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Llegan las primeras armas soviéticas

LOS SUMINISTROS BÉLICOS soviéticos se realizaron en una atmósfera enrarecida que los italianos azuzaron en todo lo posible. En la prensa internacional arreciaban las noticias sobre la próxima intervención de Stalin, cuando no las de que ésta ya era un hecho. Mayor importancia operativa tenía la febril actividad de los servicios diplomáticos y de inteligencia de los principales actores exteriores involucrados en el conflicto español. Todos trataban de averiguar qué es lo que pasaba en el Kremlin y cuándo y cómo se produciría la llegada. Al tiempo, en Alemania e Italia fue poco a poco intensificándose la noción de que sería preciso reconocer diplomáticamente al general Franco tan pronto como ocupara la capital, lo que se esperaba no tardaría en suceder. En el Reino Unido se creía que la marcha sobre Madrid terminaría dando al traste con la desvencijada defensa. A comienzos de octubre de 1936 no eran muchos quienes apostaban a favor de la República.

Las predicciones no se cumplieron. Aunque con dificultades, los republicanos fueron reforzando su resistencia. La moral de la población, si bien vacilante, no era mala. La primera gran reorganización militar saltó a las páginas de la Gaceta anunciando futuros cambios, con frecuencia imprescindibles. El embajador en Moscú fue objeto de un recibimiento caluroso. Poco más tarde, el Gobierno de Largo Caballero no tardó en recibir una noticia que, sin duda, anhelaba. La pesada máquina soviética se había puesto, por fin, en marcha. Los convoyes surcaban el Mediterráneo. Algo más tarde, la mayor parte de las reservas de oro acumuladas en los polvorines de La Algameca se encaminaron hacia Moscú. Sólo quedaba por abordar una tarea: detener la marcha de Franco y Mola y salvar Madrid[1].

HAY QUE AYUDAR A LOS ESPAÑOLES: RUMORES Y NOTICIAS.

Se ha escrito tanto sobre la evolución política y militar republicana durante el mes de octubre que es difícil decir algo nuevo. Aquí se intentará abordar su contexto, de forma necesariamente breve, a través de una disección de los análisis efectuados en la época por los expertos británicos del AIS que compilaban y presentaban de manera sucinta la evolución política, militar y de suministros que se registraba en España.

En el informe inmediatamente anterior a la llegada de los primeros suministros soviéticos destacan cuatro características: ante todo, una situación de baja moral entre las tropas republicanas; la continuación de las limpiezas (léase asesinatos) que los incontrolados realizaban, con gran desesperación del Gobierno, incapaz de dominar a los extremistas; el lento avance de los sublevados, que en un principio no parecían tener prisa por continuar su ofensiva, posiblemente a la espera de refuerzos, y el mantenimiento de la superioridad aérea por parte franquista.

En el plano internacional se subrayaba que, por el lado pro-republicano, la Unión Soviética había adoptado desde el primer momento una actitud combativa en el CNI. Dos eran las razones que podían explicarlo. La primera es que para entonces Moscú estaba buscando, como así era, un reforzamiento de los lazos militares con París. La segunda que había aumentado, en la percepción del Kremlin, la importancia del factor propagandístico que implicaba la adopción de una postura desafiante y activa contra la intervención italo-germana. La opinión pública en Francia había reaccionado de forma favorable y aumentado la presión sobre el Gobierno Blum, aunque sin grandes efectos. En Londres, el embajador francés, Charles Corbin, se hacía eco de rumores de que el Foreign Office estaba pensando en modificar su línea, considerando ya como segura una victoria franquista. Sus contactos se lo desmintieron categóricamente. Pero como también dijeron que los representantes de Franco no habían hecho ningún esfuerzo por contactar con las autoridades británicas hay que pensar que jugaban con las palabras. Importante es, no obstante, que Corbin registrara que en los medios de izquierda el calor pro-republicano había amainado un tanto, dados los relatos que pululaban en la prensa sobre los excesos cometidos por elementos extremistas para deshacerse de personas sospechosas (DDF, III, doc. 317). El Foreign Office no era ajeno a la propagación de este tipo de noticias.

Todavía no se registraba ayuda soviética pero en el CNI Grandi dio a conocer el 9 de octubre (el mismo día en que Pascua presentó credenciales en Moscú) una alucinante relación sobre suministros bélicos a la España republicana y, por ende, graves acusaciones acerca de la falta de respeto por parte del Kremlin de los compromisos internacionales que había asumido. La lista tenía un marcado carácter surrealista: según los italianos, ya a mitad de septiembre habían llegado treinta aviones soviéticos a Barcelona a los que siguieron muchos otros. Salieron a relucir los mercantes Neva, Volga y Kuban que habrían transportado grandes cantidades de municiones. A finales de mes se esperaban en Madrid nada menos que cuarenta aviones adicionales. Grandi daba pelos y señales. Así, por ejemplo, afirmó que una semana antes había atracado en Alicante el Bramhill, que llevaba armamento con marcas de origen soviético[2], etc. (DBFP, doc. 278).

La situación era todo menos estática. Desde principios de octubre se había iniciado el proceso de militarización de las milicias con vistas a la creación de un nuevo Ejército. Poco más tarde dio comienzo la constitución de las famosas Brigadas Mixtas, sus futuras unidades básicas. Al tiempo se crearon el Comisariado General de Guerra (del que se haría cargo el ministro de Estado) y la institución, novedosa, de los comisarios políticos, que no tenían la connotación soviética que se les suele colgar.

Largo Caballero, como ministro de la Guerra, asumió personalmente el mando de los ejércitos con el fin de unificar y coordinar la acción de todas las fuerzas que luchaban en los diversos frentes (Alpert, pp. 83s y 193ss). Todo esto «se vendía» bien pero, como Aróstegui y Martínez recuerdan,

el Gobierno de Largo Caballero se debate durante todo el mes de octubre de 1936 entre la indecisión y el cambio continuo de opiniones. El resultado de ello es la carencia de un plan alternativo ante la hipótesis de perder Madrid, muy barajada en los círculos dirigentes, pero ocultada celosamente mediante la propaganda y el falseamiento de las noticias de guerra (p. 26).

No había, en efecto, una organización seria de la defensa de la capital, algo que captarían sin dificultad los observadores soviéticos[3]. La coyuntura era de una gran fragilidad. Se subrayaba en Londres que no existía, realmente, unidad entre los partidos políticos y que el Gobierno apenas si controlaba la Administración civil. Resultó significativo que el presidente Azaña no tardase en marcharse a Barcelona (lo hizo el 18) y la idea predominante era que la caída de Madrid no sería sino una cuestión de días[4].

Estas impresiones están confirmadas por la historiografía. Cardona (p. 216) señala que el desánimo había prendido en muchos gubernamentales y Aróstegui y Martínez subrayan (p. 33) que «cuando comienza la batalla de Madrid no existe, excepto en las disposiciones, el cada vez más requerido Ejército Popular, salvo algunas brigadas mixtas organizadas de manera apresurada».

