Fíjate en estos tres, son todo lo que le da forma, todo lo que yace bajo la superficie del mundo, estos tres, son los huesos de la historia. ¡Hermana de las Noches Frías! ¡La traición recibe tu amanecer! Elegiste confiar en el cuchillo, incluso cuando este encontró tu corazón. ¡Draconus, sangre de Tiam! La oscuridad se hizo para abrazar tu alma y estas cadenas que ahora te retienen, tú mismo las has moldeado. K’rul, tuyo fue el sendero que eligió la diosa Dormida, hace mil años y más y duerme todavía mientras tú despiertas; ha llegado el momento, Ancestral, de caminar una vez más entre los mortales y hacer de tu dolor el regalo más dulce.
Anomandaris
Pescador Kel Tath
Cubiertos de los pies a la cabeza de barro, Harllo y Piedra Menackis salieron de detrás del carruaje cuando este empezó a balancearse ladera arriba. Rezongo esbozó una gran sonrisa al verlo y se apoyó en el carretón.
—Nos está bien empleado por apostar contigo —murmuró Harllo—. Siempre ganas, cabrón.
Piedra se miraba la ropa manchada con expresión consternada.
—Cuero curtido de Callows. Esto no tiene arreglo. —La mujer clavó unos ojos azules y duros en Rezongo—. Maldito seas, eres el más grande de todos. Deberías haber sido tú el que empujara, no el que estuviera ahí arriba sentado y a la mierda la apuesta.
—Lo mío son las lecciones difíciles —dijo el hombre y se le ensanchó la sonrisa. El magnífico atavío verde y negro de Piedra estaba cubierto de cieno marrón. El espeso cabello negro le caía por la cara y le chorreaba de agua lechosa—. Además, por hoy hemos terminado, así que vamos a dejar este trasto a un lado del camino. A vosotros dos no os vendría mal un bañito.
—Que el Embozado te lleve —le soltó Harllo—, ¿qué crees que estábamos haciendo?
—Por lo que se oía, yo diría que ahogándoos. El agua limpia está río arriba, por cierto. —Rezongo recogió las riendas.
El cruce había dejado a los caballos agotados y se movían a regañadientes, así que al capitán le costó un poco ponerlos en marcha otra vez. Después detuvo el carruaje a poca distancia del camino, a un lado del vado. Otros mercaderes habían acampado cerca, algunos acababan de cruzar como habían podido y otros se preparaban para hacerlo de camino a Darujhistan. En los últimos días la situación se había hecho más caótica todavía, si cabía. Lo que quedaba de los adoquines que se habían colocado en el vado, en el lecho del río, habían terminado ladeados o hundidos en el barro.
Habían necesitado cuatro campanadas para poder cruzar y durante un momento Rezongo había llegado a preguntarse si lo conseguirían. Se bajó al suelo y empezó a atender a los caballos. Harllo y Piedra, que en ese momento reñían entre sí, pusieron rumbo río arriba.
Rezongo le lanzó una mirada inquieta al enorme carruaje que había bajado antes que ellos al vado y que en ese momento estaba aparcado a unos doce metros de allí. Había sido una apuesta injusta. Las mejores. Sus dos compañeros estaban convencidos de que ese día no vería el cruce del carruaje de su jefe Keruli. Estaban seguros de que el monstruoso vehículo que tenían delante se iba a hundir y que pasaría días allí metido, en medio del río, antes de que los otros mercaderes se impacientaran lo suficiente como para añadir algún músculo de su propio personal a la tarea de apartarlo.
Rezongo había sospechado lo contrario. Bauchelain y Korbal Espita no eran de la clase de personas que soportaban con paciencia las molestias. Y además, son puñeteros hechiceros. Su sirviente, Emancipor Reese, ni siquiera se había molestado en bajarse del pescante y unos simples tirones de las riendas habían hecho avanzar a la reata de bueyes. El enorme vehículo pareció deslizarse por el vado, ni siquiera se sacudió cuando las ruedas rodaron por lo que Rezongo sabía que era un lecho removido e irregular. Una apuesta injusta, pues sí. Al menos estoy seco y limpio.
Había habido suficientes testigos de aquel acontecimiento antinatural como para proporcionarle cierta privacidad al campamento que habían montado los magos, así que fue con una curiosidad considerable con lo que Rezongo observó a un escolta de caravanas dirigirse allí. Conocía bien a aquel hombre. Buke era un daru que trabajaba con los caravasares más pequeños y siempre firmaba con mercaderes que vivían con lo justo. Prefería trabajar solo y Rezongo sabía por qué.
El jefe de Buke había intentado cruzar horas antes. La desvencijada carreta se había hecho pedazos en pleno arroyo, los trozos de madera y los valiosos fardos de mercancía se habían alejado flotando mientras su dueño se revolcaba en el agua, indefenso. Buke se las había arreglado para salvar al mercader, pero con la pérdida de la mercancía el contrato había quedado sin validez. Buke lo arregló todo para que el comerciante acompañara a una recua de vuelta a Darujhistan, pero después quedó libre sin demasiada recompensa por sus esfuerzos.
Rezongo suponía que él también regresaría a la ciudad. Buke tenía un caballo magnífico, sano y bien equipado. Un viaje de tres días, como mucho.
Pero allí estaba, una figura alta y delgada ataviada con el equipo típico de los escoltas, camisote de malla recién engrasado, ballesta atada a la espalda y una espada larga envainada en la cadera, hablando en voz baja con Emancipor Reese.
Aunque no podía oírlos, Rezongo podía seguir el curso de la conversación por el cambio de postura de los dos hombres. Después de un breve intercambio, vio que los hombros de Buke caían un poco. El escolta de barba gris apartó la mirada y Emancipor Reese se encogió de hombros y empezó a girarse a modo de despedida.
Los dos hombres se dieron la vuelta entonces para mirar al carruaje y un momento después salió Bauchelain poniéndose la capa negra de cuero alrededor de los amplios hombros. Buke se irguió bajo la mirada del hechicero y respondió a unas cuantas preguntas escuetas con respuestas igual de escuetas, después asintió con gesto respetuoso. Bauchelain puso una mano en el hombro de su criado y el anciano estuvo a punto de combarse bajo aquel toque ligero.
Rezongo lanzó una risita de comprensión. Sí, el roce de ese mago podría hacer que se llenaran los calzones de cualquier hombre, bien lo sabe la Reina… Que Beru nos proteja, acaban de contratar a Buke. Esperemos que no termine lamentándolo.
En Darujhistan, los incendios en los bloques de pisos solían ser mortales, sobre todo cuando había gas implicado. La conflagración que había matado a la mujer de Buke, a su madre y a sus cuatro hijos había sido especialmente fea. Que el propio Buke estuviera tirado, borracho y dormido como un tronco, en un callejón a menos de ochenta y cinco metros de la casa no había ayudado mucho a que el hombre se recuperara. Como muchos de los otros escoltas, Rezongo había supuesto que Buke se refugiaría de verdad en la botella después de eso, pero el caso era que el escolta había hecho todo lo contrario. Era obvio que para Buke tenía mucho más atractivo aceptar contratos solitarios con mercaderes pobres y vulnerables que dejarse llevar por la decadencia del borracho eterno. A los mercaderes pobres les robaban mucho más a menudo que a los ricos. Ese hombre sí que quiere morir. Pero rápido, incluso de forma honorable. Por lo que se ve, quiere caer luchando, como hizo su familia. Y cielos, cuando está sobrio (como lo está desde esa noche) Buke es un luchador magnífico, los fantasmas de al menos una docena de salteadores de caminos podrían dar amarga fe de eso.
El miedo gélido que parecía copar el aire alrededor de Bauchelain y, sobre todo, alrededor de Korbal Espita, habría disuadido a cualquier escolta en su sano juicio. Pero un hombre impaciente por abrazar la muerte lo vería de forma diferente, ¿no?
Ah, amigo Buke, espero que no termines por lamentar tu elección. No cabe duda de que la violencia y el horror giran alrededor de tus dos nuevos jefes, pero es más probable que la presencies a que seas víctima de ella. ¿No llevas ya suficiente tiempo en los brazos del sufrimiento?
Buke partió a recoger su caballo y su equipo. Rezongo ya había encendido un fuego para cuando volvió el hombre. Observó a Buke guardar su equipo e intercambiar unas cuantas palabras más con Emancipor Reese, que había empezado a cocinar él también, después el escolta miró y se encontró con los ojos de Rezongo.
Buke se acercó.
—Día de cambios, amigo Buke —dijo Rezongo, agachado junto al fuego—. Estoy haciendo un poco de té para Harllo y Piedra, que deberían volver en cualquier momento, ¿te apetece tomar una taza con nosotros?
—Es muy amable por tu parte, Rezongo. Acepto el ofrecimiento. —El hombre se acercó al capitán.
—Una pena lo que le pasó a la carreta de Murk.
—Le advertí que no lo intentara. Pero ya ves, no agradeció mi consejo.
—¿Incluso después de que lo salvaras del río y le sacaras el agua de los pulmones?
Buke se encogió de hombros.
—Que el Embozado le rozara los labios lo puso de mal humor, me imagino. —Le echó un vistazo al carruaje de sus nuevos jefes y unas arrugas ribetearon las comisuras de sus ojos tristes—. Has tenido unas palabras con ellos, ¿no?
Rezongo escupió en el fuego.
—Sí. Mejor me hubieras pedido parecer antes de aceptar el contrato.
—Respeto tus consejos y siempre lo he hecho, Rezongo, pero no me habrías hecho cambiar de opinión.
—Lo sé, así que no diré más de ellos.
—El otro —dijo Buke al tiempo que aceptaba un tazón de hojalata de manos de Rezongo, lo acunaba con las dos manos y soplaba el líquido humeante—. Lo vislumbré antes un momento.
—Korbal Espita.
—Lo que tú digas. Te has dado cuenta de que es el asesino.
—Entre esos dos yo no veo mucha diferencia, para ser sincero.
Buke sacudía la cabeza.
