El calor era enorme, una líquida y chorreante muralla de agua vaporosa. El destello de luz cegadora fue un shock incluso después del ramalazo de dolor. Así y todo, sus huesos parecían congelados bajo su piel mientras observaba esa maraña vertical verde.
Nueva York había desaparecido al parecer. Al igual que él.
No una resaca, pensó, sino alguna suerte de evento psíquico ocasionado sin duda por el exceso de licor y demasiadas mujeres fáciles.
Mientras, observaba atónito una serpiente con un cuerpo grueso como su muslo deslizarse por los pastos altos y húmedos.
—Sólo podemos quedarnos un breve tiempo —le dijo Kadra, y su voz era leve, delgada, a años luz de distancia—. Ésta es la jungla occidental de A’Dair, cerca de la costa del Gran Mar. Éste es mi mundo, el cual existe más allá del tuyo. Y el conocimiento dice que existe en equilibrio con el tuyo.
—He sido drogado.
—No es así. —Ahora irritada, apoyó sus manos en sus brazos—. Puedes ver, puedes escuchar y sentir. Mi mundo es tan real como el tuyo y corre el mismo grave peligro.
—Universo paralelo. —Las palabras le resultaban estúpidas al pronunciarlas—. Esto es pura ciencia ficción.
—¿Es tu mundo tan perfecto, tan importante, que crees que está solo en la vastedad del tiempo y del espacio? Harper Doyle, ¿puedes vivir y todavía creer que estás solo? Mi corazón. —Ella le tomó la mano y la apoyó contra su pecho—. Late como el tuyo. Yo soy como tú.
¿Cómo podía ignorar lo que veía con sus propios ojos? ¿Lo que sentía, tocaba y de algún modo, sabía? Igual pensó, que como la había reconocido en el instante en que sus ojos se encontraron.
—¿Por qué? Ella casi sonrió.
—¿Por qué no?
—Te reconocí —alcanzó a decir—. Pero hice a un lado la idea, volví a lo que tenía sentido para poder negarla. Pero te reconocí de alguna manera al minuto de verte.
—Sí. —Ella mantuvo su mano sobre la suya por un momento. Se sentía bien así, como un lazo—. Fue lo mismo para mí. Esto no es algo que yo entienda, sino que lo siento. No comprendo el significado.
Y en alguna cámara secreta de su corazón de guerrera, temía el significado.
—Aquí estoy de pie, sudando, en una jungla en alguna Dimensión Desconocida y no lo siento ni la mitad de extraño de lo que debería. Pero no me parece ni la mitad de extraño de lo que estoy sintiendo en relación a ti, dentro de mí.
—Comienzas a creer.
—Estoy empezando. Voy a necesitar algo de tiempo para procesar todo…
Ella giró, la espada brillante en su mano como un relámpago. Una criatura de no más de tres pies de alto, con dientes chasqueantes en ambas bocas salió a la carrera de los arbustos y dio un salto hacia la garganta de Harper.
A pesar de la sorpresa sus instintos respondieron con rapidez. Su mano fue en busca de su arma. No había llegado a retirarla de la cintura de sus pantalones cuando la espada de Kadra cortó las dos cabezas con un solo golpe. Brotó un chorro de asqueroso líquido verde que apestaba como el sulfuro.
Las cabezas y el cuerpo cayeron, un trío espeluznante, al suelo y luego comenzaron a humear.
—Demonio Loki —dijo Kadra mientras los tres pedazos se fundían—. Pequeñas pestes que suelen viajar en grupos de a tres. —Alzó la cabeza husmeando el aire—. A tu izquierda. Necesitarás tu arma —agregó y se volvió a derecha mientras otra de las criaturas saltó entre un cortinado de enredaderas.
Por instinto ya tenía su dedo en el gatillo, y si ese dedo tembló un poco, no tuvo vergüenza. Escuchó el silbido de la espada cortar el aire justo mientras el último —por favor, Dios— de los monstruos en miniatura salió a atacarlo.
Le disparó entre los ojos, los cuatro ojos.
—Cristo. Jesús. Cristo.
—Buena puntería. —Dándole una palmada de felicitación en la espalda hizo un gesto de asentimiento en dirección a las cabezas humeantes—. Ésa es una buena arma —agregó echando una mirada avariciosa a la Glock—. Cuando regresemos a tu mundo me proveerás de una. Carece de la belleza de la espada, pero produce un ruido agradable.
—Su sangre es verde —dijo Harper con voz cauta—. Tienen dos cabezas y sangre verde. Y ahora, qué me dices, se están derritiendo como la Bruja Malvada del Oeste.
—Todos los demonios sangran verde, aunque sólo los Loki y los mutantes de Ploon tienen dos cabezas. Al morir la sangre humea y el cuerpo… decir que se derrite no es inexacto —decidió—. ¿Vosotros tenéis brujas en el oeste de vuestro mundo que mueren como los demonios?
Cuando él se quedó mirándola fijamente, ella se encogió de hombros.
—También nosotros tenemos brujas, y a la mayoría de ellas los poderes de la vida las han inclinado al bien. Mi hogar está en el este —continuó—. Más allá de las Montañas de Piedra, en el Valle de Sombras. Es hermoso y los campos son fértiles. Ahora no hay tiempo para mostrártelos.
—Esto es real. —Respiró hondo y tragó saliva todo a la vez.
