VEINTISÉIS DÍAS EN LA TIERRA

Hay escritores con estilos tan contagiosos que es peligroso leerlos mientras escribes: tus personajes empiezan a pensar como los de ellos, a hablar como los de ellos. Para mí, James Boswell es uno de esos peligrosos.

Estaba leyendo el London Journal (primer tomo, 1762-63) de Boswell mientras trataba de escribir mi segunda novela, y el protagonista se puso a hablar a los veintidós años como Boswell. Pero en vez de dejar de leerlo (todos los días, después de escribir unas 1.500 palabras volaba literalmente al libro), decidí postergar la novela, y me puse a escribir un cuento donde el personaje principal era un joven provinciano pedante, más inteligente y agudo de lo que convenía, que llegaba a la gran ciudad para «perfeccionarse».

Pero su diario está escrito en el siglo veintidós, no en el dieciocho; no venía de Escocia, sino de la Luna.

14 de abril de 2147

Hoy decidí empezar a llevar un diario. Lamentablemente no ocurrió nada interesante.

15 de abril

Hoy tampoco ocurrió nada. Sólo trámites.

16 de abril

No puedo seguir desperdiciando papel pues de lo contrario el Comité de Conservación de la Tierra me quitará el diario y lo procesará para transformarlo en algo útil, como papel higiénico. Así que aunque tampoco hoy haya ocurrido nada, llenaré este espacio con detalles biográficos que sin duda serán muy valiosos para los historiadores futuros.

Mi nombre es Jonathon Wu, nacido el 17 de enero de 2131 de la madre artificial subrogante Sally 217-44-7624, hijo de Martha y Jonathon Wu II. Mis padres eran bastante ricos como para poder tener dos hijos legales, pero mi conducta los convenció enseguida de que uno era suficiente. Cuando tuve edad para viajar, apenas cuatro años, me despacharon al Instituto Clavius; suponían que casi medio millón de kilómetros era una distancia conveniente para monitorizar mi crecimiento.

Se dice que el Instituto Clavius fue fundado como un medio ambiente especialmente aislado y controlado para la crianza de pequeños estudiantes. Y estudiantes de mediano tamaño. Pero cuando se llega a ser un estudiante corpulento y desmañado hay que ir a otra parte. En Luna no hay universidades, sólo escuelas técnicas. No se puede adquirir la ciudadanía lunar —cuando se es mutans— y ser admitido en una de esas escuelas técnicas para terminar como una especie de mecánico super-cerebral. Pero supongo que mi padre prefirió que viviéramos en el mismo planeta a permitir que recibiera una educación indigna de un caballero.

Hace una semana regresé a la Tierra.

17 de abril

Hoy empezamos el curso. En este período seguiré cursos presuntamente paralelos de análisis algorítmicos y sistemas lógicos. Si alguna vez me ‘introducen’ nuevamente al álgebra binaria me acurrucaré y me morderé la lengua. Lecturas y análisis continuos en latín y griego clásico. Se supone que debo hacer lecturas preliminares para el período siguiente: Inglés del Siglo Veinte, Poetas Norteamericanos y Literatura Comercial como Índice Cultural. En éste seguiré Análisis Estocástico Aplicado e Inteligencia Artificial I. La poesía es divertida pero las novelas ‘comerciales’ son aburridas de leer. Hay que tener en cuenta que ninguno de estos autores nació con las ventajas de la ingeniería genética, y que a lo sumo eran hombres de inteligencia sobresaliente en un mundo poblado de retardados y otros deficientes.

La gravedad de la Tierra me fatiga.

18 de abril

Estuve hablando con mi asesor en griego y latín, el doctor Friedman, y me quejé de la esterilidad del siguiente curso de literatura. Me presentó la obra de un autor irlandés llamado Joyce, y me prestó un ejemplar del producto mental Finnegans Wake. Me llevó diez horas leer las treinta primeras páginas; totalmente enfrascado en la lectura durante el almuerzo y la cena. Fascinante. Fácilmente comparable a lo mejor de Thurman.

¿Por qué no nos lo enseñaron en el Instituto?

Tengo que caminar por lo menos dos horas por día para acostumbrarme a la gravedad. Así que escribo esto de pie, el diario apoyado en un estante. También debo comer puñados de nauseabundas tabletas de calcio, y tendré que usar refuerzos hasta que los huesos de las piernas se me hayan afianzado. Si me hubiera quedado en la Luna cinco años más, tal vez nunca habría podido regresar a la Tierra (una perspectiva que en este momento no me molestaría en absoluto). Veintiún años es demasiado para remodelar huesos porosos.

