Capítulo 8

Cuando pasó la hora encantada, ella permaneció con él. Pero sabía que el tiempo apremiaba. Si fueran como otros, musitaba, podrían permanecer así, envueltos en su capa, durmiendo hasta el amanecer.

Pero no eran como otros.

—Tengo muchas cosas que contarte —comenzó Aurora.

Él se limitó a estrecharla a su lado.

—Eres una bruja. Lo sé. Estoy embrujado. Y agradecido.

—No te he hecho ningún conjuro, Thane.

Él sonrió y continuó estudiando las estrellas.

—Tú eres el conjuro.

—Nosotros somos el conjuro. —Ella se acomodó para poder mirarlo a la cara—. Te lo explicaré. Tú eres un héroe para mí.

Él apartó la mirada y comenzó a moverse.

—¿Un hombre que puede hacer a un lado todo lo que quiere, todo lo que necesita, para proteger a los demás? El mayor de los guerreros. Pero ese tiempo está por terminar. —Lo tomó de la mano, que llevó a sus labios—. ¿Me apoyarás? ¿Me prometes tu espada?

—Aurora, comprometo mi vida. Pero no levantaré la espada si sé que ese acto perjudica a mi hermana. A mi madre. O a cualquier pobre inocente. Ahorcaron a mi amigo, y apenas contaba seis años. Su único crimen fue seguirme.

—Lo sé. —Ella lo besó en la mejilla—. Lo sé. —Y en la otra—. No habrá perjuicio para tu familia, o para nadie a tu alrededor. —Ella extendió un brazo, tomó la daga, y la cruzó por su palma—. Lo juro por mi sangre.

Él tomó su mano.

—Aurora…

—Ella es mi hermana ahora. Ella es mi madre ahora. Tú eres mi marido ahora.

Una tormenta de emociones cruzó por la cara de Thane.

—¿Tú me aceptas de esta manera? No soy nada.

—Eres el hombre más valiente que conozco, y eres mío. Eres el más honorable, el más sincero. ¿Me aceptas?

El mundo, pensó Thane, podría cambiar en una sola hora mágica.

—Te llevaré a un lugar seguro. Sé cómo hacerlo, con ayuda de Kern…

—No iré a ninguna parte.

—Al Valle de los Secretos, a través del Reino de la Magia —continuó él ignorando las protestas de Aurora—. Mi hermana está segura allí, y así será contigo.

—¿Tu hermana? ¿Leia vive? La furia le crispó el rostro.

—Él la hubiera vendido, como a una yegua. Comerciado con ella como si fuera una prostituta. Apenas tenía dieciséis años. Con ayuda de Kern, fue llevada lejos del castillo, y dejaron su capa desgarrada y ensangrentada en lo profundo del bosque. Ella vive, y se lo deberé a Kern y a los suyos hasta el fin de mis días. Pero está perdida para mí, y no puedo arriesgarme a llevarle noticias de ella a mi madre, darle siquiera ese mísero consuelo.

No era un fantasma, comprendió Aurora, sino un recuerdo. Protegida y a salvo, y lejos. Le tocó la mejilla con los dedos.

—¿Cuánto te costo eso? —murmuró.

—Kern no pidió ninguna paga.

—No, me refiero a qué te quitaron Lorcan y Owen. Qué cicatrices llevas por culpa de su ira ante la pérdida de una posesión tan valiosa para ellos. Tantas veces, cuando nos encontramos en visiones, vi tu tristeza. Pero nunca me decías nada.

—Siempre me traías felicidad. Mi amada.

—Te han azotado a causa de ella. Te aplicaron el látigo porque no lo podían hacer con ella. Ahora puedo verlo, y que superaste el dolor porque tu hermana estaba salvada.

—No mires. —Él la tomó de las manos cuando sus ojos cargados de humo se volvieron opacos con una visión—. Ahora no hay dolor aquí. Y no lo habrá. Kern me ayudará a sacarte de aquí. A ti y a tu madre y a tu hermana, a tus mujeres. Luego encontraré a los rebeldes, y regresaré para lidiar con Lorcan y su engendro.

—No tendrás que buscar lejos a los rebeldes. Ya en esta hora están en camino. Tu madre y tu hermana estarán a salvo. Lo he jurado. Pero yo me quedaré, y lucharé. —Ella le apoyó sus manos sobre los hombros para aplacar sus protestas, y lo miró profundamente a los ojos—. Una reina no se queda tranquila mientras otros ganan el mundo.

