Sabotaje bancario
EL ESTABLECIMIENTO DE LAS BASES de la autoayuda no se hizo de golpe y porrazo. Aunque Negrín estaba acostumbrado al pensamiento sistemático y racionalista y sus más inmediatos colaboradores, Bugeda y Méndez Aspe, eran hombres curtidos en las lides jurídicas y de Hacienda, sería exagerado pensar que no se hubieran visto influidos por circunstancias ambientales. Algunas de las experiencias efectuadas durante los meses de septiembre y octubre debieron de pesar duramente y, en parte, contribuyeron a justificar el envío de oro a la Unión Soviética para prevenir males mayores. Negrín era pragmático. Reconocía las circunstancias y trataba de adaptarse a ellas pero se esforzaba por superarlas.
En los meses de búsqueda desesperada de armamento burlando el dogal de la no intervención, Negrín y Prieto atravesaron por una serie de experiencias desagradables que se derivaron de la conjunción de tres circunstancias. La primera fue el rechazo que el nuevo Gobierno sufrió por parte de alguno de los bancos británicos con los que colaboraba la República. La segunda vino dada por la urgencia en enviar fondos a México y a Estados Unidos para evitar que se desperdiciase alguna de las delicadas operaciones de adquisición en curso. La tercera la constituyeron el sabotaje practicado por una entidad bancaria británica, el Midland Bank, y las negativas a atender a ciertos agentes republicanos por otras norteamericanas. Se trata de una conjunción que ha dejado abundantes huellas documentables y testimoniales y que se desarrolló mientras tenía lugar la batalla de Madrid y las armas soviéticas contribuían a dar un vuelco a la situación.
BANCOS CONTRA LA REPÚBLICA.
La primera circunstancia la puso al descubierto Moradiellos (1996, pp. 95s). Se enuncia brevemente. En septiembre de 1936, los representantes y agentes de los sublevados, que ya se movían a sus anchas en Londres, empezaron a utilizar los servicios del Westminster Bank. Las autoridades británicas, consultadas por la dirección de la entidad, manifestaron no tener nada que decir. Esta postura encajaba con la neutralidad proclamada de la política británica y la carencia de legislación que pudiera interferir con el normal funcionamiento del mercado y del sistema bancario. A priori no hay por qué extraer de tal episodio ninguna conclusión tenebrosa y Martín Aceña hace bien en recalcarlo. Quedaría por dilucidar, no obstante, si lo que querían los sublevados era disponer solamente de facilidades bancarias (cuentas corrientes y de depósito que utilizar para efectuar cobros y pagos) o crediticias. Si era esto último de lo que se trataba, y sabemos que al menos el Kleinwort Bank con el que estaba relacionado Juan March concedió algunas, el doble rasero de la política británica en el plano financiero sería más flagrante.
Con todo, la postura que se exhibía ante los agentes de la causa rebelde, que bombardeaban al Foreign Office con sus quejas y desiderata y que disfrutaban de recursos financieros no desdeñables, era únicamente una faceta. Aunque se trata de un tema todavía bastante oscuro, se sabe por ejemplo que el 30 de noviembre se entregaron a tales agentes en Londres casi 16 000 libras, 87 000 dólares, casi 250 000 francos en cheques y casi el doble en billetes, etc. (Viñas, 1976, pp. 401s). No estaba nada mal.
Pero la política británica tenía otra faceta, mucho menos complaciente y en la que no ha reparado Martín Aceña. Así, por ejemplo, el Barclays (cuyas actividades en las transferencias republicanas relacionadas con la adquisición de armas ya hemos alumbrado mínimamente en el capítulo cuarto) planteó ante el Foreign Office, como ya había hecho en agosto, si existía algún inconveniente en que la República utilizase su red de corresponsales en Estados Unidos para pagar las adquisiciones de armas que allí se efectuasen. En esta ocasión, ¡oh, cielos!, la respuesta fue contundente y de tono muy diferente a la dada al Westminster Bank. La transacción, se dijo al Barclays, no estaba de acuerdo con la política del Gobierno de S. M. No es preciso especular sobre las razones. Lo que importa es destacar que, ante esta afirmación clara y rotunda, el banco, naturalmente, desistió y la República se quedó sin poder utilizar los servicios de una entidad con la que hasta entonces había estado colaborando, posiblemente sin problemas[1].
