Capítulo 5

Se alza exangüe del polvo,

con ojos muertos que son pozos;

los dos que tienden la mano a un dolor eterno.

Es el imán

del clan que se reúne,

recién creado y plagado de sueños.

El estandarte, un cuero podrido,

el trono, una jaula de huesos, el rey,

un fantasma de oscuros campos de batalla.

Y ahora el cuerno gime

en este amanecer recubierto de gris

que arrastra a la dispar hueste

A la guerra, a la guerra,

y el frenesí y la carga

de los recuerdos espontáneos del hielo.

Trova de la primera espada

Irig Thann Delusa (n. 1091)

Dos días y siete leguas de nubes negras y viscosas de ceniza y la telaba de lady Envidia no tenía ni una sola mancha. Toc el Joven gruñó, se quitó el trapo endurecido de la cara y dejó poco a poco en el suelo el pesado fardo de cuero que llevaba. Nunca pensó que daría gracias a los cielos por ver una simple llanura inmensa de hierba, pero después de la ceniza volcánica, aquel paisaje ondulado que se extendía hacia el norte lo atraía como un paraíso.

—¿Bastará esta colina para montar el campamento? —preguntó lady Envidia, que se acercaba sin prisas—. Parece demasiado expuesta. ¿Y si hay malhechores en esta llanura?

—Es cierto, los malhechores no suelen ser muy listos —respondió Toc—, pero hasta el bandido más estúpido se lo pensaría dos veces antes de poner a prueba a tres seguleh. El viento que sientes aquí arriba mantendrá a los insectos a raya llegada la noche, señora, así no te picarán. Yo no recomendaría las tierras bajas, en ninguna pradera.

—Me inclino ante tu sabiduría, explorador.

Toc tosió y se irguió para examinar la zona.

—No veo a tus cuadrúpedos amiguitos por ninguna parte.

—Ni yo a tu huesudo compañero. —La dama se volvió hacia él con los ojos muy abiertos—. ¿Crees que estarán en un aprieto?

El hombre la estudió, divertido, y no dijo nada. Lady Envidia alzó una ceja y sonrió. Toc se volvió a toda prisa hacia su fardo.

—Será mejor que monte las tiendas.

—Como ya te aseguré anoche, Toc, mis criados pueden ocuparse de tareas tan mundanas como esa. Preferiría que tú asumieras un rango más elevado que el de simple e ínfimo trabajador durante el tiempo que dure esta gran aventura.

Toc se detuvo un momento.

—¿Quieres que adopte poses heroicas con el atardecer de fondo, lady Envidia?

—¡Desde luego!

—No era consciente de que existía para tu entretenimiento.

—Oh, ahora te has vuelto a enfadar. —La dama se acercó un poco más y posó una mano ligera como un gorrión en el hombro masculino—. Por favor, no te enojes conmigo. No esperarás que sostenga conversaciones interesantes con mis criados, ¿verdad? Y tu amigo Tool tampoco se puede decir que sea una flor social arrebatada de vigor y animación. Y si bien mis dos cachorritos son una compañía casi perfecta en el sentido de que siempre escuchan y jamás interrumpen, una ansía el sabor cálido de un intercambio ingenioso. Tú y yo, Toc, solo nos tenemos el uno al otro para este viaje, así que empecemos a forjar los vínculos de la amistad.

Toc el Joven se quedó mirando las tiendas liadas y no dijo nada durante un buen rato, después suspiró.

—Nunca se me han dado bien los intercambios ingeniosos, señora. Soy soldado y muy poco más. —Es más, tengo las cicatrices de un soldado, ¿quién puede evitar estremecerse al verme?

—No es modestia sino engaño, Toc.

El soldado hizo una mueca al notar el tono cortante de la mujer.

—Te han dado una educación, una educación mejor de lo que es costumbre en un soldado profesional. Y he oído suficientes de tus mordaces intercambios con el t’lan imass como para saber valorar tu ingenio. ¿A qué viene esta repentina timidez? ¿Qué provoca esa creciente incomodidad?

—Eres una hechicera, lady Envidia, y la hechicería me pone nervioso.

La dama quitó la mano.

—Ya veo. O más bien, no. Tu t’lan imass fue forjado por un ritual de un poder inmenso, un ritual como el mundo no ha visto en mucho tiempo, Toc el Joven. Ya solo su espada de piedra está investida a un nivel que bien podría horrorizar a cualquiera; no se puede romper, ni siquiera desportillar y es capaz de atravesar las protecciones mágicas sin esfuerzo. No hay senda que se pueda defender de ella. Yo no apostaría por ningún filo que se enfrentara a ella en manos de Tool. Y la criatura misma. Es una especie de paladín, ¿no? Entre los t’lan imass Tool es único. No tienes ni idea del poder, de la fuerza, que posee. ¿Te pone nervioso Tool, soldado? Pues no te lo he notado.

—Bueno —soltó Toc de repente—, es un saco encogido de piel y huesos, ¿no? No se roza contra mí a cada oportunidad que tiene. No me lanza sonrisas que son como lanzas que se clavan en mi corazón, ¿verdad? No se burla diciendo que en otro tiempo tuve un rostro que no hacía a la gente darse la vuelta, ¿a que no?

La mujer abrió mucho los ojos.

—Yo no me burlo de tus cicatrices —dijo en voz baja.

Toc miró furioso a los tres seguleh enmascarados e inmóviles. Oh, por el Embozado, lo he estropeado todo, ¿verdad? ¿Os estáis riendo tras esas máscaras, guerreros?

—Acepta mis disculpas, señora —consiguió decir—. Lamento mis palabras.

—Pero las mantienes de todos modos. Muy bien, al parecer he de aceptar el desafío.

Toc levantó la cabeza y la miró.

—¿Desafío?

Lady Envidia sonrió.

—Desde luego. Es obvio que crees que el afecto que te tengo no es sincero. Debo procurar demostrarte lo contrario.

—Señora…

—Y en tus esfuerzos por apartarme no tardarás en descubrir que no es tarea fácil.

—¿Con qué fin, lady Envidia? —Todas mis defensas derribadas… ¿para tu diversión?

Los ojos femeninos destellaron y Toc supo, con toda certeza, cuán ciertos eran sus pensamientos. El dolor lo atravesó como un hierro al rojo vivo. Empezó a desplegar la primera tienda.

Llegaron Garath y Baaljagg y empezaron a dar saltos alrededor de lady Envidia. Un momento después se alzó un torbellino de polvo entre las hierbas de color ocre que había a unos metros de donde se encontraba Toc agachado. Apareció Tool llevando en los hombros el cadáver de un antílope, del que se desprendió y tiró al suelo con un golpe seco.

Toc no vio ninguna herida visible en el animal. Seguramente le dio un susto de muerte.

—¡Ah, maravilloso! —exclamó lady Envidia—. ¡Esta noche cenaremos como nobles! —Se giró hacia sus criados—. Ven, Senu, tienes algo que despiezar.

Y seguro que tampoco es la primera vez.

—Y vosotros dos, hmm, ¿qué os encomendamos a vosotros? Aquí nadie puede quedar ocioso. Mok, tú vas a montar la bañera de cuero. Ponla en esa colina de ahí. No hace falta que te preocupes del agua o los aceites perfumados, ya me ocupo yo de eso. Thurule, saca mis peines y mi túnica, sé un buen chico.

Toc echó un vistazo y vio a Tool mirándolo. El explorador hizo una mueca irónica.

El t’lan imass se acercó sin prisas.

—Podemos empezar a intentar hacer flechas, soldado.

—Sí, en cuanto termine con las tiendas.

—Bien. Reuniré la materia prima que hemos ido recogiendo. Debemos elaborar un juego de herramientas.

Toc había levantado suficientes tiendas durante sus días de soldado como para poder prestar bastante atención a los preparativos de Tool mientras trabajaba. El t’lan imass se arrodilló junto al antílope y sin aparente esfuerzo le arrancó los dos cuernos casi desde la base. Después se colocó a un lado y se descolgó la bolsa de cuero que llevaba, soltó los cordones y la bolsa se desplegó por el suelo y reveló media docena de grandes piedras de obsidiana, recogidas durante su paso por el antiguo río de lava, y una serie de diferentes tipos de piedra que provenían de la costa, un poco más allá de la torre jaghut, junto con juncos duros y un par de gaviotas muertas, ambas todavía atadas al fardo de Toc.

Siempre era motivo de asombro (y una especie de conmoción) contemplar la habilidad de las manos marchitas, descarnadas incluso, del guerrero no muerto, mientras trabajaba. Manos de artista. El t’lan imass seleccionó una de las piedras de obsidiana, después cogió una de las grandes piedras negras y con tres golpes rápidos separó tres hojas largas y finas de la roca. Unos cuantos golpes secos más crearon una serie de escamas que variaban en tamaño y grosor.

Tool dejó en el suelo la piedra que había usado como martillo y el núcleo de obsidiana. Revisó todas las escamas y eligió una, la cogió con la mano izquierda y luego estiró la derecha para alcanzar una de las astas. El t’lan imass usó la punta del asta para empezar a sacar escamas diminutas del borde de la escama más grande.

Lady Envidia suspiró junto a Toc el Joven.

—Qué habilidad más extraordinaria. ¿Crees que antes de empezar a trabajar el metal todos poseíamos habilidades parecidas?

El explorador se encogió de hombros.

—Es probable. Según algunos eruditos malazanos, el descubrimiento del hierro se produjo hace solo medio millar de años, al menos para los pueblos del continente Quon Tali. Antes de eso, todo el mundo usaba el bronce. Y antes del bronce, usábamos cobre sin aleaciones y estaño. Antes de eso, ¿por qué no piedra?

—Ah, sabía que habías recibido una educación, Toc el Joven. Los eruditos humanos, por cierto, tienden a pensar solo en términos de logros humanos. Entre las razas ancestrales, la forja de metales era bastante sofisticada. No eran desconocidas las mejoras en el propio hierro. La espada de mi padre, por ejemplo.

El hombre gruñó.

—Hechicería. Estaba investida. Sustituye a los avances tecnológicos, suele ser un modo de suplantar el progreso del conocimiento mundano.

—Vaya, soldado, no cabe duda que tienes unas opiniones muy particulares cuando se trata de hechicería. Sin embargo, ¿he podido detectar en tus palabras rastros de una lección aprendida de memoria? ¿Qué amargado erudito, algún hechicero fracasado sin duda, te inculcó tales opiniones?

Toc sonrió a pesar de sí mismo.

—Sí, tienes razón. En realidad no fue un erudito sino un sumo sacerdote.

—Ah, bueno, los cultos ven cualquier avance (ya sea de hechicería o incluso mundano) como una amenaza en potencia. Tienes que desmantelar tus fuentes, Toc el Joven, no sea que no hagas más que imitar los prejuicios de otros.

—Hablas igual que mi padre.

—Deberías haber hecho caso de sus sabias palabras.

Así es. Pero nunca le hice caso. Deja el Imperio, decía. Busca un sitio fuera del alcance de la corte, lejos de los comandantes y la Garra. No levantes la cabeza, hijo

Tras terminar con la última de las tres tiendas, Toc se acercó a Tool. A sesenta metros de distancia, en la cima de una colina cercana, Mok había montado la bañera de cuero con armazón de madera. Lady Envidia, con Thurule marchando a su lado con una túnica doblada y los útiles de baño en los brazos, se dirigió hacia allí. El lobo y el perro se habían sentado cerca de Senu, que estaba trabajando en el antílope. El seguleh les tiraba trocitos sueltos de carne a los animales de vez en cuando.

Tool había terminado cuatro pequeñas herramientas de piedra, una hoja con un mango, una especie de rascador del tamaño de una uña, un filo con forma de media luna y el borde interior finamente trabajado, y un taladro o perforador. Después se puso a trabajar en las tres primeras escamas grandes de obsidiana.

Toc se agachó junto al t’lan imass y examinó los objetos terminados.

—De acuerdo —dijo tras examinarlos unos momentos—. Estoy empezando a entenderlo. Estos son para trabajar el astil y las plumas, ¿sí?

Tool asintió.

—El antílope nos proporcionará la materia prima. Necesitamos tripa para las cuerdas. Cuero para el carcaj y las correas.

—¿Y qué hay de la que tiene forma de media luna?

—Hay que pulir los juncos duros para hacer los astiles.

—Ah, sí, ya veo. ¿No vamos a necesitar cola, brea o algo así?

—En un mundo ideal, sí. Pero puesto que estamos en una llanura sin árboles, tendremos que conformarnos con lo que tenemos. Ataremos las plumas con tripa.

—Haces que la elaboración de flechas parezca muy fácil, Tool, pero algo me dice que no lo es tanto.

—Unas piedras son arena, otras son agua. Las herramientas afiladas se pueden hacer con las piedras que son agua. Las herramientas para aplastar se hacen con las piedras que son arena, pero solo con las más duras.

—Y yo pensando que una piedra era una piedra.

—En nuestro idioma poseemos muchos nombres para las piedras. Nombres que nos hablan de su naturaleza, nombres que describen su función, nombres para lo que les ha pasado y lo que les pasará, nombres para el espíritu que reside en su interior, nombres…

—¡De acuerdo, de acuerdo! Entiendo. ¿Por qué no hablamos de otra cosa?

—¿Por ejemplo?

Toc miró a la otra colina. Sobre el armazón de la bañera solo se veía la cabeza y las rodillas de lady Envidia. El atardecer ardía tras ella y los dos seguleh, Mok y Thurule, hacían guardia junto a ella, dándole la espalda.

—De ella.

—De lady Envidia sé poco más de lo que ya he dicho.

—Era… ¿una de las compañeras de Anomander Rake?

Tool reanudó el trabajo y siguió extrayendo escamas finas y traslúcidas de obsidiana de lo que estaba asumiendo a toda prisa la forma de una punta de flecha lanceolada.

—Al principio había otros tres que vagaron juntos durante un tiempo. Anomander Rake, Caladan Brood y una hechicera que con el tiempo ascendió y se convirtió en la reina de los Sueños. Tras ese acontecimiento se produjeron varios dramas, o eso se cuenta. Al hijo de la Oscuridad se le unió lady Envidia y el soletaken conocido con el nombre de Osric. Otros tres que vagaron juntos. Caladan Brood escogió un sendero solitario en aquel tiempo y no se le vio en este mundo durante varios siglos. Cuando al fin regresó, hace quizá mil años, tenía consigo el martillo que todavía lleva: un arma de la diosa Dormida.

—Y Rake, Envidia y ese tal Osric, ¿a qué se dedicaban?

El t’lan imass se encogió de hombros.

—Solo ellos podrían hablarte de eso. Se produjo una riña. Osric se fue; adónde, nadie lo sabe. Anomander Rake y lady Envidia continuaron siendo compañeros. Se dice que se separaron (tras una discusión) poco antes de que los ascendientes se reunieran para encadenar al Caído. Rake se unió al esfuerzo común. La dama no. Sobre ella ese es el total de mis conocimientos, soldado.

—Es una maga.

—La respuesta a eso la tienes ante ti.

—Te refieres al agua caliente que apareció de la nada.

Tool dejó la punta de flecha terminada en el suelo y cogió otra sin labrar.

—Me refería a los seguleh, Toc el Joven.

El explorador lanzó un gruñido.

—Hechizados, obligados a servirla. ¡Por el aliento del Embozado, los ha convertido en esclavos!

El t’lan imass se detuvo y lo miró.

—¿Te molesta? ¿No hay esclavos en el Imperio de Malaz?

—Sí. Deudores, pequeños delincuentes, botín de guerra. Pero, Tool, ¡estos son seguleh! Los guerreros más temidos de este continente. Sobre todo por el modo en que atacan sin el menor aviso, por razones que solo ellos conocen…

—Su forma de comunicarse —dijo Tool— es sobre todo no verbal. Imponen su dominio con su actitud, con leves gestos, con la dirección de la postura y la inclinación de la cabeza.

Toc parpadeó.

—¿Sí? Oh, entonces, ¿por qué no han acabado con este pobre ignorante hace ya mucho tiempo?

—Tu inquietud en su presencia transmite sumisión —respondió el t’lan imass.

—Un cobarde por naturaleza, ese soy yo. Debo entender, entonces, que tú no muestras… inquietud.

—Yo no cedo ante nadie, Toc el Joven.

El malazano se quedó callado y pensó en las palabras de Tool.

—El hermano mayor, Mok —dijo después—, su máscara no tiene más que dos cicatrices. Creo que sé lo que eso significa y si tengo razón… —Sacudió despacio la cabeza.

El guerrero no muerto levantó la cabeza, su mirada sombría no se apartó de la cara del explorador.

—El joven, el que me desafió, Senu, era… bueno. Si no me hubiera anticipado a él, si no hubiera evitado que sacara del todo las espadas, nuestro duelo bien podría haber sido muy largo.

Toc frunció el ceño.

—¿Cómo puedes saber lo bueno que era cuando ni siquiera desenvainó sus espadas?

—Las utilizó para desviar mis ataques de todos modos.

El único ojo de Toc se abrió un poco más.

—¿Se enfrentó a ti con las hojas a medio sacar?

—Los primeros dos ataques, sí, pero no el tercero. Solo necesito estudiar los movimientos del mayor, la ligereza de sus pasos sobre la tierra, su elegancia, para percibir su habilidad en toda su medida. Senu y Thurule, ambos admiten que es su maestro. Es obvio que crees, en virtud de su máscara, que ocupa un alto rango entre los suyos.

—El tercero, creo. El tercero más alto. Se supone que hay un seguleh legendario con una máscara carente de marcas. Porcelana blanca. No es que lo haya visto nadie, salvo los propios seguleh, supongo. Son una casta de guerreros regida por el campeón. —Toc se volvió para estudiar a los dos lejanos guerreros, después miró por encima del hombro a Senu, que seguía arrodillado sobre el antílope a menos de ocho metros de distancia—. Me pregunto qué los habrá traído al continente.

—Podrías preguntarle al más joven, Toc.

El explorador le sonrió a Tool.

—Lo que significa que sientes tanta curiosidad como yo. Bueno, pues me temo que no puedo hacer el trabajo sucio por ti, dado que mi rango es inferior al suyo. Es posible que decida hablar conmigo, pero yo no puedo iniciar la conversación. Si quieres respuestas, tendrás que hacer tú las preguntas.