—El tiempo del que disponemos es limitado. Hay un claro y en él un poblado. Rhee vive allí. Iremos hacia allí.
Puesto que ella se había puesto en marcha trotando velozmente, no tuvo alternativa sino seguirla.
—Disminuye la velocidad Mujer Maravilla, estoy descalzo.
Ella le echó una mirada de desprecio sobre el hombro pero disminuyó la velocidad.
—Has bebido demasiado licor ayer por la noche. Puedo olerlo en tu persona. Ahora eres torpe.
—Lo suficientemente alerta para matar a un demonio de dos cabezas.
Ella dejó escapar un gruñido.
—Un niño con un arco de práctica podría hacer lo mismo. Los Lokis son estúpidos.
Mientras corrían por el estrecho pero trillado sendero, una bandada de pájaros se alzó de uno de los árboles hacia el extraño cielo rojizo. Se detuvo trastabillando. Cada uno era un arco iris, una sangrienta fusión de rosados y azules y dorados. Y el canto que elevaban a lo alto era como un gorjeo de flautas.
—Dregos —le dijo ella—. Su don es su canto, puesto que no son buena comida. Fibrosos.
Disminuyó su velocidad a un trote al llegar a un claro.
Vio casas pequeñas y ordenadas, la mayoría con coloridos jardines al frente. La gente, vestida con túnicas largas y livianas cosechaba en ellos lo que parecían ser unas enormes zanahorias azules, tomates del tamaño de melones y largas habas amarillas con manchas verdes.
Había hombres, mujeres, niños y todos dejaron de trabajar o jugar e hicieron una reverencia al notar la presencia de Kadra.
—Bienvenida, Cazadora de Demonios —dijo alguien.
Ella hizo un gesto que Harper supuso fue de reconocimiento colocando su puño cerrado sobre su corazón mientras caminaba.
Sus largas piernas devoraban el camino hacia una pequeña casa con un frondoso jardín y puertas abiertas. Ella tuvo que agachar la cabeza para entrar.
Dentro, una jovencita estaba de pie frente a lo que él asumió era una estufa de cocina. Revolvía un cuenco de hierro y alzó la mirada al verlos con sus tranquilos ojos azules.
—Saludos a Kadra, Cazadora de Demonios.
—Venimos a hablar con Rhee.
—Ella duerme —dijo la niña mientras continuaba revolviendo el pote—. Sufrió una mordedura de un demonio durante el ataque.
—Ella no me lo dijo. —Kadra se movió con rapidez abriendo con brusquedad una puerta. Dentro, Rhee yacía pálida sobre un lecho. Las emociones que se agitaban en ella estaban mezcladas y confusas, y a través de ellas brotó un pensamiento claro.
Madre. ¿Perderé otra madre más antes de mi propio fin?
—¿Es éste el sueño del cambio?
—No. No fue besada, sólo mordida debajo del hombro mientras intentaba proteger las llaves. No fue una mordedura mortal, aunque ella sufrió y estuvo enferma. Más de lo necesario, puesto que no atendió la herida rápidamente.
—Ella… pasó demasiado tiempo conmigo.
—No demasiado, sólo el necesario.
—¿Tu madre? —Harper miró desde la puerta a la mujer en el lecho y apoyó una mano en el hombro de Kadra—. ¿No podemos llevarla a un médico?
—Yo soy Mav, la curandera —le dijo la jovencita—. Yo la atiendo. Le he drenado el veneno y le he dado el remedio. Ella ahora debe dormir hasta que su cuerpo recupere las fuerzas. Ella dijo que vendrías, Kadra, con el del otro mundo. Tienes que alimentarte.
Mav sirvió un poco del espeso potaje.
—Y lavarte en las cascadas. De este modo, te llevarás algo de este mundo al otro. Debes partir antes de una hora.
—¿Quieres quedarte un tiempo con ella? —comenzó a decir Harper—. ¿Permanecer un tiempo a su lado?
Le acarició el hombro con la mano, un gesto de consuelo que ella había experimentado rara vez en su vida.
—No hay tiempo. —Kadra se apartó de la puerta.
—Ella es tu madre.
—Ella me dio a luz. Ella me puso en este camino. Ahora sólo puedo seguirlo.
Se sentó a la mesa en donde Mav había puesto los cuencos y una hogaza redonda de pan dorado. Había un pote chato con miel y otro con agua tan blanca y brillante como la nieve.
Puesto que estaba cansado, hambriento y confuso Harper se sentó. Esto es real, pensó nuevamente mientras probaba por primera vez ese caldo sabroso con especias. No era un sueño, una alucinación. No había perdido la cabeza.
Kadra tomó un trozo de pan, lo untó con un poco de miel y lo comió con una concentración tal que le dio a entender a Harper que ella no estaba preocupada por el sabor, sino por reponer fuerzas.
—¿Tienes familia? —le preguntó a Mav entre bocados.
—Tengo dos hermanos menores. Mi madre que teje. Mi padre también era un curandero. Sorak, rey de los demonios lo mató esta mañana.
—Yo no fui lo suficientemente rápida. —La tristeza suavizaba la voz de Kadra—. Y tu madre es ahora viuda.
—Él nos habría matado a todos, pero tú viniste. Él te teme.
—Tiene motivos. Lamento que la muerte te haya rozado.
