Dujek Unbrazo y su ejército aguardaron la llegada de Caladan Brood y sus aliados: los tiste andii de los páramos, los clanes barghastianos del extremo norte, una decena de contingentes mercenarios y los rhivi de las llanuras. Allí, en el campo de la muerte todavía en carne viva, a las afueras de la ciudad de Pale, se encontrarían las dos fuerzas. No para librar una guerra, sino para tallar la paz a partir de una historia amarga. Ni Dujek ni Brood ni nadie entre aquella legendaria compañía podría haber anticipado el consiguiente choque, no de espadas, sino de mundos…
Confesiones de Artanthos
Unas cumbres bajas ribeteaban las colinas a una legua al norte de Pale, cicatrices apenas curadas de una época en la que el atrevimiento de la ciudad pretendió devorar las estepas que bordeaban la llanura de Rhivi. Desde que se tenía recuerdo, las colinas habían sido sagradas para los rhivi. Los granjeros de Pale habían pagado por su temeridad con sangre.
Y, sin embargo, la tierra tardaba en sanar, quedaban ya pocos de los antiguos menhires, los círculos de rocas y las criptas de losas. Las piedras se apilaban de cualquier modo en montones sin significado alguno junto a lo que habían sido terrazas de campos de maíz. Todo lo que había de sagrado en aquellas tierras se consideraba tal ya solo en las mentes de los rhivi.
Como en la fe, así somos en verdad. La mhybe se envolvió un poco mejor los hombros delgados y huesudos con la piel de antílope. Una nueva colección de dolores y molestias dibujaban el mapa de su cuerpo esa mañana, prueba de que la niña le había absorbido más energía durante la noche pasada. La anciana se dijo que no sentía resentimiento alguno, tales necesidades no se podían burlar y, en cualquier caso, no había mucho de natural en aquella niña. Unos espíritus inmensos y fríos y los ensalmos ciegos de la hechicería habían conspirado para tallar y dar vida a algo nuevo, único.
Y se estaba acabando el tiempo, quedaba ya tan poco.
Los ojos oscuros de la mhybe resplandecieron en sus nidos de arrugas al observar a la niña que correteaba por las terrazas agostadas. El instinto de una madre nunca se dormía. No estaba bien maldecirlo ni arremeter contra los vínculos del amor que llegaban con la división de la carne. A pesar de todos los defectos que bramaban en su interior, a pesar de todas las exigencias retorcidas que se entretejían en el interior de su hija, la mhybe no podía, no quería, hilar telas de odio.
No obstante, el marchitamiento de su cuerpo debilitaba los dones del corazón a los que ella se aferraba con tanta desesperación. Menos de una estación antes, la mhybe había sido una mujer joven, ni siquiera desposada todavía. Una joven orgullosa, poco dispuesta a aceptar las medias trenzas de hierba que numerosos hombres jóvenes y viriles habían dejado ante la entrada de su tienda; todavía no estaba lista para entretejer su propia trenza y atarse así al matrimonio.
Los rhivi eran un pueblo sumido en el dolor, ¿cómo se podía pensar en un marido y una familia en esos tiempos de guerra incesante y devastadora? Ella no estaba tan ciega como el resto de sus hermanas, ella no abrazaba esa supuesta obligación bendecida por los espíritus de producir hijos para alimentar el suelo que se extendía ante la guadaña de la Parca. Su madre había sido una lectora de huesos, con el don y la capacidad de sostener todo el cúmulo de recuerdos de su pueblo, de cada linaje hasta remontarse a la lágrima del espíritu moribundo. Y su padre había sostenido la lanza de guerra, primero contra los barghastianos Caras Blancas y después contra el Imperio de Malaz.
Los echaba de menos a los dos, mucho, pero entendía que sus muertes, junto con su propia reticencia a aceptar el roce de un hombre, habían conspirado para convertirla en la elección ideal a los ojos de la hueste de espíritus. Una vasija sin vínculos, una vasija en la que depositar dos almas destrozadas (una más allá de la muerte y la otra retenida en el umbral del adiós gracias a hechicerías ancestrales, dos identidades entrelazadas), una vasija que se utilizaría para alimentar a la niña antinatural así creada.
Entre los rhivi, que viajaban con sus rebaños y no alzaban paredes de piedra o ladrillo, tal recipiente, destinado a un único uso concreto después del cual se desechaba, se llamaba un mhybe y así había encontrado un nuevo nombre; cada verdad de su vida quedó contenida en él.
Vieja sin sabiduría, marchita sin el don de los años, y sin embargo se espera de mí que guíe a esta niña, a esta criatura, que gana una estación con cada una que yo pierdo, para quien el destete significará mi muerte. Mírala ahora, jugando como jugaría una niña; sonríe ignorante del precio que su existencia, que su crecimiento, me exige.
La mhybe oyó unos pasos tras ella y un momento después una mujer alta de piel negra se colocó a su lado. Los ojos sesgados de la recién llegada se posaron en la niña que jugaba en la ladera de la colina. El viento de la pradera le cubría la cara con mechones sueltos de cabello negro. Una magnífica armadura de escamas resplandecía bajo la camisa de cuero de vaca teñida de negro que lucía la mujer.
