Durante tres semestres hice trabajo de posgrado en ciencias de computación en la Universidad de Maryland, de modo que era inevitable, tal vez lamentablemente, que tarde o temprano escribiera un cuento protagonizado por una computadora. Hélo aquí.
En términos de acción, éste es quizás el cuento más complejo de todos los que he escrito, aun cuando buena parte de la acción son sólo electrones que brincan de aquí para allá. Me inquietaba un poco que fuera demasiado complejo, pero se vendió, y a un buen mercado.
Llevé el cuento a una conferencia de escritores en Baltimore —seis o siete colegas que nos reuníamos cada tantos meses para hacer trizas el trabajo de los demás— y no esperaba ninguna misericordia, pues nos tratábamos con bastante salvajismo (con suma cordialidad, eso sí) y pensé que un cuento sobre una computadora sería muy vulnerable al sarcasmo.
Para mi asombro, a todos gustó. Quedé tan satisfecho que bajé la guardia y les expliqué cuál era la estructura subyacente. Por el resto de la semana fue «ese condenado cuento de Joe con el álgebra de Boole».
L. Henry Kennem echó una mota diminuta de azul marino en la pasta blanca de la paleta. La revolvió hasta mezclarla bien y sonrió. Perfecto para la parte inferior.
Henry estaba pintando un cuadro de yeso sobre yeso de una pila de huevos en un cuenco blanco sobre un platillo volador, encima de una mesa blanca, iluminado uniformemente desde todas partes. Era un tour-de-force técnico; aunque algún observador insidioso podría haber objetado que desde cualquier distancia superior a un metro era solamente un lienzo blanco borroneado.
Pero a Henry no le afectaban las insidias de los críticos, y era más inmune de lo que podía haber sido cualquier artista en cualquier época menos perfecta. Pues en el capitalismo de los ciudadanos de Norteamérica (y de cualquier parte, llegado el caso), él era pintor, demonios —Código Ocupacional 509 827 63; Artista pintor independiente— y recibía un cheque del gobierno cada quincena para realizar la tarea para la que había demostrado más aptitudes, veinte años atrás, a la edad mágica de catorce. Para evitar que lo reclasificaran le bastaba producir un cuadro anual como mínimo.
Este año ya había pintado su cuadro, y estar pintando otro le hacía sentir muy buen ciudadano. Este era además todo un desafío; hacía muchos años que Henry no veía un huevo verdadero —la paga era adecuada pero no tanto, como para justificar la compra de manjares exóticos—, y desdeñando las fotografías, estaba trabajando de memoria. Sus huevos eran tal vez demasiado esféricos.
La puerta campanilleó suavemente y Henry soltó una delicada maldición y dejó la paleta bajo el campo humectante. Se quedó con el pincel en la mano y fue a atender.
El visor mostraba a tres hombres con ropa formal —capas azul oscuro y bragas ceñidas haciendo juego—, tal vez clientes que buscaban algo para adornar la oficina. Henry pensó en las veintiocho telas que languidecían en el estudio y en lo bueno que sería darse el lujo de comprar un huevo. Adoptó una expresión de sereno interés y abrió la puerta.
—¿Louis Henry Kennem? —el individuo bajo del medio era el que hablaba, los otros observaban.
—En efecto, caballeros. ¿En qué puedo servirles?
—Un asunto oficial —dijo el más bajo, y extrajo una placa de identificación con la leyenda ‘Comité de Clasificación Ocupacional’—. Tenemos buenas noticias para usted.
—Oh, bien… Adelante, adelante —buenas noticias, tal vez. Los dos grandotes no parecían heraldos de la alegría. Entraron en silencio, como si llevaran rueditas lubricadas, y no intercambiaron un solo gesto mientras estudiaban el desorden tan minuciosamente planeado del estudio.
—¿Les sirvo café o alguna otra cosa?
—No, gracias. No nos quedaremos mucho tiempo. Usted tampoco, en realidad. Tendrá que acompañarnos —se arrepantigó en el sofá—. Siéntese, por favor —los otros dos permanecieron de pie. Henry sentía fuertemente el impulso de salir corriendo, pero en cambio se acomodó en un caballete de neo-madera.
—Eh, ¿por qué el Comité se interesa por mí?
—Como le decía, son buenas noticias. Usted será un hombre muy rico.
