Cuando Kadra se recuperó, su visión estaba embadurnada por la sangre y el dolor. Su cuerpo experimentaba miles de punzadas y dolores por la batalla. Ésta seguía resonando en sus oídos.
Y el primer pensamiento mientras se puso de rodillas fue: Harper.
El aire estaba saturado de humo y el hedor de la sangre de una docena de demonios y semidemonios. Ella recordó a la niña y su corazón le dio un salto. Enterrando su dolor, tomó su espada aferrándola con ambas manos.
El sonido que ahora escuchaba cortando el aire apestoso, era uno de codicia, de gloria amarga. Dándose vuelta alzó la espada en alto sobre su cabeza.
Vio, recostado contra el muro a Sorak, su capa real sin manchas, mientras brindaba al sangrante Harper su beso maldito.
Miedo, furia y horror brotaron de ella en un solo y urgente grito que era el nombre de Harper.
Ella corrió todavía gritando, la punta de su espada apuntando a lo alto en donde recibía la escasa luz y brillaba vengativa.
El disparo fue un sonido pequeño, un ahogado crujido como el golpe de un puño en la madera. El cuerpo de Sorak se agitó y su cabeza se alzó con una suerte de expresión confundida. Se llevó una mano al vientre en donde su sangre brotaba por entre sus delgados dedos azules.
—Soy rey de los Bok. —Sorak vio confuso cómo se derramaba su propia sangre—. Aquí soy un dios. No puedo ser destruido por medios humanos.
—¿Quieres apostar? —Con la poca fuerza que le quedaba, Harper volvió a disparar—. Tú pierdes —alcanzó a decir antes de dejar caer su cabeza.
Kadra saltó entre ellos cuando Sorak se desmoronó. Ella volvió a alzar la espada apuntando a su corazón.
—Él te ha matado. Harper el guerrero te envía al infierno.
—Y yo lo he hecho mío. —Su sonrisa se ensanchó—. Y tú, Kadra, Cazadora de Demonios, debes destruir lo que amas o ser destruida por él. Yo he ganado.
—Él nunca será tuyo. Ésa es mi promesa. —Con toda su fuerza enterró la espada en su cuerpo, dejándola clavada en el cuerpo de Sorak y en la piedra de debajo, se dejó caer de rodillas junto a Harper.
Había sangre, la suya y la de Sorak sobre su rostro. El paño sanador en torno a su pierna herida estaba empapado. Sus ojos se estaban apagando.
Pero pudo mirar a Kadra con algo parecido al triunfo.
—Ha terminado.
—Sí. —Los dedos de la cazadora temblaron mientras apartaba el cabello de Harper de su rostro—. Ha terminado.
—Misión cumplida, ¿eh? La niña. —Cerró los ojos bajo un dolor agónico, una marea de fatiga imposible—. La niña regresó por el portal.
—Cambiaste su vida por la de ella. —Por la mía, pensó—. Y por la mía.
—Ella no podía tener más de dos años. No podía quedarme y dejar que él… Cristo. —Tenía que juntar fuerzas para siquiera respirar—. Tu cabeza está sangrando.
—Es sólo…
—Un raspón. Sí, sí. Yo también tengo algunos. —Hizo fuerzas para aclarar su vista, para poder verla mejor—. Baby, estoy bastante estropeado.
—Te llevaré a un curandero.
—Kadra. —Quería coger su mano pero no podía mover el brazo—. El bastardo me besó. Aquí el cambio es más rápido. Pero no sabemos cuánto.
—No cambiarás. No lo harás. —Las lágrimas corrían sin control por sus mejillas—. Te llevaré de regreso por el portal. A Rhee, la hechicera.
—Me estoy yendo, puedo sentirlo. —Estaba frío, frío hasta los huesos. Perdía, él lo sabía, el calor de su propia humanidad—. No podemos correr el riesgo. Tú sabes lo que tienes que hacer.
—No. —Ella tomó su rostro con manos desesperadas—. No.
—Dejé caer el arma. Dámela, déjame hacerlo.
—No. —Ella llevó su rostro contra su pecho y lo acunó—. No, no, no.
El olor de su piel le dio consuelo, pero por debajo, reptando, había un desagradable y extraño apetito que lo horrorizaba.
—No me dejes cambiar. Si me amas, termina conmigo. Déjame morir humano. —Apretó sus labios contra su corazón—. Te amo. Que sea eso lo último que recordemos de todo esto. Te amo.
Quedó lánguido. El pánico se apoderó de ella; un llanto salvaje mientras lo sacudía, lo abofeteaba, lo llamaba. Pero él se encontraba en el sueño del cambio, una suerte de muerte en vida y no podía ser alcanzado.
—No. Tú no te lo llevarás. —Dio un salto hasta donde Sorak había muerto. Todo lo que quedaba era la espada todavía en la piedra y la esfera que el rey demonio había robado. Ella la cogió, y con un grito de batalla penetrante liberó la espada de la piedra.