Se puso de pie.

—Soy Aurora, hija de Gwynn y Rhys. Soy la Dama de la Noche. Soy la Verdadera, y mi tiempo ha llegado. ¿Me apoyarás, Thane el Valiente, y me prometerás tu espada?

Una luz la rodeaba mientras hablaba, dorada como el rayo de sol y más fuerte que el fuego encantado que había conjurado. Por un momento pareció que una corona de estrellas titilaba en su cabeza, y su brillo era cegador.

Thane tuvo que luchar para encontrar su voz, pero se arrodilló.

—Mi señora. Nunca creí en ti, aunque te conocía desde mi primer respiro. Todo lo que tengo, todo lo que soy te pertenece. Moriría por ti.

—No. —Ella se dejó caer de rodillas para tomar su rostro entre las manos—. Debes vivir para mí. Y para el hijo que hicimos esta noche. —Tomó su mano y la apoyó contra su vientre.

—No puedes saber…

—Sí. Lo sé. —Su rostro, su voz, eran radiantes—. Esta noche me has dado un hijo, y él será rey, y reinará este mundo después de nosotros. Él será más que nosotros dos, más aún que la suma de nosotros dos. Debemos recuperarlo todo para él, y para nuestra gente. Tomaremos de Lorcan, a costa de sangre si es necesario, lo que él tomó con sangre. Pero debes vivir para mí, Thane. Júralo.

—Lo juro. —Desde que tenía memoria había vivido sin nada. Ahora, en una noche, se le ofrecía el mundo entero—. ¿Un hijo?

—El primero. Haremos otros. —Con una risa, arrojó sus brazos alrededor de él—. Serán felices, y muy queridos. Y servirán, Thane. —Ella se alejó—. Servirán al mundo al tiempo que lo gobiernan. Eso es posible. Comienzo a ver tantas cosas posibles. Te necesitaba a ti para aclarar mi visión.

—¿Cuántos vendrán? ¿Cuáles son sus armas?

—Ahora piensas como un soldado. —Satisfecha, se sentó en el suelo—. Pronto sabré más. Aquí, a medianoche, la noche después de mañana, nos encontraremos con Gwayne. Él es mi halcón, y me da fuerzas. Dos de los míos están ahora en los calabozos. Uno de ellos me es tan caro como un hermano. Deben ser liberados, pero no hasta la noche de la mascarada. Ruego que sobrevivan hasta esa noche, y que no sean sacrificados.

—Yo puedo liberarlos. Conozco los túneles y pasadizos subterráneos mejor que nadie. Allí hay otros cautivos que apoyarán tu causa.

—¿Qué necesitarías?

—Un hombre bueno y su espada será suficiente.

—Lo tendrás. Esto debe hacerse, y con sigilo, una hora antes de la mascarada. Los heridos, o aquéllos demasiado debilitados para luchar, deberán ser llevados por los túneles fuera de aquí. Hay hombres que morirán, Thane. No habrá elección. Pero no quiero que se derrame sangre humana inútilmente. Algunos jurarán fidelidad si se les da la oportunidad. Por lo que he visto, no todos los que sirven a Lorcan lo hacen de corazón.

—Algunos sólo sirven por temor de sus vidas o las vidas de sus seres queridos. —Se alzó de hombros mientras ella lo observaba—. Muchos hombres desahogan sus problemas cerca de los caballos. Y de los subordinados.

—Tú no eres el subordinado de nadie.

—He sido menos que eso. —Su mano se crispó en un puño—. Por la sangre, por primera vez desde la infancia sé lo que es querer, más que vivir, salirse de este pellejo y ser. Te habría servido —dijo en voz baja—. Te he visto llevar la Corona de Estrellas, y te habría servido en cualquier cosa que pidieras, como súbdito de la reina. Pero por haberte amado, como un hombre ama a una mujer, todo cambia. No puedo retroceder.

—Es sólo por poco tiempo. Mi lobo esconderá los colmillos sólo por poco tiempo. Ahora debo irme. Cuando nos pongamos en movimiento, Thane, tendremos que hacerlo rápido. —Acudió presurosa a sus brazos y se estrechó fuertemente contra él—. Tenemos todas nuestras vidas para lo demás.

Y para lo demás, pensó, dejándola ir, ella y el niño serían protegidos a cualquier precio.