—Vino por Rhee, por la llave. Sus poderes ya no son tan fuertes como antaño, y él creó demonios con sus hechizos para poder rastrearla. Ella me lo explicó mientras la cuidaba, para que pudiera contártelo.
Mav cruzó sus manos y habló como si recitara una historia aprendida de memoria.
—El otro, el mundo más allá, con su sol amarillo y su cielo azul está lleno de vida en abundancia y la mayoría de quienes viven allí se han aislado de la magia. No entenderán, no creerán, y por eso los Bok los masacrarán. Carne, pasión. Inocencia y maldad. Sorak desea eso y el poder que obtendrá por su intermedio. El poder para destruirte.
—Él habrá de morir allí. —Kadra bebió de la jarra de agua de manantial con rapidez—. Ésta es mi promesa sobre la sangre de tu padre. —Tomó su daga, se hizo un corte superficial sobre la palma de su mano y dejó que la sangre cayera sobre la mesa—. Y sobre la mía.
—Confortará a mi madre saberlo. Pero no debe haber aquí más derramamiento de sangre. —Mav buscó en su bolsillo, tomó un paño blanco y con habilidad lo ató en torno a la mano de Kadra—. Debes bañarte en las cascadas para purificarte, y luego partir.
Cuando Kadra se puso de pie, Harper suspiró e hizo lo propio.
—Gracias por la comida.
Mav se sonrojó bajando la mirada.
—Es muy poco para darle a la Cazadora y al salvador. Bendiciones para ambos.
Harper le echó un último vistazo. La niña no podía tener más de diez años pensó, y luego cruzó la entrada, agachándose al hacerlo.
Tuvo que redoblar el paso para alcanzar a Kadra.
—Mira, detente un minuto. Estoy tratando de seguirte el paso en más de un sentido. No suelo pasarme las mañanas visitando dimensiones paralelas y matando demonios locos.
—Loki.
—Como se llamen. Hasta ahora caíste sobre mí, me pusiste un cuchillo en la garganta, me amenazaste con una espada, me golpeaste en el rostro y me arrastraste a través de un… túnel interdimensional en mi cocina. Y todo esto con sólo una miserable taza de café. Ésta no es la típica primera cita.
—Tú no tienes el conocimiento, por eso necesitas explicaciones. —Ella se movía en la jungla a paso vivo, los ojos y oídos atentos—. Yo lo entiendo.
—Fantástico. Entonces dámelas.
—Nos purificaremos en las cascadas, regresaremos a tu mundo, perseguiremos a los Bok y los mataremos.
Él se consideraba un tío razonable, un hombre de mente abierta, curioso y con un saludable sentido de la aventura. Pero esto ya era más que suficiente. La tomó del brazo tirando para obligarla a mirarlo.
—¿Eso es lo que llamas una explicación? Escucha, hermana, si eso es lo mejor que puedes hacer aquí es donde se separan nuestros caminos. Envíame de regreso al lugar del que provengo y luego diremos que esto fue producto de un exceso de cerveza y comidas fritas.
—Yo no soy tu hermana.
Él la miró, observó la leve irritación que obnubilaba su glorioso rostro. Sin poder evitarlo se echó a reír. Le brotó naturalmente, como una fuente desde el vientre obligándolo a doblarse en dos apoyando las manos en sus muslos mientras ella inclinaba su cabeza y lo estudiaba con una mezcla de diversión, confusión e impaciencia.
—Estoy perdiendo —alcanzó a decir—. Perdiendo lo que me quedaba de cordura.
Pero mientras recuperaba el aliento una araña del tamaño de un Chihuahua dio una cabriola entre sus pies con sus patas como zancos, y farfulló algo en su dirección. Harper dio un grito tomando su arma a la vez que retrocedía, tambaleándose.
Pero Kadra sencillamente dio una patada al enorme insecto, apartándolo del sendero.
—Esa especie no es venenosa —le informó.
—¡Bueno, qué bien, fantástico! Sólo se traga a un hombre de un bocado.
Kadra sacudió la cabeza, después siguió avanzando por el sendero. Manteniendo su arma lista, Harper la siguió.
El sol rojo, musitó mientras miraba el cielo. Como, bueno, Krypton. Si él seguía con la lógica de las revistas de historietas, ¿acaso eso no significaba que él, de un planeta con un sol amarillo debía tener allí superpoderes?
Concentrándose, dio un pequeño salto, y luego otro. Al tercero Kadra se volvió para mirarlo, su rostro un ejemplo de desconcertada frustración.
—Ésta no es hora para bailar.
—No estaba bailando, sólo estaba… —Viendo si podía volar, pensó, sorprendido de sí mismo—. Nada. No fue nada.
Escuchó un rugido como un tren a toda marcha. Aumentaba, bramaba, golpeaba contra sus oídos mientras seguía al trote detrás de ella. Ella dio la vuelta a una curva del sendero y él alzó la vista.
Frente a ellos, el agua blanca caía de una altura de doscientos o más pies. Aullaba desde lo alto del acantilado, caía como una muralla atronadora para luego golpear contra la superficie del blanco río.
Flores, algunas irreconocibles, otras sencillas como margaritas, florecían junto a las orillas. Allí junto a las hierbas y a las flores silvestres, con la luz del sol cayendo en rayos rosados a través de las copas de los árboles un unicornio pastaba perezosamente.