Detrás de la decisión británica lo que había, aparte de predilecciones ideológicas, era una valoración fría de la coyuntura. Con Franco acercándose a Madrid resultaba preciso «tomar todas las precauciones razonables para evitar enemistarse [con los insurgentes] de cara al futuro», según expuso con toda claridad Vansittart. No es de extrañar que, tal y como hemos señalado en un capítulo precedente, las gestiones de Álvarez del Vayo ante el Gobierno británico cayeran en oídos sordos.
En una palabra, las afirmaciones de autores como Martín Aceña y Payne que acusan al Gobierno republicano de no haber utilizado todas las posibilidades para financiar la guerra a través del crédito no parecen descansar sino sobre meras construcciones teóricas o, en el caso del segundo, ideológicas.
Ahora bien, como las necesidades urgían y existían posibilidades de adquirir material en Estados Unidos, que aún seguían en régimen de «embargo moral», un segundo episodio de esta conjunción de obstruccionismo bancario debió de sentar como un tiro. Dio comienzo el 9 de octubre y terminó el 25 de noviembre[2]. Se inició con la petición de Gordón Ordás, desde México, al ministro Prieto para que se le situara en la capital azteca un volumen de fondos suficientes que le permitiera hacer frente a nuevas posibilidades de compras. Hay que señalar que, para entonces, Madrid y México estaban en estrecho contacto telegráfico, un contacto que los británicos seguían —y descifraban— muy de cerca. La petición tuvo lugar en un contexto en el que se había solicitado al embajador que adquiriese con la máxima urgencia algunas partidas esenciales, entre ellas todas las balas de 7 mm que pudiera conseguir. También se le rogó que mediara ante el Gobierno mexicano para ver si estaba dispuesto a traspasar a la República siete aviones Seversky (sic) en vías de fabricación en Estados Unidos. El 4 de octubre Gordón respondió que existían posibilidades de otras adquisiciones pero que necesitaba con urgencia disponer de un fondo de tres millones de dólares, depositados a su nombre en el Banco de México. No era posible empezar a hablar con empresas si no podían espejearse pagos inmediatos. El presidente Cárdenas estaba fuera de la capital y todavía no habían empezado a construirse los aviones.
En el Ministerio de Estado había conciencia de que la cifra podía ser interceptada y por consiguiente los telegramas eran bastante crípticos. El mismo día, por ejemplo, Álvarez del Vayo comunicó al embajador que no entrase en demasiados detalles ni mencionase nombres. La petición de divisas se cursó inmediatamente y el 9 de octubre se le anunció que se habían dado órdenes para que se situaran en México los tres millones. En estas circunstancias, Fernando de los Ríos, en Washington, solicitó a su vez a Gordón Ordás un millón para proceder, por su parte, a adquisiciones adicionales. Gordón se los prometió en cuanto los recibiera. El problema es que no los recibió.
El 14 de octubre Álvarez del Vayo telegrafió a México confirmando la transferencia y dando autorización para el pago de ciertas comisiones. Inquieto, el 19 Gordón preguntó de nuevo. Se le volvió a contestar que ya se habían girado los tres millones al Midland Bank. Más preocupado aún, contactó con De Azcárate, su homólogo en Londres. Había empezado el trauma mientras De los Ríos, por su parte, bombardeaba al ministro de Estado sobre la necesidad urgente de disponer de fondos para adquirir material, en particular aviones, y solicitaba más. Sin ellos, en México sólo la operación de cartuchos parecía prometedora: Cárdenas la había autorizado y Gordón Ordás estaba en condiciones de cursar un pedido para la fabricación de todos los que fuera posible. Pero se estaban perdiendo muchas otras oportunidades. El 21 de octubre, el embajador mencionó algunas[3], en el lenguaje críptico que ya utilizaba. Aprovechó para solicitar 6 millones de dólares adicionales que también se le autorizaron.
Para entonces estaba identificada la fuente del retraso. Es una que acepta un historiador tan cuidadoso como Martín Aceña. Sin duda en una operación de tal importancia los detalles cuentan, pero hay detalles y detalles. Lo que al parecer la detenía era que en las órdenes de transferencia el segundo apellido del embajador se había indicado con una «x» en lugar de con una «s». Éste, naturalmente, apeló al Banco de México para que se pusiera en contacto con el Midland Bank y deshiciera el entuerto. El 22 de octubre De Azcárate telegrafió indicando que el Midland estaba dispuesto a realizar la transferencia. No lo hizo. Desesperado, Gordón Ordás sugirió otras alternativas y la utilización de otras entidades.
