Capítulo 7

—Brynn fue una de las doncellas de tu madre, y su amiga —comenzó Cyra.

—Eso lo sé. Ahora ocupa el lugar de reina. Aunque no con alegría, según todas las apariencias. —Aurora se dio vuelta para que Cyra pudiera desabrocharle el vestido.

—Ella, Brynn, quedó viuda en la gran batalla. Thane sólo tenía tres años. En los años que siguieron, Lorcan decidió tomar una nueva esposa. Se dice, se murmura, que ella lo rechazó pero que él le dio la opción de entregársele o de tomar la vida de su hijo.

—¿Asesinaría a un niño para ganar una mujer?

—Quería a Brynn, porque ella era la más cercana a la reina, en espíritu y en sangre. —Cyra ayudó a Aurora a ponerse el traje de montar y comenzó a ajustarlo—. Sólo sé que se comenta que Brynn lloró con otra de las doncellas, la madre de la asistente de cocina con la que hablé. Ella juró su lealtad, y se entregó a Lorcan por su promesa de salvar la vida de su hijo.

Aurora se sentó frente al mueble de tocador, contemplando su propia cara, y se preguntó qué hubiera hecho en su lugar. Qué haría cualquier mujer.

—No tenía opción.

—Thane fue enviado a los establos, a trabajar, y desde ese día no se le permitió entrar al castillo, ni dirigir una sola palabra a su madre.

—Duro, duro y frío. Él hubiera tomado a Brynn por la fuerza y matado al niño. Lo mantuvo vivo, mantuvo a Thane vivo y cerca de ella, sin permitirle hablarle o tocarlo. Para hacer sufrir a ambos, para causar dolor por el dolor en sí. Era la deuda a pagar —dijo Aurora en voz alta mientras se dejaba arrastrar hacia la pesadilla de la mente de Lorcan—. La deuda por el primer rechazo de Brynn.

—Así es su manera de ser —asintió Cyra—. Una forma de venganza y retribución. Brynn se casó con Lorcan, y por dos veces perdió a sus bebés antes de dar a luz a una niña, que era Leia. Tres años más tarde, nació Dira.

—Ella no tenía opción, pero Thane… ya no es un niño.

—Espera, que hay más. —Cyra cepilló el cabello de Aurora y comenzó a armar las trenzas—. Cuando Thane apenas tenía siete años, huyó para unirse a los rebeldes, según se comenta. Él y un joven amigo. Fueron capturados y devueltos al castillo. El otro niño, hermano de la doncella que me lo contó, fue ahorcado.

El horror del relato atravesó su corazón.

—Por Draco, ¿mandó ahorcar a un niño?

—Y obligó a Thane a observarlo. Thane fue azotado y se le dijo que si volvía a insultar al rey, otro moriría en su lugar. Y, sin embargo, él volvió a huir, en menos de un año. Fue capturado, devuelto, azotado, y otro niño de su edad fue colgado.

—Eso supera toda maldad. —Aurora inclinó su cabeza—. Va más allá de la locura.

—Y más todavía. Lorcan tomó el bebé, Dira, su propia hija y medio hermana de Thane, y la llevó a los establos donde Thane estaba confinado. Sólo tenía dos días. Y colocó su propia daga en la garganta del bebé. Si Thane volvía a huir, hablaba mal de Lorcan o de Owen, si desobedecía o desagradaba al rey en cualquier forma, Dira moriría por ello, luego Leia, luego la propia Brynn. Si él no se sometía, todos y cada uno de los que compartían su sangre serían muertos.

—¿Cómo puede matar a los suyos? —Luchando por imaginarlo, Aurora se llevó una mano a su perturbado corazón—. Sí, sí, puede hacerlo. Ella sólo era una niña, después de todo —comentó amargamente—. ¿Y cómo un hermano, un niño, un hombre, podría arriesgarse? Él podría huir, ahora podría escapar, pero nunca pondría en peligro a su hermana o a su madre.