—Dios mío.
Dejó caer a un costado la mano que sostenía el arma. La mítica bestia alzó su blanca y altanera cabeza y miró a Harper con unos ojos tan azules y claros que podrían haber sido de vidrio. Después volvió a pastar.
Su belleza, su majestuosidad, le borró toda irritación. Ahora lo he visto todo, pensó. Nada volverá ya a sorprenderme.
Se dio cuenta de esa falacia un segundo más tarde cuando se volvió a mirar a Kadra.
Ella se había desnudado. Las prendas de cuero negro yacían en la orilla, su espada y su daga sobre ellas. Se había quitado las botas, las muñequeras, y en ese momento estaba alzando las manos para quitarse la corona que le sostenía el cabello.
Era, pensó Harper, aún más mítica, más maravillosa que la blanca criatura con su cuerno en la frente. Su cuerpo era curvo y esbelto, del color de la miel fresca que ella se había servido sobre el pan del desayuno. Su cabello oscuro, recto como una flecha llovía sobre sus hombros cayendo por su espalda y con un dejo de burla sobre sus magníficos pechos.
Su cuerpo se tensó, sintió que se le secaba la boca. Por un bendito momento perdió la capacidad del habla.
—Éste es un lugar sagrado —comenzó a decir ella mientras dejaba la corona sobre sus armas—. Ningún demonio puede cruzar sus fronteras. Quítate las ropas y deja tu arma. No puedes entrar con ropas o con metales a las aguas.
Diciendo eso se zambulló.
Ésa era una imagen que él sabía quedaría para siempre grabada en su memoria.
—Las cosas se están poniendo bien —decidió, y quitándose los jeans entró al agua tras ella de un salto.
El agua estaba fresca, enjugando su cuerpo sudoroso en un glorioso instante. Cuando volvió a la superficie sintió que los últimos desagradables coletazos de la resaca matinal se habían hundido hasta el fondo del río. De hecho, se dio cuenta mientras iba tras Kadra y las cascadas, de que no sólo sentía su mente despejada sino que se sentía bien. Se sentía recuperado, con energía.
Ella le esperaba a los pies de las cascadas jugueteando perezosamente con el pie sobre las agitadas aguas. Sus ojos eran de un verde imposible, imposibles en su brillo.
—¿Qué tienen estas aguas? —gritó.
—Propiedades purificadoras. Elimina la energía negativa.
—Ni que lo digas.
Ella rió y se zambulló rápidamente, lo cual le permitió observar brevemente su maravilloso trasero. Luego volvió a salir a la superficie, una visión en negro y dorado bajo la incesante caída del agua. Ella trepó con agilidad a un grupo de rocas, extendió los brazos hacia los costados y dejó que el agua cayera sobre ella.
Él se quedó sin aliento, y a pesar del fresco alivio del agua su sangre corrió ardiente por su cuerpo. Se puso de pie frente a ella apoyando sus manos en las caderas de Kadra. Ella abrió los ojos y enarcó las cejas.
—Eres lo más maravilloso que haya visto nunca. En cualquier dimensión.
—Tengo un buen físico —dijo ella con sencillez—. Fue hecho para la pelea.
Ella dobló su brazo derecho flexionando su bíceps.
—Apuesto a que también es bueno para otros juegos.
Aunque ella no podía ignorar los latidos de su corazón o la pronta respuesta de su vientre, se limitó a sonreír.
—Me gustan los juegos, cuando hay tiempo para ellos. Tú eres muy apuesto Harper Doyle, y siento un deseo por ti más fuerte que cualquier anhelo que haya tenido antes.
—¿Crees que podrías elegir uno de mis dos nombres y decidirte? —Puesto que ella no pareció oponerse, deslizó sus manos alrededor de sus muslos y luego sobre su suave trasero.
—Harper es tu título.
—No, es mi nombre. Mi nombre de pila.
En verdad tenía que probar el sabor de esa suculenta boca fruncida. Pero al inclinar él la cabeza, ella colocó una mano sobre su pecho deteniéndolo.
—No entiendo. ¿No eres tú el arpista al que llaman Doyle?
—Soy Harper Doyle, y antes de que esto se convierta en un número de comedia Doyle es mi apellido. Harper es el nombre que mis padres me dieron al nacer. Así es como son las cosas en mi mundo. Yo no soy un arpista —agregó mientras comenzaba a amanecer—. No soy, ¿cómo se dice? Un juglar. Por Dios. Soy un IP.
—¿Un ipi? ¿Qué es eso?
—Investigador. Investigador privado. Yo… resuelvo enigmas —decidió.
—Ah. Eres un buscador. Eso es mejor. Un buscador es más útil para una cacería que un arpista.
—Ahora que hemos aclarado eso, ¿por qué no volvemos al asunto ese de que yo soy buen mozo? —La acercó contra sí de tal modo que sus pechos frescos, mojados, firmes— rozaron su pecho. Su boca estaba a una pulgada de la suya cuando salió volando.
Cayó torpemente tragando agua y maldiciendo. Ella estaba todavía sobre las rocas cuando salió a la superficie y apartó el cabello de sus ojos. Ella sonreía.
—Salpicas bien. Es hora de partir.
