LA INVESTIGACIÓN NECESARIA para abordar la trilogía de la que este libro constituye una primera entrega ha sido larga y complicada. No hubiera resultado posible de no haber contado con la ayuda de numerosos amigos y compañeros. Por orden cronológico debo mencionar en primer lugar a José Medina Jiménez, presidente de la Fundación Canaria Juan Negrín, y al profesor Sergio Millares, ambos en Las Palmas. Con gran amabilidad, me permitieron bucear en los fondos documentales que guardó el Dr. Juan Negrín Jr. Algo más tarde tal generosidad la ampliaron Doña Carmen Negrín, exfuncionaria de la UNESCO, y su esposo, Leo Orellana. A los dos les estoy profundamente agradecido por su extremada generosidad en permitirme compartir su tiempo, su mesa y sus recuerdos a la vez que me daban todas las facilidades posibles para explorar incontables papeles y documentos en los archivos parisinos de su abuelo. Si esta obra tiene algún mérito, se debe a ambos. Un point c’est tout.
Una cierta novedad, al menos para un autor español, que incorpora este trabajo es la consulta directa de documentos soviéticos. Desde luego, no he sido en ello pionero. En relación con la guerra civil lo han hecho ya en mayor o menor medida otros autores occidentales como Antony Beevor, Gerald Howson, Daniel Kowalsky, Ronald Radosh y sus colaboradores, Frank Schauff y Rémi Skoutelsky. Por parte española, la relación es muy reducida y se limita, salvo error u omisión, a Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, Ángel L. Encinas Moral y a una notable e intrépida reportera, María Dolors Genovés, de TV de Catalunya, autora de dos excelentes reportajes sobre el oro de Moscú y el caso Nin. Ello no obstante, el lector comprobará fácilmente que el enfoque que ha seguido mi trabajo es muy diferente del que se encuentra en la mayor parte de los anteriores autores.
La identificación del material soviético necesario ha sido una tarea apasionante y estoy muy agradecido a todos quienes me la facilitaron. En el mundo académico, y de nuevo por orden cronológico, debo mencionar al Dr. Sigfrido Ramírez y al Dr. Evgeny Kuznetsov, a los profesores Arfon Rees y Bartolomé Yun Casalilla y al Dr. Serge Noiret, todos ellos del Instituto Universitario Europeo de Florencia; al profesor Robert W. Davies, de la Universidad de Birmingham; al rector magnífico de la Universidad Complutense, profesor Carlos Berzosa, y al director general de la Fundación Complutense, profesor Rafael Martínez Cortiña.
En el mundo de los archivos rusos debo reconocer la ayuda del Sr. Kirill Chernenkov, director del Departamento de Relaciones Internacionales de la Agencia Federal de Archivos, y de los directores del Archivo de Historia Política y Social, Dr. Kirill Anderson, extraordinariamente paciente con mis múltiples consultas, del Archivo Militar, Sr. Vladimir Nikolaevich Kusilienkov, y del Archivo de Economía, doctora Elena Alexandrovich Turina, así como el adjunto del segundo, Sr. Vladimir I. Korotaev, y de la tercera, Sr. Degtev Sergei Ivanovich. Todos ellos me recibieron con los brazos abiertos. No me resisto a consignar que mi estancia en este último archivo coincidió con algunos días de cierre por limpieza, lo cual no impidió la consulta y reproducción en fotocopia de los documentos que me interesaban, tarea facilitada por la amabilidad ilimitada del experto Sr. Victor Anatolievich Komissarov. Cabe preguntarse si en algún archivo estatal español se hubiera dado un trato semejante a un historiador extranjero.
Fuera del ámbito de los archivos bajo la jurisdicción de la Agencia Federal, este libro incorpora muestras de la documentación existente en los archivos de política exterior, dependientes del Ministerio de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa (MID). Por su autorización a consultarlos es un placer hacer constar mi más profundo agradecimiento al ministro Sergei Lavrov, con quien coincidí en mi etapa en Naciones Unidas. La autorización que se me concedió fue limitada a los documentos del archivo general y de los secretariados del comisario y comisario adjunto de Asuntos Exteriores en la época de la guerra civil. Como, por desgracia, los investigadores no pueden consultar el catálogo del archivo, uno depende de la buena fe del personal del mismo. Es, pues, una profunda satisfacción registrar aquí mi deuda de gratitud con los señores y señoras Churilin Alexander Anatolievich, Mozzhuhina Nadezha Pavlovna, Pavlov Sergei Vitalievich, Sergeeva Natalya Vladimirovna y Zaleeva Anna Nikolaevna.
