Capítulo 8

Se movían en la oscuridad guiados por el delgado rayo de luz de la linterna de Harper y por el instinto de Kadra. Y se movían en silencio.

Ella había matado a un hombre y para Harper los incinerados restos que habían dejado atrás en el túnel seguían siendo de un hombre. Ella lo había hecho con la misma fría eficiencia que había utilizado para destrozar al espantoso pequeño monstruo de dos cabezas en A’Dair.

En el zoológico su concentración brutal le había parecido fascinante, admirable. Incluso sexy. Pero allí se habían enfrentado a bestias salvajes, hambrientas y extrañas a pesar de su apariencia.

Éste había sido un hombre. ¿Cómo podía ella estar tan segura de que su salto adelante había sido un ataque en vez de una súplica?

—Dijiste que la transformación lleva tiempo —comenzó Harper.

—En mi mundo —dijo ella cortante—. No puedo saber, nadie puede saber, cómo sucede el cambio en el tuyo. Ningún demonio había viajado de mi mundo al tuyo hasta ahora. En A’Dair, el demonio se lleva a su víctima a una guarida. Durante doce horas el humano duerme, un sueño transformador que es como la muerte. Sólo durante ese período existe alguna esperanza de salvación, e incluso esa esperanza es diminuta. Una vez que el demonio despierta, es demasiado tarde. El cambio es irreversible, incluso aunque no sea completo. Es un demonio. Y se alimenta.

—Si aquí existe una diferencia de tiempo, tal vez haya una diferencia de estructuras en el cambio.

—Él despertó. Caminaba. Se hubiera alimentado de ti si no lo hubiera detenido. La sangre ya estaba mezclada, Harper. Su muerte fue un acto piadoso. Lo que en él quedaba de humano lo supo.

Ella no había sentido que el amor podía ser doloroso. Ella no había sabido que cuando un corazón se abre a otro puede ser lastimado con facilidad. Pero el suyo lo estaba, y la herida llegaba al hueso: él la había mirado como si ella fuera el monstruo.

Ella no quería hablar de ello. Deseaba dejarlo a un lado y hacer sólo lo que había venido a llevar a cabo. Pero el dolor en su corazón era una distracción.

—Cada muerte humana es una muerte dentro de mí. —Habló con calma sin mirarlo—. No puedo salvarlos a todos. Daría mi vida si pudiera ser de otro modo.

—Lo sé. —Pero ambos escucharon la duda en su voz. Ese dolor la cortaba, la volvía descuidada, la hacía vulnerable a lo que saltó hacia ella desde la oscuridad.

Gruñía, los dientes desnudos, las garras descubiertas buscándole el cuello mientras se retorcía para bloquear.

Era mujer y vieja. Y estaba loca. Retrocedió, veloz como una araña a las sombras. Kadra desenvainó su espada, y guiándose por el olor y el sonido atacó.

Se carcajeó. Era el único modo de describir el sonido que hizo al atacar a Kadra por la espalda.

La bala de Harper la detuvo en el aire. La sangre brotó, esa hedionda mezcla de rojo y verde mientras caía al suelo, brazos y piernas sacudiéndose.

Una anciana, pensó Harper mientras miraba al rostro enloquecido y agónico. Una de las patéticas figuras que con tanta frecuencia se escurren de la sociedad cayendo por sus entrañas.

Era lo suficientemente anciana como para ser su abuela.

—No la mataste —le dijo Kadra agachada a su lado—. No acabaste con su vida, y no debes quedarte con ese peso. Sorak la mató, y tú terminaste su tormento. Mataste al monstruo. La mujer ya estaba muerta.

—¿Alguna vez te acostumbras?

Ella dudó, casi le mintió. Pero cuando él alzó la cabeza y la miró a los ojos, ella le dijo la verdad.

—Sí. Debes hacerlo. ¿Cómo podrías si no, tomar tu espada día tras día? Pero hay tristeza, Harper. Hay pena por lo perdido. El demonio no tiene ni pena ni pesar. Ni alegría ni pasión, ni amor. Creo que cuando se alimentan de nosotros lo hacen con la esperanza de consumir lo que nos hace humanos. Nuestro corazón, nuestra alma. Pero no pueden. Todo lo que pueden tomar y transformar es el cuerpo. El corazón y el alma viven en otra parte. Y a ese lugar no tienen acceso.

