1

El día de la mudanza, mi hermana se metió en una caja de cartón. Mi padre buscaba a mi hermana y mi madre buscaba a mi hermana. Y también mi hermano. A mí me dejaron con la gata. Mi hermana llegó a la nueva casa dentro de una caja de Vanguard blanco y negro. En una mano llevaba una batidora y en la otra un enorme pepón.

2

Sento dice que dibujaba los moros a caballo mejor que yo. Dice que yo hacía unos alfanjes totalmente blandos. «Con tus alfanjes, Gordo, no se hubiera podido matar ni a una mosca», eso dice. «Los míos eran de acero —dice—. Con mis alfanjes los cristianos no habrían llegado más allá de Soria». Eso es lo que dice Sento. Sento habla del pasado con la voz de su madre. La madre de Sento creía que su hijo era un genio. Lo pensaba porque Sento dibujaba en el cielo una enorme cruz negra encima de los moros a caballo.

3

Una braga es lo más diferente a la muerte que conozco. Íbamos detrás de las niñas. Y olíamos sus bragas. Olían como sólo huele una braga. Las bragas blancas son las bragas que menos se parecen a la muerte. Tina Marcellán llevaba siempre las bragas más blancas.

Dibujábamos moros a caballo si no estábamos detrás de una buena braga. Cuanto más deprisa iba la niña, mejor era la braga. Eso sí que eran matemáticas.

4

Lázaro se lo hacía en los pantalones. Le ponían unos enormes pantalones de campana y echaban serrín por la clase. Luego se le murió el padre. Este es un buen resumen de una infancia: «Me cagaba en los pantalones y luego se murió mi padre». Rezamos una oración por el padre de Lázaro. Lázaro era como mudo. No le oí hablar en un montón de años. Murmuró algo así como «tortilla, tortilla» y se volvió a callar. Le cagaron la infancia y fue incapaz de resucitar.

Lázaro te quitaba las ganas de dibujar moros a caballo. Era uno de esos tipos por los que eres capaz de dejar de jugar un buen partido si te toca en tu equipo. Y eso era lo que me solía pasar. Una vez eché una carrera con él y casi me gana el muy borde. Ahí hubiera muerto. Y no me habría podido levantar en mil años.

Espero que Lázaro ya haya visto una braga. Una buena braga puede sacarle a un mudo las palabras. El más cretino olvida sus heridas con una braga. Y si es bien blanca mejor. Hasta Coyote habría abandonado su persecución de Correcaminos si hubiera tropezado con una buena braga. Eso necesitaba Lázaro: una buena persecución y una buena braga. Pero se quedaba mirando los árboles o lo que fuera y así se le escurría el tiempo. Igual pensaba en su padre, pero creo que era difícil que pensase en algo. Sobre todo si tenía tanto cerebro como palabras. Lo miraba cuando rezaba y ni siquiera entonces despegaba los labios. Un ventrílocuo lo hubiera tenido realmente difícil con Lázaro.

5

Santo Domingo de Silos redimía cautivos de los moros. Rezaba para que los moros dejaran en libertad a los cristianos. Eso hacía. Estaba con el Cid, pero luchaba con la cruz, eso decía la hermana Manuela Inés: «Santo Domingo de Silos era como el Cid, pero su cruz era su espada». Santo Domingo de Silos era de Cañas. Era de Silos y de Cañas, y su cruz era su espada. La hermana Manuela Inés decía que santo Domingo de Silos mató a más moros con la cruz que el Cid con su espada. Y nosotros estábamos dibujando moros que mataban a cristianos. Así comprendimos que algo fallaba. Desde el principio.

6

Mi hermano dormía arriba y yo dormía abajo. Yo soñaba los sueños de mi hermano. Mi hermano soñaba sueños extraños. Y yo los soñaba la noche siguiente. Mi hermano contaba sus sueños por la mañana. Los contaba mientras desayunábamos. Y yo soñaba por la noche lo que mi hermano había contado. Yo vivía con los sueños de mi hermano. Yo no podía contar mis sueños y tenía que inventar nuevos sueños. Mis sueños inventados siempre pasaban en la vieja casa. Cuando todavía no soñaba los sueños de mi hermano.

7

Sardañola sí sabía lo que era bueno. Era el mejor oledor de bragas. Sardañola, y también Latrás. Tenían una buena carrera y una buena colección de bragas. Aunque ellos querían culo. Y eso era demasiado. Un culo se parece a la muerte.

