Capítulo 10

El cuarto día de viaje el viento era tan fuerte que caminaban a ciegas. Las capuchas, las capas e incluso la piel oscura de Cathmor se mostraban blancas ahora. La nieve cubría las cejas de Dilys y su barba corta, haciéndole parecer más un hombre viejo que un muchacho que no llegaba a los veinte años.

El color, pensó Kylar, era algo desconocido en este mundo terrible. Y el calor era sólo una memoria borrosa en Lo Olvidado.

Cuando Dilys cabalgaba, Kylar caminaba trabajosamente a través de una nieve que le llegaba hasta la cintura. En ocasiones se preguntaba si en algún momento la nieve simplemente los engulliría a ambos.

La fatiga hizo presa de él, acompañada por la necesidad imperiosa de tumbarse, dormir y dejarse morir dulcemente. Pero cada vez que caía, se incorporaba de nuevo.

Le había hecho una promesa y la cumpliría. La voluntad de Deirdre había sido que viviera, gracias al dolor y la magia, así que volvería a por ella.

Mientras caminaba o cabalgaba, empezó a soñar. En sueños se sentaba junto a Deirdre en un banco con piedras preciosas en un jardín lleno de rosas que brillaba bajo la luz del sol.

Las manos de ella estaban calientes dentro de las suyas.

Viajaron durante una semana, avanzando dolorosamente paso a paso, a través del hielo y el viento, el frío y la oscuridad.

—¿Tienes novia, Dilys?

—¿Señor?

—¿Una novia? —Subiéndose a la montura, Kylar cabalgó sobre un fatigado Cathmor con la mejilla apoyada en el pecho del animal—. Una muchacha a la que améis.

—La tengo, se llama Wynne y trabaja en la cocina. Nos casaremos cuando regrese.

Kylar sonrió. No perdía nunca la esperanza, pensó, ni dejaba que su fe firme fluctuase.

—Os daré cien monedas de oro como regalo de boda.

—Gracias, señor. ¿Qué son monedas de oro?

Kylar dejó escapar una carcajada.

—Algo tan inútil ahora como un toro con pechos. Y qué es un toro, preguntarás. —Kylar prosiguió, anticipándose a su hombre—. Porque a tu edad seguramente habrás visto alguna vez un pecho.

—Los he visto, señor, y para un hombre son una maravilla de la naturaleza. He oído hablar de los toros. ¿Es un animal grande, no? Una vez leí una historia… —Dilys se interrumpió de repente, y levantó la cabeza para escuchar un sonido que venía de arriba. Dio un grito y cogió las riendas del caballo y tiró de ellas con fuerza. Cathmor relinchó y trastabilló. Sólo el instinto y un resto de voluntad mantuvieron a Kylar sobre la montura cuando un árbol enorme cayó a pocos centímetros de las pezuñas traseras de Cathmor.

—Oídos muy sensibles —dijo Kylar por segunda vez mientras el corazón retumbaba en sus oídos.

El árbol tenía unos dos metros de ancho y más de treinta de largo. Si hubieran dado un paso más, los habría aplastado.

—Es una señal.

El susto había despertado lo bastante a Kylar para despejar su mente.

—Es simplemente un árbol muerto que cae por el peso de la nieve y el hielo.

—Es una señal —dijo Dilys con obstinación—. Las ramas apuntan hacia allí.

Hizo un gesto y aún con las riendas en la mano empezó a dirigir el caballo hacia la izquierda.

—¿Vas a seguir las ramas de un árbol muerto? —Kylar sacudió la cabeza y se encogió de hombros—. Muy bien, entonces. ¿Por qué iba a importar?

Se quedó dormido y durmió durante una hora. Durante otra, caminó ciego y rígido, pero cuando pararon para tomar la ración del mediodía de sus provisiones menguantes, Dilys levantó una mano.

—¿Qué es ese sonido?

—El maldito viento. ¿Es que nunca se calla?

—No, mi señor, por debajo del viento; escuchad. —Cerró los ojos—. Es como… música.

—No oigo nada, y ciertamente música no.

—Allí.

Cuando Dilys emprendió una carrera tambaleante, Kylar gritó a sus espaldas.

Enfadado ante la posibilidad de que el hombre pudiera perderse sin comida ni caballo, montó lo más rápido que pudo y corrió tras él.

Encontró a Dilys de pie, con la nieve a la altura de las rodillas, con una mano levantada y temblando.

