Ninguna unión había sido tan intensa o tan placentera. Ninguna le había causado a ella esa misteriosa sensación más allá de lo físico. Ni tampoco una que la encontrara a la vez conquistada y victoriosa.
Los poetas hablaban de semejantes uniones, pero ella no había creído que sus palabras fueran más allá de una ilusión romántica.
Se dio cuenta de que todavía estaban unidos. Apretados el uno al otro, unidos como dos eslabones de una cadena. Esto era más que deporte, pensó. Ella no deseaba que terminara.
Frotó sus labios contra los suyos, experimentando. Su sabor seguía allí —su carne, sí— pero había más. Su boca, la intimidad del beso que había sido como… alimentarse el uno del otro. Ella no había sabido que semejantes cuestiones generaran tanto calor, y fueran, sin embargo, tan tiernas.
Ella nunca había conocido la ternura, ni había creído necesitarla.
Era una maravilla que en el mundo que conocía un beso en la boca fuera reservado para los compañeros de por vida y fuera parte de los votos sagrados que se extendían en el tiempo.
Si él hubiera vivido en su mundo, o ella en el suyo, ¿podrían haber sido compañeros para siempre?
El pensarlo le produjo un dolor intenso, un profundo y doloroso deseo. Ella era una cazadora, se obligó a recordar; y él un buscador. Ellos podían recorrer el mismo camino sólo hasta que la batalla fuera ganada. Después, ellos, como sus mundos, deberían separarse.
Pero hasta que concluyera su tiempo juntos, ella podía quedarse con lo que pudiera obtener.
—Me gusta besar —dijo pasándole las manos por los cabellos mientras se apartaba un poco para mirarle el rostro—. Me gustaría hacerlo un poco más si hay oportunidad para volver a juntarnos.
—El besarse no es sólo para juntarse. —Todavía perdido en ella, todavía inmerso en el primer e intenso licor del amor, le rozó los labios con los suyos.
—¿Qué más? Enséñame.
Frente a la idea de enseñarle, su pulso volvió a acelerarse.
—En momentos como éste, después de hacer el amor…
—Hacer el amor. —Siguiendo su ejemplo, ella se inclinó para rozarle los labios con los suyos—. Me gusta esa frase.
—A veces, después, cuando una pareja sigue conectada se besan para demostrarse cuánto placer recibieron. Puede ser largo y relajado, como esto.
La acercó contra sí, con un lento y gentil roce que provocó un ronroneo de placer en su garganta. Suave, tan suave, profundo y sin demanda. Dulce como el sueño de una doncella.
—Sí —suspiró—. Otra vez.
—Espera. A veces, cuando las pasiones se han despertado y la gente sigue atrapada en los últimos flecos de la tormenta que generan, el tono del beso lo refleja. Así.
Él la acercó hacia sí con fuerza, y su boca fue como una fiebre sobre la de ella. Ahora ella gimió y se abrazó a él como una cuerda. Él sentía la excitación en la piel de Kadra, en su sangre, hasta la boca de su estómago.
—Haces que desee. —Su voz era ahora espesa, y su corazón galopaba como si hubiera corrido hasta la cima de las Montañas de Piedra—. De manera que nunca he deseado.
—Haces que necesite. —Ahora él la sostenía, sólo la sostenía—. De manera que nunca necesité. ¿Qué vamos a hacer al respecto, Kadra?
Ella sacudió la cabeza.
—Lo que debe hacerse es todo lo que puede hacerse.
—Las cosas han cambiado. Las cosas son diferentes ahora.
Si tan sólo pudieran serlo, pensó ella. Con él, una dicha que no había conocido y estaba atrapada en su interior podía quedar en libertad.
—Lo que siento por ti me llena y me vacía a la vez. Nunca he conocido esto con ninguno otro. —Así y todo, se obligó a distanciarse de él—. El destino de dos mundos está en nuestras manos. No podemos juntarnos nosotros y perderlos.
—Los salvaremos, y después…
—No hables de «y después». —Ella llevó sus dedos a sus labios—. Sea lo que sea que el destino nos depare, tenemos el ahora. Es un don que debe ser atesorado, no cuestionado.
—Quiero una vida contigo.
Ella sonrió, pero había tristeza en su mirada.
—A veces las vidas tienen que vivirse en un solo día.