—Engaña —murmuró la mujer tiste andii—, ¿no es cierto?
La mhybe suspiró y después asintió.
—No parece algo que pueda generar miedo —continuó la mujer de piel negra como la noche— o que pueda ser el centro de acerbas discusiones…
—¿Ha habido más, entonces?
—Sí. Kallor renueva su asalto.
La mhybe se puso rígida, levantó la cabeza y miró a la tiste andii.
—¿Y? ¿Ha habido algún cambio, Korlat?
—Brood se mantiene firme —respondió Korlat tras un momento. Después se encogió de hombros—. Si tiene dudas, las oculta bien.
—Las tiene —dijo la mhybe—. Pero la necesidad que tiene de los rhivi y nuestros rebaños pesa todavía más que ellas. Es un simple cálculo, nada que ver con la fe. ¿Continuará necesitándonos una vez que se entable una alianza con el manco malazano?
—Esperemos —aventuró Korlat— que los malazanos sepan algo más sobre los orígenes de la niña…
—¿Lo suficiente para mitigar la posible amenaza? Debes hacerle entender a Brood, Korlat, que lo que las dos almas fueron una vez no es nada comparado con aquello en lo que se han convertido. —Sin apartar los ojos de la niña que jugaba, la mhybe continuó—: La crearon dentro de la influencia de un t’lan imass, su senda intemporal se convirtió en las hebras que la ataron y que fueron entretejidas por un invocahuesos imass, un invocahuesos de carne y hueso, Korlat. Esta niña pertenece a los t’lan imass. Puede ser que vaya revestida con la carne de una rhivi y bien puede ser que su interior contenga las almas de dos magos malazanos pero ahora es una soletaken, y mucho más: una invocahuesos. E incluso estas verdades no hacen sino rozar los bordes de aquello en lo que se convertirá. Dime, ¿qué necesidad tienen los inmortales t’lan imass de una invocahuesos de carne y hueso?
La mueca de Korlat se hizo irónica.
—No soy la persona a la que debes preguntar.
—Ni tampoco lo son los malazanos.
—¿Estás segura? ¿No marcharon los t’lan imass bajo los estandartes malazanos?
—Pero ya no lo hacen, Korlat. ¿Qué brecha oculta se abre entre ellos ahora? ¿Qué motivos secretos podrían hallarse bajo todo lo que los malazanos aconsejan? No tenemos forma de adivinarlo, ¿verdad?
—Me imagino que Caladan Brood es consciente de tales posibilidades —dijo la tiste andii con sequedad—. En cualquier caso, podrás ser testigo y tomar parte de estos asuntos, mhybe. El contingente malazano se acerca y el caudillo quiere que presencies el parlamento.
La mhybe se dio la vuelta. El campamento de Caladan Brood se extendía ante ella, organizado con la precisión habitual. Los mercenarios al oeste, los tiste andii dominando el centro y los campamentos rhivi de la mhybe y los rebaños de bhederin al este. La marcha había sido larga, desde el altiplano del Viejo Rey, atravesando las ciudades de Gato y después Remiendo hasta llegar al fin al antiguo camino Rhivi que serpenteaba al sur y cruzaba la llanura que era el hogar tradicional de los rhivi. Un hogar desgarrado por años de guerra, de ejércitos en marchas eternas y las bombas incendiarias de los moranthianos cayendo del cielo… Los quorls que giraban en un silencio moteado de negro, el horror que descendía sobre nuestros campamentos… nuestros rebaños sagrados.
Y, sin embargo, ahora se supone que debemos estrechar las muñecas de nuestros enemigos. Con los invasores malazanos y los desalmados moranthianos hemos de tejer trenzas de matrimonio (nuestros dos ejércitos), las mandíbulas trabadas en las gargantas del otro durante tanto tiempo, pero un matrimonio no en nombre de la paz. No, estos guerreros buscan ahora otro enemigo, un nuevo enemigo…
Más allá del ejército de Brood, al sur se alzaban los muros recién reparados de Pale, las manchas de la violencia eran un recordatorio escalofriante de las hechicerías malazanas. Un grupo de jinetes acababa de partir de la puerta norte de la ciudad y un estandarte gris sin distintivos anunciaba que eran unos proscritos, para que todo el mundo lo viera mientras atravesaban sin prisas el campo de la muerte desnudo, rumbo al campamento de Brood.
Los ojos de la mhybe se entrecerraron y se clavaron con suspicacia en ese estandarte. Anciana, tus miedos son una maldición. No pienses en la desconfianza, no pienses en los horrores que sufrimos a manos de estos que otrora fueron nuestros invasores. Dujek Unbrazo y su hueste han sido proscritos por la odiada emperatriz. Una campaña ha terminado. Comienza una nueva. Espíritus del inframundo, ¿veremos alguna vez el fin de la guerra?