—Por eso Sorak viene a este lugar. Tal vez crea que tenga mejor suerte alimentándose de almas en esta dimensión.

—Tal vez.

La mujer ya era apenas cenizas cuando Harper volvió a mirar a Kadra.

—Lamento lo de antes. No quería creer que pudiera suceder, que pudiéramos ser usados de este modo. Era más sencillo culparte a ti por detenerlo que a Sorak por darle comienzo.

—Habrá otros.

—Y ambos los detendremos. —Extendió el brazo y con el dedo tocó las marcas de la garra en su cuello—. Estás herida.

—Rasguños porque fui descuidada. Pero no sucederá una segunda vez.

—Tampoco me descuidaré yo. —No con la batalla, pensó, y tampoco con ella. La tomó de la mano cuando se pusieron de pie—. Encontremos a ese bastardo y démosle la bienvenida a Nueva York.

Harper mantuvo su Glock en una mano y el cuchillo en la otra. El túnel hacía una curva y una leve luz brillaba al final. Escuchó el rugido de un tren a sus espaldas, pero frente a ellos, sólo silencio.

Ahora podía ver rastros de viviendas de humanos. Vidrios rotos, una botella vacía que pudo contener whisky barato. Envoltorios de comida, una zapatilla vieja con un agujero en el dedo gordo.

—Su guarida. —Haciendo un gesto con el mentón, Kadra desenvainó su espada—. No está solo.

—Bueno, ¿por qué no nos sumamos a la fiesta? —Jugueteó con el cuchillo que sostenía en la mano—. Hemos traído algunos bonitos regalos.

Ella se deshizo del abrigo haciéndolo a un lado.

—No se complacerá en vernos.

El túnel se ensanchó. Había más basura de los habitantes que habían decidido ocupar el metro. Deshechos de comida, cajas rotas que tal vez hubieran servido de refugio. Una muñeca sin cabeza. Y a medida que se acercaban a la luz una mancha de sangre contra la sucia pared.

Los primeros tres aparecieron corriendo enloquecidos, todo garras y dientes. Harper disparó apuntando de izquierda a derecha. Hubo un hedor de algo no humano cuando uno de ellos lanzó al herido contra Harper y luego saltó como un misil por debajo del cuerpo. Sus dientes se clavaron en su pantorrilla a la vez que él lo apuñalaba de abajo hacia arriba con la daga.

Los dientes continuaron mordiéndole la pierna aún cuando la criatura comenzaba a humear. Maldijo, pateó, y sintió que se le desgarraban ropas y carnes cuando el semidemonio golpeaba contra la pared del túnel.

Se liberó y vio a Kadra quien ya había matado al tercero, y a un cuarto que había intentado usar el ataque como escudo para atacar a su vez.

Ella ni siquiera parecía agitada.

—Eso fue demasiado sencillo —comentó.

—Ajá. —Él cojeaba apretando los dientes contra el ardiente dolor de la mordedura—. Fue una brisa.

—Está jugando con nosotros. —Ahora ella tomó el paño sanador—. Nos insulta. Cubre tu herida.

Él se arrodilló atando rápidamente el lienzo en torno a su pierna herida.

—¿Y cómo es que enviar cuatro hombres de avanzadilla con dientes verdaderamente filosos es un insulto?

—Él sabía que los destruiríamos. Cuatro, no transformados por completo, son juego de niños.

—Ajá. —Anudó el lienzo con determinación—. En este momento me siento verdaderamente un niño.

—Él nos quiere aquí. Quiere observar la batalla. El olor de la sangre lo alimenta casi tanto como su sabor.

—Okay. —Probó su peso en la pierna herida. Tendría que sostenerlo—. Vayamos a darle a su majestad una verdadera cena de cinco estrellas.

Ella desenvainó su daga, chequeó el equilibrio de ambas armas, y luego asintió.