Con la esperanza de evitar a Owen ese día, Aurora hizo planes para ir a la ciudad y allí medir los sentimientos de la gente y la estrategia de ataque y de defensa. Le resultaba difícil negarse a sí misma una excursión a los establos e incluso un momento fugaz con Thane, pero envió a Rohan para preparar el carruaje, según lo que correspondía a una dama de su rango.

—Pronto no habrá más necesidad de fingimientos. Ni de espera —añadió tocando el hombro de Cyra—. Los prisioneros serán liberados, y los que se encuentren heridos serán llevados a salvo hacia el bosque. Te lo prometo.

—Está sufriendo, Aurora. Mi Eton sufre. Apenas puedo soportar verlo así. Muchos allí afirman no conocer sus crímenes, y otros son llevados a la locura a causa de la oscuridad y el hambre.

—No seguirán a oscuras por mucho tiempo. Los hombres allí apresados tienen padres o hijos o hermanos. Lucharán conmigo. Anoche vi al dragón en el cielo, y las estrellas rojas. —Apoyó una mano sobre su vientre—. He visto lo que puede ser.

Colgó su brazo del de Cyra y comenzó a cruzar el patio. Oyó el choque de armaduras cuando los guardias se pusieron atentos.

El calor de la batalla palpitaba en su sangre incluso al agachar la cabeza y hacer reverencias al hombre que se hacía llamar rey.

—Su Majestad.

Él tomó su mano para levantarla, pero no se la soltaba.

—Una hermosa luz para esta mañana sombría.

—Sois demasiado gentil, señor. Pero aun un día lluvioso en semejante lugar es una alegría.

—¿Y hoy también saldrás a cabalgar?

—Iré a la ciudad, con vuestro permiso, mi señor, con la esperanza de encontrar algo apropiado para la mascarada. No quisiera deshonraros a vos o al príncipe llegando a un espectáculo como éste vestida de campesina.

—¿Irás sin escolta, señora?

—Tengo a mis hombres, señor, y a mis mujeres. —Le echó una mirada de desprotección—. ¿Con eso no es suficiente?

Él le acarició el mentón produciéndole un estremecimiento a lo largo de la espalda.

—La belleza nunca está lo bastante segura. ¿No necesitarías la compañía del príncipe?

—Siempre, mi señor. Pero… —Ofreció una amplia sonrisa—. Temo que se aburra conmigo si soy demasiado accesible. ¿No le parece que un hombre desea a una mujer cuando está justamente fuera de alcance?

—Eres una mujer lista, ¿verdad?

—Una mente despierta es un arma valiosa para una mujer. Como lo es la buena disposición, así que si preferís que me prive de esta aventura y espere al príncipe Owen, lo haré. —Ella miró por encima cuando Rohan apareció con el carruaje en el patio—. ¿Lo mando de vuelta, señor?

—Ve, y disfruta. Me intriga saber lo que habrá de cautivarte en los negocios. —La ayudó a subir al carruaje, y obviamente le dio placer verla asomarse por la ventanilla y ofrecerle una última sonrisa.

—Me pone la piel de gallina —dijo Aurora hundiéndose en el asiento.

—Si pudiera se quedaría él contigo —asintió Rhiann sabiamente—. Hay una mirada en los ojos del hombre cuando imagina ese tipo de cosas. Tenerte para su hijo es su segunda opción.

—Lo que tendrá será mi espada en su garganta. Y ése será un día feliz. ¿Cuánto nos queda para gastar? —preguntó.

Rhiann contó cuidadosamente las monedas en su monedero, lo que hizo que Aurora lanzara un suspiro de fastidio.

—Odio gastarlo en tonterías, pero debo montar mi propio espectáculo. Lorcan ya está pendiente de eso.

—Puedes hacerlo muy bien —dijo Cyra ensayando una sonrisa—. Rechazando las ofertas, olisqueando los materiales, desdeñando adornos…

—Supongo que sí. Preferiría pasarla adentro de una taberna atenta a las conversaciones, pero tenemos que dejar eso para Rohan. —Miró por la ventana del carruaje, y su corazón se estremeció ante la visión de niños mendigando comida.

Pensó en los impuestos recaudados, todas las monedas almacenadas dentro del palacio.

—Tengo una idea, algo que puede distraer a Lorcan y ayudar a nuestro ejército a pasar inadvertido por el bosque. El caos —declaró— es otra clase de arma.

Furioso, Owen acechaba por los establos. Quería a Aurora, pero ella había partido —sin dejarle una palabra— a la ciudad. Tenía planeada otra cabalgata, con un refrigerio junto al río. Y la seducción.

