Capítulo 4

Aurora se puso con mucho esmero un vestido de terciopelo azul con bordados de oro. Con ayuda de Cyra su pesada cabellera fue domesticada dentro de un cintillo de oro. Llevaba pequeñas piedras azules en las orejas, una delicada perla le cruzaba la garganta. Y una daga sujetada al muslo.

Después de practicar sus sonrisas y muecas afectadas frente al espejo, consideró que estaba lista. Vagó por el corredor, sabiendo que las obras de arte y el mobiliario habían sido robados a sus padres o saqueados de otras provincias. Desde las ventanas recorrió con la mirada los jardines y laberintos y tierras que fueran cuidados por sus antepasados, luego tomados por la fuerza para el orgullo y la avidez de otros.

Y observó el número y ubicación de los guardias en cada puesto. Se deslizó escaleras abajo, y paseó erráticamente por habitaciones, observando a los sirvientes, invitados y cortesanos.

Le agradó poder moverse con libertad por el castillo y alrededor de los jardines. Qué amenaza podía constituir después de todo una mujer, pensó al detenerse para oler las doradas rosas y estudiar la fila de guardias a lo largo del murallón que daba al mar. Ella era simplemente una candidata a la mano de Owen, enviada para ofrecerse como un fruto maduro listo para ser tomado.

—¿Dónde está la música? —preguntó a Cyra—. ¿Dónde está la risa? No hay canciones en el reino de Lorcan, ni alegría. Él gobierna sombras.

—Tú traerás de vuelta la luz.

—Juro que lo haré. —O moriré en el intento, prometió en su fuero interno—. Hay tanta belleza aquí, pero es como una belleza atrapada detrás de un vidrio. Apresada y a la espera. Debemos romper el vidrio.

Rodeó una curva en el sendero y vio a una mujer sentada en un banco con una jovencita arrodillada a sus pies, sollozando. La mujer llevaba una pequeña corona encima de su cabello dorado. Se veía crispada y flaca en sus ricos vestidos, y aunque su rostro era bello, estaba pálida y cansada.

—La que se hace llamar reina. —Aurora habló por lo bajo y luchó para mantener la furia fuera de sus ojos—. La mujer de Lorcan, que era la doncella de mi madre. Hay tiempo antes del banquete. Veremos si puede ser de utilidad.

Plegando los brazos a la cintura, Aurora vio que la reina se sobresaltaba, que su mano se cerraba rígida sobre el hombro de la muchacha.

—Su Majestad. —Hizo una profunda reverencia—. Soy Lady Aurora, y os pido disculpas por distraeros. ¿Puedo ser útil?

La muchacha había dejado de llorar, y aunque su hermosa cara estaba bañada en lágrimas, se puso de pie y se inclinó ante ella.

—Sois bienvenida, señora. Disculpad mi comportamiento. Sólo era una nimiedad infantil lo que me hizo buscar la rodilla de mi madre. Soy Dira, y os doy la bienvenida a la Ciudad de las Estrellas y a nuestro hogar.

—Su Alteza. —Aurora hizo una reverencia, luego tomó la mano que le ofrecía la reina.

—Soy Brynn. Espero que tengáis todo lo que necesitéis aquí.

—Sí, mi señora. Pensaba recorrer los jardines antes de que se ponga el sol. Son tan adorables, y con el verano a punto de terminar, transitorios.

—En el crepúsculo aumenta el frío. —Brynn se tapó la garganta con su túnica como si ya pudiera sentir el invierno en ciernes. Cuando Brynn se levantó, Aurora notó que sus ojos eran de un azul profundo, e insoportablemente tristes—. ¿Nos acompañaríais dentro? Ya casi es hora de festejar.

—Con gusto, mi dama. Vivimos muy tranquilos en el oeste —continuó—. Espero con ansiedad las danzas y la fiesta, y pasar el tiempo con otras mujeres.

—Perdices y pavas —susurró Dira.

—¡Dira!

Pero Aurora se rió por encima de la severa reprimenda de la reina, y miró a la muchacha con mayor interés.