Él no iba a aceptar eso. Era bueno para resolver acertijos, pensó Harper. Encontraría una manera de resolver éste. También sabía que se estaba enfrentando a alguien tan cabezota como él mismo. Había un tiempo para la fuerza y un tiempo para la estrategia.
—El tener a una diosa guerrera cayendo sobre mí, desde otra dimensión, visitar una realidad paralela, enfrentarme a demonios, hacer el amor. Ha sido, hasta ahora, un día bastante atareado. —Enredó sus dedos en su cabellera—. ¿Qué es lo que sigue en nuestra agenda?
Fuerza, pensó Kadra, no es sólo cuestión de músculos. Era también cuestión de coraje. Ambos serían lo suficientemente valientes para aceptar su destino.
—Debemos cazar a Sorak, pero necesitaremos alimentos y tiempo para trazar un plan. Él es el más fuerte de entre los suyos, y el más astuto.
—Okay, pediremos una pizza para alimentarnos mientras diseñamos un plan de ataque.
Asintiendo, y agradecida de que él no insistiera ahora que ella era vulnerable, se levantó del lecho.
—¿Qué es esa pizza?
No hay pizza en A’Dair, pensó. Un punto para la Tierra.
—Es, ah, una suerte de pastel. En general, redondo —dijo mientras se permitía el placer de observarla vestirse la diminuta mitad inferior de su atuendo de caza—. Eres magnífica, Kadra. «Hermosa» es demasiado ordinario, una palabra demasiado simple —agregó cuando ella lo observó—. ¿Te dicen los hombres de A’Dair que les quitas el aliento, que el mirarte es como quedarse ciego por una belleza tan impetuosa que causa dolor?
Sus palabras la volvían débil, como si hubiera acabado con un millar de demonios en un día.
—Los hombres no hablan de ese modo a las cazadoras.
Él se puso de pie.
—Yo sí.
—Tú eres diferente. —Tan maravillosamente diferente—. Cuando escucho esas palabras de tu boca, me hacen sentir orgullosa. Y tímida. Nunca he sido tímida —agregó, confundida—. Me alegra que tú me encuentres atractiva.
—¿Acaso crees que eso es lo único que quiero decir? Tú eres muy atractiva. Rompes todos los récords en ese terreno. Pero cuando le agregas el coraje, la inteligencia, la compasión que vi en ti cuando Mav te habló de la muerte de su padre, tu activa curiosidad, tu sentido del humor, el corazón de una guerrera. Eres única en cualquier mundo, y yo estoy deslumbrado por ti.
—Nadie nunca… —Le ardía la garganta—. Necesito tiempo para encontrar las palabras para responder a las tuyas, tan refinadas y ricas.
Él le tomó las manos, llevándoselas a los labios.
—Son gratis. No requieren nada a cambio, ni pago alguno.
—¿Como un regalo?
—Exactamente.
—Gracias.
Él se vistió, encendió la TV en las noticias, por si acaso había alguna novedad. Comenzó a llamar para pedir una pizza. Después recordó que no era sólo su gusto el que tenía que satisfacer esta vez.
—Okay, la pizza viene con una variedad de opciones. Carne, vegetales, cosas como cebolla, champiñones, pimientos, embutido, salsa picante. Es una lista interminable. Yo suelo pedirla bastante cargada. ¿Hay algo que no comas?
—No me gusta la carne del grubhog.
Él dejó escapar una leve risa como un gruñido.
—Listo. Nada de grubhog.
Hizo el pedido —le explicó qué era un teléfono— y luego fue a la cocina por un par de cervezas.
—Llevará unos veinte minutos. Planeemos nuestro siguiente paso con unas cervezas de por medio.
—Me gusta la cerveza —le dijo.
—Apenas otra razón por la que somos perfectos el uno para el otro. —Golpeó su botella con la suya—. Salud. —Se dejó caer sobre el sofá, distendido—. Dijiste que Sorak tendría una guarida. ¿Qué tipo de lugar buscaría? ¿Cuáles son sus hábitos en los lugares donde vive?
—Los demonios viven bajo tierra. —Cruzó los pies a la altura de los tobillos y luego se sentó en el suelo con un movimiento continuo—. Les gusta la oscuridad después de alimentarse. Van bajo tierra, cavan túneles para poder viajar bajo tierra.
Ella tomó el teléfono portátil que él había dejado y comenzó a jugar con él.