Kadra se zambulló en dirección a la orilla. Oh, él era buen mozo pensó mientras salía del agua. Muy bien parecido y con una mirada inteligente en sus ojos que hacía que quisiera unir su cuerpo al de él.
Algo en él le cosquilleaba su corazón, como si estuviera intentando encontrar el punto débil, la entrada.
Sabía que él sería un amante fuerte. Y había pasado mucho tiempo desde que deseara a uno. Si el tiempo y el destino lo permitían, se poseerían el uno al otro.
Pero primero, estaba la cacería.
Para cuando él llegó a la orilla salió del agua y se puso los vaqueros ella ya se estaba colocando la espada. Él no se molestó en pensar, sólo se dejó llevar por el momento. Y la rodeó con sus brazos.
Ella dejó escapar un pequeño gruñido de sorpresa y estudió su rostro con algo parecido a la aprobación.
—Te juzgué mal. Eres veloz.
—Sí, bueno, servirá para la caza. Pero en este momento… Acercó su rostro a punto de saborear su hermosa boca.
Y una vez más salió volando. Pero esta vez fue a través del portal. El rayo de luz, y el dolor agudo y sorpresivo.
Cayó con fuerza, con Kadra otra vez sobre él en el suelo de la cocina.
—¡Maldita sea! —Se golpeó la cabeza contra la base de las gavetas de la cocina sintiendo el inconfundible contorno de su arma clavarse contra su espalda—. Dame un aviso la próxima vez. Una maldita señal o algo.
—Tú tienes la mente demasiado puesta en los juegos. —Lo palmeó en el hombro, y luego lo ayudó a ponerse de pie. Husmeó el aire—. Tomaremos un poco más de café y planearemos la cacería.
—Okay, Xena, déjame reconsiderar la situación —dijo al ponerse de pie.
—Yo soy Kadra…
—Cállate. —Golpeó con su arma sobre la mesa de la cocina mientras ella se quedaba boquiabierta.
—¿Hablas de ese modo a una cazadora?
—Ajá. Así le hablo a quienquiera que irrumpe sin invitación a mi casa y se la pasa dándome órdenes. Tú quieres mi ayuda, ¿quieres que coopere contigo? Entonces puedes dejar de decir qué hacer y comenzar a preguntar.
Ella guardó silencio por un momento. Tenía un carácter díscolo, algo que ni siquiera su intenso entrenamiento había domesticado completamente. El perder la paciencia ahora se dijo, sería agradable, pero una ruinosa pérdida de tiempo. Por ello, tras contemplar a Harper asintió, entendiendo la situación.
—Ah. Hablas con lo que tienes de hombre. Ése es también un problema habitual en mi mundo.
—No es mi polla la que está hablando. —O por lo menos, maldito fuera si llegara a admitirlo—. Quiero respuestas. A como veo la situación, tú quieres contratarme. Está bien. Tú quieres que te ayude a rastrear a esas… cosas. Eso es lo que yo hago. Encuentro cosas, resuelvo problemas. Es mi trabajo. Yo trabajo a mi manera. Aclaremos eso de entrada.
—Eres un buscador y exiges un pago. Muy bien. —Aunque ello disminuyó la opinión que tenía de él no lamentaba tener que pagarle su salario—. Ven conmigo. —Ella avanzó, pero se volvió cuando lo vio de pie, sin moverse—. Si quieres —agregó.
—Mejor así —murmuró y la siguió al dormitorio en donde ella tomó la bolsa de cuero que había dejado caer antes sobre la cama.
—¿Es esto suficiente?
Él atrapó la bolsa que ella le lanzó. Curioso, la abrió. Y dejó caer una lluvia de gemas sobre la cama.
—¡Madre de Dios!
—Me han dicho que aquí son valiosas. ¿Es verdad? —Intrigada se acercó y revolvió con un dedo la pequeña montaña de diamantes, rubíes y esmeraldas—. Son piedras comunes en mi mundo. Bonitas —admitió—. Atractivas para hacer adornos. ¿Cubrirán tus necesidades?
—Cubrir mis necesidades —refunfuñó—. Ajá, son suficientes.
Se podía retirar. Podía mudarse a Tahití y vivir como un rey. Mierda, podía comprar Tahití y vivir como un dios. Por un desaforado momento se vio a sí mismo viviendo en un palacio blanco junto a las cristalinas aguas azules, rodeado por mujeres hermosas y de escasas ropas ansiosas por satisfacerlo. Bebiendo el champán más caro. Retozando sobre las playas de blancas arenas con esas mujeres, ahora sin ropa alguna.
Dueño de todo a su alrededor.
Después su consciencia despertó, una pequeña irritación que nunca había sido capaz de eliminar. En el fondo de su mente reconocía que la fantasía que acababa de inventar lo aburriría hasta el hartazgo en una semana.
Tomó un solo diamante, reconfortándose con que valía más de lo que podía ganar en una década.
—Éste las cubrirá.
—¿Eso es todo lo que demandas?
—Aparta el resto, antes que cambie de idea. —A falta de una mejor opción, guardó la piedra en su bolsillo—. Ahora me voy a sentar. Tú me vas a explicar el condenado asunto de los demonios y yo consideraré nuestro primer paso.
—Están en tu mundo. Tenemos que cazarlos.