Era el tipo de cosas que algún Ruiz nos traía un lunes por la mañana: «Oye, ¿sabéis que los muertos se cagan?». Esas revelaciones me revolvían el estómago. No quería saber nada de la muerte. Y ya sabía lo del padre de Lázaro. No necesitaba que nadie me golpeara con los culos de los muertos. Todo lo que se parecía a la vida se parecía a la muerte y eso me reventaba. Quiero decir que eran cosas que ni siquiera la hermana Manuela Inés sabía. Eso creo. La hermana Manuela Inés era tan perfecta como las chicas de los anuncios. Me dolían por ella. Por eso yo nunca llegaba a los culos. Los culos se parecen a la realidad.

8

Algunos ni jugaban a fútbol ni cazaban bragas. Miraban al cielo como si fuera a caer un elefante en cualquier momento, o así. Ni siquiera dibujaban moros a caballo. Eran tan lentos que no les quedaba tiempo para acabar con media docena de cristianos reconquistadores. Eso fue lo primero que supimos de la Historia. Y nos habíamos puesto de parte de los perdedores. La cagamos. Eso es lo malo de llegar pronto, que tienes más posibilidades de fallar.

Iban sobre seguro. Parecían tranquilos y felices. Les faltaban palabras hasta para hablar con la máquina de chicles. Entonces y ahora. Quien no ha ido detrás de una buena braga limpia está muerto. Como el padre de Lázaro.

9

Le sudaban las manos. Era Ramón y le sudaban las manos. Estábamos en el patio. Llegaban los restos de santo Domingo de Silos de Cañas. Salían de Silos por primera vez en mil años y no volverían a salir de allí en otros mil. El patio era todo cabezas. Santo Domingo de Silos había matado a más moros con su cruz que el Cid con su espada. A Ramón le sudaban las manos. Los monjes bajaban la rampa cantando. Llevaban el ataúd. El silencio era el mayor silencio. Aquello era un santo. Un auténtico santo, íbamos cogidos de la mano y a Ramón le temblaba la mano. Luego se oyó un «oooohhhhh» y luego un silencio. A los monjes no se les veía la cabeza. Sólo los pies descalzos, así era. Parecía que hubieran venido andando desde Silos, eso parecía. Fueron los cien metros más largos de la historia. Las cabezas estaban quietas. No nos atrevíamos a parpadear. Pensábamos que en cualquier momento el santo se escaparía por una rendija. Esperábamos a un fantasma de los de Scooby Doo.

10

Traid vino después y tenía cara de malo. La peor cara que he visto en mi vida. Esa y la de López Durante. López Durante era el macarra de la clase. Me partió la cara un par de veces y jugaba mucho mejor que yo a fútbol y tuvo antes su propia braga. Yo pensaba que la vida tenía que ser peor para los bordes, pero con López Durante descubrí que no. Supe demasiado pronto un montón de cosas. Y no me hizo ni maldita gracia que López Durante me las descubriera.

11

La hermana Ascensión era una bruja. La monja bruja. Para la bruja de la hermana Ascensión era pecado hasta la virgen con el perro y las cadenas que había colgada en el pasillo. Una virgen que era igual que la hermana Manuela Inés. No podía entender qué hacía una tipa como la hermana Ascensión en ese reino de pureza.

La hermana Manuela Inés era tan pura que no necesitaba ni bragas. Si le hubiéramos levantado el vestido de monja habríamos descubierto un trozo de cielo y el perro y las cadenas y unas velas. Creo que la virgen del cuadro tenía unas velas. Las cadenas eran de los cautivos que santo Domingo de Silos había liberado con su cruz, que era como la espada del Cid. Era todo una alegoría, para hacernos buenos o algo así.

12

Mi padre tuvo un R10, que es un coche que ha desaparecido hasta de la memoria. Mi padre siempre ha querido tener un Chevrolet. Y si algún día tengo un montón de pasta le compraré un Chevrolet. Se lo merece. Le diré: «Papá, aquí tienes tu Chevrolet». Pero nunca ha podido tener el puto Chevrolet. Y eso que ha tenido coches. Lo que más le gusta del mundo son los coches. Ha tenido un R10 y luego un 600 y luego un R6 y luego un R5 y luego un jeep y luego otro. Ya le he perdido la pista. Cambia más de coche que yo de pantalones. Pero nunca ha llegado al Chevrolet. Creo que le da miedo llegar al Chevrolet. Luego no sabrá qué coche desear.

El deseo es así, uno se pega toda la vida esperando algo y cuando ese algo llega la vida se te queda como rota. Lo sé. He deseado como un cabrón. He dejado tanto tiempo en mis deseos que pienso que en cualquier momento puedo encontrarme con la lámpara de Aladino. Y que el genio me conceda tres deseos. Y lo pienso de verdad. Deseaba que Coyote le diera un tajo en la garganta al Correcaminos.