Pensó en lo que le había mostrado la esfera. El lobo caminando como un perro domesticado, mientras su madre y su hermana estaban encadenadas al trono. Y el fantasma de otra hermana permanecía atrapado detrás del espejo.

—No, no puede huir, no puede luchar. Ni siquiera por su propia libertad.

—Nunca volvió a intentarlo —confirmó Cyra mientras enrollaba la trenza en un grueso nudo en la base del cuello de Aurora—. Habla poco con los demás, permanece entre los caballos.

—No tiene amigos —dijo Aurora en voz baja—, salvo una niña en visiones y una criatura feérica de avanzada edad. Porque hacer amigos los pone en riesgo. Por eso siempre está solo.

—Me rompe el corazón. —Cyra se enjugó una lágrima de la mejilla—. Ellos piensan que Thane ha sido derrotado; Lorcan, Owen, todos. Pero no creo que sea así.

—No. —Recordó cómo se veía en el bosque con la espada en la mano y el gélido fuego de la batalla en sus ojos—. No es así. Ha enterrado su orgullo y dado más que la mitad de su vida por la espera, pero no está derrotado. —Se estiró hacia atrás para tomar la mano de Cyra—. Gracias por contármelo.

—Un hombre que se humilla para salvar a otro es un gran hombre, más grande quizá que aquel que lucha.

—Más fuerte. Más sincero. Lo juzgué mal porque no podía ver más allá de mis ojos, en mi corazón. Este lobo no está domesticado. Acecha. Tengo nuevas esperanzas. —Se puso de pie y dio media vuelta—. Corre a ver a tu hombre, pero ten cuidado. Ten mucho cuidado. Dile, si puedes, que no tardaremos. Tres días, no más de cuatro, y traeremos una inundación a la Ciudad de las Estrellas. Lo juro por mi vida, Lorcan se ahogará en ella.

Se acercó al espejo, y su sonrisa era la de una guerrera.

—Ahora hay que acicalarse para el hijo del diablo; veremos en qué nos puede ser útil.

Aurora se apresuró en presentarse en los establos, esperando por un momento estar a solas con Thane. Su caballo y el de Owen ya estaban ensillados. El guardia personal de Owen esperaba a la cabeza del caballo capado que usaba para montar.

Ella avanzó hacia su montura como si inspeccionara el caballo y los arreos.

—Tú, allí. —Se acercó a los establos dando imperiosas palmadas—. ¡Palafrenero!

Thane apareció. Mantenía la cabeza gacha, pero su mirada se elevó, y el ardiente resentimiento que había en ella le crispaba el rostro.

—Mi señora.

Para disimular ante el guardia, se movió hacia las patas posteriores del animal, agachándose como para inspeccionar su rodilla, y como Thane hiciera lo mismo, le susurró:

—Debo hablar contigo. Esta noche. Vendré a los establos.

—No hay nada más que decir, y nos pondrás a ambos en riesgo.

—Es urgente. —Arriesgando una caricia, le rozó con sus dedos el dorso de la mano—. Amado.

Oyó el entrechocar de las armaduras y espadas cuando el guardia comenzó a prestar atención. Dándole a su caballo unos ligeros golpes, se irguió y dio la vuelta para sonreír a Owen.

—¿Tienes problemas con esta… cosa? —Owen preguntó con una mueca de desprecio hacia Thane.

—De hecho, ninguno, mi señor. Mi montura no cargaba todo el peso sobre esa pata al cabalgar. Estaba alabando a su mozo por el cuidado de mi caballo. Estoy muy apegada a mi caballo. —Deliberadamente rebuscó en su monedero y sacó una moneda de cobre—. Por tu buen trabajo —dijo alargando la moneda a Thane.

—Gracias, mi señora.

—No es necesario darle monedas, ni hablarle.

—Encuentro que estos pequeños detalles aseguran un buen cuidado. —Se movió sutilmente hasta quedar en medio de Thane y Owen, y ofreció al príncipe su sonrisa más deslumbrante—. Como dije, tengo mucho apego por mi caballo. ¿Me ayudaréis a montarlo, mi señor? Tengo tantas ganas de salir a galopar.