Mientras tanto los británicos detectaban que Franco no se decidía a emprender una ofensiva dura. La necesidad de asegurar sus líneas de comunicación interna y el mal tiempo podían explicar el retraso que iba acumulándose. Sin embargo, su aviación continuaba reforzándose y los suministros italianos seguían afluyendo. El 13 de octubre el vapor Argentina llegó a Cádiz con 12 cazas CR-32, artillería para el crucero Canarias, amén de personal y una variada gama de pertrechos. Poco más tarde, cayó Sigüenza y el avance sobre la capital prosiguió.

Por lo demás, el informe número 5 del AIS, correspondiente a la semana que terminaba el 3 de octubre, había ofrecido al Gobierno británico datos de interés no desdeñable sobre la concertación de las potencias fascistas de cara al CNI, sobre nuevos suministros recibidos de Italia por los franquistas[5] y la inexistencia de suministros franceses a la República. Al tiempo no se registraba ninguna información sobre cualquier ayuda soviética[6], «aunque los italianos están tratando de obtener pruebas de que hay aviones rusos en Madrid[7]». El AIS sí se hizo eco de las llegadas del Neva y del Kuban, que consideraba transportaban suministros de carácter alimenticio y humanitario, lo cual era cierto.

Con todo, pronto comenzaron a multiplicarse las noticias sobre la intervención soviética. Esta vez empezaron a hablar con un lenguaje bastante claro y, lo que es más importante, se acumularon. Las primeras noticias fiables que el AIS filtró aparecieron el 4 y el 6 de octubre y procedían de fuentes francesas e italianas. Con todo el 10 el cónsul general británico en Barcelona informó de la llegada de 17 aviones por Francia (¡). Se trataba de una pista falsa, según ha señalado Howson (p. 168). No había en la URSS el tipo de aparatos indicados.

Tampoco parece que los británicos rompieran la cifra de muchas de las comunicaciones alemanas. Éstas, no obstante, también proporcionan una imagen de la súbita erupción de la Unión Soviética como suministradora de la República. Una de las primeras se hizo eco de la llegada del Neva a Alicante el 25 de septiembre con munición camuflada (ADAP, doc. 89). Más adelante, el cónsul alemán en Odesa suministró informaciones complementarias (ADAP, doc. 107). Las posibles consecuencias las extrajo inmediatamente el encargado de negocios Völckers desde Alicante: la intervención soviética obligaría a los demás interesados en el «juego español» a subir sus apuestas porque no cabía esperar a que los republicanos aprendiesen a servirse del moderno material bélico. Esto encerraba una valoración estratégica que se reveló correcta: si el Tercer Reich había ayudado a Franco en búsqueda de ciertos intereses políticos y estratégicos, dejar que la República ganase la partida gracias a la ayuda soviética hubiese nulificado los propósitos que albergaba Hitler.

Völckers también planteó una cuestión esencial que no dejaría de pender sobre la guerra civil española desde entonces. Era preciso examinar si no convendría echar una mano a los receptores de la ayuda, de cara a facilitarles su empleo táctico y estratégico. No era aceptable que los españoles pudieran desperdiciar un material valioso, aunque ello suscitaba el tema delicado de cómo tratar a los beneficiarios. Lo que el diplomático alemán divisaba en su puesto de observación alicantino en fecha tan temprana es algo que desde entonces preocupó a los mandos políticos y militares alemanes, italianos y, por supuesto, soviéticos.

Lo mejor, afirmó Völckers, sería servirse de gente que conocía el país y la mentalidad española. Los alemanes la tenían (ADAP, doc. 100). En una palabra: una ayuda material sustantiva conducía al deseo de influir sobre los destinatarios. Con ello el encargado de negocios no hacía sino repercutir hacia Berlín una reflexión similar a la que en Moscú ya se habían hecho: de aquí el envío de asesores. En octubre de 1936 la guerra civil española era todo menos un conflicto moderno.

Tampoco los franceses se dormían. Como mero botón de muestra mencionemos que el 13 de octubre se informó desde Estambul que el tráfico entre la URSS y España se había acentuado. Entre el 15 de agosto y el 15 de septiembre sólo habían cruzado los Estrechos cuatro navíos (dos soviéticos y dos españoles) que transportaron unas 30 000 toneladas de carburante. Entre el 16 de septiembre y la víspera, sin embargo, se había constatado el paso de 9 navíos, de los cuales 5 entre el 3 y el 12 (que eran, obviamente, los que llevaban material de guerra, unas 6000 toneladas). También habían pasado 8000 toneladas de trigo, 2475 de productos alimenticios y casi 22 000 de carburante, con otro tanto transportado por buques españoles (CADN, caja 566B).

SUMINISTROS A CARTAGENA Y A BILBAO.

De todas las noticias sobre la ayuda soviética la más interesante para nuestros propósitos es la que se produjo el 15 de octubre, precisamente cuando Largo Caballero escribía su inicial carta a Rosenberg. En ese día se acercó a Cartagena el torpedero alemán Luchs. Desconocía la prohibición que poco antes se había establecido sobre el acceso al puerto de navíos de guerra extranjeros con el fin de resguardar la llegada de los mercantes que llevaban el material soviético. A partir de las 9.40 de la mañana el Luchs pudo observar lo que ocurría en el arsenal y en los muelles y tomar numerosas fotografías, entre ellas la de la invitación a una recepción que el ayuntamiento pensaba dar en honor de los soviéticos recién llegados. Las autoridades republicanas pidieron, no obstante, al comandante que abandonara el puerto y éste no pudo negarse a ello. El Luchs salió a las 18.50 con rumbo a Alicante.

Los alemanes no perdieron el tiempo. Por telégrafo comunicaron al buque insignia, el acorazado Admiral Scheer, todo lo que observaban y, en particular, el desembarco de los famosos 50 tanques T-26 (los que había anunciado Vorochilov a Stalin), amén de su dotación y accesorios correspondientes. Los marinos del Luchs señalaron que en el puerto había diez cargueros, aparte del Komsomol que los había transportado[8]. Naturalmente, trataron de identificarlos. Hay que suponer que no encontraron problemas infranqueables.

Los diarios de operaciones de los buques alemanes no mencionan cómo se arreglaron los marinos del Tercer Reich para identificar los cargamentos[9]. Es indudable que parte de la oficialidad debió de descender a tierra y hablar con los cartageneros o con los trabajadores del puerto (por otro lado, ¿cómo si no hubieran podido fotografiar la invitación?). Entre los barcos mencionaron al Sil, que oficialmente llevaba carbón pero que descargaba municiones y bombas de aviación; el Campillo, con munición; el Magallanes, de pabellón mexicano, con 20 000 fusiles y 2 millones de cartuchos, el Campeche[10], con bombas de avión y ametralladoras de nuevo tipo, etc.