Tool dejó el asta y la piedra virgen y se puso en pie entre un tintineo apagado de huesos. Después se acercó a Senu. Toc lo siguió.

—Guerrero —dijo el t’lan imass.

El seguleh hizo una pausa en su trabajo de despiece y bajó un poco la cabeza.

—¿Qué os ha llevado a dejar vuestra tierra natal? ¿Qué te ha traído a ti y a tus hermanos a este lugar?

La respuesta de Senu fue en un dialecto del daru, un poco arcaico a oídos de Toc.

—Maestro Hojadepiedra, somos el ejército punitivo de los seguleh.

Si algún otro que no fuera seguleh hubiera hecho semejante afirmación, Toc se habría echado a reír allí mismo. Pero en ese caso optó por apretar la mandíbula.

Tool pareció sorprenderse tanto como el explorador, ya que tardó un rato en hablar de nuevo.

—Punitivo. ¿A quién quieren castigar los seguleh?

—A los invasores de nuestra isla. Matamos a todos los que llegan, pero el flujo no cesa. La tarea queda en manos de nuestras Máscaras Negras, los iniciados de primer nivel en el adiestramiento de las armas, ya que el enemigo llega desarmado y por tanto no es digno de morir en un duelo. Pero tales matanzas alteran la disciplina del adiestramiento, mancillan la mente y dañan por tanto los rigores de la concentración. Se decidió viajar a la tierra natal de los invasores para matar al que envía a su pueblo a nuestra isla. Ya te he respondido, maestro Hojadepiedra.

—¿Sabes el nombre de ese pueblo? ¿El nombre con el que se hacen llamar?

—Sacerdotes de Pannion. Vienen con la intención de convertirnos. A nosotros no nos interesa. No escuchan. Y ahora advierten que van a enviar un ejército a nuestra isla. Para mostrarles nuestra impaciencia ante tal acontecimiento, les enviamos muchos regalos. Optaron por sentirse insultados ante nuestra invitación a la guerra. Admitimos que no lo entendemos y por tanto nos hemos cansado de tener conversaciones con esos painitas. De ahora en adelante, solo nuestros filos hablarán por los seguleh.

—Pero lady Envidia os ha atrapado con sus encantos.

Toc contuvo el aliento.

Senu volvió a bajar la cabeza y no dijo nada.

—Por fortuna —continuó Tool con su tono seco y sin inflexiones— ahora nos dirigimos al Dominio Painita.

—La decisión nos complació —dijo Senu con tono agudo.

—¿Cuántos años han pasado desde tu nacimiento, Senu? —preguntó el t’lan imass.

—Catorce, maestro Hojadepiedra. Soy un iniciado de undécimo nivel.

Los trozos cuadrados de carne que habían ensartado en unos pinchos crepitaban al soltar grasa sobre las llamas. Lady Envidia apareció en la penumbra con su séquito detrás. Iba vestida con una gruesa túnica de color negro azulado que caía sobre la hierba salpicada de rocío. Llevaba el cabello sujeto en una única trenza.

—¡Qué aroma tan delicioso! ¡Estoy muerta de hambre!

Toc percibió el giro casual de Thurule, las manos enguantadas que se levantaban. Desenvainó las dos espadas con un movimiento más rápido de lo que el ojo del explorador pudo captar, igual que el torbellino de ataque. Destellaron las chispas cuando el acero brillante chocó contra el pedernal. Tool se vio empujado hacia atrás unos cinco metros y comenzaron a lloverle golpes en su arma, también borrosa. Los dos guerreros se desvanecieron en la oscuridad que se ocultaba tras el fulgor chillón de la hoguera.

El lobo y el perro ladraron y se lanzaron tras ellos.

—¡Esto es exasperante! —soltó de repente lady Envidia.

Estallaron chispas a ocho metros de distancia, luz insuficiente como para que Toc distinguiera nada más que unos giros vagos de brazos y hombros. Les lanzó una mirada a Mok y Senu. Este último seguía agachado junto al fuego y se ocupaba de la cena con aire aplicado. El mayor de las marcas gemelas permanecía inmóvil, observando el duelo, aunque no parecía muy probable que pudiera ver mejor que Toc. Quizá no le hace falta

Llovieron más chispas en la noche.

Lady Envidia ahogó una risita con una mano en la boca.

—Deduzco que puedes ver en la oscuridad, señora —murmuró Toc.

—Oh, sí. Es un duelo extraordinario, jamás había… no, es más complicado. Un viejo recuerdo que cobró vida cuando los identificaste como seguleh. Anomander Rake cruzó una vez su filo con una veintena de seguleh, uno tras otro. Quiso hacer una visita a la isla sin anunciarse y no sabía nada de sus habitantes. Tomó forma humana y se fabricó una máscara, después optó por bajar por la avenida principal de la ciudad. Puesto que es de natural arrogante, no mostró deferencia alguna con ninguno de los que se cruzaba en su camino…

Otro choque iluminó la noche, el intercambio fue seguido por un gruñido sólido y estridente. Después, los filos colisionaron otra vez.

—Dos campanadas. Eso fue lo que duró la visita entera de Rake a la isla y sus habitantes. Describió la ferocidad de ese escaso tiempo y la consternación y el agotamiento que lo llevaron a retirarse a su senda aunque solo fuera para calmar las palpitaciones de su corazón.

Una nueva voz, ronca y fría, habló entonces.

—Espadanegra.

Se volvieron y se encontraron a Mok delante de ellos.

—Eso fue hace siglos —dijo lady Envidia.

—El recuerdo de un rival digno no se desvanece nunca entre los nuestros, mi señora.

—Rake dijo que el último espadachín al que se enfrentó llevaba una máscara con siete símbolos.

Mok ladeó la cabeza.

—Esa máscara todavía lo aguarda. Espadanegra conserva el séptimo puesto. Mi señora, nos gustaría que lo reclamara.

La dama sonrió.

—Quizá pronto puedas hacerle esa invitación en persona.

—No es una invitación, señora. Es una exigencia.

La risa femenina fue dulce y fuerte.

—Mi querido criado, no hay nadie, nadie, al que el señor de la Oscuridad no se enfrente con la mirada firme e inquebrantable. Considéralo una advertencia.

—Entonces se cruzarán nuestras espadas, mi señora. Él es el séptimo. Yo soy el tercero.

La dama se volvió hacia él con los brazos cruzados.

—¡Ah, no me digas! ¿Sabes dónde terminó esa veintena de almas cuando los mató… incluyendo al séptimo? Encadenados dentro de la espada Dragnipur, mira tú. Para toda la eternidad. ¿De verdad ansías reunirte con ellos, Mok?

Se oyó otro golpe seco en la oscuridad que reinaba más allá del fuego y después se hizo el silencio.

—Los seguleh que mueren, fracasan —dijo Mok—. No pensamos más en los fracasados que hay entre nosotros.

—¿Incluye eso —preguntó Toc en voz baja— a tu hermano?

Tool había reaparecido con la espada de pedernal en la mano izquierda y arrastrando el cuerpo de Thurule por el cuello de la ropa con la derecha. La cabeza del seguleh se bamboleaba. Perro y lobo seguían a los dos meneando las colas.

—¿Has matado a mi criado, t’lan imass? —preguntó lady Envidia.

—No lo he matado —respondió Tool—. Una muñeca rota, costillas rotas, media docena de golpes en la cabeza. Creo que se recuperará. Con el tiempo.

—Bueno, pues me temo que eso no me sirve, en absoluto. Tráelo aquí, por favor, conmigo.

—No ha de ser curado con medios mágicos —dijo Mok.

El genio de la dama estalló entonces de repente. Se dio la vuelta y una oleada de poder surgió de ella. La oleada golpeó a Mok y este surcó el aire. El seguleh aterrizó con un golpe seco. El fulgor de chispas se desvaneció.

—¡A mí los criados no me plantean exigencias! Te recuerdo cuál es tu sitio, Mok. Confío en que con una vez sea suficiente. —Después se dio la vuelta y miró a Thurule—. Desde luego que lo curaré. Después de todo —continuó con tono más suave—, como toda dama de cierta alcurnia sabe, tres es el mínimo absoluto cuando se trata de criados. —Posó una mano en el pecho del seguleh.

Thurule gimió.

Toc miró a Tool.

—¡Por el aliento del Embozado, pero si tienes cortes por todas partes!

—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que me enfrenté a un rival tan digno —dijo Tool—. Un desafío mucho mayor al usar solo la cara de la hoja.

Mok se estaba levantando poco a poco. Al oír las últimas palabras del t’lan imass se quedó muy quieto y después se giró con lentitud para mirar al guerrero no muerto.

No me fastidies, Tool, le has dado que pensar al tercero.

—Esta noche no habrá más duelos —dijo lady Envidia con tono severo—. No voy a contener mi ira la próxima vez.

Mok apartó los ojos del t’lan imass con gesto despreocupado.

Lady Envidia se estiró y suspiró.

—Thurule está arreglado. ¡Y yo estoy casi cansada! Senu, querido, saca los platos y los cubiertos. Y el vino tinto de Elin. Yo diría que se impone una cena tranquila. —Le dedicó una sonrisa a Toc—. Y una conversación ingeniosa, ¿sí?

Le tocó entonces gemir a Toc.

Los tres jinetes tiraron de las riendas y se detuvieron en la cima de la colina baja. Whiskeyjack le dio la vuelta a la montura para mirar la ciudad de Pale y la contempló un minuto con la mandíbula apretada.

Ben el Rápido no dijo nada, observó al comandante de la barba gris, viejo amigo suyo, y lo comprendió todo. A esta colina vinimos a recuperar a Mechones. Entre montones de armaduras vacías… (dioses, ahí siguen, oxidándose entre la hierba), y la hechicera Velajada, la última que quedaba en pie del cuadro. Acabábamos de salir arrastrándonos de los túneles que se habían derrumbado, dejando atrás a cientos de hermanos y hermanas. Ardíamos de rabia… ardíamos al saber que nos habían traicionado. Aquí… en esta colina aplastada por la hechicería, estábamos listos para asesinar a quien fuera. Con nuestras propias manos… El hechicero miró a Mazo. Los ojitos del sanador estaban entrecerrados y clavados en Whiskeyjack, y Ben el Rápido supo que él también estaba reviviendo recuerdos amargos. No hay forma de enterrar la historia de nuestras vidas. Uñas amarillas y dedos de hueso que atraviesan el suelo a nuestros pies y se clavan en nosotros.

—Vamos a resumir —gruñó Whiskeyjack con los ojos grises clavados en el cielo vacío que había sobre la ciudad.

Mazo se aclaró la garganta.

—¿Quién empieza?

El comandante giró la cabeza y miró al sanador.

—Bien —dijo Mazo—. La… aflicción de Paran. Su carne mortal tiene la mancha de la sangre de un ascendiente… y de lugares de ascendientes… pero como te dirá el Rápido, nada de eso debería manifestarse como enfermedad. No, esa sangre, y esos lugares, son como empujones por un pasillo.

—Y él no hace más que volver a rastras sobre sus pasos —añadió Ben el Rápido—. Intenta escapar. Y cuanto más lo intenta…

—Más enfermo cae —terminó Mazo.

Whiskeyjack, con los ojos puestos una vez más en Pale, esbozó una mueca irónica.

—La última vez que estuve sobre esta colina tuve que escuchar al Rápido y a Kalam terminar las frases del otro. Resulta que han cambiado menos cosas de las que pensaba. ¿El capitán mismo es un ascendiente?

—Casi —admitió el hechicero. Y no hace falta decir que resulta preocupante. Pero sería incluso más preocupante si Paran… quisiera serlo. Claro que, ¿quién sabe qué ambiciones oculta el rostro reticente?

—¿Qué pensáis vosotros dos de su historia de los mastines y la espada de Rake?

—Inquietante —respondió Mazo.

—Eso es quedarse un poco corto —dijo Ben el Rápido—. Es aterrador, maldita sea.

Whiskeyjack lo miró con el ceño fruncido.

—¿Por qué?

Dragnipur no es la espada de Rake, no la forjó él. ¿Cuánto sabe ese cabrón sobre ella? ¿Cuánto debería saber? Y en el nombre del Embozado, ¿adónde se fueron esos mastines? Estén donde estén, Paran se encuentra unido por vínculos de sangre a uno de ellos.

—Y eso lo convierte en… impredecible —interpuso Mazo.

—¿Qué hay al final de ese pasillo que has descrito?

—No lo sé.

—Yo tampoco —dijo Ben el Rápido con pesar—. Pero creo que deberíamos añadir unos cuantos empujones nosotros también. Aunque solo sea para salvar a Paran de sí mismo.

—¿Y cómo propones que lo hagamos?

El hechicero esbozó una sonrisa.

—Ya ha empezado, comandante. Al ponerlo en contacto con Zorraplateada. Es capaz de leerlo como Velajada leía una baraja de Dragones y ve más cada vez que posa los ojos en él.

—Quizá solo sean los recuerdos de Velajada… que lo desvisten —comentó Mazo.

—Muy gracioso —dijo Whiskeyjack arrastrando las palabras—. Así que Zorraplateada sondea su alma, pero no hay garantía de que vaya a compartir sus descubrimientos con nosotros, ¿verdad?

—Si las personas de Velajada y Escalofrío llegan a dominar…

—Con la hechicera no hay problema, pero Escalofrío… —Whiskeyjack sacudió la cabeza.

—Era una canalla —asintió Ben el Rápido—. Hay cierto misterio en todo eso. Con todo, una malazana…

—De la que sabemos muy poco —gruñó el comandante—. Remota. Fría.

—¿Cuál era su senda? —preguntó Mazo.

—Rashan, que yo supiera —dijo Ben el Rápido con amargura—. Oscuridad.

—Quizá Zorraplateada pueda sacar algo de eso —dijo el sanador tras un momento.

—Seguramente será instintivo, en fragmentos; según tengo entendido no sobrevivió mucho de Escalofrío.

—¿Estás seguro de eso, hechicero? —preguntó Whiskeyjack.

—No. —Y en cuanto a Escalofrío, estoy incluso menos seguro de lo que insinúo. Ha habido otras Escalofrío… mucho antes del Imperio de Malaz. La primera época de las Guerras Nathilog. La liberación de Karakarang en Siete Ciudades, hace nueve siglos. Los seti y su expulsión de Fenn, en Quon Tali, hace casi dos mil años. Una mujer, una hechicera, llamada Escalofrío, una y otra vez. Si es la misma

El comandante se inclinó en la silla y escupió en el suelo.

—No me hace ninguna gracia.

Hechicero y sanador no dijeron nada.

Le diría lo de Ascua… pero si ya no le hace gracia ahora, ¿qué diría de la noticia de la muerte inminente del mundo? No, ocúpate de eso tú solo, Rápido, y prepárate para saltar cuando llegue el momento… El dios Tullido les ha declarado la guerra a los dioses, a las sendas, a todo este maldito mundo y a todos los que vivimos en él. Muy bien, Caído, pero eso significa que tendrás que ser más listo que yo. Olvídate de los dioses y sus torpes juegos, te voy a tener arrastrándote en círculos a no tardar mucho

Pasaron unos momentos, los caballos inmóviles bajo los jinetes salvo por las sacudidas de las colas y los espasmos del lomo y las orejas para evitar los picotazos de las pulgas.

—Seguid guiando a Paran en la dirección adecuada —dijo al fin Whiskeyjack—. Empujadlo cuando se presente la ocasión. Ben el Rápido, averigua todo lo que puedas sobre Escalofrío, utiliza todas y cada una de las fuentes que haya disponibles. Mazo, explícale a Eje lo de Paran, os quiero a los tres lo bastante cerca del capitán como para contarle los pelos de la nariz. —Recogió las riendas e hizo girar a su montura—. El contingente de Darujhistan va a llegar al campamento de Brood en cualquier momento, será mejor que volvamos.

Bajaron al trote la colina y sus ruinosos vestigios y dejaron a las moscas zumbando sin rumbo sobre la colina.

Whiskeyjack se detuvo delante de la tienda que le habían proporcionado a Dujek Unbrazo, su caballo respiraba con dificultad tras la prolongada cabalgada. Tras dejar el campamento de los Abrasapuentes, donde había dejado a Ben el Rápido y Mazo, había atravesado el amplio campamento de Brood. Saltó de la silla e hizo una mueca cuando se apoyó en la pierna herida.

Apareció entonces el portaestandartes Artanthos.

—Yo cogeré las riendas, comandante —dijo el joven—. Hay que almohazar a la bestia…

—No es el único que necesita cuidados —murmuró Whiskeyjack—. ¿Unbrazo está dentro?

—Sí. Te espera.

Sin una palabra más, el comandante entró en la tienda.

—Ya era hora, maldito seas —gruñó Dujek desde su catre mientras se incorporaba—. Sírvenos un poco de cerveza, ahí, en la mesa. Busca una silla. ¿Tienes hambre?

—No.

—Yo tampoco. Vamos a beber algo.

Ninguno de los dos habló hasta que Whiskeyjack terminó de colocar los muebles y sirvió la cerveza. El silencio continuó hasta que los dos terminaron las primeras jarras y el comandante las volvió a llenar.

—Engendro de Luna —dijo Dujek después de limpiarse la boca y coger la jarra otra vez—. Si tenemos suerte, lo veremos otra vez, pero no hasta Coral, o incluso después. Así que Anomander Rake ha accedido a lanzar sus fuerzas, y las del Engendro, contra el Dominio Painita. ¿Razones? Desconocidas. Quizá solo le guste luchar.

Whiskeyjack frunció el ceño.

—En Pale me pareció que no combatía de muy buena gana, Dujek.

—Solo porque sus tiste andii estaban ocupados en otro sitio. Y menos mal o nos habrían aniquilado por completo.

—Puede que tengas razón. Parece que estamos reuniendo muchas fuerzas para enfrentarnos a un imperio mediocre habitado solo por fanáticos, Dujek. Ya sé que el Dominio nos olía mal desde el principio y que se está tramando algo. Con todo…

—Sí. —Después de un momento, Dujek se encogió de hombros—. Ya veremos lo que hay. ¿Has hablado con Torzal?

Whiskeyjack asintió.

—Él también cree que sus escuadrillas deberían seguir pasando desapercibidas, nada de aprovisionar nuestras fuerzas de camino si es posible. Tiene exploradores cerca de la frontera con los painitas buscando un sitio estratégico para reunirnos, discreto pero lo bastante cerca como para atacar cuando llegue el momento.

