Capítulo 5

Aunque la mera voluntad había mantenido a Harper consciente, sufría considerablemente y para cuando llegaron al estacionamiento en el garaje, estaba mareado por la pérdida de sangre. La idea de Kadra sobre cómo lidiar con el asunto era cargarlo en sus brazos.

Él tuvo la suficiente fuerza como para detenerla antes de que lo cargara sobre su hombro. Y la suficiente claridad para darse cuenta de que podría haberlo hecho sin problemas.

—No. —Puesto que sus extremidades se le habían aflojado, la mantuvo apartada con un gesto de su ceño fruncido—. No voy a ser cargado por el Lower East Side por una mujer.

—Es una tontería. Estás herido. Yo no.

—Sí, sí, sigue echándomelo en cara. Sólo dame una mano.

Cuando ella enarcó las cejas y extendió su mano, él sacudió la cabeza.

—Eres una criatura tan directa. —Pasó su brazo en torno a su cintura y dejó que ella soportara parte de su peso—. Caminemos y hablemos —le dijo—. Dime más sobre ese cambio.

—Después del beso del cambio la víctima cae en un trance, un sueño que no es sueño, por un día. Durante el sueño la sangre demoníaca se mezcla con la humana. El humano se transforma en quien lo ha envenenado, con sus instintos demoníacos, sus hábitos. Sus apetitos.

Puesto que la respiración de Harper era entrecortada, ella lo estrechó aún más contra sí y disminuyó el paso.

—Cuando el humano se despierta es un demonio, aunque algunos despiertan antes de que el cambio esté completo y son medio-demonios. En cada estadio, el que ha sido cambiado está ligado al que lo cambió.

—¿Existe una cura?

—La muerte —dijo ella sin emoción y cambió la postura para sostenerlo cuando salieron a la calle. Ella observó que él estaba pálido. Y su respiración era aún más agitada. Hubiera sido más sencillo cargarlo.

Pero ella comprendía el orgullo del guerrero.

—Tu choza está a una breve distancia. Avanzaremos a tu paso.

—Sólo sigue hablando. —Se le estaba entumeciendo el hombro y eso lo preocupaba—. Necesito concentrarme.

—¿Por qué te convertiste en buscador?

—Me gusta descubrir cosas. Sin un permiso de IP, se dice que uno es entrometido. Con un permiso, es una profesión. Fraude con los seguros, personas desaparecidas, gente que quiere desaparecer. Trato de no inmiscuirme en asuntos matrimoniales. Es humillante estar frente a una habitación de motel con una cámara.

Ella no sabía de qué estaba hablando, pero le gustaba su voz. A pesar de sus heridas, o tal vez a causa de ellas, había coraje en ella.

—¿Eres un buscador exitoso?

—Me las arreglo. —Miró a su alrededor pero no pudo determinar exactamente en dónde estaban. Los sonidos del tránsito, la bulliciosa música de la ciudad le sonaban apagados. Ella era lo único que se le aparecía con claridad, la fuerza de su brazo al sostenerlo, las firmes curvas de su cuerpo, el aroma de la cascada sagrada que permanecía en sus cabellos.

Era como si ambos mundos se hubieran alejado y ellos fueran lo único que quedaba.

—¿Qué debes arreglar?

—¿Eh? —Volvió la cabeza. Había tenido razón pensó; en verdad no había nada, salvo ella—. Quiero decir que no me va mal. Trabajo para un abogado. Jake. El que creí que te había contratado. Tiene un sentido del humor enfermo. Es por eso que lo quiero.

Tropezó al llegar al borde de la acera, intentando orientarse cuando ella lo sostuvo.

—Es por aquí. —Ella dio la vuelta a la esquina, miró a uno y otro lado de la calle—. ¿Dónde está el pozo? Necesitas agua.

—Así no funcionan las cosas aquí. —Pero ella tenía razón en algo. Su sed era atroz. Hizo un gesto en dirección a un vendedor callejero—. Allí.

Mientras con su brazo lo sostenía por la cintura Kadra vio cómo Harper cambiaba varios discos pequeños por una botella. Esforzándose, destapó la botella y bebió profundamente.

—¿Debes pagar por el agua? ¿Tiene propiedades mágicas? —Ella bebió un sorbo—. Nada, salvo agua —dijo con cierta sorpresa—. El mercader es un ladrón. Volveré a hablar con él.