Owen hizo a un lado el escabel para montar y apoyó sus manos sobre la cintura de Aurora. Ella posó las suyas sobre sus hombros y lanzó una coqueta carcajada cuando él la izó sobre la silla de montar.

—Sois muy fuerte, mi señor. —Ella tomó las riendas—. También siento apego por un hombre fuerte. —Con otra risa, chasqueó la lengua y salió volando con su caballo fuera de los establos.

Owen, según descubrió Aurora, era un jinete mediocre para una montura superior. Tuvo que ajustar las riendas para mantenerse a su paso. A pesar de la elección de su acompañante, era bueno poder galopar. Sentir la frescura del aire en su piel y quedar aparte del traqueteo del castillo y los olores de la ciudad.

Sus hombres, pensó, vendrían desde el noroeste, y usarían el bosque para cubrirse evitando siempre los caminos. Luego las colinas resonarían con aires de batalla y, cuando todo hubiera acabado, con los de la victoria.

—Se te ve pensativa, Aurora. —Owen la estudiaba mientras ella reducía la velocidad a un trote en el límite entre el campo y el bosque.

—Sólo admiro la belleza de vuestro país, mi señor. Pienso en lo placentero que debe ser saber que todo esto os pertenece.

—La mujer que elija tendrá parte en eso.

—Si vos lo queréis —dijo bruscamente, y llevó su caballo a lo largo del sendero del bosque—. Hay ricas tierras en el oeste también. Mi padre se ocupa de sus propiedades con mano firme y ojo atento. Las colinas allí son elevadas, y el ganado se alimenta en las laderas.

—El nombre de mi prometida será anunciado en la mascarada, el fin de semana.

—Eso me han dicho. —Ella deslizó una mirada en dirección a él, apretando los labios. Y lo envolvió con su poder como con un manto de seda—. ¿Ya lo tenéis decidido?

—Quizás sí. —Se estiró para tomar las riendas de ella y detener el caballo, luego bajó del suyo. Mientras ella levantaba las cejas, él la rodeó y luego extendió los brazos para bajarla de la silla de montar—. Pero un príncipe debe ser cuidadoso para elegir a su mujer. Una mujer que será reina.

Ella apoyó la mano sobre su pecho.

—Así es… Una mujer debe pensar a quién le dirige sus favores.

—Quiero una mujer que me haga hervir la sangre. —La estrechó más cerca y habría llegado a su boca si ella no le hubiera puesto los dedos sobre los labios.

—La sangre de un hombre hierve fácilmente. Y si una mujer le da lo que desea antes de que haya una promesa, la mujer es una tonta. ¿Qué hombre, qué rey querría a una mujer tan frívola?

—Si me das lo que deseo, y me agrada, haré la promesa. Cede ahora, y serás reina.

—Hacedme reina. —Ella jugueteaba con los dedos sobre su mandíbula—. Y yaceré con vos. Os daré hijos, y un gran placer en el momento de concebirlos.

—Podría tomarte. —Hundió los dedos en los labios de Aurora—. No podrías detenerme. —Su respiración se agitó al levantarla en el aire—. Tú me perteneces, como cada brizna de hierba en el campo que se extiende ante nosotros. Soy tu señor. Soy tu dios.

—Tenéis la fuerza, y el poder. —Y aunque tenía una daga bajo la falda, no podía arriesgarse a usarla, ni siquiera para defenderse de ser violada—. ¿Por qué tomar hoy por la fuerza lo que tendréis libremente en pocos días?

—Por excitación.

Ella se limitó a reír, y le acarició la mejilla.

—¿Retozar como conejos en la tierra? No es algo que os cuadre, mi señor, ni a la mujer que quiere que se siente a vuestro lado. La espera, creo… —Ella siguió rozándole los labios con los dedos—. Afinará los apetitos.

—Una muestra, entonces. —Le rodeó la garganta con su mano, la apretó, luego le cubrió los labios con un beso brutal. Ella saboreó su deseo, y su placer en la fuerza. Con toda su voluntad se tragó la repulsión y la furia, y lo dejó hacer.