—Bien. ¿Y nuestro ejército está listo para dejar Pale?

—Listo, como siempre. Pero queda la cuestión de las provisiones para el camino.

—Cubriremos eso cuando lleguen los emisarios de Darujhistan. Y ahora, Zorraplateada…

—Es difícil de decir, Dujek. Esa reunión de t’lan imass es preocupante, sobre todo cuando afirma que vamos a necesitar a esos guerreros no muertos cuando nos enfrentemos al Dominio Painita. Puño supremo, no sabemos lo suficiente sobre nuestro enemigo…

—Eso va a cambiar, ¿le has dado instrucciones a Ben el Rápido para que inicie los contactos con esa compañía de mercenarios de Capustan?

—Algo tiene pensado. Ya veremos si pican.

—Volviendo a lo de Zorraplateada, Whiskeyjack. Velajada era una aliada sólida, una amiga…

—Está ahí, en esa niña rhivi. Paran y ella han… hablado. —Se calló un momento y después suspiró con los ojos clavados en la jarra que tenía en las manos—. Todavía quedan cosas por revelar, así que tendremos que esperar y ver.

—Una criatura que devora así a su progenitora…

—Sí, pero también, ¿cuándo han mostrado los t’lan imass una sola mota de compasión? Son no muertos, carecen de alma y, hay que afrontarlo, ya fueran aliados en su momento o no, ponen los pelos de punta, maldita sea. Estaban a las órdenes del emperador y de nadie más. Luchar a su lado en Siete Ciudades no fue una experiencia demasiado grata, los dos lo sabemos, Dujek.

—La conveniencia siempre va de la mano de la incomodidad —murmuró el puño supremo—. Y ahora han vuelto, solo que esta vez están a las órdenes de una niña…

Whiskeyjack lanzó un gruñido.

—Una observación curiosa, pero sé a qué te refieres. Kellanveld fue… comedido con los t’lan imass, si no contamos el desastre de Aren. Mientras que una niña nacida de unas almas destrozadas en la senda de Tellann y que adquiere semejante poder…

—¿Y cuántos niños has conocido tú que sean capaces de mostrar cierto autodominio? La sabiduría de Velajada tiene que salir a la luz, y pronto.

—Haremos todo lo que podamos, Dujek.

El anciano suspiró y después asintió.

—¿Y qué te parecen nuestros recién hallados aliados?

—La partida de la Guardia Carmesí es un duro golpe —dijo Whiskeyjack—. Ocupan su lugar una colección dispar de mercenarios y parásitos dudosos, lo que significa un descenso de la calidad. Los Irregulares de Mott son lo mejor que tenemos, pero eso no es decir mucho. Los rhivi y los barghastianos son bastante sólidos, como bien sabemos los dos y los tiste andii no tienen igual. Con todo, Brood nos necesita. Con urgencia.

—Quizá más de lo que nosotros lo necesitamos a él y sus fuerzas, sí —dijo Dujek—. Es decir, en una guerra normal.

—Rake y Engendro de Luna son las verdaderas tabas en la manga de Brood. Puño supremo, si los t’lan imass se unen a nuestra causa, no veo ninguna fuerza en este continente, ni en ningún otro, que pueda igualarnos. Dios sabe que podríamos anexionarnos la mitad del continente…

—¿Eso crees? —Dujek esbozó una sonrisa amarga—. No lo digas en voz alta, amigo mío, guárdatelo en lo más hondo para que nunca vea la luz del día. Estamos a punto de ponernos en marcha y cruzar las espadas con un tirano, lo que ocurra después es una conversación que tendrá que esperar a otro momento. Ahora mismo, los dos damos vueltas alrededor de un pozo mortal…

—Sí, así es. Kallor.

—Kallor.

—Intentará matar a la niña —dijo Whiskeyjack.

—No lo hará —contestó Dujek—. Si lo intenta, Brood irá a por él. —El manco se inclinó hacia delante con la jarra de cerveza y Whiskeyjack la volvió a llenar. El puño supremo se acomodó de nuevo y estudió al comandante.

—Caladan Brood sí que es la verdadera taba en la manga de esta historia, amigo mío. He leído sobre sus tiempos en Laederon y las historias de los nathilog. Por el aliento del Embozado, es mejor no irritarlo, a Brood le da igual que seas amigo o enemigo cuando se desata su ira. Al menos con Anomander Rake es un poder frío y tenso. No tanto con el caudillo. Ese martillo que tiene… se dice que es lo único que puede despertar a Ascua. Si lo golpea contra el suelo con la fuerza suficiente, la diosa puede abrir los ojos. Y está claro que si Brood no tuviera la fuerza suficiente, no llevaría el martillo.

Whiskeyjack caviló un momento antes de hablar.

—Esperemos que Brood siga siendo el protector de la niña.

—Kallor se empeñará en influir sobre el caudillo —aseveró Dujek— con argumentos más que con la espada. Es muy posible que busque también el apoyo de Rake…

El comandante miró al puño supremo.

—Kallor te ha hecho una visita.

—Sí, y es un cabrón muy persuasivo. Incluso hasta el punto de disimular su enemistad hacia ti; hace siglos que nadie lo golpea, o eso dijo. También dijo que se lo merecía.

—Qué generoso por su parte —dijo Whiskeyjack arrastrando las palabras. Cuando le conviene por cuestiones políticas—. No voy a quedarme de brazos cruzados mientras se mata a una niña —añadió el comandante con voz fría—. Me da igual el poder o el potencial que haya en su interior.

Dujek levantó la cabeza.

—¿Hasta el punto de desafiar mis órdenes si las diera?

—Hace mucho tiempo que nos conocemos, Dujek.

—Así es. Testarudo.

—Cuando importa.

Los dos hombres se quedaron callados un rato, después el puño supremo apartó la mirada y suspiró.

—Debería degradarte a sargento ahora mismo.

Whiskeyjack se echó a reír.

—Sírveme otra —gruñó Dujek—. Tenemos a un emisario de Darujhistan de camino y quiero estar tan alegre como corresponde cuando llegue.

—¿Y si Kallor tiene razón?

La mhybe entrecerró los ojos.

—Entonces, caudillo, será mejor que le des permiso para que acabe conmigo cuando mate a mi hija.

La frente amplia y plana de Caladan Brood se arrugó cuando la miró con el ceño fruncido desde su altura.

—Te recuerdo, ¿sabes? Entre las tribus, cuando librábamos la campaña del norte. Joven, fiera, hermosa. Verte, ver lo que esa niña te ha hecho, me duele, mujer.

—Mi dolor es mayor, te lo aseguro, caudillo, y sin embargo he decidido aceptarlo.

—Tu hija te está matando, ¿por qué?

La mhybe miró a Korlat. La expresión de la tiste andii era angustiada. El aire del interior de la tienda era abrasador y las corrientes que fluían entre los tres, húmedas e hinchadas. Después de un momento la anciana volvió a mirar a Caladan Brood.

—Zorraplateada pertenece a Tellann, a los t’lan imass, caudillo. Ellos no tienen fuerza vital que darle. Son familia, pero no pueden ofrecerle sustento porque son no muertos, mientras que su nueva hija es de carne y hueso. Velajada también está muerta. Como lo estaba Escalofrío. El parentesco es más importante de lo que podrías pensar. Las vidas vinculadas por la sangre son la red que nos empuja a todos y cada uno. Conforma eso por lo que trepa una vida, desde que naces hasta que te conviertes en niño y de niño pasas a adulto. Sin esas fuerzas vitales, te marchitas y mueres. Estar solo es estar enfermo, caudillo, no únicamente en el plano espiritual sino también en el físico. Soy la red de mi hija y en eso estoy sola…

Brood sacudía la cabeza.

—Tu explicación no responde a su… impaciencia, mhybe. Afirma que tomará el mando de los t’lan imass. Afirma que estos han oído su llamada. ¿No significa eso a su vez que los ejércitos no muertos ya la han aceptado?

—Caudillo —dijo entonces Korlat—, ¿crees que Zorraplateada intenta acelerar su propio crecimiento para confirmar su autoridad cuando se enfrente a los t’lan imass? Los ejércitos de no muertos rechazarán a quien los llama si es una niña, ¿es eso lo que crees?

—Estoy buscando la razón para lo que le está haciendo a su madre, Korlat —dijo Brood con expresión dolorida.

—Bien podrías tener razón, caudillo —dijo la mhybe—. Un cuerpo de carne y hueso solo puede albergar una cantidad limitada de poder, el límite siempre es finito. Seres como tú y Anomander Rake (y tú también, Korlat) poseéis los siglos de vida necesarios para contener lo que comandáis. Zorraplateada no, o más bien, sus recuerdos le dictan que los tiene, pero su cuerpo de niña niega esos recuerdos. Así pues, la aguarda un poder inmenso y para dominarlo por completo debe ser una mujer adulta y aun así…

—La ascendencia nace de la experiencia —dijo Korlat—. Una noción interesante, mhybe.

—Y la experiencia… lo atempera todo —asintió la mujer rhivi.

—Ese es pues el temor de Kallor —dijo con tono profundo Brood, que se levantó de la silla con un suspiro inquieto—. El poder que nada ha templado.

—Es posible —dijo Korlat en voz baja— que la causa de la impaciencia de la niña sea el propio Kallor: intenta hacerse mujer para mitigar los miedos de ese hombre.

—Dudo mucho que él perciba la ironía —murmuró el caudillo—. ¿Mitigar, dices? Si lo piensas bien, es más probable que sepa que tendrá que defenderse de él antes o después.

—Hay un secreto que planea entre ellos —murmuró Korlat.

Se produjo un silencio. Todos sabían que la tiste andii estaba en lo cierto y eso los inquietaba. Una de las almas que habitaban en Zorraplateada ya se había cruzado antes con Kallor. Velajada, Bellurdan o Escalofrío.

Después de un rato, Brood se aclaró la garganta.

—Experiencias vitales… la niña las posee, ¿no es cierto, mhybe? Los tres magos malazanos…

La mhybe sonrió con cansancio.

—Un thelomenio, dos mujeres y yo. Un padre y tres madres reticentes de la misma niña. La presencia del padre parece tan leve que he empezado a sospechar que existe solo como un recuerdo de Escalofrío. En cuanto a las dos mujeres, estoy intentando descubrir quiénes eran, y lo que he averiguado hasta ahora sobre Velajada me consuela.

—¿Y Escalofrío? —preguntó Korlat.

—¿No la mató Rake aquí, en Pale? —interpuso Brood.

—No, Escalofrío fue víctima de una emboscada, de una traición, a manos del mago supremo Tayschrenn —respondió la tiste andii—. Nos han informado —añadió con tono seco— de que después Tayschrenn huyó y regresó junto a la emperatriz. —Korlat miró entonces a la mhybe otra vez—. ¿Qué has descubierto sobre ella?

—He visto destellos de oscuridad en Zorraplateada —respondió la mujer rhivi de mala gana— que yo atribuiría a Escalofrío. Una cólera hirviente, un ansia de venganza, es posible que contra Tayschrenn. En algún momento, quizá pronto, habrá un choque entre Velajada y Escalofrío, la que salga victoriosa será la que domine la naturaleza de mi hija.

Brood se quedó callado unos segundos antes de volver a hablar.

—¿Qué podemos hacer para ayudar a esa tal Velajada?

—Los malazanos están intentando hacer eso mismo, caudillo. Es mucho lo que depende de sus esfuerzos. Debemos tener fe en ellos. En Whiskeyjack y en el capitán Paran, el hombre que una vez fue el amante de Velajada.

—He hablado con Whiskeyjack —dijo Korlat—. Su integridad es inquebrantable, caudillo. Es un hombre de honor.

—Has puesto el corazón en esas palabras —comentó Brood.

Korlat se encogió de hombros.

—Menos motivos para dudar de mí, entonces, Caladan. No suelo ser imprudente en tales asuntos.

El caudillo lanzó un gruñido.

—No me atrevo a dar otro paso en esa dirección —dijo con ironía—. Mhybe, abraza con fuerza a tu hija. Si empezaras a ver que se alza el espíritu de Escalofrío y que se impone al de Velajada, infórmame de inmediato.

Y si eso ocurriera, decírtelo a ti significaría la muerte de mi hija.

—No he tomado una decisión —continuó Brood con sus ojos penetrantes clavados en ella— sobre ese asunto. Más bien, tal acontecimiento bien podría llevarme a apoyar de forma más directa a los malazanos en sus esfuerzos en nombre de Velajada.

La mhybe alzó las cejas.

—Exactamente, ¿cómo, caudillo?

—Ten fe en mí —dijo Brood.

La mujer rhivi suspiró y después asintió.

—Muy bien, te mantendré informado.

Se retiró la solapa de la tienda y entró Hurlochel, el portaestandartes de Brood.

—Caudillo —dijo—, el contingente de Darujhistan se acerca al campamento.

—Vamos a recibirlos, entonces.

Desde que había llegado, el cochero encapuchado parecía haberse quedado dormido. Las enormes y ornamentadas puertas dobles del carromato se abrieron desde dentro y salió un pie calzado con una zapatilla de color azul regente. Dispuestos en forma de media luna ante el carruaje y su recua de seis caballos engalanados de joyas se encontraban los representantes de los dos ejércitos aliados: Dujek, Whiskeyjack, Torzal y el capitán Paran a la izquierda y Caladan Brood, Kallor, Zorraplateada y la mhybe a la derecha.

Los acontecimientos de la noche anterior habían dejado exhausta a la matrona rhivi y su encuentro con Brood había añadido más capas de cansancio, tener que contener tanto ante las arduas preguntas del caudillo había sido difícil, pero le parecía que necesario. El encuentro de su hija con Paran había sido mucho más tenso e incierto de lo que la mhybe le había sugerido a Brood. Y las horas transcurridas desde entonces tampoco habían hecho disminuir la incomodidad de la situación. Peor aún, la reunión quizá hubiera desencadenado algo en el interior de Zorraplateada, la niña había extraído mucho sustento de la mhybe desde entonces, había despojado año tras año de la ya débil vida de su madre. ¿Es Velajada la que está detrás de la febril demanda que hace la niña de mi espíritu vital? ¿O es Escalofrío? Esto no tardará en terminar. Ansío la liberación del abrazo del Embozado. Zorraplateada ya tiene aliados. Harán lo que haga falta, estoy segura de ello. Por favor, espíritus de los rhivi, dadme esa seguridad. Sé que mi tiempo ha pasado, pero aquellos que me rodean siguen exigiéndome cosas. No, no puedo continuar

La zapatilla fue buscando el suelo con cierto remilgo y vaciló hasta que lo tocó. La siguieron una pantorrilla, una rodilla y un muslo bastante regordetes. El hombre bajo y redondo que salió lucía sedas de todos los colores que provocaban un efecto discordante. Llevaba un reluciente pañuelo carmesí aferrado en la mano gordinflona que se alzaba para secarse una frente resplandeciente. Con los dos pies al fin en el suelo, el daru soltó un estridente suspiro.

—¡Por el abrasador corazón de Ascua, qué calor hace!

Caladan Brood se adelantó.

—Bienvenido, representante de la ciudad de Darujhistan, a los ejércitos de liberación. Soy Caladan Brood y este es Dujek Unbrazo…

El hombre bajo y redondo parpadeó con expresión miope, se volvió a secar la frente y después esbozó una sonrisa radiante.

—¿Representante de la ciudad de Darujhistan? ¡Desde luego! ¡Nadie mejor, dice Kruppe, aunque sea un humilde ciudadano, un plebeyo curioso que llega a posar una mirada amable en esta trascendental ocasión! Kruppe se siente muy honrado por esta formal, no, respetuosa bienvenida. ¿Qué inmensas muestras de respeto, se pregunta Kruppe, exhibiréis, oh, formidables guerreros, cuando recibáis a los representantes del concejo de Darujhistan? Es decir, a los oficiales. ¡La inminente escalada hace que el corazón de Kruppe corretee por su pecho de anticipación! Mirad, ahí al sur, ¡el carruaje de los concejales ya se acerca!

El graznido de un gran cuervo se derramó por el silencio que cayó tras el pronunciamiento del hombre.

A pesar de la tensión y el agotamiento que la embargaba, la mhybe sonrió. Ah, sí, claro, conozco a este hombre. Después se adelantó, incapaz de resistirse.

—He estado en tus sueños, señor.

Los ojos de Kruppe se clavaron en ella y se abrieron mucho, alarmados. Después se secó la frente.

—Querida, si bien todo es posible…

Arpía graznó por segunda vez.

—Era más joven entonces —añadió la mhybe—. Y estaba encinta. Tú estabas en compañía de un invocahuesos… y un dios ancestral.

El reconocimiento iluminó el rostro redondo y colorado de Kruppe, seguido a toda prisa por la consternación. Por una vez parecía no saber qué decir. Su mirada sostuvo la de la mujer durante un momento más y después se posó en la niña que tenía al lado. La mujer observó que entrecerraba los ojos. Percibe cómo son las cosas entre nosotras. Al instante. ¿Cómo? ¿Y cómo sé que estoy en lo cierto? ¿Cuán profundo es este vínculo?

Caladan Brood se aclaró la garganta.

—Bienvenido, ciudadano Kruppe. Somos conscientes de los acontecimientos que rodearon el nacimiento de la niña, Zorraplateada. Tú, entonces, eres el mortal implicado. La identidad de ese dios ancestral, sin embargo, sigue siendo desconocida. ¿Cuál fue? La respuesta a esa pregunta bien puede determinar nuestra… relación con esta niña.

Kruppe parpadeó y miró al caudillo. Después se dio unos golpecitos con un pañuelo de seda en la carne blanda de la papada.

—Kruppe entiende. Desde luego que entiende. Una tensión repentina impregna esta prestigiosa reunión, ¿sí? El dios en cuestión. Sí, hmm. Ambivalencia, incertidumbre, todo ello anatema para Kruppe de Darujhistan… Es posible, claro que, quizá no lo sea. —Miró por encima del hombro al carruaje de la delegación oficial que se acercaba y volvió a secarse la frente—. Las respuestas rápidas bien pueden confundir; incluso dar una impresión totalmente errónea. Oh, vaya, ¿qué se ha de hacer?

—¡Maldito seas! —El grito lo dio el cochero del otro carruaje cuando llegó el ornamentado vehículo—. ¡Kruppe! En el nombre del Embozado, ¿qué estás haciendo tú aquí?