—Por tu mundo y por el mío. Hasta la muerte.

—Que sea la muerte de Sorak.

Atacaron.

Kadra observó unos movimientos por encima y dio una voltereta que envió al demonio volando por encima de su cabeza. Lo atravesó de una estocada, sacó la espada de su cuerpo antes que éste cayera a tierra, usando sus caderas pegó un salto dando con sus botas en el rostro del siguiente atacante. Y después de pie, dando mandobles y girando como remolino.

Escuchó disparos y, dándose vuelta, vio a Harper matar a dos semidemonios a su izquierda y prepararse para enfrentarse a otro a su derecha con su cuchillo.

Ella abrió un claro, cortando con su espada, y se colocó para pelear espalda con espalda.

—¡Sorak está cerca! —gritó—. Puedo olerlo.

—Ajá. —Harper ignoraba el sudor que le caía por los ojos—. También yo.

Disparó a un huesudo y calvo semidemonio que todavía vestía una rasgada y deslucida camiseta de los New York Mets. Mientras el demonio humeaba y moría a sus pies Harper examinó el túnel.

No pudo pensar en quiénes habían sido, se dijo, sino en qué se habían convertido.

—No veo a ninguno más.

Todavía espalda con espalda, giraron.

—¡Sorak! —gritó Kadra—. Ven a enfrentarte a tu destino. Como si esperara la señal una luz brilló en el túnel. Surgiendo de ella, tres demonios atacaron.

—Ha usado el portal. Trajo a otros consigo.

Harper disparó y cuando la Glock se vació la utilizó como cachiporra. Su pierna le dolió terriblemente mientras daba un salto para dar una patada. El demonio apenas si trastabilló haciendo a Harper a un lado, por lo que su pierna herida flaqueó. Patinó en el suelo y perdió el aliento y el arma cuando el demonio cayó sobre él.

Por segunda vez, sintió el dolor de las garras al clavarse. Gritando de furia, atravesó la garganta del demonio con el cuchillo y se revolvió como un animal cuando la espesa sangre verde cayó sobre sus manos y su rostro.

Cuando salió de debajo del demonio cubierto de sangre, vio a Kadra pelear con los otros dos demonios.

Sus armas brillaban como relámpagos. Ella bloqueó la espada curva de uno de ellos y luego atravesó su vientre con su daga mientras con su espada atacaba al segundo demonio.

—La próxima vez —le dijo Harper mientras cojeaba en dirección a ella—. Yo peleo contra dos a la vez.

Agitada, ella asintió.

—La próxima vez.

La sangre humeante oscurecía el aire. Ella observó más allá de la humareda señalando a Sorak con su espada. Sus garras y su rostro estaban enrojecidos con la sangre del cuerpo que yacía a sus pies.

Se había alimentado y vuelto a alimentar, y ella se dio cuenta de que tendría la fuerza de diez demonios.

Así y todo, su postura era petulante, y su voz burlona.

—Deberías haber traído un ejército, rey de los demonios. Habríamos cubierto este lugar con sus cadáveres.

—Traje algo mejor que un ejército. —Sorak buscó detrás suyo y tomó a una pequeña por el cuello. Ella dejó escapar un sollozo mientras sus piernecillas pataleaban en el aire, a dos pies del suelo.

Obsceno, le rozó la garganta con los dientes.

—Los jóvenes son tan dulces. ¿Cuánto por su vida? Kadra bajó su espada. Aunque su mano era firme, su corazón le dio un salto en el pecho.

—¿Negociarás tu vida por la de una niña humana? ¿Acaso la de un rey no vale más?

—No estaba hablando contigo, Kadra, Cazadora de Demonios. —Sorak alzó su otra mano, con un revólver.

El policía del metro, pensó Harper con una punzada de terror. Sorak había tomado el arma del policía de tránsito y él había estado demasiado furioso para notar la pistolera vacía.

Con un juramento Harper empujó a Kadra a un lado cuando Sorak disparó. Mientras caía la sangre brotó de su sien y la espada cayó con un ruido metálico al suelo.

—¡No, maldición, no! —Harper cayó de rodillas, la tomó, y buscó su pulso.