El comandante del Luchs no se privó de comunicar que Cartagena constituía un objetivo idóneo para ataques aéreos. Por ello, haciendo gala de la «neutralidad» que observaba el Tercer Reich, recomendó que se obstruyeran las operaciones de descarga en el puerto con un fuerte bombardeo ya que la capacidad de defensa de los republicanos parecía limitada. La sugerencia fue aceptada inmediatamente. El episodio del Luchs tiene importancia porque fue el único caso en el que los alemanes pudieron tomar fotografías de los suministros soviéticos. En el período comprendido entre el 1 de octubre y el 19 de noviembre, una vez que el Tercer Reich reconoció a Franco, la Kriegsmarine anotó descargas de material que no le fue posible identificar[11]. Fueron los servicios de inteligencia británicos los que sí marcaron un gol rotundo cuando descifraron las comunicaciones del Deutschland en las que se aludió a la llegada a Cartagena, el 15 de octubre, de los 50 famosos tanques[12].

Las informaciones del Luchs pueden completarse, hoy, con las hechas por un navío británico, el Grafton, que llegó a Cartagena el 14 de octubre a las tres de la tarde. Los marineros de S. M. se hicieron eco del entusiasmo que despertaba la presencia del Komsomol y de la invitación cursada a las tripulaciones. Al Grafton le siguió el Gipsy, parte de cuyo cuaderno de operaciones se transmitió al Foreign Office. Gracias a ambos es posible reconstruir los acontecimientos. Incluso un tercer navío británico, el Arrow, confirmó las observaciones del Luchs y tomó fotografías a larga distancia de la descarga.

Son tres los aspectos que sobresalen en esta reconstrucción: en primer lugar, la del material soviético se vio obstaculizada por bombardeos, tal y como había solicitado la Kriegsmarine, una muestra del elevado grado de coordinación entre Franco y sus protectores alemanes; en segundo lugar, las consecuencias dramáticas que ello produjo en el ambiente local, en el que pronto se multiplicaron las represalias; en tercer lugar, la información precisa que los barcos británicos rápidamente remitieron a Londres.

Los bombardeos se iniciaron el 18 de octubre de madrugada, con una acción emprendida por tres trimotores que arrojaron unas diez bombas, dos de las cuales cayeron en el arsenal. El daño causado fue, al parecer, considerable y produjo una treintena de víctimas. La artillería antiaérea tardó en responder y cuando lo hizo fue de manera totalmente errática y sin hacer blanco. Al comandante del Grafton se le dijo más tarde que los responsables fueron pasados por las armas. Los bombardeos continuaron el 20 por la noche, con una media docena de aparatos que atacaron la ciudad repetidas veces. Tampoco la reacción de la artillería fue en esta ocasión mucho mejor.

Los ataques aéreos cambiaron radicalmente la situación. Tras escenas de pánico, muchos cartageneros abandonaron la ciudad. Otros pasaron a la acción y asesinaron a varias docenas de detenidos, como en Madrid en agosto, tras asaltar la prisión. Los marineros británicos procuraron poner a salvo a la colonia extranjera, en primer lugar la propia pero también a representantes de otras nacionalidades, incluidos los alemanes, contra los cuales la inquina local había subido muchos grados.

No hay que hacer grandes ejercicios de adivinación para determinar el origen de tales bombardeos. Ya el 9 de octubre, ante los rumores sobre la inminencia de la ayuda soviética, Franco ordenó al almirante Magaz, su representante en Roma, que trasladara a los italianos la necesidad de retrasar el envío de la famosa, y fantomática, expedición Garibaldi y que a la vez echaran una mano para interceptar o impedir el desembarco de los suministros soviéticos (TNA: HW 12/208, BJ066653). En esta misma línea, no es de extrañar que algo más tarde se pasara a establecer, en conexión con la Armada italiana, un sistema de vigilancia para interceptar los transportes. El cónsul italiano —y presumiblemente el alemán—, recibieron instrucciones más estrictas para que detallaran en todo lo posible los barcos soviéticos que atravesasen los Dardanelos con el fin de facilitar su interceptación (AIS: informes 9 y 10).

A mayor abundamiento, a los cuatro días de la llegada del Komsomol, Franco, en presencia de Mola, convocó por separado a los jefes de las misiones militares italiana y alemana. El primero, el ya general Faldella, informó inmediatamente a Roma (DDI, V, doc. 230). Gracias a las noticias aportadas a Cádiz por un navío alemán ese mismo día, dijo Franco, podía afirmar que en las jornadas precedentes varios barcos soviéticos y españoles habían transportado armas y municiones. Los nombres no eran, en ocasiones, correctos pero la carga de 50 tanques sí[13]. Con la intervención del Kremlin, los frentes se aclaraban. Ya no se trataba de combatir a una España roja sino a la propia Rusia. La cruzada (sic) contra el bolchevismo coincidía con los intereses alemanes e italianos. De aquí Franco deducía que la Italia mussoliniana y el Tercer Reich deberían estar motivadas para darle los medios necesarios para combatir al enemigo ruso. Francia era, en comparación, un adversario menor. En resumen, la ayuda soviética creaba una situación nueva. El Kremlin aportaba a los «rojos» un apoyo amplio. Para Franco era imprescindible contar con medios que lo compensasen. Necesitaba tanques, antitanques, aviones, submarinos, cazatorpederos. Y los necesitaba con urgencia. No tardaría en recibir respuesta.

Los marinos británicos se preocuparon por identificar con la mayor precisión posible la naturaleza de los suministros soviéticos. El Grafton, por ejemplo, informó cuidadosamente acerca del segundo barco soviético, el Staryi Bolchevik, que llegó el 15 de octubre a las cuatro de la tarde. Llevaba entre 20 y 25 grandes cajones como si fueran para aviones desmontados, 18 trimotores, 15 tanques, 320 contenedores de bombas y una gran cantidad de municiones y de gasolina de aviación[14]. Estos datos se elevaron a conocimiento del Consejo de Ministros británico. Era el navío que, en realidad, transportaba los primeros 10 bombarderos SB —denominados posteriormente «Katiuskas» (Howson, p. 384)—. El comandante del Grafton tuvo la ventaja de poder contar con la colaboración de ciudadanos británicos conectados con las actividades del arsenal y que le proporcionaron tales datos. Un español le confirmó haber podido mirar dentro de uno de los cajones y comprobado que contenía un avión. El mismo comandante observó cómo milicianos (sic) de aviación ayudaban en la descarga, en condiciones de seguridad muy considerables.

En la madrugada del 21 llegó el vapor soviético Volgoles. Al día siguiente lo hicieron el Kharkov por la mañana y el Kim por la tarde. Ambos fueron recibidos con grandes manifestaciones de alegría por las tripulaciones de los navíos de guerra españoles. El cónsul francés inmediatamente comunicó al comandante del Gipsy el contenido de la carga. El representante honorario británico, William Leverkus (director de la Cartagena Mining and Waterworks Co.), se lo confirmó también, según había podido averiguar tras charlar con pilotos franceses que combatían en el lado republicano. Otro de los informantes de la Royal Navy fue un ingeniero llamado Eregson que trabajaba en el arsenal[15]. A los militares españoles no se les permitía tocar el material soviético. Incluso se prohibía el acceso a los oficiales.