El 24 Prieto le informó que también el Chase se negaba a verificar operaciones. A mayor abundamiento el 26 el Midland afirmó que había aclarado con el Banco de México que el problema ortográfico no estaba resuelto. «La errata apellido fue utilizado (sic) para sabotaje que emplea ya contra nosotros gran parte bancos Europa», había indicado el ministro de Marina y Aire. El 30 fue incluso más duro: «saboteo Banca extranjera, entre la cual destácase Midland Bank, llega límites inimaginables». El 28 de octubre Gordón se había dirigido con sus cuitas a Negrín, quien le confirmó que ya se había rectificado la errata y que pronto recibiría los fondos[4].
El Midland argumentó entonces que tales fondos se habían consignado a varias personas indistintamente de una forma no aceptable para el Banco de México[5]. Gordón lo verificó e informó que tal no era el caso. El 2 de noviembre señaló que había visto al presidente Cárdenas y discutido con él los suministros que podía ofrecer el Gobierno mexicano[6]. Por desgracia se había perdido la posibilidad de adquirir los rifles.
La importancia de estos obstáculos y dificultades no radica sólo en que una parte de la operación se demorara y otra se fuese al garete. En la perspectiva histórica estriba en que se produjeron precisamente en los días en que se embarcaba el oro para la Unión Soviética. Como ya hemos indicado, en Cartagena, Negrín y Prieto hablaron del problema. Poco después el segundo insistió por escrito en el tema varias veces. En el caso de Negrín la circunstancia debió de parecerle tan importante que guardó preciosamente, junto con la documentación más reservada del oro, hasta los borradores de telegramas en que quedó reflejado el episodio. No es de extrañar que, a posteriori, el Midland Bank apareciese como el epítome del cerco bancario a la República.
Naturalmente, Gordón Ordás continuó sus gestiones. El 4 de noviembre anunció que disponía ya de tres millones de balas y de un centenar de ametralladoras de tiro rápido. Pensaba que con los fondos solicitados se apañaría, aunque seguía sin recibirlos y temía el mal efecto que la demora pudiese provocar entre los suministradores. En esta coyuntura debió de parecerle una broma que Prieto le pidiera que la misión de compras adquiriese con la mayor urgencia trescientas ametralladoras antiaéreas amén de tres baterías de este carácter y otras tantas fijas. No fue sino el 25 de noviembre cuando, por fin, recibió los primeros tres millones de dólares. Tres días más tarde se le comunicó que la demora en recibir los seis millones restantes se debía a dificultades interpuestas por el Gobierno francés. El presidente Cárdenas estaba a punto de aceptar la sugerencia de que los trabajadores de las fábricas de armas hiciesen tres turnos para producir rifles y municiones con destino a la República.
Hasta aquí el resumen escueto de una operación diferida. ¿Cómo se solucionó? Simplemente acudiendo a la BCEN, que recibió fondos del Banco de Francia el 24 de noviembre. Es decir, que la tan cacareada operación, al menos en su primera parte de tres millones de dólares, sólo tardó un día en hacerse efectiva en México. Huelga afirmar que esto es lo que hubiese podido y debido hacer el Midland Bank. En busca de una contrastación documental independiente cabe acudir a la contabilidad del Banco de Francia. Cuando se hace, se observa que el caso de Gordón Ordás fue el más hiriente, pero no el único. De entrada es posible comprobar que el 13 de octubre se habían cursado órdenes para el envío solicitado. Como el 9 ya se había autorizado la transferencia no puede afirmarse que los mecanismos republicanos y franceses funcionaran con retraso.
UN ENJUICIAMIENTO DEL SABOTAJE.
Martín Aceña (2001, pp. 135s), utilizando un trabajo no publicado de Tom Buchanan que ha entrado en los archivos del Midland, niega que hubiese sabotaje. Para él fueron razones de tipo técnico las que impidieron efectuar la transferencia: el famoso cambio de la «s» por una «x» y la no identificación de uno de los beneficiarios (sabemos que la orden iba a favor también de Rafael Méndez). Con independencia de que haya que tener cuidado con las argumentaciones basadas en consideraciones «técnicas» para asuntos de una gran sensibilidad política, no parece que ambos motivos sean compatibles con las aseveraciones del Banco de México a las que aludió Gordón Ordás.
Llama la atención que, según afirma Howson, el Midland no entrara en contacto con la entidad mexicana. Nuevas incógnitas aparecen al contemplar otras dos operaciones, la de Fernández Shaw o la de Riaño-Prá, ninguno de los cuales recibieron fondos. En una guerra, o en una situación de urgencia, las percepciones cuentan. Los dirigentes republicanos ganaron la impresión de que una operación sumamente importante se iba al garete por los retrasos interpuestos por un banco, el Midland, que recibía instrucciones del Banco de Francia a través del Crédit Commercial de France y en el que tenían cuentas abiertas instituciones y diplomáticos españoles.