Las lágrimas corrieron por su rostro endurecido mientras ella volvía a arrodillarse junto a Harper, sus brazos en torno a él.
Pero cuando el portal se abrió y la luz los cubrió, los llevó a un mundo que ella nunca había visto.
El cuarto era blanco. A través de un muro de cristal se veían árboles púrpura y zafiro contra un pálido cielo dorado. Frente a él, vestida de blanco, estaba Rhee.
—Ayúdalo. —Kadra acomodó a Harper frente a ella y extendió sus brazos en súplica—. Sálvalo.
—No puedo.
—Tienes poder.
—Todos lo tenemos. Hija…
—No me llames hija. —Furiosa, lista para la batalla, Kadra se puso de pie de un salto—. Algunos se salvan del sueño que los transforma a través de la hechicería. He escuchado esas historias.
—Está más allá de mi capacidad el salvarlo.
—Dijiste que compartimos la misma sangre, pero tú rehúsas a lo único que te he pedido. Tú me lo enviaste.
—No fui yo, sino el destino.
—Destino —escupió Kadra—. ¿Quién teje un destino que le pide a un hombre que pelee en una guerra que no es la suya, que arriesgue su vida en una batalla que no es la suya? Él peleó conmigo y por mí. Él destruyó al rey Bok cuando yo fracasé. Él ofreció su vida por una niña que no era suya. Y por ese coraje, por ese valor, se le paga transformándolo en aquello contra lo que luchó. ¿Quién pide semejante sacrificio?
—No hay respuestas para las preguntas que haces. ¿Qué fue lo que él te dio, qué fue lo que le diste?
—Amor.
—Entonces hay una manera. Coraje y fuerza —dijo Rhee mientras avanzaba—. Visión y amor. Con eso hay un modo para que tú, y sólo tú, lo salves.
—¿Cómo? Sea lo que sea lo haré. ¿Una prueba, una batalla? Dímelo, y dalo por hecho.
—Un beso.
—¿Un beso?
—El don del aliento, de la vida y del amor. Si tu amor es verdadero, si es puro y mutuo, el poder de ese beso, del amor que encierra, vencerá a la maldad del demonio.
—¿Puede ser tan sencillo?
—Nada lo es —dijo Rhee con una sonrisa—. Debes purificarte primero. Te ayudaré y te diré el resto.
—No hay tiempo. —Su corazón le dio un sobresalto cuando señaló a Harper. Sus uñas eran azul pálido—. Ya está cambiando.
—Aquí el tiempo se detiene. Eso te lo puedo dar. Permanecerá tal como es mientras nos preparamos.
—Hay una opción —le dijo Rhee mientras Kadra se bañaba—. Y hay un gran riesgo.
—Soy una guerrera —respondió Kadra.
—Ahora debes ser mujer y guerrera.
—Entonces me baño en aceites perfumados, lavo mis cabellos con capullos de jazmín. No tengo paciencia para tales cuestiones.
—Rituales. —Los labios de Rhee se curvaron en una sonrisa mientras le ofrecía una toalla blanca—. ¿Acaso no afilas las espadas antes de la batalla? Esto no es tan diferente. No todos los guerreros son mujeres, hija, pero todas las mujeres deben ser guerreros. Él necesitará todo lo que tú eres si es que va a sobrevivir.
—Si fracaso, ¿puede quedarse aquí? ¿Durmiendo como duerme ahora?
Con dulzura, Rhee acarició el cabello de Kadra.
—¿Desearías eso para él? ¿Una eternidad de nada?
—No puedo dejarlo cambiar. Fue lo último que me pidió, que tomara su vida para poder terminarla como hombre.
—¿Y lo harías?
—No lo dejaré morir como una bestia. No le fallaré. Si uso mi espada con él, jamás volveré a esgrimirla.
Eso, pensó Rhee, es lo que yo deseé para ti. Más allá del valor y de la fuerza, más allá de los gritos de batalla y las proezas, un amor tan profundo como un pozo en el que puedas ahogarte.
—Ésas son decisiones que sólo tú puedes tomar. Hay algo más. La magia que pasó de mi sangre a la tuya es poderosa. Pero más potente es la magia que has encontrado en tu corazón. Créeme.
Rhee tomó a su hija por los brazos. Brazos, pensó entonces, que habían aprendido a alzar una espada y a abrazar a un hombre que era su par.
—Entrégate sin dudarlo. Si dudas, si dudas, sigue adelante, es posible que salga con vida. Pero no tú.
Rhee le entregó una larga túnica blanca.
—Vístete con esto.
—Una extraña prenda para una batalla entre la vida y la muerte. —Kadra se la colocó y ajustó luego el cinto—. Si mi amor no es lo suficientemente fuerte, moriré.
