Capítulo 4

Ella tenía mucho en qué pensar.

Era básicamente una criatura centrada en su cuerpo. Cuando tenía hambre, comía. Cuando estaba cansada, dormía. Y toda su vida, su propósito, sobre todas las cosas, había sido cazar.

Era una obligación sagrada, un don sagrado. Ella podía reír y llorar, desear y rechazar, soñar y actuar. Pero sobre todo, en cada célula de su cuerpo estaba el propósito.

Ella había nacido, había sido criada y entrenada para ello.

Pero ningún cazador vivía lo suficiente si no usaba su cabeza tanto como su cuerpo.

Incluso bajo la sorpresa de su primer viaje en automóvil, la excitación de ver las estructuras y la gente, el escuchar los bocinazos, la música, las voces, su mente seguía examinando el rompecabezas.

Ella había sido enviada a ese lugar y a ese hombre. Entonces sus destinos estaban unidos. Ella lo protegería a él y a su gente con su vida.

Él era un buscador y merecía respeto. Pero como cazadora ella era de un rango superior, con la única excepción de la hechicera. Y si Rhee había dicho la verdad, ella también portaba esa sangre.

El hombre no tenía derecho a usurpar su autoridad. Tendría que ser puesto en su lugar, por su conducta.

Pero él tenía razón. Éste era su mundo, y su conocimiento del mismo excedía el de ella. Si él iba a ser su guía, ella debía seguirlo. Sin importar cuánto le irritara.

Ella lo deseaba, cosa que la complacía y le molestaba. La complacía porque era fuerte y apuesto, divertido e inteligente y porque él también la deseaba. Le molestaba porque ella no estaba habituada a experimentar un deseo tan intenso sin tener el tiempo y los medios para actuar sobre él.

Y ella no estaba preparada para lo que se enredaba y entretejía a través de ese deseo. La lujuria era un apetito, el cual podía saciarse fácilmente. Pero ese deseo que se agitaba en su interior, como un pájaro salvaje intentando liberarse, era más fuerte, más extraño que la necesidad de la carne.

La distraía, y ella no podía darse el lujo de distraerse. Si el Bok se escapaba, este mundo y su mundo estarían perdidos.

—Entonces ¿cómo fue que te metiste en el asunto de cazadora?

Ella volvió la cabeza, e incluso con sus lentes oscuros, Harper pudo sentir la intensidad de su mirada.

—Fue un don que recibí cuando fui creada. Está entretejido en mi sangre, en mis huesos.

—Pongámoslo de este modo. No saliste del vientre con una espada en la mano y una pequeña daga entre los dientes.

—Me entrenaron. —Le gustaba observar el cambio de colores de las luces. Ella había procesado su función por sí sola, porque estaba cansada de hacer preguntas—. Rastrear, cazar, usar las armas. Pelear, fortalecer mi cuerpo, mi mente, mi espíritu.

—¿Qué hay de tus padres?

—No tengo padre. Es el destino de las cazadoras.

—¿Todas las cazadoras son mujeres?

—Somos mujeres, nacidas de mujeres, criadas, entrenadas y probadas.

—¿Qué es lo que hacen los tíos? Los hombres.

—Los hombres buscan alimentos, cosechan, son guerreros, estudiosos, buscadores como tú. —Se encogió de hombros—. Cualquier camino está abierto para ellos. Algunos, al proteger sus tierras, sus familias, en batalla o defendiéndose, matan demonios. Pero no son cazadores.

—¿Hay otras como tú en tu tierra?

—Había diez, ahora quedan nueve. Hace cuatro semanas Sorak mató a una de nosotras. Una trampa. Bebió la sangre de una cazadora. Por eso, tuvo el poder, la fuerza para eludirme, para llegar tan lejos. Ella era Laris. Ella era mi amiga.

—Lo siento. —Harper apoyó su mano sobre la de ella—. Él pagará por ello.

El gesto sencillo, la tibieza y el contacto la conmovieron.

—No hay pago suficiente. Su muerte tendrá que bastar.