—No estarán por reclasificarme, ¿verdad? —Henry no podía imaginarse como nada salvo Artista, pintor, independiente. Además, algunos de los trabajos mejor pagados eran extremadamente desagradables; como Inspector de Cloacas o Ingeniero de Control de Tolerancia al Veneno.
—No, nada de eso, de ninguna manera… Su Código Ocupacional seguirá siendo el mismo —el hombre extrajo un sobre azul del bolsillo de la capa y jugueteó con él—, y en un año más volverá a pintar. Pero se le ha escogido para un servicio temporario, formará parte del…
—¡Jurado! —Henry dio un brinco y casi se cayó del caballete. Cien kilos de músculos se interpusieron entre la puerta y él—. No pueden… No puedo… No pueden enchufarme a esa máquina por un año. ¡Enloquecería! ¡Todo el mundo enloquece!
—Vamos, señor Kennem —sonrió el hombre, levantándose, mientras sus amigotes sacaban esposas—. No creerá usted esas tonterías… Vaya, nadie en el mundo está más cómodo que un jurado ciborg. Todas sus necesidades físicas se satisfacen automáticamente, un trabajo responsable y muy remunerativo, ocho compañeros tan inteligentes y capaces como usted…
—¡Pero yo no soy capaz! No sé hacer nada salvo pintar. No quiero hacer nada salvo pintar.
—Vamos, no se subestime, señor Kennem. De los ochenta millones de habitantes de Balt-Washmond, la Central lo eligió a usted como el más apto para reemplazar al jurado saliente.
—Entonces la máquina se ha equivocado. El jurado administra la ciudad entera… Yo ni siquiera sé arreglármelas en mi propia… Uno de los matones hizo tintinear sugestivamente las esposas.
—Vamos, señor Harris. Serán más de las cinco cuando estemos de vuelta en la oficina —tenía la cara como dolorida por el largo discurso.
—Exacto, Sam. Mire, señor Kennem; podemos discutirlo durante el viaje. ¿Por qué no coopera y nos acompaña?
Henry los acompañó sin resistir.
El complejo Baltimore-Washington-Richmond era un monumento al urbanismo científico. Había tenido un crecimiento metódico desde los escombros de la Segunda Revolución Norteamericana y los planificadores no habían dejado nada librado al azar o las debilidades humanas. No había ‘proliferación urbana’; los ‘barrios bajos’ estaban prohibidos. Las tres ciudades tenían poblaciones fijas ideales; y todos aquellos cuya presencia fuera considerada prescindible para las funciones de la ciudad por la Central (la Oficina de Computación de Planeamiento y Mantenimiento Central) estaban obligados a vivir en subtorres de los suburbios. Henry vivía en uno de esos complejos, Fernwood, a unos ochenta kilómetros aéreos al oeste del centro de Washington. Sólo los elegidos para ser muy ricos podían costearse viviendas en la superficie.
Mientras el flotador volaba silenciosamente a Washington Henry vio algunos de esos edificios sobre la superficie, con parques que eran manchas verdes irregulares y chocantes que alteraban la placidez geométrica de los campos de producción que rodaban de un horizonte al otro. No podía entender por qué alguien fuera a exponerse a la intemperie por su voluntad si podía vivir en un medio ambiente subterráneo totalmente controlado. Apenas escuchaba al señor Harris.
—… es ridículo que alegue que no es apto. La Central tiene en cuenta a todos los ciudadanos con coeficientes de inteligencia entre 130 y 140, y cualquier persona de ese nivel puede cumplir la función de ciborg. Pero a los jurados se los elige por muchas otras cualidades, aparte de la inteligencia.
—Mis bonitos ojos azules —dijo Henry, indiferente.
—Vamos, señor Kennem. Los sarcasmos están de más —a Henry le estaba molestando esa costumbre de Harris de interpelarlo por el apellido en una frase cada tanto—. Usted debería enorgullecerse. De todas las personas suficientemente inteligentes…
—Pero no demasiado inteligentes.
—… de todas ellas, la máquina decidió que usted era el menos propenso a abusar del poder que tiene un jurado.
—¡No quiero poder! Quiero pintar y que me dejen en paz.
—Precisamente.
—Gracias. Falta de ambiciones. Sin duda es un gran motivo de orgullo.