El hombre vestido de sedas giró en redondo e intentó hacer una reverencia arrolladora que, a pesar de su escaso éxito, consiguió al menos parecer elegante.

—Mi querido amigo Murillio. ¿Has ascendido en el mundo con esta nueva profesión o quizá solo te has desviado un poco? Kruppe no era consciente de tus obvios talentos en el arte de guiar mulas…

El cochero frunció el ceño.

—Al parecer, la reata de caballos elegida por el concejo se desvaneció de forma inexplicable momentos antes de nuestra partida. Unos caballos que se parecen mucho a los que tú, al parecer, has adquirido, si me permites añadir.

—Una coincidencia extraordinaria, amigo Murillio.

Se abrieron las puertas del carruaje y salió un hombre de hombros amplios y medio calvo. Su rostro de rasgos contundentes estaba oscurecido por la rabia cuando se dirigió a Kruppe.

El ciudadano pequeño y redondo abrió los brazos y dio un paso atrás sin querer.

—Mi querido amigo y compañero de toda una vida. Bienvenido, concejal Coll. ¿Y quién es el que se acerca detrás? ¡Vaya, nada menos que el concejal Estraysian D’Arle! ¡De tal modo se reúnen así los auténticos y vitales representantes de la bella Darujhistan!

—Excluyéndote a ti, Kruppe —gruñó Coll, que seguía avanzando sobre el hombre que en ese momento daba marcha atrás rumbo a su propio carruaje.

—¡Dices mal, amigo Coll! Estoy aquí como representante de maese Baruk…

Coll se detuvo y cruzó los fornidos brazos.

—¿Ah, sí? ¿Así que el alquimista te envió para que hablaras en su nombre?

—Bueno, no con esas palabras, por supuesto. Baruk y yo disfrutamos de una amistad tan íntima que las palabras son con frecuencia innecesarias…

—Ya es suficiente, Kruppe. —Coll se volvió hacia Caladan Brood—. Acepta mis más sinceras disculpas, caudillo. Soy Coll y este caballero que está a mi lado es Estraysian D’Arle. Estamos aquí en nombre del concejo gobernante de Darujhistan. La presencia de este… de este tal Kruppe… no es voluntad nuestra y desde luego tampoco es bienvenida. Si me perdonas un momento, lo despediré al instante.

—Vaya, el caso es que al parecer lo necesitamos —respondió Brood—. Te aseguro que te lo explicaré. Pero por ahora quizá deberíamos dirigirnos a mi tienda de mando.

Coll giró en redondo y miró furioso a Kruppe.

—¿Qué escandalosas mentiras has estado contando ahora?

El gordinflón lo miró, ofendido.

—¡Kruppe y la verdad son compañeros de toda la vida, amigo Coll! En realidad una bendición desposada, ayer mismo celebramos nuestro cuarenta aniversario, la señora de la veracidad y yo. Kruppe es sin lugar a dudas necesario, ¡en todo, en todo momento y en todo lugar! Es una obligación que Kruppe debe aceptar, por muy humilde que…

Con un gruñido profundo Coll levantó una mano para darle una colleja al tipo.

Estraysian D’Arle se adelantó y le puso una mano a Coll en el hombro.

—Tranquilízate —murmuró el concejal—. Creo que es obvio para todos que Kruppe no habla por nadie más que por Kruppe. No somos responsables de él. Si en verdad resulta ser útil, la tarea de impresionarnos recae sobre él y nadie más.

—¡Y habré de impresionaros! —exclamó Kruppe, que de repente esbozaba de nuevo una sonrisa radiante.

Arpía aterrizó y se puso a dar saltos hacia Kruppe.

—¡Tú, señor, deberías haber sido un gran cuervo!

—¡Y tú un perro! —le gritó él.

Arpía se detuvo, titubeó un momento con las alas medio extendidas y después ladeó la cabeza.

—¿Un perro? —susurró.

—¡Solo para poder rascarte detrás de las orejas, querida!

—¿Rascarme? ¡Rascarme!

—Muy bien, un perro no. ¿Un loro?

—¡Un loro!

—Perfecto.

—¡Ya basta! —rugió Brood—. ¡Todos vosotros, seguidme! —Se giró en redondo y se encaminó a zancadas al campamento tiste andii.

A Whiskeyjack solo le hizo falta una mirada de la mhybe para echarse a reír. Dujek se unió a él un momento después y tras él todos los demás.

Zorraplateada le apretó la mano a su madre.

—Kruppe ya ha revelado su valor —dijo en voz baja—, ¿no te parece?

—Sí, niña, así es. Ven, será mejor que vayamos a darle alcance al caudillo.

En cuanto estuvieron todos dentro de la tienda de mando y comenzaron a quitarse capas y armas, Paran se acercó al concejal Coll.

—Es un placer verte otra vez —dijo el capitán— aunque —añadió en voz baja— vestías la armadura de soldado con más soltura que esas túnicas.

Coll hizo una mueca.

—Tienes mucha razón. Sabes, a veces recuerdo esa noche que acampamos en las colinas Gadrobi con algo parecido a la nostalgia. Por aquel entonces solo éramos nosotros mismos. —Miró a los ojos de Paran y un destello de preocupación cruzó los suyos ante lo que vio. Los dos hombres se estrecharon la mano—. Tiempos más sencillos…

—Un brindis improbable —dijo una voz y los dos se volvieron, Whiskeyjack se reunió con ellos con una jarra de barro en la mano—. Hay jarras ahí detrás, concejal, en lo que se hace pasar por mesa. Brood no tiene lo que podríamos llamar criados así que me he elegido a mí mismo para tan digna tarea.

Paran acercó tres jarras y frunció el ceño al ver la mesa.

—Esto es el fondo de una carreta, todavía se ve la paja.

—Lo que también explica que este sitio huela como un establo —añadió el comandante mientras llenaba las jarras de cerveza gredfaliana—. La mesa de mapas de Brood desapareció anoche.

Coll levantó una ceja.

—¿Alguien ha robado una mesa?

—No alguien —respondió Whiskeyjack mirando a Paran—. Tus Abrasapuentes, capitán. Me apuesto una columna a que han sido ellos.

—¿Pero para qué, en el nombre del Embozado?

—Eso es algo que tendrás que averiguar tú. Por fortuna, la única queja del caudillo fue por las molestias.

Se alzó entonces la voz profunda de Caladan Brood.

—Si todos y cada uno encontráis dónde sentaros, podemos ponernos a trabajar en los suministros y el material.

Kruppe fue el primero en hundir su cuerpo en una silla, en la cabecera de la mesa improvisada. Sostenía una jarra y un puñado de pastelitos rhivi.

—¡Qué entorno más rústico! —suspiró con el rostro redondo arrebolado de placer—. Y pastas tradicionales de las llanuras para halagar el paladar. Y es más, esta cerveza es la más deliciosa y fresca…

—Cállate ya, maldito seas —gruñó Coll—. ¿Y qué estás haciendo en esa silla?

—Bueno, estoy sentado, amigo Coll. Nuestro mutuo amigo, el alquimista…

—Te desollaría vivo si supiera que estás aquí y que afirmas representarlo.

Kruppe alzó las cejas y estuvo a punto de atragantarse con un bocado de un pastelito, al toser esparció migas por todas partes. Se tomó la cerveza precipitadamente y después eructó.

—Por el abismo, que idea más desagradable. Y totalmente errónea, puede asegurarle Kruppe a todo el mundo. Baruk tiene un gran interés en que esta prestigiosa reunión de personas legendarias se desarrolle sin la menor complicación. El éxito de la empresa inminente es lo que más le preocupa y se compromete a hacer todo lo que esté dentro de sus formidables habilidades, y dentro de las más humildes de su siervo Kruppe.

—¿Tiene tu amo alguna sugerencia concreta? —preguntó Brood.

—Innumerables sugerencias de naturaleza concreta, mi señor caudillo. Tantas que, cuando se combinan, ¡solo se pueden ver o entender en los términos más generales! —Después bajó el tono—. Las generalizaciones vagas o aparentemente vacuas son prueba del exhaustivo brío de maese Baruk, ha de señalar, cual sabio, Kruppe. —Y le dedicó a todo el mundo una amplia sonrisa llena de migas—. Pero, por favor, comencemos ya, no vaya a ser que esta reunión se alargue y nos veamos en la obligación de pedir que nos traigan una suculenta cena, repleta del más seco de los vinos para estimular la garganta, y tal selección de dulces que deje a Kruppe gimiendo del mayor placer.

—Los dioses nos libren —murmuró Coll.

Estraysian D’Arle se aclaró la garganta.

—Nos enfrentamos solo a dificultades menores a la hora de mantener una ruta de suministros para aprovisionar los ejércitos combinados del caudillo y Dujek Unbrazo. La más urgente de las cuales se centra en el puente destruido que hay al oeste de Darujhistan. No hay más que unos cuantos vados practicables en el río Catlin y la destrucción de ese puente de piedra por parte del tirano jaghut ha provocado considerables dificultades.

—Ah —interpuso Kruppe, que levantó un dedo gordezuelo—, ¿pero acaso no son los puentes más que medios para pasar de un lado de un río a otro? ¿No asume eso ciertos requisitos previos con respecto a los proyectos de movimiento que contemplan los líderes de los ejércitos? A Kruppe no le queda más que preguntarse… —Estiró el brazo para coger otro pastelito.

—Como a todos —dijo con voz cansina D’Arle después de un momento.

Dujek clavó los ojos entrecerrados en Kruppe y se aclaró la garganta.

—Bueno, por mucho que odie admitirlo, algo de razón tiene. —Posó los ojos entonces en Estraysian—. El río Catlin solo supone un problema si queremos emplear las rutas del sur. Y solo querríamos utilizar esas rutas si los ejércitos pretendieran cruzar al principio de la marcha.

Los dos concejales fruncieron el ceño.

—Nuestra intención —explicó Brood— es permanecer al norte del río y marchar directamente hacia Capustan. Nuestra ruta nos llevará por el norte de Saltoan… muy al norte. Para después proceder hacia el sureste.

—Describes una ruta directa a Capustan, señor, para tus fuerzas —dijo Coll—. Tal ruta, sin embargo, nos supondrá mayores esfuerzos a la hora de mantener el aprovisionamiento. No podremos hacer las entregas a través del río. Una recua terrestre de tal magnitud pondrá a prueba de una forma excesiva nuestras capacidades.

—Hay que entender —añadió Estraysian D’Arle— que el concejo tiene que contar con iniciativas privadas para satisfacer vuestras necesidades de suministros.

—¡Qué delicadeza! —exclamó Kruppe—. El problema, camaradas marciales, es el siguiente. El concejo de Darujhistan consiste en varias casas nobles y prácticamente todas y cada una poseen intereses en iniciativas mercantiles. Aun sin tener en cuenta la realidad, que puede resultar confusa, de los inmensos préstamos que les hace el concejo a vuestros ejércitos y con los que a su vez vosotros le adquiriréis suministros al concejo, la naturaleza particular de la redistribución de dicha riqueza es primordial para algunos miembros concretos del concejo. Las disputas, los tratos clandestinos y las intrigas… ¡bueno! ¡No resultaría nada sencillo imaginarse semejante enmarañada pesadilla de pesos, medidas, tramas y redes, se atrevería a decir Kruppe! Las instrucciones entregadas a estos dos dignos representantes son sin duda manifiestas, por no mencionar una auténtica madeja de órdenes contradictorias. Los concejales que tenéis ante vosotros se ven, así pues, constreñidos por un nudo que ni siquiera los dioses podrían desenredar. Recae sobre Kruppe, humilde pero digno ciudadano de la bella Darujhistan, la tarea de proponer su solución, que es también la de maese Baruk.

Coll se inclinó hacia delante y se frotó los ojos.

—Vamos a oírla entonces, Kruppe.

—Se requiere, por supuesto, un gerente de los dichos suministros, un gerente imparcial y de una competencia exquisita. Alguien que no esté en el concejo y, por tanto, no sufra ninguna de las presiones internas que tanto afligen a sus honorables miembros. Hábil también en asuntos mercantiles. Una gran capacidad de organización. En suma, un ser superior…

El puño de Coll cayó con un golpe seco sobre la mesa y sobresaltó a todos. Se volvió hacia Kruppe.

—Si te imaginas en semejante papel, tú, mediocre traficante de objetos robados que solo trata con rateros mediocres y simples ladrones de tiendas…

Pero el redondo hombrecito levantó las manos y se echó hacia atrás.

—¡Mi querido amigo Coll! ¡Me halagas con tal oferta! Sin embargo, el pobre Kruppe está demasiado ocupado con sus mediocres asuntos como para abordar tamaña empresa. No, tras estrechas consultas con su leal y sabio sirviente Kruppe, maese Baruk propone un agente muy distinto.

—¿Qué es todo esto? —siseó Coll con tono peligroso—. ¡Baruk ni siquiera sabe que estás aquí!

—Una insignificante interrupción de la comunicación, nada más. ¡El deseo del alquimista estaba claro para Kruppe, se lo puede asegurar a todos y cada uno! Si bien Kruppe bien podría, y con cierta justificación, reclamar todo el crédito de la inminente propuesta, por los dioses que debe inclinarse ante la virtud de la veracidad y reconocer por tanto la contribución menor (pero vital) de maese Baruk. Bueno, si ayer mismo cavilaba sobre los peculiares talentos del agente en cuestión y si eso no fue una insinuación de sus deseos, ¿qué, querido Coll, podría haber sido?

—Anda, continúa —dijo, con un rechinar de dientes, Estraysian D’Arle.

—Para Kruppe será un placer continuar, amigo concejal, y por cierto, ¿cómo se encuentra tu hija, Cáliz? ¿Se ha desposado al fin con ese héroe de la fiesta? Kruppe lamenta mucho haberse perdido lo que sin duda fue un evento suntuoso…

—Que todavía tiene que ocurrir —le soltó de repente D’Arle—. Mi hija está bien, señor. Pero la paciencia que tengo contigo empieza a menguar, Kruppe.

—Cielos, yo solo puedo soñar con alguna mengua de mi persona. Muy bien, el agente en cuestión no es otro que la recién llegada iniciativa mercantil conocida con el nombre de Asociación Comercial de Trygalle. —Kruppe esbozó una sonrisa radiante, se apoyó en el respaldo de la silla y entrelazó los dedos sobre el vientre.

Brood se volvió hacia Coll.

—Una iniciativa de la que nunca he oído hablar…

El concejal frunció el ceño.

—Como Kruppe ha dicho, acaba de llegar a Darujhistan. Del sur, de Elingarth, según creo. No los hemos usado más que una vez, una entrega especialmente delicada de fondos a Dujek Unbrazo. —Miró a Estraysian D’Arle. Este se encogió de hombros y después habló.

—No han hecho ninguna puja para conseguir los contratos para suministrar a los ejércitos combinados. En realidad no han enviado ningún representante a las reuniones, ese único uso que ha mencionado Coll fue una subcontrata, según creo. —Le lanzó una mirada ceñuda a Kruppe—. Dada su obvia falta de interés, ¿por qué ibas a creer tú, o más bien maese Baruk, que esa tal Asociación Comercial de Trygalle está dispuesta a participar, y mucho menos a actuar como intermediaria?

Kruppe se sirvió otra jarra de cerveza, tomó un sorbo y después chasqueó los labios agradecido.

—La Asociación Comercial de Trygalle nunca puja, ya que todas las demás empresas ofrecerían precios mucho más bajos que ellos sin ni siquiera intentarlo. En otras palabras, no son baratos. Para ser más exactos, por sus servicios suelen exigir un auténtico dineral. Pero una cosa de la que podéis estar seguros es que hará exactamente lo que exige el contrato, aunque la logística sea… lo que podríamos llamar… de pesadilla.

—Has invertido en ellos, ¿verdad, Kruppe? —La expresión de Coll se había oscurecido—. Para que luego hablen de consejos imparciales, y Baruk no tiene absolutamente nada que ver con que estés aquí. Actúas en nombre de esa Asociación de Mercaderes de Trygalle, ¿no es cierto?

—¡Kruppe te asegura que el conflicto de intereses es solo una cuestión de apariencias, amigo Coll! La verdad es, para ser más exactos, una convergencia. ¡Las necesidades son evidentes en este lugar y también el medio de responder a ellas! ¡Qué feliz coincidencia! Bueno, a Kruppe le gustaría disfrutar de alguno más de esos deliciosos pastelillos rhivi mientras vosotros discutís los méritos de la dicha propuesta y sin duda llegáis a la conclusión inevitable y más propicia.

Arpía podía oler la hechicería en el aire. Y aquí no pinta nada. No, no es tiste andii, ni espíritus rhivi que hayan despertado tampoco… Dibujó un círculo sobre el campamento y lo sondeó con todos sus sentidos. La tarde había caído hasta convertirse en anochecer, y luego en noche, y la reunión que se celebraba en el interior de la tienda de mando de Caladan Brood continuaba alargándose sin fin. El gran cuervo se aburrió pronto de las interminables discusiones sobre rutas de caravanas y cuántas toneladas de esto y de aquello se requerían a la semana para mantener a dos ejércitos alimentados y contentos durante la marcha. De acuerdo, esa repugnante criatura de Kruppe era bastante divertida, del mismo modo que una rata obesa que intenta cruzar un puente de cuerdas se hace merecedora de un par de graznidos o tres. Bajo aquella afectación grotesca y grasienta se ocultaba una mente muy perspicaz, Arpía lo sabía bien, y la habilidad del tipo para ganarse un asiento en la cabecera de la mesa y confundir a los agitados concejales de Darujhistan era, sin lugar a dudas, un despliegue bastante entretenido de talento… hasta que Arpía había percibido las primeras oleadas de magia en algún lugar del campamento.

Ahí, esa tienda grande que hay justo debajo… la conozco. Es el lugar donde los rhivi amortajan a los tiste andii muertos. Ladeó las alas y bajó en picado dibujando una espiral.

Aterrizó a unos metros de la entrada. La solapa estaba cerrada y bien atada, pero las correas de cuero y sus nudos no eran un gran obstáculo para el afilado pico de Arpía. En unos momentos estaba dentro, avanzando a silenciosos saltitos e invisible bajo la enorme mesa, una mesa que reconoció con una risita queda, entre unos cuantos catres plegados, en medio de la oscuridad.