La niña fue a reunirse con las dos mujeres. La mhybe bajó la cabeza y la miró, vio en el fondo de la mirada firme e inquebrantable de la niña un conocimiento y una sabiduría que parecían fruto de una vida de milenios, y quizá lo fueran. Aquí estamos las tres, a la vista de todos: una niña de diez u once años, una mujer de rostro joven con ojos que no son humanos y una anciana encorvada; y es, en cada detalle, todo una ilusión, pues lo que yace en nuestro interior es lo opuesto. Yo soy la niña. La tiste andii ha conocido miles de años de vida y la niña… cientos de miles.
Korlat también había bajado la cabeza para mirar a la niña. La tiste andii sonrió.
—¿Has disfrutado de tus juegos, Zorraplateada?
—Durante un rato —respondió la niña con una voz sorprendentemente baja—. Pero después me puse triste.
Korlat alzó las cejas.
—¿Y eso por qué?
—Antaño había aquí una confianza sagrada, entre estas colinas y los espíritus de los rhivi. Ahora está rota. Los espíritus no eran más que vasijas sin ataduras, vasijas de pérdida y dolor. Las colinas nunca sanarán.
La mhybe sintió que se le helaba la sangre. La niña iba revelando con cada día una sensibilidad que rivalizaba con la de la cargadora más sabia entre las tribus. Pero había también cierta frialdad en esa sensibilidad, como si tras cada palabra compasiva yaciera una intención oculta.
—¿No se puede hacer nada, hija?
Zorraplateada se encogió de hombros.
—Ya no es necesario.
Como ahora, por ejemplo.
—¿A qué te refieres?
La niña de carita redonda levantó la cabeza y le sonrió a la mhybe.
—Si hemos de presenciar el parlamento, madre, será mejor que nos demos prisa.
El lugar de encuentro estaba a veinticinco metros de los últimos piquetes, en una pequeña elevación. Al oeste se podían ver los túmulos más recientes que se habían levantado para enterrar a los muertos tras la caída de Pale. La mhybe se preguntó si ese sinfín de víctimas estaban contemplando desde lejos la escena que se desplegaba ante ella. Después de todo, hay espíritus que nacen de sangre derramada. Y sin una propiciación, con frecuencia se retuercen y convierten en fuerzas hostiles llenas de rencor y torturadas por visiones de pesadilla. ¿Son solo los rhivi los que conocen estas verdades?
De la guerra a la alianza, ¿qué pensarían esos fantasmas de esto?
—Se sentirían traicionados —dijo Zorraplateada a su lado—. Yo les responderé, madre. —La pequeña estiró el brazo para coger la mano de la mhybe mientras caminaban—. Este es un momento para los recuerdos. Recuerdos antiguos y recuerdos recientes…
—¿Y tú, hija —preguntó la mhybe en tono bajo y febril—, eres el puente que une ambos?
—Eres una mujer sabia, madre, a pesar de tu falta de fe en ti misma. Lo oculto se revela poco a poco. Mira a esos que en otro tiempo fueron enemigos. Libras una guerra en tu mente, levantas todas las diferencias que hay entre nosotros, luchas por aferrarte a tu antipatía, al odio que sientes hacia ellos, pues eso es lo que conoces. Los recuerdos son los cimientos de tal odio. Pero, madre, los recuerdos albergan otra verdad, una verdad secreta y que es todo lo que hemos experimentado, ¿sí?
La mhybe asintió.
—Eso nos cuentan nuestros mayores, hija —dijo la madre al tiempo que contenía una leve irritación.
—Experiencias. Son lo que compartimos. Desde lados contrarios, quizá, pero son las mismas. Las mismas.
—Hay algo que sé, Zorraplateada. La culpa no tiene sentido. Tiran de todos nosotros, igual que de las mareas tira una voluntad invisible e implacable…
La mano de la niña apretó la de la mhybe.
—Entonces pregúntale a Korlat, madre, lo que le cuentan sus recuerdos.
La mujer rhivi miró a la tiste andii y levantó las cejas.
—Has estado escuchando —dijo—, sin embargo nada has dicho. ¿Qué respuesta espera mi hija de ti?
La sonrisa de Korlat se hizo melancólica.
—Las experiencias son las mismas. Entre vuestros dos ejércitos, desde luego. Pero también… a lo largo del tiempo. Entre todos los que poseen memoria y recuerdos, ya sean individuos o un pueblo entero, las lecciones de la vida son siempre las mismas lecciones. —Los ojos, en ese momento violetas, de la tiste andii se posaron en Zorraplateada—. Incluso entre los t’lan imass, ¿es eso lo que nos estás diciendo, pequeña?
La niña se encogió de hombros.
—En todo lo que ha de llegar, pensad en el perdón. Aferraos a él pero sabed también que no siempre debe concederse sin más. —Zorraplateada posó su mirada adormilada en Korlat y los ojos oscuros se endurecieron de repente—. A veces hay que negar el perdón.
Un silencio siguió a la frase. Queridos espíritus, guiadnos. La niña me asusta. De hecho, hasta entiendo a Kallor… y eso es lo más preocupante.
Se detuvieron a un lado del lugar del parlamento, tras los piquetes del campamento de Brood.