Cartagena se encontraba, para entonces, un tanto aislada. El cónsul noruego había informado que la línea ferroviaria estaba interrumpida en Alcázar y que el correo se transportaba por aviación. Al tren de la capital que había llegado pocos días antes le faltaban dos vagones. Se rumoreaba que los sublevados se habían apoderado de ellos. Leverkus señaló que las ejecuciones continuaban. Todos los camiones españoles estaban estropeados. La prensa local presentaba una imagen totalmente separada de la realidad y se había ordenado a los extranjeros que abandonasen la zona en las siguientes cuarenta y ocho horas. El representante británico se apresuró a contar al comandante del Gipsy el 24 de octubre que el ministro de Marina y Aire, Indalecio Prieto, («disfrazado de obrero», es decir, probablemente vestido con un mono) había estado de incógnito (en el capítulo siguiente acentuaremos la importancia de este dato aparentemente inocuo) y que la comunicación telefónica con Madrid no funcionaba.

La identificación de los transportes de armas soviéticos ha dado lugar a grandes discusiones en la literatura, tanto en lo que se refiere al momento preciso de su llegada como a los barcos que en ellos se vieron involucrados. Esta discusión puede aclararse en parte apelando a las informaciones de Vorochilov ya mencionadas. Según él, la operación inicial se tradujo en el envío de 17 barcos, de los cuales 10 fueron soviéticos. Hay algunos detalles operativos que merece la pena reseñar: la travesía por el Mediterráneo se realizó siempre con luces apagadas, con un itinerario variable, elaborado especialmente y que se corregía con frecuencia con arreglo a un sistema de comunicaciones por radio en un código especial. Ello podría explicar, afirmó, por qué ninguno de los mercantes soviéticos fue capturado, a pesar de todos los esfuerzos alemanes e italianos. En el mismo período (octubre/noviembre) fueron detenidos, sin embargo, otros 12 mercantes soviéticos que transportaban carga inocente y, por lo menos, 9 buques extranjeros[16].

Como hemos visto, tras el Komsomol, los primeros barcos soviéticos implicados en la operación fueron los siguientes: Staryi Bolschevik, Karl Lepin, Kim (que llevaba otros diez aviones de bombardeo), Kursk (con 15 aviones I-15, cañones, ametralladoras ligeras, etc.), Andreev, Blagoev (con 16 aviones I-15, ametralladoras, etc.), Chicherin y el petrolero Orjonikidze. Howson (pp. 383ss) ha identificado en lo posible sus respectivas cargas y sus fechas de llegada[17], que hoy cabe mejorar gracias a los documentos conservados por Largo Caballero, en los que también se mencionan los barcos españoles y extranjeros no soviéticos que acarrearon los pertrechos. Los suministros de aviones se hicieron de golpe y hacia el 27 de octubre el navío de guerra británico Vance pudo confirmar que ya no se habían registrado más (TNA: FO 371/20583[18]).

Simultáneamente a las descargas en Cartagena se produjeron otras en Alicante. El 19 de octubre el Resource informó de que un carguero soviético, el Chrushev, había llevado 85 camiones de tres toneladas en cuyos neumáticos podían observarse las marcas de tal origen. Otros navíos que transportaron tal tipo de suministros fueron el Georgi Dimitrov, el Ingul y el Transbalt, el 23, 28 y 29 de octubre respectivamente.

Descifrar el volumen de la operación en Cartagena no fue fácil. También atracaron en el puerto mercantes que navegaban bajo otro pabellón. Se señaló, por ejemplo, la llegada del carguero noruego Bjornby (nombre probablemente mal transcrito). Las pruebas sobre el número de aviones soviéticos fueron de segunda mano. Cuando sir Robert Vansittart pidió que se confirmara la llegada de ciento cincuenta aparatos, los británicos se esforzaron todo lo que pudieron y algunos llegaron a la conclusión de que era cierta, a tenor de los informes de que disponían. Naturalmente, sabemos que esta cifra era muy exagerada, lo cual era también la impresión de otros analistas en el Foreign Office (ibid., FO 371/20583, minuta del 27 de octubre). En cualquier caso, lo que se desprendía de todo ello, anotó un diplomático, es que la desigualdad en armamento de que hasta entonces habían adolecido las fuerzas republicanas iba a descender rápidamente y que los franquistas tratarían por todos los medios de interceptar los envíos soviéticos y apoderarse de ellos como botín de guerra. Ya había habido algún conato al respecto.

Probablemente en previsión de ello, Kaganovich había hecho llegar otra sugerencia a Stalin el 11 de octubre, tras pedir autorización para que la noticia del envío de los suministros se comunicase a Largo Caballero:

Dado que puede ser peligroso que en el futuro los barcos con cargamento especial utilicen la ruta del sur creemos que sería posible que algunos de ellos hicieran la travesía por la ruta del norte, hacia algún puerto de la bahía de Vizcaya, por ejemplo, Bilbao o Santander. En los momentos actuales toda Asturias está en manos de nuestros amigos, salvo Oviedo (R. W. Davies et al., p. 368).

Obsérvese que, incluso en estas comunicaciones confidenciales en el corazón de la Unión Soviética, los líderes más elevados utilizaban un lenguaje un tanto opaco. Stalin dio su aprobación y el mercante Andreev puso proa a Bilbao desde Leningrado el 22 de octubre. Tiene interés detenerse en esta expedición a la zona norte, cuyo curso cabe reconstruir gracias al informe elevado al comisario del pueblo Yezhov por el teniente Maleev de la NKVD el 21 de noviembre.

El barco llevaba 300 vagones de pertrechos cargados de gasolina, cañones, ametralladoras, treinta blindados, 15 aviones I-15, proyectiles, bombas y fusiles con toda la impedimenta correspondiente, amén de pilotos, técnicos y mecánicos por un total de 39 personas. Al atravesar el mar del Norte, cayó en una enorme tormenta, que forzó cambios de rumbo e interrumpió las comunicaciones. Para no delatar su misión no prestó ayuda a tres barcos de pabellón noruego, danés y finlandés que se hundieron y a un pesquero alemán. En el golfo de Vizcaya recibió noticia de que los puertos españoles estaban minados. Supusieron que la Armada franquista andaba en su búsqueda y el Andreev erró durante algún tiempo en malas condiciones atmosféricas, con lluvia y baja visibilidad. Al atardecer del 2 de noviembre estaba ya cerca de Bilbao y divisó un buque piloto pero le costó trabajo hacerse comprender.

En la ría estaba fondeado un crucero que enarbolaba el pabellón alemán. A algunos pasajeros les entró el pánico. Por fin el 3 de noviembre atracó y los tripulantes se encontraron con la sorpresa de que les daba la bienvenida el representante de la URSS en el País Vasco, el consejero o «embajador» Tumanov[19], a quien ya hemos mencionado en el capítulo quinto. Éste les informó que el navío de guerra alemán había llegado dos horas antes y que un crucero de los insurrectos había estado persiguiendo al Andreev. Al descargar se puso de manifiesto que las cajas que contenían los aviones no cabían en las plataformas de los vagones de ferrocarril y que tampoco podrían entrar en los túneles (algunos iban destinados a Santander), por lo que hubo que transportarlos por carretera.