—No, no me has entendido. Fue en Darujhistan, ¿te acuerdas? Durante dos semanas seguidas encontraron cada noche cuerpos horriblemente mutilados en el distrito Gadrobi. Los investigadores llamaron a un mago para que los ayudara y fue como si alguien le hubiera dado una patada a un avispero; ese mago descubrió algo, algo que lo dejó aterrorizado. No se supo mucho, lo admito, pero me enteré por casualidad de los detalles de lo que siguió. Reclutaron a la Guilda de Vorcan. El propio concejo les ofreció el contrato a los asesinos. Encontrad al culpable, dijeron, utilizad todos los métodos a vuestra disposición, legales o no. Y entonces se detuvieron los asesinatos…
—Recuerdo vagamente que hubo algún jaleo —dijo Rezongo con el ceño fruncido.
—Estabas en lo de Quip, ¿no? Te pasaste días enteros ciego perdido.
Rezongo hizo una mueca.
—Le había echado el ojo a Lethro, ya sabes, me fui con un contrato y al volver me encontré…
—Que se había ido y se había casado con otro —terminó Buke por él con un asentimiento.
—No solo con otro. —Rezongo frunció el ceño—. Con ese canalla abotargado, Parsemo…
—Un antiguo jefe tuyo, según creo recordar. Pero bueno. ¿Quién era el asesino y por qué cesaron las muertes? La Guilda de Vorcan no se presentó a reclamar el dinero del concejo. Los asesinatos se detuvieron porque el asesino había dejado la ciudad. —Buke señaló con un gesto el inmenso carruaje—. Ese. Korbal Espita. El hombre de la cara redonda y los labios gruesos.
—¿Por qué estás tan seguro, Buke? —El aire se había enfriado. Rezongo se sirvió una segunda taza.
El hombre se encogió de hombros con los ojos clavados en el fuego.
—Lo sé, sin más. ¿Quién puede soportar el asesinato de inocentes?
Por el aliento del Embozado, Buke. Para mí es obvio que caminas en el filo de la navaja, ¿para ti no? Pretendes matarlo o al menos morir intentándolo.
—Escúchame bien, amigo mío. Puede que estemos fuera de la jurisdicción de la ciudad pero si los magos de Darujhistan estuvieran de verdad tan alarmados (y puesto que a la Guilda de Vorcan quizá le interese todavía), lo de la jurisdicción carecería de sentido. Podríamos enviar recado, suponiendo que estés en lo cierto y que tengas prueba de tu certeza, Buke, y entre tanto nos limitamos a echarle un ojo al hombre. Nada más. Es hechicero, fíjate lo que te digo. No tienes ninguna posibilidad. Deja la ejecución para los asesinos y los magos.
Buke levantó la cabeza cuando llegaron Harllo y Piedra Menackis. Los dos se habían acercado sin ruido, ambos envueltos en mantas, con la ropa lavada y hecha un fardo en los brazos. Por sus expresiones inquietas Rezongo supo que habían oído como mínimo la última frase.
—Creí que ya estarías a medio camino de Darujhistan —dijo Harllo.
Buke estudió al escolta por encima del borde de la taza.
—Estás tan limpio que casi no te reconozco, amigo.
—Ja, ja.
—Me he hecho con un nuevo contrato, respondiendo a tu pregunta, Harllo.
—Serás idiota —le soltó Piedra—. ¿Cuándo vas a dejar que se cuele un poco de sentido común en esa cabezota, Buke? Hace años y años desde la última vez que esbozaste una sonrisa o dejaste que la luz entrara en tus ojos. ¿En cuántas trampas para osos vas meter la cabeza, hombre?
—Hasta que salte una —dijo Buke sin esquivar los ojos oscuros y coléricos de Piedra. Se levantó y tiró los posos de la taza—. Gracias por el té… y el consejo, amigo Rezongo. —Tras saludar con la cabeza a Harllo y después a Piedra, el escolta regresó al carruaje de Bauchelain.
Rezongo levantó la cabeza y se quedó mirando a Piedra.
—Un tacto impresionante, querida.
La mujer siseó.
—Ese hombre es idiota. Necesita la mano de una mujer en su empuñadura, a mi entender. La necesita con urgencia.
Harllo lanzó un gruñido.
—¿Te estás presentando voluntaria?
Piedra Menackis se encogió de hombros.
—No es su apariencia lo que arredra, es su actitud. Justo lo contrario de lo que pasa contigo, mono.
—¿Así que te gusta mi personalidad, eh? —Harllo le sonrió a Rezongo—. Eh, podrías romperme otra vez la nariz, entonces podríamos enderezarla y quedaría como nuevo. ¿Qué te parece, Piedra? ¿Se abrirían entonces para mí los pétalos de hierro de tu corazón?
La mujer lanzó una sonrisa burlona.
—Todo el mundo sabe que ese mandoble tuyo no es nada más que un patético intento de compensar otra cosa, Harllo.
—Pero no se le da mal la poesía —señaló Rezongo—. Pétalos de hierro, no se puede ser más preciso.
—Eso de los pétalos de hierro no existe —bufó Piedra—. No hay flores de hierro. Y los corazones no son flores, son una cosa grande, roja y sucia que tienes en el pecho. ¿Qué tiene de poético decir cosas que no tienen sentido? Eres tan idiota como Buke y Harllo, Rezongo. Estoy rodeada de cretinos sin cerebro y cabezones.
—Es lo que te ha tocado en la vida, mujer —dijo Rezongo—. Aquí tienes, toma un poco de té, no te vendrá mal un poco de… calor.
La mujer aceptó la taza mientras Rezongo y Harllo evitaban mirarse a los ojos.
Después de unos momentos Piedra carraspeó.
—¿Qué era todo eso de dejar la ejecución para los asesinos, Rezongo? ¿En qué clase de lío se ha metido Buke ahora?
Oh, Mowri, ese hombre le importa de verdad. Rezongo miró el fuego con el ceño fruncido y echó unos cuantos terrones más de estiércol antes de responder.
—Tiene ciertas… sospechas. Estábamos hablando, bueno, de forma hipotética…
—Por la lengua de Togg, venga ya, cara de buey. Suéltalo.
—Buke decidió hablar conmigo, no contigo, Piedra —gruñó Rezongo, irritado—. Si tienes preguntas, házselas a él y a mí déjame en paz.
—Lo haré, maldito seas.
—Dudo que llegues a algún sitio —interpuso Harllo con cierta imprudencia—, aunque agites las pestañas y hagas morritos con esos labios rosados que tienes…
—Eso va a ser lo último que veas cuando te atraviese con el cuchillo ese tubérculo de hojalata que tienes en el pecho. Ah, y además pienso tirarte un beso.
Harllo alzó las pobladas cejas.
—¡Tubérculo de hojalata! Piedra, querida, ¿te he oído bien?
—Cállate, no estoy de humor.
—¡Tú nunca estás de humor, Piedra!
La mujer le respondió con una sonrisa desdeñosa.
—No te molestes en decirlo, querida —suspiró Rezongo.
La choza se apoyaba como si estuviera borracha contra la muralla interna de la ciudad de Pale, una colección confusa de tablones, pieles estiradas y mimbre; el patio era un umbral de polvo blanco, cáscaras de calabazas, trozos rotos de loza y virutas de madera. Unos fragmentos de cartas lacadas de madera colgaban de un bramante sobre la estrecha puerta y giraban sin prisas bajo el calor húmedo.
Ben el Rápido se detuvo un instante, miró a un lado y a otro del sucio callejón y se internó en el patio. En el interior resonó una risa aguda. El hechicero puso los ojos en blanco y con un murmullo por lo bajo fue a coger el lazo de cuero que habían clavado a la puerta.
—¡No empujes! —chilló una voz tras ella—. ¡Tira, serpiente del desierto!
Ben el Rápido se encogió de hombros y tiró de la puerta hacia él.
—¡Solo los idiotas empujan! —siseó la anciana desde donde se había encaramado con las piernas cruzadas, en una esterilla de juncos dentro de la choza—. ¡Me raspa la rodilla! Moratones y cosas peores me atormentan cuando vienen a visitarme idiotas. Ah, huelo a Raraku, ¿verdad?
El brujo se asomó al interior de la choza.
—¡Por el aliento del Embozado, aquí solo hay sitio para ti! —Objetos vagos atestaban las paredes y colgaban del techo bajo. Las sombras se tragaban cada esquina y el aire todavía albergaba el frío de la noche pasada.
—¡Solo yo! —cacareó la mujer. Su rostro era poco más que piel sobre huesos y tenía una testa monda y lironda manchada de lunares—. Enséñame lo que tienes, serpiente de mil cabezas, ¡quitar maldiciones es mi don! —La mujer sacó de entre los pliegues hechos jirones de su túnica una carta de madera y la sostuvo con manos temblorosas—. Envía tus palabras a mi senda y su forma quedará aquí tallada, grabada a fuego…
—Nada de maldiciones, mujer —dijo Ben el Rápido al tiempo que se agachaba hasta que los ojos de ambos quedaron a la misma altura—. Solo preguntas.
La carta desapareció bajo la túnica de la mujer.
—Las respuestas cuestan —respondió con el ceño fruncido—. Las respuestas valen más que romper una maldición. No es fácil hallar respuestas…
—Está bien, está bien, ¿cuánto?
—Da color a la moneda de tus preguntas, doce almas.
—Oro.
—Entonces concejos de oro, uno cada una…
—Siempre que des respuestas que lo merezcan.
—De acuerdo.
—El sueño de Ascua.
—¿Qué pasa con eso?
—¿Por qué?
La anciana se lo quedó mirando con la desdentada boca abierta.
—¿Por qué duerme la diosa, bruja? ¿Lo sabe alguien? ¿Lo sabes tú?
—Eres un canalla muy estudiado.
—Todo lo que he leído han sido especulaciones. Nadie lo sabe. Los estudiosos no tienen la respuesta, pero quizá la tenga la bruja de Tennes más vieja de este mundo. Dime, ¿por qué duerme Ascua?
—Alrededor de algunas respuestas hay que bailar un poco. Hazme otra pregunta, hijo de Raraku.
Ben el Rápido bajó la cabeza con un suspiro y estudió el suelo un momento.
—Se dice que la tierra tiembla —dijo después— y que la roca fundida brota como sangre cuando Ascua se agita y quiere despertar.
—Eso se dice.
—Y que la destrucción sacudiría toda la vida si ella despertara.
—Eso se dice.