Rhee se cruzó de brazos porque ansiaba abrazarla, tocarla, consolarla.
—Sí, te entregué una vez a tu destino. Y me dolieron los brazos por tu ausencia. Te observé a mi modo, cuando crecías, en qué te transformabas. Y me sentí orgullosa. Pero mis brazos estaban vacíos. Ahora, te entrego nuevamente a tu destino.
—¿Amaste al hombre que fue mi padre?
—Con todo lo que soy. Y así y todo no pude salvarlo. Sólo pude observar cuando me lo arrebataban. Él habría estado orgulloso como lo estoy yo, de la vida que hemos creado juntos, en ti.
—Madre —dijo Kadra cuando Rhee se dio media vuelta hacia la entrada. Y ella avanzó y dejó que se acercara. Se dejó abrazar.
—Has encontrado ternura —murmuró Rhee—. Y perdón. Eso te hará más fuerte. —Ella la abrazó con fuerza un momento, sólo un momento más—. Sé fuerte, hija mía. Ya es la hora.
Condujo a Kadra de regreso a la blanca habitación. Ahora Harper yacía en un lecho que estaba cubierto por delgadas cortinas blancas. Un jardín de blancas flores lo rodeaba. Docenas de delgadas y blancas velas daban una suave luz.
Él vestía una camisa y pantalones blancos. Su rostro, mortalmente pálido, no mostraba herida alguna.
Kadra corrió las cortinas.
—Sus heridas.
—Al menos pude hacer eso. Su carne está sana, al igual que la tuya.
—Él es hermoso. Es… —Mi vida, pensó—. Lo conozco sólo desde hace un día y sin embargo, él me ha cambiado para siempre.
—Habéis cambiado mutuamente. Y ese cambio será más poderoso que el que Sorak puso en su interior. Debes creerlo.
—Una espada no es suficiente. —Kadra miró de reojo—. ¿Es ésa mi lección?
—Siempre has contado con más que una espada. Sorak está muerto. Juntos habéis cumplido esa gran tarea, y ambos mundos están ahora a salvo. Por ese don, cada uno de vosotros tenéis permitido el paso a cualquiera de los mundos. Como vosotros decidáis.
—¿Cómo es eso posible? El equilibrio…
—El amor logra su propio equilibrio. —Rhee caminó hasta una mesa en donde cada una de las esferas se encontraba sobre un pequeño pedestal. Una, esmeralda; la otra, rubí.
—La esmeralda es tu piedra y su llave abre el portal del mundo que conociste. El rubí es la suya y su llave abre su mundo. Debo dejarte. Lo que ahora hagas quedará entre vosotros. Siempre estaré contigo, Kadra, Cazadora de Demonios; tu destino está nuevamente en tus manos.
Rhee la abrazó y luego desapareció.
—Esto lo debo llevar a cabo sin espada ni daga. —Sin embargo, tomó su diadema de la mesa y se la colocó sobre sus cabellos perfumados—. Pero yo soy quien soy. Y todo lo que soy es tuyo, Harper Doyle.
Ella se acercó al lecho colocando una mano sobre su mejilla helada. Las palabras estaban en su interior, como si también ellas hubieran estado dormidas.
—Te amo con el corazón, con el alma, con el cuerpo. En todos los mundos, en todos los tiempos. Regresa a mí.
E inclinándose, rozó con sus labios los suyos.
Amor y vida, pensó ella mientras respiraba en su boca. Vida y amor. Fuerte como un semental, puro como una paloma. Ella aspiró el veneno y le dio su aliento. El don del corazón y el alma recoge ahora de mí y del Beso del Demonio quédate libre.
El dolor vibró por todo su cuerpo pero ella mantuvo sus labios tibios, gentilmente sobre los de él. Mareada, apoyó una mano junto a su cabeza y se entregó.
Moriría por ti, pensó. Viviré para ti.
Cuando su boca se agitó debajo de la de ella, cuando él se agitó, ella cayó de rodillas junto al lecho.
Fuera, el cielo se oscureció, brilló dorado y los árboles como joyas se estremecieron.
Harper soñó que nadaba, que se enfrentaba a un mar furioso y oscuro que lo quería tragar. Se desprendió de su helada profundidad en busca de Kadra, batallando contra las voraces olas que querían retenerlo.
Hasta que llegó a un cálido río de aguas blancas, flotando. Y se despertó con su nombre en los labios.
Ella alzó el rostro, y no sintió vergüenza por sus lágrimas, mientras tomaba su mano.
—Sí, sí, sí.
Ella tomó su mano y la apoyó contra su mejilla, la besó y luego observándola rió aliviada al ver el color saludable de su piel y sus uñas.
—Baby —dijo, saboreando la palabra—. Estoy contigo.