En el caso de elegirla, y su mente estaba casi decidida, esperaba que ella se prestara a todos sus caprichos. Lo mejor sería que lo aprendiera desde ahora.

Había otras con mayores atractivos, otras con atributos más generosos. Si ella se negaba a prestarle oídos, tomaría a cualquier otra como reina, y convertiría a la intrigante Aurora en consorte.

Se abrió camino hacia un compartimiento donde Thane envolvía una pata delantera de la montura de uno de los soldados.

—Ensilla mi caballo.

Thane mantuvo la cabeza gacha mientras continuó envolviendo la pata.

—Sí, mi señor.

—Ahora, liendre inservible. —Y dio una bofetada a Thane con el canto de la mano.

Thane recibió el golpe, y aunque supo que era una tontería, tiró del cabestro del asustado caballo, que arrinconó a Owen contra la pared del compartimiento.

—Pagarás por esto, puto inútil.

Fue suficiente satisfacción ver a Owen ponerse blanco como un hueso y salir del compartimiento a fin de descargarse con el siguiente golpe.

—Mil perdones, mi señor príncipe.

—Más tarde arreglaré cuentas contigo. Trae mi caballo, y que sea rápido.

Mientras Owen salía a pasos airados de los establos, Thane sonrió y se secó la sangre de la boca.

—Qué mal monta. No merece un caballo tan bueno. —Thane se dio vuelta y vio a Kern conduciendo a un caballo ya ensillado fuera de su compartimiento—. Hasta un burro cojo y tuerto sería demasiado para él.

Thane pasó una mano sobre el cuello brillante del corcel de Owen.

—Si los dioses me acompañan, y sobrevivo, tendré este caballo para mí. Gracias por ensillarlo.

—Es algo sencillo, en tiempos complicados.

—Tú sabías quién era ella. Quién es.

—El Verdadero resplandece.

—Ella resplandece. —Thane apoyó su frente sobre el cuello del corcel—. Es tanto lo que la amo. Un amor orgulloso y atemorizante. Haré lo que deba hacerse, Kern, pero te pido que lo que sea que me hayas dado en estos años, lo des ahora a mi familia. Puedo ir a cualquier batalla, asumir cualquier riesgo, si sé que ellos están protegidos.

—Has sido su protección por muchos años. Yo te ayudaré cuando llegue el momento.

—Entonces estaré preparado. —Sacó el caballo, y permaneció humildemente a la cabeza del caballo mientras Owen lo reprendía.

—Estaré preparado —repitió y observó a Owen espolear la montura y partir al galope.

El cielo permanecía nublado, pero no llovía. Aurora observó las nubes oscuras y rezó para que la tormenta en ciernes no se desatara mientras sus hombres marchaban hacia la ciudad. Utilizó su tiempo allí para estudiar las fortificaciones, para observar los cambios de guardia bajo la apariencia de un paseo entre los negocios.

Las mercaderías eran ricas, y la gente pasaba hambre.

—Se habla de portentos —dijo Rohan mientras ella permanecía junto al carruaje fingiendo supervisar las mercaderías que cargaban—. El dragón voló por el cielo anoche, y las estrellas sangraban.

—¿Y la gente qué interpreta de esos portentos?

—Algunos temen que sea el fin del mundo, otros esperan que sea el comienzo.

—Ambos tienen razón.

—Pero los que se atreven a hablar de esperanza lo hacen con susurros. Hay más gente que fue sacada de sus hogares en la noche y acusada con el cargo de traición. Se murmura que Lorcan aprovechará la mascarada para algún propósito oscuro, Aurora. Planea alguna hechicería.

—Él no tiene esa clase de poderes.

—Se dice que los ha buscado. —Rohan miró a la izquierda, a la derecha, para asegurarse de que nadie los escuchara—. Que ha cortejado la oscuridad. Sacrificios. Sacrificios humanos para extraer el poder de la sangre.

—Son habladurías supersticiosas. Pero no debemos ignorarlas. —Trepó al carruaje y volvió al castillo con la mente bullendo con miles de pensamientos.

Hay un tiempo para guerreros, y un tiempo para brujas. En la hora tardía, Aurora agitó su poder. Llamó al halcón, y a diez de los suyos. Luego a veinte, luego a cien. Y más, hasta que el cielo estuvo repleto de ellos. Parada junto a la ventana, levantó viento y, elevando los brazos, arrojó su poder en él.