Pero hay más. Ciertos documentos del Banco de España permiten reforzar una tesis totalmente opuesta a la divulgada por Martín Aceña. Las autoridades financieras de Burgos, es decir el Banco de España de la autodenominada España nacional, fueron constantes y tenaces en dar instrucciones a los antiguos funcionarios de la Agencia en Londres para que obraran en un sentido favorable a la causa. Se les pidió que influyesen en la medida de lo posible cerca de bancos ingleses para que éstos promovieran algún tipo de embargo del oro en Francia basándose en que ello sería necesario para garantizar el cobro de créditos por razón de aceptaciones de letras de cambio en Londres. No consiguieron nada al respecto. En estas gestiones, sin embargo, el exministro Juan Ventosa entró en contacto con Reginald Mackenna, presidente del Midland Bank. No sabemos cómo o cuándo. Pero es un indicio. Es más, los franquistas consiguieron resultados satisfactorios con otras entidades. Por ejemplo, algunos antiguos funcionarios de la Agencia del Banco de España lograron que «el Martin’s Bank rehusara el pago y la disponibilidad de los fondos que tenía a los agentes nombrados por el Gobierno de Valencia, incluso también a los cheques firmados por el subgobernador 2.º, D. José Suárez de Figueroa». Es otro indicio[7].
Lo que antecede no significa que el Gobierno británico apostase descaradamente contra la República en el plano financiero. La diplomacia de Londres era más sutil. Cuando por aquellas fechas, el 15 de noviembre exactamente, el embajador residente en Hendaya, sir Henry Chilton, transmitió al Foreign Office el deseo de las autoridades franquistas de que el Reino Unido cooperase lo más posible en el rescate del oro enviado al extranjero por la República (TNA: FO 371 W16171/46/41) la reacción fue negativa.
Todo lo dicho permite establecer una tesis: en la carta a Rosenberg del 15 de octubre Largo Caballero (y Negrín en el trasfondo) había manifestado el deseo de constituir un depósito en Moscú. Había detrás de ello, lo sabemos hoy, otras intenciones operativas. Dos días más tarde, el presidente del Gobierno aludió ya a la posibilidad de recurrir al aparato bancario soviético en Occidente. Pues bien, las experiencias con el Midland debieron de reforzar la sensación de urgencia para cambiar el sistema que, a su vez, se vería consolidada por las dificultades a las que aludió tan crípticamente el ministro de Marina y Aire con respecto al Chase y otras entidades bancarias. Los dirigentes republicanos, Negrín y Prieto en particular, debieron de pensar que a la batalla en los frentes la República debía encarar otra incruenta, pero no menos vital, que se dirimía en los corredores del poder bancario. El giro hacia la BCEN ha de contemplarse, pues, desde esta perspectiva.
Se dispone, finalmente, de un testimonio que debió de influir muy directamente en la actitud y las percepciones de Prieto y de Negrín. Lo ha narrado Rafael Méndez (pp. 75-78). El 11 de octubre se le nombró agregado financiero en Washington en tanto que Luis Prieto Cerezo, hijo del hijo del ministro de Marina y Aire, lo fue en México (AJNP). Ambos se desplazaron a Nueva York en la segunda quincena de octubre. Llevaban un cheque de dos millones de dólares y quisieron depositarlo en una cuenta en el Chase. Intento vano. Los ejecutivos de la entidad les dijeron simplemente que Franco estaba a punto de tomar Madrid y que acreditar tal suma en una cuenta por abrir podría constituir un acto no legal. Desde Washington, el embajador De los Ríos intervino para que pudieran hacerlo en el Guarantee Trust Co., en donde se repitió la historia. Incluso en el Amalgamated Bank, controlado por los sindicatos norteamericanos, experimentaron un fracaso total. Desesperados acudieron de nuevo a De los Ríos, quien se puso en contacto con su colega soviético. Éste les remitió a un hombre de negocios llamado Miles Sherover, quien les aconsejó que adquiriesen bonos del Tesoro al portador. Méndez así lo hizo y pudo por fin abrir a su nombre la ansiada cuenta. El agraciado fue el Chemical Bank. Cuando Méndez regresó a España pudo comprobar que Prieto, informado por su hijo, había estado realmente muy preocupado[8].
