados. Gabriel Cardona lo expresó de una manera muy gráfica: «Los milicianos anarquistas iban al frente a conquistar la utopía y se encontraron con un tiro en la frente». Porque hay que contextualizar: se formaron las milicias… pero ¿qué eran éstas fuera de Madrid o de Barcelona? No eran más que unidades formadas por campesinos, trabajadores de pequeños pueblos o ciudades, militantes de la UGT o de la CNT que el 10 de julio estaban trabajando extenuados de sol a sol y el 10 de agosto combatiendo. ¿Cuál era el valor militar de ese pueblo en armas? Muchos caen ahí en la mística revolucionaria…
M. A.: Sin duda, es una imagen épica, emocionante…
Á. V.: Pero que no corresponde a la realidad subyacente. Insisto: iban al frente en busca de la utopía y se encontraban con una bala en la frente. Comprendo que como imagen épica es muy emocionante, puesto que unas personas que nunca habían empuñado un fusil de repente se vieron con un arma en la mano defendiendo a la República. Pero ¿cómo lo manejaban? Y cuando aprendían a manejarlo ¿cómo enfrentaban a la Legión, a los regulares o incluso a las fuerzas del ejército sublevado encuadradas por militares profesionales? Y resistían porque al principio se metían detrás de un parapeto, pero no sabían maniobrar, no tenían la cohesión y disciplina necesarias. Hay innumerables testimonios de que las milicias no sabían maniobrar en campo abierto, que las unidades regulares enemigas les flanqueaban fácilmente para impedirles la retirada y que sobrevenía el desastre. Eran militantes pero ¿cuál era su valor militar? Ninguno. Además, los sublevados contaban con aviación y, sobre todo, con ametralladoras en abundancia. Un diplomático nazi en Portugal afirmó que a las ametralladoras se debían los éxitos en Extremadura. Otra cosa diferente es la propaganda, la mística revolucionaria… El fracasado asedio del alcázar de Toledo, entre el 21 de julio y el 27 de septiembre de 1936, fue paradigmático. ¡Dos meses para nada!
El Ejército Popular se terminó improvisando y fue relativamente bueno, pero costó muchos meses. Los sublevados nunca tuvieron problemas porque disponían de tropas regulares, deficientes sí, pero encuadradas por profesionales y tan pronto como fue posible se eliminaron las milicias de partido, la última que se extinguió fue la de los carlistas en el mes de diciembre. En solo cinco meses todo el compacto civil que hizo piña en torno a los sublevados y los nuevos reclutas estaba dirigido militarmente por oficiales que no toleraban absolutamente la menor indisciplina. Esto en el Ejército Popular costó mucho trabajo y nunca se logró del todo, porque empezó como un ejército político de hombres libres.
M. A.: ¿Cuál fue el factor principal que rompió el «empate» resultado del semifracasado golpe de Estado?
Á. V.: Sin duda alguna, la rápida intervención de la Alemania nazi y de la Italia fascista. Esa ayuda se percibió en el teatro de operaciones ya a principios de agosto, pero desde el punto de vista de Franco imagina la inyección de moral que significó tener el 27 o 28 de julio la confirmación de que Hitler, personalmente, había accedido a ayudarle. Y tres días después, si no antes, recibió en el norte de África los primeros aviones italianos. No hay que subvalorarlo porque en la guerra la confianza del mando en sí mismo se transmite a las tropas y eso le resultó sencillo porque tenía bajo su batuta a fuerzas profesionales en gran medida: la Legión y el ejército colonial en Marruecos.
Franco empezó a considerar entonces que el futuro le pertenecía.
M. A.: ¿Qué elementos impulsaron la transformación del golpe de Estado en la Guerra Civil?
Á. V.: Desde mi punto de vista, intervinieron cuatro dinámicas que, combinadas, convirtieron la sublevación en una contienda a muerte, en una guerra de clases, en un conflicto ideológico y en una guerra internacional por interposición.
En primer lugar, destaco la división de las Fuerzas Armadas y de seguridad, porque si el conjunto de éstas hubiese participado en la sublevación, habría triunfado en poco tiempo de manera irremediable.
En segundo lugar, cabe mencionar la reacción de las potencias democráticas, Francia y el Reino Unido, ante la petición del Gobierno republicano de adquirir armamento: se negaron y plantearon la No Intervención. No sabemos qué hubiera sucedido si hubieran apoyado al Gobierno, pero la evolución de los acontecimientos, en cualquier caso, hubiera sido más favorable para la República.
La tercera dinámica fue el apoyo decidido y rápido de las potencias fascistas al general Franco.
Y, en cuarto lugar, subrayo la decisión de Stalin de ayudar con armamento a la República, adoptada en el mes de septiembre. Es decir, se puede hablar de Guerra Civil solo a partir de septiembre-octubre de 1936…
M. A.: O sea ¿la Guerra Civil no empezó el 18 de julio de 1936?
Á. V.: Efectivamente, si queremos ser precisos. Naturalmente, es difícil erradicar la creencia de que la guerra estalló en julio. Por lo demás, no me precio de haber descubierto nada nuevo. Los sublevados lo sabían perfectamente. Se conserva el borrador del segundo tomo de la historia de la «Guerra de Liberación» que preparó en los años cuarenta el Servicio Histórico Militar y que nunca se publicó. Trata, precisamente, de cómo el golpe de Estado semiexitoso y semifracasado se convirtió en una guerra. De no haber intervenido la Unión Soviética, el conflicto hubiera terminado en 1936. Manuel Azaña lo anticipó en septiembre: ya entonces la República había perdido la partida.