LA URSS EN LA BREGA DIPLOMÁTICA.

La llegada de los primeros suministros tuvo lugar en un contexto internacional un tanto tumultuoso. El 3 de octubre se publicó el informe final del denominado Comité de Investigación sobre las Violaciones al Derecho Internacional en relación con la intervención en España. La conclusión era que la no intervención «había perjudicado gravemente al Gobierno republicano al haberle negado las armas y el material esenciales para suprimir la sublevación, cuando, al propio tiempo, se habían enviado a los rebeldes hombres, armamento y otra ayuda, infringiendo con ello el acuerdo[20]». Era una conclusión impecable.

Una gran parte de la izquierda francesa y británica venía desgañitándose desde hacía semanas sin lograr reblandecer un ápice las posiciones gubernamentales. Éstas, incluso, se habían endurecido. No se escapaban las razones a los diplomáticos alemanes: el Reino Unido no quería un conflicto (enjuiciamiento absolutamente correcto) y Francia, dividida, no estaba segura de contar con el apoyo de sus aliados en el caso de que se produjera. Por lo demás, probablemente los soviéticos estaban jugando. No tenían interés en que se desencadenara una guerra general y por ello limitarían su intervención en España (ADAP, doc. 100). Si este tipo de percepciones caló en los altos escalones del Tercer Reich se entiende mejor que Hitler no tuviera dificultades en elevar rápidamente su apuesta por Franco e intensificase su ayuda.

El 14 de octubre el Consejo de Ministros británico examinó la situación. Eden señaló que los italianos le habían dado seguridades de que no tenían intención alguna contra las Baleares. Alguien (no identificado) informó que los rusos estaban enviando aviones a Barcelona, lo cual no era cierto, y que los mexicanos suministraban grandes cantidades de armamento y munición a la República[21].

En la literatura existen interpretaciones a tenor de las cuales Stalin se habría cuidado mucho de antagonizar a Hitler (uno de los últimos autores en hacerse eco de ellas es, por ejemplo, Beevor, p. 211). No parece que tal sea el caso. El 12 de octubre, por ejemplo, el embajador soviético en Berlín, Yakob Suritz, informó al comisario adjunto de Asuntos Exteriores, Krestinsky, sobre cómo veía la política alemana:

Los hitlerianos continúan ampliando la ayuda a la sublevación militar que ya iniciaron desde los primeros momentos a favor de Franco. En consonancia con ello, en la esperanza de una pronta ocupación de Madrid y considerando la debilidad de Francia, Alemania adoptó una política de irreconciliabilidad con nuestra adhesión a la no intervención. Alemania no desea retroceder en la línea que ha seguido hasta ahora en el problema español. No cabe duda de que los hitlerianos sabotearán todas las resoluciones del CNI. Nuestra ayuda abierta al Gobierno de Madrid puede hacer que aumente la ayuda alemana a los sublevados y no excluye la posibilidad de un encontronazo con nosotros (DVPSSSR, doc. 305).

El escenario anticipado por Suritz, y también por Litvinov, ocurrió en efecto: los alemanes procedieron a una rápida escalada, pero eso no interrumpió la ayuda soviética a la República. Que Moscú actuó bajo el impacto del continuado apoyo alemán (e italiano y portugués) a Franco parece deducirse de la documentación soviética[22]. El 4 de octubre Krestinsky hizo una serie de consideraciones al encargado de negocios en Londres, Samuel Kagan, que son extraordinariamente reveladoras al explicar la génesis de la no intervención. No andaba muy desencaminado.

No solamente los ingleses sino tampoco los franceses han querido ni quieren dar ninguna ayuda real al Gobierno de Madrid. Plantearon una sugerencia sobre la no intervención con el fin de crear, de cara a sus ciudadanos, una base legal que permitiera no otorgar ayuda. En el momento en que dieron comienzo las conversaciones sobre la no intervención puede que el Gobierno francés sinceramente esperase que, gracias a la misma, podría limitarse el apoyo que los sublevados recibían en aquel momento de Italia, Alemania y Portugal. Pero más adelante se comprobó que los países mencionados, independientemente de su adhesión al acuerdo, seguían ayudando a los rebeldes.

La idea que, al parecer, revoloteaba en Moscú era que si tales vulneraciones podían constatarse oficialmente no quedaría más remedio a los franceses que adoptar las medidas oportunas o reconocer que la no intervención había dejado de funcionar. Los soviéticos eran conscientes de las demandas de la sociedad y de los sindicatos franceses, amén del PCF, para forzar un giro de la política gubernamental pero comprendían que el Gobierno de París no deseaba hacerlo. Moscú esperaba, en consecuencia, que Francia adoptase un comportamiento evasivo en el CNI. Esto significa, ni más ni menos, que Stalin estaba dispuesto a ayudar a la República, aun contando con la continuación de la retracción francesa. Había que evitar, además, que la no intervención se extendiera a otros ámbitos. El Gobierno de Madrid, seguía afirmando Krestinsky, no estaba tan interesado en que se cortase el flujo de ayuda a los rebeldes cuanto en que no se le eliminaran las posibilidades restantes de obtener armamento desde fuera. La URSS no podría aceptar nuevas limitaciones a la ayuda que pudiese recibir la República porque ello causaría una impresión poco favorable en los sectores que la apoyaban y disminuiría su firmeza y su combatividad. Era difícil ser más claro (DVPSSSR, doc. 292).

En consecuencia, Kagan dejó caer una bomba y advirtió de los inminentes propósitos de la URSS. Antes se cargó de razones. Recordó la nota entregada por Álvarez del Vayo a alemanes, italianos y portugueses el 15 de septiembre, su difusión a los demás participantes en la no intervención, la descripción del estado de bloqueo en que se encontraba el Gobierno republicano, «mientras que los rebeldes reciben, sin traba y de diferentes países, aviones y otros armamentos», el discurso del ministro de Estado ante la asamblea de la SdN, el Libro Blanco sobre las violaciones de la no intervención ya publicado y numerosos ejemplos de las mismas, etc. Después pasó al ataque:

El Gobierno soviético teme que la situación creada por las violaciones repetidas del acuerdo convierta a éste en inexistente de hecho. El Gobierno soviético no puede en ningún caso consentir que el acuerdo de no intervención se altere por ciertos participantes y se transforme en una pantalla que oculte la ayuda militar prestada a los rebeldes en contra del Gobierno legítimo de España. En consecuencia, mi Gobierno se ve en la obligación de declarar que si estas violaciones no cesan inmediatamente se considerará liberado de los compromisos derivados del acuerdo de no intervención (DBFP, doc. 270[23]).