Los refuerzos dan calor y lucen ridículos con esta afectada ropa terráquea. Pero mi obvia condición de extraterrestre me da cierta notoriedad. Mi padre llamó esta mañana y hablamos unos minutos de mis cursos.

19 de abril

Hoy fue el primer día que me animé a alejarme a pie del complejo universitario. Salir sin traje me produjo una sensación extraña. Claro que se lleva un respirador (aún dentro de algunos edificios, pues tienen filtraciones) y eso contribuye a paliar la agorafobia.

¿Cómo tomaré el curso de geofísica del año entrante? Hacen excursiones a reservas salvajes donde trabajan períodos extensos a cielo abierto, expuestos a la intemperie. Comprendo que mis temores son irracionales, que los hombres han vivido millones de años respirando aire natural, caminando al aire libre sin que se les ocurriera que algo tenía que rodearlos. Tal vez pueda convencerles de que en la Luna este mismo miedo no es irracional, sino parte de la supervivencia… Tal vez me concedan una especie de dispensa, me eximan del curso, o por lo menos me dejen usar un traje.

Mientras vagabundeaba por los alrededores de la universidad pasé por una taberna presuntamente estudiantil. Bebí un poco de vino común y fumé un poco de hashish que no se parecía en nada al producto lunar. Sólo sirvió para que me fatigara. El tabernero no creyó que yo tenía dieciséis años hasta que le mostré el pasaporte.

Me embarqué en una larga y descabellada conversación con un mutans terráqueo sobre la necesidad de un equilibrio tarifario interplanetario. Saben tan poco sobre los otros mundos… Pero también yo sé muy poco de la Tierra, si se tiene en cuenta que nací aquí.

Me fue apenas posible regresar al dormitorio sin ayuda, y pasé dormido la mitad de las horas que dedico a leer. Tuve que tomar estimulantes para terminar el último libro de las Geórgicas. Habla tanto de la vida al aire libre que me hizo revivir las incomodidades del paseo.

Resolví no fumar más hashish en la Tierra hasta recuperar las fuerzas.

20 de abril

El análisis algorítmico tiene una economía y un orden que me atraen. Desde luego había planeado doctorarme en Letras, pero ahora quiero seguir investigando en matemáticas. A mi padre le daría apoplejía. Un caballero contrata matemáticos. Concerté una cita para mañana con la máquina de asesoramiento.

Me cuesta hacerme de amigos. Sus costumbres son bastante raras, pero he llegado a conocerlas mejor y estoy dispuesto a adaptarme. Tal vez tengo una visión demasiado crítica de la sociedad terráquea.

Un ejemplo perturbador: esta mañana por primera vez me sentí con fuerzas para un escarceo sexual. Pensando que sería una manera ideal de entablar relaciones más cordiales con los terráqueos, hice una cautelosa sugerencia de esa naturaleza a una compañera de Sistemas. Se indignó y me endilgó un discurso sobre el relativismo cultural. El meollo, al menos aplicado a esta situación, era que se considera condición casi insalvable el pasar por una serie de complicados rituales de cortejo con un posible compañero, como un pájaro que agita las plumas y arrulla. Le dije que eso tendría algún sentido si el rito se relacionara con la predicción o promoción de la futura compatibilidad sexual entre los dos individuos, que no era el caso. Reaccionó con una fuerza apabullante.

Mi padre me había advertido acerca de esta rareza moral, pero pensé que sólo se aplicaba a las clases inferiores y, específicamente, a los ejemplares restantes de homo sapiens. Por cierto la represión de los contactos sexuales casuales es defendible porque reduce el número de nacimientos sin control genético, pero no debería imponerse la misma conducta restrictiva al homo mutans, a cuyo grupo creí que pertenecía mi compañera. A juzgar por la virulencia de la discusión debo suponer que me equivoqué. Pero entonces, ¿cómo ingresó en una universidad? Desde luego, no la ofenderé con la pregunta.

21 de abril

La máquina analizó mi perfil y dijo que tenía potencial para un éxito moderado en matemáticas, pero que mi temperamento era más adecuado para la literatura. Me aconsejó continuar los estudios dobles todo lo que pudiera, y que luego dedicara todas mis energías a uno u otro campo en cuanto supiera con claridad qué me interesaba más. Una decisión placentera, tal vez a causa de mi irresolución natural.

Parece que al fin y al cabo encontré un amigo. No es de la Tierra, sino marciano, y también vino aquí para ‘pulirse’. Se llama Chatham Howard, y le halagó que yo reconociera el apellido Howard por su papel en la historia marciana y por el rango social que hoy representa en Marte. Está un año más avanzado que yo, y estudia sociología.

22 de abril

Chatham me llevó a una fiesta y me presentó a varios terráqueos muy simpáticos. Todavía estoy analizando las impresiones y cambiando un poco mis ideas; no todos los terráqueos de mi edad son provincianos inmaduros.