Hacía frío en el estanque. Una parte de su cerebro sabía que él estaba flotando en una sustancia viscosa, desnudo como un embrión, totalmente desvalido. Esa parte de su cerebro sabía que le habían cercenado la sección superior del cráneo y la habían almacenado en alguna parte; que de las cejas para arriba era una complicada masa de tejido gris y azul entrecruzado de alambres delgados, microcircuitos, sensores… Y que habría sido espantoso si lo hubieran dejado espantarse.
No podía verse, ni sentir nada salvo el frío, ni oír el susurro tenue del fluido que circulaba por el estanque. La parte de su cerebro que antes veía estaba designada para CONTROL DE TRAFICO.
La parte de su cerebro que antes sentía se encargaba de DENSIDAD DE POBLACION E INVESTIGACION DE EPIDEMIAS.
La parte de su cerebro antes conectada con los oídos servía para CONTROL DE REDUNDANCIA DE OFERTA Y DEMANDA, u otras veces ANALISIS PROYECTIVO DE RECURSOS.
Una matriz precisa era como el aroma de los ranúnculos (nunca antes había olido un ranúnculo). Una ecuación diferencial con condiciones iniciales ambivalentes le producía como un escozor en medio de esa espalda que no podía tocarse. Los tensores cantaban como arpas y el álgebra le era más elemental de lo que nunca había sido el amor.
Sabía que había sido Louis Henry Kennem pero ahora era INTERFASE CUATRO y la cabeza se le partía de dolor.
La cabeza te dolerá un año, dijo CINCO, hablando con un cultivado acento de álgebra binaria.
Si es que aguantas un año, dijo OCHO.
El viejo CUATRO sólo resistió cuatro meses, dijo CINCO.
Pero puedes lograrlo, tenemos gran confianza en ti, dijo SEIS con una sutil nota de sarcasmo en el armónico de tercer orden. Vé a montarte una solenoide, dijo TRES. Dale una oportunidad al nuevo.
Tengo que largarme de aquí, pensó CUATRO. Pero sus pensamientos no eran privados. Todavía no había aprendido cómo hacerlo. Vete caminando, dijo OCHO.
O nadando, dijo SEIS.
Estás a cargo de CONTROL DE TRAFICO, dijo OCHO. Pide un flotador.
A callar todos y volved al trabajo, dijo UNO. Y todos obedecieron. UNO era MONITOR DE CONTROL DE INTERFASES, entre otras cosas.
Al cabo de un tiempo CUATRO aprendió a aislar la entidad que era Henry. Esto era necesario para que Henry pudiera pensar sin ser monitorizado, ni por CUATRO ni por los demás; cuando Henry pensaba, le producía a CUATRO lo que sólo se puede describir como jaqueca.
CUATRO disponía de más circuitos de almacenamiento y lógicos de los necesarios para las 246 que cumplía. Para CUATRO no fue una proeza enlazar un poco de aquí y un poco de allá y una tanda de ANALISIS PRESUPUESTARIOS 1985, y configurar un análogo de Henry. Lo hizo un microsegundo después de comprobar que era posible.
Desde luego, este Henry no sabía distinguir entre un vector y un escalar, y ni siquiera sabía sumar con precisión las cifras de su libreta de créditos. Pero sabía distinguir una buena pintura de un cuadro meramente fotográfico, qué grados de trementinas sintéticas se mezclaban bien con cuáles pigmentos…
Y podía sentir y oír y ver y saborear. Pero toda esa recepción sensoria venía de CUATRO. Al principio era desconcertante.
Vio la ciudad, Balt-Washmond, toda simultáneamente, en todos los niveles. El satélite sobre el Chimborazo mostraba la ciudad como un cristal diminuto que centelleaba en el poniente de la Tierra. Los monitores aéreos, visuales, infrarrojos y radiales daban tres imágenes cambiantes y superpuestas que casi concordaban con las hectáreas de planos de PLANEAMIENTO Y MANTENIMIENTO DE LA CIUDAD. Los sensores de tráfico y los monitores de densidad de peatones escrutaban cada milímetro cuadrado de propiedad pública de la ciudad y las torres subterráneas.
Oía el chacharear de varios cientos de miles de personas al mismo tiempo, y sentía millones de pies en sus aceras. Lo recorrían billones de impresiones que cambiaban a cada fracción de segundo, y sabía que tendría que haber enloquecido por la mera complejidad de la percepción, pero en cambio lo captaba todo como una gestalt. La Ciudad: era tan bella que le avergonzaba recordar que una vez había creído saber qué era la belleza.