Cuatro figuras se inclinaban sobre la mesa, cuatro figuras que susurraban y murmuraban. El estrépito apagado de unas cartas de madera resonó por todo el cuerpo de Arpía y el cuervo ladeó la cabeza.

—Ahí está otra vez —dijo una mujer de voz áspera—. ¿Estás seguro de que has barajado estos malditos cacharros, Eje?

—Pero quieres… por supuesto que sí, cabo. Deja de preguntarme lo mismo. Mira, ya son cuatro veces y cada una con una presentación diferente de los campos, es muy sencillo. Domina el Obelisco, el dolmen del tiempo es el núcleo. Está activo, tan claro como el día, la primera vez en décadas…

—Podría ser todavía ese sesgo inapropiado —interpuso otra voz—. No tienes la buena mano que tenía Violín, Eje…

—Ya está bien, Seto —soltó la cabo—. Eje ha hecho lecturas suficientes como para saber lo que hace, confía en mí.

—No acabas de…

—Cállate.

—Además —murmuró Eje—, ya os lo he dicho. La carta nueva tiene una influencia fija, es la cola que lo une todo y una vez que lo ves, todo tiene sentido.

—La cola, has dicho —caviló la cuarta y última voz, también de mujer—. ¿Crees que está vinculada a un nuevo ascendiente?

—Y yo qué sé, Mezcla —suspiró Eje—. He dicho una influencia fija, pero no he dicho que supiera la orientación de esa influencia. No lo sé y no porque no sea lo bastante bueno. Es como si no hubiera… despertado todavía. Una presencia pasiva, de momento. Nada más que eso. Cuando se despierte… bueno, las cosas deberían calentarse un poquito, diría yo.

—Bueno —dijo la cabo—, ¿y qué estamos viendo aquí, mago?

—Lo mismo que antes. A la derecha del Obelisco, el soldado de la Gran Casa de Muerte. El Mago de Sombra está aquí (también por primera vez), se está cociendo un gran engaño, diría yo. El Capitán de la Gran Casa de Luz alberga cierta esperanza, pero lo ensombrece el Heraldo del Embozado, aunque no de forma directa, hay cierta distancia, creo. El Asesino de la Gran Casa de Sombra parece haber adquirido un nuevo rostro, estoy empezando a vislumbrarlo… Puñeta, esa cara me resulta conocida.

El que se llamaba Seto soltó un gruñido.

—Deberíamos meter a Ben el Rápido en esto…

—¡Eso es! —siseó Eje—. La cara del Asesino, ¡es Kalam!

—¡Cabrón! —gruñó Seto—. Ya me parecía a mí, Violín y él largándose así como se fueron; ya sabéis lo que eso significa, me imagino…

—Podemos suponerlo —dijo la cabo, que no parecía muy contenta—. Pero lo otro está claro, ¿no, Eje?

—Sí. Siete Ciudades está a punto de alzarse. Muchos ya lo han hecho. La diosa del Torbellino… El Embozado debe de estar sonriendo en estos momentos. Sonriendo con una expresión feroz.

—Yo tengo unas cuantas preguntas para Ben el Rápido —murmuró Seto—. Unas cuantas.

—Deberías preguntarle también por la carta nueva —dijo Eje—. Si no le importa ponerse a gatas, que le eche un vistazo.

—Sí…

¿Una carta nueva en la baraja de los Dragones? Arpía levantó la cabeza un poco más y pensó con furia. Las cartas nuevas eran problemáticas, sobre todo las que tenían poder. La Casa de Sombra era prueba suficiente… Los ojos del cuervo, uno al tiempo que levantaba más la cabeza y después el otro, se centraron poco a poco, su mente regresó de su reino abstracto y se concentró al fin en la parte inferior de la mesa.

Y encontraron un par de ojos humanos cuya pintura resplandecía como si estuviera viva, un par de ojos que se habían clavado en ella.

La mhybe salió de la tienda, agotada y aturdida. Zorraplateada se había quedado dormida en la silla durante uno de los farragosos relatos de Kruppe, que describía otra peculiaridad más de las reglas contractuales de la Asociación Comercial de Trygalle, y la mhybe había decidido dejar a la niña tranquila.

Lo cierto era que ansiaba disponer de un poco de tiempo lejos de su hija. Alrededor de Zorraplateada iba aumentando la presión, una necesidad incesante que, momento a momento, iba llevándose algo más del espíritu vital de la mhybe. Por supuesto que ese exiguo intento de escapar no tenía sentido. La exigencia no conocía límites y ninguna distancia concebible podía lograr cambio alguno. Su huida de la tienda, de la presencia de su hija, no tenía más que un significado simbólico.

Sus huesos eran una percha de dolores apagados e incesantes, un flujo y reflujo de punzadas de las que solo se podía evadir durante algún tiempo con el más profundo de los sueños, la clase de sueño que había empezado a eludirla.

Paran salió de la tienda y se acercó a ella.

—Me gustaría preguntarte algo, mhybe, y después te dejaré en paz.

Oh, pobre hombre, han hecho estragos contigo. ¿Qué querrías que te contestara?

—¿Qué deseas saber, capitán?

Paran se quedó mirando el campamento dormido.

—Si alguien quisiera ocultar una mesa…

La mujer parpadeó y sonrió.

—La encontrarás en la tienda de las mortajas, nadie la frecuenta mucho en estos momentos. Ven, te llevaré allí.

—Con que me indiques será suficiente…

—Pasear alivia los dolores, capitán. Por aquí. —La mhybe se abrió camino entre la primera de las filas de tiendas—. Has despertado a Velajada —observó después de unos momentos—. Como personalidad dominante para mi hija, creo que me complace la novedad.

—Me alegro, mhybe.

—¿Cómo era la hechicera, capitán?

—Generosa… quizás incluso en exceso. Una maga del cuadro muy respetada y, desde luego, muy querida.

Oh, señor, albergas tanto en tu interior, encadenado y en la oscuridad. La objetividad es un defecto, no una virtud, ¿es que no te das cuenta de eso?

—Es muy posible que desde tu perspectiva de rhivi —continuó el capitán— las fuerzas malazanas de este continente te parezcan una especie de monstruo imparable e incansable que devora ciudad tras ciudad. Pero nunca ha sido así. Mal equipados, con frecuencia superados en número, en territorios que siempre les resultaban desconocidos, según todos los indicios, a la hueste de Unbrazo se los estaban comiendo a trozos. La llegada de Brood, los tiste andii y la Guardia Carmesí detuvo la campaña en seco. Los magos del cuadro eran muchas veces lo único que se interponía entre la hueste y la aniquilación.

—Pero tenían a los moranthianos…

—Sí, aunque no son tan fiables como se podría pensar. No obstante, sus municiones alquímicas han cambiado la naturaleza de la guerra, por no hablar de la movilidad de sus quorls. La hueste ha terminado por depender de ambas cosas.

—Ah, veo el ligero fulgor de unos faroles que sale de la tienda de amortajamiento, ahí, justo delante. Se han corrido rumores de que no todo iba bien con los moranthianos…

Paran le lanzó una mirada y luego se encogió de hombros.

—Se ha abierto un cisma, fruto de la sucesión de derrotas sufridas por sus fuerzas de élite, las legiones doradas. En este momento tenemos a las legiones negras de nuestro lado y ninguna otra, aunque las azules continúan dirigiéndose por mar a Siete Ciudades.

Los sorprendió la aparición de un gran cuervo que salió bamboleándose por la solapa de la tienda de las mortajas. La criatura se tambaleaba como si estuviera borracha y cayó de cara a menos de dos metros de la mhybe y el malazano. Arpía levantó la cabeza de golpe y clavó un ojo en Paran.

—¡Tú! —siseó, después extendió las inmensas alas y salió disparada por el aire. Unos aleteos pesados y salvajes la levantaron en medio de la oscuridad. Un momento después había desaparecido.

La mhybe miró al capitán. El hombre había fruncido el ceño.

—Arpía nunca mostró señal alguna de temerte —murmuró.

Paran se encogió de hombros.

Sonaron unas voces en la tienda de las mortajas y un momento después empezaron a salir unas figuras, la primera llevaba un farol.

—Hasta aquí hemos llegado —gruñó el capitán.

La mujer del farol se estremeció y después hizo un saludo seco con la mano equivocada.

—Señor, acabamos de hacer un descubrimiento… en esta tienda, señor. La mesa sustraída ha sido encontrada.

—No me digas —dijo Paran arrastrando las palabras—. Bien hecho, cabo. Tú y tus compañeros habéis demostrado una diligencia admirable.

—Gracias, señor.

El capitán se acercó a la tienda.

—¿Está dentro, has dicho?

—Sí, señor.

—Bueno, el decoro militar insiste en que se la devolvamos al caudillo de inmediato, ¿no estás de acuerdo, Rapiña?

—Desde luego, señor.

Paran hizo una pausa y observó a los soldados.

—Tú, Seto, Eje, Mezcla. Cuatro en total. Confío en que podáis arreglároslas.

La cabo Rapiña parpadeó.

—¿Señor?

—Para llevar la mesa, por supuesto.

—Bueno, si me permitís sugerir que busquemos unos cuantos soldados más…

—Creo que no. Partimos por la mañana y quiero a la compañía bien descansada así que es mejor no molestar a los que duermen. A vosotros cuatro no debería llevaros más de una hora, creo yo, lo que luego os dará unos momentos libres para preparar vuestros equipos. Bien, será mejor que no os entretengáis, cabo, ¿no?

—Sí, señor. —Rapiña se volvió con aire lúgubre hacia sus soldados—. No os quedéis de manos cruzadas, tenemos trabajo que hacer. Eje, ¿tienes algún problema?

El hombre en cuestión se había quedado mirando a Paran con la boca abierta.

—¿Eje?

—Idiota —musitó el mago.

—¡Soldado!

—¿Cómo pude no darme cuenta? Es él. Claro como el agua…

Rapiña se acercó y le dio una colleja al mago.

—¡Despierta, maldito seas!

Eje se la quedó mirando y después frunció el ceño.

—No me vuelvas a pegar o lo lamentarás hasta el fin de tus días.

La cabo se mantuvo firme.

—La próxima vez que te pegue, soldado, no te vas a levantar. Cualquier otra amenaza de tus labios será la última, ¿hablo claro?

El mago se sacudió y sus ojos se perdieron una vez más en la figura de Paran.

—Todo va a cambiar —susurró—. No puede ser aún. Tengo que pensar. Ben el Rápido…

—¡Eje!

El mago hizo una mueca y después asintió mirando a su cabo.

—Recoger la mesa, sí. Vamos a ponernos a ello, ahora mismo. Venga, Seto. Mezcla.

La mhybe observó a los cuatro soldados que volvían a entrar en la tienda de las mortajas y después se volvió hacia Paran.

—¿Qué ha sido todo eso, capitán?

—No tengo ni idea —respondió Paran con tono sereno.

—Esa mesa necesita más de cuatro pares de manos.

—Me imagino.

—Pero no quieres proporcionárselos.

El capitán la miró.

—Por el Embozado, no. En primer lugar, porque fueron ellos los que robaron el maldito trasto.

Quedaba solo una campanada antes de la salida del sol. Tras dejar a Rapiña y su desventurada tropa con la tarea encomendada y tras despedirse también de la mhybe, Paran se dirigió al campamento de los Abrasapuentes situado en el borde suroeste del campamento principal de Brood. Un puñado de soldados permanecían de guardia en los piquetes y le dedicaron un saludo confuso al capitán cuando pasó.

Le sorprendió encontrar a Whiskeyjack cerca de la hoguera central, el comandante estaba muy ocupado ensillando un alto castrado castaño.

Paran se acercó.

—¿Ya ha concluido la reunión, señor? —preguntó.

La mirada del comandante fue irónica.

—Estoy empezando a sospechar que no va a terminar jamás si Kruppe se sale con la suya.

—Esa Asociación Comercial suya no ha caído bien, entonces.

—Al contrario, cuenta con todo nuestro respaldo, aunque es cierto que le van a costar al concejo un dineral. Pero ahora tenemos garantizadas las líneas de suministro por tierra. Justo lo que requeríamos.

—¿Por qué continúa entonces la reunión, señor?

—Bueno, parece que hay algunos enviados que habrán de unirse a nuestro ejército.

—No será Kruppe…

—Así es, el ilustre Kruppe. Y Coll… Sospecho que está deseando quitarse esas túnicas tan bonitas y volver a ponerse una armadura.

—Sí, no me extrañaría.

Whiskeyjack apretó las cinchas una vez más y después miró a Paran. Parecía a punto de decir algo, después dudó y optó por decir otra cosa.

—Los moranthianos negros te llevarán a ti y a los Abrasapuentes a los pies de la cordillera Barghastiana.

El capitán abrió mucho los ojos.

—Ese es todo un viaje. ¿Y una vez allí?

—Una vez allí, Trote se separa de tu mando. Debe iniciar los contactos con los barghastianos Caras Blancas por cualquier medio que considere conveniente. Tú y tu compañía debéis proporcionarle escolta, pero no te involucrarás de ningún otro modo en las negociaciones. Necesitamos al clan de las Caras Blancas, al clan entero.

—¿Y Trote será el que lleve las negociaciones? Que Beru nos proteja.

—Es muy capaz de sorprenderte, capitán.

—Ya veo. Suponiendo que consiga triunfar, ¿debemos entonces continuar hacia el sur?

Whiskeyjack asintió.

—En socorro de Capustan, sí. —El comandante apoyó una bota en el estribo y, con una mueca, se subió a la silla. Después recogió las riendas y miró al capitán desde el caballo—. ¿Alguna pregunta?

Paran miró a su alrededor, estudió el campamento dormido y después sacudió la cabeza.

—Te desearía la suerte de Oponn…

—No, gracias, señor.

Whiskeyjack asintió.

El castrado se encogió de repente bajo el comandante y se echó hacia un lado con un relincho de terror. Una ráfaga de viento golpeó el campamento y arrancó las tiendas pequeñas de sus amarras poco profundas. Se oyeron voces que se alzaban alarmadas. Paran se quedó mirando al cielo y vio una inmensa forma negra que se abalanzaba sobre el campamento tiste andii. Un aura leve dibujó la silueta de un gran dragón ante los ojos de Paran, una silueta de color blanco plateado que parpadeaba. El estómago de Paran estalló en una llamarada de dolor, intensa pero, por fortuna, breve, que lo dejó temblando.

—Por el aliento del Embozado —maldijo Whiskeyjack mientras luchaba por calmar a su caballo y miraba a su alrededor—. ¿Qué ha sido eso?

No lo vio como lo vi yo, no corre por sus venas la sangre que lo permite.

—Ha llegado Anomander Rake, señor. Desciende entre sus tiste andii. —Paran estudió el caos que había sido el campamento dormido de los Abrasapuentes y después suspiró—. Bueno, es un poco temprano, pero es tan buen momento como cualquier otro. —Avanzó un poco y alzó la voz—. ¡Todo el mundo arriba! ¡Levantad el campamento! Sargento Azogue, despierta a los cocineros, ¿quieres?

—¡Eh, sí, señor! ¿Qué nos ha despertado?

—Una ráfaga de viento, sargento. Y ahora, muévete.

—¡Sí, señor!

—Capitán.

Paran se volvió hacia Whiskeyjack.

—¿Señor?

—Creo que vas a estar muy ocupado durante las siguientes campanadas. Yo regreso a la tienda de Brood, ¿quieres que te envíe a Zorraplateada para que puedas despedirte?

El capitán vaciló y después sacudió la cabeza.

—No, gracias, señor. —La distancia ya no supone una barrera para nosotros; hay un vínculo privado y personal, demasiado tenso para poder desvelárselo a nadie. Su presencia en mis pensamientos ya es tortura suficiente—. Que tengas un buen viaje, comandante.

Whiskeyjack lo estudió un momento más y después asintió. Le dio la vuelta al caballo y lo azuzó para poner al castrado al trote.

Los tiste andii se habían reunido en un círculo silencioso alrededor del claro central y aguardaban la llegada de su señor.

El dragón negro de crines plateadas surgió de la oscuridad del cielo como un trozo de noche que se hubiera desprendido y bajó flotando hasta posarse con un suave crujido de garras en el suelo pedregoso de la llanura. La enorme y terrible bestia se desdibujó al aterrizar con una corriente cálida de aire cargado de especias que giró en todas direcciones, al tiempo que el aire perfilaba la forma del dragón por dentro. Un momento después, el hijo de la Oscuridad se alzaba, envuelto en una capa y enmarcado por los rastros abiertos que habían dejado las garras delanteras del dragón, sus ojos, con un ligero epicanto, resplandecían con un color bronce apagado mientras examinaban los suyos.

La mhybe observó con atención cuando Korlat se adelantó a saludar a su señor. No había visto a Anomander Rake más que una vez con anterioridad, justo al sur del bosque de Perronegro y entonces solo de lejos, mientras el hijo de la Oscuridad hablaba con Caladan Brood. Recordaba a Engendro de Luna llenando el firmamento sobre la llanura de Rhivi. En aquel entonces Rake estaba a punto de ascender a la fortaleza flotante. Habían llegado a un pacto con los magos de Pale y la ciudad estaba a punto de sufrir el asedio de la hueste de Unbrazo. En aquella ocasión se había alzado como se alzaba en aquel momento: alto, implacable, una espada de la que emanaba puro terror colgándole por toda la espalda, con el cabello largo y plateado meciéndose bajo la brisa.

Un ligero giro de la cabeza fue el único saludo al acercarse Korlat.

A la derecha de ambos aparecieron Caladan Brood, Kallor, Dujek y los demás.

La tensión se erizó en el aire, pero era una tensión que la mhybe recordaba que también había estado presente en aquel último encuentro, años antes. Anomander Rake era un ascendiente tan diferente de Caladan Brood que ambos parecían los extremos opuestos del inmenso espectro del poder. Rake era una atmósfera, una presencia entrelazada de terror que desbocaba el corazón y de la que nadie podía hacer caso omiso y mucho menos escapar. Violencia, antigüedad, una emoción sombría y el horror más oscuro, el hijo de la Oscuridad era un remolino gélido en la corriente de la inmortalidad y la mhybe podía sentir, arrastrándose por debajo de su piel, a todos los espíritus rhivi que habían despertado desesperados.