Encontré una muchacha interesante llamada Pamela Anderson. Empecé el ritual del cortejo, me esforcé por hacerlo bien. Fui atento y lisonjero (aunque ella tiene algunas ideas raras, no le falta inteligencia), y quedé en verla para la comida de la noche.

Nos besamos una vez. Qué costumbre extraña.

23 de abril

Chatham y una amiga vinieron con Pamela y conmigo a cenar en Luigi, un restaurante que se especializa en una cocina antigua llamada

‘Italoamericana’. Lleva más condimentos de los que yo acostumbro, pero Pamela recomendó un plato bastante suave llamado ‘espagueti’, con salsa de champiñones. Era bastante sabroso, y me evocó ciertos platos con hongos.

Después de la cena fuimos a un teatro público y vimos un videodrama que consistía principalmente en tomas de varias parejas copulando. Se parecía mucho a las videocintas que yo veía en las clases de Higiene Mental desde los ocho años, pero en este ambiente exótico me resultó extrañamente excitante.

Bebimos unos tragos en el teatro cuando terminó el espectáculo, y nos pusimos a bromear. Fue muy divertido, pero tuve la impresión de que Pamela no se interesaba por mí sexualmente. Fue una decepción, sobre todo después que la amiga de Chatham le pidió directamente a él que pasaran la noche juntos. Pamela fue muy amable pero no me hizo semejante invitación.

Por primera vez me pregunté si no me consideraría muy extraño como compañero sexual. Soy medio metro más alto, y mi miastenia lunar es muy evidente, con los refuerzos y mi propensión a la fatiga. También soy un par de años menor que ella, lo que parece ser muy importante en la Tierra.

Conversando descubrí que muchas de las costumbres relacionadas con este ritual de cortejo tienen siglos de antigüedad. Es un detalle exasperante: los terráqueos se aferran en muchos sentidos a la matriz cultural que los ha llevado a un paso de apretar el botón para destruir a la humanidad. En los Mundos hemos tenido al menos la sensatez de enviar todo al demonio y empezar de cero.

A veces me sobresalta recordar que nací en la Tierra.

24 de abril

Hoy me distraje mientras escribía un largo algoritmo de computadora Turing, pues me puse a pensar en Pamela. Tuve que volver al principio y empezar de nuevo. ¡Imbécil! Tal vez toda esta medicación me está afectando la disciplina mental.

Continúo analizando los escritos de Virgilio, o al menos los que se le atribuyen. Es obvio que muchos pudo haberlos escrito cualquier otro.

25 de abril

Pamela me fue a buscar, sin cita previa, a mi aula de Sistemas, una señal agresiva y alentadora. Pero a fin de cuentas lo que realmente le interesaba era aprender más sobre costumbres lunares, para una monografía de Sociología Comparada. Fuimos a la cafetería y hablamos sobre todo de las diferencias entre ella y yo. Me fui deprimido, pero con una cita para el concierto de mañana.

26 de abril

El concierto era con un instrumento antiguo llamado ‘harmonio’. Las melodías eran interesantes, pero el ritmo era simplista y las armonías progresaban de manera muy previsible. De algún modo, el efecto general era conmovedor.

Después del concierto me enteré de algo asombroso. Pamela no es mutans. Fuimos a un local a fumar marihuana con otra pareja y conversamos sobre la diferencia, la distancia entre el sapiens y el mutans. Me acusó de estar mal informado y de ser paternalista cuando hablaba de nuestra obligación de guiar y proteger al homo sapiens mientras se extinguía inexorablemente en unas pocas generaciones. Dijo que ella no había sufrido ingeniería genética ni la sufrirían sus hijos ni sus nietos. Dijo algo más que no me habían enseñado en la Luna. Pero una vez que lo hubo destacado tuve que admitir que era obvio: no había garantías de que la ingeniería genética tuviera éxito a la larga, y la humanidad debía conservar una comunidad amplia numerosa y pura de sapiens durante varios siglos por si fallaba el ‘experimento’.

Personalmente no estoy de acuerdo con su argumento de que los sapiens deban seguir siendo mayoría. Por cierto, un millón o dos sería lo adecuado para reconstruir la raza, si todos los mutans nos pusiéramos rojos y explotáramos. Desde luego, la preocupación de ella era más política que biológica; que si alcanzábamos la mayoría podíamos cometer la irracionalidad de negar al sapiens existencia legal.

Dijo que eso habíamos hecho en la Luna, y tuve que explicarle pacientemente por qué ya no permitíamos colonos sapiens. No era prejuicio, sino simple lógica. No se convenció.