Unos momentos después, los malazanos alcanzaban la elevación. Eran cuatro. A la mhybe no le costó reconocer a Dujek, el puño supremo renegado. Pero aquel hombre manco era mayor de lo que ella esperaba y se sentaba en la silla de su castrado roano como lo haría un hombre que sufriera dolores ya antiguos y tuviera los huesos rígidos. Era delgado, de estatura media, vestía una armadura lisa y portaba una espada corta de reglamento sin ornamento alguno sujeta al cinturón. Su rostro estrecho y afilado como un cuchillo carecía de barba y lucía toda una vida de cicatrices de batalla. No llevaba casco y la única indicación de su rango era la larga capa gris y el broche de plata labrada.
A la izquierda de Dujek cabalgaba otro oficial de barba gris y constitución sólida. El casco con celada y almófar disimulaba buena parte de sus rasgos, pero la mhybe percibió en él una fuerza de voluntad inconmensurable. Se sentaba muy erguido en la silla, aunque la mujer notó que mantenía la pierna izquierda en una postura incómoda y que no apoyaba la bota en el estribo. La malla del camisote que le llegaba a las pantorrillas estaba abollada y ribeteada de puntadas de cuero. A la mhybe no le pasó desapercibido que se encontraba en el desprotegido lado izquierdo de Dujek.
A la derecha del puño supremo renegado llegaba un hombre joven, era evidente que era una especie de ayudante. Se trataba de un hombre anodino, pero la mhybe vio que sus ojos se paseaban sin cesar y abarcaban los detalles de todo lo que veía. Era ese hombre el que sostenía el estandarte de la proscripción en una mano enfundada en cuero.
El cuarto jinete era un moranthiano negro, encerrado por completo en su armadura quitinosa, una armadura muy dañada. El guerrero había perdido cuatro dedos de la mano derecha, pero continuaba poniéndose lo que quedaba del guantelete. Un sinfín de cuchilladas estropeaban la reluciente armadura negra.
Korlat gruñó en voz baja al lado de la mhybe.
—Un grupo de tipos duros, ¿no crees?
La mhybe asintió.
—¿Quién es el que está a la izquierda de Dujek Unbrazo?
—Whiskeyjack, me imagino —respondió la tiste andii con una sonrisa irónica—. Toda una figura, ¿verdad?
Por un momento la mhybe se sintió como la joven que era en realidad y arrugó la nariz.
—Los rhivi no son tan peludos, gracias a los espíritus.
—Aun así…
—Sí, aun así.
Habló entonces Zorraplateada.
—Me gustaría que fuera mi tío.
Las dos mujeres bajaron la cabeza y la miraron, sorprendidas.
—¿Tu tío?
La niña asintió.
—Se puede confiar en él. Mientras que el viejo manco está ocultando algo; bueno, no, los dos ocultan algo y es el mismo secreto, pero yo confío en el barbudo de todos modos. El moranthiano… se ríe por dentro. Siempre se ríe y nadie lo sabe. No es una risa cruel, sino una risa llena de pena. Y el del estandarte… —Zorraplateada frunció el ceño—. No estoy segura de él. Creo que nunca lo he estado…
La mhybe se encontró con los ojos de Korlat sobre la cabeza de la niña.
—Sugiero —dijo la tiste andii— que nos acerquemos un poco más.
Cuando se aproximaron a la elevación salieron dos figuras de entre los piquetes seguidas por un escolta con un estandarte sin pendón, todos a pie. Al verlos, la mhybe se preguntó qué pensarían los malazanos de los dos guerreros que iban delante. Había sangre barghastiana en Caladan Brood, una sangre que se reflejaba en su forma alta y pesada y en su rostro amplio y chato, y había algo más, algo que no era del todo humano. Era un hombre enorme, a la altura del martillo de hierro que llevaba atado a la espalda. Dujek y él llevaban librando duelos en ese continente desde hacía más de doce años, un choque de voluntades que había visto más de una veintena de batallas encarnizadas e igual número de asedios. Ambos soldados se habían enfrentado a situaciones apuradas más de una vez, pero habían salido de todas, ensangrentados pero vivos. Ya hacía mucho tiempo que le habían tomado la medida al otro en los campos de batalla, pero ese día, al fin, estaban a punto de encontrarse cara a cara.
Al lado de Brood caminaba Kallor, alto, flaco y canoso. La sobreveste de cuerpo entero de cota de malla resplandecía bajo la luz difusa de la mañana. Una espada bastarda lisa le colgaba de unos aros de hierro que llevaba en las correas y se balanceaba al ritmo de sus pasos pesados. Si algún jugador de aquella partida letal había seguido siendo un misterio para la mhybe, era ese, el que se había autodenominado rey supremo. De hecho, de lo único que la mujer rhivi podía estar segura era del odio que Kallor sentía por Zorraplateada, un odio nacido del miedo y quizá de una información que solo ese hombre poseía, una información que no parecía dispuesto a compartir con nadie. Kallor afirmaba haber vivido milenios enteros, afirmaba haber regido en cierto tiempo un imperio que él mismo había al fin destruido por razones que se negaba a revelar. Sin embargo no era un ascendiente, su longevidad probablemente era producto de la alquimia y era cualquier cosa salvo perfecta, pues su rostro y su cuerpo habían sufrido los mismos estragos que un mortal que se acercara al siglo de vida.