—¿Y bien?
—Y bien nada. La tierra tiembla, las montañas explotan, hay ríos ardientes que fluyen. Es lo natural en un mundo cuya alma está abrasada. Unida a sus propias leyes de causa y efecto. El mundo tiene la forma de la pelota de estiércol de un escarabajo y viaja por un vacío helado alrededor del sol. La superficie flota en trozos, sobre un mar de roca fundida. A veces los trozos se frotan. A veces se separan. Empujados y separados por las mareas cuando los mares van y vienen entre empujones y tirones.
—¿Y en ese plan, dónde entra la diosa?
—Ella era el huevo dentro del estiércol. Eclosionado hace mucho tiempo. Su mente cabalga sobre los ríos ocultos bajo nuestros pies. Es el dolor de la existencia. La reina de la colmena y nosotros sus obreros y soldados. Y de vez en cuando… acudimos en tropel.
—¿Por las sendas?
La anciana se encogió de hombros.
—Por el camino que hallemos.
—Ascua está enferma.
—Sí.
Ben el Rápido vio una intensidad repentina que iluminó los ojos oscuros de la bruja. Lo pensó un momento antes de hablar.
—¿Por qué duerme Ascua?
—Todavía no ha llegado el momento. Haz otra pregunta.
El hechicero frunció el ceño y apartó la vista.
—Obreros y soldados… Haces que parezcamos esclavos.
—Ella no exige nada; lo que hacéis, lo hacéis porque queréis. Trabajáis para ganaros el sustento. Lucháis para protegerlo o para ganar más. Trabajáis para confundir a los rivales. Lucháis por miedo, odio, rencor, honor, lealtad y cualquier otra causa que queráis elaborar. Y sin embargo, todo lo que hacéis es a su servicio… hagáis lo que hagáis. No solo lo benigno, Adaephon Delat, sino lo amoral. Podemos prosperar o podemos destruirnos a nosotros mismos, a ella le da igual; se limitará a parir otra camada y todo volverá a empezar.
—Hablas del mundo como algo físico, sujeto a las leyes naturales. ¿Es todo lo que hay?
—No; al final, las mentes y sentidos de todo lo que está vivo es lo que define la realidad, es decir, lo real para nosotros.
—Eso es una tautología.
—Así es.
—¿Es Ascua la causa de nuestro efecto?
—¡Ah, te escurres como la serpiente del desierto que eres en realidad! ¡Haz tu pregunta!
—¿Por qué duerme Ascua?
—Duerme… para soñar.
Ben el Rápido no dijo nada durante un buen rato. Cuando al fin miró a la anciana a los ojos, vio la confirmación de sus mayores temores.
—Está enferma —dijo.
La bruja asintió.
—Febril.
—Y sus sueños…
—El delirio desciende, muchacho. Los sueños se convierten en pesadillas.
—Tengo que pensar en una forma de extirpar esa infección porque no creo que la fiebre de Ascua sea suficiente. Si acaso, ese calor que se supone que debe limpiar está logrando el efecto contrario.
—Piensa en ello entonces, querido obrero.
—Puede que necesite ayuda.
La bruja extendió una mano marchita con la palma hacia arriba.
Ben el Rápido rebuscó bajo su camisa y sacó un guijarro muy gastado que dejó caer en la mano de la anciana.
—Cuando llegue el momento, Adaephon Delat, ven a verme.
—Lo haré. Gracias, señora. —El mago dejó una bolsita de cuero llena de concejos de oro en el suelo, entre los dos. La bruja lanzó una carcajada aguda y Ben el Rápido se retiró de espaldas.
—Ahora cierra la puerta, ¡prefiero el frío!
Mientras el hechicero bajaba por el callejón, sus pensamientos vagaban sueltos, salían disparados y se agitaban en ráfagas, movidos por corrientes que en su mayoría eran falsas y carecían de significado. Uno, sin embargo, se enganchó en su mente y se quedó con él, al principio sin sentido, una simple curiosidad y nada más: prefiere el frío. Qué raro. A la mayor parte de los ancianos les gusta el calor, y en abundancia…
El capitán Paran vio a Ben el Rápido apoyado en el muro lleno de agujeros que había junto a la entrada del cuartel general, se rodeaba con los brazos con fuerza y parecía de mal humor. Los cuatro soldados emplazados como guardias se encontraban reunidos a ocho metros del mago y mostraban señales obvias de inquietud.
Paran se adelantó llevando al caballo de las riendas y después se las pasó a un mozo de cuadra que apareció por la verja del complejo antes de dirigirse hacia Ben el Rápido.
—Pareces abatido, mago, y eso me pone muy nervioso.
El nativo de Siete Ciudades frunció el ceño.
—No quieras saberlo, capitán. Confía en mí.
—Si se refiere a los Abrasapuentes, será mejor que lo oiga, Ben el Rápido.
—¿Los Abrasapuentes? —Lanzó una carcajada sin ganas—. Esto va mucho más allá de un puñado de soldados quejicas, señor. Pero de momento no he hallado ninguna posible solución. Cuando lo haga, te lo explicaré todo. Entre tanto, no estaría mal que pidieses una montura fresca, tenemos que reunirnos con Dujek y Whiskeyjack en el campamento de Brood. De inmediato.
—¿La compañía entera? ¡Pero si los acabo de instalar!
—No, señor. Tú, yo, Mazo y Eje. Ha habido ciertas novedades… inusuales, según tengo entendido, pero no me preguntes porque no sé nada.
Paran hizo una mueca.
—Y he mandado a buscar a los otros dos, señor.
—Muy bien. Entonces voy a ver si encuentro otro caballo. —El capitán se dio media vuelta y se dirigió al complejo mientras intentaba hacer caso omiso del dolor fiero que le atenazaba el estómago. Todo llevaba demasiado tiempo, el ejército ya llevaba meses plantado en Pale y a la ciudad no le hacía gracia. Tras la declaración de rebeldía, no había llegado el apoyo imperial que esperaban y sin la infraestructura administrativa, tampoco había habido alivio para aquel papel tenso y desagradable de ocupantes que ostentaban.
El sistema malazano de conquistas seguía una serie de reglas tan sistemática como eficaz. El ejército victorioso nunca se quedaba en la ciudad tras la pacificación y la entrega del territorio a un gobierno civil bien consolidado y totalmente operativo al estilo malazano. El control civil no era una carga para la que hubieran adiestrado al ejército; la mejor forma de lograrlo era a través de la manipulación burocrática de la economía de la ciudad conquistada. «Sujeta los cordones de la bolsa y el pueblo bailará al son que marques», ese había sido el núcleo de fe del emperador, y había demostrado hasta qué punto estaba en lo cierto una y otra vez. La emperatriz, desde luego, no se había aventurado a introducir ninguna alteración en el método. Para obtener el control se necesitaba tanto la imposición de una autoridad legal como una infiltración concienzuda en el mercado negro que estuviera operando en ese momento. «Dado que no se puede aplastar un mercado negro, lo mejor es dirigirlo». Y esa tarea siempre había recaído en la Garra.
Pero no hay agentes de la Garra, ¿verdad? Ni tampoco escribas. No controlamos el mercado negro. Ni siquiera podemos gestionar la economía legal y mucho menos dirigir una administración civil. Y sin embargo continuamos procediendo como si el apoyo imperial fuera inminente, cuando es obvio que no lo es. No lo entiendo.
Sin el oro de Darujhistan, el ejército de Dujek se estaría muriendo de hambre en esos mismos instantes. Las deserciones ya habrían empezado y soldado tras soldado se habría ido con la esperanza de regresar al seno imperial, o con la intención de unirse a compañías de mercenarios o caravasares. El ejército de Unbrazo se desvanecería ante sus propios ojos. La lealtad nunca sobrevive a un estómago encogido.
Después de cierta confusión, los mozos de cuadra le encontraron a Paran otra montura. Se subió a la silla con gesto cansado y sacó al animal del complejo. El sol de la tarde había empezado a arrojar sombras refrescantes sobre las calles blanqueadas de la ciudad. Los ciudadanos de Pale empezaban a salir aunque pocos se entretenían cerca del cuartel de los malazanos. Los guardias mostraban una suspicacia finamente agudizada con cualquiera que rondara más de lo debido y las ballestas pesadas de asalto que acunaban en los brazos se mantenían amartilladas.
Había habido derramamiento de sangre en la entrada del cuartel y dentro del edificio. Un mastín de Sombra había atacado no tanto tiempo atrás y había dejado una veintena de muertos. Los recuerdos de Paran de ese acontecimiento seguían siendo fragmentarios. A la bestia la había espantado Velajada… y el propio capitán. Pero para los soldados que estaban de guardia en el cuartel aquello había convertido un puesto pacífico en una pesadilla. Los habían sorprendido en un estado de preparación deplorable, un descuido que no se repetiría. Un mastín así segaría sus vidas casi sin esfuerzo, pero al menos caerían luchando, no mirando con la boca abierta.
Paran encontró a Ben el Rápido, Mazo y Eje esperándolo a lomos de sus propios caballos. De los tres, al que menos conocía el capitán era a Eje. Las habilidades de aquel hombre bajo y calvo iban desde la hechicería a los explosivos, o eso le habían dicho. Su disposición, siempre amargada, no invitaba a la conversación, ni tampoco la maloliente camisa de pelo negro y gris que le llegaba a los muslos y que siempre llevaba puesta; si los rumores eran ciertos, se la habían tejido con el pelo de su madre fallecida. Cuando Paran se detuvo al lado del hombre, le echó un vistazo a la camisa en cuestión. ¡Por el aliento del Embozado, es verdad, eso puede ser el pelo de una anciana! Lo que le provocó más náuseas todavía.
—Ponte en cabeza, Eje.
—Sí, capitán. Nos va a costar abrirnos camino cuando lleguemos a la Ronda del Mercado del Norte.
—Pues búscanos un camino para dar un rodeo.
—Los callejones no son seguros, señor…
—Entra entonces en tu senda y que se desangre lo suficiente como para poner unos cuantos pelos de punta. Podrás hacerlo, ¿no?
Eje le echó un vistazo a Ben el Rápido.
—Verá, señor, es que mi senda… desencadena cosas.
—¿Cosas graves?