Pensó en cómo le haría pagar esto, así como las miles de crueldades hacia su gente, y su parte en humillar a Thane. En cada latigazo que sufriera Eton.

Cuando sus manos cayeron como garras sobre ella, atenazando sus pechos dolorosamente, Aurora no forcejeó ni se quejó. Porque él pagaría.

—Mi señor, os lo ruego. —Esperaba que el temblor en su voz fuera tomado como pasión antes que por la ira que sentía—. Disculpadme y esperad por el resto. No os decepcionaré, lo prometo.

—¿Prefieres que vaya a picotear entre las sirvientas para saciar mi apetito?

—Un hombre como vos debe tener grandes apetitos. Haré lo mejor que pueda para estar a vuestra altura, en el momento indicado. —Ella se zafó—. Vuestros besos me hacen temblar. Me destrozaría el corazón saber que sólo jugáis conmigo.

Él la aferró por la cintura y la depositó sobre la montura con mayor rudeza de lo necesario.

—Sabrás mi respuesta el fin de semana.

Bastardo, pensó mientras tomaba las riendas. Pero sonrió, con una caída de los párpados.

—Y vos, mi señor, sabréis la mía.

Hubiera querido bañarse, restregarse los labios hasta dejarlos en carne viva con tal de que no le quedara nada de su gusto o de su recuerdo. Pero rió y habló durante toda otra noche de festejos. Danzó, y simuló solamente nerviosismo y objeciones femeninas cuando Owen la empujó hacia las sombras y tocó su cuerpo. Como si tuviera el derecho.

Su mente estaba demasiado atribulada para hablar del tema cuando Rhiann le quitó el vestido de fiesta y le puso su camisón. Ella observó el cielo, con el cuidado de no exponerse demasiado cerca de la ventana, mientras el mundo se aquietaba en busca del sueño.

Luego, tomando capa y capucha, se deslizó hacia fuera en la noche, hacia los establos.

Supo que él no estaba allí. Ahora comprendía que una parte de ella lo sentiría, siempre lo sentiría. Él no la había esperado tal como ella le pidió.

Una vez más tomó una vela y lo siguió a través de los túneles, hacia el bosque que se extendía más allá.

Estaba de pie bajo el claro de luna. La luz rutilaba sobre su camisa rasgada, su pelo desordenado, las botas gastadas.

—Te dije que no vinieras.

—Necesito hablar contigo. —Apagó la vela de un soplo, y la depositó en el suelo—. Verte. Estar contigo.

Él dio un paso atrás.

—¿Estás loca, o sencillamente viniste para asegurarte de que estaba aquí?

—Podrías haberme contado cuando te pregunté por qué permanecías aquí.

—No es asunto tuyo.

—Todo lo que hagas, todo lo que seas, y pienses y sientas, todo lo que te concierne tiene que ver conmigo.

—Saliste a cabalgar con él.

—Hago lo que se necesita hacer, lo mismo que tú, Thane. —Extendió una mano mientras se movía hacia él, pero Thane se apartó.

—¿Te casarás con él, te acostarás con él? ¿Eso es lo que se necesita hacer?

Por primera vez en días una sonrisa que le llegó del corazón torció sus labios.

—Estás celoso. Y yo soy tan mala como para disfrutar de ello. Él nunca me tendrá como un hombre tiene a una mujer. Ya me tienes tú.

—No es así. No lo haré.

—En sueños lo has hecho. —Avanzó, apoyó la mejilla contra su espalda y sintió cómo su cuerpo se tensaba como un arco—. Has soñado conmigo.

Su mente y su cuerpo respondían al menor movimiento que ella hacía.

—Toda mi vida, según parece, he soñado contigo.

—Me amas.

—Toda mi vida te he amado. —Retrocedió bruscamente, a un brazo de distancia, cuando ella quiso abrazarlo—. Tú me mantuviste vivo, creo, por estar en mis sueños, por amarte, por amarme. Ahora, por los dioses, tú serás mi muerte.