La espada, pero es algo más que la espada. Dragnipur en manos de la justicia más fría, fría e inhumana. Anomander Rake, el único entre nosotros cuya presencia provoca una chispa de miedo en los ojos de Kallor… el único… salvo, al parecer, por Zorraplateada, por mi hija. ¿Qué podría temer Kallor más, si no es una alianza entre el hijo de la Oscuridad y Zorraplateada?

Todas las trazas de agotamiento desaparecieron al pensarlo y la mhybe se adelantó.

La voz de Kallor bramó entonces.

—¡Anomander Rake! Busco aquí tu visión más clara, busco la justicia de tu espada, no permitas que nadie influya en ti con sentimientos, ¡y eso incluye a Korlat, que ahora quisiera susurrar palabras urgentes en tus oídos!

El hijo de la Oscuridad se volvió poco a poco con una sola ceja alzada y miró al rey supremo.

—¿Qué otra cosa, Kallor —dijo en voz baja y serena—, evita que te ensarte el negro corazón con mi espada… si no es algún sentimiento?

Con la luz del amanecer colándose al fin por el cielo, el rostro delgado y marchito del antiguo guerrero adoptó un tono más pálido todavía.

—Hablo de una niña —objetó sin alzar la voz—. No cabe duda de que percibes su poder, la más vil de las flores…

—¿Poder? En este lugar abunda, Kallor. Este campamento se ha convertido en un imán de poder. Tienes buenas razones para tener miedo. —Su mirada se giró y se posó en la mhybe, que se había detenido a unos pasos de él.

Los pasos de la mujer cesaron. La atención de Rake era una presión fiera, poder y amenaza a la vez, suficiente para hacer a la mujer jadear sin ruido, con los miembros debilitados.

—Las fuerzas de la naturaleza, madre —dijo Rake—, son indiferentes a la justicia, ¿no estás de acuerdo?

Le costó un mundo responder.

—Lo estoy, señor de Engendro de Luna.

—Así pues recae sobre nosotros, seres inteligentes, por indignos que seamos, la tarea de imponer los límites morales.

Los ojos de la mujer destellaron.

—¿Es eso cierto?

—Es ella la que ha parido la abominación, Rake —dijo Kallor, que se había acercado con la expresión crispada de rabia y miraba furioso a la mhybe—. Su visión está mancillada. Algo comprensible, cierto es, pero ni siquiera eso la exculpa.

—Kallor —murmuró el hijo de la Oscuridad sin dejar de mirar a la mhybe—, ¿de veras quieres correr el riesgo de acercarte más?

El rey supremo se detuvo.

—Parecería —continuó Rake— que se esperaba mi llegada con el deseo colectivo de que arbitre en lo que es obviamente una situación delicada…

—Las apariencias engañan —dijo Caladan Brood desde el exterior de la tienda de mando; la mhybe vio entonces que Zorraplateada estaba al lado del caudillo—. Decide lo que quieras, Rake, pero no pienso consentir que se desenvaine a Dragnipur en mi campamento.

Hubo un silencio tan explosivo como pocos que hubiera sentido la mujer rhivi. Por el abismo, esto podría salir muy, pero que muy mal… La mhybe miró a los de Malaz. Dujek había adoptado su máscara inexpresiva de soldado, pero la postura tensa revelaba la alarma que sentía. El portaestandartes Artanthos estaba un paso por detrás y un poco a la derecha de Unbrazo y se había envuelto en una capa impermeable de marinero que le ocultaba las manos. Los ojos del joven resplandecían. ¿Es poder lo que irradia ese hombre como un torbellino? No, estoy confundida, ya no veo nada

Anomander Rake se giró poco a poco y miró al caudillo.

—Ya veo que se han trazado los límites —dijo en voz baja—. ¿Korlat?

—Tomo partido por Caladan Brood en esto, mi señor.

Rake miró a Kallor.

—Al parecer estás solo.

—Siempre fue así.

Oh, una respuesta mordaz, esa.

La expresión de Anomander Rake se tensó por un instante.

—No me resulta desconocida esa posición, rey supremo.

Kallor se limitó a asentir.

Resonaron entonces los cascos de unos caballos y los tiste andii que se alineaban en el lado sureste del círculo se separaron. Whiskeyjack entró a caballo en el claro y frenó su montura hasta ponerla al paso y después la detuvo con una postura perfecta, erguida sobre las cuatro patas. No estaba claro lo que había oído el comandante pero, no obstante, actuó. Desmontó, se acercó a Zorraplateada y se detuvo justo delante de ella. Su espada se deslizó con suavidad de la vaina. Whiskeyjack miró a Rake, Kallor y los demás en el centro del claro y después plantó la espada en el suelo delante de él.

Caladan Brood se colocó junto al malazano.

—Con lo que podrías enfrentarte, Whiskeyjack, sería mejor si…

—Me quedo aquí —gruñó el comandante.

La hechicería fluyó de Anomander Rake, una oleada de un color granuloso que rodó con lentitud por todo el claro, atravesó a Whiskeyjack sin esfuerzo y después se tragó a Zorraplateada en un abrazo opaco y arremolinado.

La mhybe gritó y se lanzó hacia delante, pero la mano de Korlat se cerró sobre su brazo.

—No temas —le dijo—, no pretende más que entenderla, entender lo que es…

La hechicería se deshilachó de repente, arrojada en fragmentos destrozados que volaron en todas direcciones. La mhybe siseó. Sabía lo suficiente sobre su hija para ver, cuando reapareció, que estaba furiosa. El poder, crispado como maromas tensas, se alzaba a su alrededor, en nudos y racimos implacables.

Oh, espíritus del inframundo, veo a Escalofrío y Velajada a la vez… una cólera compartida. ¡Y, por el abismo, otro! Una voluntad imperturbable, una inteligencia que tarda en encolerizarse… tan parecido a Brood… ¿quién? ¿Es acaso…? Oh, ¿es Bellurdan? ¡Dioses! Estamos a punto de despedazarnos. Por favor

—Bueno —dijo Rake arrastrando las palabras—, jamás me habían dado manotazo igual. Impresionante, aunque de una impertinencia peligrosa. ¿Qué es, entonces, lo que esta niña no desea que yo descubra? —Estiró la mano por encima del hombro izquierdo para coger la empuñadura de cuero de Dragnipur.

Brood musitó una maldición salvaje y destrabó su martillo.

Whiskeyjack cambió de postura y levantó su filo.

Dioses, no, no puede ser

—Rake —dijo Kallor con voz ronca—. ¿Me quieres a tu izquierda o a tu derecha?

Los postes de unas tiendas se soltaron de repente y sobresaltaron a todo el mundo. Un gañido estridente escapó de la tienda de mando seguido por una figura voladora inmensa y torpe, que salió como un rayo por la entrada de la tienda. Entre cabriolas, girando como loca en el aire, la enorme mesa de madera, que la mhybe había visto por última vez saliendo de la tienda de las mortajas, se alzaba sobre el claro y de una pata colgaba Kruppe, del que salían despedidos pastelitos varios. El gordito volvió a gañir mientras pateaba el aire con los pies embutidos en sus lujosas zapatillas.

—¡Aah! ¡Socorro! ¡Kruppe odia volar!

Cuando los abrasapuentes terminaron de reunir su equipo, los centinelas apostados al este gritaron la noticia de que se había avistado a los moranthianos negros y que en ese momento se acercaban en sus quorls alados. El capitán Paran, acosado por una inquietud creciente, se paseó entre los soldados reunidos.

A un lado, una agotada Rapiña estaba sentada observándolo, la expresión de la cabo era una extraña mezcla de consternación y admiración, así que fue la única que lo vio dar otro paso más y después desvanecerse sin dejar rastro.

La cabo se levantó de un salto.

—¡Oh, por los huevos del Embozado! ¡Eje! ¡Vete a buscar a Ben el Rápido!

A unas cuantos metros de ella, el mago de la camisa de pelo levantó la cabeza.

—¿Por qué?

—Alguien acaba de llevarse a Paran, ¡encuentra a Ben el Rápido, maldito seas!

La visión de los afanosos soldados se desvaneció ante los ojos del capitán y tras un velo borroso que se separó a toda prisa Paran se encontró delante de Anomander Rake y Kallor, ambos con las armas desenvainadas, y tras ellos la mhybe y Korlat con un círculo de tiste andii alerta justo detrás.

Un sinfín de ojos se clavaron en él, se dispararon por encima de su hombro derecho y después volvieron a bajar. No se movió nadie y Paran se dio cuenta que no era el único que estaba conmocionado.

—¡Socorro!

El capitán giró en redondo al oír el quejumbroso grito y después levantó la cabeza. Una enorme mesa de madera giraba en silencio en el aire y la forma redonda de Kruppe, envuelta en sedas sueltas, colgaba debajo. En la parte inferior de la mesa, pintada en colores brillantes que en ese momento resplandecían, había la imagen de un hombre. La imagen parpadeaba delante de Paran y pasó unos momentos hasta que reconoció la cara de la figura. Soy yo

El dolor lo atravesó, una oleada negra que se lo tragó entero.

La mhybe vio que el joven capitán se doblaba y caía de rodillas, como si intentara contener una agonía abrumadora.

La mujer miró de repente a su hija y vio unas espirales enroscadas de poder que salían serpenteando de Zorraplateada, rodeaban y pasaban junto a las formas inmóviles de Brood y Whiskeyjack y después subían para tocar la mesa.

Las cuatro patas se partieron. Con un chillido, Kruppe se precipitó al suelo y aterrizó agitando brazos, piernas y sedas entre una multitud de tiste andii. Hubo gritos y gruñidos de dolor y sorpresa. Una vez estabilizada la mesa, la parte inferior quedó delante de Rake y Kallor y la imagen de Paran chispeó repleta de hechicería. Varios jirones se extendieron y vistieron al capitán encorvado y arrodillado con unas cadenas de plata reluciente.

—Bueno —dijo una voz algo falta de aliento al lado de la mhybe—, esa es la carta más grande que he visto jamás.

La mujer apartó la mirada y clavó los ojos muy abiertos en la figura morena y delgada que tenía a su lado.

—Ben el Rápido…

El abrasapuentes se adelantó entonces con las manos levantadas.

—¡Por favor, disculpad todos la interrupción! Si bien parece que muchos de los presentes deseáis un enfrentamiento, espero que me permitáis sugerir que muestra cierta ausencia de… bueno, inteligencia el… inducir a la violencia en estos momentos, cuando está claro que la trascendencia de todo lo que parece estar ocurriendo no se ha determinado todavía. Los riesgos de una acción precipitada en estos instantes… En fin, confío en que comprendáis lo que quiero decir.

Anomander Rake se quedó mirando al mago un momento y después, con una leve sonrisa, envainó la espada.

—Cautas palabras, pero también sabias. ¿Y quién eres, señor?

—Solo un soldado, hijo de la Oscuridad, que ha venido a buscar a su capitán.

En ese momento Kruppe salió de entre los murmullos de la, sin duda, magullada multitud que había frenado su caída. Se limpió el polvo de las sedas y avanzó sin, al parecer, ser muy consciente, hasta detenerse justo entre el arrodillado Paran y Anomander Rake. Después levantó la vista y parpadeó como un búho.

—¡Qué conclusión más indecorosa a la colación que siempre toma Kruppe después del desayuno! ¿Ya se ha disuelto la reunión?

El capitán Paran era insensible al poder que lo invadía. En su mente estaba cayendo y no podía parar. Después se golpeó con fuerza contra unas losas toscas en las que resonó el estruendo de su armadura. El dolor desapareció y él levantó la cabeza con un jadeo y un temblor incontrolable.

Bajo la luz tenue de los faroles reflejados, vio que estaba tirado en un pasillo estrecho de techo bajo. Dos puertas pesadas dividían el extraño muro desigual que tenía a la derecha; a la izquierda, enfrente de las puertas, había una entrada muy amplia con unos huecos incrustados en las paredes de los lados. Por todas partes la piedra parecía tosca, sin adornos, como la corteza de los árboles. Una puerta más pesada de capas de bronce (negra y llena de agujeros) esperaba al otro extremo, a unos siete metros de distancia. Dos bultos informes yacían en el umbral interior.

¿Dónde? ¿Qué?

Paran se irguió y usó una pared para apoyarse. Las formas que había a los pies de la puerta de bronce atrajeron una vez más su atención. Se acercó tambaleándose.

Un hombre, envuelto en las ropas muy ceñidas de un asesino, el rostro estrecho y bien afeitado, mostraba una expresión serena, las trenzas largas y negras seguían brillando por el aceite. A su lado había una anticuada ballesta.

Junto a él yacía una mujer con el manto estirado y retorcido, como si el hombre la hubiera arrastrado por el umbral. Una herida muy fea le brillaba todavía húmeda en la frente y, a juzgar por las manchas de sangre en las losas, también había sufrido otras heridas.

Son los dos daru… espera, ya he visto antes a este hombre. En la fiesta de Simtal… ¡y a la mujer! La señora de la Guilda

Rallick Nom y Vorcan, ambos se habían desvanecido la noche de la funesta fiesta. Entonces estoy en Darujhistan. Tengo que estarlo.

Recordó entonces las palabras de Zorraplateada, palabras que resonaron con un nuevo sentido. Paran frunció el ceño. La mesa… la carta con mi imagen pintada. Jen’isand Rul, el Neutral recién llegado a la baraja de los Dragones… poderes desconocidos. He caminado en el interior de una espada. Al parecer ahora puedo caminar… por donde sea.

Y este sitio, este sitio… Estoy en la Casa del Finnest. ¡Dioses, estoy en la Casa de Azath!

Oyó un ruido, un movimiento de algo que se arrastraba y se acercaba a las dos puertas de enfrente y se dio la vuelta poco a poco mientras echaba mano de la espada que llevaba sujeta a la cadera.

Las puertas de madera se abrieron de par en par.

Paran dio un paso atrás con un siseo y se le escapó la hoja de la vaina.

El jaghut que tenía delante casi carecía de carne, tenía las costillas partidas y sobresalientes, las tiras de piel desollada y los músculos le colgaban en espantosas cintas de los brazos. El rostro demacrado y destrozado se crispó cuando enseñó los colmillos.

—Bienvenido —dijo con voz profunda—. Soy Raest. Guardián, prisionero, condenado. El Azath te envía saludos, los que puede enviar una piedra sudorosa, claro. Ya veo que, al contrario que los que duermen en el umbral, tú no necesitas puertas. Así sea. —Se abalanzó un paso más y después ladeó la cabeza—. Ah, en verdad no estás aquí, solo tu espíritu.

—Si tú lo dices. —Recordó entonces la última noche de la fiesta. La debacle en el jardín de la finca. Recuerdos de hechicerías, explosiones y el inesperado viaje de Paran al reino de las Sombras, los mastines y Cotillion. Un viaje muy parecido a este… Estudió al jaghut que tenía delante. Que el Embozado me lleve, esta criatura es el tirano jaghut, el que liberaron Lorn y el t’lan imass, o, más bien, lo que queda de él—. ¿Por qué estoy aquí?

La sonrisa se ensanchó.

—Sígueme.

Raest entró en el pasillo y giró a la derecha arrastrando los pies desnudos y clavándolos como si los huesos que había debajo de la piel estuvieran todos rotos. Seis metros más allá, el pasillo terminaba en una puerta a la izquierda y otra justo delante. El jaghut abrió la de la izquierda y reveló una cámara circular que había detrás y que rodeaba una escalera de caracol de madera de raíces. No había luz, pero Paran se dio cuenta de que veía bastante bien.

Bajaron, los escalones que pisaban eran como ramas aplastadas que sobresalían del tronco central. El aire se calentó y se fue humedeciendo y endulzando con el olor del humus.

—Raest —dijo Paran mientras seguían descendiendo—, el asesino y la señora de la Guilda… has dicho que estaban dormidos. ¿Cuánto tiempo llevan ahí tirados?

—No mido los días dentro de la Casa, mortal. El Azath me llevó. A partir de entonces, unos cuantos forasteros han intentado entrar, han sondeado con hechicerías y de hecho han paseado por el patio, pero la Casa les ha negado la entrada a todos. Los dos del umbral estaban ahí cuando desperté y no se han movido desde entonces. Se deduce, entonces, que la Casa ya ha elegido.

Como la Casa de Muerte hizo con Kellanveld y Danzante.

—Todo eso está muy bien, ¿pero no puedes despertarlos?

—No lo he intentado.

—¿Por qué no?

El jaghut hizo una pausa, se giró y miró al capitán.

—No ha habido necesidad.

—¿Son también guardianes? —preguntó Paran al reanudar el descenso.

—No de forma directa. Conmigo es suficiente, mortal. Sirvientes involuntarios, quizá. Tus sirvientes.

—¿Míos? No necesito sirvientes, no quiero sirvientes. Es más, me da igual lo que el Azath espere de mí. La Casa se equivoca conmigo, Raest, y se lo puedes decir por mí. Dile que se busque otro… otro lo que sea que se supone que soy.

—Eres el señor de la Baraja. Ese tipo de cosas no se pueden deshacer.

—¿Que soy qué? Por el aliento del Embozado, será mejor que el Azath encuentre una forma de deshacer esa elección, jaghut —gruñó Paran.

—No se puede deshacer, como ya te he dicho. Se necesita un señor y aquí estás.

—Es que yo no quiero.

—Derramo un río de lágrimas por tu apurada situación, mortal. Ah, ya hemos llegado.

Se encontraban en un rellano. A Paran le pareció que habían bajado seis, quizá siete niveles que se adentraban en las entrañas de la tierra. Las paredes de piedra habían desaparecido y habían dejado solo la penumbra, bajo ellos el suelo era una alfombra de raíces enroscadas.

—Yo no puedo seguir, señor de la Baraja —dijo Raest—. Adéntrate en la oscuridad.

—¿Y si me niego?

—Entonces te mato.

—Un cabrón implacable, ese tal Azath —murmuró Paran.

—Te mato no por el Azath, sino por el esfuerzo desperdiciado de este viaje. Mortal, no tienes sentido del humor.

—¿Y crees que tú sí? —le replicó el capitán.

—Si te niegas a seguir, entonces… nada. Es decir, aparte de irritarme a mí. El Azath es paciente. Con el tiempo harás el viaje, aunque el privilegio de mi escolta solo se da una vez y esa vez es esta.