Ella echó una rápida mirada cuando él llevó su mano a sus labios y rozó sus nudillos con sus labios.

—Una costumbre —dijo, dándose cuenta de su sorpresa—. Como una expresión. Cobijo, afecto, seducción. Lo que mejor parezca.

Sus labios se curvaron.

—En mi mundo recibirías una paliza por tomarte semejante libertad con una cazadora.

—Pero ahora estamos en mi mundo, baby.

—Y aquí el cielo es diferente, y el suelo. Las costumbres. Me gustan muchas de las cosas de este lugar. La bebida que llaman café, el ascensor y el automóvil. No he decidido si me gusta la caja que llaman televisor o todas tus expresiones, pero disfruto la sensación de tu boca sobre mi piel.

Él estacionó el automóvil, apagó el motor.

—¿Tienes a un hombre en tu hogar? ¿Un amante?

—No.

—Aquí vas a tener uno. —Bajó del automóvil, saltó sobre el capó y abrió la puerta del lado del acompañante—. Caminaremos un poco —le dijo volviéndola a tomar de la mano—. Mantente cerca.

Ella permitió que él la condujera. Le daba la oportunidad de observar y absorber, de identificar aromas. El olor a comida volvió a invadirla, dulce, sabroso, agridulce. Su estómago se tensó de hambre. Tal vez el viajar a través del portal le aumentara el apetito, pensó. Si eso era cierto para los Bok, entonces se habrían alimentado por lo menos una vez.

Ella percibió el olor de animales entre los humanos. Grandes gatos, reptiles, aves, y otros que no pudo identificar. Y luego los vio, bestias exóticas, caminando o dormitando en recintos cercados mientras la gente caminaba alrededor o se detenía a observar.

Le dio una punzada de dolor al nivel más elemental.

—No es justo encerrarlos. No han nacido para esto.

—Tal vez no lo sea —determinó. No había ido al zoológico desde la infancia porque invariablemente lo ponía triste—. No puedo decir que esté muy de acuerdo.

—Es algo cruel esto que hacen aquí. Éste es un lugar triste, este zoológico. ¿Es eso lo que le enseñan a los pequeños? —Quiso saber haciendo un gesto en dirección a una pequeñita que era llevada en un cochecito por sus padres—. ¿Que una especie puede ser encerrada para entretenimiento de otra?

—No sé cómo explicártelo. La civilización ha crecido. No hay tanto sitio como pudo haberlo alguna vez. En cautiverio están seguros supongo, y se los cuida. No pueden ser cazados o exhibidos como trofeos.

—No son libres —fue todo lo que ella dijo, y se apartó.

—Okay, tal vez fue una mala idea. Es deprimente y el lugar está repleto. No pensé que fuera domingo. No parece que sea el tiempo y el lugar para un almuerzo demoníaco. Tal vez deberíamos buscar en la perrera municipal, perros y gatos. O en los establos.

Ella alzó una mano, y desnudó sus dientes.

—Bok —fue todo lo que dijo.

Siguió el rastro corriendo como el viento. La gente se apartaba de su camino, y aquellos que alcanzaban a echar un vistazo a la espada bajo su abrigo, se apartaban más rápido y más lejos.

Era todo un desafío el seguirle el paso en circunstancias normales, pero con el curso de obstáculos de la gente, los niños, los bancos y los cestos de basura del zoológico, los pulmones de Harper le ardían para cuando llegó a su lado.

—Más despacio —le dijo—. Derribarás a gente inocente y nos arrestarán antes de que lleguemos a donde quieres ir. Y ni puedo comenzar a explicarte cuánto se divertirá la policía con tu historia de los demonios.

—¡Allí! —Señaló hacia un edificio segundos antes de que un río de gente saliera a la carrera. Gritando.

Desenvainó su espada mientas se acercaba corriendo a la entrada.

Fuera lo que fuera que Harper esperara no había sido eso, ese hedor a sangre y muerte, a miedo y putrefacción. En las jaulas los monos estaban enloquecidos. Aullando, gritando, saltando desesperadamente de rama en rama.