Él sólo vio blanco, las cortinas de gasa, el brillo de las velas del otro lado, la exuberancia de las flores. Después la vio a ella cuando se puso de pie a su lado y volvió a besarlo.
—Si esto es el infierno —dijo en voz alta—, no está tan mal.
—No estás muerto. Vives. No has cambiado. Él se sentó sorprendido por la energía que lo recorría, por la total ausencia de dolor.
—¿Cómo?
—El amor fue suficiente.
—A mí me basta. ¿En dónde estamos? ¿Qué es lo que has hecho?
—Estamos en otra dimensión. Rhee, la hechicera… mi madre, nos trajo. Ella nos sanó.
—¿Y qué hizo, exorcizó al demonio?
—Eso lo hice yo. Un beso te despertó y te trajo de regreso.
—¿Como la Bella Durmiente? Estás bromeando. Ella retrocedió.
—Parece que no te agrada.
—Bueno, por Dios, es vergonzoso. —Se acomodó los cabellos y descendió del lecho.
—¿Preferirías morir con tu orgullo? —Aunque parte de ella entendía perfectamente sus sentimientos, igual le irritaba. Ella, quien nunca había creído en el romance, había encontrado la situación desesperadamente romántica. El tipo de situaciones de las que hablan los poetas—. Eres un desagradecido y un estúpido.
—Puede que sea estúpido. Desagradecido, definitivamente no. Pero si te da lo mismo guardemos esta parte de la experiencia sólo para nosotros.
Ella sacudió un hombro y alzó el mentón. E hizo que él sonriera.
—Me salvaste la vida y me has convertido en hombre. Gracias.
Ahora ella lagrimeó.
—Eres un bravo guerrero y no merecías el destino que Sorak quería para ti.
—Ahí vas otra vez. Mi ego ha vuelto casi a la normalidad. Y puedo decirte que te veo bellísima. Increíble. De hecho, hay una expresión en mi mundo respecto a cómo te veo ahora. Es algo así como «¡Hostias!».
—Tonterías rituales —respondió agitando la túnica con su mano.
—Me encanta cómo te veo. Te amo, Kadra. Ella suspiró.
—Lo sé. Si el amor entre nosotros no fuera tan fuerte y verdadero, tú no habrías despertado para poder irritarme.
Ella apartó la mirada en forma deliberada cuando él se acercó a ella y cuando la abrazó con fuerza.
Le besó entonces la mejilla, le besó la sien en donde una bala la había rozado.
—Pensé que te había perdido y eso fue peor que pensar que me perdí a mí mismo.
Cediendo, ella volvió sus labios a los de él.
—Harper Doyle.
—Kadra, Cazadora de Demonios.
Ella se apartó, sus ojos solemnes a pesar del humor en los de él.
—¿Deseas que sea tu compañera para siempre y que tenga tus hijos?
—Apuesta que sí.
—Eso es también lo que yo deseo. Éste no es el camino tradicional para una cazadora.
Él alzó una mano para acariciar con un dedo la diadema que indicaba su rango.
—Haremos nuevas tradiciones. Quédate conmigo, Kadra. Sé una conmigo. Nos quedaremos aquí, donde sea que estemos. No importa.
—Éste no es nuestro lugar. —Ella retrocedió e hizo un gesto hacia las dos esferas—. La del pedestal de esmeralda se abre a mi mundo. El rubí, al tuyo. Creía que para mantener el equilibrio teníamos que regresar cada uno al mundo de donde provenimos. Pero he tenido una visión. —Ella lo miró—. Mi madre es una hechicera, y su sangre es mi sangre. Veo lo que una vez rehusé mirar. Veo la magia en mi interior. Debo practicar con ella así como una vez practiqué con la espada. Hasta que sea diestra.
—Cazadora y hechicera. Dos por el precio de una.
—No puede existir equilibrio allí donde el amor es negado y rechazado. Estamos hechos el uno para el otro, y entonces así será.
—Elige —le dijo a ella—. Viviré en cualquier mundo mientras sea a tu lado.
Ella tomó el morral con sus pertenencias y lo lanzó en su dirección. Tomó su espada, y acercándose a la mesa, tomó la esfera que descansaba en el pedestal de rubí.
—Los Bok han perdido a su rey y las cazadoras que son mis hermanas, los matarán, y continuarán la pelea contra todos los demonios. Pero hay batallas que pelear en tu mundo, demonios de otra clase que deben ser eliminados. Deseo pelear allí contigo.
—Camaradas, entonces. —Le tomó la mano, la besó—. Haremos un equipo fantástico.
—Y me gusta el pastel llamado pizza y la cerveza. Y todavía más me gusta esto, besar.
—Baby, somos el uno para el otro.
La rodeó con sus brazos besándola con fuerza. Cuando el portal se abrió y la luz los bañó, saltaron juntos. Y regresaron a su hogar.