13

Sobre todo envidiaba a los del fútbol. Hice una prueba para jugar a fútbol. Estábamos mil o dos mil para hacer la prueba y yo no llegué ni a la segunda parte de la prueba. No le hubiera dado ni a una bola del mundo de un kilómetro. Hundí la zapatilla en el suelo y me quedé clavado. El balón ni se movió. Ahí acabó mi carrera futbolística. El fútbol desapareció. Pero no se enteraron ni Arrúa ni Diarte ni yo qué sé. Siguieron ahí.

Los del fútbol eran Manolo, Francés, Viola, Pradilla y otros doce. Tenían nombres perfectos para una alineación. El único que parecía que iba a vivir del fútbol era Viola. No sé si vive del fútbol. Le llamaban Viola por Violeta. Sólo jugaba a fútbol en los partidos serios. Era un profesional. En el recreo ya le podías dar un balón medido que la cagaba. Era una estrella. Y él lo sabía. Pero nunca ha jugado en el Zaragoza, ni eso.

14

Sento nunca ha jugado a fútbol. No le daría una patada al aire. Ramón sí que le daba. Jugaba muy bien por la izquierda. Habría podido estar en el equipo con Viola y con Manolo y con esos, pero no quiso estar. Y se dedicó durante una temporada a hacer carreritas de atletismo.

15

No podía ser amigo de los del fútbol. Era algo muy difícil. Algunos se compraban el Zaragoza Deportiva y se sabían los resultados de los equipos de tercera. Otros eran incapaces de ir a La Romareda. Era muy difícil ser amigo de los del fútbol. Ni siquiera me podía contentar con ser amigo de los del fútbol. Así que les mandé a tomar por el culo. Ya sabía algunas cosas.

16

Un tipo le dijo a mi madre que yo había roto los cristales del colegio jugando a fútbol. El tipo era el portero de un colegio que no era el mío y tenía quince o veinte hijos. Los quince o veinte hijos tenían un grupo musical. Los López Méndez, o así. Uno tocaba la armónica, la otra la guitarra, la otra el xilófono, el otro las maracas, el otro la flauta, el otro cantaba, tres tocaban el triángulo y otros trece o quince hacían coros. Pues ese tipo le dijo a mi madre que yo había roto los cristales y mi madre le creyó. Era increíble. Mi madre estaba creyendo a un tipo que era incapaz de recordar los nombres de sus hijos. El pasado es un tiempo en el que yo era culpable.

17

Purpés se murió de cáncer o de leucemia o así. Se murió. Su madre pensó que nosotros teníamos la culpa de su cáncer. Eso pensó su madre. Y le metió en otro colegio y le apartó de nosotros. Me sentía culpable. Yo tenía la culpa de su cáncer o de su leucemia. Lo cierto es que yo no le vi calvo ni nada. Lo cierto es que no le vi en los últimos años. Desapareció. Con su maldita enfermedad. Era un tipo normal. Tiraba las piedras de maravilla y tenía una buena carrera, sí, señor. Escogía las piedras más planas. Siempre las tenía ahí. Y las lanzaba y conseguía que hicieran más olas que un huracán. Desde una distancia increíble. Lanzar piedras y el cáncer.

Sento no se sentía culpable. Eso creo. Es difícil saber si uno se siente culpable o no. Y sobre todo saber por qué. Es así. Yo no podía hacer nada. De repente, se me encogía el cuerpo y temblaba y sabía que la leucemia de Purpés era por mi culpa.

Una vez nos escondimos en mi casa y ahora sé que nos escondíamos de la leucemia. Pero atrapó a Purpés y su madre no nos lo perdona.

18

A mi vecina coja nunca la vi fuera de su casa. Mi vecina coja tenía un cine Exín y yo bajaba a su casa a ver el cine Exín. Su madre nos encerraba en el cuarto de la coja, apagaba las luces y nos ponía el cine Exín. Películas del Pato Donald y de Mickey y de Popeye. Me aburría mortalmente con la coja. A mí me gustaba Coyote.

Era coja y tenía bigote, como pelusilla. Era un año mayor que yo y era cojita. Ahora me parece que era muda. También. Su madre nos ponía el cine Exín. No hubiera corrido detrás de su braga ni por todas sus películas de Disney. La cojita y el gordito. Una pareja estupenda.

19

Nuestro hámster se comió el tubo de la lavadora y luego se tiró por el balcón. Mi padre no tardó en poner una cristalera de aluminio en el balcón. Pensó que a mí se me podía ocurrir algo parecido. Pensaba que me iba a comer el tubo de goma de la lavadora y luego iba a saltar por la ventana. Lo pensaba por lo de la lejía.

