[1] Éste tuvo la ventaja de poder escribir cuando Krivitsky ya no estaba en vida (murió en Washington, más que probablemente víctima de la NKVD). Orlov, que era un asesino, no le trató bien en sus memorias. Aparte de señalar que el título de «general» con que se adornaba era inventado (como, incidentalmente, lo fue también el que generosamente se autoatribuyó), Orlov se preocupó de subrayar que las actuaciones de Krivitsky como agente encubierto para aprovisionar de armas a la República habían sido un auténtico fracaso (pp. 221s). <<
[2] Admito que consultar Novedades, de México, no está al alcance de todo el mundo (tampoco de quien esto escribe, que agradece el apoyo prestado por Cecilia Ramírez y Antonio de Jesús Castro, de la Universidad Autónoma Nacional de México: tuvieron la paciencia de copiar a mano tal testimonio que fue publicado el 25 de noviembre de 1967). Con todo, una parte del mismo lo reprodujo Pascua en un famoso artículo. Granados se preocupó de puntualizar que «no fue ni un acto clandestino ni autoritario de Negrín, ni mucho menos un donativo o una exigencia preparatoria de un abuso de confianza. Fue un acto de necesidad al que empujó, inconscientemente tal vez, a los pobres republicanos el comité de no intervención». Añadió premonitoriamente: «Cuando se escriba la historia, de verdad, será el momento de poner esto en claro». Es un honor contribuir, mal que bien, al cumplimiento del deseo de tan eminente jurista republicano. <<
[3] Dejamos de lado los detalles coloristas de Gazur, ya procedan de otros cuentos de Orlov, de sus conversaciones con él o de su propia cosecha. No nos resistimos, sin embargo, a resaltar que, quizá como subproducto de esta última (p. 87), figura una absurda viñeta según la cual Negrín habría dicho a Orlov que asumía para sí y de por sí la responsabilidad del envío, ya que nadie había querido poner su nombre en ningún documento. Esto es rotundamente falso. <<
[4] La idea de que Prieto «pasaba por allí» y se enteró de lo del traslado por casualidad, según repitió incansablemente (pp. 124, 131, 133, etc.), es inverosímil. No llevaba en el bolsillo los telegramas procedentes de México para enseñárselos a los marinos a sus órdenes. Tampoco los llevaba por casualidad. Al contrario, sabía que Negrín estaba en Cartagena. Lo normal es que Prieto, en el ejercicio de sus funciones y de su responsabilidad, acudiera a cerciorarse de que todo estaba en orden. Como hizo el propio Negrín. <<
[5] Las transcripciones del decreto del 13 de septiembre y del acuerdo del Consejo de Ministros. <<
[6] Payne (p. 199) se limita a decir que «parece ser que no se consultó a Azaña ni al gabinete en general». Azaña no menciona el oro en su diario pero tampoco da cuenta en él de muchas otras cosas. Antes de Payne, y sin cautela, Bolloten (p. 278) llegó a unas conclusiones que resultaban de meras reflexiones especulativas: no se informó al Gobierno, ni a Prieto, ni a Azaña, etc. Podría haber leído en Álvarez del Vayo (1950, p. 285) que la decisión había quitado un gran peso a Azaña, quien se habría mostrado no sólo satisfecho sino también encantado, algo inhabitual en un hombre de temperamento frío y distante. Negrín lo confirmó a Germaine Moch. <<
[7] A tenor de sus recuerdos, «la flota republicana debía encontrarse en alta mar por si hacían acto de presencia los buques fascistas […] Cuando subí a bordo del crucero Libertad para tratar con el comandante en jefe, Buiza, la conveniencia de asegurar la protección de estos transportes con salida de la Escuadra completa al mar, me respondió, esbozando una sonrisa, que estaba al corriente de todo y que sólo pedía que se le precisasen los plazos de permanencia en el mar». La Escuadra «navegaría a la altura de la línea Cartagena-Argel con misiones de protección». Rybalkin (p. 93) lo confirma. Ya en un artículo que levantó mucha polvareda entre los exiliados Araquistáin, siguiendo un relato de su cuñado Álvarez del Vayo, había escrito que Prieto se había ocupado personalmente de que un convoy de barcos de guerra diese escolta hasta Túnez a la preciada carga. Prieto había montado en cólera (p. 131) y recurrido al testimonio de Ramírez de Togores para impugnarlo. El valor probatorio de éste, autónomo o solicitado, debe cuestionarse. <<