En este contexto conviene destacar el caso del Chase, muy próximo al Gobierno mexicano. Era notorio que este último adquiría armas para la República y el Chase trabajó durante varias semanas como agente del Gobierno republicano[9]. Pues bien, de una carta de Méndez a Negrín del 8 de diciembre (AMAEC: R 833, E 24) se desprende que las dificultades se debieron a razones de tipo político (subrayadas en el escrito). La carta ofrece muchos más detalles que los recuerdos de Méndez y permite contrastar lo fundamental de los mismos. Ilustra, en particular, la tenaz resistencia del banco norteamericano.
Así, pues, no resulta sorprendente que los dirigentes republicanos abrazaran con entusiasmo las posibilidades que les deparaban la BCEN y su red de corresponsales. ¿Qué alternativas tenían dada la urgencia con que debían operar? Esta constatación, que se cae por su propio peso de los episodios relatados, nos induce a no detenernos más en el tema de las obstrucciones o dificultades bancarias, aunque es posible que hubiera otras. Su identificación no es una tarea fácil. Baste con señalar que en la correspondencia de Araquistáin con Largo Caballero aparece, de vez en cuando, alguna referencia a las dificultades interpuestas por el Banco de Francia (carta del 17 de febrero) o a la colaboración, no confirmada, de la banca norteamericana (carta del 6 de abril de 1937).
En cualquier caso conviene recordar que el 30 de agosto de 1937 el Times de Londres publicó un resonante artículo (inspirado por fuentes franquistas, según se estimó en el Foreign Office[10]) en el que se mencionaba el caso de un banco londinense, tampoco identificado, que pura y simplemente había negado al Gobierno republicano la posibilidad de que girase contra un saldo a su favor de 240 000 libras. Los giros no podrían ser muy importantes pero era el principio lo que contaba. Un banco privado británico rechazaba las implicaciones de la titularidad de una cuenta a nombre de un Gobierno extranjero con el que el propio Gobierno británico mantenía relaciones diplomáticas plenas[11]. Si esto no es un caso curioso…
Las operaciones descritas un tanto sintéticamente en páginas anteriores tuvieron adecuada traducción en el plano financiero. Ésta puede seguirse a través de los movimientos de divisas acreditados a cuentas republicanas o por disposiciones de dicha procedencia. Las estadísticas del Banco de Francia[12] permiten identificar agentes y actuaciones, a veces con detalles adicionales a lo que se desprende de la documentación conservada en el Banco de España y que se conoce desde hace más de treinta años[13]. El contravalor de las ventas de oro se desparramó entre una variada gama de agentes.
Las transferencias se hicieron gracias a las ventas de oro al Fondo de Estabilización de Cambios, vía el Banco de Francia. Éste concedió créditos provisionales (a manera de «puentes») en tanto en cuanto se realizaban las operaciones técnicas necesarias para determinar la cuantía exacta de las compras. Una parte, muy pequeña, se hizo a cargos institucionales (embajador en Londres, cónsul en Rabat). En el primer caso el Midland no interpuso objeción alguna y tampoco parece que lo hiciera con otra transferencia a Fernando de los Ríos y Rafael Méndez. Otra parte más sustancial fue a parar a organismos oficiales (COCM, Banco de España, Banco Exterior de España y CAMPSA). La BCEN apareció pronto entre los destinatarios y cumplió dos funciones. En un principio fue el canal a través del cual se realizaron situaciones de fondos a favor de los agentes republicanos, actividad que dio comienzo hacia el 22 de octubre, es decir, cuando el oro estaba a punto de encaminarse hacia Moscú. En un segundo período, la BCEN será receptora misma del contravalor de la venta del oro en París. Se inició el 9 de diciembre, al mes de la recepción del depósito en la capital soviética.
En realidad el papel ascendente de la BCEN había comenzado antes. Todo hace pensar que las operaciones interbancarias se rodearon de un gran sigilo, perfectamente explicable. No había que dar armas al Banco de Burgos o a las autoridades políticas y militares franquistas en unos momentos en que, como veremos seguidamente, se recrudecía la campaña contra las ventas de oro y cuando uno de los miembros del Consejo General del Banco de Francia, monsieur Lemaigre-Dubreuil, conectado con ellos y presidente de una formación de la extrema derecha, señalaba en Le Jour (4 de diciembre de 1936) que el instituto emisor había recibido «oro español para entregar el contravalor a los sóviets en billetes franceses».