—Bueno, en realidad no…
—Procede, soldado.
—Sí, capitán.
Ben el Rápido se colocó detrás sin dar señal alguna de lo que pensaba mientras un igualmente silencioso Mazo cabalgaba junto a Paran.
—¿Alguna idea de lo que está pasando en el campamento de Brood, sanador? —preguntó el capitán.
—Nada concreto, señor —respondió Mazo—. Solo… sensaciones. —Continuó después de una mirada inquisitiva de Paran—. Allí se están cociendo auténticos poderes, señor. No solo Brood y los tiste andii, con esos estoy familiarizado. Y también con el de Kallor, si a eso vamos. No, hay algo más. Otra presencia. Antigua pero nueva. Insinuaciones de t’lan imass, quizá…
—¿T’lan imass?
—Quizá. Es que no estoy seguro, a decir verdad, capitán. Pero está dominando a todos los demás.
Paran giró la cabeza al oír eso.
Un gato aulló cerca, seguido por un destello de gris cuando la criatura salió disparada por la muralla de un jardín y después se desvaneció. Se oyeron más aullidos, esa vez al otro lado de la estrecha calle.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Paran. Se sacudió.
—Lo último que nos hace falta es un nuevo jugador. La situación ya es bastante tensa tal y como está…
Dos perros enzarzados en una cruel pelea aparecieron en la boca de un callejón que tenían delante. Un gato aterrado zigzagueó alrededor de las bestias que gruñían y se lanzaban bocados. Como uno solo, los caballos se asustaron y bajaron las orejas. En la zanja que tenían a la derecha, el capitán vio (con los ojos muy abiertos) una veintena de ratas que se escabullían en paralelo a ellos.
—En el nombre del Embozado, ¿pero qué…?
—¡Eje! —exclamó Ben el Rápido desde atrás. El hechicero que iba en cabeza se giró en la silla con una expresión desdichada en la cara curtida.
»Afloja un poco —le ordenó Ben el Rápido, no sin cierta amabilidad.
Eje asintió y se dio la vuelta.
Paran espantó unas moscas que le zumbaban alrededor de la cara.
—Mazo, ¿a qué senda recurre Eje? —preguntó en voz baja.
—No es su senda la que da problemas, señor, es el modo que tiene de canalizarla. Hasta el momento ha sido bastante suave, dadas las circunstancias.
—Debe de ser una pesadilla para la caballería.
—Nosotros somos de infantería, señor —señaló Mazo con una sonrisa seca—. En cualquier caso, lo he visto dispersar una carga enemiga sin ayuda de nadie. Ni que decir tiene que resulta muy útil tenerlo por ahí…
Paran jamás había visto a un gato lanzarse de cabeza contra un muro. El golpe seco y apagado fue seguido por unos arañazos dementes de las garras cuando el animal rebotó, aturdido y sorprendido por igual. Las payasadas fueron suficientes para atraer la atención de los dos perros, que un momento después la emprendieron con el gato. Los tres animales se desvanecieron por otro callejón.
Los nervios del capitán también estaban de punta, lo que se añadía al malestar del vientre. Podría llamar a Ben el Rápido para que se pusiera delante y que se ocupara él, pero el suyo es un poder que no pasaría desapercibido; de hecho, se percibiría desde lejos, y preferiría no arriesgarme. Y sospecho que él también.
Cada barrio por el que pasaban se alzaba en una cacofonía de sonidos: los bufidos de los gatos, los aullidos y los ladridos de los perros y los rebuznos de las mulas. Las ratas rodeaban el grupo a toda velocidad, inconscientes como lemings.
Cuando Paran calculó que habían rodeado ya el mercado, llamó a Eje para que abandonara la senda. El hombre asintió avergonzado.
Muy poco después llegaron a la puerta norte y salieron a lo que en otro tiempo había sido un campo de la muerte. Quedaban vestigios del asedio si se miraba con atención entre las hierbas pardas. Trozos podridos de ropa, el destello de remaches metálicos y el blanco descolorido de los huesos fragmentados. Las flores del verano cubrían los flancos de los túmulos recientes a ciento setenta metros a su izquierda, ringleras de un color azul quebradizo, un tono que se iba oscureciendo a medida que el sol se iba hundiendo tras los montículos.
Paran se alegró de la tranquilidad relativa de la llanura, a pesar del aire pesado e inflado de aniquilación e inquietud que sentía que se le filtraba hasta la médula al cruzar aquel campo de la muerte lleno de cicatrices. Parece que me paso la vida atravesando sitios así. Desde aquel fatídico día en Itko Kan, con las avispas encolerizadas que me picaban por interrumpir su festín empapado de sangre, no he dejado de tropezarme con el rastro del Embozado. Tengo la sensación de que en toda mi vida no he visto más que guerra y muerte aunque no hayan sido más que unos cuantos años. Reina de los Sueños, me siento tan viejo… Frunció el ceño. La autocompasión podía convertirse en un sendero muy trillado por sus pensamientos si no tuviera muy presente su insípido atractivo.
Bueno, costumbres heredadas de mis padres. Y la parte que hubiera recibido mi hermana Tavore debe de habérselas arreglado para pasármela a mí. Ya era fría y astuta de niña, y mucho más incluso de adulta. Si alguien puede proteger nuestra Casa de la última purga de la nobleza que ha hecho Laseen, es ella. Yo jamás recurriría a las tácticas que ha escogido, pero mi hermana no es de las que aceptan la derrota. Así pues, mejor ella que yo. No obstante, la inquietud continuó carcomiendo los pensamientos de Paran. Desde la declaración de rebeldía, no habían sabido prácticamente nada de los acontecimientos que se estaban produciendo en otras partes del Imperio. Persistían los rumores de una rebelión inminente en Siete Ciudades, aunque esa era una promesa susurrada con frecuencia, pero que todavía debía desatarse. Paran tenía sus dudas.
Pase lo que pase, Tavore se ocupará de Felisin. Con eso, al menos, puedo consolarme…
Mazo interrumpió sus pensamientos.
—Creo que la tienda de mando de Brood está en el campamento tiste andii, capitán. Todo recto.
—Eje está de acuerdo contigo —comentó Paran.
El mago los guiaba sin vacilar hacia aquel extraño (incluso de lejos) y espeluznante campamento. No había nadie visible que hiciera guardia junto a los piquetes. De hecho, el capitán no vio a nadie en absoluto.
—Parece que el parlamento salió como estaba planeado —comentó el sanador—. Todavía no nos ha derribado un chaparrón de virotes.
—A mí también me parece una señal prometedora —dijo Paran.
Eje los llevó a una especie de avenida principal entre las altas y sombrías tiendas de los tiste andii. Había empezado a caer la tarde y los jirones atados a los postes de las tiendas comenzaban a perder sus ya desvaídos colores. Unas cuantas figuras espectrales, envueltas en sombras, aparecieron por varios senderos laterales sin prestarle demasiada atención al grupo.
—Este lugar deprime a cualquiera —murmuró Mazo por lo bajo.
El capitán asintió. Como viajar por un sueño oscuro…
—Esa debe de ser la tienda de Brood, ahí delante —continuó el sanador.
Dos figuras esperaban en el exterior de la práctica tienda de mando, con la atención fija en Paran y sus soldados. A pesar de la oscuridad, al capitán no le costó identificarlas.
Los visitantes detuvieron los caballos y después desmontaron y se acercaron.
Whiskeyjack no perdió mucho tiempo.
—Capitán, necesito hablar con tus soldados. El comandante Dujek quiere hacer lo mismo contigo. Quizá podamos reunirnos todos después, si te parece bien.
La educación y las buenas maneras que destilaban las palabras de Whiskeyjack le pusieron a Paran los nervios de punta. Se limitó a contestar con un asentimiento y después, cuando el barbudo segundo al mando se alejó con Mazo, Ben el Rápido y Eje detrás, el capitán clavó los ojos en Dujek.
El veterano estudió la cara de Paran por un instante, después suspiró.
—Hemos recibido noticias del Imperio, capitán.
—¿Cómo, señor?
Dujek se encogió de hombros.
—Nada directo, por supuesto, pero nuestras fuentes son fiables. La matanza que ha hecho Laseen entre los miembros de la nobleza ha resultado ser… eficaz. —Dudó y después dijo—: La emperatriz tiene una nueva consejera…
Paran asintió con lentitud. No tenía nada de sorprendente. Lorn estaba muerta. Alguien tenía que ocupar ese puesto.
—¿Tienes noticias de mi familia, señor?
—Tu hermana Tavore salvó lo que pudo, muchacho. Las pequeñas propiedades que tienen los Paran en Unta, las haciendas de la periferia… la mayor parte de los acuerdos comerciales. Aun así… tu padre falleció y poco después tu madre decidió… reunirse con él al otro lado de la puerta del Embozado. Lo siento, Ganoes…
Sí, es lo que haría mi madre, ¿verdad? ¿Que lo sientes? Sí, yo también.
—Gracias, señor. Para serte sincero, la noticia me conmociona menos de lo que se podría esperar.
—Me temo que hay algo más. Tu, bueno, tu declaración en rebeldía dejó tu Casa expuesta. No creo que tu hermana tuviera muchas salidas. La matanza prometía ser salvaje. Es obvio que Tavore llevaba planeando las cosas algún tiempo. Sabía bien lo que iba a pasar. A los hijos de los nobles los estaban… violando. Luego los asesinaban. La orden de matar a todos los hijos de nobles que no hubieran alcanzado todavía la edad de casarse nunca se hizo oficial, quizá sea cierto que Laseen no era consciente de lo que estaba pasando…
—Te lo ruego, señor, si Felisin está muerta, dímelo y ahórrate los detalles.
Dujek negó con la cabeza.
—No, tu hermana salvó la vida, capitán. Eso es lo que estoy intentando decirte.
—¿Y qué vendió Tavore para conseguirlo… señor?
—Incluso siendo la nueva consejera, los poderes de Tavore eran limitados. No podía hacer gala de ningún… favoritismo especial, o eso es lo que prefiero leer en sus intenciones…
Paran cerró los ojos. Consejera Tavore. Bueno, hermana, sabías lo que ambicionabas.
—¿Felisin?