[8] Álvarez del Vayo (1950, p. 285) indica que Prieto ordenó la cobertura de la escuadra. Quizá por ello, el exministro de Marina y Aire tuviese interés en consignar su propia versión en sus memorias, bajo la cobertura de una carta personal que probablemente solicitó. <<
[9] Payne (p. 199) afirma que se trataba de «funcionarios menores», pero eran los competentes. ¡No iban a ir directores generales! Gazur (p. 94) señala que el «Mologoles» (sic) no llevaba representante del Tesoro. Uno se pregunta de dónde salen tales informaciones que parecen tan exactas. Rybalkin (p. 93) ha indicado que no figuró el Jruso, que mencionan los documentos españoles, sino el Kuban. Los hermanos Moreno de Alborán hacen intervenir al Kursk. <<
[10] Información del Dr. Rybalkin al autor. <<
[11] Había, no obstante, financieros en la zona franquista que no creían que todo el oro se hubiese exportado y que, probablemente, estaría oculto en varios escondites en Valencia y Cartagena (ABI: OV 61/2, nota del 26 de enero de 1937). <<
[12] En «Mis recuerdos de Don Juan Negrín», Bugeda afirmaría: «Me acuerdo que una noche cenando, poco tiempo después de la salida del oro de Madrid, noté muy preocupado al Dr. Negrín y durante la cena recibió un telegrama que le iluminó la cara. Me pasó éste y en él constaba la noticia del arribo del barco español a Rusia. El temor del Dr. Negrín era que algún submarino alemán interceptara el buque y lo hundiese, perdiéndose sin ningún beneficio para la causa de la guerra los medios económicos que permitieron sostenerla durante casi tres años». Bugeda escribía de memoria. No había barco español alguno. Lo que había eran los cuatro soviéticos. En cuanto al submarino hubiese sido más probable que se tratase de algún italiano pero no hay que olvidar que Negrín tenía una fijación en contra del militarismo alemán que veía encarnado y disfrazado en el régimen hitleriano. Martínez Amutio (p. 52) afirma que Negrín tuvo noticias de las incidencias de la travesía el 1 de noviembre en la embajada soviética en París, en una visita en la que no estuvo presente Araquistáin, quien se molestó por ello. Ahora bien, como aduce que Negrín explicó seguidamente al embajador el mecanismo establecido para los pagos de material y situó ya a Prieto como comisario de Armamento y Municiones, cargo que todavía no existía, hay que pensar que sus recuerdos jugaban, de nuevo, una mala pasada a Martínez Amutio. <<
[13] Boris Volodarsky está escribiendo una biografía de Orlov en la que contrastará documentalmente muchas de sus afirmaciones. Ya lo ha hecho en el caso de otro agente, muy parecido, que se escapó a Occidente al comienzo de los años cincuenta y cuya extraña relación con la verdad también ha puesto al descubierto. <<
[14] A ellas cabría añadir su absoluto silencio sobre su participación en operaciones más comprometidas y menos gloriosas para su imagen como, por ejemplo, los asesinatos que se cometieron bajo su responsabilidad y, entre ellos, el de Andreu Nin. <<
[15] Mi interpretación es contrapuesta a la superhipercanónica versión de Bolloten (cap. 14, pp. 261ss) que no disecciona críticamente las fabricaciones de Orlov y Krivitsky. Tampoco lo hace el profesor De la Cierva (2003, p. 489), quien me acusa de escribir con prejuicios. Esto no es nada en comparación con los dicterios que utiliza de cara a distinguidos historiadores españoles y extranjeros que no comulgan con sus ideas y que son reveladores del carácter e intenciones de quien los profiere. Los «camelos» de Orlov los acentúa Zavala (2006, pp. 291ss) quien, como muchos otros autores, todavía hoy sigue revistiendo a Orlov del grado de «general». <<
[16] Hay autores obsesionados con montar leyendas. Gazur es uno de ellos. Según afirma (pp. xiv-xv), visitó España en abril de 2000, fue a la Biblioteca Nacional y se quedó helado al darse cuenta de lo poco que sabía el pueblo español sobre uno de los períodos más críticos de su historia (la guerra civil). Le sorprendió, en particular, la ignorancia sobre el papel desempeñado en ella por el Gobierno soviético y la KGB. Quien esto escribe agradece siempre a cualquier historiador que aporte su grano de arena a la reconstrucción de un pasado que es, por definición, una tarea colectiva. No tiene el mismo sentimiento respecto a quienes se ven animados por el vivo deseo de sacar de su «ignorancia» a los españoles (a quienes implícitamente consideran un tanto «retrasados» o no al día, lo cual en un sistema democrático y sin censura es más que risible). Aprovecho la ocasión para subrayar que, de todas maneras, el valor historiográfico del libro de Gazur es cero, nulo. <<