—Eso debemos parecer a vos, Alteza. Campesinas desfilando con sus mejores galas en la esperanza de que el príncipe Owen les muestre sus favores.

—No pretendía ofender a nadie.

—Y a nadie ofendisteis. Debe ser cansado tener a tantas mujeres parloteando día y noche. Estoy segura de que estaréis contenta cuando el príncipe haya escogido a su prometida. Entonces tendréis una hermana, ¿verdad?

Dira desvió la mirada hacia la escollera.

—Eso parece.

Una sombra cruzó el sendero, y Aurora hubiera jurado que el mundo entero quedó en silencio.

Lorcan, autoproclamado rey de Twylia, estaba delante de ellas.

Era alto y de constitución robusta. Su pelo, cercano al color del cobre, se desparramaba sobre los hombros de su capa purpúrea. En su corona y en sus dedos brillaban las joyas. Su cara de ángulos definidos tenía la belleza propia del demonio, y tan frío era el azul de sus ojos que Aurora no se sorprendió al sentir que la reina temblaba delante de ella.

—¿Pierdes el tiempo mientras nuestros invitados esperan? ¿Te sientas y sueñas cuando estás obligada a tomar tu lugar?

—Su Majestad. —Llevada por el instinto, Aurora se inclinó sobre una rodilla a los pies del rey, y utilizó un poco de poder para atraer su atención y distraerlo de su esposa—. Os pido mis más humildes disculpas por detener a la reina Brynn con mi insensata charla. Su Majestad fue lo bastante amable como para no despedirme e intentó calmar mis tontos nervios. Soy yo la culpable por el retraso de su llegada. —Levantó la vista y puso lo que esperaba que fuera la más sutil luz de coqueteo en sus ojos—. Estoy muy nerviosa, señor, por tener que conocer al rey.

Al comprobar que su tensa boca se relajaba, comprendió que era el toque indicado. Él se inclinó y levantó su barbilla.

—¿Y quién es esta flor oscura?

—Señor, soy Aurora, hija de Ute, y la insensata mujer que ganó vuestro disgusto.

—Se crían bellas en el oeste. De pie. —La ayudó a levantarse y estudió su rostro con tanto descaro que ella no tuvo necesidad de fingir un rubor. Aunque se producía más por temperamento que por modestia—. Esta noche te sentarás a mi lado en el banquete.

Aurora pensó que la suerte o el destino la bendecían, y apoyó su mano sobre la de él.

—No soy merecedora, pero agradezco el honor, señor.

—Tú me entretendrás —dijo mientras la conducía dentro, sin siquiera volver a mirar a su mujer o a su hija, según notó Aurora—. Y acaso me demuestres por qué mi hijo debería considerarte para futura esposa.

—El príncipe, señor, debería considerarme para que pueda continuar entreteniéndoos, y sirviéndoos como haría una hija, durante todos vuestros días.

Esta vez lanzó una mirada a Dira, con una indignación apenas velada.

—¿Y cómo me serviría una hija?

—Cumpliendo con sus deberes. Dando placer al rey, señor, y a su marido. Trayendo hijos fuertes al reino y presentando un rostro y una actitud agradables. Cumpliendo con las peticiones de ellos día y… noche.

Él se rió, y cuando entró en el concurrido y fuertemente iluminado salón de banquetes, Aurora estaba a su lado.

Thane espiaba por un agujero en la cámara secreta junto a la galería de los juglares. Desde allí arriba podía contemplar la fiesta, y las luces y los colores. Ante el olor de la carne asada su estómago vacío se agarrotó, pero estaba habituado al hambre. Así como estaba habituado a permanecer de pie en las sombras mirando el color y las luces.

Podía oír las risas de las mujeres cuando las damas competían por la atención y los favores de Owen, pero sólo había una que atrajo el interés de Thane.

Estaba sentada junto al rey, sonriente, probando las delicadezas que él apilaba en su plato, coqueteando con la mirada por encima del borde de la copa.

¿Cómo podía ser ella la misma criatura que había acudido a él en sueños y visiones durante toda su vida? ¿La mujer que le había ofrecido tanto amor, tanta pasión y tan resplandeciente honestidad? Esta coqueta dama con sus sonrisas astutas y su risa vibrante jamás podría hacerlo arder como lo hacía arder su luz.