—No, no. —A pesar de su mareo Harper se rió—. Es una de las locuras aceptables de nuestro pequeño mundo. Cuando el agua brota de los grifos, es gratis. No del todo. Pero cuando proviene de una botella, uno paga en el momento.

Ella pensó en el asunto mientras llegaban al cruce. Ella había observado el modo en el que la gente, los automóviles y las luces trabajaban en consonancia. Cuando el árbol de metal ordenaba al grupo que esperaba que caminara, todos se apresuraban, con frecuencia cruzando zigzagueantes entre los automóviles que se apretujaban y enfrentaban a otros árboles metálicos con luces color ámbar, esmeralda, y rubí.

Todos en la villa los obedecían.

Ella sintió a Harper decaer, y le pellizcó con fuerza la cintura para que se recuperara.

—Tenemos sólo… —Ella buscó en su memoria el término para significar una porción de camino—. Una calle más.

—Okay, okay. —Él podía sentir el sudor corriéndole pegajoso por su espalda. Perdía la visión a intervalos—. Hablemos sobre mí. Tengo treinta años. Desde ayer. No estoy casado. Casi lo hago un par de años atrás, pero recuperé el sentido.

—¿La mujer te había hechizado?

—No. —Sonrió al escuchar el término—. Podría decir que ése era el problema: ella no me había hechizado. Fue una gran decepción para mis padres quienes querían nietos. Soy hijo único, por lo cual soy su única oportunidad.

—¿No es posible en este lugar el hacer criaturas sin un compañero para toda la vida? ¿No puedes elegir una compañera para procrear, con ese solo propósito?

—Sí, podrías, y mucha gente lo hace. Supongo que soy un poco más tradicional en esa área. Si tengo hijos, quiero todo el paquete. ¿Te gustan los niños?

—Me resultan agradables. Tienen inocencia y potencial, y una suerte de belleza particular. Con tiempo elegiré un compañero para procrear, para poder generar vida. Es un gran honor generar vida.

—Coincido contigo en ello. —Casi llegamos, se dijo. Por favor Dios, ya estamos cerca—. Como sea, mis padres viven en Nueva Jersey. Otro planeta.

—¿Destruyeron a la Antigua Jersey?

—Ah… no. —Le daba vueltas la cabeza. Concéntrate, se ordenó a sí mismo. Pon un pie frente al otro—. Las lecciones de historia y geografía más adelante. Mantengámonos con las confidencias personales. No quería quedar atado a los zapatos de policía de mi padre, por lo que me dediqué a las investigaciones privadas. Hice mi aprendizaje con una firma famosa de la zona, pero no me gustaba ni el uniforme ni la corbata. Comencé por cuenta propia hace unos cinco años. Soy bueno en mi trabajo.

—Es un desperdicio no serlo en lo que uno trabaja.

—Sabes, mi padre estaría encantado contigo. Le gustarías —explicó Harper ahora sin aliento—. Era un buen policía. Se retiró hace tres años. Él estaría de acuerdo con tu sentido del orden.

Tomó las llaves a medida que se acercaban a la entrada del edificio. Ella quería preguntarle por qué todo tenía que estar cerrado, como un arca de tesoros, pero su rostro revelaba ahora una palidez mortal.

Ella lo llevó hasta el ascensor, confundida por los botones. Habían descendido, por lo que ahora deberían ascender. Le complació enormemente cuando se abrieron las puertas.

—Cuatro —alcanzó—. Aprieta cuatro. Si tengo que llamar al 911, voy a dejar que seas tú quien les expliques que fui atacado por un demonio Bok.

Ignorándolo, y lamentando no poder apreciar de debido modo el ascenso lo sacó a rastras cuando las puertas volvieron a abrirse. Tomó sus llaves, seleccionó la adecuada y abrió la puerta.

—No se te pasa nada, ¿eh? Serías una excelente IP. Ella se limitó a cerrar la puerta con la pierna al entrar, y luego agachándose lo cargó sobre su hombro.

—Cariño —dijo con voz pastosa—, esto es tan repentino.

Ella lo depositó boca abajo en la cama, le quitó la chaqueta arruinada y luego desgarró lo que quedaba de su camisa.

Él dejó escapar el aliento por entre sus dientes frente al renovado ardor y dolor.