Brood utilizaba todo lo que sabía Kallor de táctica, lo que parecía un dominio instintivo de los movimientos y cambios que exigían campañas inmensas, pero para todos estaba claro que para el rey supremo tales contiendas no eran más que juegos de paso a los que asistía distraído y con un desinterés apenas disimulado. Kallor no inspiraba lealtad entre los soldados. Un respeto reticente era todo lo que lograba aquel hombre, y la mhybe sospechaba que eso era todo lo que había logrado o lograría jamás.
Su expresión cuando Brood y él llegaron a la elevación revelaba desdén y desprecio al contemplar a Dujek, Whiskeyjack y el comandante moranthiano. Costaría no ofenderse, pero los tres malazanos no parecieron prestar mucha atención al rey supremo cuando desmontaron; tenían los ojos clavados en Caladan Brood y no los apartaron en ningún momento.
Dujek Unbrazo se adelantó.
—Saludos, caudillo. Permíteme presentarte a mi modesto contingente. El segundo al mando, Whiskeyjack; Artanthos, mi actual portaestandartes, y el líder de las legiones negras moranthianas, cuyo título se traduce como algo parecido a «conseguidor» y cuyo nombre es impronunciable. —El puño supremo renegado le sonrió a la figura de la armadura—. Desde que le estrechó la mano a un espíritu rhivi, ahí arriba en el bosque de Perronegro, nos ha dado por llamarlo Torzal.
—Artanthos… —murmuró Zorraplateada en voz baja—. Hace mucho tiempo que no usa ese nombre. Y tampoco es lo que parece.
—Si es una ilusión —susurró Korlat—, entonces es magistral. Yo no noto nada hostil.
La niña asintió.
—El aire de la pradera lo ha… rejuvenecido.
—¿Quién es, hija? —preguntó la mhybe.
—Una quimera, en realidad.
Al hilo de las palabras de Dujek, Brood gruñó antes de hablar a su vez.
—A mi lado está Kallor, mi segundo al mando. En nombre de los tiste andii está Korlat. Por los rhivi, la mhybe y su joven pupila. Con lo que queda de mi estandarte está el escolta Hurlochel.
Dujek había fruncido el ceño.
—¿Dónde está la Guardia Carmesí?
—El príncipe K’azz D’Avore y sus fuerzas se están ocupando de asuntos internos por el momento, puño supremo. No se unirán a nuestros esfuerzos contra el Dominio Painita.
—Una pena —murmuró Dujek.
Brood se encogió de hombros.
—Se han reunido unidades auxiliares para sustituirlos. Un regimiento montado saltoano, cuatro clanes de los barghastianos, una compañía mercenaria de Gato Tuerto y otra de Mott…
Whiskeyjack pareció atragantarse. Tosió y después sacudió la cabeza.
—Esos no serían los Irregulares de Mott, caudillo, ¿verdad?
La sonrisa de Brood reveló unos dientes limados.
—Sí, tú tienes cierta experiencia con ellos, ¿no, comandante? Cuando estuviste en las filas de los Abrasapuentes.
—Eran tremendos —asintió Whiskeyjack—, aunque no solo en la lucha, se pasaban la mayor parte del tiempo robándonos las provisiones y después huyendo, si no recuerdo mal.
—Talento para la logística, lo llamábamos nosotros —comentó Kallor.
—Confío —le dijo Brood a Dujek— en que los acuerdos con el concejo de Darujhistan hayan resultado satisfactorios.
—Así es, caudillo. Sus… donaciones… nos han permitido satisfacer nuestras necesidades de reaprovisionamiento.
—Creo que hay una delegación de Darujhistan de camino y no deberían tardar en llegar —añadió Brood—. Si requirieras ayuda adicional…
—Muy generoso por parte de Darujhistan —dijo el puño supremo con un asentimiento.
—La tienda de mando nos aguarda —dijo el caudillo—. Hay detalles que debemos discutir.
—Como digas —asintió Dujek—. Caudillo, tú y yo nos hemos enfrentado durante mucho tiempo, estoy deseando luchar a tu lado para variar. Esperemos que el Dominio Painita resulte ser un enemigo digno.
Brood hizo una mueca.
—Pero no demasiado digno.
—Desde luego —dijo Dujek con una sonrisa.
Todavía un poco apartada, en compañía de la tiste andii y de la mhybe, Zorraplateada sonrió y habló en voz baja.
—Así que ya lo tenemos. Se han mirado a los ojos, se han tomado la medida… y los dos están satisfechos.
—Una alianza notable, esta —murmuró Korlat con una leve sacudida de cabeza—. Renunciar con tanta facilidad a tanto…
—Los soldados pragmáticos —dijo la mhybe— son los más aterradores entre las personas que he conocido en mi corta vida.
Zorraplateada lanzó una risita gutural.
—Y tú dudas de tu propia sabiduría, madre…
La tienda de mando de Caladan Brood estaba en el centro del campamento tiste andii. Aunque la había visitado muchas veces y se había familiarizado con los tiste andii, a la mhybe la sorprendió una vez más la sensación de extrañeza cuando entró con los demás en el campamento. El tiempo vivido y el dolor eran alientos gemelos que llenaban los pasajes y senderos entre las tiendas estrechas y puntiagudas. No se conversaba mucho entre las pocas figuras altas y vestidas de oscuro junto a las que pasaban y tampoco se prestaba especial atención a Brood y su séquito; ni siquiera Korlat, la segunda al mando de Anomander Rake, recibía muchas miradas.