No se trataba de una declaración cualquiera. Había sido aprobada, si no preparada directamente, por el propio Stalin[24], según Kaganovich anotó el 12 de octubre al dar cuenta a éste último de que había invitado a almorzar a Pascua[25]. Había dicho a éste que Stalin seguía de cerca y al detalle lo que ocurría en España y que se preocupaba extraordinariamente por los problemas con los que se enfrentaba la República. Pascua, como es lógico, había expresado su agradecimiento más profundo. Kaganovich extrajo la impresión de que su interlocutor estaba deprimido ante la idea de que Madrid pudiera caer. Los rusos le azuzaron quizá demasiado, afirmó, en el deseo de estimular su optimismo. Al fin y al cabo no era un auténtico revolucionario bolchevique, más bien un menchevique, dijo, para situar la conversación en coordenadas que pudiera entender Stalin (R. W. Davies et al., pp. 369s[26]).

A la combinación entre la llegada de los suministros y su anuncio, en el lenguaje velado que prefirió Stalin, le dedicaría un vívido recuerdo Negrín años más tarde:

Sólo un gran Estado, con el que aún hasta tiempo después de comenzada la guerra no nos ligaban ni siquiera las normales relaciones diplomáticas, supo hacer honor a sus compromisos y mantener incólume el principio de la seguridad colectiva sobre el que se asentaba su política internacional. Su nombre está en nuestros labios: la Unión Soviética. Leal al pacto de «no intervención», mantuvo Rusia su estricta observancia, hasta el momento en que desengañada tras fundadas denuncias y constantes protestas de la mala fe de Alemania, Italia y Portugal, recabó su libertad de acción (Álvarez, p. 156).

Pero, en aquellos momentos, la comunicación soviética, que ponía un paraguas sobre la operación, despertó comentarios no muy halagadores. Se destacó su tono perentorio, la inoportunidad, y el endurecimiento que implicaba. La sesión del 9 de octubre del CNI fue tumultuosa. Los representantes italiano y soviético se enfrentaron con fuerza. Grandi señaló que Moscú amenazaba con abandonar el comité a fin de poder suministrar armas con toda libertad y no se privó de echar una puya al delegado británico, que había hecho todo lo posible por parecerse a Poncio Pilato (DDI, V, doc. 197).

Los británicos sabían muchísimo más que lo que dejaban traslucir. Uno de los telegramas descifrados a los franquistas contenía las órdenes que Franco transmitía a su representante en Roma, almirante Magaz. Le habían llegado informaciones sobre un ultimátum soviético en el sentido de que si Alemania, Italia y Portugal no cesaban en su ayuda, Moscú enviaría un contingente de tropas a España. Por consiguiente, había que retrasar la operación Garibaldi y pedir ayuda al Gobierno italiano para que impidiera el transporte o el desembarco de tales fuerzas (TNA: HW 12/208, BJ066653). Franco, en efecto, si bien esperaba poder entrar rápidamente en Madrid, no dejaba de buscar constante refugio en sus protectores: una vez eran los italianos, otra los alemanes. En esta época los primeros parecían gozar algo más de sus favores.

Grandi, desde Londres, explicó por qué había desistido de pedir al CNI que investigara las infracciones soviéticas. Resultaba que los portugueses se habían opuesto por si se les aplicaba también algún tipo de control. Los alemanes abundaron en la misma idea. Sería mejor que Franco suministrase evidencia acerca de la intervención soviética. Los británicos captaron tan reveladora información (BJ066632).

La maquinaria diplomática de varios Estados se puso en movimiento para discernir las intenciones de Moscú[27]. El embajador italiano, Mario Rosso, se hizo eco de confidencias a tenor de las cuales si el Gobierno soviético no recibía satisfacción en el CNI, suministraría directamente ayuda a los republicanos (BJ066800). Pensaba que había una pugna entre NKID, por un lado, y la Comintern por otro. Esta última parecía que estaba presionando al Gobierno para que ayudase a los republicanos en tanto que Litvinov prefería optar por una línea de compromiso que no llevase a una ruptura con Francia y el Reino Unido. El resultado de esta pugna interna determinaría, según afirmaba, la futura política soviética en España y el destino del propio comisario (BJ066838).

Para los norteamericanos las intenciones no estaban claras, aunque la controlada prensa moscovita subrayaba que el sentido de las declaraciones era evidente (BJ066825). Recordaban, no obstante, que había un cierto consenso entre los diplomáticos y periodistas extranjeros de que Moscú no enviaría suministros militares. Quizá lo que el Kremlin deseaba fuese hacer ver a Occidente que, llegado el caso, podía ser tan intransigente y agresivo como Alemania o Italia (FRUS, p. 540[28]). Se traen a colación estos ejemplos como muestra del tipo de reflexiones que se trasladaba a las capitales. Rozaban, a veces, algunos aspectos de la realidad pero no penetraban demasiado.

Uno de los rasgos que la política exterior y de seguridad de la Unión Soviética había heredado de la tradición zarista era su afición a la maskirovska, las maniobras de encubrimiento que refractaban la realidad en tantos perfiles como fuese posible. Pero ello no quiere decir que todas las acciones de política exterior soviética fueran necesariamente maquiavélicas o poliédricas. La evidencia disponible por el momento hace pensar que en esta ocasión Moscú dijo lo que, en efecto, quería decir y que transmitió hacia el exterior lo que quería transmitir. El propio Franco, que algún interés tenía en el asunto, entendió la ofensiva diplomática soviética como cobertura del apoyo que el Kremlin prestaba a los «rojos» republicanos sin ocultarlo ya (DDI, V, doc. 230).

Esta ofensiva se desarrolló en tres movimientos. El 12 de octubre, día en que regresó Maisky a Londres, Kagan insistió, de nuevo sin resultado, en que se estableciera un control de los puertos portugueses por barcos ingleses y franceses. Este mensaje estaba destinado a las potencias presentes en el CNI y debió de servir para mantener la presión. El segundo movimiento se tradujo en un famoso telegrama de Stalin a José Díaz, secretario general del PCE:

Los trabajadores de la Unión Soviética, al ayudar a las masas revolucionarias de España, no hacen más que cumplir con su deber. Se dan cuenta de que liberar a España de la opresión de los reaccionarios fascistas no es asunto privado de los españoles, sino la causa común de toda la humanidad avanzada y progresiva (Maiski, p. 40).