—En el este, Laris y yo una vez seguimos a un grupo de demonios hasta una gran guarida, con muchos túneles excavados entre rocas y tierra, con muchas cámaras para depósitos y para descansar y guardar tesoros. Acabamos con el grupo e incendiamos la guarida. Era el palacio de Clud, y allí yo destruí al rey de los demonios. Pero Sorak, entonces príncipe, no estaba allí. Cuando se enteró de esto, juró matar a todas las cazadoras que habían matado a su padre, y construir un nuevo gran reino en un lugar en donde ninguna cazadora pudiera derrotarle. Tengo esto.
Se recogió el cabello para mostrarle una pequeña herida en forma de anzuelo en la base del cuello.
—Sólo un rey demonio puede dejar su marca en una cazadora. Ésta es de Clud. El último zarpazo de sus garras antes de que mi espada le atravesara el corazón.
—Impresionante. —Harper se abrió la camisa para mostrarle la línea de piel áspera en el hombro—. Me arrastraron, de malos modos y con una navaja.
Ella asintió.
—¿Cómo lo mataste?
—Así no funcionan las cosas por aquí. Lo molí a palos, después lo entregué a los policías y cobré mi comisión. Las autoridades —explicó—. Ponemos a los tíos malos, nuestros demonios, en la cárcel. En jaulas, como hoy en el zoológico.
—Ah. —Ella pensó en el asunto, y lo consideró justo. El cautiverio era una muerte en vida—. ¿Y el demonio que te rompió la nariz también está en su jaula?
—Golpe de suerte —le dijo Harper pasándose la mano por el irregular perfil de su nariz—. Sí, está cumpliendo su condena. Mugroso estafador que se acercaba a mujeres ricas, y luego las robaba, quitándoles las joyas, y vaciándoles las cuentas bancarias. Cerdo.
Kadra inclinó la cabeza.
—Me gusta cómo hablas. Me excita el escuchar tus historias.
—Ah, ¿sí? —Se deslizó hasta el suelo y quedó junto a ella, subiendo con sus dedos por la bota hasta llegar a su muslo—. Tengo un millón de historias.
—El deporte debe esperar.
—Me gusta tu rostro. Me resulta excitante mirarte el rostro. —Lo tocó, sólo un roce de las yemas de los dedos por su mejilla—. Cuando dormía, soñé que hacíamos el amor. Después sucedió, tal como lo había soñado.
—Eso es una visión.
—Tal vez. —Pensó en la sangre y en la batalla, en la oscuridad y el humo—. Una cosa antes de que volvamos a lo nuestro. Siempre me ha gustado trabajar solo; por eso es que trabajo a mi modo. Me gusta vivir solo, y por eso estropeé cualquier relación potencialmente seria con una mujer. Nunca quise una compañera, hasta que llegaste tú.
Ella alzó a su vez su mano y le acarició la mejilla. Una suerte de unión, se dio cuenta, con sólo tocarlo.
—He estado sola. Es la vida de las cazadoras. Nunca deseé que fuera de otro modo, hasta que llegaste tú. Escribirán canciones sobre esto en mi mundo. El gran guerrero de más allá de A’Dair.
Y cuando ella las escuche junto al fuego, pensó, volverá a estar sola.
Kadra dejó caer su mano, y luego bebió un largo trago de su cerveza.
—He rastreado a Sorak a lo largo de mi mundo y he matado a muchos de sus guerreros. No tiene hijos, y con su muerte el poder de los Bok disminuirá. Yo creí que iba a construirse una gran madriguera en algún lugar lejano, una fortaleza para montar una gran defensa. Pero en mi mundo. No sabía que intentaba venir a este lugar, a construir su reino en tu mundo.
—No le daremos la oportunidad. Dijiste que se ocultaría bajo tierra.
—Sí. Los Bok requieren de la fría oscuridad cuando descansan.
—Tengo una idea acerca de dónde podría haber ido. El metro. Tenemos un sistema de túneles bajo la ciudad para transporte. Las cloacas son otra opción —consideró Harper—, pero no sabría por qué, incluyendo a un demonio, querría establecer su domicilio en las alcantarillas si tuviera otras opciones. El truco será ubicar el sector correcto.
—¿Qué criaturas de tu mundo viajan por ese metro, esa ruta bajo tierra?
—La variedad es infinita. Simplemente gente de todo tipo. Es una ciudad muy poblada. Es otro medio eficiente y barato de circular por ella.