—¿Qué es eso? Mi señor, ¿qué es esa cosa?

—Es sólo un riachuelo. —Temiendo que el hombre no estuviese en sus cabales Kylar bajó del caballo—. Es sólo un riachuelo —susurró mientras el significado empezaba a abrirse paso en su mente—. Agua que fluye; no hielo, sino un caudal de agua corriente. Además, aquí —dijo mientras se giraba para ver a su alrededor—, la nieve no es tan profunda y ¿no te parece que el aire es más cálido?

—Es precioso. —Dilys estaba hipnotizado viendo el agua correr y hacer espuma contra las rocas—, canta.

—Sí, a fe mía, es precioso y canta. Ven, rápido. Seguiremos la corriente.

El viento seguía soplando, pero la nieve había perdido consistencia. Ahora podía ver con claridad la forma de los árboles y huellas de gamo. Sólo tenía que encontrar la fuerza para sacar el arco y tendrían carne.

Aquí había vida.

Debajo de la nieve empezaron a aparecer rocas, tocones de árboles y zarzas. El primer trino de un pájaro hizo que Dilys cayera de rodillas sobresaltado.

La nieve del pelo y de las capas se les había derretido, pero ahora era la cara de Dilys la que estaba tan blanca como el hielo.

—Es una urraca —le dijo Kylar, al mismo tiempo divertido y conmovido al ver a aquel hombretón temblar al oír el sonido—. Es una canción de verano, pero ahora levántate porque por fin hemos dejado el invierno tras nosotros.

Al poco tiempo los cascos de Cathmor pisaban tierra sólida y mullida mientras un haz de luz se abría paso a través de los árboles cuajados de hojas.

—¿Qué magia es ésta?

—El sol. —Kylar cerró la mano alrededor del broche de la rosa—. Hemos encontrado el sol. Desmontó y, lentamente, sobre las piernas débiles y cansadas, caminó hasta una brillante mancha de color. Allí, en el borde de Lo Olvidado, crecían rosas silvestres, rojas como la sangre.

Cogió una, aspiró su dulce aroma y dijo:

—Deirdre.

Y ella, que transportaba un cubo de nieve derretida a su jardín, sintió un balanceo. Puso una mano contra el corazón que brincaba alegremente.

—Está en casa.

Sus días se llenaron de una satisfacción liviana. Su amor estaba a salvo y el niño que habían creado y que llevaba dentro de sí, producía calor. El niño sería amado. Su corazón nunca volvería a estar frío.

Era normal que le añorase y, además, era preferible añorarle a dejarle prisionero en su mundo.

La noche que supo que estaba a salvo, organizó una fiesta con vino, música y baile. Decretó que se contara la historia de Kylar de Mrydon, Kylar el Valiente, y también la del fiel Dilys y que todo su pueblo, el que viniera después, tuviera conocimiento de ello.

Llevaba su anillo colgado del cuello en una cadena de plata.

Trabajaba con energía despejando los senderos de su jardín de rosas.

—Mandasteis hombres en busca de Dilys —dijo Orna—. Probablemente es demasiado pronto, pero sé que emprenderá viaje a casa en cuanto pueda.

—¿Y al príncipe Kylar, a él no lo esperáis?

—Éste no es su lugar. En su mundo tiene familia y un día tendrá un trono. Encontré el amor con él y crece dentro de mí, corazón y vientre. Así que le deseo salud y felicidad y que un día, cuando estos recuerdos se hayan borrado de su mente, encuentre una mujer que le quiera como yo.

Orna echó un vistazo hacia la rosa de hielo, pero no dijo nada.

—¿Dudáis de su amor por vos?

—No —dijo con una sonrisa cálida y dulce—. Pero he aprendido, Orna. Creo que le enviaron para enseñarme lo que no sabía: que el amor no puede nacer del frío. Si lo hace, es egoísta y no es amor sino simplemente deseo. Me da tanta alegría pensar en él bajo el sol. No le deseo del mismo modo que mi madre deseaba a mi padre, ni le maldigo como mi tía nos maldijo a todos. Ya no veo mi vida como una prisión o una obligación, ya que, de no ser por ella, nunca le hubiera conocido.

—Sois más sabia que quienes os concibieron.

—Soy más afortunada —corrigió Deirdre, y después se apoyó sobre su pala mientras Phelan entraba precipitadamente en el jardín.