—¿Podrías ser un poco más brusca, enfermera Ratched? Vivo para sufrir.

—Quédate quieto. —Las heridas eran más profundas de lo que había supuesto. Cuatro desagradables surcos y una punzada. La sangre que había comenzado a coagularse volvió a fluir libremente—. Primero debemos limpiar esto. ¿Cómo obtengo agua?

—Grifo. Grifo del baño. El lavabo. Maldición. El cuenco blanco, ah, el más alto —agregó, mientras le venía a la mente la imagen de Kadra tomando agua del inodoro—. Gira la manivela.

Ella encontró el cuarto de baño y el lavabo. Y estaba encantada de ver el agua surgir a borbotones. Empapó una toalla y la llevó chorreando al dormitorio. Sintió cómo le temblaba el cuerpo cuando le colocó la toalla sobre la espalda.

Él había peleado bien, pensó una vez más mientras le limpiaba las heridas. Y toleraba con firmeza el dolor. Tenía más que la fuerza de un guerrero; también tenía el corazón. Ella recordaba cómo su mano había tomado y se había cerrado en torno al puño de la espada que le lanzara.

Un buen equipo, decidió. Nunca antes había encontrado un compañero al que pudiera admirar, respetar y desear.

Tomó su morral con vituallas, buscó en él el frasco con los polvos curativos que llevaban todos los guerreros. Sus dedos rozaron el paño con el que Mav había cubierto su mano.

Con labios fruncidos Kadra estudió su propia mano sin cicatrices. Tal vez algunos de los poderes curativos de la curandera estuvieran todavía en el paño. Rápidamente, hizo una pasta con el polvo y el agua.

—Esto arderá —le dijo—. Lo lamento.

«Ardor» era una palabra modesta para el fuego que irrumpió bajo su piel mientras ella le untaba las heridas con la medicina. Sus manos se cerraron sobre la manta, su cuerpo se agitó en señal de protesta.

—Sólo un momento —murmuró, angustiada por su dolor—. Acaba con cualquier infección.

—¿Mastica los músculos mientras lo hace? —Escupió las palabras con los dientes apretados.

—No, pero así se siente. No es vergüenza gritar.

—Lo tendré presente. —Pero en cambio maldijo, suave y persistente, crudamente, y ganó aún más el respeto de la cazadora.

Cuando la pasta comenzó a mutar de un amarillo enfermizo a blanco ella respiró aliviada. La infección estaba extinguiéndose. Sobre las heridas ella colocó el delgado paño curativo.

—Si hay alguna magia en mi sangre —susurró—, que lo ayude. Duerme ahora, valiente Harper. —Le acarició los cabellos con sus dedos—. Duerme y sana.

Él tuvo sueños extraños y coloridos. Batallas y sangre. Tormentas y espadas. Kadra, con su grito de guerra resonando en oscuros y húmedos túneles. El rey de los demonios alimentándose de carne entre las sombras.

Y a él mismo dando el golpe mortal que derramó torrentes de sangre verde.

En sueños vio su cuerpo, sintió las lujuriosas curvas bajo su mano, el sabor de su piel, el sonido de sus quejidos. La vio sobre él, guerrera, diosa, mujer.

Sintió, como si fuera en la vida real, la tibia presión de sus labios contra los suyos.

Y se despertó deseándola.

Se sentó, e instintivamente examinó su hombro. No encontró nada, ni herida, ni cortes en la piel, ni cicatriz.

¿Había sido todo un sueño, después de todo? ¿Un sueño inducido por el alcohol y protagonizado por la más magnífica mujer nunca creada?

La idea de que ella era sólo fruto de su imaginación lo deprimió brutalmente. ¿Por qué preocuparse de unos demonios Bok, pensó mientras se levantaba de la cama, cuando uno cuenta con Kadra en su vida?

¿Acaso era la única mujer que lo excitaba en todo sentido o sólo un producto de su imaginación? ¿O de su deseo? Si él sólo podía enamorarse en sueños, ¿por qué demonios tenía que despertarse?

De regreso a la realidad Doyle, se dijo a sí mismo, y luego dio un paso hacia la puerta del dormitorio y casi tropezó sobre su chaqueta de cuero.

La cogió, sus dedos rozando el maltratado material. Nada, nada en su vida lo había deleitado tanto como el ver esos cortes ensangrentados.

