En los últimos años he vuelto varias veces a Brañaganda, como una forma de exorcizar los fantasmas del pasado. Y se podría decir que lo he conseguido; que aquel valle escarpado y primitivo en el que el lobishome acechaba por los caminos ha sido sustituido definitivamente por esta otra Brañaganda de ahora, atravesada por una pista de asfalto, con un Pepín Famarelo —con quien mantengo una asidua comunicación— convertido en guía turístico, y una irreconocible Cándida, a la que un día visité, transformada en oronda matrona, y con el palacete de la Freire completamente oculto por la vegetación y el molino ya inactivo y abandonado.
Pero a veces, cuando estoy durmiendo, sueño que regreso a Brañaganda y que todo es como antes, como era entonces. Y Cándida viene hacia mí corriendo y es frágil y esbelta, y me propone con todo el entusiasmo de su mirada limpia que vayamos a jugar a la Braña de Boral, y mi madre nos llama para ir a comer, y a la mesa está sentado mi padre hojeando un libro, y Pepín Famarelo, con su ropa desastrada y las rodillas sucias. Y yo les miro y en el sueño empiezo a llorar, porque yo vuelvo a ser niño pero al mismo tiempo soy el de ahora, y sé que les voy a perder a todos, para siempre, porque ya sólo vivirán en el sueño, y los sueños también se acaban.
Entonces siento un inmenso amor por todos ellos, que se transforma en una gran tristeza, que se transforma en lágrimas y en sollozos. Y entonces me ocurre algo muy raro, que al principio es angustioso pero que acaba siendo agradable. Y es que me elevo; empiezo a subir, a subir, por encima de nuestra casita y de la escuela; y veo el cauce del río en el fondo de la quebrada, y el puente y la curva del molino; y me elevo más aún y veo el Sollado y la Pasadía, y todo el valle a vista de pájaro, y empiezo a dejarlo a un lado y paso por encima del Coduelo, y dejo atrás Semellade, y sigo desde arriba la pequeña carretera que lleva hasta Vegadauga, y paso por encima de la ría, cada vez más rápido y al final es que voy en un avión, y desemboco en el mar inmenso con un suspiro de alivio.
FIN