Mi buena amiga la profesora Pozharskaya (p. 137) llama la atención sobre el hecho, notable, de que el telegrama no se dirigiera a Largo Caballero y deduce que la ayuda a España tenía un componente ideológico evidente. Las relaciones gubernamentales hispano-soviéticas eran buenas, por no decir excelentes. No necesitaban una inyección de adrenalina. Sí la necesitaba el PCE. En base a tan rotunda afirmación, una de las más famosas que Stalin hizo sobre la guerra de España, Maisky preparó una nueva andanada en forma de una declaración escrita enviada a lord Plymouth el 23 de octubre. Fue el tercer movimiento de la brega diplomática de octubre. Tras recordar las sistemáticas vulneraciones de la no intervención, a consecuencia de las cuales se había creado «una situación privilegiada para los rebeldes», en tanto que «el Gobierno legítimo de España se ha visto de hecho sometido a un boicot que le imposibilita el comprar armas fuera de España para defender al pueblo español», llegaba a la siguiente conclusión:

El acuerdo se ha convertido en un papel mojado, sin ningún valor. Ha dejado prácticamente de existir. No deseando encontrarse en la situación de personas que contribuyen involuntariamente a una causa injusta, el Gobierno de la URSS ve una única solución a la situación creada: restituir al Gobierno español el derecho y la posibilidad de comprar armas fuera de España […] El Gobierno soviético, no deseando asumir más la responsabilidad por la situación creada […] se ve obligado a manifestar ya ahora que, en consonancia con su declaración del 7 de octubre, no puede considerarse ligado por el acuerdo de no intervención en mayor medida que cualquier otro participante de este acuerdo[29].

Moscú, en definitiva, había pasado la pelota al otro bando. Decidida su intervención, observaría la no intervención en el caso de que cesaran las vulneraciones por parte de las potencias fascistas. Y si éstas seguían interviniendo, la Unión Soviética haría lo mismo. Las cartas estaban sobre la mesa[30]. Es ésta, sin embargo, una interpretación que no suele tener demasiados partidarios en la literatura. Implica, en efecto, que los soviéticos jugaban un juego bastante limpio, algo que muchos historiadores de tendencia derechista o conservadora no estaban, ni están, dispuestos a aceptar. Ya en la época se adujeron, de puertas adentro, otras posibles razones. Los analistas militares británicos señalaron, por ejemplo, gracias a su conocimiento de los mensajes italianos, que entretejieron con sus propias informaciones, que no era verosímil que la ayuda soviética llegase a ser masiva ni que la URSS se retirara del CNI, lo cual dejaría abierta la puerta a las actuaciones italianas y alemanas. En cualquier caso, subrayaron, estos dos últimos países estaban mejor colocados, geográfica y estratégicamente, para apoyar todo lo que quisieran a las fuerzas rebeldes. ¿Cómo se explicaba, pues, lo que parecía ser un desafío a la intervención? El AIS planteó dos argumentos. El primero porque Moscú podía apreciar la necesidad de hacer un gesto de cara al Gobierno republicano antes de la caída de Madrid. El segundo porque convenía justificar de alguna manera los suministros que estaba haciendo.

Suritz, en su correspondencia con Krestinsky, apuntó otra posibilidad, bastante más lógica pero que no gustaba de reconocerse en Londres: la fuerza de Alemania se basaba en la debilidad de sus contrincantes. Esto estaba bien visto. De aquí se deducía que si la ayuda soviética a la República contribuía a fortalecer el frente antifascista, ello quizá obligase al Tercer Reich a retroceder (DVPSSSR, doc. 305). Como quiera que fuese, eran pocos los observadores que hacia mitad de octubre de 1936 augurasen mucha vida a la República.

En cualquier caso, el día 28 la embajada británica en Moscú (DBFP, doc. 339) informó que la Unión Soviética no tendría dificultad alguna en suministrar tanques, piezas de artillería, antiaéreos y fusiles con sus correspondientes municiones ni tampoco camiones o aviones. Ello no redundaría en detrimento del nivel de fuerza del Ejército Rojo. Los cargamentos que se enviaran a España podrían obtenerse rápidamente tanto de las fábricas como de las reservas. Era una observación atinada pero no del todo. Once días antes, en efecto, el Politburó había ordenado al Comisariado para la Industria Pesada (NKPT) que se fabricasen inmediatamente casi dos millones de cartuchos y otros tantos de cadenas para dos tipos de ametralladoras que se enviaban a España. También se aprobó asignar 2,5 millones de rublos para cubrir gastos de la operación[31].

En el CNI los soviéticos se cerraron en banda. Maisky (p. 53) continuó inmediatamente la campaña de rechazo a su labor en términos inequívocos:

La labor del Comité ha convencido al Gobierno soviético de que hoy no existe ninguna garantía contra la continuación del suministro de materiales de guerra a los generales sublevados. En estas circunstancias, el Gobierno soviético estima que mientras no se creen tales garantías y se establezca un control efectivo del cumplimiento estricto de las obligaciones concernientes a la no intervención, los Gobiernos para los que el aprovisionamiento del Gobierno español legítimo corresponde a las normas del Derecho internacional, del orden internacional y de la justicia internacional están en el derecho de no considerarse moralmente ligados por el acuerdo en mayor medida que los Gobiernos que aprovisionan a los rebeldes a pesar del acuerdo.

Sin duda los soviéticos tanteaban la respuesta. Le Journal de Moscou del 28 de octubre planteó las alternativas con las que se enfrentaba el CNI: continuar arrastrando su miserable existencia, reconocer que la no intervención había fracasado por culpa de los Gobiernos fascistas y abordar decididamente un control efectivo y con garra[32]. Por el momento, se abroquelaron en Londres. El 4 de noviembre Maisky rechazó tenazmente todas las acusaciones de suministro de material de guerra. Por escrito, rebatió los datos que se habían restregado en las narices en el CNI. Incluso en aquellos casos en que la arribada de material importante como, por ejemplo, bombardeos SB estaba fuera de toda duda, lo negó rotundamente, ateniéndose al mismo enfoque que desde el principio habían seguido alemanes, italianos y portugueses. (DBFP, doc. 351). Mucho más reservado fue Litvinov en conversación pocos días después con el embajador británico. Había muchos rumores y lo mejor sería establecer un sistema de control absolutamente neutral que impidiese todas las infracciones que se produjesen, vinieran de donde viniesen (ibid., doc. 375).

Naturalmente, los funcionarios británicos que seguían el tema conocían lo que había pasado. El Ministerio de la Guerra (War Office) compiló el 6 de noviembre un estadillo con las recientes infracciones al acuerdo de no intervención. En él se destacaron con toda claridad los continuados suministros a los rebeldes por parte de Italia y Alemania en los meses de septiembre y octubre. En el caso republicano, quedó claro que los soviéticos se habían iniciado en este último mes y que con anterioridad sólo podían contarse los envíos de armas ligeras y de munición hechas por intermedio de las representaciones diplomáticas mexicanas. A pesar de los errores fácticos, la imagen no era desacertada (TNA: FO 371/20582).

En cualquier caso, los analistas del AIS no creyeron en un principio que el armamento soviético pudiera cambiar la situación. Al enjuiciar la situación militar en la segunda mitad de octubre, su veredicto no dejó lugar a dudas:

Las fuerzas rebeldes siguen avanzando constantemente en el frente de Madrid y todo hace pensar que la caída de la capital es inminente. El general Franco deseará acelerar la captura de la misma lo más posible tanto de cara al invierno como a consecuencia de la ayuda que le está llegando al Gobierno desde Rusia. Ahora bien, con los modernos tanques y artillería que poseen los rebeldes, y de lo que carecen las fuerzas gubernamentales, así como gracias a su completo dominio del aire, el general Franco parece tener a su disposición los medios para alcanzar sus objetivos.