A la mhybe le costaba entenderlo, un pueblo atormentado por la indiferencia, una apatía que hacía que incluso los esfuerzos que podía suponer la simple cortesía resultaran excesivos. Había tragedias secretas en el pasado largo y torturado de los tiste andii. Heridas que nunca se curarían. Los rhivi habían terminado por darse cuenta que hasta el sufrimiento podía convertirse en una forma de vida. Extender luego esa existencia de décadas a siglos y después a milenios todavía provocaba en la mhybe una sensación apagada de horror.
Aquellas tiendas estrechas y arcanas podrían ser hogar de fantasmas, una necrópolis inquieta y vagabunda plagada de espíritus perdidos. Las cintas raídas y extrañamente manchadas atadas a las estacas de hierro de las tiendas añadían un toque votivo a la escena, al igual que las figuras demacradas y espectrales de los propios tiste andii. Parecían estar esperando, una expectación eterna que nunca dejaba de provocarle escalofríos a la mhybe. Y lo que era peor, la mujer conocía sus habilidades, los había visto sacar la espada en luchas varias y después empuñarla con una eficacia espantosa. Y había visto su hechicería.
Entre los humanos, la indiferencia fría que se manifestaba con frecuencia en actos de una crueldad brutal, era muchas veces la verdadera faz del mal (si existía tal cosa), pero en los tiste andii todavía tenían que verse ese tipo de acciones gratuitas. Luchaban bajo el mando de Brood por una causa que no era la suya y a los pocos que morían en tales ocasiones se limitaban a dejarlos en el campo de batalla. Había recaído sobre los rhivi la tarea de recuperar los cuerpos, tratarlos según las costumbres de los rhivi y llorar su muerte. Los tiste andii contemplaban tales esfuerzos sin expresión, como si les divirtiera la atención que se prestaba a un simple cadáver.
La tienda de mando los aguardaba un poco más adelante; octagonal y con armazón de madera, la lona era de un color naranja desvaído y muy remendado que en otro tiempo había sido rojo. Había pertenecido a la Guardia Carmesí y la habían dejado en un montón de basura antes de que el escolta Hurlochel llegara a rescatarla para el caudillo. Como con el estandarte, Brood no era de los que buscaban avíos orgullosos.
La gran solapa de la entrada se había apartado y la habían atado. Encima del poste principal descansaba un gran cuervo con la cabeza ladeada para mirar al grupo y el pico abierto como si lanzara una carcajada silenciosa. Los labios finos de la mhybe se crisparon en una pequeña sonrisa al distinguir a Arpía. La sirviente favorita de Anomander Rake se había aficionado a perseguir a Caladan Brood para ofrecerle consejos incesantes como una conciencia que se hubiera torcido. El gran cuervo había puesto a prueba la paciencia del caudillo más de una vez, pero Brood la tolera del mismo modo que tolera al propio Anomander Rake. Aliados incómodos… Todos los relatos coinciden, Brood y Rake han trabajado codo con codo durante mucho, mucho tiempo, ¿pero hay confianza entre ellos? Una relación difícil de entender, hay capas y capas de complejidad y ambigüedad, mucho más confusa todavía por el dudoso papel que desempeña Arpía a la hora de establecer un puente entre los dos guerreros.
—¡Dujek Unbrazo! —chilló Arpía y el estallido fue seguido por un cacareo loco—. ¡Whiskeyjack! Te traigo saludos de un tal Baruk, un alquimista de Darujhistan. Y, de mi amo, Anomander Rake, señor de Engendro de Luna, caballero de la Gran Casa de Oscuridad, hijo de la propia madre Oscuridad, te trasmito su… no, no saludos en sí… no saludos… sino buen humor. ¡Sí, buen humor!
Dujek frunció el ceño.
—¿Y qué pone a tu amo de tan buen humor, pajarraco?
—¿Pajarraco? —chillo el gran cuervo—. ¡Soy Arpía, la matriarca incontrovertible de la inmensa y cacofónica bandada de Engendro de Luna!
—¿La matriarca de los grandes cuervos? —gruñó Whiskeyjack—. Así que hablas por todos ellos, ¿eh? No me extraña, bien sabe el Embozado que ruido haces bastante.
—¡Advenedizo! Dujek Unbrazo, el buen humor de mi amo está más allá de cualquier explicación…
—Lo que quiere decir que no lo sabes —interpuso el puño supremo renegado.
—Qué escandalosa audacia, muestra un poco de respeto, mortal, ¡o será tu cadáver el que elija para alimentarme cuando llegue el día!
—Seguro que terminas rompiéndote el pico con mi pellejo, Arpía, pero puedes servirte sin problemas cuando llegue el momento.
—¿Todavía tienes esa correa para picos, Hurlochel? —gruñó Brood.
—Sí, señor.
El gran cuervo siseó, agachó la cabeza y se alzó a medias con sus inmensas alas.