Vio la sangre derramada en el suelo, la siguió con la mirada y vio —para su horror— a un hombre, no, un demonio, alimentándose salvajemente de un cuerpo. Un cuerpo humano.

Cuando el demonio alzó la cabeza, sus dientes y sus ojos, brillaron enrojecidos.

Todo sucedió en segundos. La sorpresa, el asco, la furia. Todas esas nauseabundas sensaciones atravesaron su cuerpo mientras Harper sacaba su arma. Y algo espantoso saltaba sobre su espalda.

Las garras se clavaron en sus hombros, desgarrando mientras lo que lo atacaba lanzaba un aullido de predador. Giró lanzándose contra la pared. Se le cayó el arma de la mano y se deslizó por el suelo. Maldiciendo, golpeó a la cosa contra la pared mientras su propia sangre corría cálida por su espalda. Sintió el borde rugoso de una lengua deslizarse por ella, sorbiéndola horriblemente.

Asqueado, elevó el codo hacia lo alto en busca de la garganta, y golpeó con fuerza con su talón sobre el empeine de un pie, lo suficiente como para escuchar el ruido de huesos al quebrarse.

Se dejó oír un grito inhumano. Harper hincó los dedos detrás suyo, allí donde esperaba encontrar los ojos.

Ahora la bestia gritó, y las garras se aflojaron.

Vio ahora lo que era al darse vuelta. El rostro de un hombre, los ojos de un monstruo. Venía a por él y Harper se puso de pie, dispuesto a la lucha.

Cojeaba por los huesos que le había roto, pero así y todo era veloz. Como el relámpago. Harper giró, y eso pasó zumbando a su lado. Cuando se volvió para atacar, Harper le dio en la cara con una patada voladora.

Kadra peleaba contra sus propios demonios haciendo girar su espada para bloquear el golpe de un filo curvo evadiendo el zarpazo de unas garras, mientras ella retrocedía. Ella ubicó a Harper por el sonido. No podía arriesgarse a echar una mirada a su espalda. Por el rabillo del ojo vio a Sorak detrás de las rejas, sonriendo, sonriendo mientras se alimentaba y observaba la batalla.

Kadra desenvainó su daga alcanzando a girar lo suficiente para estimar la distancia y posición de Harper. Hizo una finta, dio una estocada y luego un salto para arrancar el brazo con el que el demonio sostenía su espada.

—¡Harper Doyle! —gritó y luego le lanzó su espada mientras tomaba el sable curvo en el aire, para enfrentarse al próximo demonio.

Ahora peleaban espalda contra espalda, Harper sosteniendo la espada, ella cortando con la daga y el sable. La sangre verde mezclada con la roja.

Y en medio de todo, Sorak observaba.

—Serás mía —le gritó—. Tendré tu sangre. Tendré tu cuerpo. Tendré tu mente.

—¡Yo soy Kadra! —Su voz casi fue un canto mientras daba un salto cortando garras y apoyando la punta de la daga en la garganta del demonio guerrero—. Yo soy tu muerte.

—Giró, preparándose para continuar con otra escaramuza. Y vio cómo Harper enterraba su espada en el vientre de su oponente.

A través del humo que se elevaba del demonio muerto, ella tomó la Glock a la vez que se dirigía a la carrera hacia donde Sorak se alimentaba y alardeaba. Ella sólo vio el breve brillo de sus dientes, el burlón ondear de su capa mientras saltaba por la puerta abierta a un costado de la jaula.

Ella disparó, la explosión de sonido rugiendo por el edificio. Incluso entonces, pudo escuchar la risa del demonio. Ella dio un salto sobre la reja de protección, tomó con sus manos los barrotes de la jaula en donde los animales yacían desollados, y golpeó contra el metal.

