—Kitty-kat, hija, es un placer verte la cara —prosiguió, sosteniendo la escopeta de tal manera que pudo mirar por uno de sus cañones—. ¿Qué has estado haciendo? Oye. ¿Quieres señalarme algo para que le dispare y así me ejercite?
Swan lo miró con rapidez, se volvió, y corrió apresuradamente hacia la puerta.
En el mismo instante Kathryn giró la llave de la puerta y luego la retiró de la cerradura.
—Verdaderamente podría señalarte algo, tío Colin —repuso suavemente.
—¡Bravo, Kitty-kat! ¿Y tú cómo estás. Alan? ¿Y usted, Horace Greeley, cómo está usted? Por mi parte estoy muy mal, aunque no deba decirlo. Aquí estoy envuelto como una infeliz mujer china, con el agravante de que me han vendado mucho más que los pies. ¡Jesús! Si por lo menos me consiguiesen una silla, podría moverme de un lado a otro.
A continuación reflexionó. Luego cerró la culata de la escopeta, y la apoyó contra un lado de la cama.
—Estoy contento —dijo bruscamente—. Quizá no debería estarlo, pero lo estoy. ¿Se han enterado de lo que me sucedió? Hielo artificial. Lo mismo que a Angus. Fue un asesinato, después de todo. Es una lástima, no obstante, que el pobre Alec Forbes haya terminado así. En realidad nunca me desagradó del todo. Un momento. ¿Dónde está Fell? ¿Por qué no está Fell aquí? ¿Qué han hecho con Fell?
Kathryn seguía empeñada en lograr su objeto.
—Está hablando con la Guardia Territorial. Tío Colin, escucha. Hay algo que debo decirte. Este miserable periodista, después de prometer…
—¿Para qué demonios quiere incorporarse a la Guardia Territorial, a su edad y con su peso? Puede que no lo confundan con un paracaidista, pero si lo ven contra la línea del horizonte lo confundirán con un paracaídas. Es una locura. Es peor que una locura, es peligroso, ni más ni menos.
—Tío Colin, ¿quieres escucharme, por favor?
—Sí, hija, desde luego. ¡Incorporarse a la Guardia Territorial! ¡Nunca he oído otro disparate semejante!
—Este periodista…
—No me dijo nada sobre ello cuando estuvo aquí hace un rato. Todo lo que quería era saber unas cuantas cosas sobre nuestro pobre hermano Rabbie y sobre lo que estuvimos diciendo todos en la habitación de la torre el lunes. Pero, además, ¿cómo va a incorporarse a la Guardia Territorial en Escocia, siendo inglés? ¿Acaso estás tomándome el pelo?
La expresión de Kathryn era tan desesperada que hasta Colin la advirtió. Se interrumpió, pues, bruscamente y la miró por debajo de sus cejas hirsutas.
—¿No sucede nada, Kitty-kat?
—Sí, sucede y mucho. Es decir… ¡si sólo me escuchases unos minutos! ¿Recuerdas que Mr. Swan prometió no decir una palabra sobre nada de lo que ocurriese aquí, siempre que le permitiésemos preparar otros artículos que necesitaba?
Colin frunció las cejas.
—¡Jesús! ¡No habrá escrito usted en ese pasquín que lo pinchamos en las asentaderas con una espada escocesa!
—¡No, se lo juro que no! —repuso Swan inmediatamente y con manifiesta sinceridad—. No dije ni una palabra sobre ello. Tengo el diario aquí, y puedo probarlo.
—En ese caso, ¿qué mosca te ha picado, Kitty-kat?
—Ha dicho, o bien insinuado, cosas terribles sobre Alan y yo. No sé exactamente qué, y al parecer a Alan no le importa. Pero es algo en el sentido de que Alan y yo hemos cometido inmoralidades juntos…
Colin la miró sorprendido, y por fin se echó hacia atrás y lanzó una carcajada. La hilaridad hizo brotar lágrimas de sus ojos.
—Pues… ¿no es verdad?
—¡No! Por una terrible equivocación, sólo porque no tuvimos otro remedio que pasar la noche en el mismo compartimento del tren de Londres…
—No tenían por qué pasar la noche en el mismo dormitorio, aquí, el lunes —señalo Colin—. Sin embargo, la pasaron juntos.
—¿Pasaron la noche en la misma habitación aquí? —preguntó Swan muy interesado.
—¡Por supuesto! —exclamó Colin—. ¡Vamos, Kitty-kat! ¡Sé hombre! ¡Quiero decir, mujer! ¡Admítelo! Debes tener el valor de tus convicciones. ¿Qué hacían, pues, si no estaban pasando el rato? ¡Qué absurdo!