—¡Ni te atrevas, buey! ¡Repite esa ofensa por tu cuenta y riesgo!
—Entonces ten la lengua. —Brood miró a los otros y los invitó a entrar con un gesto. Arpía, encaramada sobre todos y cada uno, bajaba la cabeza cuando cada soldado pasaba bajo ella. Cuando le tocó a la mhybe, el gran cuervo lanzó una risita.
—La niña que llevas de la mano está a punto de sorprendernos a todos, anciana.
La rhivi hizo una pausa.
—¿Qué percibes, urraca?
Arpía se rio en silencio antes de responder.
—Inmanencia, mi querida olla de arcilla, y nada más. Saludos, niña Zorraplateada.
La niña estudió al gran cuervo un momento y después le respondió.
—Hola, Arpía. No me había dado cuenta antes que los tuyos nacían en la carne podrida de…
—¡Silencio! —chilló Arpía—. ¡Tal conocimiento jamás debería pronunciarse! Debes aprender a guardar silencio, niña, por tu propia seguridad…
—Por la tuya, dirás —dijo Zorraplateada con una sonrisa.
—En este caso, sí, no lo voy a negar. Pero escucha a esta vieja y sabia criatura antes de entrar en esa tienda, niña. Entre los que aguardan dentro los hay que verán el alcance de tus conocimientos, si fueras lo bastante tonta como para revelarlos, como una amenaza mortal. Las revelaciones podrían significar la muerte para ti. Y has de saber algo: todavía no puedes protegerte sola. Y tampoco puede la mhybe, a la que quiero y aprecio, esperar defenderte, el suyo no es un poder violento. Ambas necesitaréis protectores, ¿lo entiendes?
Con la sonrisa impertérrita, Zorraplateada asintió.
La mano de la mhybe ciñó instintivamente con más fuerza la de su hija al tiempo que la asaltaban un tumulto de emociones. No era ciega a las amenazas que la rodeaban a ella y a Zorraplateada y tampoco ignoraba los poderes que brotaban en su hija. Pero no siento ningún poder en mi interior, ni violento ni otra cosa. Aunque dicho con afecto, Arpía me llamó «olla de arcilla», con razón y todo, lo que esa olla antaño protegía ya no está en mi interior sino aquí de pie, expuesta y vulnerable, a mi lado. La mhybe levantó la cabeza y miró al gran cuervo una última vez antes de que Zorraplateada la llevara al interior. La mujer se encontró con los ojos negros y relucientes de Arpía. Así que me quieres y me aprecias, ¿eh, urraca? Bendita seas por eso.
La cámara central de la tienda de mando estaba dominada por una gran mesa de mapas de madera toscamente labrada, combada y deformada, como si la hubiera hecho a toda prisa un carpintero borracho. Cuando entraron la mhybe y Zorraplateada, el veterano Whiskeyjack (con el casco desabrochado y bajo un brazo) se estaba riendo con los ojos clavados en la mesa.
—Serás cabrón, caudillo —dijo sacudiendo la cabeza.
Brood fruncía el ceño y miraba el objeto que acaparaba la atención de Whiskeyjack.
—Sí, admito que no es muy bonita…
—Eso es porque fueron Violín y Seto los que hicieron el maldito trasto —dijo el malazano—. En el bosque de Mott…
—¿Quiénes son Violín y Seto?
—Mis dos zapadores, cuando mandaba el noveno pelotón. Habían organizado una de sus infames partidas de cartas con la baraja de los Dragones y necesitaban una superficie sobre la que jugar. Se habían reunido cien abrasapuentes para la partida, y eso que los ataques eran constantes, y por no mencionar que estábamos empantanados en medio de una ciénaga. La partida quedó interrumpida por una batalla encarnizada, nos rebasaron, nos obligaron a retirarnos y después recuperamos la posición, todo lo cual consumió quizá una campanada y, mira por donde, ¡entre tanto alguien se había llevado una mesa de cien kilos! Deberías haber oído las maldiciones de los zapadores…
Caladan Brood se cruzó de brazos y siguió mirando la mesa con el ceño fruncido. Después de unos momentos lanzó un gruñido.
—Fue una donación de los Irregulares de Mott. Me ha servido bien, mis… felicitaciones a tus zapadores. Puedo hacer que la devuelvan…
—No es necesario, caudillo… —Pareció que el malazano estaba a punto de decir algo más, algo importante, pero después se limitó a sacudir la cabeza.
Un gemido suave de Zorraplateada sorprendió a la mhybe, que bajó la cabeza con las cejas alzadas con aire interrogante, pero la atención de la niña se dividía entre la mesa y Whiskeyjack, de una a otro con una pequeña sonrisa en los labios.
—Tío Whiskeyjack —dijo de repente.
Todos los ojos se volvieron hacia Zorraplateada, que continuó muy contenta.
—Esos zapadores y sus partidas… Hacen trampas, ¿verdad?
El barbudo malazano la miró con el ceño fruncido.