—Nací para ver su muerte. —Sorak sacudió a la chiquilla hasta que ésta comenzó a gemir—. Dime, Harper Doyle ¿naciste tú para la muerte?

Ella está viva, se dijo. Y las cazadoras sanan rápidamente. Él haría lo posible para darle a ella esa oportunidad y para salvar a una niña inocente de la muerte. O de algo peor.

Se puso de pie, el puñal en la mano.

—Para la tuya. Nací para la tuya.

—Acércate y… —Sorak pasó una garra burlona por las redondas mejillas de la niña mientras sus gritos se convertían en los quejidos de un animal atrapado—. La haré pedazos. ¿Cuánto por la niña, Harper Doyle? ¿Cuánto valen los pequeños en este mundo?

Sus ojos eran azules, observó Harper. Ahora vidriosos como los de una muñeca, llenos de espanto.

—¿Cuánto quieres?

—Tú bastarás. Tu vida por su vida. Disfrutaré poseyendo lo que pertenece a la cazadora y hacerlo mío. Deja caer tu daga, o la niña muere ahora.

—¿Y Kadra?

A través del hediondo humo Harper vio el brillo de los afilados dientes.

—¿Acaso crees que tu vida vale la de ambas? —Sorak avanzó y Harper pudo ver la sangre brotando de las heridas de las garras en el blanco cuello de la niña—. Podría matarte ahí donde estás con esta arma. Pero eso sería… poco deportivo. Acepta el trato u observa mientras le doy a ella mi beso.

No se podía regatear con los monstruos. Incluso a sabiendas de eso, Harper no vio alternativa.

—Déjala, déjala ir. Un cuchillo no es mucha oposición contra un revolver. Eres lo suficientemente listo para saberlo. En este mundo el usar a un niño como escudo es señal de cobardía. Yo pensé que tú eras un rey.

—Aquí soy más que un rey. Soy dios. —Descuidadamente dejó caer a la niña al suelo y luego tomó la esfera. El portal se abrió de golpe—. Corre, pequeña humana. Corre rápido o te atraparé después de todo.

Ella corrió llorando. El portal se cerró a sus espaldas.

—Y ahora. —Sonriendo, Sorak avanzó con un movimiento tan veloz que Harper no tuvo tiempo de evadirlo o defenderse. Usando el dorso de la mano, Sorak golpeó a Harper en el rostro con un golpe tan fuerte que le lanzó contra el muro. El cuchillo cayó de su mano como un jabón mojado.

Con la pared sosteniéndolo Harper se fue deslizando al piso.

—Ahora eres mío. Un guerrero esclavo de mi ejército en este mundo. Aquí regiré.

—Fríete en el infierno. —Harper se ahogó mientras esas garras le apretaban el cuello. En su mente llamó a Kadra pidiéndole que se despertara para salvarse del horror que se aproximaba.

—Pronto verás qué es ser como yo soy. Perderás esa debilidad que te hace humano. —Sorak se acercó, su boca apenas a un fétido aliento de distancia de la de Harper, sus brillantes dientes al desnudo—. Te daré a la cazadora cuando despiertes, y nos alimentaremos juntos de ella.

Él supo del dolor, de una agonía más allá de lo imaginable cuando esa boca, esos dientes, se cerraron sobre los suyos. La sorpresa le recorrió el cuerpo, arrancó su cordura, mientras esas garras azules le desgarraban la carne hasta que sintió que su corazón estaba a punto de explotar.

La mano que había estado luchando por alcanzar el arma en su bota se agitó y cayó límpida a un costado.

Tuvo visiones de fuego y humo, de sangre y muerte brutal. Tormento y angustia. Con ellas vino un letargo que pesaba en sus miembros como plomo fundido.

A través del humo, a través del dolor, escuchó a Kadra gritar su nombre.

Temblando cerró los dedos sobre la empuñadura del arma. Consiguió mover el brazo herido lentamente sintiendo un dolor agónico y alzar la pistola entre los cuerpos. Sin estar del todo consciente de hacia dónde apuntaba el arma, disparó.