Los halcones gritaban, giraban en círculo y se arrojaban en picado. Guardias y cortesanos se apresuraron en acudir al patio y a los jardines, a la ciudad, a las murallas. Hubo gritos de temor, exclamaciones de sorpresa.

Las nobles aves volaron dentro del castillo, a través de ventanas y puertas, impulsando a los sirvientes a escurrirse bajo sillas o camas. El aleteo de alas, el llamado del halcón, llenaba el aire, y como en una masa dorada pasaron como centella hacia el tesoro, tomando monedas con sus garras, volviendo a lanzarse como resplandores para arrojarlas como una lluvia opulenta sobre la ciudad.

Con gritos de asombro y alegría, hombres, mujeres y niños se agolparon fuera de sus casas y chozas para recoger el botín. Cuando sonó el llamado a armarse, muchos de los soldados estaban tan ocupados como los vecinos del pueblo llenando bolsillos y monederos. Antes de que se restableciera el orden, el grito de los halcones era un eco, el aleteo de sus alas un recuerdo.

Las calles de la ciudad reverberaban con monedas.

Un pago por adelantado, pensó Aurora, observando el caos en la ciudad desde la ventana. El resto llegaría pronto, muy pronto.

No se habló de otra cosa al día siguiente. Algunos echaron la culpa del extraño episodio a las hadas, o a la brujería. Se comentaba que la ira del rey era negra. Los soldados colocaron carteles advirtiendo que cualquier ciudadano que fuera encontrado con monedas perdería una mano.

Aun así, no quedó una sola moneda en la calle, y por primera vez Aurora oyó más risas que lamentos cuando prestó atención a la ciudad.

La confusión la mantuvo fuera del camino de Lorcan y de Owen durante todo el día, dándole tiempo para que la joven Rhys se deslizara en los calabozos con comida para los prisioneros mientras los guardias parloteaban.

Pero el tiempo para dar comida y monedas a los necesitados había acabado, y el tiempo de la guerra estaba cada vez más cerca.

Distraída, corrió a su habitación para los preparativos finales de su encuentro con Gwayne, sin notar que Owen acechaba. La empujó contra la pared apretándole el cuello. Ella ya estaba buscando su daga cuando la precaución le dictó intentar forcejear con la mano y darle al encuentro un carácter leve.

—Mi señor. Me asustasteis.

—¿A qué juego estás jugando?

Ella se estremeció y dibujó en sus labios una trémula sonrisa.

—A muchos, señor, y bien. ¿Qué he hecho para desagradaros?

—No te he dado permiso para malgastar tu tiempo. Han pasado dos días, y no has buscado mi compañía. Ayer no te di permiso para bajar a la ciudad.

—No, mi señor, pero su padre, el rey, sí me lo dio. Sólo busqué en los comercios con la esperanza de encontrar algo que os agradara en el baile. En el oeste no tenemos nada tan fino como en la Ciudad de las Estrellas. Por favor, mi señor. —Le tocó la mano—. Me hacéis daño.

—Ya quedó claro que te favorezco. Si no quieres que ponga mis ojos en otra mujer, Aurora, ten cuidado.

—Su favor, señor, es todo lo que puedo desear, pero vuestras pasiones me enervan. Sólo soy una doncella.

—Puedo convertirte en algo más. —Le pasó la mano por la entrepierna—. O menos.

—¿Me trataríais así? —Intentó con todas sus fuerzas llorar mientras la ira le recorría todo el cuerpo—. ¿Como una ramera a la que se manosea en un umbral? ¿Así es como me demostráis vuestro favor, deshonrándome?

—Lo que quiero lo tomo cuando quiero.

—¡Mi señora! —Rhiann gritaba conmocionada corriendo por el pasillo con Cyra pisándole los talones.

Aurora se zafó de Owen para caer sollozando en brazos de Rhiann y dejar que la llevaran a sus aposentos.

Tan pronto como la puerta fue cerrada y trabada, permaneció con los ojos secos.

—No hables de esto a nadie —ordenó—. A nadie. —Miró la mano que tenía estrechada al cuerpo, y la daga que llevaba—. El príncipe de los cerdos no tiene idea lo cerca que estuvo de ser degollado. Esta noche no cenaré. Envía un mensaje diciendo que Lady Aurora está indispuesta.

Se sentó y tomó una pluma.

—Tengo trabajo que hacer.