Sin embargo ardió, aun ahora, con sólo mirarla.

—Tu espalda necesita cuidados.

Thane no se volvió. Kern aparecía en el momento y el lugar que quería, como se suponía que lo hacían las hadas. Y era tanto una bendición como una perdición.

—No es la primera vez que me azotan. Muy pronto sanará.

—Quizás tu carne. —Kern agitó una mano y la pared entre ellos y el salón de banquetes desapareció titilando—. Pero tu corazón es otro asunto. Ella es muy hermosa.

—Una cara hermosa es belleza fácil. Ella no es lo que pensaba… que sería. No la quiero.

Kern sonrió.

—Uno no siempre quiere al destino.

Thane se volvió. Kern era viejo, viejo como el tiempo. Su larga barba gris le cubría unas gruesas mejillas y se estiraba hasta la cintura de su brillante túnica roja. Pero sus ojos eran alegres como los de un niño, y verdes como el Bosque Perdido.

—Tú me muestras estas cosas. A esta mujer, este mundo, y sugieres cambios, restauración. —La frustración asomaba a la voz de Thane y endurecía su cara—. Me entrenas para la batalla, y me curas cuando Owen o Lorcan o uno de sus perros me golpea. ¿Pero de qué me sirve? Mi madre, mi hermana menor, no son todavía más que prisioneras. Y Leia…

—Ella está a salvo. ¿No te lo he dicho?

—Al menos a salvo. —Luchando por componerse, Thane volvió a mirar la fiesta, y a la pequeña Dira—. Una hermana a salvo, y perdida para mí, la otra atrapada aquí hasta que sea lo bastante grande para que le encuentre un santuario. Jamás habrá uno para mi madre. Está tan delgada.

—Ella se preocupa por ti, por sus hijas.

—Leia espera el momento oportuno con las mujeres en el Valle de los Secretos, al menos por ahora. Y Dira es todavía muy joven para que la serpiente le preste atención, o planee deshacerse de ella casándola con algún lacayo derrochador. Ella no necesita preocuparse por ellos. Después de todo no tiene que pensar en mí. No soy más que un cobarde que oculta su espada.

—No es cobardía ocultar tu espada hasta que llegue el momento de esgrimirla. El momento se acerca.

—Siempre dices lo mismo —contestó Thane, y aunque sabía que la magia de Kern no permitía que aquellos que festejaban los vieran encima de ellos, sintió la mirada de Aurora estudiando la galería. Supo que lo miraba a él, tal como él la miraba a ella.

—¿Es entonces una bruja y las visiones entre nosotros un mero pasatiempo para ella?

—Ella es muchas cosas. Thane sacudió la cabeza.

—No importa. Ella no es para mí, ni yo para ella. Eso fue fantasía e insensatez, y ya terminó. Es Dira la que me importa ahora. Otros dos años, y Lorcan buscará casarla. Entonces deberá ser enviada fuera de aquí, por su propia seguridad. Mi madre no tendrá a su hija para consolarla, ni a su hijo para protegerla.

—No eres bueno para ellas si estás muerto. —La voz de Kern se volvió aguda como acero afilado—. Y no eres bueno para nadie cuando te revuelcas en la autocompasión.

—Es fácil decirlo cuando tú te pasas todo tu tiempo en una balsa, y yo el mío en un establo. Renuncié a mi orgullo, Kern, y he vivido sin él desde mis siete años. ¿Es tan sorprendente que esté preparado para renunciar a mi esperanza?

—Si lo haces, será el fin para ti.

—Hay momentos en los que deseo el fin. —Pero miró a Dira. Era tan joven. Inocente e indefensa. Pensó en lo que había llorado al encontrarlo golpeado y sangrando en los establos. Sabía que a ella le dolía más de lo que a él le dolía cada latigazo. La sangre de Lorcan podía correr por sus venas, pero no tenía nada de su crueldad.