No teníamos mucha suerte con los animales. Sólo soporto a los animales de la Warner. En la Warner no hay perros. Quería mucho a un perro que se llamaba Toro y que se murió después de un baño. Y a una gata que no sé cómo se llamaba. La gata se subía a la cabeza de mi hermana. Los animales no vivían mucho a nuestro lado. Unos canarios cogieron el pulgón o el plumón. Unos peces de los donuts se asfixiaron con el cloro y el hámster se comió el tubo de goma de la lavadora y se tiró por el balcón. El hámster sabía más de nosotros mismos que nosotros mismos. Nunca he pensado en tirarme por un balcón.

20

Purpés llevaba una cartera vieja y unos zapatos como ortopédicos. Tenía una carrera estupenda, tiraba bien las piedras y murió de leucemia. O de cáncer.

21

Mi primo tenía un monopatín, el risk, UHF, una casa con piscina, tres geypermanes y un guante de béisbol. Aunque al guante de béisbol no le sacaba mucho partido. Era todo lo que yo quería tener. Menos el guante de béisbol. Nadie sabía de dónde demonios había salido aquel guante de béisbol. Nadie sabía qué era el béisbol.

22

Fuimos a Málaga a ver a una loca. Una prima de mi padre que estaba loca. Estaba encerrada en el manicomio de Málaga. Mi padre decía que no estaba loca. Que era una historia de familia. Por dinero. «El dinero lo estropea todo —decía mi madre—, pero es tan necesario».

El manicomio parecía un matadero. Salió la loca a comer con nosotros o a dar una vuelta. Estuvimos un rato con ella. Nos hablaba de personas que habían muerto trescientos años antes. De su padre. Del padre de mi padre. Y de otras personas que ya estaban muertas. Mi padre y mi madre le mentían. Le decían que estaban muy bien. «¿Y el papá?», preguntaba la loca. «¿El papá? —decía mi madre—, el papá está muy bien, pero tiene que trabajar y pronto va a venir a verte y está muy contento porque te vas a poner buena enseguida».

Yo no la vi muy loca. No hacía las cosas que yo creía que hacían los locos. Hacía calor. Y ella no estaba loca. No parecía loca. Estábamos en Málaga. Llegamos en el R6 y nos fuimos poco después de ver a la loca. Nunca más he sabido de ella. No sé si murió. No sé si sigue encerrada en Málaga. No sé nada de su pasado. Estuvimos en Málaga. Y mi padre y mi madre hablaban de los muertos como si estuvieran vivos. Supe que no siempre había que decir la verdad. Volvió al manicomio. Había árboles.

23

El Cartagenero tenía una escopeta. Y eso era tener mucho. No medía un metro y medio y tenía una escopeta. Y eso hacía que dieras un paso atrás al verlo. Le llamábamos el Cartagenero porque era de Cartagena. Juanito era de Melilla y le llamábamos Juanito. Una escopeta de perdigones. Vieja. No se podía más que darle a una botella o a un gorrión. A veces llegaba con gorriones. Los cogía de las patas. Te apuntaba. Y te metía los cojones en el cuello del cuello. Contaba los tiros como un héroe de guerra. Vivía como si viviera en la guerra. Abría la escopeta, la limpiaba, le metía dos perdigones y tiraba contra una lata. Nos apuntaba. La Selvilla podía parecer la batalla del Ebro.

24

La loca llevaba un moño. Para la loca todo era pasado. Nosotros llegábamos desde el pasado y volveríamos al pasado.

25

Jorge Saltrós tenía un tío mecánico. El tío mecánico lo hacía y lo tenía todo. Jorge Saltrós quería ser piloto de coches.

26

Mi tía nunca salía de casa. Desde que murió su marido. Cuando murió su marido llenó toda la casa de espejos. Había espejos en el pasillo y en el comedor y en la cocina y en el suelo y en todas las paredes. Había envuelto la casa con espejos. Era como el laberinto de espejos del parque de atracciones. Era difícil encontrar la salida. Nunca supe si mi tía no salía de casa por temor de su marido o simplemente porque no encontraba la salida. Era así. Había espejos por todas partes. Allí parecía que eras otro. Y muchos.

27

Miguel Talayo vio catorce o quince veces Fiebre del sábado noche. Llevaba gomina y un peine en el bolsillo trasero. Tenía una hermana en Londres y un hermano testigo de Jehová o por ahí.

«Si mi hermano tiene un accidente no le puedes dar sangre porque se lo prohíbe su religión, tío, no se la puedo dar ni yo, tío, que soy su hermano, o sea que se muere por lo de la religión».

28

Mi madre hablaba de la batalla del Ebro. En la batalla del Ebro había estado su padre. Metido en un agujero y disparando. «Pasaba mucho miedo tu abuelo», decía mi madre.

29

El padre de Andrés Soller alquilaba trajes de torero. Los maniquíes con los trajes de torero estaban por toda su casa. Ocupaban todo el pasillo. Estaban llenos de sangre. Me pregunto quién podía ponerse esos trajes de torero llenos de sangre.