—Mi señora, he terminado mi historia. ¿La queréis oír?

—Sí. Coge esa pala junto al muro. Me la puedes contar mientras trabajamos.

—Es una historia magnífica, la mejor que he creado. —Corrió a coger la pala y empezó a quitar la nieve con mucho entusiasmo—. Y empieza así: Una vez, un valiente y apuesto príncipe de una tierra muy lejana luchó una gran batalla contra hombres que querían arrebatarle su reino y matar a su pueblo. Su nombre era Kylar y su tierra era Mrydon.

—Es un buen comienzo, Phelan el bardo.

—Sí, mi señora, pero después incluso mejora. Kylar el Valiente derrotó a los invasores, pero gravemente herido se perdió en el gran bosque conocido como Lo Olvidado.

Deirdre siguió trabajando y sonrió porque las palabras del muchacho le traían de vuelta sus recuerdos con mucha claridad. Recordó la primera vista de aquellos valientes ojos azules, aquel primer choque de labios loco.

Le daría a Phelan precioso papel y tinta para escribir la historia y se lo encuadernaría en cuero teñido de piel de ciervo. De esta manera, pensó con orgullo, su amor viviría para siempre.

Un día, su hijo leería la historia y sabría qué clase de hombre era su padre.

Despejó el camino entre los bancos con incrustaciones de piedras preciosas y la gran rosa helada mientras el niño le contaba la historia y trabajaba sin descanso a su lado.

—Y la bella reina le dio una rosa tallada en un broche que él llevó prendida cerca del corazón. Durante días y noches, con su fiel caballo Cathmor y el valiente y sincero Dilys, luchó contra las feroces tormentas y cruzó las heladas sombras de Lo Olvidado, y lo que le sostenía era el amor de su dama.

—Tienes un corazón romántico, bardo.

—Es una historia verdadera, mi señora. La he visto en mi cabeza. —Siguió entreteniéndole y deleitándole con palabras sobre la empecinada lealtad de Dilys, sobre noches negras y días blancos y sobre un gigantesco árbol que se venía abajo y les dirigía hacia una corriente donde el agua corría sobre las piedras como música—. La luz del sol golpeaba el agua y hacía que brillara como diamantes.

Un poco sorprendida por la descripción, le miró.

—¿Crees que el sol sobre el agua forma diamantes?

—Crea lucecitas brillantes, mi señora y ciega la vista. Algo tembló dentro de ella.

—Ciega la vista —repitió con un susurro—. Sí, he oído hablar de eso.

—Y en el borde de Lo Olvidado crecen rosas silvestres, rojas como el fuego. El apuesto príncipe cogió una, como había prometido, y cuando su dulce aroma le rodeó, dijo el nombre de su señora.

—Es una historia preciosa.

—No ha terminado todavía —dijo a punto de romper a bailar de puro contento.

—Cuéntame el resto, entonces. —Lo dijo sonriendo, descansando sobre la azada.

En ese momento se escuchó un bullicio de gritos alegres desde el exterior del jardín.

—¡Éste es el final! —El muchacho dejó caer descuidadamente su pala a un lado y corrió hasta la arcada—. ¡Ha venido!

—¿Quién? —empezó a decir, pero no podía oír su propia voz por encima de los gritos, ni por encima de sus propios latidos.

De repente la luz se volvió brillante, abrasando sus ojos, así que soltando un grito de sorpresa, levantó una mano para protegerlos. El viento feroz se transformó en una brisa tan suave como la seda que le trajo el sonido de su nombre.

La mano temblaba mientras la bajaba y los ojos parpadeaban contra una luz que nunca había conocido. Le vio en la arcada del jardín, rodeado por una especie de halo brillante que refulgía como oro derretido.

—Kylar. —Su corazón, lleno de dicha hasta el último rincón, golpeaba en su pecho. Dejó caer la azada sobre el sendero para echar a correr hasta él.

La alzó y le hizo dar vueltas.

—Oh, amor mío, corazón mío. ¿Cómo es posible? —Las lágrimas caían sobre su cuello y los besos en su cara—. No debíais estar aquí. No debíais volver. ¿Cómo puedo dejaros marchar de nuevo?

—Miradme, amor mío. —Alzó su mejilla—. Así que ahora hay lágrimas. Esperaba que las hubiera. Os lo pregunto de nuevo: ¿me amáis, Deirdre?