Thane pensaba que ella era su único placer verdadero desde la huida de Leia. De modo que se aferraría un poco más a su esperanza sólo por ella.

—Todavía no me doy por vencido —dijo Thane en voz baja—. No todavía. Pero mejor que sea pronto.

—Vamos, entonces, déjame curar tus heridas.

—No. —Thane estiró los hombros, aceptando el dolor—. Me recuerda que tengo trabajo que hacer.

—Cuando lo termines búscame. Es momento de practicar.

Tomada de la punta de los dedos, Aurora trazaba círculos en su danza con Owen. La música era animada, y a ella le agradaba mucho más que a su compañero. Pero él no podría haberse enterado de esa repulsión por la forma en que le sonreía y le lanzaba risueñas miradas por encima del hombro cuando la danza los obligaba a separarse.

Cuando la música volvió a reunirlos, él le tocó los nudillos con el pulgar.

—El rey te ha favorecido.

—Me siento honrada. Veo mucho de él en vos, mi señor.

—Cuando llegue mi momento de reinar, lo superaré. —Sus dedos apretaron los de ella—. Y exigiré mucho más de mi reina de lo que él a la suya.

—¿Y qué es lo que vuestro padre exige de su reina?

—Poco más que obediencia. —Llevó la mirada hacia donde se sentaba Brynn, como una estatua, con sus mujeres.

—Un rostro atractivo, una cabeza inclinada y dos pálidas hermanas no serán suficiente para mí.

—¿Dos?

—Dira es la menor de las cachorras de Brynn. Había otra, pero la mataron las bestias salvajes en el Bosque Negro.

—¡Bestias salvajes! —Aunque no pudo evitar un grito, Aurora se llevó una mano al pecho.

—No temas, mi señora —dijo con una risotada—. No hay bestias en la ciudad, ninguna que camine a cuatro patas.

Las figuras de la danza volvieron a separarlos, y Aurora ejecutó sus giros, sus reverencias, y contó con impaciencia los compases hasta que volvió a enfrentarse a Owen. Con su cabeza coquetamente ladeada, ella lo miró fijo a los ojos.

—¿Y qué sería suficiente para vos, mi señor, de parte de una reina?

—Pasión. Fuego. Hijos.

—Debe haber fuego en la cama para hacer hijos. —Ella bajó la voz, y habló con su cara cercana a la de él—. Ardería por ser madre de reyes.

Luego retrocedió, agachándose profundamente al terminar la danza.

—Vamos a caminar.

—Con gusto, señor. Pero debo llevar a mi dama conmigo, según lo correcto.

—¿Tú sólo haces lo correcto?

—Una reina debería hacerlo, cuando todas las miradas caen sobre ella.

Levantó una ceja en señal de aprobación.

—Cerebro además de belleza. Tráela, pues.

Aurora apoyó su mano sobre la de él y gesticuló descuidada con la otra de modo que Cyra los siguió hasta la terraza.

—Me gusta el mar —comenzó ella mirando los acantilados—. Sus sonidos y sus olores. Es como tener una pared de retaguardia, una protección contra los enemigos. Pero también es pasión, y posibilidades. ¿Creéis que hay mundos más allá del mundo, mi señor príncipe?

—Son cuentos para niños.

—Si existieran, un rey podría gobernarlos todos, y los hijos de semejante rey serían dioses. Incluso Draco se inclinaría.

—El poder de Draco es débil, por eso se recluye en su caverna. Esto —Owen apoyó una mano en la empuñadura de su espada—, esto es poder.

—El poder de un hombre está en su espada y en su brazo, el de una mujer en su mente y en su vientre.

—¿Y su corazón? —Esta vez él apoyó la mano sobre el pecho de Aurora.

Aunque su piel se estremeció, sonrió con presteza.

—No si entrega ese corazón. —Llevó los dedos ligeramente a su muñeca, luego los retiró—. Si yo así lo hiciera, mi señor, ofreceros mi corazón y mi cuerpo, mi valor ante vos disminuiría. Un premio fácilmente obtenido es apenas un premio. De modo que os daré las buenas noches, en la esperanza de que consideréis lo que tengo como algo digno de ser ganado.