Desde luego, esto explica por qué me sorprendió tanto descubrir que Pamela no era mutans. Todos los sapiens de Luna son muy viejos y mentalmente incompetentes por falta de terapia correctiva en la juventud. Sin darme cuenta yo estaba proyectando inconscientemente mis actitudes hacia su manifiesta inferioridad en los sapiens de la Tierra.

De algún modo el hecho de que no sea mutans no le quita atractivos. Mi respeto por su capacidad intelectual debería ser mayor, sabiendo como ahora sé que ha empezado con una desventaja genética. Lo que más me preocupa ahora es cierta desconfianza ante su estabilidad emocional. ¿O querré decir previsibilidad? Todo es muy desconcertante.

27 de abril

Esta noche, examen de Análisis Algorítmico. No es difícil, pero estudiar me ha llevado mucho tiempo.

28 de abril

Pamela me llevó al zoológico. Un día cansador pero muy interesante. Los animales son fascinantes. Se me ocurrió que la experiencia de ver por primera vez en mi vida criaturas no humanas, siendo adulto o casi, podría brindarme una percepción singular. En vez de escribir una larga parrafada en el diario, empezaré un ensayo sobre la experiencia.

Los pies me palpitaban de cansancio. Le conté a Pamela el chiste de la computadora que jugaba al ajedrez consigo misma, y se rió. ¿Era la primera vez que la veía reír?

29 de abril

Pamela leyó mi ensayo y se fue diciendo que no quería verme nunca más. Estaba llorando.

30 de abril

He reconsiderado algunas de las comparaciones que hice en el ensayo entre los animales y el homo sapiens. La intención era satírica pero ante la reacción de Pamela comprendo que esa intención no ha quedado clara. En vez de tratar de traducir mis tentativas humorísticas a términos terráqueos, omití esos pasajes. Le envié una copia a Pamela.

Al releer el diario, descubro que hace poco más de una semana que la conozco. Extraño.

1ero. de mayo

Examen de Latín.

2 de mayo

Pamela me visitó hoy con un compañero. No hizo ninguna mención del ensayo.

Comprendí que no conozco a Pamela lo suficiente como para saber si trajo al otro, Hill Beaumont, para darme celos (conscientes o no). Entiendo los celos, desde luego, por mis lecturas, pero nunca los he sentido y me considero inmune.

Además, Beaumont es un tío bastante estúpido.

3 de mayo

Beaumont vino a visitarme solo. Dijo que había leído el ensayo, y lo elogió con cierto detalle. Sigue siendo un imbécil, pero ahora no puedo evitar tenerle más simpatía. Me invitó a salir para conversar y tomar vino, pero me excusé con el pretexto de que me faltaba el tiempo. Y era cierto; mañana por la noche será el examen de Griego y últimamente no he estudiado. Tengo mucho que leer.

Le pregunté por Pamela y Beaumont dijo que no le había visto desde ayer, cuando se fueron.

4 de mayo

Griego. Me pasé el día entero en el cuarto, estudiando, pero acepté una invitación para comer con Chatham y Beaumont después del examen. Pasaron muchas cosas, y aunque son más de las dos, creo que me quedaré levantado para anotarlas mientras todavía las tengo frescas en la memoria.

Nos encontramos en Luigi para cenar y beber vino. Desde luego, Chatham es siempre interesante, pero Beaumont casi me estropeó la noche cuando me reveló con un ademán afectado que también él era mutans. En verdad, lo han elegido funcionario de un club local exclusivo para

‘nosotros’. Esa noche había una reunión en el club y Beaumont me invitó a concurrir para charlar con los socios, principalmente sobre el tema de mi ensayo sobre los animales. Llevaba consigo la copia del ensayo. Chatham dijo que ya estaba comprometido pero me insistió para que fuera. Me dijo que las reuniones siempre eran divertidas. No encontré manera de escabullirme con elegancia, y supuse que podía ser divertido mientras no fueran todos como Beaumont. Nos despedimos de Chatham y terminamos el vino, una ocupación para la que Beaumont tiene un talento especial. Luego caminamos un par de calles hasta el lugar de la reunión.

Algunos amigos de Beaumont tienen las ideas más extravagantes del mundo sobre lo que significa ser mutans. Esa fue una de mis más insólitas experiencias en la Tierra.

Primero un sujeto se levantó y exhibió un engendro que era un poema en latín, escrito en forma de matriz de ocho-por-ocho. Demostró cómo se podía lograr análogos semánticos de las transformaciones de reducción normales para obtener varios poemas intermedios —ninguno de los cuales tenía algo de sentido— y llegar por último a una matriz que era todo cero salvo suma-suma-suma en la diagonal principal. Un ejercicio pueril, mala poesía y matemática ingenua, pero todos parecían muy impresionados.