—Vamos. —Funcionando a base de adrenalina y dolor Harper la apartó de allí. Envainó la espada, le quitó la pistola y la guardó—. Guarda esto. Ya —le ordenó, entregándole la daga—. Nos estamos yendo. Rápido. No hay explicación posible para lo que acaba de suceder, así que no vamos a dar explicación alguna. ¡Muévete!

Ella corrió con él por el edificio, saliendo por la parte trasera. Él puso su abrigo sobre la espada, rodeó con un brazo sus hombros, intentando parecer tan normal como podía parecerlo una pareja que acabara de batallar con unos demonios.

—Avanza despacio. Ya se acerca la policía. —Escuchó las sirenas, los gritos. Se alejaron del ruido y siguieron caminando. ¿Cuánto tiempo habían estado allí dentro?, se preguntó. Habían parecido horas. Pero ahora se dio cuenta de que habían sido apenas minutos.

—¿Puedes rastrearlo? —le preguntó Harper.

Sola, en su mundo, la respuesta habría sido sí. Pero aquí entre la multitud, los aromas y el paisaje tan extraño a sus sentidos, no estaba segura.

—Ahora se ocultará bajo tierra. Él sabía. Sabía que vendría. Sorak tiene más conocimiento que el que suponía. Ahora se ha alimentado, se ha divertido. Descansará y aguardará. No volverá a alimentarse a la luz del día.

—Mejor así. Este sitio se va a llenar de policías. Puesto que estamos cubiertos de sangre y armados, no iríamos muy lejos.

Y tenía el mal presentimiento de que mucha de esa sangre era suya. No le serviría de nada a Kadra en el próximo round si él se encontraba mareado y débil. Primero lo primero, pensó mientras se concentraba en mantenerse en pie. Vendarse las heridas, recuperarse. Después pensar.

—Perseguiremos a ese bastardo y lo mataremos con el vientre lleno.

Era difícil apartarse de la cacería. Pero Kadra había visto que el demonio lo había atacado por la espalda y que estaba herido. Ella no lo iba a dejar solo.

—Ha disfrazado su aroma con el de los animales y los humanos. Me llevará tiempo encontrar su guarida.

Kadra lo ayudó cuando él trastabilló contra ella, y la mano que apoyó sobre su hombro quedó cubierta de sangre.

—¿Tan grave es tu herida?

—No lo sé. Lo suficiente. Jodidas garras. Atravesaron el cuero. He tenido esta chaqueta por sólo cinco, seis años.

Ella volvió la cabeza para mirar los tajos y se tranquilizó al ver que el demonio había arrancado más tela que carne.

—No es tan grave. Fue una buena batalla —dijo con repentino optimismo—. Peleas bien.

—Tres de cuatro. Ahora sólo queda uno.

—Él hará más.

El horror de esa idea le atenazó a Harper el vientre.

—Tenemos que detenerlo.

—Haremos lo que haya que hacer. Ahora regresemos a tu cabaña. Tus heridas deben ser curadas. Descansaremos, comeremos, pensaremos. Estaremos listos para la noche.

Su impecable sentido de orientación los condujo de regreso al auto de Harper.

—¿Puedo sentarme ahora del lado del volante?

—No, no puedes sentarte del lado del volante. Ni ahora ni nunca. —Lastimado, agotado, metió la llave en la cerradura, y abrió la puerta de un tirón.

—¿Son todos tan egoístas con sus bienes?

—El automóvil de un hombre es su castillo —dijo Harper, y fue cojeando hasta sentarse detrás del volante—. ¿Estás herida? —se acordó de preguntar.

—No, no estoy herida. —Dándose cuenta de que eso podía tomarse como una crítica a su habilidad, ella tomó su mano al igual que él cogió la suya—. Pero soy una cazadora.

—Joder. Bésame el culo.

Ella inclinó la cabeza. La batalla había mejorado su humor.

—¿Es ésa otra expresión?

Él tuvo que reír, tuvo que dejar escapar el aliento en un gesto de dolor. Mientras combinaba ambas cosas, puso en marcha el automóvil.

—Sí, baby, pero es una expresión que no me importaría tomaras al pie de la letra.