—Os amo tanto que podría vivir sólo de este amor toda mi vida. Pero vos no tendríais que haber arriesgado la vuestra regresando.

Puso las manos sobre las mejillas de él. Entonces los labios se abrieron temblorosos y los dedos se sacudían.

—Habéis vuelto —susurró.

—Habría atravesado el infierno por vos, y quizá lo hice.

Ella cerró los ojos.

—Esta luz. ¿Qué es esta luz?

—Es el sol, sin bruma. Quitaos la capa y sentid el sol, Deirdre.

—No tengo frío.

—Nunca más tendréis frío. Abrid los ojos, amor mío, y mirad: el invierno ha terminado.

Le agarró la mano y se dio la vuelta para ver cómo se derretía la nieve, desvaneciéndose delante de sus ojos. Los tallos ennegrecidos empezaron a crujir y reverdecer y a sus pies, pequeñas hierbas suaves y tiernas se esparcieron formando una alfombra ondulante.

—El cielo. —Deslumbrada por la luz, se estiró hacia arriba como si pudiera tocarlo—. Es azul, como tus ojos. Siéntelo, siente el sol. —Levantó las manos para recoger el calor y luego, dando un grito de fascinación, se arrodilló, pasó las manos por la suave hierba y se acercó las manos a la cara para oler su perfume. Aunque las lágrimas seguían cayendo, rió y puso las manos cerca de él—. ¿Es hierba?

—Lo es.

—Oh. —Se cubrió de nuevo la cara con las manos, como si pudiera beberlo—. Qué perfume.

Se arrodilló junto a ella y supo que siempre recordaría el arrobo de su cara la primera vez que tocó un manojo de hierba fina.

—Vuestras rosas están floreciendo, mi señora.

Vio enmudecida cómo se abrían los brotes y los capullos florecían. Con los pétalos amarillos, rosas, rojos y blancos pasaban de capullo a flor y se transformaban en flores tan pesadas que curvaban los gráciles tallos verdes. La fragancia casi la emborrachó.

—¡Rosas! —Su voz temblaba mientras trataba de tocar y sentir la textura sedosa—. ¡Flores! —Y a continuación hundió la cabeza entre ellas. Cuando una mariposa aleteó cerca de su cara y se posó sobre un capullo tierno para libar, gritó como una niña—. ¡Oh! —Era mucho, casi demasiado y estaba mareada—. ¡Mirad cómo se mueve! Es tan bello. —Se giró, inclinó la cabeza para atrás y sorbió la luz del sol—. ¿Qué es eso que cruza el cielo azul, ese arco de colores?

—Es el arco iris. —Miraba el mundo como si acabase de nacer y de nuevo pensó que le hacía sentirse humilde—. Vuestro primer arco iris, amor mío.

—Es más deslumbrante que en los libros, ya que en ellos parece falso e imposible, aunque es ligero y real.

—Os he traído un regalo.

—Me habéis traído el verano —murmuró.

—Y esto. —Chasqueó los dedos y a través del arco, sendero abajo corría un perrito gordo y marrón que saltó al regazo de Deirdre ladrando alegremente—. Se llama Griffen.

Ahogada por la emoción lo acunó como lo haría un niño y apretó la cara contra su piel caliente. Sintió el latido de su corazón y el toque veloz y húmedo de la lengua en su mejilla.

—Lo siento —consiguió decir antes de caer al suelo y romper a llorar.

—Llorad. —Kylar se inclinó para besar su pelo—. Mientras sea de alegría.

—¿Cómo es posible? ¿Cómo podéis traerme tantas cosas? Os di de lado, sin amor.

—No, me dejasteis ir, con amor. Me llevó tiempo entender eso y entenderos y comprender cuánto os costó. Entender que no habría verano si no os dejaba y después regresaba.

Levantó el rostro húmedo y el perrito se soltó y empezó a corretear alegremente por el jardín.

—¿No es así?

—Así es. Sólo el amor más grande y más verdadero, libremente dado, podía romper el maleficio y hacer desaparecer el invierno.

—Lo sabía. Lo comprendí cuando cogí la rosa. Vi florecer el verano, llegaba conmigo a través del bosque. Al cabalgar, los árboles detrás de mí se llenaban de hojas y los riachuelos y los ríos se liberaban del hielo. Con cada legua que dejaba atrás, con cada legua que me acercaba a ti, el mundo se despertaba. Otros hombres hubieran venido el día siguiente, pero yo no podía esperar.