Luego una mujer mostró una ‘escultura’ que había fabricado sintetizando un gran cubo de cristal piezoeléctrico y fracturándolo de una manera que ella consideraba artística, con aplicaciones de diversas cargas sobre diferentes partes de la superficie. Pudo haber alcanzado el mismo resultado con dejarlo caer al suelo, pero ese detalle no redujo los elogios de la concurrencia.

Así pasó una hora y media. Mi presentación fue la última, y estoy seguro de que el noventa por ciento de los aplausos que recibí se debían a eso, más que a los méritos intrínsecos de mi composición.

El hecho inquietante de la noche, sin embargo, fue una discusión sobre el sapiens y lo que habría que hacer con él. Algunos razonamientos eran tan confusos que no harían justicia a un niño de nivel-uno del Instituto.

Algo que aprendí, un hecho sorprendente, fue que los mutans sólo suman el uno por ciento de la población terráquea. ¿Por qué nos habrán ocultado el hecho en el Instituto? De cualquier modo, la naturaleza irracional de algunas propuestas de esta noche quizá pudiera ser disculpada como ‘paranoia minoritaria’.

Una idea que contó con la aprobación general me pareció insidiosa y tonta a la vez. Varios grupos interesados en el control demográfico están metiendo bulla para que se universalice la práctica de la maternidad artificial, y exigen que todas las personas sean esterilizadas después de la pubertad, luego de ceder al gobierno una muestra seminal u ovular. Luego el tamaño de cada familia podría ser regulado completamente por el gobierno.

Se recalcó que esto llevaría inevitablemente a la manipulación universal de todo el material genético de la humanidad, y se dedujo que como los mutans son evidentemente superiores al resto de la humanidad, es sólo cuestión de tiempo el que lleguen a ocupar todos los puestos gubernamentales de importancia. Una vez libres de toda interferencia burocrática, desde luego instituirían un programa de manipulación genética universal. Para beneficio de toda la humanidad.

Alguien esgrimió el argumento de Pamela, que pasarán generaciones antes que se pueda garantizar la seguridad total de la manipulación genética. Casi todos pensaban que para cuando ‘nosotros’ tomáramos el poder, ya habría pruebas suficientes.

Argumenté que el punto débil de la idea no tenía nada que ver con la manipulación, sino que lo cuestionable era la noción misma de un depósito universal de material genético. Para conveniencia del gobierno, todo el material sería probablemente depositado cerca de centros gubernamentales que, como toda concentración numerosa de personas, obtiene energía de una sola fuente: microondas irradiadas por las estaciones en órbita solar. Que hayan funcionado continuamente por más de un siglo no significa que sean inmunes a las disfunciones; de hecho, es muy probable que, si tienen problemas, sea por causa de una poderosa perturbación solar que las afectaría a todas simultáneamente. Sin energía, no hay refrigeración. El material genético, al menos la mayor parte, se derretiría y moriría, y la humanidad tendría que esperar a que la generación actual de niños alcanzara la madurez para reproducir la raza. El resultado podría ser muy escaso si hubiera un control restrictivo del tamaño de la familia. Quizá no hubiera reproductores suficientes para que la próxima generación alcanzara el número necesario para continuar con la civilización tal como es ahora.

Y ni siquiera haría falta una catástrofe solar. Es posible que a muchos les disguste la idea de transformar a toda la humanidad en mutans, y saboteen los bancos de semen y óvulos sin pensar ni interesarse en las consecuencias.

Escucharon cortésmente mi oposición, pero dudo que haya convencido a muchos. Aquí en la Tierra dan por sentada la energía eléctrica. Han tenido cortes locales toda la vida, y significaban poco más que tener que caminar por aceras mecánicas paradas durante algunas horas. Desde luego en Luna hubo un solo corte de energía.

5 de mayo

Como sabía que Pamela sigue un curso de Sociometría, me las ingenié para pasar unas horas en el local de computación de ciencias sociales, so pretexto de verificar un algoritmo que simulaba una máquina Turing. En verdad conocía el resultado, pues lo había puesto en práctica con éxito en la computadora de matemáticas, pero seguí dando órdenes para poder quedarme en la consola.

Pamela apareció cuatro horas después. Por fortuna iba allí sólo a buscar una tarjeta. Era la hora de cenar, así que la acompañé al Unión. Pedimos unos bocadillos y charlamos.

Le conté de mi experiencia con la pandilla de Beaumont. Le pareció divertido, lo cual en cierto modo me irritó al principio —sólo porque ella era sapiens, supongo— pero me hizo tantas bromas sobre el asunto que yo también terminé riéndome. Admitió que su propósito al presentarme a Beaumont había sido ése: demostrar que no todos los mutans son a priori ejemplos de superioridad en la humanidad.