La mayor parte de los fondos obtenidos por las operaciones de venta de oro en Francia se destinó a alimentar las actividades de los agentes republicanos organizados en comisiones de compras, ya estuvieran radicadas con cierta permanencia (París) o se desplazaran de forma temporal (como ocurrió en Estados Unidos y México), o incluso los que actuaban en forma individual, al amparo de las representaciones diplomáticas o de por sí. Howson ha descrito de forma admirable las mil y una contingencias encontradas en este proceso que, todo hay que decirlo, fue estructurándose cada vez más a medida que el Ministerio de Hacienda imponía su peso por la vía del control de las asignaciones financieras. Sin duda hubo choques entre los funcionarios militares y los civiles que trabajaban en el ámbito de la Hacienda aunque esto es un tema escasamente estudiado. Lo que sí cabe afirmar es que Negrín tendió, como es lógico, a servirse de hombres de su confianza, ya fueran funcionarios del Estado o no.
¿En base a qué principio ontológico podría postularse que los nuevos rectores debían aceptar el colapso del aparato gubernamental y sus repercusiones en el exterior? El golpe militar precipitó al Estado en una profunda crisis de la que sólo lentamente fue recuperándose, en medio de los aspavientos, a veces mortíferos, de quienes se deleitaban en una «anarquía dulce» pero que no disponían de proyecto viable alguno para ganar la guerra y asegurar un mínimo de las conquistas que la revolución les había deparado pero que, tal y como era previsible, la contrarrevolución les arrebataría[14]. Al actuar como actuó Negrín, no se comportó como uno de los sepultureros de la República (en malintencionada caracterización de Víctor Alba) sino como uno de sus defensores más enérgicos.
A partir de noviembre de 1936 se advierte una mayor opacidad en la trama financiera exterior[15]. Esto fue consecuencia del desplazamiento del centro de gravedad desde el Banco de Francia y bancos occidentales hacia el Gosbank y el aparato bancario soviético asentado en Occidente. Tal proceso traducía en la esfera financiera el viraje estratégico hacia la Unión Soviética en busca de armamento y apoyo militar, algo que en el curso normal de las relaciones exteriores de España no se hubiera necesariamente producido[16] con la acuidad con que se planteó en 1936. Ello no quiere decir que no fuese necesario mantener algún tipo de operación en París. En cuanto las circunstancias lo demandaron volvió a implantarse otra, si bien con menos barullo y para funciones diferentes, lo cual por lo demás no era nada sorprendente.
También se abrió, aunque con otras características, una segunda operación en Nueva York. Se trató de la llamada «Hannover Export and Import Corporation», cuyos orígenes son un tanto oscuros. Según Méndez (pp. 84s) la fundó él con Miles Sherover en los primeros días de diciembre de 1936. Ante el exterior era este último quien aparecía junto con un contador público y una secretaria. Méndez quedó como responsable financiero. Cuando Roosevelt decretó la ley de embargo a principios de enero de 1937 la compañía quedó reducida al papel de adquirente de material auxiliar que no cayera bajo la misma. Al tiempo cuidaría de financiar la propaganda pro-republicana en Estados Unidos y hacer todas aquellas cosas que no debieran canalizarse a través de la embajada[17].
Si, como han señalado tantos responsables republicanos, una de las razones para extraer las reservas de oro fuera de Madrid e incluso de Cartagena era de naturaleza precautoria, evitar que pudiesen caer en manos del enemigo o que quedasen bloqueadas en cuanto a su utilización, algunos de los acontecimientos que se produjeron en noviembre de 1936 debieron de confirmarles en la justeza de sus previsiones. Aunque no nos detendremos en ellos pormenorizadamente, conviene resaltarlos porque, en nuestro falible entender, ilustran de forma convincente el doble rasero de la política del Frente Popular francés de cara a la guerra civil.
Nunca hubo ningún relajo en las acometidas que las autoridades franquistas lanzaron contra las ventas de oro a Francia. Al contrario. Aunque supiesen o intuyesen que parte, o gran parte, de las reservas se hubieran transportado a la Unión Soviética, prosiguieron su acción contra el Gobierno de París. Era el único asidero posible y a él se agarraron desesperadamente, si bien ya utilizaron un enfoque que combinaba gestiones encubiertas y presión mediática.