—Las minas de otataralita, capitán. Puedes estar seguro que no es una cadena perpetua. Una vez que se enfríen los fuegos de Unta, seguro que la sacan de allí sin ruido…
—Solo si Tavore decide que su reputación no corre riesgos…
Dujek abrió mucho los ojos.
—Su reput…
—No me refiero a entre la nobleza, pueden llamarla monstruo todo lo que quieran, como estoy seguro que están haciendo ahora mismo, a ella no le importa. Nunca le importó. Me refiero a su reputación profesional, comandante. A los ojos de la emperatriz y su corte. A Tavore no le importa nada más. Así pues, es la más apropiada para ser la nueva consejera. —La voz de Paran carecía de entonación, las palabras eran medidas y serenas—. En cualquier caso, como bien has dicho, se vio obligada a hacer lo que pudo dada la situación y en cuanto a esa situación… yo tengo la culpa de todo lo que ha pasado, señor. La matanza, las violaciones, los asesinatos, las muertes de mis padres y todo lo que Felisin debe soportar ahora.
—Capitán…
—No pasa nada, señor. —Paran sonrió—. Los hijos de mis padres somos, todos y cada uno, capaces casi de cualquier cosa. Podemos sobrevivir a las consecuencias. Quizá carezcamos de una conciencia normal, quizá sea cierto que somos monstruos. Gracias por darme la noticia, comandante. ¿Cómo fue el parlamento? —Paran hizo todo lo que pudo por hacer caso omiso del dolor quedo que reflejaban los ojos de Dujek.
—Fue bien, capitán —susurró el anciano—. Partiréis en dos días, salvo Ben el Rápido, que os alcanzará más tarde. Me imagino que tus soldados están listos para…
—Sí, señor, lo están.
—Muy bien. Eso es todo, capitán.
—Señor.
Como un sudario silencioso que se extendiera, así llegó la oscuridad. Paran se encontraba encima del inmenso túmulo y la más suave de las brisas acariciaba su rostro. Se las había arreglado para dejar el campamento sin tropezarse con Whiskeyjack y los Abrasapuentes. La noche atraía la soledad y él se sentía cómodo en aquella fosa común, con todos aquellos recuerdos que despertaban ecos de dolor, angustia y desesperación. Entre los muertos que hay bajo mis pies, ¿cuántas voces adultas clamaron por sus madres?
La muerte y la agonía nos convierten en niños una vez más, en realidad por última vez, en nuestros últimos lamentos. Más de un filósofo ha afirmado que nunca dejamos de ser niños, en el fondo de todas esas capas endurecidas que componen la armadura de la edad adulta.
La armadura entorpece, restringe el cuerpo y el alma de su interior. Pero también protege. Los golpes quedan mitigados. Los sentimientos pierden las aristas y al final no sufrimos más que una plaga de magulladuras y, después de un tiempo, hasta las magulladuras se desvanecen.
Al echar la cabeza hacia atrás los músculos del cuello y los hombros del capitán desencadenaron una aguda oleada de protestas. El guerrero se quedó mirando el cielo, parpadeando para espantar el dolor, la tirantez de la carne envolvía los huesos como las ataduras de un prisionero.
Pero no hay escapatoria, ¿verdad? Los recuerdos y las revelaciones se asientan como veneno que no hay forma de contener. Respiró hondo el aire fresco, como si quisiera capturar en el aliento de las estrellas la frialdad de su mirada, su dureza indiferente. No hay don alguno en el sufrimiento. Solo hay que mirar a los tiste andii.
Bueno, al menos el estómago se ha callado… Sospecho que solo está cogiendo fuerzas para otro ataque que me va a hacer saltar las lágrimas…
Sobre él, los murciélagos pasaban volando en la oscuridad, girando como dardos para alimentarse sin bajar al suelo. La ciudad de Pale parpadeaba al sur como un fuego moribundo. Al oeste se alzaban los picos imponentes de las montañas Moranth. Paran se dio cuenta poco a poco que tenía los brazos cruzados y que se abrazaba los costados, como si luchara por contenerlo todo en su interior. No era un hombre de lágrima fácil, ni tampoco solía clamar contra todo lo que lo rodeaba. Había nacido en un entorno imparcial y frío, cuidadosamente esculpido; una educación que su adiestramiento militar solo había reforzado. Pues si eso son cualidades, entonces Tavore me ha humillado. Hermana, tú sí que has sabido dominar lo que nos enseñaron. Ah, mi querida Felisin, ¿qué vida has encontrado ahora? No el abrazo protector de la nobleza, eso desde luego.
Tras él resonaron unas botas.
Paran cerró los ojos. No más noticias, por favor. No más revelaciones.
—Capitán. —Whiskeyjack le puso una mano a Paran en el hombro.
—Una noche tranquila —comentó el capitán.
—Te buscábamos, Paran, después de que hablaras con Dujek. Fue Zorraplateada la que buscó y la que te encontró. —La mano se retiró. Whiskeyjack se colocó a su lado y estudió también las estrellas.
—¿Quién es Zorraplateada?
—Creo —murmuró el barbudo veterano— que eso debes decidirlo tú.
Paran frunció el ceño y miró al comandante.
—No tengo mucha paciencia para adivinanzas en este momento, señor.
Whiskeyjack asintió con los ojos todavía puestos en la extensión reluciente del firmamento nocturno.
—Vas a tener que complacerme en esto, capitán. Puedo guiarte paso a paso o darte un único empujón. Puede que llegue un día en que mires atrás, recuerdes este momento y me agradezcas cuál de las dos formas he elegido.
Paran contuvo una respuesta mordaz y no dijo nada.
—Nos aguardan en la base del túmulo —continuó Whiskeyjack—. No he podido lograr más privacidad. Solo Mazo, Ben el Rápido, la mhybe y Zorraplateada. Los miembros de tu pelotón están aquí por si tienes… dudas. Los dos han agotado sus sendas esta noche para garantizar la veracidad de lo que ha ocurrido…
—¿Pero qué estás intentando decir, señor? —soltó Paran de repente.
Whiskeyjack miró a los ojos al capitán.
—La niña rhivi, Zorraplateada. Es Velajada renacida.
Paran se volvió poco a poco y su mirada se posó a los pies del túmulo, donde esperaban cuatro figuras en la oscuridad. Era la niña rhivi, había un aura de amanecer alrededor de su persona, una penumbra de poder que agitaba la sangre más salvaje que recorría el cuerpo del capitán. Sí. Es ella. Más mayor, revelando aquello en lo que se convertirá. Maldita sea, mujer, nunca has podido ponernos las cosas fáciles. Todo lo que había atrapado en su interior pareció inundarle los miembros y dejarlo débil y tembloroso de repente. Se quedó mirando a Zorraplateada.
—Es una niña. —Pero eso ya lo sabía, ¿verdad? Ya hace tiempo que lo sé. Solo que no quería pensar en ello y ahora no tengo alternativa.
Whiskeyjack lanzó un gruñido.
—Crece rápido, hay fuerzas ansiosas e impacientes en su interior, demasiado poderosas para que las contenga el cuerpo de una niña. No tendrás que esperar mucho…
—Para que no resulte indecoroso —terminó Paran con tono seco, no notó el sobresalto de Whiskeyjack—. Pues me alegraré entonces, pero ¿qué hay de ahora? ¿Quién no me verá más que como un monstruo si nos atrevemos siquiera a cogernos de la mano? ¿Qué puedo decirle? ¿Pero qué puedo decirle? —Se giró en redondo y miró a Whiskeyjack—. ¡Es imposible! ¡Es una niña!
—Y dentro de ella está Velajada. Y Escalofrío…
—¡Escalofrío! ¡Por el aliento del Embozado! ¿Qué ha ocurrido… cómo?
—Esas preguntas no tienen una respuesta fácil, muchacho. Será mejor que se las hagas a Mazo y a Ben el Rápido, y a la propia Zorraplateada.
Paran dio un paso involuntario hacia atrás.
—¿Hablar con ella? No. No puedo.
—Es ella la que quiere, Paran. Te espera abajo.
—No. —Algo arrastró su mirada una vez más ladera abajo—. Veo a Velajada, sí. Pero hay más, no solo esa tal Escalofrío; ahora es una soletaken, Whiskeyjack. La criatura que le dio su nombre rhivi, el poder de cambiar…
El comandante entrecerró los ojos.
—¿Cómo lo sabes, capitán?
—Lo sé…
—No es suficiente. A Ben el Rápido no le resultó nada fácil averiguarlo. Pero tú ya lo sabías. ¿Cómo, Paran?
El capitán hizo una mueca.
—He sentido a Ben el Rápido sondearme cuando cree que estoy concentrado en otra cosa. He visto el cansancio en sus ojos. ¿Qué ha averiguado, comandante?
—Oponn te ha abandonado, pero otra cosa ha ocupado su lugar. Algo salvaje. Se le ponen los pelos de punta cuando te acercas…
—Los pelos de punta —sonrió Paran—. Una elección muy adecuada de palabras. Anomander Rake mató a dos mastines de Sombra delante de mí. Lo vi. Sentí la mancha de la sangre de un mastín moribundo en mi propia piel, Whiskeyjack. Parte de esa sangre ahora corre por mis venas.
La voz del comandante carecía de expresión.
—¿Qué más?
—¿Tiene que haber algo más, señor?
—Sí. Ben el Rápido percibió ciertas señales; en lo que te has convertido hay mucho más que la simple sangre de un ascendiente. —Whiskeyjack dudó un momento y después continuó—. Zorraplateada te ha elaborado un nombre rhivi. Jen’isand Rul.
—Jen’isand Rul.
—Se traduce por «el Errante dentro de la Espada». Significa, según dice, que has hecho algo que ninguna otra criatura ha hecho jamás (mortal o ascendiente) y que ese algo te ha destacado sobre los demás. Te han distinguido, Ganoes Paran, pero nadie, ni siquiera Zorraplateada sabe lo que eso presagia. Cuéntame lo que sucedió.
Paran se encogió de hombros.
—Rake utilizó esa espada negra que tiene. Cuando mató a los mastines, los seguí… al interior de esa espada. Los espíritus de los mastines estaban atrapados, encadenados con todos los… todos los demás. Creo que los liberé, señor. No estoy seguro, lo único que sé es que terminaron en algún otro sitio. Ya no estaban encadenados.