En la sala dije hola a una de las chicas que había concurrido a la reunión de anoche, la de la escultura piezoeléctrica. Me miró como si no existiera y siguió comiendo.

6 de mayo

Qué día largo e inquietante. Esta mañana encontré esta nota en mi casilla:

NOS HAN INFORMADO QUE USTED ESTA INTERESADO EN UNA LIAISON SEXUAL CON UNA TAL PAMELA ANDERSON, UNA HOMO SAPIENS. FRANCAMENTE NOS DESAGRADA… DESDE NUESTRO PUNTO DE VISTA ES UN ACTO DE SODOMÍA; BESTIALIDAD. EL HOMO SAPIENS ES NUESTRO UNICO ENEMIGO NATURAL, EL UNICO OBSTÁCULO AL PROGRESO CONTINUO DE LA HUMANIDAD. ES UNA CRIATURA DIFERENTE DE NOSOTROS Y PELIGROSA. NOSOTROS NO CONFRATERNIZAMOS CON ELLOS. SI USTED CONTINUA ESTA RELACIÓN OBSCENA CON PAMELA ANDERSON, AMBOS SUFRIRÁN PROBLEMAS SERIOS. ESTAREMOS EN CONTACTO.

COMORI

Busqué a Beaumont y, sí, había oído hablar de ‘COMORI’, el Comité para Orientación de la Humanidad, pero según lo que él sabía, jamás le había causado ‘problemas serios’ a nadie. Su principal función era proteger los intereses de los mutans en la legislación, el comercio y demás. Dijo que las acciones públicas de la organización eran mucho más moderadas de lo que insinuaba mi nota, pero sabía que muchos integrantes compartían en privado esos puntos de vista.

Me dio el número del director del COMORI local y lo llamé. Negó toda conexión con la nota; dijo que quienquiera la hubiese firmado, actuaba sin autorización; me pidió que lo tuviera al tanto de las novedades; me encareció que no me preocupara, que sólo era el trabajo de algún extremista. Pero eso no me consoló demasiado.

Dejé dicho a la compañera de cuarto de Pamela que en cuanto ella regresara de sus clases me llamara. Me llamó, y nos citamos para cenar. Ocupamos una mesa en el fondo de Luigi y ella leyó la nota; primero divertida, después alarmada. Pensaba que no se atreverían a hacerle nada a ella, pero que tal vez se entrometerían conmigo.

Opinaba que lo mejor era que dejáramos de vernos por un tiempo. Afirmé que esa era una actitud cobarde como reacción al acto de un cobarde que se ocultaba en el anonimato. Discutimos. En medio de la discusión Pamela dijo que de cualquier modo mis esfuerzos eran inútiles, pues nuestra relación no podía ser más que transitoria y platónica. Terminamos de comer en silencio y me pidió que no la acompañara.

Cuando regresaba al dormitorio, después de bajarme de la acera mecánica del Cuadrante Sudoeste, tuve que pasar junto a un tupido seto de arbustos que arrojaba una sombra profunda en el camino. Tal vez no habría visto a mis atacantes aunque no hubiera estado sumido en mis reflexiones.

Uno se deslizó detrás de mí y me tapó la cabeza y los hombros con una bolsa de tela, luego me inmovilizó los brazos. El otro me golpeó una vez en el plexo solar y dos veces en la cara, después metió la mano en la bolsa y me arrancó el respirador. Huyeron y yo volví al dormitorio un poco caminando y un poco a la rastra. El médico me dio un poco de oxígeno y me empastó la única herida grave: un tajo profundo sobre el ojo izquierdo. Me dio un comprobante por los materiales que había usado para que yo pudiera devolverlos con la provisión de mi dormitorio, me prestó un respirador y me mandó a casa. Un estudiante me acompañó para evitar que el hecho se repitiera.

Mientras escribo esto, todavía me duele la garganta de respirar el aire sulfuroso. Por suerte el ataque no fue en el centro, más cerca del Parque Industrial.

Tomaré un calmante extra y me iré a dormir.

7 de mayo

Acudí a la policía universitaria y me dijeron que si no había testigos y yo no podía identificar a los atacantes, investigar era perder el tiempo. Reconocí al jefe, que había asistido a la reunión de la otra noche, y no lo presioné.

Otra nota en mi buzón. Esta simplemente decía: REGRESA A LUNA. COMORI. Llamé otra vez al director del Comité de Orientación y le informé de esta nueva nota y del ataque de anoche. Se agitó muchísimo, pero no me brindó ningún consejo sensato.