La dejó a un lado y se dirigió a la puerta.

Ella se había puesto sus antiguas prendas, y estaba sentada de piernas cruzadas en el suelo, su nariz apretada contra la pantalla del televisor, en donde los Yankees estaban ganándole a los Tigers.

—Me gusta esta batalla —dijo sin darse vuelta—. Los guerreros de blanco están batiendo a los guerreros de gris por tres carreras. Son mejores con los palos.

—La mujer de mis sueños —dijo Harper en voz alta—. Le gusta el béisbol.

—Había otras imágenes en la caja. —Y cada una de ellas la había sorprendido y fascinado—. Pero ésta es mi favorita.

—Okay. Eso lo decide. Tenemos que casarnos.

Ella se volvió a mirarlo, sonriendo. Le había vuelto el color y eso la alivió. Sus ojos estaban límpidos, y se veía que había recuperado más que la salud. El deseo en sus ojos la excitó.

—Has sanado bien.

—Sané de lo mejorcito.

—He cazado entre tus negocios —le dijo—. No tienes mucho, pero me gusta esta comida y bebida. —Hizo un gesto hacia la bolsa de patatas fritas con crema agria y cebolla y a la botella de Coors.

—Eres perfecta. Es algo que me da un poco de miedo.

—Debemos comer. Pelear requiere combustible.

—Sí, comeremos. Pediremos una pizza.

Ella observó que él también estaba hambriento, pero no de alimentos. Ella se puso de pie con gracia. Sentía su sangre entibiarse por él.

—Me alegra que estés bien.

—Ajá. Me siento muy saludable. Más tarde podrás decirme cómo lo lograste.

—Ahora no quieres hablar. —Ella asintió acercándose a él. Después se colocó detrás suyo para revisarle el hombro y para admirar su cuerpo. Cuando ella quedó cara a cara nuevamente, lo miró directo a los ojos—. ¿Quieres unir tu cuerpo con el mío?

Él parpadeó una vez, despacio, como un búho.

—¿Es un truco?

—Me deseas.

Halagado, perplejo, se metió las manos en los bolsillos.

—¿Es eso todo lo que hace falta?

—No. —Ella nunca se había sentido tan segura de sí como mujer que como cazadora. Pero esta vez, con él, se sentía segura—. Pero también tengo deseos de ti. Es un ardor en mi vientre, una quemazón en la sangre. Quiero unirme a ti.

—Te quise antes de siquiera conocerte —le dijo a ella.

—Eso es como un poema. —Y se sintió relajada—. Te han nombrado bien. No puedo hablar con tanta claridad, así que diré que tenemos tiempo para esto y para alimentarnos antes de volver a salir de caza. Y que nuestras mentes y cuerpos estarán más fuertes por haber aplacado nuestros apetitos.

Con sus largas y sugerentes piernas, ella pasó por delante suyo en dirección al dormitorio.

Los planetas, pensó él mientras la seguía, estaban a punto de estrellarse.

—Epa. Espera. Aguarda. —Ella ya se había quitado el top, y se estaba quitando las botas—. ¿A qué viene tanta prisa?

Ella alzó la vista, frunciendo el ceño.

—¿Estás listo para el deporte?

—Sí. Pero podríamos darnos un minuto para… —La miró fijamente, su piel dorada, sus pechos desnudos—. ¿Qué es lo que estoy diciendo? —La cogió en brazos y la hizo reír al lanzarla sobre el lecho.

Ella giró y se puso en cuclillas. La saliva le llenaba la boca cuando le sonreía.

—Tienes energía. Bien. Desnúdate —le ordenó—. Primero lucharemos.

—¿Quieres luchar? —Se desabotonó los jeans.

—Es estimulante —dijo ella, y luego bajó la mirada—. Tú pareces estar ya bastante estimulado. Admiro tu cuerpo, baby. —Le complacía el utilizar uno de los vocablos afectuosos de él—. Quiero tocarlo.

—¿Estás segura de no ser un sueño, producto de demasiado alcohol y golpes?

—Soy real. —Mirándolo se pasó las manos por sus pechos, tomándolos—. Tócame.

Cuando él se acercó, estirando la mano, ella rodó riendo. Y le hizo señas de acercarse con el dedo.

Él se lanzó hacia ella.

Ella se tomaba la pelea seriamente, lo tuvo dominado boca arriba en cinco segundos.