—¿Lo que significa que no disfrutaré de tu alegre compañía la próxima vez? ¿Y cómo me las voy a arreglar?

—De una forma miserable, si hubiera justicia en este mundo.

Paran miró la oscuridad.

—¿Y la hay?

—¿Le preguntas eso a un jaghut? Bueno, ¿nos quedamos aquí para siempre?

—Está bien, está bien —suspiró el capitán—. ¿Eliges una dirección?

Raest se encogió de hombros.

—Para mí son todas iguales.

Paran sonrió a pesar de sí mismo y echó a andar. Después hizo una pausa y se giró un poco.

—Raest, has dicho que el Azath necesita un señor de la Baraja. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

El jaghut enseñó los colmillos.

—Ha comenzado una guerra.

Paran contuvo un escalofrío repentino.

—¿Una guerra? ¿Una guerra que implica a las Casas de Azath?

—Ninguna entidad podrá salvarse, mortal. Ni las Casas ni los dioses. Ni vosotros, humano, ni uno solo de tus insignificantes y efímeros compañeros.

Paran hizo una mueca.

—Ya tengo guerras suficientes con las que tengo, Raest.

—Todas son una y la misma.

—Prefiero no pensarlo.

—Entonces no lo pienses.

Después de un momento, Paran se percató de que no tenía sentido mirar furioso al jaghut. Se dio la vuelta y reanudó el viaje. Con el tercer paso su bota chocó con losa en lugar de con una raíz, y la oscuridad que lo rodeaba se disolvió y reveló una luz amarilla tenue, sin brillo, y una inmensa explanada. Los bordes, visibles a ochenta metros o más en todas direcciones, parecían perderse en la penumbra. De Raest y las escaleras de madera no quedaba ni rastro. La atención de Paran se vio atraída por las losas que tenía debajo.

Talladas en las superficies blanqueadas había cartas de la baraja de los Dragones. No, algo más que la baraja de los Dragones, aquí hay cartas que no reconozco. Casas perdidas y un sinfín de Neutrales olvidados. Casas y… El capitán se adelantó y se agachó para estudiar una imagen. Cuando se concentró, el mundo que lo rodeaba se desvaneció y sintió que se introducía en la escena tallada.

Sintió un viento gélido en la cara, el aire olía a cieno y pelo mojado. Sintió la tierra bajo sus botas, fría y blanda. A lo lejos graznaban los cuervos. La extraña choza que había visto en la talla se encontraba ante él, larga y encorvada, los enormes huesos y los largos colmillos que formaban el armazón eran visibles entre las brechas que se abrían en las gruesas pieles ocres que lo revestían. Casas… y fortalezas, los primeros esfuerzos que se hicieron para construir algo. Antaño la gente vivía en estas estructuras, era como vivir dentro del tórax de un dragón. Dioses, esos colmillos son enormes, fuera cual fuera la bestia de la que salieron, debía de ser gigantesca

Al parecer puedo viajar a voluntad. Dentro de todas y cada una de las cartas de todas las barajas que han existido.

Entre la oleada de asombro y emoción que sintió corría un trasfondo de terror. La baraja albergaba toda una serie de lugares desagradables.

¿Y este?

Una hoguera pequeña revestida de piedras ardía sin llama delante de la entrada de la choza. Envuelta en humo había una parrilla hecha de ramas de la que colgaban tiras de carne. El claro, como vio Paran en ese momento, estaba rodeado de cráneos gastados, sin duda de las bestias cuyos huesos formaban el armazón de la choza en sí. Los cráneos miraban hacia dentro y el capitán vio por los grandes y amarillentos molares que los animales eran herbívoros, no carnívoros.

Paran se acercó a la entrada de la tienda. Los cráneos de los carnívoros colgaban del marco de marfil de la puerta y lo obligaron a agacharse al entrar.

Abandonado a toda prisa, por lo que parece. Como si los habitantes acabaran de irse hace solo unos momentos… En el otro extremo vio dos tronos, achaparrados y robustos, hechos solo de huesos, en un estrado elevado de cráneos humanos manchados de ocre, bueno, bastante parecidos a cráneos humanos, en cualquier caso. Más parecidos quizás a t’lan imass

El conocimiento floreció en su mente. Sabía el nombre de ese sitio, lo sabía en el fondo de su alma. La fortaleza de las Bestias… mucho antes del primer trono… Este era el corazón del poder t’lan imass, su mundo espiritual cuando todavía eran seres de carne y hueso, cuando todavía poseían espíritus a los que adorar y reverenciar. Mucho antes de que iniciaran el ritual de Tellann… y llegaran a sobrevivir a su propio panteón

Un reino, por tanto, abandonado. Perdido para sus creadores. ¿Cuál entonces es la senda de Tellann que usan ahora los t’lan imass? Ah, esa senda debe de haber nacido del ritual en sí, una manifestación física de su voto de inmortalidad, quizá. Orientada, no a la vida, ni siquiera a la muerte. Orientada… al polvo.

El capitán se quedó inmóvil un momento mientras luchaba por comprender aquellas capas de tragedia sin aparente profundidad que era la carga que soportaban los t’lan imass.

Oh, cielos, han sobrevivido a sus propios dioses. Existen en verdad en un mundo de polvo, recuerdos desatados, una existencia eterna… sin final a la vista. Lo invadió una oleada profunda de dolor que le rompió el corazón. Beru nos libre… tan solos ahora. Tan solos durante tanto tiempo… sin embargo ahora se reúnen, acuden a la niña en busca de bendición… y algo más

Paran dio un paso atrás y se detuvo sobre las losas una vez más. Con un esfuerzo apartó la mirada de la tallada, la fortaleza de las Bestias, (¿pero por qué hay dos tronos y no solo uno?), como sabía que se llamaba la carta. Otra piedra grabada a fuego, a una decena de metros a su izquierda, le llamó la atención. Un fulgor carmesí palpitaba y teñía el aire que tenía justo encima.

Paran se acercó y miró.

La imagen de una mujer dormida, vista desde arriba, dominaba la losa. Su carne parecía girar y dibujar un torbellino. Paran se agachó poco a poco y entrecerró los ojos. La piel de la mujer carecía de profundidad y revelaba más y más detalles a medida que el capitán se iba acercando a aquella visión. Piel pero no es piel. Bosques, lechos de rocas, el lecho hirviente de los océanos, fisuras en la carne del mundo… ¡es Ascua! Es la diosa Dormida.

Entonces vio el defecto, la falla, un verdugón oscuro que supuraba. A Paran lo invadió una oleada de náuseas pero no pudo apartar la vista. Allí, en el corazón de la herida, una figura encorvada, arrodillada, rota. Encadenada. Encadenada a la carne de Ascua. De la figura, por toda las cadenas, fluía el veneno que penetraba en la diosa Dormida.

La diosa percibió la enfermedad que llegaba y hundía sus garras en ella. Lo presintió… y prefirió dormir. Hace menos de dos mil años decidió dormir. Quiso huir de la prisión de su propia carne para combatir al que estaba matando esa misma carne. Ella, ¡oh dioses de los cielos y el inframundo! ¡Se convirtió ella misma en un arma! Todo su espíritu, todo su poder en una sola forja… un martillo, un martillo capaz de romper… de romper lo que sea. Y Ascua encontró entonces un hombre para empuñarlo

Caladan Brood.

Pero romper las cadenas significaba liberar al dios Tullido. Y un dios Tullido desencadenado significaba permitir que se desatara la venganza, venganza suficiente para barrer la vida de la superficie del mundo. Pero a Ascua, la diosa Dormida, eso le era indiferente. Se limitaría a empezar otra vez.

Y entonces lo vio, comprendió la verdad, ¡pero él se niega! ¡El muy cabrón se niega! ¡Para enfrentarse a la voluntad desencadenada y letal del dios Tullido, la voluntad desencadenada que significaría la destrucción de todos nosotros, Caladan Brood la rechaza!

Paran se apartó con un grito ahogado, se levantó de golpe y dio unos pasos atrás tambaleándose, y una vez más se encontró al lado de Raest.

Los colmillos del jaghut resplandecían.

—¿El conocimiento te ha parecido un don o una maldición?

Una pregunta demasiado profética.

—Las dos cosas, Raest.

—¿Y cuál prefieres abrazar?

—No sé a qué te refieres.

—Lloras, mortal. ¿De alegría o de pena?

Paran hizo una mueca y se limpió la cara.

—Quiero irme, Raest —dijo con tono brusco—. Quiero volver…

Abrió los ojos con un parpadeo y se encontró de rodillas, delante, separado solo por cinco metros, de un divertido hijo de la Oscuridad. Paran presintió que no habían pasado más que momentos desde su repentina llegada, pero algo de la tensión que había percibido al llegar se había suavizado en el intervalo.

Una mano se había posado en su hombro, el capitán levantó la cabeza y encontró a Zorraplateada a su lado, con la mhybe rondando con aire incierto por detrás. El daru, Kruppe, permanecía cerca, ajustándose con cuidado la ropa de seda y tarareando casi sin ruido, mientras Ben el Rápido daba un paso hacia el capitán, aunque los ojos del mago seguían clavados en el caballero de la Oscuridad.

El capitán cerró los ojos. Le daba vueltas la cabeza. Se sentía desarraigado por todo lo que había descubierto, empezando por mí mismo. Señor de la Baraja. El último recluta de una guerra de la que no sé nada. Y ahora… esto.

—¿Qué está pasando aquí, en el nombre del Embozado? —gruñó Paran.

—Hice uso del poder —respondió Zorraplateada con la mirada un poco salvaje.

Paran respiró hondo. Poder, ah, sí, estoy empezando a conocer bien esa sensación. Jen’isand Rul. Cada uno hemos comenzado nuestro propio viaje, pero tú y yo, Zorraplateada, estamos destinados a llegar al mismo sitio. La segunda reunión. Me pregunto quién ascenderá a esos dos antiguos y olvidados tronos. ¿Adónde, querida niña, guiarás a los t’lan imass?

—No había anticipado una reunión tan… tensa, Caladan —dijo Anomander Rake.

Paran giró la cabeza de repente y encontró al caudillo. Y el martillo que sostenía con tanta ligereza en los inmensos brazos. Ahora ya sé quién eres, caudillo. No es que vaya a revelar tu oscuro secreto, ¿qué sentido tendría? La decisión es tuya y de nadie más. Mátanos a todos o a la diosa a la que sirves. Brood, no envidio la maldición que supone tu privilegio de elegir. Oh, no lo envidio en absoluto, pobre cabrón. Con todo, ¿cuál es el precio de un voto roto?

El hijo de la Oscuridad continuó.

—Quiero presentar mis disculpas a todos y cada uno. Como este hombre —Rake señaló con un gesto a Ben el Rápido— ha observado sabiamente, actuar ahora, cuando sabemos tan poco de la naturaleza de los poderes que aquí se revelan, sería desde luego precipitarse.

—Puede que ya sea demasiado tarde —dijo Kallor con los ojos antiguos y sin brillo clavados en Zorraplateada—. La hechicería de la niña era Tellann y ha pasado mucho tiempo desde la última vez que la despertaron en tal medida. Ahora todos corremos peligro. Un esfuerzo combinado, al que se dé comienzo de inmediato, quizá consiga acabar con esta criatura, es posible que nunca más contemos con una oportunidad parecida.

—¿Y si fracasáramos, Kallor? —preguntó Anomander Rake—. ¿Qué enemigo nos habremos ganado? Por el momento la niña solo se ha defendido, nada más. No es un ejemplo muy hostil, ¿verdad? Arriesgas demasiado en una única tirada, rey supremo.

—Al fin —bramó Caladan Brood mientras devolvía el temido martillo, que todo lo rompía, a su arnés— llega la noción de la estrategia. —La cólera seguía tiñéndole la voz, como si estuviera furioso por tener que establecer lo que para él había sido obvio en todo momento—. La neutralidad sigue siendo el rumbo más seguro que se abre ante nosotros, al menos hasta que se revele la naturaleza del poder de Zorraplateada. Ya tenemos suficientes enemigos tal y como están las cosas. Y ahora, se acabaron los dramas, si tenéis la bondad. Bienvenido, Rake. Sin duda posees información de la que hacernos partícipes sobre el estatus de Engendro de Luna, entre otros detalles importantes. —Después miró a Paran con una exasperación repentina—. ¡Capitán, no puedes intentar hacer algo estando sobre esa maldita mesa voladora!

Paran se estremeció al verse contemplado y se quedó mirando la mesa.

—Bueno —consiguió decir— no se me ocurre nada así de pronto, caudillo. Esto… no soy mago y…

Brood gruñó y se dio la vuelta.

—Da igual entonces. Lo consideraremos un adorno de mal gusto.

Ben el Rápido carraspeó entonces.

—Puede que yo pueda hacer algo, caudillo, con el tiempo…

Caladan miró a Dujek, que sonrió y asintió para darle permiso a Ben el Rápido.

—Ya veo que no es un simple soldado —dijo Anomander Rake.

El mago de Siete Ciudades se encogió de hombros.

—Me gustan los desafíos, señor. No hay garantías de que vaya a tener éxito alguno, claro está… No, no intentes sondearme, hijo de la Oscuridad. Tengo mi intimidad en gran aprecio.

—Como desees —dijo Rake mientras se daba la vuelta.

—¿Hay alguien más que tenga hambre?

Todos los ojos se posaron en Kruppe.

Con la atención de todos concentrada en otro lado, la mhybe se fue alejando del claro entre dos filas de tiendas puntiagudas de los tiste andii, después se giró e intentó correr. Los huesos y los músculos protestaron al tiempo que las venas le ardían de pánico y terror.

Se fue cojeando, medio cegada por las lágrimas, respirando con dificultad y con estertores entrecortados por suaves gimoteos. Oh… queridos espíritus… volved la vista hacia mí. Sed misericordiosos conmigo, os lo ruego. Miradme tropezar y tambalearme, ¡mirad! ¡Tened compasión de mí, espíritus del inframundo! ¡Lo exijo! ¡Llevaos mi alma, crueles ancestros, os lo ruego!

El cobre que llevaba en las muñecas y los tobillos (protecciones tribales menores contra los dolores de huesos) estaba frío como el hielo sobre su piel marchita, frío como el toque de un violador; el cobre desdeñaba su fragilidad y despreciaba los esfuerzos de su corazón.

Los espíritus rhivi la rechazaron, burlones, con una carcajada.

La anciana gritó, tropezó y cayó de rodillas. La sacudida del impacto le arrebató el aire de los pulmones. Se retorció y cayó al suelo, agotada, sola en un callejón lleno de suciedad.

—«La carne» —murmuró una voz sobre ella—, «que es la vida de su interior». Estas, querida amiga, son las palabras del parto, ofrecidas en tantas formas, en un sinfín de idiomas. Son alegría y dolor, pérdida y sacrificio, dan voz a los vínculos de la maternidad… y es más, son los vínculos de la propia vida.

Con el cabello canoso colgándole en largos mechones, la mhybe levantó la cabeza.

Arpía se encontraba encaramada al caballete de una tienda con las alas encogidas y los ojos humedecidos.

—No soy inmune al dolor, ya ves, querida; no le digas a nadie que me has visto así de debilitada por el amor. ¿Cómo puedo consolarte?

La mhybe sacudió la cabeza.

—No puedes —dijo con voz ronca.

—La niña es más tú que las demás, más que esa tal Velajada y Escalofrío, más que t’lan imass…

—¿Me ves, Arpía? ¿Me ves de verdad? —La mhybe se incorporó un poco y se puso de rodillas, después volvió a sentarse y miró furiosa al gran cuervo—. No soy más que huesos y pellejo, no soy más que dolores interminables. Seca y quebradiza… por los espíritus del inframundo, con cada momento de esta vida, de esta terrible existencia, me voy acercando poco a poco a… a… —Bajó la cabeza—. Al odio —terminó con un susurro confuso. La sacudió entonces un sollozo.

—Y por tanto quisieras morir ahora —dijo Arpía—. Sí, lo entiendo. A una madre no hay que llevarla a odiar al hijo que ha parido… sin embargo, te exiges demasiado.

—¡Me ha robado mi vida! —chilló la mhybe, y apretó los puños nudosos de los que luego huyó toda la sangre. La rhivi se quedó mirando esos puños con los ojos muy abiertos, como si hubiera visto las manos de un extraño, esqueléticas y muertas, al final de sus finos brazos—. Oh, Arpía —lloró en voz baja—. Me ha robado la vida…

El gran cuervo extendió las alas, se inclinó hacia delante sobre su percha, y después se dejó caer en una suave curva hasta posarse en el suelo con un golpe seco delante de la mhybe.

—Debes hablar con ella.

—¡No puedo!

—Tiene que entender…

—Lo sabe, Arpía, lo sabe. ¿Qué quieres que haga, que le pida a mi hija que deje de crecer? Este río fluye sin cesar, sin cesar jamás…

—Se pueden construir presas en los ríos. Los ríos se pueden desviar…

—Este no, Arpía.

—No acepto tus palabras, amor mío. Y encontraré un modo. Eso te lo juro.

—No hay solución, no pierdas el tiempo, amiga mía. Mi juventud se ha ido y no puede regresar, ni con alquimia ni con hechicerías. Tellann es una senda inexpugnable, Arpía. Lo que exige no se puede deshacer. Y si de algún modo consiguieras detener este flujo, ¿luego qué? ¿Querrías que siguiera siendo una vieja durante décadas enteras? ¿Año tras año atrapada en esta jaula? No hay piedad en eso, no, sería una maldición sin fin. No, déjame, por favor…

Se acercaron unos pasos por atrás. Un momento después, Korlat se inclinó junto a la mhybe, la rodeó con un brazo protector y la estrechó.

—Ven —murmuró la tiste andii—. Ven conmigo.

La mhybe dejó que Korlat la ayudara a levantarse. Se sentía avergonzada de su propia debilidad, pero todas sus defensas se habían derrumbado y tenía el orgullo hecho jirones, en el alma no sentía más que impotencia. En otro tiempo fui una mujer joven. ¿Qué sentido tiene bramar contra la pérdida? Mis estaciones han pasado, se acabó. Y la vida de mi interior se desvanece mientras que la vida florece fuera. Es una batalla que no puede ganar ningún mortal, pero ¿dónde, queridos espíritus, está el don de la muerte? ¿Por qué me negáis el final?