Subsiste, no obstante, una gran cantidad de material soviético clasificado. Es más, alguno que en su momento pudo consultarse está de nuevo cerrado. Se me ha permitido, eso sí, consultar listas o inventarios y he comprobado que en la parte todavía no accesible debe haber fondos de gran importancia para una mejor comprensión de las relaciones hispano-soviéticas y de los aspectos internacionales de la guerra civil. Existen, además, otros archivos (como los presidenciales y de la KGB) en los que el acceso a los investigadores occidentales es prácticamente nulo. Por último, no cabe ignorar que los archivos ministeriales, vivos y menos vivos, siguen cerrados a cal y canto, con la excepción limitada del MID. Pensando en lo que guardan celosamente, el historiador debe hacer gala de humildad a toda prueba.
Si a ello se añade el que no toda la documentación republicana relevante ha aflorado ya, la humildad se acrecienta. No se subrayará nunca lo suficiente que la historia contemporánea, o cuasi contemporánea, se escribe en una labor de tejer y destejer continua. Yo no formo parte de aquéllos que, como Radosh y sus colaboradores, seleccionan cuidadosamente los documentos que más se prestan a apoyar sus preconcepciones, los interpretan arteramente, buscan su lugar bajo el sol de las querellas ideológicas actuales, ignoran la literatura que no alimenta sus tesis y escriben en general bajo el dictado de aquella bandera de la guerra fría (de la que no salen) según la cual nunca se era suficientemente antisoviético. La historia, para ellos, es, simplemente, un arma de combate. No es por ello de extrañar que su obra haya despertado gran atención entre los autores profranquistas.
Mis estancias en Moscú resultaron extremadamente provechosas gracias, entre otras, a las siguientes personas: la doctora Adelina Kondratieva, el Sr. Andrei V. Elpatievski y la profesora Svetlana Petrovna Pozharskaya, de la Academia de Ciencias de la Federación Rusa y pilar de los estudios sobre la historia de España. Los doctores Oleg Khlevniuk, primer espada en el estudio del terror en la época estalinista, y Yuri Evgenevich Rybalkin, profundo conocedor de la ayuda soviética a la República, compartieron conmigo su tiempo y su sabiduría. No encuentro, en particular, palabras para agradecer la ayuda del segundo. Su libro sobre la «operación X» (la ayuda a la España republicana) contiene una gran cantidad de información ya que en su momento tuvo acceso a archivos que hoy están cerrados o no son accesibles a los investigadores occidentales. Su obra va a traducirse al castellano. Eliminará muchos mitos y permitirá desinflar bastantes balones.
A los quince años de la implosión de la Unión Soviética, el mundo moscovita puede todavía resultar impenetrable. El que lo fuera menos en mi caso se debe a la inmensa ayuda, que nunca agradeceré lo suficiente, que me ha prestado el doctorando Mikhail Lipkin, del Departamento de Historia de las Relaciones Internacionales de la Academia de Ciencias. Sin él, mis aportaciones, por lo que valgan, hubieran sido muchísimo más limitadas. En la preparación logística de los viajes y su aprovechamiento ulterior desempeñó un papel vital la desinteresada ayuda de mi exsecretaria en la Comisión Europea, Ludmilla van der Zwaan, quien nunca escatimó tiempo y esfuerzos, algo de lo que pocos en Bruselas estamos sobrados. En el mismo sentido he de reconocer el apoyo de mi viejo amigo y compañero Alexander von Lingen, exfuncionario del Parlamento Europeo. Igualmente, el de Makcim Fernández Samodaiev, Alexander Kazachkov, Ángel Landabaso y, en particular, de Enrique Álvarez Moreno, que ha sido fundamental a la hora de traducir muchos de los documentos soviéticos ya que el ruso no es, por desgracia, uno de los fuertes de mis conocimientos lingüísticos.
Un agradecimiento muy especial corresponde al embajador de España en la Federación Rusa, Javier Elorza, y al consejero de asuntos culturales de la embajada, Jorge de Orueta. Ninguno escatimó tiempo ni esfuerzos para facilitarme los contactos oportunos. Sin ellos, simplemente, este libro no hubiera podido escribirse en su versión actual.