—Mi mundo —acordó Harper—. Mi territorio. Yo no salgo a perseguir nada hasta conocer la situación. —Se acercó a la cómoda, abrió un cajón y tomó una camiseta—. Habitualmente no me reúno con mis clientes en mi casa —dijo poniéndose la camiseta—. Pero haremos una excepción. A la sala. —Avanzó, cogió un cuaderno de un cajón del escritorio y luego se dejó caer sobre el sofá.
Por muy extraño que fuera su cliente, por muy extraño que fuera el caso, él iba a tratarlo como cualquier otro. Tomó algunas notas, luego le indicó con el mentón una silla, al observar que ella seguía de pie.
—Siéntate. Demonios Bok, ¿verdad? ¿Se escribe B-O-K? No importa. ¿Cuántos?
—Eran cuatro. Sorak, el rey de los demonios y tres guerreros.
—¿Descripción?
Ella se repantingó en la silla, toda piernas y personalidad. Él parecía ahora más un académico que un guerrero trabajando con su extraño pergamino y su pluma. Aunque ella nunca había considerado antes que los académicos fueran atractivos, este aspecto suyo también le resultaba atractivo.
Tenía cerebro además de músculos, pensó. Inteligencia además de fuerza.
—Descripción —repitió Harper—. ¿Cómo es su aspecto?
—Son engañosamente humanos en su apariencia y con frecuencia caminan entre la gente sin ser detectados. Son bien parecidos. Como tú, tienen ojos azules como los heliotropos, y sus cabellos son también cortos. Quienes son lo suficientemente tontos para dejarse influir por cosas tales como la belleza son víctimas fáciles.
—Ya hemos establecido que tú no eres víctima de nadie, baby. Sé más específica.
Ella resopló.
—Tienen una buena altura, como tú, pero su físico es menos… Son más… delgados. El cabello y los ojos son oscuros, negros como una luna muerta excepto al alimentarse o al atacar cuando brillan rojos.
—Ojos rojo brillante —anotó—. Diría que es una marca bastante notable.
—Los cabellos de Sorak son rizados —dijo ella haciendo un gesto en espiral con el dedo—. Y se acicala. Es vanidoso.
—¿Se viste como tú?
Hizo una pausa, luego observó sus ropas de cazadora.
—No, visten una suerte de armadura, negra también, ajustada al cuerpo, y sobre ella Sorak lleva la túnica y la capa de su rango.
—Incluso en Nueva York, una armadura y túnicas deberían notarse. Tal vez haya algo en las noticias. —Tomó el control remoto y encendió la televisión.
Kadra dio un salto como si él hubiera dado fuego a la silla. Incluso antes de que sus pies tocaran el suelo su espada estaba desenvainada, alta sobre su cabeza, lista para un golpe descendente.
—¡Detente, detente, detente! —Dio un salto, y al igual que podría haber hecho para salvar a una adorada criatura se interpuso entre la espada y la TV—. No me importa el culo de una rata lo que le hiciste al lavabo, pero si le haces un rayón a la TV, entonces tendré que eliminarte.
Sentía su corazón saltarle en el pecho, y sus músculos en tensión.
—¿Qué magia es ésa?
—No es magia, es ESPN. —Dejó escapar un suspiro, luego se acercó y le tomó las manos entre las suyas sosteniendo la espada. Ella alejó su rostro para que sus ojos y sus bocas estuvieran a la misma altura.
—Se llama televisión, y podría decirse que es la religión nacional de mi país. Un aparato para el entretenimiento —dijo con más calma—. Un aparato de comunicación. Tenemos programas, ah, como obras teatrales supongo, que nos dicen qué sucede en el mundo, incluso cuando sucede a gran distancia.
Ella respiró profunda, lentamente bajó su espada mientras miraba la caja con imágenes en donde las máquinas llamadas automóviles se movían rápidamente en círculo.
—¿Cómo funciona?
—Tiene algo que ver con ondas, transmisiones, cámaras, cosas. Mierda, no sé. La enciendes, eliges un canal. Eso es una carrera. ¿Entiendes eso?
—Sí, una competición de velocidad. He ganado muchas carreras.
—Con esas piernas, baby, apuesto que sí. Okay, voy a poner las noticias ahora para ver si hay algún informe sobre tus demonios. Relájate pues.
—¿Cómo puedes usar algo si no tienes conocimiento sobre cómo funciona?
—Del mismo modo que puedo utilizar un ordenador. Y no preguntes. Creí que habías dicho que sabías de este mundo.
—Me fue dado conocimiento, pero no puedo aprenderlo todo a la vez. —Le avergonzaba no saber, por lo que volvió a repantingarse en el sillón echando al aparato de televisión miradas rápidas y sospechosas.
—Muy bien, lo haremos poco a poco. Sólo que no ataques ninguno de mis artefactos domésticos. —Volvió a sentarse, cambió de canal y pasó al de noticias y luego cogió el cuaderno—. Volviendo a tus demonios, ¿alguna marca que los distinga? Tú sabes, como tener dos cabezas, por ejemplo.
Sintiéndose tonta se puso de mal humor. Él casi mata a una araña con el arma denominada pistola, pero ella no lo había hecho sentir a él como si le fallara la sesera.
—Son Bok, no Loki.
—¿Qué es lo que los distingue? ¿Cómo los reconoces? —Al mismo tiempo que ella alzaba los brazos en gesto de rendición, él golpeó el cuaderno con el lápiz—. Y no me digas que son Bok. Haz un dibujo.