—¿Me dejarás con tantas opciones disponibles? —dijo indicando a las mujeres del salón de banquetes cuando Aurora se apartó.

—Así las veréis… pero pensad en mí. —Lo dejó con una carcajada, luego pronunció un juramento susurrado apenas se sintió a prudente distancia.

—¡Sapo cabeza hueca, de manos torpes! Este hombre piensa primero con la lanza que lleva entre las piernas. Bien, es un insignificante guerrero el que lleva dentro. Al menos eso ya lo comprobé. Cyra, necesito que hables con las otras mujeres, averigua todo lo que puedas sobre la reina y sus hijas. ¿Qué papel juegan en este rompecabezas?

Cambió pronto de tema mientras se cruzaban con unos guardias y comenzó a hablar animadamente de la fiesta y las danzas hasta que estuvo de vuelta en sus aposentos.

—Rhiann. —Dejó escapar un hondo suspiro—. Ayúdame a quitarme este vestido. ¿Cómo hacen las mujeres para tolerar su peso todos los días? Necesito la túnica negra.

—¿Vuelves a salir?

—Sí. Sentí unos ojos encima de mí mientras estaba en el banquete. Una mirada que venía de arriba. Gwayne dijo que había un agujero para espiar junto a la galería de los juglares. Quiero revisarlo. ¿Lorcan apostaría guardias allí durante una fiesta? Parece demasiado seguro de sí mismo como para molestarse.

No, no había habido guardias vigilándola, Aurora lo sabía. Habían sido los ojos verdes como la hierba de su lobo. Necesitaba averiguar por qué estaba él allí.

—Y necesito ver cómo está protegido el castillo durante la noche. —Se echó encima la túnica—. Tengo magia suficiente para pasar desapercibida si es necesario. ¿Te enteraste de algo que nos sea útil? —preguntó mientras se ajustaba la espada.

—Supe que Owen volvió y a pesar de todo golpeó al mozo de cuadra.

La boca de Aurora se tensó.

—Lo lamento.

—Y que el mozo de cuadra es Thane, hijo de Brynn, a quien Lorcan tomó como reina.

Las manos de Aurora se detuvieron en el acto de trenzar sus cabellos, y sus ojos se encontraron con los de Rhiann desde el espejo.

—¿El hijo de Brynn está expulsado en los establos? ¿Y permanece allí? Su padre fue un guerrero que murió en la batalla junto al mío. Su madre fue la doncella de mi propia madre. Aun así el hijo de ambos se arrastra a los pies de Owen y cepilla caballos.

—No tenía ni cuatro años cuando Lorcan usurpó el trono. Era sólo un niño.

—Hoy no es un niño. —Se arremolinó la capa por encima y levantó la capucha—. Quédate dentro —ordenó.

Se deslizó fuera de la habitación, moviéndose silenciosamente por los corredores hacia las escaleras. Apeló a su magia para producir humo en el aire, y así embotar los sentidos de los guardias a medida que pasaba corriendo delante de ellos.

Irrumpió en la galería de los juglares y encontró el mecanismo que Gwayne había descrito para que ella pudiera abrir la cámara secreta junto a ella. Una vez dentro, se acercó al agujero para espiar y contempló desde arriba el salón.

Ahora estaba prácticamente vacío, y los sirvientes comenzaban a levantar los restos de la fiesta. La reina se había retirado, y todos salvo las más atrevidas damas continuaban allí. Las risas bordeaban el límite de los alaridos. Vio a uno de los cortesanos deslizar su mano bajo la pechera del vestido de una mujer y acariciar sus pechos.

Ella no había sido alertada sobre los modos de hombres y mujeres. Los Viajeros podían ser mundanos, pero siempre había respeto y buenas maneras. Ellos, pensó, no tenían ninguna de las dos cosas.

Se apartó del espectáculo para concentrarse en cambio en la esencia de lo que había en la cámara antes que ella.

Uno que era humano, pensó, y otro que no. Hombre y criatura feérica. ¿Pero cuál sería su propósito?

Para descubrirlo, siguió el rastro de esa esencia desde la cámara hacia fuera del castillo. Hacia la noche.