Alguien se metió en mi cuarto por la fuerza y derramó soja en todos mis libros y papeles. Cuando estuvieron bien secos, los llevé a la lavandería y usé la limpieza a seco ultrasónica. Hasta cierto punto dio resultado. Espero que hayan leído este diario antes de ensuciarlo, y que hayan visto que a Pamela no le entusiasma mi interés en una ‘liaison sexual’ con ella. Quizá todo esto termine de una vez.

El trabajo sigue, por supuesto. Teoría arbórea y aún más no-Virgilio.

Jugueteé con la idea de tratar de rastrear a la persona o personas responsables de las notas. Son, por supuesto, simples tarjetas de computadora, de modo que la persona tuvo que haber codificado un cristal antes. El cristal habrá tenido que ser nuevamente archivado, y si no fue borrado para otro uso, sería simple descubrir quién lo ha utilizado por última vez.

Simple en teoría, al menos. Debe de haber cinco o seis computadoras en la universidad, cada cual con varios miles de cristales. En cuanto a eso, no sería difícil hacer imprimir el mensaje y luego hacer ingresar un nuevo código en ese sector del cristal, como si hubiera sido un impulso.

Traté de pensar cómo tender una trampa sin usar a Pamela como señuelo. Pero mi mente no es lo bastante perversa, o tal vez no tiene suficiente información. Como Chatham es más perverso e informado, traté de comunicarme con él. Pero no estaba, se fue ayer. Busqué a Beaumont.

Mientras tomábamos vino en el vestíbulo de su departamento, elaboramos un plan. Él conocía a la mayoría de los mutans de la universidad y sabía cuáles eran los más extremistas. Me encontraría con algunos y sacaría el tema de Pamela y yo; si el individuo demostraba algún interés, Beaumont fingiría simpatizar con la idea de que los mutans tendrían que aparearse con los de su clase —¡como si las características fueran hereditarias!— y como yo era el mutans más obvio de la universidad estaba dando un pésimo ejemplo. Luego vería si el otro sugería algún plan.

Dijo que empezaría de inmediato, y que se comunicaría conmigo en cuanto obtuviera resultados.

8 de mayo

Solucionado.

Beaumont llamó esta mañana con la buena noticia de que había descubierto al responsable. Yo no lo conocía, dijo; era un agitador que hacía años no estudiaba y rara vez concurría a las reuniones del club. Los tres debíamos encontrarnos esta noche a las ocho junto a los vestuarios del campo deportivo.

Le dije que no me gustaba. Por lo menos dos personas me habían atacado antes, y quizás hubiera más. Todavía estaba muy débil para servir de algo en caso de violencia, y el campo deportivo estaba peligrosamente aislado. Propuse llamar a la policía para que lo arrestaran, pero Beaumont sugirió razonablemente que sin pruebas sería la palabra de él contra la del otro, y la policía universitaria no tenía fama de respetar el testimonio de los estudiantes.

Dijo que echaría mano de un paralizador para que el enfrentamiento fuera parejo, y llevaría una grabadora para sorprender al individuo en declaraciones comprometedoras, aunque no pudiéramos incitarlo a la acción. Personalmente, yo esperaba que no pudiéramos.

Beaumont elaboró todo un diálogo, cosas que yo debía decirle al hombre y eran perfectamente inocuas a la vez que calculadas para hacerle perder los estribos. Beaumont, desde luego, simularía estar de parte de él, lo cual contribuiría a envalentonarlo. Accedí, aunque por mi parte estaba dispuesto a atemperar algunas de mis partes del diálogo.

Acudí a mis clases de la mañana como de costumbre pero noté que la preocupación me impedía concentrarme. Podía suceder cualquier cosa. En esta época del año el campo deportivo era vigilado solamente los fines de semana, y no estaba seguro de poder volver al edificio a tiempo si nos ganaban de mano y nos quitaban los respiradores. No había garantías de que el hombre acudiera solo, o con un solo cómplice. Cuanto más lo pensaba, más nervioso me ponía. Finalmente, al mediodía acudí a la policía.

El jefe ni se inmutó. Dijo que todo el asunto le olía a broma, una iniciación para el club. Conocía a Beaumont y opinó que lo manejaban aprovechándose de su exagerado sentido del drama.

Insistí en que anteanoche habían querido dañarme seriamente, pero el jefe señaló que en verdad nunca había corrido riesgos serios y los golpes parecían calculados para causar sólo daños superficiales. Les habría sido fácil dejarme incapacitado, o sofocado.

Además, dudaba que pudiera disponer de algún agente a las ocho, cuando la mayoría estaba patrullando las tabernas y expendios de drogas fuera del campus, para impedir disturbios. Miraba el reloj una y otra vez —yo no debía haber ido a la hora de almorzar— y al final dijo que trataría de conseguirme un escolta.