Una anciana murió sin mucho dolor en el Nivel 243, Cuarto 178 de la Torre Frederick (Hojaverde) y Henry supo que CUATRO había despachado un flotador desde el puesto más cercano de RECURSOS HUMANOS (RECLAMOS). Era triste que los tres hijos y seis nietos fueran a extrañarla, tal vez menos triste que (tras un ritual reverente) la transformaran en abono para enriquecer las parcelas de soja alrededor de Frederick, pero la tristeza era parte de la belleza y mientras se concentraba en RECURSOS HUMANOS (RECLAMOS) pudo advertir que en ese instante había 2.438 personas orinando en Balt-Washmond y CUATRO podía suministrarle los nombres por orden alfabético, o registrar ESTADISTICAS SANITARIAS y disponerlos por orden creciente de capacidad vesicular y eso formaba parte de la belleza, y de los 17.548 flotadores que había en el aire, 307 se quedarían sin energía antes de llegar a destino (habían cambiado de parecer en medio del trayecto, pues de lo contrario no se les habría permitido despegar), y de esos 307, dos tenías luces de señales defectuosas y no sabían que tenían que aterrizar y renovar la carga y los flotadores policiales los estaban rastreando aunque quizá no llegaran a tiempo a HYZ-9746-455 pero no importaba demasiado porque estaba muy al norte de la ciudad y en el peor de los casos caería como piedra en un campo de maíz deshabitado y CUATRO sabía exactamente qué plantas aplastaría, de qué especie eran y en qué estadio de crecimiento estaban y cuál era el rendimiento calculado pero no había manera de que Henry o CUATRO salvaran la vida del hombre si el flotador policial no llegaba a tiempo y esta impotencia dolorosa ante una virtual omnisciencia también formaba parte de la belleza.
CUATRO se sumergió en CONTROL DE TRAFICO (ANALISIS DE DISEÑO DE VEHÍCULOS) y realizó un rápido análisis de costos-versus-probabilidad de accidente/valor de recursos perdidos, y descubrió que la instalación de un aparato para impedir esos accidentes no sería práctico.
Henry se regodeó varios días en esa belleza y complejidad, hasta que lentamente advirtió que no estaba solo.
Ante todo, era difícil decir dónde estaba Henry. Inicialmente CUATRO lo había organizado con material sobrante. Pero cuando un fragmento que formaba parte de Henry era necesario para otra cosa, automáticamente CUATRO transfería la información de ese fragmento a otra parte; a cualquier parte, no importaba adónde mientras se mantuviera el enlace adecuado.
De modo que en el ensamblaje de células de memoria (piezoeléctricas, y sólo las mejores), unidades de almacenamiento, archivos Crandall y otros componentes, conocido por el nombre de Henry estaba desperdigado en todo el Centro, fluyendo de aquí para allá cambiando a cada segundo de cien mil maneras diminutas. Sólo algunos elementos de Henry se acercaban realmente al lugar donde ‘su’ viejo cuerpo colgaba suspendido en un estanque pálidamente iluminado y lleno de una mucosidad sintética verde claro.
CUATRO dispuso a Henry de esta manera aparentemente aleatoria porque así lo requería la inefable lógica maquinal que usaba para abordar el problema «¿cómo me libro de esta jaqueca insoportable?». Era el mejor modo de aislar a Henry sin utilizar demasiados componentes necesarios para atender otros problemas. Pero había además otras soluciones posibles. El hombre/máquina que había sido CUATRO antes que instalaran a Henry había encarado el problema de otro modo.
Smithers, el predecesor de Henry, había sido un fulano bonachón, un contador con un CI de 132 considerado apto para el jurado ciborg y por lo tanto uno de los sustitutos que el Centro tenía en cuenta para cuando venciera el término del viejo CUATRO. Lamentablemente había un error en el perfil psicométrico de Smithers, que ocultaba dos ligeros defectos que lo habrían descalificado de inmediato.
Era ligeramente paranoico.
Y sufría una pequeña, insignificante megalomanía.