Había guardias apostados en las murallas, en las poternas, pero a los ojos de Aurora se veían adormilados y torpes. Hasta doscientos hombres valientes, calculó, podían tomar el castillo si se hacía con rapidez y con ayuda de adentro. Mientras se abría camino a lo largo de la muralla, oyó los ronquidos del guardia de turno.

Lorcan, pensó, daba muchas cosas por sentado.

Miró hacia la puerta sur. Era por allí que Gwayne había huido con la reina la noche de la batalla. Muchos hombres valientes perdieron sus vidas para que su madre pudiera escapar, para que ella pudiera nacer.

No lo olvidaría. Y no daría nada por sentado.

Sus sentidos la llevaron hacia los establos. Olió los caballos, los oyó moverse en sus puestos a medida que se acercaba. Aunque también olió a un hombre —sudor y sangre— supo que no lo encontraría allí.

Se detuvo a acariciar el belfo de su caballo, inspeccionar su compartimiento y a los otros. Quienquiera que fuese Thane, hacía muy bien su trabajo. Y vivía pobremente, según notó al estudiar el minúsculo cuarto que contenía su camastro, el cabo de una vela, y un baúl con ropa basta.

Siguiendo el diagrama en su mente, registró el suelo en busca de la puerta trampa que llevaba a los túneles debajo de los establos. Un canal desembocaba en el mar, recordó, el otro en el bosque.

Sería un buen camino para traer a los soldados, para hacerlos tomar el castillo por dentro. Si es que Lorcan no lo había descubierto y destruirlo.

Pero cuando abrió la puerta, sintió que el aire se agitaba. Tomando el cabo de la vela, encendió el pabilo y dejó que su luz vacilante la guiara peldaños abajo.

Podía sentir el rugido del mar, y aunque estuvo tentada de tomar ese canal, sólo para llegar hasta el agua, respirar su olor, se volvió hacia el segundo pasaje.

Haría que Gwayne trajera a los hombres por el bosque, divididos en grupos. Unos para asaltar las murallas, otros para entrar por los túneles. Primero atacar las murallas, calculó, cercando las fuerzas de Lorcan allí mientras la segunda ola venía por abajo y por detrás.

Antes de que Lorcan pudiera reaccionar y prepararse para el segundo asalto, ellos le pasarían por encima. Y estaría acabado.

Rezó para que fuera así, y que no tuviera que enviar buenos hombres a la muerte por nada.

Se movió lentamente por la oscuridad. El techo bajo hacía imposible avanzar erecto, y podía imaginar el esfuerzo de un hombre haciendo ese mismo camino con toda su armadura.

Y habría acabado no tras una noche de fiesta y danzas sino tras una dura marcha desde las colinas, a través del bosque, con la certidumbre de que la muerte podía esperarlos al final del trayecto.

Eso era lo que ella pedía de su gente, así como pedía que confiaran en los hados, que ella fuera merecedora de ese sacrificio. Que ella sería una reina valerosa.

Se detuvo, apoyando su espalda contra la pared de piedra y tierra, con el corazón alborotado. Con cada pulgada de su cuerpo deseaba que no tuviera que ser así. Si tan sólo fuera una mujer común y pudiera saltar sobre su caballo y cabalgar nuevamente con los Viajeros, como siempre había hecho. Deseó poder cazar y reír, amar a un hombre y darle hijos. Vivir una vida comprensible.

Pero desear eso era desear contra los hados, contra los sacrificios hechos por sus padres, y darle la espalda a aquellos que habían rogado porque el Verdadero los condujera nuevamente hacia la luz.

De modo que volvió a levantar la vela y se encaminó por el túnel para desarrollar su estrategia.

Cuando oyó el entrechocar del acero, desenvainó su propia espada. Apagó la vela con un soplido, la depositó en el suelo y se movió con la destreza de un gato hacia la estrecha abertura.

Podía verlos batallando bajo la luz de la luna, el hombre joven y el hombre viejo. Y nadie advirtió cuando ella se impulsó fuera del túnel y se arrastró por el suelo del bosque.