Se irguió un poco en los brazos de Korlat. Muy bien, entonces. Dado que ya habéis maldecido así mi alma, que me quite la vida no va provocarme un dolor mayor. Muy bien, queridos espíritus, os daré mi respuesta. Desafiaré vuestros planes.

—Llévame a mi tienda —dijo.

—No —dijo Korlat.

La mhybe se giró y miró furiosa a la tiste andii.

—He dicho…

—Te he oído, mhybe, de hecho, más de lo que pretendías que oyera. La respuesta es no. Permaneceré a tu lado y no soy la única de mi fe…

La rhivi bufó.

—¿Fe? ¡Eres tiste andii! ¿Me tomas por tonta reivindicando la fe?

La expresión de Korlat se tensó y apartó la mirada.

—Quizá tengas razón.

Oh, Korlat, lo siento tanto, me gustaría retirarlo, lo juro

—No obstante —continuó la tiste andii—, no te abandonaré en tu desesperación.

—No es la primera vez que soy prisionera, ya estoy acostumbrada —dijo la mhybe, enfadada una vez más—, pero te lo advierto, Korlat, os lo advierto a todos, el odio está encontrando tierra fértil en mi interior. Y en tu compasión, con todas tus buenas intenciones, no haces más que alimentarlo. Te lo ruego, déjame poner fin a esto.

—No, y subestimas tu resistencia, mhybe. No conseguirás apartarnos.

—Entonces me arrastraréis al odio y tendré que pagar con todo lo que aprecio en mi interior, todo lo que en otro tiempo podríais haber valorado.

—¿Convertirías todos nuestros esfuerzos en inútiles?

—No por gusto, Korlat, y eso es lo que intento decirte, he perdido toda capacidad de elegir. En manos de mi hija. Y ahora en las tuyas. Me convertiréis en una criatura llena de rencor y te ruego una vez más que, si me aprecias en algo, me dejes poner fin a este horrible viaje.

—No voy a darte permiso para que te mates, mhybe. Si debe ser el odio lo que te impulse, que así sea. Ahora estás bajo el cuidado, bajo la tutela, de los tiste andii.

La mujer rhivi se hundió, derrotada. Luchó por encontrar palabras que dieran voz a lo que sentía en su interior y lo que halló la dejó fría.

Autocompasión. Tan bajo he caído

De acuerdo, Korlat, por ahora has ganado.

—Ascua se muere.

Caladan Brood y Anomander Rake se encontraban solos en la tienda, los restos de la tensión seguían girando a su alrededor. Por lo que se oía fuera, en el claro, el mago Ben el Rápido parecía haber conseguido bajar de nuevo la inmensa carta de madera al suelo y había empezado una discusión sobre qué se debía hacer con ella.

El hijo de la Oscuridad se quitó los guanteletes y los dejó caer en la mesa antes de enfrentarse al caudillo.

—Salvo lo único que no debes hacer, ¿no puedes hacer nada más?

Brood negó con la cabeza.

—Viejas alternativas, amigo mío, solo queda una única posibilidad, como siempre. Soy de Tennes, la senda de la propia diosa, y lo que la ataca a ella me ataca a mí también. Sí, podría hacer pedazos al que la ha infectado…

—El dios Tullido —murmuró Rake, que se quedó muy quieto—. Se ha pasado una eternidad alimentando su rencor y no tendrá piedad, Brood. Es una vieja historia. Nos pusimos de acuerdo, tú, yo, la reina de los Sueños, el Embozado… todos estuvimos de acuerdo…

El amplio rostro del caudillo parecía a punto de desmoronarse. Después se sacudió como lo haría un oso y se dio la vuelta.

—Casi mil doscientos años, esta carga…

—¿Y si muere?

Sacudió la cabeza.

—No lo sé. Su senda se muere, claro, eso por lo menos; al mismo tiempo se convierte en el sendero del dios Tullido para entrar en todas las demás sendas… y entonces todas mueren.

—Y con ellas toda la hechicería.

El caudillo asintió, después respiró hondo y se irguió.

—¿Y tan terrible sería eso?

Rake bufó.

—Tú crees que la destrucción terminaría con todo. Al parecer, sea cual sea la decisión que se tome, el que gana es el dios Tullido.

—Eso parece.

—Sin embargo, tras haber tomado una determinación, le regalas a este mundo y a todos los que están en él unas cuantas generaciones más de vida…

—De vida y muerte, de guerras y masacres generalizadas. De sueños, esperanzas y finales trágicos…

—No es un camino encomiable el de esos pensamientos tuyos, Caladan. —Rake se acercó un paso más—. Has hecho, sigues haciendo, todo lo que se te podría pedir. Por aquel entonces estuvimos allí para compartir tu carga, pero parece que nos apartan, a cada uno de nosotros, nuestros propios intereses… que te abandonamos.

—No sigas por ahí, Anomander. De nada nos sirve. Hay preocupaciones más inmediatas y hemos de aprovechar esta rara oportunidad que tenemos de hablar en privado.

La boca amplia de Rake encontró una débil sonrisa.

—Cierto. —Le echó un vistazo a la entrada de la tienda—. Ahí fuera… —Volvió a mirar a Brood—. Dada la infección de Tennes, ¿te estabas tirando un farol con ese desafío?

El caudillo le enseñó los dientes limados.

—En cierto modo, pero no del todo. La cuestión no es mi capacidad para desatar el poder, sino la naturaleza de ese poder. Entreverado de veneno, plagado de caos…

—¿Lo que significa que bien podría ser más salvaje que tu torbellino habitual? Alarmante sin duda, Brood. ¿Es Kallor consciente de eso?

—No.

Rake gruñó.

—Será mejor mantenerlo así.

—Sí —refunfuñó el caudillo—. Así que haz tú también algún ejercicio de contención la próxima vez, Rake.

El tiste andii se acercó a servirse un poco de vino.

—Qué extraño, juraría que acababa de hacerlo.

—Ahora debemos hablar del Dominio Painita.

—Un auténtico misterio, Caladan. Mucho más insidioso de lo que habíamos supuesto. Capas de poder, una oculta bajo otra y después otra. Sospecho que es la senda del Caos la que yace en el fondo y los grandes cuervos coinciden conmigo.

—Eso se acerca demasiado al sendero del dios Tullido como para que sea una coincidencia, Rake. El veneno del Encadenado es el del caos, después de todo.

—Sí —sonrió Rake—. Curioso, ¿verdad? Creo que no cabe duda de quién está utilizando a quién.

—Quizá.

—El enfrentamiento con el Dominio Painita nos supondrá retos formidables.

Brood hizo una mueca.

—Tal y como insistió la niña, «vamos a necesitar ayuda».

El hijo de la Oscuridad frunció el ceño.

—Explícate, por favor.

—Los t’lan imass, amigo mío. Se acercan los ejércitos de los no muertos.

El rostro del tiste andii se oscureció.

—¿Esa es entonces la contribución de Dujek Unbrazo?

—No, de la niña. Zorraplateada. Es una invocahuesos de carne y hueso, la primera en mucho, mucho tiempo.

—Háblame de ella.

Eso hizo el caudillo, en detalle, y cuando terminó, reinó el silencio en la tienda.

Whiskeyjack estudió a Paran con los ojos entornados y después se acercó. El joven capitán estaba temblando como si lo atenazara la fiebre, con el rostro pálido como un hueso y empapado en sudor. Ben el Rápido se las había arreglado para bajar la mesa al suelo. La hechicería seguía envolviéndola y unos rayos que parecían reacios a desvanecerse bailaban a su alrededor. El mago se había agachado a su lado y Whiskeyjack reconoció en su expresión neutra que el hombre estaba en un trance mágico. Sondeando, buscando…

—Eres idiota.

El comandante se volvió al oír las ásperas palabras.

—No creas, Kallor.

El hombre alto y canoso esbozó una sonrisa fría.

—Terminarás lamentando ese voto de proteger a la niña.

Whiskeyjack se encogió de hombros y se volvió para reanudar su camino.

—¡No he terminado contigo! —siseó Kallor.

—Pero yo contigo sí —respondió con calma el malazano antes de continuar.

Paran lo estaba mirando. Los ojos del capitán estaban muy abiertos, pero no comprendía nada. Tras él, los tiste andii habían empezado a desaparecer, espectrales y al parecer indiferentes una vez que su señor se había retirado al interior de la tienda de mando con Caladan Brood. Whiskeyjack buscó a Korlat, pero no la vio y después de un momento también se dio cuenta de que tampoco se veía a la mhybe por ningún lado. La pequeña Zorraplateada se encontraba a una decena de metros de Paran y observaba al capitán con los ojos de Velajada.

—Nada de preguntas —gruñó Paran cuando Whiskeyjack se detuvo delante de él—. No tengo ninguna respuesta para ti, no para lo que ha pasado aquí ni para aquello en lo que me he convertido. Quizá sería mejor que pusieras a otra persona al mando de los Abrasapuentes.

—No hay razón para eso —dijo Whiskeyjack—. Además, odio cambiar de opinión sobre lo que sea, capitán.

Ben el Rápido se reunió con ellos con una sonrisa.

—Por poco, ¿eh?

—¿Qué es ese trasto? —le preguntó Whiskeyjack mientras señalaba la mesa con la cabeza.

—Justo lo que parece. Una nueva carta neutral de la baraja de los Dragones. Bueno, en realidad es la más neutral de todas las neutrales. Recordad que la mesa alberga la baraja entera. —El mago miró a Paran—. Aquí el capitán está en el umbral de la ascendencia, como sospechábamos. Y eso significa que lo que haga, o decida no hacer, podría tener consecuencias muy importantes. Para todos nosotros. La baraja de los Dragones parece haber adquirido un señor, un amo. Jen’isand Rul.

Paran se dio la vuelta, era obvio que no quería formar parte de esa conversación.

Whiskeyjack frunció el ceño y miró al mago.

—Jen’isand Rul. Creí que ese nombre se refería a sus… escapadas por el interior de cierta arma.

—Y así es, pero dado que el nombre está en la carta parece que ambas cosas se hallan unidas… de algún modo. Si el capitán ignora tanto como los demás, tendré que pensar mucho lo que significa esa conexión. Claro que —añadió— el capitán bien podría saber lo suficiente como para ayudarme, suponiendo que esté dispuesto.

Paran abrió la boca para responder, pero Whiskeyjack se le adelantó.

—Ahora mismo… no tiene respuesta alguna. ¿He de suponer que nos tenemos que llevar esta ridícula mesa con nosotros durante la marcha?

Ben el Rápido asintió lentamente.

—Sería lo mejor, al menos por un tiempo, para que pueda estudiarla un poco más. Con todo, yo aconsejaría que nos deshiciéramos de ella antes de cruzar al territorio painita. La Asociación Comercial de Trygalle puede llevársela al alquimista de Darujhistan para que la custodie.

Se interpuso una nueva voz.

—La carta no se va a ningún lado.

Los tres hombres se dieron la vuelta y se encontraron a Zorraplateada allí cerca. Tras ella, una docena de guerreros rhivi levantaban la mesa.

Ben el Rápido observó a aquellos hombres morenos y ágiles que se llevaban la mesa sin patas y frunció el ceño.

—Es arriesgado llevar un objeto de tal poder a la batalla, muchacha.

—Debemos asumir el riesgo, mago.

—¿Por qué? —gruñó Whiskeyjack.

—Porque la carta le pertenece a Paran y la va a necesitar.

—¿Puedes explicarlo?

—Luchamos contra algo más que un enemigo, como ya se verá.

—No quiero esa carta —soltó Paran de repente—. Será mejor que pintéis una cara nueva en ese trasto. Tengo la sangre de un mastín de Sombra en mi interior. Soy un estorbo, ¿cuándo os daréis todos cuenta de eso? ¡Bien sabe el Embozado que yo ya lo sé!

El crujido de una armadura los alertó, se acercaba Kallor.

Whiskeyjack frunció el ceño.

—No formas parte de esta conversación.

Kallor esbozó una sonrisa irónica.

—Nunca parte de, pero con frecuencia tema de…

—No esta vez.

Los ojos grises e inexpresivos del rey supremo se clavaron en Ben el Rápido.

—Tú, mago, acaparas almas… Yo soy un hombre que libera almas, ¿quieres que rompa las cadenas de tu interior? Sería fácil dejarte indefenso.

—Y más fácil incluso —respondió Ben el Rápido— hacer un agujero en el suelo.

Kallor se perdió de repente de vista, la tierra se lo había tragado. Se oyó el estrépito de una armadura seguido por un bramido de rabia.

Zorraplateada ahogó un grito y miró a Ben el Rápido con los ojos muy abiertos.

El mago se encogió de hombros.

—Tienes razón, me da igual quién o qué sea Kallor.

Whiskeyjack se asomó al borde del pozo y miró abajo.

—Está trepando para salir… No está mal para lo anciano que es.

—Pero dado que no soy estúpido —se apresuró a decir Ben el Rápido—, será mejor que me vaya ya. —El mago hizo un gesto y pareció desdibujarse un momento antes de desvanecerse por completo.

Whiskeyjack le dio la espalda a Kallor, que gruñía y maldecía (y cuyas manos envueltas en guanteletes comenzaban a verse agarrándose al borde medio deshecho del pozo) y se dirigió a Paran.

—Regresa con los Abrasapuentes, capitán. Si todo va bien, volveremos a vernos en Capustan.

—Sí, señor. —Paran se alejó con paso un tanto vacilante.

—Sugiero —dijo Zorraplateada con los ojos clavados en los esfuerzos de Kallor por salir del agujero— que nosotros también abandonemos este lugar concreto.

—De acuerdo, muchacha.

Desplomado sobre la silla de montar, Whiskeyjack observaba las columnas de la hueste de Unbrazo que iban saliendo de la ciudad de Pale. El día era cálido y había una insinuación de tormenta en el aire húmedo. Los moranthianos negros, montados en sus quorls, dibujaban círculos sobre los dos ejércitos que habían levantado el campamento; su número era menor de lo habitual. Su conseguidor, Torzal, había partido con el capitán Paran y los Abrasapuentes cuatro días antes, y ocho de las once escuadrillas habían salido la noche anterior de camino a las montañas Visión, en la frontera noroeste del Dominio.

El comandante estaba agotado. El dolor de la pierna le robaba el sueño y cada día llenaban sus horas las exigencias del abastecimiento, los detalles sobre el despliegue planeado durante la marcha y el enjambre incesante de mensajeros que llevaban informes y órdenes y después partían apresurados con otros tantos. Estaba impaciente por emprender el viaje que cruzaría medio continente, aunque solo fuera para responder a las mil preguntas que aguardaban.

Ben el Rápido permanecía en silencio junto a Whiskeyjack, el caballo del mago cambiaba de postura, inquieto, bajo él.

—Tu montura percibe tu estado de ánimo, Ben —dijo el comandante.

—Sí.

—Te estás preguntando cuándo te voy a dejar libre para poder lanzarte en pos de ellos y alcanzar a Paran y los Abrasapuentes, y así poner cierta distancia entre Kallor y tú. También estás deseando alejarte todo lo posible de Zorraplateada.

Ben el Rápido se sobresaltó al oír la última observación y después suspiró.

—Sí. Me imagino que no he conseguido ocultar mi inquietud, al menos delante de ti, está claro. La niña ha crecido cinco años o más desde que llegamos, Whiskeyjack; fui a ver a la mhybe esta mañana. Korlat está haciendo lo que puede, como todas las cargadoras rhivi, pero Zorraplateada le ha arrebatado a esa anciana casi toda su fuerza vital, el Embozado sabrá lo que la mantiene con vida. La idea de reunir a los t’lan imass tampoco me hace muy feliz. Y luego está Anomander Rake, quiere saberlo todo sobre mí…

—¿Ha intentado hacer algún otro sondeo?

—Todavía no, pero ¿para qué tentarlo?

—Te necesito un poco más —dijo Whiskeyjack—. Cabalga con mi séquito, mantendremos las distancias con el hijo de la Oscuridad lo mejor que podamos. ¿Esos mercenarios de Capustan ya han mordido el anzuelo?

—Están jugando con él.

—Seguiremos pescando otra semana, entonces. Si no hay nada, te vas.

—Sí, señor.

—Y ahora —dijo Whiskeyjack arrastrando las palabras—, ¿por qué no me cuentas qué más te traes entre manos, Ben el Rápido?

El mago parpadeó con aire inocente.

—¿Señor?

—Has visitado cada templo y cada vidente de Pale, mago. Te has gastado una pequeña fortuna en lectores de la baraja. Por el Embozado, pero si hasta me han contado que has sacrificado una cabra al amanecer sobre un túmulo, ¿por el abismo, qué tramabas con eso, Ben?

—Está bien —murmuró el hombre—, lo de la cabra apesta a desesperación. Lo admito. Me dejé llevar.

—¿Y qué te contaron los espíritus perdidos del túmulo?

—Nada. No… no había ninguno.

Whiskeyjack entrecerró los ojos.

—¿No había ninguno? Era un túmulo rhivi, ¿no?

—Uno de los pocos que todavía quedaban en la zona, sí. Es que… lo limpiaron. Hace poco.

—¿Lo limpiaron?

—Algo o alguien los reunió a todos, señor. Es la primera vez que lo veo. Es una cosa muy rara. No queda ni una sola alma dentro de esos túmulos. Quiero decir, ¿dónde están?

—Estás cambiando de tema, Ben el Rápido. Buen intento.

El mago frunció el ceño.

—Estoy investigando algo. Nada que no pueda manejar y no va a interferir con nada más. Además, oficialmente estamos en marcha, ¿no? No hay mucho que pueda hacer en mitad de ninguna parte, ¿verdad? Además, me han despistado, señor. Esos espíritus robados… se los llevó alguien y el caso es que me ha picado la curiosidad.

—Cuando lo averigües, avísame, ¿de acuerdo?

—Claro, señor.

Whiskeyjack apretó los dientes y no dijo más. Hace demasiado que te conozco, Ben el Rápido. Te has tropezado con algo y te tiene corriendo de un lado a otro como un armiño con el rabo entre las piernas.

¡El sacrificio de una cabra, por el amor del Embozado!

En el camino que salía de Pale, a la hueste de Unbrazo (casi diez mil veteranos de la campaña de Genabackis) se unieron las filas del inmenso ejército de Caladan Brood. Había comenzado la marcha hacia la guerra, contra un enemigo que jamás habían visto y del que prácticamente no sabían nada.