—¿Y han regresado a este mundo?
—No lo sé. Jen’isand Rul… ¿por qué debería tener trascendencia alguna que yo haya vagado por esa espada?
Whiskeyjack lanzó un gruñido.
—Le estás preguntando al hombre equivocado, capitán. Yo solo estoy diciendo lo que ha dicho Zorraplateada. Pero hay una cosa que se me acaba de ocurrir. —Se acercó un poco más—. Ni una sola palabra a los tiste andii, ni a Korlat ni a Anomander Rake. Por lo que dicen, el hijo de la Oscuridad es un cabrón impredecible. Y si la leyenda de Dragnipur es cierta, la maldición de esa espada suya es que nadie escapa de su prisión de pesadilla, sus almas están encadenadas… para siempre. Al parecer lo has engañado y quizá también lo hayan hecho los mastines. Has sentado un precedente… alarmante.
Paran sonrió con amargura en la oscuridad.
—Engañado. Sí, he engañado mucho, incluso a la muerte. —Pero no al dolor. No, esa escapatoria sigue eludiéndome—. Crees que para Rake es un gran consuelo creer en el carácter… irreversible de su espada.
—Parece probable, Ganoes Paran, ¿no crees?
El capitán suspiró.
—Sí.
—Ahora, bajemos a encontrarnos con Zorraplateada.
—No.
—Maldito seas, Paran —gruñó Whiskeyjack—. Aquí hay mucho más que tú y ella mirándoos embobados. Esa niña posee un poder, un poder inmenso y… y desconocido. Cada vez que la mira, a Kallor le apetece matarla. Zorraplateada corre peligro. La cuestión es, ¿la protegemos o nos apartamos? El rey supremo la llama abominación, capitán. Si Caladan Brood le da la espalda en el momento menos oportuno…
—¿La matará? ¿Por qué?
—Teme, según he entendido, el poder que hay en su interior.
—Por el aliento del Embozado, no es más que… —Se detuvo y se dio cuenta de la venalidad de la afirmación. ¿Solo una niña? Ni hablar—. Protegerla de Kallor, has dicho. Es una posición muy arriesgada, comandante. ¿Quién nos apoya?
—Korlat y, por extensión, todos los tiste andii.
—¿Anomander Rake?
—Eso no lo sabemos todavía. La desconfianza que Kallor le inspira a Korlat, junto con la amistad que la une a la mhybe, la ha llevado a tomar esa decisión. Dice que hablará con su señor cuando llegue…
—¿Cuando llegue?
—Sí. Mañana, quizá temprano, y si es así, será mejor que lo evites en la medida de lo posible.
Paran asintió. Un encuentro fue más que suficiente.
—¿Y el caudillo?
—Creemos que todavía no se ha decidido. Pero Brood necesita a los rhivi y sus rebaños de bhederin. De momento, al menos, sigue siendo el principal protector de la niña.
—¿Y qué piensa Dujek de todo esto? —preguntó el capitán.
—Aguarda tu decisión.
—¿La mía? Beru me libre, comandante. No soy mago ni sacerdote. Ni puedo adivinar el futuro de la niña.
—Velajada reside en el interior de Zorraplateada, Paran. Hay que sacarla… a primer plano.
—Porque Velajada jamás nos traicionaría. Sí, lo entiendo.
—No tienes que sentirte tan desdichado, Paran.
¿Ah, no? ¿Y si estuvieras tú en mi lugar, Whiskeyjack?
—Muy bien, ve tú delante.
—Parece —dijo Whiskeyjack mientras se acercaba a zancadas al borde de la cima del túmulo— que tendremos que ascenderte a un rango equivalente al mío, capitán, aunque solo sea para burlar esa confusión que sientes sobre quién está al mando por aquí.
Su llegada fue un acto callado y furtivo, condujeron sus monturas al interior del campamento con el menor jaleo posible. Pocos tiste andii permanecían fuera de sus tiendas para observarlos. El sargento Azogue llevó al grupo principal de Abrasapuentes hacia el corral para instalar a los caballos mientras la cabo Rapiña, Detoran, Mezcla, Trote y Seto se escabullían en busca de la tienda de mando de Brood. Eje los esperaba en la entrada.
Rapiña le hizo un gesto con la cabeza y el mago, envuelto en su maloliente camisa de pelo y con la igual de apestosa capucha cubriéndole la cabeza, se giró para mirar la solapa atada que cerraba la tienda. Hizo una serie de gestos con las manos, se detuvo y después escupió en la lona. No se oyó nada cuando el escupitajo golpeó la solapa. Se giró y le sonrió a Rapiña, después se inclinó ante la entrada a modo de invitación.
Seto le dio un codazo a la cabo y puso los ojos en blanco.
La mujer sabía que dentro había dos habitaciones y que el caudillo dormía en la de atrás. Esperemos. Rapiña buscó a Mezcla con la mirada. Mierda, ¿dónde está? Estaba aquí hace un momento…
Dos dedos le rozaron el brazo y estuvo a punto de salirse de un salto del traje de cuero. A su lado, Mezcla sonreía. Rapiña esbozó sin ruido una retahíla de maldiciones. La sonrisa de Mezcla se ensanchó, después pasó por delante, se acercó a la entrada de la tienda y se agachó para desatar las cuerdas que sujetaban la solapa.
Rapiña miró por encima de un hombro. Detoran y Trote se encontraban uno al lado del otro unos metros más atrás, ambos grandes y monstruosos.
Al lado de la cabo, Seto le volvió a dar otro codazo y la mujer se giró para ver que Mezcla había apartado la solapa.
Está bien, vamos a acabar con esto.
Mezcla entró la primera, seguida por Eje y después Seto. Rapiña les hizo un gesto a la napaniana y al barghastiano para que se adelantaran y después los siguió a los confines oscuros de la tienda.
Incluso con Trote en un extremo y Detoran en el otro, y con Eje y Seto a los lados, la mesa los tenía tambaleándose antes de haber dado tres pasos. Mezcla se adelantó a todos para apartar la solapa de la entrada lo más posible. Envueltos en un silencio hechicero, los cuatro soldados se las arreglaron para maniobrar y sacar la mesa de la tienda. Rapiña los observaba y cada poco miraba la separación entre ambas habitaciones, pero el caudillo no hizo acto de aparición. Sin novedad en el frente, de momento.
La cabo y Mezcla añadieron sus músculos al transporte de la mesa y los seis consiguieron alejarla cuarenta metros antes de que el agotamiento los obligara a parar.
—No queda mucho —susurró Eje.
Detoran sorbió por la nariz.
—La van a encontrar.
—Esa es una apuesta que ya te recordaré —dijo Rapiña—. Pero primero vamos a llevarla hasta allí.
—¿No puedes quitarle algo de peso a este trasto? —gimoteó Seto dirigiéndose a Eje—. ¿Pero qué clase de mago eres tú?
Eje frunció el ceño.
—Uno muy débil, ¿qué pasa? Mírate tú… ¡pero si ni siquiera estás sudando!
—Silencio, los dos —siseó Rapiña—. Venga, arriba con ella, ahora.
—Hablando de todo —murmuró Seto cuando, entre un coro de gruñidos, la mesa se alzó una vez más del suelo—, ¿cuándo piensas lavar esa asquerosa camisa que llevas, Eje?
—¿Lavarla? Mi madre no se lavó jamás el pelo mientras vivía, ¿por qué iba a empezar yo ahora? Perdería el brillo…
—¿Brillo? Ah, te refieres a cincuenta años de sudor y manteca de cerdo rancia…
—Pero no estaba rancia cuando ella estaba viva, ¿no?
—Gracias al Embozado, no lo sé.
—¿Querréis ahorraros los dos el aliento, maldita sea? Y ahora, ¿por dónde, Eje?
—Bien. Bajando por ese callejón. Después a la izquierda, la tienda de cuero del final.
—Apuesto a que hay alguien viviendo en ella —murmuró Detoran.
—Te acepto esa también —dijo Rapiña—. Es la que usan los rhivi para velar los cadáveres de los tiste andii antes de la cremación. No ha muerto ni un solo tiste desde Darujhistan.
—¿Y cómo la encontraste? —preguntó Seto.
—Eje se olió que andaba por ahí…
—Me sorprende que pueda oler algo.
—Está bien, bajadla. Mezcla, la solapa.
La mesa llenó la habitación entera, a su alrededor solo quedaba menos de un metro. Los catres bajos que se habían usado para los cadáveres los metieron debajo, plegados y apilados. Encendieron un farol y lo colgaron del gancho del poste central. Rapiña observó a Seto, que se agachó con los ojos a solo unos milímetros de la superficie marcada y llena de hoyos de la mesa, después pasó los dedos romos y magullados por la madera con gesto cariñoso.
—Preciosa —susurró. Levantó la cabeza y se encontró con los ojos de Rapiña—. Llama al personal, cabo, la partida está a punto de empezar.
Rapiña asintió con una gran sonrisa.
—Vete a buscarlos, Mezcla.
—A partes iguales —dijo Seto con una mirada furiosa que iba dedicada a todos—. Ahora somos un pelotón…
—Lo que significa que nos vas a contar el secreto —dijo Eje con el ceño fruncido—. Si hubiéramos sabido que estabas haciendo trampas…
—Sí, bueno, tu suerte está a punto de cambiar, ¿no? Así que deja de quejarte.
—Sois los dos tal para cual —comentó Rapiña—. Bueno, dinos, Seto, ¿cómo funciona esto?
—Opuestos, cabo. Verás, las dos barajas son de verdad. Violín tenía más sensibilidad, pero Eje debería poder arreglárselas sin problemas. —Miró al mago—. No es la primera vez que haces una lectura, ¿no? Dijiste…
—Sí, sí, mequetrefe, no hay problema. Tengo el toque…
—Más te vale —le advirtió el zapador. Después volvió a acariciar la mesa—. Dos capas, veis, con la baraja fija entre las dos. Pones una carta boca abajo en la mesa, se forma una tensión, y te dice cuál es la carta que está boca abajo. Nunca falla. El que reparte conoce cada mano que da. Violín…
—Que no está aquí —gruñó Trote con los brazos cruzados. Miró a Eje y le enseñó los dientes.