—Pero ¿cómo regresasteis tan rápidamente?

—Mis tierras están sólo a un día de camino desde aquí. Era la magia lo que os mantenía oculta y es el amor lo que os libera.

—Es algo más que eso —dijo Phelan mientras se abría paso entre la multitud que se había juntado bajo la arcada. Emitió un grito de placer cuando el perrillo brincó sobre él—. En realidad —empezó a decir— son la verdad, el sacrificio y el honor, todos ellos unidos por el amor, son más fuertes que una armadura de hielo y rompen el maleficio de la rosa de invierno. Cuando el verano llega al Castillo de la Rosa, la Isla de Invierno se convierte en la Isla de las Flores y el Mar del Hielo se convierte en el Mar de la Esperanza. Y en ese momento, la buena reina entrega su corazón y su mano a su valiente príncipe.

—Es un buen final —comentó Kylar— pero quizá quieras esperar hasta que le pida a la buena reina su mano y su corazón.

Se limpió las lágrimas de las mejillas. Ni su pueblo ni su amor la verían llorar en un momento así.

—Ya tenéis mi corazón.

—Entonces concededme vuestra mano: sed mi esposa.

Puso la mano dentro de la suya, pero como tenía que ser una reina, se dirigió primero hacia su pueblo.

—Sois testigos. Prometo mi amor y mi matrimonio, para toda la vida, a Kylar, príncipe de Mrydon. Será vuestro rey y a él brindaréis vuestro servicio, vuestro respeto y vuestra lealtad. A partir de este día, su pueblo serán vuestros hermanos y hermanas y llegado el momento nuestras tierras serán una única tierra.

Les dejó dar vivas y que el nombre de él y el de ella sonaran y se elevaran juntos hasta el maravilloso azul del cielo, mientras su mano estaba caliente dentro de la de Kylar.

—Preparad una fiesta para celebrar y dar las gracias y dispongámonos a dar la bienvenida a los invitados que llegarán mañana. Dejadnos ahora, ya que necesito un momento con mi prometido. Phelan, lleva al cachorro a la cocina y ocúpate de que esté bien alimentado y cuídalo por mí.

—Sí, mi señora.

—Se llama Griffen. —Su mirada se encontró con la de Orna y sonrió mientras su pueblo la dejaba a solas con el príncipe—. Hay que hacer una última cosa.

Caminó con él por el sendero donde las rosas más rojas florecían en el arbusto más alto bajo una delgada plancha de hielo. Sin pensárselo, metió la mano y la armadura de hielo saltó en pedazos como cristal. Cogió la primera rosa de su vida y se la ofreció.

—Os he aceptado como reina, eso es un deber. Ahora me doy a vos como mujer y esto es por amor. Vos trajisteis luz a mi mundo y liberasteis mi corazón, así que ahora y por siempre, este corazón es vuestro.

Empezó a arrodillarse y él la detuvo.

—No os arrodillaréis ante mí.

Alzó las cejas y de nuevo adquirió un aire de mando.

—Soy la reina de este lugar. Hago lo que deseo. —Se arrodilló—. Soy vuestra, reina y mujer. De ahora en adelante, este día se conocerá y recordará como el regreso del Príncipe Kylar.

Con un brillo en los ojos, él también se arrodilló y le pellizcó la mejilla.

—Seréis una esposa testaruda.

—Es cierto.

—No la querría distinta. Besadme, Deirdre la bella.

Ella puso una mano sobre su pecho.

—Primero tengo un regalo para vos.

—Puede esperar. He vivido de sueños de vuestros besos durante días en medio del frío.

—Este regalo no puede esperar, Kylar, espero un niño, engendrado con amor y con calor.

La mano que tocaba su cara, se deslizó desmayada hasta su hombro.

—¿Un niño?

—Hemos creado vida entre los dos, un milagro más allá de la magia.

—Un hijo nuestro.

Puso la mano sobre su vientre y la dejó allí mientras se besaban.

—¿Os alegra la nueva?

Como contestación se puso en pie de un salto y la alzó en el aire hasta que ella rompió a reír. Estiró los brazos hacia el cielo, hacia el sol, el cielo y el arco iris.

Y las rosas crecieron y florecieron hasta que las ramas y las flores sobrepasaron los muros del jardín y se derramaron al otro lado y llenaron el aire con la promesa del verano.