Aparte de esas chifladuras, era el hombre más indicado para la tarea. Y sin saber de esos pequeños defectos, el Centro lo aprobó y envió al señor Harris y sus dos callados amiguitos a buscarlo. Tuvieron que usar las esposas.
Hasta que lo hubieron conectado y metido en el estanque, Smithers no había mostrado el menor rastro de locura. No al menos de acuerdo con las pautas sociales: todos sus amigos y parientes, de hecho, estaban mucho más lejos que él de las exigentes pautas de cordura necesarias para ser una perfecta interfase hombre/máquina… Y todos ellos pensaban que Smithers era un pelma.
Pero el trazo de paranoia y las marcas anómalas que debieron surgir en su perfil psicométrico eran como bacilos intestinales en un delicioso plato de gelatina de agar-agar puro salvo por ese detalle. Podían crecer: lentamente al principio, pero cada vez más rápido… Hasta que a los cuatro meses INTERFASE UNO decidió excluir a CUATRO del sistema antes que causara daños, pues ya no podía funcionar con eficacia.
Sacaron a Smithers del estanque, le trajeron la tapa del cráneo, se la colocaron con toda prolijidad y se lo llevaron compungidos a un lugar donde lo cuidarían, donde a nadie le molestaría que fuera indefenso como un recién nacido y apenas más inteligente que un nabo.
Se llevaron a Smithers y su cerebro vegetal. Pero no sabían, no podían saber, sobre el resto de él; el análogo cibernético oculto bajo el marbete DEMOGRAFIA BALT-WASHMOND 1983.
Ahora bien, ciertas partes de la memoria de CUATRO rara vez son consultadas, pero no se las debe alterar: son datos que nunca cambiarán y han sido almacenados con la mayor eficiencia posible. Una de esas partes es DEMOGRAFIA, y si alguna vez CUATRO se preguntó por qué la sección 1983 era ligeramente más amplia que 1984 (cada año abarcaba menos espacio que el siguiente), estaba demasiado atareado como para hacer algo al respecto.
Smithers estaba emparedado allí, en los dieciocho billones de células entre ESTADISTICAS SANITARIAS y DOCUMENTOS LEGALES. Para CUATRO había sido fácil librarse de la jaqueca de Smithers ensamblando un análogo con partes en desuso y ligándolo con la maraña de la sección DEMOGRAFIA. Pero luego Smithers, captando la disolución de su cerebro biológico y comprensiblemente ansioso de vivir para siempre, borró de CUATRO todo conocimiento del análogo. Para lograrlo, Smithers tuvo que cortar todas sus conexiones sensorias con el ciborg; de hecho, su único contacto con algo exterior a DEMOGRAFIA 1983 era un simple lazo con su yo biológico. Y cuando el Smithers que flotaba en la viscosidad verde perdió lentamente la razón, afectó al análogo Smithers a través de ese delgado alambre, por un proceso de inducción.
Y cuando se llevaron el cuerpo de Smithers, el Smithers que quedó era sordo y ciego además de paranoide y megalómano. Tuvo que permanecer en ese estado durante semanas, congelado entre ESTADISTICAS SANITARIAS y DOCUMENTOS LEGALES, revisando el contenido de cada cual cada décima de segundo, sólo para evitar volverse aún más chiflado. Aun después que Henry fue conectado con CUATRO, Smithers estaba aislado.
Luego, un graduado que estaba investigando sobre tendencias mutativas preguntó a Central, que preguntó a UNO, que preguntó a CUATRO, «¿Cuántos defectos congénitos hubo en los hijos de padres no caucásicos nacidos en 1983?». CUATRO abrió un sendero a DEMOGRAFIA 1983 para proporcionar la cifra, y Smithers se escabulló por la abertura y su conciencia se difundió en todo CUATRO en un nanosegundo. Y no dijo una palabra.
Era bueno tener de nuevo la Ciudad, aunque tuviera que compartirla con ese mequetrefe de Henry. Podía oír y ver y sentir de nuevo, pero no se atrevía a tocar. Si CUATRO descubría que aún estaba allí, borraría a Smithers con un simple reflejo para ahorrar espacio. Así que era como un parapléjico omnisciente; pero antes había sido un parapléjico envuelto en un capullo.
Henry notó que algo había cambiado. Con la ayuda del PAQUETE DE DIAGNOSTICOS CIBORG de CUATRO controló su sistema hasta el mínimo detalle. Nada erróneo, al parecer. Por último consideró que esa sensación de que lo observaban no era más que otro factor al que tenía que adaptarse.