—¡Sé hacerlo, salvaje descerebrado! —farfulló el mago—. ¡Ya lo verás!
—Cállate —le soltó Rapiña—. Ya vienen.
Ya casi había amanecido cuando los demás pelotones empezaron a salir de la tienda entre risas y palmadas en la espalda, con las bolsas repletas de monedas que tintineaban. Cuando se fueron los últimos y sus voces se perdieron en la distancia, Rapiña se derrumbó en la mesa con aire cansado. Eje, con la reluciente camisa de pelo empapada de sudor, gimió y dejó caer la cabeza con un golpe seco sobre la gruesa madera.
Seto se acercó por detrás y levantó una mano.
—Descanse, soldado —le advirtió Rapiña—. Es obvio que todo este maldito trasto está corrompido; seguro que, para empezar, ya ni funcionaba.
—¡Funcionaba! Violín y yo nos aseguramos, joder…
—Pero la robaron antes de que pudierais probarla de verdad, ¿no?
—Eso no importa, te digo…
—Callaos todos —dijo Eje al tiempo que levantaba poco a poco la cabeza, después arrugó la estrecha frente, ceñudo, y examinó la superficie de la mesa—. Corrompida. Puede que hayas dado con algo, Rapiña. —Olisqueó el aire como si buscara un rastro y después se agachó—. Sí, que alguien me eche una mano con estos catres.
No se movió nadie.
—Ayúdalo, Seto —ordenó Rapiña.
—¿Que lo ayude a meterse debajo de la mesa? Ya es demasiado tarde para esconderse…
—Es una orden, soldado.
El zapador se agachó con un gruñido. Juntos, los dos hombres sacaron los catres. Después, Eje se metió bajo la mesa. Un leve fulgor de hechicería floreció poco a poco y después el mago siseó.
—¡Es la parte de abajo, claro!
—Brillante observación, Eje. Y apuesto a que también hay patas y todo.
—No, idiota. Hay una imagen pintada por debajo… una carta grande, parece, solo que no la reconozco.
Seto frunció el ceño y se unió al mago.
—¿De qué estás hablando? Nosotros no pintamos ninguna imagen por debajo. Por los mocasines enmohecidos del Embozado, ¿qué es eso?
—Ocre rojo, diría yo. Algo que podría haber pintado un barghastiano…
—O un rhivi —murmuró Seto—. ¿Qué es esa figura del medio, la que tiene la cabeza de perro en el pecho?
—¿Cómo quieres que lo sepa? Además, yo diría que todo esto está bastante fresco. Quiero decir que es reciente.
—Bueno, pues bórralo, maldita sea.
Eje volvió a salir a gatas.
—Imposible, esa cosa está recubierta de una red de protecciones y muchas cosas más. —Se irguió y miró a Rapiña a los ojos, después se encogió de hombros—. Es una carta nueva. Sin alineación ni orientación. Me gustaría hacer una copia del tamaño de la baraja y luego probarla con una lectura.
—Tú mismo —dijo Rapiña.
Seto reapareció lleno de energía de repente.
—Buena idea, Eje, y además podrías cobrar las lecturas. Si resulta que este nuevo Neutral es auténtico, entonces podrías intentar descubrir las nuevas tensiones, las nuevas relaciones y una vez que las conozcas…
Eje esbozó una gran sonrisa.
—Podríamos organizar otra partida. Sí…
Detoran gimió.
—Yo he perdido todo mi dinero.
—Como todos —le soltó Rapiña al tiempo que miraba furiosa a los dos zapadores.
—La próxima vez ya verás como funciona —dijo Seto.
Eje asentía con vigor.
—Lo siento si no parecemos muy entusiasmadas —dijo Mezcla arrastrando las palabras.
Rapiña se giró en redondo y miró al barghastiano.
—Trote, échale un vistazo a ese dibujo.
El guerrero bufó un poco y después se puso a cuatro patas. Gruñó y se metió como pudo bajo la mesa.
—Aquí no se ve nada —dijo.
Seto se dirigió a Eje.
—Vuelve a hacer ese truco de la luz, idiota.
El mago esbozó una mueca que dedicó al zapador y después hizo un gesto. Debajo de la mesa volvió a hacerse la luz.
Trote se quedó callado unos momentos antes de salir de debajo de la mesa y ponerse en pie.
—¿Y bien? —preguntó Rapiña.
El barghastiano sacudió la cabeza.
—Rhivi.
—Los rhivi no juegan con las barajas —dijo Eje.
Trote le enseñó los dientes.
—Los barghastianos tampoco.
—Necesito un poco de madera —dijo Eje mientras se rascaba el rastrojo que le cubría la estrecha mandíbula—. Y un punzón —continuó, seguía sin hacerles mucho caso a los demás—. Y pinturas y un pincel…
Los demás se lo quedaron mirando cuando salió de la tienda. Rapiña suspiró y miró furiosa a Seto por última vez.
—No es lo que yo llamaría una entrada alentadora en el séptimo pelotón, zapador. A Azogue estuvo a punto de darle un ataque cuando perdió la columna entera. Ahora mismo tu sargento debe de estar destripando unas puñeteras perdices mientras susurra tu nombre; quién sabe, puede que te cambie la suerte y no le oiga ningún demonio.
Seto la miró con el ceño fruncido.
—Ja, ja.
—No creo que hable en broma —dijo Detoran.
—Muy bien —soltó Seto— pues yo también tengo una maldición esperando y puedes tener la puta seguridad de que os voy a llevar a todos conmigo.
—Eso es lo que yo llamo espíritu de equipo, sí, señor —dijo Trote con una gran sonrisa.
Rapiña lanzó un gruñido.
—Muy bien, soldados, salgamos de aquí.
Paran y Zorraplateada se apartaron un poco de los otros y contemplaron el cielo que se iluminaba por el este con vetas del color del cobre y del bronce. Las últimas estrellas iban desapareciendo del firmamento, una dispersión fría e indiferente que se rendía a la calidez de un día azul y sin nubes.
Tras las últimas y delicadas horas que se habían ido alargando, interminables, como una sucesión de dolor y angustia en la mente de Paran, había llegado el agotamiento emocional y con él una calma febril. El capitán se había quedado callado, temeroso de hacer pedazos esa paz interior que sabía que no era más que una ilusión, un respiro de introspección en medio de una tormenta.
«Hay que sacar a la luz a Velajada». Y sin duda lo había hecho. La primera vez que sus ojos se habían encontrado, habían liberado todos los recuerdos compartidos y esa liberación fue una maldición explosiva para Paran. Una niña. Estoy mirando a una niña, rehuyo espantado la sola idea de haber pasado momentos íntimos con ella, aunque entonces fuera una mujer adulta. La mujer ya no existe. Ahora es una niña. Pero era algo más que angustia lo que hervía en su interior. Otra presencia, entrelazada como cable de hierro negro por todo lo que era Velajada. Escalofrío, la hechicera, amante en otro tiempo de Bellurdan, allá donde ella iba, allí la seguía el thelomenio. Aquello era cualquier cosa salvo una relación en términos de igualdad, y en ese momento, con Escalofrío, llegaba una presencia amarga y exigente. Amarga, sin duda. Resentida con Tayschrenn… con la emperatriz, con el Imperio de Malaz y el Embozado sabrá con qué o con quién más. Sabe que la traicionaron en la Escalada de Pale. Tanto a ella como a Bellurdan, allá en la llanura. Bellurdan, su pareja.
Zorraplateada habló entonces.
—No tienes que temer a los t’lan imass.
El capitán parpadeó y se recompuso.
—Eso has dicho. Porque siguen tus órdenes. Pero lo que todos nos preguntamos es qué planes exactos tienes con el ejército de los no muertos. ¿Qué importancia tiene esa reunión?
La niña suspiró.
—En realidad es muy sencillo. Se reúnen para recibir una bendición. La mía.
El soldado la miró.
—¿Por qué?
—Porque soy una invocahuesos de carne y hueso, la primera en cientos de miles de años. —Después se le endureció la expresión—. Pero primero los vamos a necesitar. Con todo su poder. A todos nos aguardan horrores… en el Dominio Painita.
—Los otros deben saberlo, lo de esa bendición, lo que significa, Zorraplateada, y también algo más sobre la amenaza que nos aguarda en el Dominio Painita. Brood, Kallor…
La niña sacudió la cabeza.
—Mi bendición no es asunto suyo. En realidad no es asunto de nadie salvo mío. Y de los t’lan imass. En cuanto a los painitas… Yo misma debo aprender algo más antes de osar hablar. Paran, te he contado todo esto por lo que fuimos y por lo que tú… por aquello en lo que nos hemos convertido.
¿Y en qué nos hemos convertido? No, no es una pregunta para este momento.
—Jen’isand Rul.
La niña frunció el ceño.
—Ese es un lado de ti que no entiendo. Pero hay más, Paran. —Dudó un momento y después continuó—. Dime, ¿qué sabes de la baraja de los Dragones?
—Casi nada. —Pero sonrió porque oyó a Velajada con más claridad que en cualquier otro momento desde que se habían encontrado.
Zorraplateada respiró hondo, contuvo el aliento un momento y después soltó el aire poco a poco mientras sus ojos velados se posaban una vez más en el sol naciente.
—La baraja de los Dragones. Una especie de estructura impuesta en el poder en sí. ¿Quién le dio origen? Nadie lo sabe. Lo que yo creo, lo que Velajada cree, es que cada carta es una puerta a una senda y que en otro tiempo hubo muchas más cartas que ahora. Puede que hayan existido otras barajas. Bien podría haber habido otras bajaras…
El capitán la estudió.
—Sospechas algo más, ¿no?
—Sí. He dicho que nadie sabe quién creó la baraja de los Dragones. Sin embargo, hay otra entidad igual de misteriosa, también una especie de estructura, que se concentra en el poder en sí. Piensa en la terminología utilizada en la baraja de los Dragones. Casas… Casas de Oscuridad, de Luz, de Vida y Muerte… —Zorraplateada se dio la vuelta lentamente y lo miró—. Piensa en la palabra «finnest». Su significado, tal y como lo conocen los t’lan imass, es «fortaleza de hielo». Hace mucho tiempo, entre las razas ancestrales, una fortaleza era sinónimo de casa en significado y en el uso común, y, de hecho, sinónimo también de senda. ¿Dónde reside la fuente de poder de un jaghut? En un finnest. —La niña hizo otra pausa y buscó algo en los ojos de Paran—. En trellish, Tremorlor es «Casa de Vida».