Así, pues, cabía pensar que, para los analistas británicos, la suerte estaba echada. El 7 de noviembre Eden instruyó al encargado de negocios en Madrid: quedaba autorizado a establecer con el general Franco los contactos de facto necesarios para proteger los intereses británicos tras la caída de la capital (DBFP, doc. 523). Si ésta era la opinión que existía en Londres en los círculos que más de cerca seguían la marcha de los acontecimientos militares en España, ¿qué podría pensarse en Madrid? No cabe duda que la decisión de Largo Caballero y de Negrín respecto al transporte del oro debió de tomarse en un ambiente de cierta desesperación o, al menos, de grave preocupación por el destino con el que se enfrentaba la República[33].

LOS CONSTREÑIMIENTOS INTERNACIONALES.

Si los efectos sobre el terreno de la intervención soviética estimularon el proceso que condujo al éxito en la defensa de la capital española, en el tablero internacional las limitaciones con las que chocaba la República quedaron expuestas crudamente en tiempo récord. Los primeros que dieron el toque fueron los franceses (¡como para haber enviado a Francia el grueso de las reservas!). El 21 de octubre Delbos abordó la situación española ante la comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Diputados. Hizo un análisis de la gestación y evolución de la no intervención, señaló que gracias a ella se había evitado un auténtica «carrera intervencionista» y, en respuesta a una pregunta, afirmó que en el supuesto de que cambiara la línea soviética ello no implicaba que Francia se viera arrastrada automáticamente al conflicto como consecuencia de lo previsto en el pacto franco-soviético sino que preservaría su libertad de acción[34].

Poco después, Léger se entrevistó con el encargado de negocios soviético en París. Constató también una divergencia profunda en la línea de ambos países. Los suministros que Moscú enviaba a España podían dar lugar a un grave incidente. Un riesgo de conflicto no era impensable. Ominosamente anunció que Francia no se pondría al lado de la URSS y que se mantendría en su línea de no intervención[35]. Su interlocutor replicó que lo que había ocurrido es que el Gobierno soviético no podía aceptar la eliminación del «régimen proletario», aunque quizá hubieran intervenido demasiado tarde. Sin embargo, Moscú haría todo lo posible por apoyar a la República y evitar el establecimiento de otro sistema fascista en Europa. Se trata de una conversación sumamente reveladora. Por un lado, el creador de la idea de no intervención. Por otro, el énfasis en la preocupación ideológico-estratégica esencial que probablemente inspiraba a los soviéticos.

Pero si la República no podía aguardar mucha ayuda de Londres, tampoco podía esperarla de París. Léger entendería bien o mal lo que ocurriese en Moscú pero sí tenía muy clara su interpretación de cuáles eran los intereses franceses. Poco más tarde se los dijo con toda claridad al embajador italiano, Cerruti. Lo que Francia deseaba era que la guerra civil en España terminase pronto. Le daba igual quién fuese el vencedor (DDI, V, doc. 431). En estas condiciones, y aunque las opiniones de Léger no representasen todas las del establishment francés, era evidente que la República no podía contar con gran apoyo en el Quai d’Orsay. Y no lo encontró.

Por el momento limitémonos aquí a recordar los resultados del congreso del partido radical, que un Delbos exultante explicó a Léger. Le comentó que la unanimidad y entusiasmo (sic) habían excedido todas sus expectativas. Su postura, pero también la de Daladier y Chautemps, se había visto robustecida[36]. El Gobierno del Frente Popular podría hacer frente con confianza a las peticiones de Moscú y de sus propios extremistas a favor de una intervención en España. Hicieran lo que quisiesen los alemanes, italianos o rusos, Francia no aceptaría que nadie la provocase en tal sentido. ¡Faltaría más! La grande nation estaba segura de su destino, mientras Hitler iba preparando las Panzerdivisionen.

El ministro contó al fiel Léger que el vínculo con el Reino Unido se vería fortalecido. Hay estrategias que matan y ésta fue una de ellas. Londres y París, París y Londres, se fortalecían entre sí a la hora de determinar un mínimo común denominador respecto a un tipo de no intervención que, objetivamente, ayudaba a Franco pero que condenaba a la República y enardecía a los dictadores fascistas.

Buscando quizá un debilitamiento del dogal que ahogaba a los republicanos, Maisky ofreció a Eden una interpretación sofisticada de los motivos de la intervención soviética. La URSS tenía simpatías por la República pero no aspiraba a establecer un régimen comunista en España[37]. Lo que veían es que un Gobierno de izquierdas, si triunfaba, no enredaría fuera de las fronteras españolas. Seguiría una política de paz. Si triunfaba Franco, por el contrario, ello constituiría una gran victoria para Alemania e Italia. Aumentarían su prestigio e influencia y Franco quedaría endeudado a las potencias fascistas. Preocupaba en Moscú que tal sentimiento de victoria las llevaría a cometer otros actos de agresión, esta vez quizá en Europa Central u Oriental, una circunstancia que la URSS deseaba evitar a toda costa (DBFP, doc. 348). Maisky tenía razón en toda regla, como la evolución ulterior se encargó de mostrar, aunque este último objetivo no se consiguiera. En todo caso, su explicación le pareció totalmente aceptable a Collier, analista de gran percepción.

En este punto la Unión Soviética no hizo gala de demasiada sutileza. Por razones que no están claras, la prensa moscovita se lanzó a una feroz campaña denigratoria del CNI, salpicada de brutales ataques contra su presidente, lord Plymouth. La embajada británica no entendía muy bien cómo podía reconciliarse tal campaña con la continuada presencia soviética en el Comité. Una explicación que se le ocurrió al vizconde Chilston era que Moscú estaba decidido a extraer todo el capital propagandístico que pudiera anticipando la toma de Madrid y la derrota del Gobierno republicano. A ello añadió unos comentarios despectivos, muy en tono con su condición aristocrática, sobre la falta de lógica en la galería a la que el Kremlin se dirigía y afirmó que si bien éste era consciente de que una disrupción del CNI favorecería mucho más la causa franquista que la republicana era verosímil que Stalin confiase en poder engañar a la opinión pública casera e internacional[38]. Nada de ello favoreció un eventual acercamiento soviéticobritánico pero también cabe pensar que la disrupción del CNI no hubiese desfavorecido mucho más a Franco que su continuación porque lo cierto es que las potencias fascistas no estaban dispuestas a dejar caer a su protegido bajo ninguna circunstancia.

Lo que importa retener es que, vista la situación desde la España republicana, la desesperanza que había acompañado la evolución militar se vio contrarrestada por elementos que hasta entonces habían estado ausentes. Habían llegado armas soviéticas, habían llegado voluntarios extranjeros. La defensa de Madrid no era una utopía. Aunque entre los responsables gubernamentales siempre hubo algunos que no aceptaron la idea de la derrota, Juan Negrín figuró en primera línea y atemperó su conducta al respecto. Lo demostraría en el extraordinario episodio de la salida del oro que analizamos en el próximo capítulo.