Tomando lo dicho literalmente ella se puso de pie, le quitó el lápiz y el cuaderno. Con trazos rápidos y notablemente hábiles, dibujó la figura de un hombre de cabellos largos y ensortijados, con un rostro angular y grandes ojos oscuros.
—Eso es bueno. Pero va a ser difícil distinguirlo de entre los otros millones de hombres altos, delgados y de cabellos oscuros en Nueva York. A mí no me parece un demonio. ¿Cómo los reconoces?, digamos, como especie.
—Un cazador nace para esto. Pero otros pueden hacerlo por su hedor. Tienen olor. —Ella se esforzó por un momento en su intento por describirlo—. Entre maduro y podrido. No te confundirías.
—Okay, apestan. Ahora ya tenemos algo. ¿Alguna otra cosa?
—Dientes. Dos hileras, largos, delgados, agudos. Garras que pueden mostrar u ocultar a voluntad. Gruesas, azules, y curvas como de ave de rapiña. Y cuando están heridos, su sangre es verde. Ahora cacemos.
—No te apresures —dijo con gentileza. Escuchó los informes de las noticias sin prestarles completa atención. La habitual mezcla de caos y chismes, pero ningún boletín frenético sobre demonios comedores de hombres sueltos por Nueva York.
—¿Por qué se encuentran aquí? —le preguntó—. ¿Por qué dejar un mundo por otro?
—Sorak es ambicioso y su apetito es voraz. Por carne, pero también por poder. Hay más de ustedes en este lugar que en nuestro mundo. Y ustedes no están enterados. Ellos pueden moverse entre ustedes sin temer a los cazadores. Se alimentarán glotonamente. Primero de los animales, para aumentar rápidamente sus fuerzas, luego de los humanos. Aquellos a quienes él y sus guerreros no consuman, los cambiarán para construir un ejército poderoso. Conquistarán el mundo que conocen y lo harán suyo.
—Epa, retrocede. ¿Cambiar? ¿Qué quieres decir con cambiar?
—Él transformará a humanos escogidos en demonios, en esclavos, guerreros y concubinas.
—¿Me estás diciendo que puede convertir a las personas en esas cosas? ¿Cómo, como vampiros?
—No conozco esa palabra. Explícate.
—No importa. —Harper se puso de pie y comenzó a caminar de un lado al otro. Por razones que no podía explicar la idea de que los seres humanos fueran transformados en monstruos le resultaba más perturbadora que el que fueran servidos como alimento a la mesa de los demonios—. ¿Cómo lo hacen? ¿Cómo cambian a la gente?
—El Beso del Demonio. Boca contra boca. Lengua, dientes, labios. Una mordedura, para que brote la sangre y mezclarla. Después el demonio absorbe la esencia humana e insufla la propia en la presa. Entonces son transformados y obligados a cazar, a alimentarse. No recuerdan nada de su humanidad. Eso es peor que la muerte.
—Sí. —La idea le dio nauseas—. Sí, es peor. De ninguna manera ese hijo de puta va a transformar mi ciudad en su centro de reproducción privado. —Cuando la miró su rostro estaba serio, y el destello del guerrero en sus ojos le dio a Kadra esperanzas por primera vez—. Animales, dijiste. ¿Gatos, perros, qué?
—Ésas son mascotas. —Cerró los ojos y buscó entre sus conocimientos—. Presas tan pequeñas no los satisfarían. Eso lo harían sólo si el hambre fuera insoportable. Prefieren sobre todo, la carne del unicornio.
—Los unicornios no pasan mucho tiempo pastando en Nueva York. ¿Caballos?
—Sí, caballos, vacas, cabras. Pero no hay granjas has dicho. En la selva se alimentan con frecuencia del león y el gorila.
—¿Leones, tigres y osos? El zoológico. Comenzaremos allí. Tan pronto como veamos cómo vestirte para que te mezcles un poco mejor con la población local.
Frunciendo el ceño ella se examinó.
—¿No me parezco a las otras mujeres de tu mundo?
Él miró sus pechos apenas cubiertos por el cuero negro, el torso largo y delgado, el paño de cuero cubriéndole las curvas de sus caderas. Y las botas en esas piernas interminables. Sin mencionar una espada de dos pies y medio de longitud.
—No podría comenzar a describirlo. Veamos qué podemos prepararte.
Cuando ella salió de su dormitorio quince minutos después, él decidió que ella haría más para promover la venta de jeans Levi’s que una campaña publicitaria de un millón de dólares. Y la vieja camisa tejana nunca se había visto mejor.
—Baby, eres un cuadro.
Ella se examinó en el espejo y estuvo de acuerdo.
—Es un equipo de caza tolerable. —Probando las prendas realizó varias contorsiones, agachándose de modo tal que a Harper le subió la presión—. Servirá. —Dicho lo cual tomó su espada.
—No puedes salir a caminar con esa cosa.
Ella alzó la mirada, con una sonrisa irónica.
—¿Entonces cómo mato demonios, con malos pensamientos?
—Ajá, sarcasmo. Me gusta. Tengo algo. Espera. —Fue hasta el clóset, buscó dentro y sacó un largo abrigo negro—. Un poco abrigado para el mes de mayo, pero no podemos pedir demasiado.