Finnest… como en Casa del Finnest, en Darujhistan… una Casa de Azath.
—Jamás he oído hablar de Tremorlor.
—Es una Casa de Azath de Siete Ciudades. En Malaz, en tu propio imperio, está la Casa Mortuoria, la Casa de Muerte…
—Y tú crees que las Casas de Azath y las Casas de la baraja son lo mismo.
—Sí. O bien están vinculadas de algún modo. ¡Piensa en ello!
Eso era justo lo que estaba haciendo Paran. No sabía mucho de ninguna de las dos y no se le ocurría cómo podía estar relacionado con ellas. Su inquietud se profundizó, seguido por una dolorosa punzada en el estómago. El capitán frunció el ceño. Estaba demasiado cansado para reflexionar, pero tenía que hacerlo.
—Se dice que el antiguo emperador, Kellanveld, y Danzante encontraron una forma de entrar en la Casa de Muerte…
—Desde entonces Kellanveld y Danzante han ascendido y rigen ahora la Casa de Sombra. Kellanveld es Tronosombrío y Danzante es Cotillion, la Cuerda, Patrón de los Asesinos.
El capitán se la quedó mirando.
—¿Qué?
Zorraplateada esbozó una gran sonrisa.
—Si lo piensas es obvio, ¿no? Entre los ascendientes, ¿quién fue tras Laseen… con la intención de destruirla? Tronosombrío y Cotillion. ¿Por qué le iba a importar a un ascendiente una mortal, ya fuera en un sentido u otro? A menos que tuvieran ansias de venganza.
La mente de Paran se disparó por los recuerdos de un camino en la costa de Itko Kan, una matanza espantosa, heridas hechas por mandíbulas enormes, bestiales. Mastines, mastines de Sombra, los cachorritos de Tronosombrío… A partir de ese día el capitán había tomado un nuevo camino tras la joven de la que Cotillion había tomado posesión. Desde ese día, su vida había comenzado a desplegar lo que le tenía reservado el destino.
—¡Espera! Kellanveld y Danzante entraron en la Casa de Muerte; entonces ¿por qué no tomaron esa orientación, la orientación de la Casa de Muerte?
—Yo también lo he pensado y he llegado a una conclusión. El reino de la Muerte ya estaba ocupado, Paran. El Rey de la Gran Casa de Muerte es el Embozado. Ahora creo que cada Azath alberga una puerta, una forma de entrar en cada senda. Si accedes a la Casa, puedes… escoger. Kellanveld y Danzante encontraron una Casa vacía, un trono vacío y al ocupar sus lugares como regentes de las Sombras, apareció la Casa de Sombra y se convirtió en parte de la baraja de los Dragones. ¿Lo ves?
Paran asintió poco a poco mientras luchaba por asimilarlo todo. Unos temblores dolorosos le retorcían el estómago y los apartó. ¿Pero qué tiene que ver eso conmigo?
—La Casa de Sombra fue en otro tiempo una fortaleza —continuó Zorraplateada—. Se nota, no comparte la estructura jerárquica de las otras Casas. Es bestial, un lugar más salvaje y, aparte de los mastines, no conoció otro soberano durante mucho, mucho tiempo.
—¿Qué hay de los Neutrales de la baraja?
La pequeña se encogió de hombros.
—¿Orientaciones fallidas? ¿La imposición de la casualidad, de fuerzas aleatorias? El Azath y la baraja son ambos imposiciones de orden, pero hasta el orden necesita libertad, de otra forma se solidifica y se hace más frágil.
—¿Y dónde crees tú que encajo yo? No soy nada, Zorraplateada. Un simple y torpe mortal. —Dioses, dejadme fuera de todo esto, de todo aquello a lo que parece que me lleváis. Por favor.
—He pensado mucho en eso, Paran. Anomander Rake es el caballero de la Casa de Oscuridad —dijo la niña—, pero ¿dónde está la Casa en sí? En un principio estaba la Oscuridad, la madre que dio origen a todo. Así que debe de ser un lugar ancestral, una fortaleza, o quizás algo que llegó antes que las propias fortalezas. Un foco para la puerta que lleva a Kurald Galain… nunca descubierta, oculta, la primera herida, con un alma atrapada en su buche, un alma que lo sella.
—Un alma —murmuró Paran, un escalofrío le recorrió la columna—, o una legión de almas…
Zorraplateada expulsó el aire con un siseo.
—Antes de las Casas había fortalezas —continuó Paran con una lógica implacable—. Ambas fijas, ambas inmóviles. Asentadas. Antes de asentarse… vagaban. La Casa salió de la fortaleza, la fortaleza de… una puerta en movimiento, un movimiento incesante… —El capitán cerró los ojos con fuerza—. Una carreta, cargada bajo el peso de un sinfín de almas que sellan la puerta que lleva a la Oscuridad… —Y yo mandé dos mastines a través de esa herida, vi el sello perforado… por el abismo…
—Paran, le ha pasado algo… a la baraja de los Dragones. Ha llegado una nueva carta. Sin alienación todavía, pero, creo, dominante. La baraja jamás ha poseído un… amo, un señor. —La niña lo miró—. Creo que ahora tiene uno. Tú.
Paran abrió los ojos de repente y se la quedó mirando con aire incrédulo, después con desdén.
—Tonterías, Vela… Zorraplateada. Yo no. Te equivocas. Tienes que…
—No me equivoco. Algo guio mi mano para elaborar la carta que es tu…
—¿Qué carta?
Zorraplateada no respondió, continuó como si no hubiera oído al capitán.
—¿Fue el Azath el que me guio? ¿O alguna otra fuerza desconocida? No lo sé. Jen’isand Rul, el Errante dentro de la Espada. —La niña lo miró a los ojos—. Eres un nuevo Neutral, Ganoes Paran. Nacido por accidente o con algún propósito cuya necesidad solo el Azath conoce. Debes hallar la respuesta para tu propia creación, debes buscar el propósito que se encuentra tras aquello en lo que te has convertido.
Las cejas del hombre se alzaron con aire burlón.
—¿Me asignas una misión? Por favor, Zorraplateada. Los hombres carentes de propósitos y sentido no emprenden misiones. Eso es para los héroes de ojos claros de los poemas épicos. Yo no creo en objetivos, ya no. No son más que formas de engañarse a uno mismo. Si me impones esa tarea, me temo que te llevarás un gran desengaño. Igual que el Azath.
—Ha estallado una guerra invisible, Paran. Las propias sendas están sufriendo un ataque, siento la presión en la baraja de los Dragones, aunque todavía tengo que posar una mano en una sola de sus cartas. Creo que se está… reuniendo un ejército, y tú, un soldado, formas parte de ese ejército.
Ah, sí, así habla Velajada.
—Ya tengo suficientes guerras que librar, Zorraplateada.
Los ojos de la niña brillaron cuando levantó la cabeza y lo miró.
—Quizá, Ganoes Paran, son todas la misma guerra.
—Yo no soy Dujek, ni Brood, no puedo manejar todas esas… campañas. Me está… destrozando.
—Lo sé. No puedes esconderme tu dolor, lo veo en tu cara, y me rompe el corazón.
El capitán apartó los ojos.
—Yo también tengo sueños… una niña dentro de una herida. Una niña que chilla.
—¿Huyes de esa niña?
—Sí —admitió el capitán con un temblor—. Esos chillidos son… terribles.
—Debes correr hacia la niña, mi amor. La huida solo servirá para cerrar tu corazón.
Paran se volvió hacia ella. «Mi amor», ¿palabras acaso para manipular mi corazón?
—¿Quién es esa niña?
La pequeña sacudió la cabeza.
—No lo sé. Una víctima de la guerra invisible, quizá. —Zorraplateada intentó sonreír—. No es la primera vez que ponen a prueba tu valor, Paran, y nunca te ha fallado.
—Siempre hay una primera vez —murmuró él con una mueca.
—Eres el Errante dentro de la Espada. La carta existe.
—Me da igual.
—Y a ella también —le replicó la niña—. No tienes más alternativa.
El capitán se volvió hacia ella.
—¡Nada nuevo, entonces! ¡Ahora pregúntale a Oponn lo bien que lo hice! —Su carcajada fue salvaje—. Dudo que los Gemelos lleguen a recuperarse. Escogéis mal conmigo, Velajada, ¡siempre escogéis mal conmigo!
La pequeña se lo quedó mirando y después, de la forma más exasperante, se limitó a encogerse de hombros.
A Paran lo invadió el desaliento de repente y se dio la vuelta. Su mirada recayó en la mhybe, Whiskeyjack, Mazo y Ben el Rápido. Ninguno de los cuatro se había movido en todo aquel tiempo. Su paciencia, maldita sea, su fe, le daba ganas de gritar. Escogéis mal. Todos y cada uno de vosotros, malditos seáis. Pero también sabía que no le escucharían.
—Yo no sé nada de la baraja de los Dragones —dijo sin entusiasmo.
—Si tenemos tiempo, yo te enseñaré. Si no, encontrarás tu propio camino.
Paran cerró los ojos. El dolor del estómago había regresado y aumentaba, una oleada lenta y creciente que ya no podía contener. Sí, claro. Velajada no podía hacer menos. Ahí lo tienes, Whiskeyjack. Es ella la que dirige ahora y los demás la siguen. Un buen soldado, así es el capitán Ganoes Paran…
Regresó en sus pensamientos a ese reino tenso y aterrador del interior de la espada Dragnipur, las legiones de almas encadenadas que arrastraban sin cesar su carga imposible… y en el corazón de la carreta un vacío frío y oscuro del que salían las cadenas. El carro transporta la puerta, la puerta que lleva a Kurald Galain, la senda de la Oscuridad. La espada reúne almas para sellarla… Qué herida debe de ser entonces para exigir tantas almas… El capitán gimió al sentir una oleada de dolor. La manita de Zorraplateada se alzó para tocarle el brazo.
Paran estuvo a punto de estremecerse al notar el contacto.
Os voy a fallar a todos.