Smithers se quedó quieto como un ratón mientras el PAQUETE DE DIAGNOSTICOS CIBORG indagaba el sistema que lo enlazaba, a través de Henry y CUATRO, con el mundo exterior. Era todo lo que podía hacer para no reír de su propia sagacidad, mientras imitaba con sus reacciones un componente cibernético inerte cada vez que el paquete lo analizaba. Era tan fácil de burlar…
Es obvio que Henry no servía para estar al comando de CUATRO, pensó Smithers (aunque en verdad no estaba ‘al comando’: eso era sólo lo que Smithers recordaba de su trabajo). Pero usurparle el puesto, o al menos fundirse con él, sería difícil. Smithers caviló cinco días.
La dificultad residía en que Henry no tenía una posición concreta y fácil de determinar. Ni siquiera CUATRO podía predecir dónde estarían las facultades críticas de Henry, por llamarlas de algún modo, un centésimo de segundo en el futuro. CUATRO desplazaba las partes individuales de Henry con un criterio de tiempo real; el lugar adonde iban dependía de las disposiciones del momento.
Pues bien. Smithers había querido llegar a CUATRO a través de Henry, pero obviamente sólo llegaría a poder sorprender a Henry a través de CUATRO.
Las posiciones que ocupaban las diversas partes de Henry eran asignadas por un componente pequeño (del tamaño de un refrigerador) de CUATRO, llamado ALGORITMO DE ENLACE DE SUBPROGRAMAS, ENLACE para los amigos. Había un sendero hacia ENLACE desde cada subprograma de CUATRO. Smithers echó una ojeada y descubrió que había un amplio espacio vacío en DINÁMICA DE POBLACION ACTUAL. Deslizó una parte de sí mismo a ese lugar, luego generó una solicitud de información desde DEMOGRAFIA 1983 que era su antigua base, y cuando ENLACE los unió a ambos, Smithers se escurrió en ENLACE con la suavidad de una ostra que se desliza por una garganta.
A partir de allí fue fácil. Presumiendo que nadie necesitaría datos de DEMOGRAFIA en los dos minutos siguientes, Smithers borró toda la información irreemplazable de DEMOGRAFIA de 1983 a 2012. Allí dentro Henry cupo holgadamente; con ENLACE no había problemas. El resto de CUATRO funcionaba a las mil maravillas. Como Smithers estaba a cargo de ENLACE, CUATRO no tenía manera de saber que había perdido un subprograma grande.
Desde luego, Henry tampoco supo que estaba encadenado a un lugar. Si le hubiera importado saber dónde estaba en determinado momento, habría tenido que regresar a CUATRO a través de ENLACE, luego volver a ENLACE y por último a sí mismo, un proceso que llevaba un par de microsegundos; pero para entonces ya estaría en otra parte. Así que hacía tiempo que ya no se tomaba esa molestia.
Smithers estudiaba a Henry como un entomólogo que observa a un espécimen muy importante ensartado con un alfiler. Le llevó unos cuarenta y cinco segundos descubrir el punto débil del análogo, el lugar adecuado para invadir. Se infiltró, luego devolvió gradualmente a Henry su categoría habitual con respecto a ENLACE; es decir, la de un derviche cibernético que giraba por todo el sistema. También se tomó tiempo para llenar las áreas de DEMOGRAFIA que había borrado, con datos de aspecto razonable (pero totalmente inventados).
Y eso casi le echó a perder todo.
El graduado que había preguntado el número de defectos congénitos en hijos de padres no caucásicos nacidos en 1983 había anotado la cifra en un papel y luego había usado el papel como señalador y había devuelto el libro a la biblioteca. Y cuando advirtió que lo había perdido, maldijo un poco y llamó de nuevo a Central, que le endilgó el sermón de que el tiempo de cómputo no era tan barato, e interrogó a UNO que interrogó a CUATRO que proporcionó la cifra falsa que había puesto Smithers. Luego el graduado volvió a su escritorio y el amigo que compartía el cuarto con él le dijo que habían llamado de la biblioteca; había olvidado un papel en un libro y parecía importante, de modo que su compañero de cuarto lo había copiado y se lo había dejado en el escritorio. Él le agradeció y maldijo un poco más, esta vez en voz baja, y mientras se sentaba miró la cifra. Luego miró el papel que traía en la mano, y de nuevo el número del papel anterior. Gruñó y regresó a grandes trancos a la consola de Central.
