Frente Popular, Frente Crapular[1]
General de Castelnau[2]
Como todo el mundo sabe España es la tierra clásica de las sublevaciones militares. En ella los pronunciamientos[3] parecen ser, por desgracia, un mal endémico. Por su parte el mundo civilizado (sic) ha seguido siempre en su tiempo con atención entristecida y gran compasión las convulsiones de esos conflictos fratricidas. En general se ha guardado mucho de toda intervención inconsiderada en tales acontecimientos dolorosos y se ha impuesto por norma el dejarles su carácter de luchas intestinas. Por último siempre se ha inclinado ante los hechos consumados y ha reconocido como poderes establecidos a los gobiernos que han emanado sucesivamente de esos trastornos internos.
Esta actitud tradicional hubiera debido, parece claro, imponerse naturalmente a todos en las circunstancias del momento presente. Ahora bien, es obvio que tal no ha sido el caso, como permite observar la propuesta de no intervención hecha solemnemente por el Gobierno francés a las potencias interesadas. ¿A qué cabe, pues, atribuir esta modificación radical de los mecanismos adoptados en el pasado en el continente europeo?
La respuesta estriba en que la Europa de hoy no es la de ayer. Bajo la influencia y la presión de las doctrinas marxistas al Este del viejo mundo y bajo el signo del bolchevismo soviético se ha impuesto una nueva concepción, una nueva forma de vida social. La dictadura del proletariado está en el origen de tan bárbara institución. Es la que esclaviza, en provecho de unos cuantos, no solamente los recursos materiales sino incluso el espíritu y el alma de todos aquéllos que ha subyugado. Es la que ha abolido todas las religiones para sustituirlas por una perspectiva puramente materialista que considera más potente que todas las religiosas. Es la que ha triunfado por la injusticia, la traición y la denegación de todas las obligaciones aceptadas, en una palabra, por el abandono de los principios esenciales que en las sociedades civilizadas dominan las relaciones entre los individuos y entre los pueblos.
Finalmente, en la embriaguez que le ha producido su triunfo en Rusia, la Comintern ha desencadenado una furiosa tempestad de proselitismo destinada a arrastrar a todos los pueblos en la subversión integral y universal de todo orden establecido. A favor de la convulsión general ocasionada por la Gran Guerra, esta propaganda intensiva se ha ejercido, no sin ciertos éxitos iniciales, por la palabra, la pluma y también por […][4] y el fuego. Pero tales vastas y criminales ambiciones han chocado, día tras día, en ciertos puntos del continente europeo con la resistencia victoriosa de una reacción violenta y legítima. Se ha emprendido una lucha entre, por un lado, la civilización cristiana con su respeto soberano a la dignidad y a la libertad humanas queridas por el Creador y, por el otro, la anarquía bolchevique que ha reducido a la condición de rehenes a todos los seres humanos al servicio de un colectivismo bárbaro, criminal, sin Dios, sin alma, sin patria y sin entrañas.
Por ello la Comintern ha encajado derrotas sangrientas y dolorosas, destino de impotencia al que la condenan por una larga temporada, si no es para siempre, las naciones que han reaccionado[5]. La Comintern ha debido, pues, dirigir hacia otros lugares del continente europeo o asiático los efectos irreductibles de su instintivo proselitismo. Ahora bien, aprendiendo de la experiencia, ha modificado radicalmente su táctica para mejor adaptar su acción a las circunstancias y al terreno. Es así como, por ejemplo, hoy se sitúa cuando es preciso bajo la bandera del patriotismo, de la estabilidad familiar, de la libertad de conciencia, etc., etc. En Francia ya no enseña su puño a los católicos sino que les tiende la mano mientras aguarda, sin duda, que llegue el momento cuando, como en España, pueda ametrallarles sin piedad.
Finalmente, y sobre todo, la Comintern actúa a través de partido interpuesto. Sin hablar de ejemplos que nos afectan de muy cerca, los acontecimientos de los cuales España es el teatro y la víctima ilustran trágicamente el nuevo método de proselitismo bolchevista. En efecto, es bajo la cobertura del Frente Popular español bajo la cual se desarrolla en el territorio de la península la batalla entre la revolución soviética dirigida por Moscú y quienes han levantado contra la esclavitud soviética el estandarte de la rebelión. Ya no se trata, como antes, de dos facciones que se disputan el prestigio y las ventajas del poder político. Hoy se trata de la guerra entre la barbarie moscovita y la civilización occidental.
Lo que está en juego en este conflicto es de un orden muy diferente, superior y universal ante el cual resulta moralmente imposible para el mundo civilizado permanecer indiferente. Por otra parte, los Estados europeos que con anterioridad han debido combatir con las armas en la mano contra los revolucionarios soviéticos no les han conservado simpatía alguna. Gracias a su experiencia tienden a temer por el contrario las terribles consecuencias que podría arrastrar para Europa e incluso fuera de ella el triunfo en España de la anarquía bolchevista. Ello explica la nueva actitud que manifiestan las potencias europeas ante la guerra civil que se ha desencadenado entre los Pirineos y el Marruecos español.
La situación es tanto más angustiosa cuanto que el Gobierno de Madrid es un gobierno fantasma. Es el Frente bolchevista el que se ha apoderado del poder y el que hace la guerra. Se le reconoce por las crueldades, las atrocidades, los crímenes indecibles con los que ensangrienta todos y cada uno de sus días y todos y cada uno de sus pasos. Es un gobierno que ametralla, saquea, destruye e incendia. Su furia antirreligiosa es tal que no reconoce límites. Ni siquiera respeta el dominio sagrado de los muertos. El mundo civilizado ha temblado de horror e indignación ante el espectáculo de las pobres carmelitas desenterradas, puestas de pie sobre sus ataúdes con un cigarrillo en los labios y exhibidas a la entrada de las devastadas iglesias. Y como réplica a esta profanación inmunda, en el hall de un diario del sur aquí en Francia, tristemente célebre por el invento del «infame rumor», se ve anunciada la foto tan significativa de un periódico catalán: en ella se observa a un grupo de obispos con vestimenta pontifical, de curas y de otros religiosos españoles y como pie una explicación que dice en substancia: «¡Los primeros responsables de la sangre derramada!».
No es ya el Frente Popular el que gobierna España. ¡Es el «Frente Crapular»!
Tal es el destino reservado a los Estados en los cuales el poder cae entre las manos de los esbirros de la Comintern. ¡Ojalá que esta lección de ignominias incalificables pueda, por fin, abrir los ojos de los pacifistas, internacionalistas y colaboracionistas de toda laya!
FUENTE: Echo de Paris, 26 de agosto de 1936, primera página.