—Como usted ve, Miss Campbell —se disculpó Swan—, debía introducir el aspecto sexual en el artículo de una manera u otra, y esa era la única forma de hacerlo. El comprende. Su amigo comprende. No hay motivo para preocuparse. No hay el menor motivo.
Kathryn miró a los tres sucesivamente. Una expresión de desaliento apareció en su rostro sonrosado. Las lágrimas brotaron de sus ojos, se sentó en una silla y apoyó las mejillas en las manos.
—¡Vamos, cálmate! —le dijo Alan—. Acabo de manifestarle, Colin, que su reputación está irrevocablemente comprometida a menos que se case conmigo ahora mismo. Le pedí que se casara conmigo…
—¡No me lo pediste!
—Bueno, te lo pido ahora, en presencia de testigos. Miss Campbell, ¿quiere concederme el honor de ser mi esposa?
Kathryn levantó un rostro inundado de lágrimas, pero indignado a la vez.
—¡Por supuesto que me casaré contigo, idiota! —le dijo furiosa—. Pero ¿por qué no pudiste hacer las cosas bien, ya que te di cien oportunidades para hacerlo, en lugar de abusar de esta situación? ¿O bien, decir que yo he abusado de ella para obligarte a casarte conmigo?
Los ojos de Colin se agrandaron.
—¿Quieren decir —dijo encantado— que tendremos una boda?
—¿Puedo publicar eso?
—Sí, a ambas preguntas —repuso Alan.
—¡Mi querida Kitty! ¡Mi querido muchacho! ¡Magnífico! —dijo Colin frotándose las manos—. Esto justifica una celebración de tal volumen dentro de estas paredes, como no se ha visto otra desde que Elspat entregó su virtud en 1900. ¿Dónde está Kirstie con ese botellón? ¡Jesús! Quisiera saber si hay una gaita en la casa. Hace años que no toco, pero lo que era capaz de hacer con una gaita en una época les habría regocijado el alma.
—¿No está enfadado conmigo? —preguntó Swan ansiosamente.
—¿Con usted? ¡Por supuesto que no! ¿Por qué habría de estar enfadado? Venga aquí, viejo, y siéntese.
—En ese caso —dijo Swan—, ¿para qué quería la escopeta de juguete?
—Conque escopeta de juguete, ¿eh? ¡Escopeta de juguete! —dijo Colin asiendo la escopeta del calibre 20—. ¿No sabe usted que son necesarias una destreza y una puntería mucho mayores para usar ésta que para usar escopeta del calibre 12? ¿No lo cree? ¿Quiere que se lo demuestre?
—No, no, no. Me conformo con su palabra.
—Me alegro. Venga y beba algo. No, no tenemos vasos. ¿Dónde está Kirstie? ¿Y Elspat? Tiene que venir Elspat. ¡Elspat!
Kathryn se vio obligada a abrir la puerta. Con un suspiro de alivio, Swan se sentó y estiró las piernas como si se sintiese enteramente en su casa. Pero cuando Elspat apareció volvió a levantarse de un salto con una expresión de profunda aprensión.
Elspat, no obstante, lo ignoró con una frialdad tan deliberada que Swan retrocedió. Seguidamente la anciana dirigió a cada uno, excepto a Swan, una mirada inescrutable. Sus ojos estaban inflamados y enrojecidos, y su boca apretada en una fina línea. Alan trató de hallar en ella alguna semejanza con la hermosa mujer de la vieja fotografía. Todo había desaparecido, todo.
—Escucha, Elspat —le dijo Colin, extendiendo una mano hacia ella—. Tengo grandes noticias. Noticias excelentes. Estos dos —añadió señalando a la pareja— piensan casarse.
Elspat no dijo nada. Sus ojos se fijaron en Alan y lo estudiaron atentamente. Luego se acercó a Kathryn y la besó ligeramente en la mejilla. Dos lágrimas, dos inesperadas lágrimas, brotaron de los ojos de Elspat.
—¡Vamos, vamos! —dijo Colin algo incómodo, y miró a todos vivamente—. Es la misma vieja costumbre familiar —se quejó con voz petulante—. Siempre abren los grifos cuando se anuncia un casamiento. ¡Ésta es una ocasión de regocijo, qué diablos! ¡Basta, Elspat!
Elspat seguía inmóvil. Su rostro se deformó en una mueca.