—¿Por qué la gente de tu mundo se cubre tanto el cuerpo?
—Yo me hago esa pregunta a diario. —La volvió a mirar largamente. Tal vez, sólo tal vez si hubiera sido capaz de diseñar su mujer ideal, se habría aproximado a la realidad que ella significaba—. ¿Vas a llevar esa coronita?
Ella llevó su mano al ornamento de oro sobre su cabeza.
—Es la marca de mi rango.
—¿Quieres pasar desapercibida? —Le quitó la joya, y la hizo a un lado—. Ponte el abrigo y veamos.
Frunciendo el ceño ella se puso el abrigo y se volvió hacia él.
—Igual te van a mirar y serás la protagonista en muchas fantasías masculinas hoy por la noche, pero funcionará.
Satisfecho, se puso una chaqueta de cuero gastado cubriendo con ella su arma.
—Quiero una.
Él se percató de cómo ella miraba su Glock.
—Sí, ya lo sé. Pero no tengo un arma extra. —Se puso sus gafas de sol y cogió las llaves.
—Vamos.
—¿Por qué te cubres los ojos?
—Estilo, baby. Tengo un par para ti en mi automóvil. —Se detuvo frente al ascensor y apretó el botón de descenso—. Trata de no hablar con nadie. Si tenemos que conversar con alguien deja que yo me haga cargo.
Ella comenzó a quejarse, pero el muro se abrió.
—¿Un portal? ¿Adónde conduce?
—Es un ascensor. Sube y baja. Una suerte de transporte.
—Una caja —dijo asintiendo y entrando junto con él—. Que se mueve. —Su sonrisa se amplió aún más cuando sintió el movimiento—. Esto es inteligente. Tu mundo es muy interesante.
Las puertas se abrieron en el tercer piso y una mujer y su pequeño entraron.
—El ascensor —dijo Kadra educadamente—, sube y baja.
La mujer pasó su brazo en torno al niño y lo acercó a su lado.
—¿No te dije que guardaras silencio? —siseó Harper cuando llegaron al hall y la mujer protegió a su hijo mientras se alejaban.
—Hablé con buenos modales y no la amenacé ni a ella ni a su cría.
—Sólo quédate cerca de mí —le ordenó, y tomó con firmeza su mano en la suya.
Cuando salieron, él consideró que había sido una buena idea tomarla de la mano. Ella se quedó paralizada, girando su cabeza de un lado al otro.
—Qué mundo éste —dijo tomando aliento—. Cielo azul, grandes cabañas, tanta gente. Tantos olores. Allí. —Señaló a un vendedor ambulante—. Eso es comida.
—Más tarde. —La condujo por la acera—. Mi automóvil está en un garaje a un par de manzanas.
—El suelo está hecho de piedra.
Él tuvo que tirar de su brazo cuando se agachó para golpear con el puño sobre la acera.
—Hormigón. Los hombres lo fabrican y lo colocan sobre el suelo.
—¿Por qué? ¿El suelo es venenoso?
—No. Es más sencillo.
—¿Cómo puede ser más sencillo? El suelo ya estaba allí. —Ella volvió a detenerse boquiabierta mientras pasaba una ambulancia, la sirena ululando, las luces intermitentes—. ¿Es una guerra?
—No, es para el transporte. Para los enfermos o los heridos.
Ella digirió esa información y otras maravillas a lo largo de las dos manzanas de caminata. Los negocios con sus mercancías detrás de los escaparates, las multitudes de gentes apuradas, el ruido y estruendo de las máquinas que avanzaban por la ancha calle empedrada.
—Éste es un mundo ruidoso —comentó—. Me gusta. ¿Qué son esos árboles? —preguntó, golpeando con un puño un poste telefónico.
—Te lo explicaré después. Ahora no digas nada.
Harper entró al garaje tomando con fuerza la mano de Kadra. Saludó en forma casual al empleado quien pasaba el tiempo ojeando una revista. Pero una mirada a Kadra dejó al empleado boquiabierto.
—¡Oh, baby! Eso sí que es bonito.
—¿Por qué me llaman baby aquí? —exigió saber mientras él la arrastraba hacia las escaleras—. No soy una recién nacida.
—Es una expresión. Halago o insulto, dependiendo de tu punto de vista. —En el segundo piso, cruzó la línea de automóviles y se detuvo junto a su amado Mustang ’68. Abrió la puerta del acompañante—. Súbete.
Ella primero lo olió, sintiendo el olor a cuero y lo aprobó. Ya estaba jugueteando con los intermitentes y la palanca de cambios cuando él se sentó detrás del volante.
—No toques —le dijo dándole un golpe en la mano. Ella le puso su codo debajo de la mandíbula—. Basta ya. —Bajándole el brazo se estiró para coger el cinturón de seguridad—. Necesitas colocártelo. Es la ley del lugar.
Cuando él se inclinó para abrocharlo, vio que seguía malhumorada.
—Tú sí que presionas todos mis botones —murmuró.
—¿Eso es una expresión?
—Sí. Quiere decir…
—No necesito una explicación. Te excita mi persona.
—Y todavía más. —Le acarició la mejilla con los dedos. Después abrió la guantera y dejó caer un par de gafas de sol sobre su regazo—. Supongo que tendremos que patearles el trasero a unos cuantos demonios antes de que nos las veamos con nuestros botones.