[17] A Orlov le obsesionaba, al parecer, lo que había ocurrido con los papeles de Trotsky en 1936, robados por la NKVD. Hay motivos para pensar que se trata de una historia truculenta, al menos por lo que se refiere a España. Gazur afirma que nada menos que un panel de funcionarios del más elevado nivel del Gobierno estadounidense llegó a la conclusión que tales memorias debían permanecer cerradas a la consulta durante veinticinco años, ya que su publicación podría ser útil a la KGB y a la Unión Soviética. En lo que se refiere a España ésta habría sido una percepción totalmente errónea. <<
[18] Por ejemplo, en Radzinsky (p. 392) para quien Orlov aparece como «consejero militar jefe adjunto» al Ejército republicano. <<
[19] Payne (p. 198) alude al día 20, lo cual es mucho más verosímil. Gazur (p. 79) sigue a Orlov, como siempre. <<
[20] Orlov indica (p. 238) que el embajador pareció extraordinariamente sorprendido porque «era la primera cosa que habíamos oído de este asunto». Esta afirmación quizá pudiera aplicarse a Orlov pero no a Rosenberg y debemos considerarla rotundamente falsa porque Rosenberg estaba al corriente de lo que había ocurrido previamente. Un agente de inteligencia de rango elevado no suele ser un estúpido (aunque haya excepciones). Las intenciones que animan a Orlov las reveló seguidamente en forma de interrogantes: «¿Podía ser cierto que el primer ministro Largo Caballero y sus compañeros —españoles honestos y patriotas— consintiesen en poner el tesoro de su país en las manos codiciosas de Stalin? ¿Podían suponer que Stalin, que despreciaba la moralidad y la ley “burguesas”, cedería tal riqueza una vez que tomara posesión de ella?». <<
[21] El último revival, por ahora, de los «cuentos» de Orlov se debe a Zavala en sus dos obras (en realidad copia en la segunda gran parte del relato de la primera, quizá en un intento de remacharlos pero tal vez porque tampoco tenga mucho más que decir). <<
[22] La referencia a la participación de Winzer es algo en lo que coincide con Álvarez del Vayo pero que no se encuentra en los apuntes de Negrín. No es, por lo demás, imposible. Incluso es verosímil. <<
[23] Del cual tomamos la siguiente caracterización: «El ministro de Hacienda, un catedrático recién llegado a la Administración, parecía el verdadero prototipo del intelectual —opuesto teóricamente al comunismo, pero, si bien de una manera vaga, simpatizante con el “gran experimento” ruso—. Esta candidez política contribuye a explicar su impulso de enviar el oro a aquel país…». Es una presentación asesina que todavía hoy tiñe muchas de las referencias a Negrín. Se encuentra igualmente en sus memorias (p. 239). <<
[24] El amplio y profundo desconocimiento de Martínez Amutio sobre el episodio del oro (p. 49) se muestra en su afirmación de que se firmaron actas de entrega del cargamento por Méndez Aspe, Stajewsky y el gobernador del Banco de España (sic). <<
[25] Este tipo de aseveraciones de Orlov y de Gazur pasan por historia, que Zavala transcribe con fruición, a veces en un lenguaje un tanto chabacano. <<
[26] Si se hubiera tratado exclusivamente de depositar o incluso de vender oro, quizá la observación de Martín Aceña (2001, p. 46) de que Estados Unidos hubiese sido un lugar adecuado podría defenderse mínimamente (aunque yo no la comparta, dado el trasfondo de desconfianza norteamericana hacia la República) pero el oro no se destinaba, en octubre de 1936, sólo a tales finalidades. En este sentido, no sirve de ejemplo ad contrario la venta de plata al Tesoro estadounidense en 1938. <<
[27] De aquí habría que deducir, lógica obliga, que la República debería estar agradecida a la no intervención porque, sin ella, lo pasaría peor. Esta reveladora conversación tuvo como causa el deseo del encargado de negocios de agradecer al Ministerio de Estado su intervención en la salida de la cárcel del asesor jurídico de la embajada, un abogado español llamado Comyns. No tuvieron éxito las gestiones en el caso de Ramiro de Maeztu, cuya esposa británica estaba refugiada en la misma. Maeztu fue asesinado poco antes de Paracuellos. <<