Poco después se me ocurrió la idea estremecedora de que el jefe también podía formar parte del asunto, y que si yo era el blanco de una inescrupulosa conspiración antisapiens mi acto sólo habría de agravar las cosas para Beaumont y para mí.

Después de ese pensamiento me pasé el día tratando de comunicarme con Beaumont para anunciarle mi decisión de cancelar la cita, pero nunca se le encontraba en casa. Tras muchos titubeos, a eso de las siete me puse en marcha y me dirigí al campo. A fin de cuentas, le había recriminado a Pamela sugerir una cobardía. En el camino me detuve en una tienda de ramos generales y compré la navaja más grande que tenían. No había peleado con nadie desde que era niño, y en caso de que hubiera que usarla no sabía si tendría las agallas ni la sagacidad necesarias siquiera para sacarla del bolsillo. Pero sentir su peso me daba un poco de coraje.

Cuando ocurrió, ocurrió muy rápido. Salí al campo y vi a Beaumont junto a los vestuarios, charlando con otro hombre. Me acerqué y esperé a que Beaumont empezara el juego. Dejaron de hablar cuando me aproximé y de pronto Beaumont se echó a reír de manera histérica. El otro, un hombre mayor y musculoso apenas más bajo que yo —tal vez el terráqueo más alto que haya visto— sonrió y sacó una porra de madera de debajo de la túnica.

Yo había sacado la navaja y estaba tratando de insertar la uña en la pequeña ranura cuando Beaumont, sin dejar de reír, me apuntó con el paralizador y disparó.

Fue muy doloroso. Un paralizador confunde las señales neurales que van y vienen de la región cerebral que controla las funciones motrices. Como efecto lateral te deja como si miles de agujas diminutas te punzaran la piel. Caí al suelo retorcido en espasmos; estaba de bruces y no veía pero oí que Beaumont le decía al grandote que en cambio usara la navaja; sería más impresionante.

Luego no pasó nada en un largo par de minutos. De pronto me dieron vuelta bruscamente y me preparé para el primer tajo. Me encontré cara a cara con el jefe de policía.

Me roció la cara con un aerosol que me alivió el dolor y dijeron que me llevarían a la enfermería, a un ‘bloqueador conductual’, para curarme de la parálisis. Se disculpó por usarme como señuelo y dijo que tenía un agente oculto en el vestuario desde la tarde, esperando a Beaumont y el otro hombre. Hacía meses que se lo consideraba sospechoso de haber participado en un ataque similar.

Ambos yacían en el suelo, retorciéndose tan doloridos como yo. Un gran flotador de la policía se posó en el campo y salieron dos hombres con camillas.

Cargaron primero a los otros, y para cuando aseguraron mi camilla el jefe estaba interrogando a Beaumont, obviamente con la ayuda de algún hipnótico. Era una confesión muy desarticulada y plagada de vituperios pueriles, pero esencialmente era así:

Hacía meses que estaba interesado en las atenciones de Pamela (usó otra palabra, que Chaucer habría reconocido)[8], y le pareció que estaba por conseguirlas cuando aparecí yo. Yo era un chiquilín egocéntrico, un alienígena y un inválido, y en su opinión se la había robado.

El jefe siguió interrogándole y descubrió que Beaumont había sufrido una conmoción nerviosa un año antes y había estado en tratamiento hasta que ingresó en la universidad. Confesó otros actos de violencia y admitió que sabía que todavía estaba mentalmente alterado, enfermo, pero no se había presentado para un nuevo tratamiento porque pensaba que la enfermedad de alguna manera se vinculaba con su genio y no quería ponerle obstáculos. Pensé que cualquier cosa que interfiriera con su clase de genio no haría más que exacerbarlo, pero me reservé la opinión.

El tratamiento en la enfermería no tomó más que unos minutos. Quedé en que a la mañana siguiente vería al jefe para elevar una denuncia y declarar, luego busqué un teléfono y llamé a Pamela.

Las revelaciones sobre Beaumont le fascinaron pero no le sorprendieron. Repetí toda la historia detalladamente, y luego hablamos de asuntos más generales. Por último saqué el tema de nuestras relaciones. Ella dijo, con cierto acaloramiento, que su aventura con Beaumont no cambiaba las cosas, que si yo supiera algo sobre las mujeres ni siquiera habría preguntado, y que aún así podíamos ser amigos pero eso era todo: una relación platónica e intelectual.

Mientras escribía todo esto estuve pensando en lo que dijo. Ahora sí sé sobre las mujeres más que hace un mes. Y mucho más sobre los celos. Y hace años que sé sobre sinergia.

9 de mayo

Hoy empecé a estudiar escultura cristalina y piezoelectricidad.