En todos los archivos extranjeros occidentales el personal ha sido de una generosidad sin límites. Pero ante todo, y sobre todo, mi agradecimiento más sincero va a Madame Françoise Adnès y a sus compañeros de los Archivos Nacionales de Francia. En los británicos y del Banco de Inglaterra todo el mundo hizo lo posible por ayudarme. Me es muy grato reconocer la aplicación de la Freedom of Information Act para acceder a varios documentos. Monsieur Paul Rey, exalto cargo de la Banque Commerciale pour l’Europe du Nord, compartió conmigo sus recuerdos y me entregó un manuscrito que arroja luz sobre algunos aspectos de la institución. Como casi siempre, he de subrayar la ayuda de Jenny Birtwistle y Terry O’Neill así como de Paul y Gabrielle Preston, quienes aguantaron mis estancias en Londres y muchos de mis peores humores. En París, la acogida del embajador de España Francisco Villar y de su esposa Maribel así como la del corresponsal jefe de la revista Time James Graff y su esposa Frances, viejos amigos de Bruselas, fue de una amabilidad desbordante.
Aunque la mayor parte de las obras citadas proceden de mi colección particular, es obvio que ésta no contiene toda la producción secundaria relevante, si bien la parte dedicada a la Unión Soviética en los años treinta es bastante rica. De aquí la necesidad de acudir al exterior. Entre las bibliotecas en que he encontrado bibliografía adicional figuran las de la Universidad Libre y de la Comisión Europea en Bruselas, las nacionales de Francia y Escocia y la del Instituto Universitario Europeo de Florencia.
En España he tenido el honor y el privilegio de contar con la ayuda de una gran cantidad de amigos y colegas. Sin ánimo exhaustivo he de mencionar al menos a los siguientes: Rafael Álvarez Blanco; Luis Arreseigor; María Ángeles Ayala; Gerardo Bustos; María del Pilar Castro; José A. Durango; Francisco Fernández Fábregas; Senén Florensa; Luis García de Blas; Maria Dolors Genovés; Begoña Ibáñez; Javier Martínez Reverte; Dolores Meroño; María del Pilar Puente y Carlos Sanz. En la Fundación Pablo Iglesias, el doctor Aurelio Martín Nájera me proporcionó las galeradas de los recuerdos de Largo Caballero, en vías de publicación, me facilitó el acceso a los fondos y respondió con más que cordial amabilidad a mis incesantes preguntas de todo tipo. En la Fundación Indalecio Prieto, Alfonso de Luxán Meléndez permitió la consulta de los importantísimos documentos de una de las figuras esenciales de esta trilogía. También lo hizo Julio Caso en el Archivo Histórico del PCE. José Luis Ledesma me ayudó en mis referencias a la violencia republicana en la que es un excelente investigador. Fernando Hernández Sánchez me permitió amablemente aprovecharme de sus grandes conocimientos en disidencias comunistas, que pronto saldrán a la luz en su propio libro. Guillem Martínez Molinos, historiador de la política petrolífera durante la guerra civil, tuvo la gentileza de proporcionarme material inédito del archivo de la CAMPSA y sus reflexiones al respecto. Gracias infinitas corresponden a Jorge Marco Carretero que derrochó tiempo y paciencia ayudándome.
Mis deudas son considerables con los profesores Luis Alberto Anaya, Julio Aróstegui, Gabriel Cardona, Fabián Estapé, Pablo Martín Aceña, Ricardo Miralles, Enrique Moradiellos, Alberto Reig, Francisco Rubio Llorente, en la actualidad presidente del Consejo de Estado, José Luis Sampedro, Glicerio Sánchez Recio, Manuel Varela Parache y Mercedes Vico. Con Gabriel Jackson tuve ocasión de departir largamente. Al igual que Enrique Moradiellos, está preparando una biografía de Negrín y su crítica siempre ha sido preciosa. Carlos Pascual del Pino y Luis Domínguez, de Marcial Pons, me han mantenido al día con respecto a publicaciones, que a un ausente de España desde hace tantos años, pueden escapársele con facilidad. Sin la colaboración de todos ellos este libro no hubiera llegado a ser lo que ha sido.
Fuera de España agradezco la ayuda sin tasa de los doctores, y en parte profesores, Francisco Bataller Martín; Carlos Collado Seidel; Jean-Marc Delaunay; Yves Denéchère; Helen Graham y Morten Heiberg, que ha mejorado considerablemente mi visión del cuadro internacional y, en particular, de la política mussoliniana, así como la de Gerald Howson, que sometió a crítica implacable algunas de mis afirmaciones, Robert H. Whealey, Carlos Ortiz Bru y Boris Volodarsky.
Los participantes en el curso audiovisual sobre la guerra civil que dirigí en Bruselas en el Centro Pablo Iglesias a lo largo de 2005, con la colaboración entusiasta de Antoine Quero-Mussot y Máximo Torres Cubas, me depararon la posibilidad de ajustar y refinar mis interpretaciones. Reconozco mi deuda con José Carlos García de Quevedo que soportó pacientemente algunas ausencias obligadas por la investigación, y con Mercedes García y Miguel Ángel Sánchez Álvarez.