[28] Madridejos (p. 252) se adhiere a esta opinion y afirma, por su lado, que la decisión, «conocida exhaustivamente la naturaleza del estalinismo, nos pueda parecer de una candidez rayana en la irresponsabilidad o de una connivencia poco meditada». Estoy en total desacuerdo con tales juicios. <<
[29] Tales telegramas se conservan en TNA: HW 12/211, BJ067388 y 067537. <<
[30] El que Negrín salía de España bajo nombre falso es algo que se sabía y que comentaron en más de una ocasión el presidente de la República y el del Gobierno, como se desprende de los apuntes que dejó Azaña. Por lo demás, era imposible mantenerlo en secreto ya que alguien tenía que expedirle la oportuna documentación. <<
[31] De Azcárate era un profesional de demasiada talla como para expresar quejas. Cuando informó a Álvarez del Vayo el 26 de diciembre de las gestiones de Negrín se limitó a decir, de forma elegante, que verosímilmente habría olvidado de ponerle al corriente de tan importante conversación, aunque a la embajada se la había colocado en una posición poco airosa. Algún oro se había encaminado ya hacia el Reino Unido. Le Matin señaló el 23 de noviembre de 1936 la descarga en Folkestone de 150 cajas, de valor estimado en tres millones de libras. <<
[32] Lo cual no impide que Martínez Amutio (p. 45) le encasquete gestiones sobre el oro, previas al envío a Moscú, como también hace con Pablo de Azcárate. <<
[33] Como indica uno de sus admiradores (Lefranc, p. 400) el 15 de noviembre (el oro acababa de llegar a Moscú), Blum reafirmó una de sus convicciones profundas: «Cada vez que se pueda evitar la guerra hay que evitar la guerra. La guerra es el mal. La guerra no puede engendrar nada de noble ni de bueno. No es por la guerra por la que el género humano puede alcanzar el bien. No es la guerra lo que es revolucionario. Es la paz la que es revolucionaria». Palabras pacifistas hermosas, que no servirían de excesivo consuelo en Madrid o Valencia y a las que, desde luego, ni Franco, ni Hitler ni Mussolini estaban dispuestos a hacer el menor caso. <<
[34] Aunque, según se ha comentado, la memoria jugase a Largo Caballero una mala pasada cuando en sus recuerdos ampliados decía: «Había que sacarlo de España. ¿Dónde? Francia e Inglaterra estaban sus Gobiernos ostensiblemente contra los republicanos españoles y con alguno de estos países se mantenía un litigio con motivo de otro depósito de oro que se hizo anteriormente» (sic). Se refería a Francia y el litigio se suscitó más tarde, en 1937. Olaya Morales (p. 415) no tiene empacho para subrayar, en su estilo inimitable, que «las justificaciones utilizadas […] son pura superchería. No se puede afirmar con seriedad que el oro no podía enviarse a Francia, Inglaterra, Suiza o México o los Estados Unidos, a la luz de la documentación de que hoy podemos disponer». <<
[35] A estas preguntas, elementales, no se les acostumbra a dar respuesta. Lo que «pega» son afirmaciones como las que hace Gazur (p. 97), sin mencionar la menor fuente: «Es indudable que esos dirigentes españoles se darían cuenta de que habían cometido un error de proporciones mayúsculas. Su angustia debió de ser indescriptible cuando se dieran cuenta de que no había marcha atrás y de que no tenían forma de recuperar el oro». <<
[36] Especular sobre lo que hubiera podido ocurrir es arriesgado. Ello no obstante, que el panorama francés no era algo tan claro como lo presenta Martín Aceña lo muestra el episodio del único depósito no convertido inmediatamente en divisas que España tenía en Francia: el de Mont-de-Marsan. Cuando la República intentó rescatarlo, un nuevo gobernador del Banco de Francia bajo un nuevo Gobierno señaló en diciembre de 1937 que el oro NO debía utilizarse para la compra de armas (2001, p. 154). ¿Por qué esta limitación en la devolución de un depósito que databa, nada menos, de 1931? Conviene recordar que al producirse el cambio de gobierno en Francia (junio de 1937) la República llevaba sólo tres o cuatro meses vendiendo oro a la Unión Soviética. Imaginemos las presiones que, con el Gobierno Chautemps, se hubieran producido si la totalidad de las reservas se hubiese encontrado en el país vecino. <<
[37] Tampoco hay que llegar a la hipertrofia de Gazur (p. 99), que se siente muy seguro de que los rusos no contarán lo que pasó con el oro ya que, según él, la única documentación relevante está en los archivos de la KGB. <<