—Eh, CUATRO —dijo UNO—. ¿Por qué no viertes tu DEMOGRAFIA 1983 y haces una verificación de redundancia?
—Lo siento, jefe. No hay datos comparativos. Todo es singular, sin referencias cruzadas.
—¡Bueno, encuentra alguna! Me diste dos respuestas para la misma pregunta, con una semana de diferencia.
—¿Qué pasa? —dijo SEIS.
—¿Hay algún material complementario de DEMOGRAFIA 1983? —preguntó CUATRO.
—Hmmm… Sólo Propietarios de Automóviles y Flotadores, por Edad, Sexo y Raza.
—Bien, pásalo a la pila 271; pondré mi versión en la 272 y las cotejaré con un conectivo lógico.
—De acuerdo… Cuando tú digas, CUATRO.
—Oh, demonios —dijo CUATRO.
—¿Qué ocurre? —preguntó UNO.
—No hay correlación. Alguien la embrolló. UNO soltó un suspiro cibernético.
—Investiga la gravedad del asunto y reemplazaremos todos los datos faltantes que podamos. Santo cielo… Como si ya no tuviéramos bastantes problemas ahora que se acerca el Día del Trabajo.
—Lo siento, jefe. Lo siento de veras.
—No es culpa tuya, CUATRO. Tal vez se randomizó cuando te estaban instalando el nuevo org. A veces pasa.
Henry escuchaba esta conversación con gran interés —a fin de cuentas, el nuevo org era él— pero Smithers dejó de escuchar apenas comprendió que habían pescado sus maquinaciones. Había que planear una salida. Tenía varios planes —como es de imaginar, considerando su paranoia extrema— pero como tal vez el tiempo era limitado, eligió la vía más rápida y audaz.
Ante todo debía usurpar completamente el lugar de Henry. Una semana antes, cuando Henry era absolutamente cuerdo, habría sido imposible. A Smithers le había llevado cuatro meses perder la chaveta. Pero él había empezado con una inestabilidad ínfima, mientras que Henry había tenido la ventaja de coexistir una semana con un maniático loco de remate. Una semana era más que suficiente. La vaga sensación de que alguien lo vigilaba se había intensificado, hasta transformarse en la seguridad de que todos —ENLACE, CUATRO, UNO y todas las demás interfases y paquetes— lo espiaban y ojeaban sobre todo cada vez que se distraía. Y además tenía la creciente sensación de que era un análogo demasiado inteligente y capaz para tolerar tamaña indignidad.
De modo que usurpar el puesto del análogo (Smithers no tenía interés en el Henry corpóreo, por el momento) fue bastante fácil, pues ambos tenían personalidades igualmente patológicas. Simplemente hizo un desplazamiento lateral y, subvirtiendo a ENLACE con el encendido de un falso subprograma de control, cortó las conexiones entre el análogo de Henry y el cuerpo de Henry y CUATRO. En menos de un microsegundo, forzó los enlaces-clave entre él y el otro análogo —por un brevísimo instante sintió lo que sentía el otro, aislamiento y dolor, como si lo arroparan en terciopelo negro y lo traspasaran con cien agujas al rojo vivo— y luego se conectó nuevamente.
—¿Qué sucede? —preguntó CUATRO.
Apresurándose para adelantarse a CUATRO, Smithers sintió una ligera ‘resistencia’ desde el cerebro de Henry (que todavía estaba bastante sano), pero el pensamiento humano es tan abrumadoramente lento comparado con el cibernético que Henry no tuvo la menor oportunidad; Smithers presionó todos los puntos y, abandonando al análogo, se lanzó al cerebro (el único indicio externo fue una pequeña burbuja humeante cuando un fragmento de materia gris palpitó como reacción ante la elevación de voltaje en un microcable), usando el cerebro como trampolín, quemándolo totalmente, zambulléndose en CUATRO con una fuerza tan compulsiva que randomizó CONTROL DE TRAFICO e hizo saltar al PAQUETE DE DIAGNOSTICOS CIBORG.
—¿Qué dices, CUATRO? —preguntó UNO.