Se pasó los siguientes minutos explicándole la idea y el funcionamiento básico del metro.
—Es inteligente. Tienes una cultura innovadora e interesante. Me gustaría tener más tiempo para estudiarla.
—Quédate, tómate todo el tiempo que quieras.
Se puso de pie cuando sonó el timbre. Fue hasta el portero eléctrico junto a la puerta de entrada, verificó la entrega de la pizza, y pulsó el botón para permitirle el acceso.
—¿Tienes un sirviente en esa pequeña caja?
—No. —Divertido cuando ella se acercó a examinarlo le explicó su función, después abrió la puerta cuando llamó el repartidor de pizza, le pagó y lo despidió.
—¿Era tu sirviente?
—No. Les di a mis sirvientes el día libre. Él trabaja para el lugar que prepara la comida. Su trabajo es llevar la comida cuando la gente llama por teléfono. ¿Tienes hambre?
—Sí. —Olió—. Huele muy bien.
Puso la caja con la pizza sobre la mesa de café.
—Traeré unas servilletas, las necesitaremos, después podrás ver si sabe tan bien como huele.
Cuando regresó ella estaba sentada en el suelo, la tapa de la caja abierta, hundiendo un dedo en la masa.
—Es muy colorida. ¿Es ésta la comida típica de tu gente?
—Es típica para mí. —Tomó una porción cortando hilachas de queso con los dedos—. Toma una con las manos y adelante. —Demostró el procedimiento con un entusiasta mordisco.
Imitándolo, Kadra se llevó una porción a los labios. Mordió los pimientos, la cebolla, el queso, la salsa picante y el embutido, todo sobre una delgada masa de levadura.
Harper pensó que el ruido que emitió era muy similar al que había hecho cuando tuvieron sexo.
—Me gusta este pastel llamado pizza —anunció, y volvió a morderlo—. Es buena comida —agregó con la boca llena.
—Baby, es la comida perfecta.
—Va bien con la cerveza. Es como una celebración por habernos besado y unido, y después pizza y cerveza.
Sabía que era ridículo, pero sintió cómo se le derretía el corazón.
—Estoy loco por ti, Kadra. Soy un paciente para un maldito manicomio.
—¿Ésa es una expresión?
—Quiere decir que estoy enamorado de ti. Treinta años sin un rasguño, y en menos de un día estoy mortalmente herido.
—No hables de muerte, ni siquiera como una expresión. No antes de la batalla. —Ella estiró la mano cerrándola con fuerza sobre la suya—. Es mala suerte. Cuando todo termine… Cuando todo termine, Harper, hablaremos más de los sentimientos.
—Muy bien, lo archivamos si me das tu palabra de que cuando esto termine me dejarás lanzar la bola.
Confundida, frunció el ceño por encima de lo que quedaba de su primera porción.
—¿Cómo en la batalla del béisbol?
—No exactamente. Quiero decir que me dejarás explicarte cómo podrían ser las cosas para nosotros.
—Cuando esto termine, tú lanzarás la bola. Ahora dime más sobre el metro.
—Aguarda. —Se volvió y prestó atención las noticias en la televisión.
El periodista mencionó un ataque en el zoológico, el asesinato del guardia y la mutilación de varios animales. Las declaraciones de los testigos eran confusas y conflictivas, yendo desde un ataque de una docena de hombres a uno de animales salvajes.
—No saben a lo que se enfrentan —dijo Harper en voz baja mientras el periodista informaba que la policía estaba investigando el incidente y que el zoológico permanecería cerrado hasta nuevo aviso—. No tienen idea. Si los llamo y les cuento la verdad, me tomarían por otro lunático.
—Es nuestra tarea —le dijo Kadra—. Rhee dijo que deberíamos pelear juntos esta batalla. Él debe ser derrotado aquí o expulsado de regreso a donde pertenece. Después puede recuperarse el equilibrio.
—Aquí. —Harper giró el hombro que un demonio había herido con sus garras—. Lo acabamos aquí. Al estilo Nueva York.
Kadra examinó las imágenes en la televisión, las figuras en movimiento del zoológico.
—Este metro, ¿pasa cerca del lugar en donde tienen a los animales? ¿Donde batallamos hoy?
—Hay posibilidades.
—A Sorak le gustaría una madriguera cerca de la presa. Pronto oscurecerá —dijo con una mirada prolongada al cielo a través de la ventana—. Después cazaremos.