—Si no dejas de llorar, te arrojaré algo —le gritó Colin—. ¿No puedes desearles felicidad, o algo por el estilo? Dicho sea de paso, ¿no tenemos una gaita en la casa?
—Aquí no habrá ese tipo de diversión impía, Colin Campbell —pudo decir bruscamente Elspat, a pesar de su llanto. Peleaba instintivamente, y la sensación incómoda de Alan se intensificó.
—Sí, les daré mi bendición —dijo mirando primero a Kathryn y luego a Alan—, si es que la bendición de una vieja desdentada como yo les sirve para algo.
—Bueno —dijo Colin hoscamente—. Por fin podemos beber. Brindarás por la felicidad de los muchachos, espero.
—Sí. Me vendrá muy bien beber una gota esta noche. El diablo anda rondando mi tumba —añadió con un estremecimiento.
—Nunca he visto un conjunto de almas en pena como éste en toda mi vida —gruñó Colin, que se reanimó al ver a Kirstie con los vasos y un botellón en la mano.
—Un vaso más, muchacha. Espera. Sería mejor que traigas otro botellón más…
—¡Un momento! —dijo Alan y miró a su alrededor, especialmente, y con cierta aprensión, en dirección a la escopeta—. Espero que no esté pensando en otra juerga esta noche.
—¿Juerga? ¡Qué disparate! —dijo Colin, al mismo tiempo que se servía una ración relativamente pequeña, como para reunir fuerzas suficientes para servir a los otros, ración que apuró de un trago—. ¿Quién habla de una juerga? Queremos beber por la salud y felicidad de la novia, eso es todo. No puedes tener inconveniente, ¿no?
—Yo, no —dijo Kathryn sonriendo.
—Yo, tampoco —dijo a su vez Swan—. Me siento muy bien —añadió—. Y perdono a todo el mundo, inclusive a la señora —en este punto titubeó, pues evidentemente temía mucho a Elspat—, que estropeó un traje que me costó diez guineas.
Colin habló con tono persuasivo.
—Escucha, Elspat. Lamento mucho lo de Angus, pero la verdad es que no tiene remedio. Y ahora todo ha sido para bien. Si tenía que morir de todos modos, quiero tener la franqueza de decirles que al mismo tiempo me ha salvado de graves apuros económicos.
»¿Saben lo que pienso hacer? No pienso trabajar más como médico en Manchester, por ahora. Pienso tomar un barco y realizar un crucero por lo mares del Sur. Y tú, Elspat, podrás hacer pintar una docena de retratos de Angus, bien grandes, y contemplarlos todo el día. O bien podrás ir a Londres y ver bailar a los maniáticos del jazz. Estás segura ahora, ¿Elspat?
El rostro de Elspat estaba pálido.
—Sí —le dijo furiosa—. ¿Y sabes por qué estamos seguros?
—¡Calma! —le dijo Alan.
Aun en medio de tanta buena voluntad y regocijo, adivinó lo que venía. Kathryn también lo sabía. Ambos dieron un paso hacia Elspat, pero ella no reparó en ellos.
—No permitiré que mi conciencia siga cargada con esto. ¿Sabes por qué estamos seguros?
Elspat se volvió rápidamente hacia Swan. Dirigiéndose a él por primera vez, le anunció tranquilamente que Angus se había suicidado. A continuación relató la historia, inclusive los motivos que la inducían a creer en ella. Y sus palabras eran la pura verdad.
—Eso es sumamente interesante, señora —dijo Swan, que había bebido un vaso de whisky y estaba extendiéndolo vacío para que se lo llenasen por segunda vez. Aparentemente le halagaba la atención que le dispensaba Elspat—. ¿No está usted enfadada conmigo ahora, pues?
Elspat se quedó mirándolo.
—¿Enfadada con usted? ¡Oigan eso! ¿Acaso no oyó lo que dije?
—Sí, desde luego, señora —repuso Swan con tono tranquilizador—. Y por supuesto comprendo que esta tragedia la ha trastornado…
—Hombre, ¿no me cree?
Swan echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada.
—No me gusta contradecir a una dama, señora. Pero si tiene a bien conversar con la policía o con el doctor Fell, o simplemente con los que están aquí presentes, verá que alguien le ha tomado el pelo o bien que usted se equivoca. Soy yo quien se lo dice. ¿No le ha dicho nadie que Alec Forbes se suicidó, y dejó una nota en la cual confesaba haber asesinado a Mr. Campbell?
Elspat aspiró ruidosamente. Su rostro se arrugó. Se volvió hacia Colin, y éste hizo un gesto afirmativo.