—Nadie vive para siempre. —Se quitó la capa, desplegándola sobre el suelo. Luego, parada a la luz de la luna, se quitó el camisón, que formó un charco a sus pies—. Vive ahora.

Él se acercó, apresando el largo cabello negro en su puño. Podía alejarse de esto, todavía tenía fuerzas. O podía aceptar el amor, un precioso momento de amor, y quedarse con su consuelo y su tormento en el alma por el resto de su vida.

—Si me espera el infierno, al menos tendré primero una noche celestial.

—La tendremos. —Aurora agitó una mano y alrededor de ellos se encendió un círculo de fuego protector. Su luz resplandecía en dorados reflejos mientras una fina niebla cubría el suelo con una pura sábana blanca.

—He aguardado por ti, Thane. —Ella tocó con sus labios los suyos, acomodando su cuerpo al de Thane—. A través de la luz y a través de la oscuridad.

—Por esta sola noche contigo, canjearía mil noches solo. Soportaría mil azotes, moriría mil muertes.

—Se aproxima la medianoche. —Ella sonrió mientras él la acostaba sobre el suelo mullido y nebuloso—. Es mi hora.

—Será nuestra hora, Aurora. —La besó tiernamente, muy tiernamente—. Mi luz.

Era dulce, tan dulce, ese beso, la cosquilla de las yemas de los dedos sobre la carne. Ella conoció su sabor, su tacto, tan cálidamente familiar, y aun así tan gloriosamente nuevo. La sensación de su cuerpo, el músculo fuerte, la sucesión de cicatrices la excitaron, así como a él el resplandor de sus ojos a la luz del fuego encantado.

—Thane, mi lobo. —Con una risa, ella se incorporó y le dio un golpecito en la barbilla—. Tanto mejor que en un sueño.

Los labios volvieron a encontrarse en una profunda búsqueda que a ella la dejó temblando bajo el cuerpo de Thane, moviéndose incansablemente a medida que la necesidad bullía en su sangre. El corazón se desbocaba bajo su palma con duros callos de las labores, y luego bajo su boca, la marca caliente de su necesidad. Y su vientre comenzó a doler como si tuviera hambre. Sus propias manos se volvieron más demandantes, tirando de la camisa rota. El sonido de la ropa al rasgarse no hizo más que agregar excitación.

Thane quería ir despacio, convertir esa noche en la eternidad. Ella podía desaparecer, lo sabía, cuando saliera el sol, y él quedaría más miserable de lo que pensó que podía soportar.

Pero la necesidad que tenía de Aurora era desbordante, enorme, y el amor que desataba tormentas dentro de él le robaba el aliento. La urgencia aumentaba con cada caricia, cada murmullo, hasta que creyó enloquecer.

Lo que él tomaba, ella lo entregaba sólo para exigir más. Gritó su nombre cuando él la llevó a la cima, luego se le pegó a la boca implacablemente en el más intenso estado febril.

El pozo vacío de su vida se inundó hasta rebalsar, y por primera vez supo que había algo por lo que era capaz de matar con tal de conservarlo.

Sus manos se cerraron sobre las muñecas de Aurora. La miró con ojos de ardientes destellos verdosos.

—Tú nunca le pertenecerás. Él nunca te tocará de esta manera.

—No. —Aquí estaba el poder, comprendió Aurora. Otra clase de poder femenino—. Sólo tú. Me entrego a ti, y sólo a ti como mujer. —Oyó que las campanas comenzaban a dar la hora—. Únete a mí, sé mi pareja. Ámame. Seremos más juntos de lo que cada uno puede ser por separado.

Él se hundió dentro de ella, observando el poder y el placer que ese momento producía en la cara de Aurora. Y sintió que la áspera magia fustigaba todo su cuerpo.

Luego ella se estaba moviendo debajo de él y junto con él, y para él. Sus dedos se trenzaron, sus labios se encontraron.

Sobre sus cabezas, un relámpago brilló en la forma de un dragón, y las estrellas titilaron rojas como sangre.