Tras la campaña de prensa de octubre que tan escasos resultados había dado pero que indudablemente sirvió para preparar el terreno, el 18 de noviembre de 1936 un exministro de la Monarquía, Santiago Alba, consiguió entrevistarse con el titular del Quai d’Orsay[18]. En un mes, en efecto, la situación se había modificado considerablemente. Franco había fracasado en sus intentos de tomar Madrid, sus tropas rodeaban la capital y Alemania e Italia se disponían a reconocerle diplomáticamente. El contexto internacional en el que se desenvolvía la guerra se movía con rapidez. Alba entregó a Delbos una nota resumen de las infracciones constitucionales efectuadas por el Gobierno republicano, del quebrantamiento de la Ley de Ordenación Bancaria, de la nulidad civil de las operaciones realizadas con el oro y de las responsabilidades penales, argumentos que, para un francés, no debían ser necesariamente demasiado convincentes. Más significativo es que también comunicó a su interlocutor las intenciones que albergaban las autoridades franquistas ya que consiguió de él «la preciosa confesión de sus hondas preocupaciones con lo que estaba sucediendo y que le rogase que nada hiciera ante los Tribunales mientras no resultara ineficaz la acción política».
Delbos fue fiel a su palabra. Hacía algunos días que había comunicado a su colega de Finanzas su desazón respecto a las operaciones con el oro. Por un lado, se publicó una nota oficial en la que, sin duda para ganar tiempo, se afirmaba simplemente que los servicios administrativos competentes estaban examinando la cuestión, muy compleja, del depósito de oro efectuado en Francia por el Gobierno republicano. Por otro, Delbos abordó el tema oficialmente con Auriol y el Banco de Francia. Martín Aceña ha alumbrado estos contactos.
El nuevo enfoque abarcó una acción por la vía judicial, aun a sabiendas de que era difícil que prosperara. Como el Banco de España en Burgos no estaba reconocido internacionalmente se pensó en que una entidad mercantil y bancaria pudiera interponerla en su calidad de accionista. El Crédito Navarro se prestó a ello. El 19 de noviembre, tras la entrevista Alba/Delbos, aceptó la propuesta e inmediatamente presentó al juez decano de los tribunales de París un escrito en el que se reseñaban algunos de los transportes de oro a Francia y la apertura de cuentas corrientes a varios particulares en diversos bancos de París y Londres[19]. El banco afirmó que existía un delito tanto en la ley francesa como en la española y solicitó la apertura de una información para que se comprobara la veracidad de los hechos. A la vez ratificó su propósito de constituirse en parte civil. Ventosa y Quiñones de León consiguieron, no sin dificultades, que la acción fuese aceptada por los tribunales y emprendiera un lento y desesperante periplo por el sistema judicial mientras arreciaba la campaña de prensa en los medios de comunicación tanto en Francia como en Inglaterra[20].
Todo terminó en agua de borrajas. Las presiones pro-franquistas, incluso en el seno del consejo del propio Banco de Francia, no llevaron a ningún lado. La campaña, por definición, poco podía lograr frente a una clara determinación del Gobierno. Las desazones de Delbos no surtieron efecto. ¿Por qué? La respuesta convencional es que los sectores más proclives a la República, empezando por el ministro de Finanzas, Auriol, y el de Aviación, Cot, contando con la connivencia del propio Blum, lograron neutralizar las gestiones a favor de Franco. De ahí a afirmar que, al menos en el terreno financiero, la solidaridad frentepopulista se puso de manifiesto hay sólo un paso. Y de aquí se infiere que la decisión de enviar el oro a la Unión Soviética fue, como la califica Martín Aceña, «extravagante». ¿Por qué no haber escogido París o Londres?, se pregunta, por ejemplo, Bennassar[21], autor que defiende una interpretación incluso más sesgada pues todavía en el momento en que se escriben estas líneas no duda en calificar como un «error craso» el envío del oro a Moscú (porque «la colocó a disposición de Stalin y favoreció el crecimiento de la influencia comunista[22]»). También se pregunta (p. 135): «¿Cómo pueden guardar silencio los historiadores serios sobre una consecuencia fatal de tal traslado: la España republicana quedaba en el futuro a la merced de Stalin, como si fuera un vasallo, bajo el control cada vez más férreo de los “consejeros” soviéticos?».
Sin duda Bennassar no ha reflexionado en absoluto sobre el problema. Plantea una pregunta retórica que va siendo ya alumbrada gracias a los archivos rusos y a los trabajos de Kowalsky y Schauff (que no cita o desconoce), pero la plantea además malinterpretando de raíz el contexto internacional, las exigencias de la economía de guerra e incluso la naturaleza de los mil y un problemas que causaba a la República la política del Gobierno francés de Frente Popular. Hemos hecho ya algunas aclaraciones respecto a París y Londres pero bueno será insistir.
