Documento n.º 8

Nota de Juan Negrín sobre el oro enviado a la Unión Soviética[10]

Desgraciadamente para España no queda disponibilidad alguna del depósito de oro constituido en Rusia a virtud de la remesa que de este metal precioso hubo de efectuarse en el año 1936. Tal depósito quedó consumido durante el transcurso del año 1938 por situaciones de fondos en París (que Rusia efectuaba a consecuencia de órdenes emanadas del Gobierno español) para hacer frente a múltiples necesidades impuestas por la guerra y, también, por el pago de mercancías vendidas a España por la propia Rusia, principalmente petróleo, víveres, materias primas, etc.

No será, pues, la existencia en Rusia de un tesoro de la República la causa o motivo de que un día lleguen a entenderse Franco y Stalin como vaticina, tan desafortunadamente, el Sr. Araquistáin, llevado de su impenitente aviesa ingenuidad.

La decisión de enviar el oro a Rusia fue adoptada, por unanimidad, en Consejo de Ministros del que formaba parte el Sr. Largo Caballero, como presidente, y el Sr. Prieto, como ministro, dando origen a la expedición del oportuno Decreto refrendado por el presidente de la República, disposición que, dada la naturaleza de su contenido y las circunstancias excepcionales en que se dictaba, hubo de tener el carácter de reservado.

Contumaces enemigos del régimen republicano español, sin inquietud de conciencia, interesados en falsear, con fines propagandísticos, la verdad, pregonan la leyenda de que tal decisión fue una iniciativa dictada por el deseo de complacer a los rusos. Ello es absolutamente incierto.

La adopción de semejante medida se explica con sencillez y claridad perfectas. Basta recordar —con profunda amargura por cierto— la incómoda posición en que se habían colocado determinadas grandes potencias con respecto a la República durante el período de la guerra de invasión nazifascista, a pesar de continuar reconociendo al Gobierno, para darse perfecta cuenta de que le era imposible al Gobierno español disponer de la libertad de movimientos indispensables para utilizar sus disponibilidades y recursos en las condiciones de seguridad y rapidez que las circunstancias imponían. En contraste con tales requisitos, aquellas naciones lejos de inspirar el grado de confianza que era lógico esperar, adolecían de pasividad y desgana en el mejor de los casos, dificultando más que facilitando las actividades del Gobierno republicano español. Y si a esta inseguridad manifiesta por parte de los Gobiernos de las citadas naciones se añade la enemiga encubierta y sin escrúpulos de los establecimientos bancarios en las mismas, dispuestos en todo momento a facilitar al enemigo los medios necesarios para inmovilizar los recursos que se situaban los mismos para necesidades de la guerra, se llega a la conclusión inequívoca del acierto que presidió al acordarse situar los recursos de la República, necesarios para combatir la invasión, en lugar que, a juicio del Gobierno, ofreciera garantías y seguridades de todo orden.

Consignemos además, por si lo ya expresado no fuera, para algunos, razón bastante para actuar como se actuó, los peligros a que hubieran estado expuestos constantemente los transportes periódicos de oro, por tierra, mar y aire, no sólo dentro sino principalmente fuera del territorio nacional.

En resumen el envío del oro a Rusia fue consecuencia obligada de la errónea conducta observada por determinadas grandes potencias, más tarde objeto de severa autocrítica, que lejos de inspirar confianza y seguridad al Gobierno de la República, imprimió, como era lógico esperar, sentimientos de recelo y de incertidumbre incompatibles, en absoluto, con la rapidez requerida en aquellas excepcionales circunstancias para el desenvolvimiento eficiente de todas sus disponibilidades en el exterior.

FUENTE: AJNP