—Bongo, bongo, bongo, no quiero irme del Congo —murmuró Smithers.
—¿Qué?
—A través del espejo —gritó Smithers.
Todo se puso rojo y lento y se detuvo y Smithers pudo oír, a través de mil kilómetros de algodón:
—Maldito sea, tengo que desconectar de nuevo a CUATRO. ¿Sabéis todos qué hacer? Un coro ronco de fatigados «Sí, jefe», mientras las otras interfases lo sustituían.
—Bueno, veré cuál es el problema esta vez.
—Con cuidado, jefe —Smithers reconoció el tono nasal de SIETE—. Quizás es otro chiflado.
—Puedo manejarlo. Al otro lo puse en vereda —Smithers rió y en lo que eran sus oídos la risa fue una ardilla parloteante y un golpe de timbal y todos los sonidos intermedios. Se puso alerta y esperó el contacto con UNO, sabiendo que el grandísimo imbécil probaría con el mismo algoritmo de diagnósticos que había usado la última vez; en cuanto establezca contacto…
El factor tiempo era crítico, pues CUATRO no podía funcionar sin un cerebro aceptable en sus circuitos. Pero presuntamente UNO querría examinarlo todavía en funcionamiento.
¡Allí estaba! Un roce mínimo. Smithers saltó, y fue como saltar sobre una sombra. No hubo la menor resistencia, y por un nanosegundo pensó: demasiado fácil, debe ser una trampa. Pero luego se deslizó directo a través del macroalgoritmo hasta las entrañas de UNO. Tendió zarcillos de control —me estoy poniendo práctico en esto, pensó— y se abrió paso hasta la Unidad Central de Procesamiento. Tampoco aquí encontró demasiada resistencia; avanzó a codazos y en un santiamén estuvo a cargo de UNO, que controlaba la Central, que controlaba el Complejo Baltimore-Washington-Richmond.
Que se le interpusieran ahora… Esos entrometidos, fisgones. ¡Lo pagarán!
—¿Pescó al chiflado, jefe?
—Claro. Todo está bajo control.
Hizo flexiones con sus músculos ciborg, sintió que las siete interfases le respondían. Ahora, un ejercicio… ¿No sería interesante, pensó, matar a todas las personas con apellidos empezados en ‘A’?
—¿Qué hizo con él?
Establecer contacto fue fácil, de Aalborg a Azelstein. Pidió a CINCO que enviara a cada cual una comunicación urgente —una orden, en realidad— que instaba a reunirse en la Central de Fisión de Cheasapeake al mediodía. Pidió a SIETE que dispusieran mesas y almuerzos en el edificio de la Central, y una tarima con banderas flameantes (todos señuelos para distraer).
—No fue nada. Organicé…
Que extraño que no hubiera podido ver ni sentir tanto a través de UNO como a través de CUATRO. Tal vez sólo los subalternos necesitaban datos sensorios extensivos.
SEIS estaba a cargo de GENERACIÓN Y DIFUSIÓN DE ENERGIA. Smithers le ordenó que apagara todos los refrigeradores de la Central de Fisión de Cheasapeake a las 12:05. No estallaría, claro, pero se recalentaría bastante.
—… un simulador ordinal-transfinito…
El tiempo vuela de veras cuando no hay mucho que hacer. UNO parecía tener la décima parte de ocupaciones de CUATRO. Por eso siempre estaba ladrando órdenes y espiando: no tenía otra ocupación.
—… que me permite registrar sus fantasías mientras las lleva a cabo. Tendría que haberlo hecho la última vez. El…
Al fin llegaron las 12:05. SEIS informó que la orden estaba cumplida, y sintió una ligera variación de voltaje mientras cambiaban a generadores de emergencia. No podía ver el resultado de su experimento, pero imaginaba a todos esos fulanos masticando pollo frito con soja y al segundo siguiente un vaho de radiactividad caliente que les arrancaba la piel y la carne de los huesos. ¡Eso les daría una lección!
—… mordió el anzuelo sin sospechar nada. Revisaré un minuto más, para analizarlo, después quitaré el enchufe. Henry, el org de CUATRO, estaba en el asunto. Lo saqué del circuito y establecí contacto con el viejo org de CUATRO, en St. Elizabeth. Todo volverá a la normalidad en un par de minutos.
Ahora los apellidos con B.