—Es verdad, Elspat. ¡Ponte a tono con los tiempos! ¿Dónde has estado todo el día?
Alan sintió que se le partía el corazón al contemplar a la anciana. Con manos temblorosas buscó una silla y se sentó. Un ser humano sensible, vivo, lastimado, surgió de la arcilla rebelde dentro de la cual Elspat Campbell había hecho frente al mundo.
—¿No me engañan ustedes? —insistió—. ¿Juran por lo más sagrado…?
De pronto comenzó a balancearse en la mecedora. Se echó a reír, demostrando que tenía una hermosa dentadura. Su risa animó e iluminó su rostro. Toda su persona parecía irradiar una plegaria de gratitud.
Angus no había muerto en el pecado del suicidio. No había ido al lugar de los condenados. Y Elspat, Elspat, cuyo verdadero apellido nadie conocía, siguió meciéndose sin cesar y riendo, llena de felicidad.
Colin Campbell, enteramente ciego a todo esto, seguía oficiando de tabernero.
—Como comprenderán —dijo sonriendo cordialmente—, en ningún momento ni Fell ni yo creíamos que fuese suicidio. A pesar de ello, es una gran cosa haber puesto los hechos en orden. No pensé ni durante un segundo que tú lo ignorabas, pues en ese caso habría salido arrastrándome de esta habitación para decírtelo. Ahora, sé buena, Elspat. Comprendo que esta casa está todavía en período de duelo, pero en vista de las circunstancias especiales, ¿por qué no me consigues esa gaita?
Elspat se puso de pie y salió de la habitación.
—¡Miren! —dijo Colin—. ¡Ha ido a buscarla!… Pero ¿qué te sucede, Kitty-kat?
Kathryn estaba contemplando la puerta con ojos tímidos y sospechosamente brillantes. Al oír la pregunta de Colin, se mordió los labios y miró a Alan.
—No sé —repuso—. Me siento feliz —al decir esto lanzó una mirada algo resentida a Alan— y al mismo tiempo tengo una sensación extraña y confusa.
—Tu estilo gramatical —dijo Alan— es pésimo. Pero tus sentimientos son correctos, en cambio. Eso es lo que ella cree ahora, y lo que debe seguir creyendo. Porque, desde luego, eso es la verdad.
—Desde luego —convino Kathryn rápidamente—. Quisiera saber, tío Colin, si estarías dispuesto a hacerme un gran favor.
—Lo que tú quieras, hijita.
—Bueno —dijo Kathryn, tendiendo hacia él su vaso—. No es mucho, quizá, pero… ¿Tendrías inconveniente en servirme un vaso algo más lleno?
—¡Muy bien, mi Kitty-kat! —exclamó Colin—. Toma… ¿Está bien así?
—Un poco más, por favor.
—¿Un poco más, dijiste?
—Sí.
—¡Diablos! —murmuró Swan, en quien el efecto inicial, arrollador y aplastante de la «Ruina» de los Campbell tomaba ahora la forma de una locuacidad y excitación notables—. Ustedes dos, profesores, están hechos el uno para el otro. No comprendo cómo se logra eso. ¿Hay alguien aquí que tenga ganas de cantar?
Con una expresión beatífica y hundido entre las almohadas como en un trono real, Colin levantó la escopeta y la agitó en el aire a manera de batuta. Su voz de bajo resonó contra las ventanas cerradas.
Amo a una niña, una niña muy bonita
Swan adoptó un aire de solemnidad y hundió el mentón en el cuello. Luego de una tos preliminar pareció hallar el tono correcto, y agitando rítmicamente su vaso, comenzó a cantar a su vez:
Pura como el lirio del valle
Para Alan, que levantó su vaso en un brindis dirigido a Kathryn, la impresión dominante fue la de que todo había sucedido para bien, y de que el mañana se cuidaría solo. El regocijo de estar enamorado, el regocijo de mirar simplemente a Kathryn, se unieron al regocijo provocado por la potente bebida que tenía en la mano. Sonrió a Kathryn. Kathryn le sonrió a su vez, y ambos se unieron al coro:
Dulce como el brezo, el brezo purpúreo…
Alan tenía una buena voz de barítono, y Kathryn un registro de soprano que se dejaba oír. El cuarteto así formado hizo resonar la habitación. Tía Elspat, que regresaba con expresión severa con una gaita escocesa, para Colin, que la aferró ansiosamente sin interrumpir el canto, debió de imaginar que habían vuelto los días de antaño.
—¡Bueno, bueno! —dijo resignadamente—. ¡Bueno, bueno!