—Dos de tres —dijo él, entrando en el juego.

Retozaron sobre el lecho, tomándose las manos, resbalando, apresándose con las piernas. Esforzando los cuerpos. Él no estaba seguro de si la había aprisionado por su habilidad o porque ella lo había permitido. No le importaba en lo más mínimo. No cuando ella estaba acostada bajo su cuerpo, sus cabellos despeinados, sus ojos ardientes y verdes.

—Digamos que empatamos —sugirió bajando la cabeza.

Su mano se extendió de repente, un obstáculo entre ambos.

—No puede haber boca contra boca. Eso no está permitido.

—¿Los besos no son legales en tu mundo?

—Un beso es un obsequio. —Ahora era ella quien estaba sin aliento, por el peso de su cuerpo, por saber que los labios de él estaban casi sobre los suyos—. Uno que se da como promesa entre quienes se aparean.

—Yo tenía aparearnos en mente.

—No, unirse. Unirse es… un deporte. Aparearse es de por vida.

Él quería esa boca, tanto como quería respirar. Y él quería que ella se la entregara.

—En este mundo un beso es una señal de confianza, afecto, amor, amistad. Toda una serie de cosas. Cuando un hombre y una mujer se unen, aquí, el beso es parte de esa unión. Una parte agradable. ¿Nunca has besado a un hombre?

—No he hecho promesa alguna a un hombre con mis labios.

Házmela a mí, pensó.

—Déjame mostrarte cómo se hace en mi mundo. —Él le rozó la mejilla con sus labios—. Dame tu boca, Kadra.

La mano que los separaba comenzó a temblar.

—No puedo aceptar un compañero de por vida. —Sintió su aliento en sus labios, tibio, seductor—. No le está permitido en mi mundo a una cazadora.

—Esto es aquí. Esto es ahora. —Cerró su mano sobre la que ella tenía todavía sobre su corazón—. Déjame ser el primero. Déjame ser el único.

Ella podría haber resistido. Tenía la fuerza, y aunque podía sentir cómo se le escapaba todavía tenía su voluntad. Pero sus labios eran tan encantadores, tan suaves contra su piel. Su brillo era como todas las promesas que no podían hacerse.

Y sus propios labios lo deseaban.

Su mundo, pensó mientras se rendía. Ella estaba ahora en su mundo.

Sus labios se encontraron, sedosos. Y su aliento escapó frente a la sorpresa de la sensación. La intimidad, el dulce sabor, el suave resbalar de lengua contra lengua era más potente que cualquier bebida que hubiera probado nunca.

Con un solo trago, ella estaba embriagada de él.

—Otra vez —exigió, y lo acercó contra si por los cabellos hasta que las bocas se encontraron.

Él había pensado que un beso era una cosa sencilla, una parte más de la danza amorosa. Pero con ella, él se hundió en la gloria del beso. Se hundió más profundo en ella, y aún más, hasta que el sabor de ella era un deseo de su vientre.

He esperado por ti, pensó Kadra acomodando su cuerpo al de él, un cuerpo que rogaba por sus manos. ¿Cómo podía haber esperado por ti cuando no sabía que existías? ¿Cómo podía haberte necesitado cuando no estabas allí?

Pero cuando sus manos comenzaron a recorrerla, ella supo que era verdad. Toda la pasión que estaba en su sangre, toda la pasión que acababa de descubrir, se la entregó.

Ella era una fantasía hecha realidad. Toda curvas y piel sedosa. Manos urgentes y boca ávida. Ella ardía bajo su cuerpo, exigiendo más mientras él más daba. Ella era un festín que exigía que él se alimentara.

Ahora que había luchado, su respiración era agitada y su piel estaba húmeda. La boca que había conquistado la suya la recorría por entero, saboreándola.

Cuando ella llegó a lo más alto fue como si una oleada se elevara en su interior, derramándose en un grito ahogado sobre él.

Ella se alzó sobre él, como lo había hecho en sueños. Mujer, guerrera, amante. Ella lo tomó dentro suyo, se cerró en torno a él, y echando la cabeza hacia atrás, lo cabalgó.

Unidos, pensó vagamente mientras le latía la sangre. Todo en su interior estaba unido con ella.

Él se alzó abrazándola, fundiendo su boca con la de ella mientras llegaban al límite.