Aparte de mis viejos amigos, los profesores Juan Marichal, Solita Salinas, Nicolás Sánchez-Albornoz y Carmen de Zulueta, cuyo recuerdo siempre me lleva a los tiempos pasados en Estados Unidos, varios republicanos, socialistas y comunistas no tuvieron inconveniente en desgranar sus recuerdos para facilitar mi tarea. Debo reconocer la ayuda de Vicente Polo, último encargado de negocios en Moscú, y de José Guillén, secretario del Dr. Marcelino Pascua, quien me proporcionó acceso a sus documentos y siguió ulteriormente mi sugerencia de que se traspasaran al Archivo Histórico Nacional. También la de José María Rancaño, exfuncionario del Banco de España. Ninguno de los tres, por desgracia, está ya con nosotros para leer este agradecimiento.
Afortunadamente no es éste el caso de las dos personas a quienes más debo mi interés por las reformas emprendidas por la República: José Aldomar Poveda, maestro represaliado, y su esposa Carmen, inhabilitada para continuar estudiando su carrera en la España de los vencedores. Ambos me enseñaron tres cosas: el afán por aprender, la pasión por enseñar y el amor por una España que no siguiera estando en la cola de Europa. Unieron sus esfuerzos a los de mis padres, Arturo Viñas Simarro y Eugenia Martín Cabrero, quienes no llegaron a ver todos los resultados de la educación que me proporcionaron. Estuvo basada en valores que se les antojaban permanentes: honestidad, esfuerzo, aspiración a hacer un buen trabajo y sobre todo persistencia en atener la conducta a lo que, sin que lo supieran, fueron los grandes lemas de la Ilustración.
Last but not least debo dejar constancia de mi gratitud hacia mis editores. He de empezar por Gonzalo Pontón y Carmen Esteban y mencionar al menos a Silvia Iriso y Eva Bargalló. Sin el esfuerzo de todo el equipo de la Editorial Crítica un manuscrito que se demoró en numerosas ocasiones no se hubiera convertido en libro en un tiempo récord. Gonzalo, en particular, lo sometió a crítica severa, podando el texto de excrecencias innecesarias y de reflexiones que lo alargaban innecesariamente. Un revisor innominado completó la tarea que ha hecho la obra más ágil.
En realidad, es inmenso el número de personas que me han prestado ayuda a lo largo del tiempo, desde que hace treinta años publiqué un primer libro sobre el oro en la guerra civil y que rápidamente fue secuestrado en la excitante pero lábil atmósfera de los años incipientes de la transición. Pero, en retrospectiva, mi aportación, buena o mala, al desentrañamiento de la «soledad de la República» no hubiera sido posible sin el estímulo, en su momento, de los profesores Enrique Fuentes Quintana y Rafael Martínez Cortiña. El primero me puso en el camino de las investigaciones sobre la guerra civil, que comencé con respecto a los antecedentes de la ayuda nazi. Está a punto de coronar su viejo proyecto de reunir a lo más granado de los historiadores y economistas españoles para ofrecer una síntesis del estado actual del conocimiento sobre la contienda. ¡Qué sería de nosotros si no tratáramos de hacer realidad nuestros sueños! El segundo consiguió que se me abrieran las puertas de todos los archivos relevantes del franquismo para identificar la base documental que subyace a una enconada empresa colectiva sobre la política comercial española en la República, la guerra civil y la dictadura. Sin ellos, quien esto escribe no hubiera existido como historiador.
Dicho lo que antecede, es a mi esposa Helen Boreland y a mis hijos Laura y Daniel a quienes debe ir el testimonio de mi más vital reconocimiento. Sin haber digerido el impacto de un largo trabajo sobre el funcionamiento y la crisis de la Comisión Europea, apecharon con un nuevo desafío que me ha mantenido alejado de ellos un tiempo precioso, a la búsqueda de esos documentos elusivos en Londres, Moscú o París sin los cuales la construcción de esta obra hubiera podido agrietarse. No es de extrañar que este libro les vaya dedicado con algo incluso más fuerte que el amor. Los versos de uno de los sonetos del inmortal bardo son sólo pálida muestra de lo que su apoyo ha significado para mí.
A pesar de tantos apoyos y de tantas pruebas de amistad y de afecto, de los errores que subsistan la responsabilidad es exclusivamente mía. Mostrarán que mi esfuerzo no ha estado a la altura de toda la generosidad y de todo el aliento que los nombrados y los no nombrados han derrochado siempre para conmigo.
Bruselas, mayo de 2006.