La orgullosa Francia no ayudó a la República en el terreno fundamental, el de los suministros de armas. En este ámbito el arco de resistencia, que iba desde el presidente Lebrun al secretario general del Quai d’Orsay, Alexis Léger, cubría un amplio espectro. El Frente Popular francés apaciguó su conciencia como pudo, en particular gracias al cierre espasmódico de los ojos ante ciertos tránsitos. Auriol era consciente, como Blum, que en cuanto se yugularan la espita de las ventas de oro, la capacidad republicana de obtener armas en el exterior se reduciría considerablemente. No eran sólo los británicos quienes se preocupaban por desentrañar los entresijos de la política interior y exterior de la República. Tampoco los franceses les iban a la zaga[23]. ¿Iba a proporcionar Francia tanques y aviones? ¿O los medios de guerra modernos para resistir el embate franquista? Sería interesante que Bennassar o Martín Aceña hubiesen estudiado este tema y dado a conocer el resultado de sus elucubraciones.
¿Cómo salir de tal atolladero? ¿Cómo cuadrar el círculo? La respuesta no estaba en París sino en Moscú: el sistema soviético era impenetrable y esta cualidad atrajo a Largo Caballero, Negrín y Prieto. Otra cosa es que después el primero y el último echaran balones fuera. Dentro de tal sistema cabía enajenar todo lo que fuese necesario de las reservas de oro. Con el contravalor podían pagarse las armas que se encaminasen por vías encubiertas o subrepticias de diversas procedencias[24] pero principalmente de la propia Unión Soviética.
¿Eran tan ingenuos que no se daban cuenta que con el envío del oro se ponían en una situación de total dependencia con respecto a los humores de Stalin? Tal vez lo fuesen. Pero habían explorado alternativas y, sobre todo, sufrido la experiencia amarga de la retracción de las potencias democráticas occidentales. Todo juicio sobre la dependencia en que cayeran tendrá, por lo demás, que fundamentarse en el desarrollo de la operación de movilización de las reservas. ¿Por qué iban a pensar que el Narkomfin no atendería a sus peticiones? Si, de todas maneras, y como es lógico, albergaron dudas, o bien no las suscitaron o se las tragaron. Pero el Narkomfin, por lo que sabemos, las atendió. Con respecto a la dependencia no era mucho lo que pudieran hacer. En un sentido profundo la República era dependiente. Dependía, en efecto, de los suministros y del apoyo del exterior. Rizando el rizo, cabría incluso decir que era más dependiente de Francia que de la propia Unión Soviética. De hecho, cuando los rusos empezaron a suministrar armamento a los puertos del Atlántico, el cierre de la frontera franco-española obstaculizó la llegada de material, por muy urgente que éste fuera. ¿Se comportaron Chautemps o Daladier mejor que Stalin? A esta pregunta Bennassar no da respuesta.
Franco obtuvo apoyo de las potencias fascistas mucho antes y siguió obteniéndolo después con mayor consistencia y en mayor volumen que la República. También era dependiente. No hubiera podido sostener la guerra como lo hizo sin la ayuda de sus protectores, lubrificándolo cuando fue necesario con las oportunas concesiones, económicas, políticas, diplomáticas, que de todo hubo. Y, en un futuro algo más lejano, por la alineación con el Eje. Son datos constatables. Recuérdese la reacción inmediata de Franco ante nazis y fascistas en cuanto se enteró de la llegada de los primeros suministros soviéticos. Estaba en guerra contra Rusia. Necesitaba armas, armas, armas. Y las obtuvo. ¿Reaccionó Francia, a pesar de que algunos clarividentes intuían que los zarpazos alemanes e italianos creaban inseguridad?
Svetlana Pozharskaya ha resumido el tema con simplicidad: con el envío del oro los republicanos tenían la garantía de recibir armas y la Unión Soviética la de que el material se pagaría. Visto así, se trataba indudablemente de un juego de suma positiva para los intervinientes. El escenario era, con todo, algo más complicado. Nada hace pensar que Negrín no fuera consciente de ello. No era precisamente un ignorante en temas internacionales, pero los interrogantes habían de pasar a un discreto segundo plano. Siempre consideró que había un tiempo para luchar y un tiempo para morir.
Bennassar escamotea también, a mi entender, otra de las preguntas claves que se planteaba, con toda acuidad, a los decidores republicanos en octubre de 1936: ¿había alternativas, salvo la rendición? Ésta era y es la cuestión esencial. A no ser, claro está, que hubiesen seguido el dicho de George Orwell: «La forma más rápida de terminar una guerra es perderla».