—No es una acusación que te aconsejaría repetir, sobre todo si hay algún abrasapuentes cerca, muchacha. Muchas monedas han ido en una dirección y solo en esa en tales partidas. ¿Hicieron trampas Violín y Seto? Hicieron unas reglas tan complicadas que nadie podía saberlo con certeza. Así que para responderte, no lo sé. —Se le fue profundizando el ceño a medida que estudiaba a Zorraplateada, como si hubiera algo que lo inquietara.
Algo… como una sensación de familiaridad… La mhybe cayó entonces en la cuenta. Por supuesto, no sabe nada de ella, sobre lo que es, lo que era. Es la primera vez que se ven en lo que a él respecta y sin embargo ella lo ha llamado tío y lo que es más, está esa voz, gutural, sagaz… Ese hombre no conoce a la niña sino a la mujer que fue en otro tiempo.
Todo el mundo esperaba que Zorraplateada dijera algo más, que ofreciera una explicación, pero la niña se limitó a acercarse a la mesa y pasó la mano con lentitud por la superficie maltratada. Una sonrisa fugaz cruzó sus rasgos. Después acercó una de las sillas desparejadas y se sentó.
Brood suspiró y le hizo un gesto a Hurlochel.
—Búscanos ese mapa de los territorios del Dominio Painita.
Con el gran mapa desplegado, los otros se fueron reuniendo poco a poco alrededor de la mesa.
—Ninguno de nuestros mapas son tan detallados —gruñó Dujek después de un momento—. Has anotado las posiciones de varios ejércitos painitas, ¿es un mapa muy reciente?
—De hace tres días —dijo Brood—. Los primos de Arpía están allí, rastreando los movimientos. Las notas que se refieren a la organización y las tácticas de los painitas se han extraído de fuentes varias. Como ves, están listos para tomar la ciudad de Capustan. Maurik, Setta y Lest han caído todas en los últimos cuatro meses. Las fuerzas painitas siguen al sur del río, pero ya han empezado los preparativos para cruzarlo…
—¿El ejército de Capustan no va a intentar evitar que crucen el río? —preguntó Dujek—. Pues se puede decir que prácticamente están pidiendo que los asedien. Entiendo que nadie espera que Capustan ofrezca mucha resistencia.
—La situación en Capustan es un poco confusa —explicó el caudillo—. La ciudad está gobernada por un príncipe y una coalición de sumos sacerdotes, y las dos facciones andan siempre a la greña. Los problemas se agravaron cuando el príncipe contrató a una compañía de mercenarios para reforzar sus tropas, que son mínimas…
—¿Qué compañía? —preguntó Whiskeyjack.
—Las Espadas Grises. ¿Has oído hablar de ellos, comandante?
—No.
—Yo tampoco —dijo Brood—. Se dice que han subido de Elingarth y que son una dotación bastante decente: más de siete mil. Queda por ver si serán dignos de los honorarios usureros que le han arrancado al príncipe. Bien sabe el Embozado que por su supuesto contrato estándar cobran casi el doble de lo que exige la Guardia Carmesí.
—Su comandante leyó bien la situación —comentó Kallor, su tono sugería un cansancio infinito, si no auténtico aburrimiento—. El príncipe Jelarkan dispone de más caudales que soldados y los painitas no se van a dejar comprar. Después de todo, en lo que al Vidente se refiere, es una guerra santa. Para empeorar las cosas, el Consejo de sumos sacerdotes tiene el respaldo de las compañías privadas de cada templo, soldados muy bien adiestrados y bien equipados. Son casi tres mil de los guerreros más capacitados de la ciudad, mientras que al príncipe le han dejado la escoria para su propia guardia capan, un escuadrón que la ley le impide ampliar más allá de los dos mil. Hace años que el Consejo de Máscaras (la coalición de los templos) está usando la guardia capan como campo de reclutamiento para sus propias compañías, sobornan a los mejores…
Fue obvio que la mhybe no era la única que sospechaba que, dada la oportunidad, Kallor habría continuado toda la tarde, porque Whiskeyjack lo interrumpió cuando el hombre se detuvo a respirar.
—Así que ese tal príncipe Jelarkan burló la ley contratando mercenarios.
—Exacto —fue la rápida respuesta de Brood—. En cualquier caso, el Consejo de Máscaras se las ha arreglado para invocar otra ley más que evita que las Espadas Grises entablen combate más allá de los muros de la ciudad, así que nadie va a impedir que las fuerzas enemigas crucen el río…
—Idiotas —gruñó Dujek—. Puesto que es una guerra santa, se diría que los templos harían todo lo posible por presentar un frente unido contra los painitas.
—Me imagino que eso creen que están haciendo —respondió Kallor con una sonrisa desdeñosa que podría estar destinada a Dujek, los sacerdotes de Capustan o ambos—. Mientras que al mismo tiempo se aseguran de mantener a raya el poder del príncipe.
—Es más complicado que eso —contraatacó Brood—. La soberana de Maurik capituló sin demasiado derramamiento de sangre, arrestó a todos los sacerdotes de su ciudad y se los entregó a los Tenescowri de los painitas. De un solo golpe, salvó la ciudad y a sus ciudadanos, llenó las arcas reales con el botín de los templos y se deshizo de la espina eterna que llevaba clavada en el costado. El Vidente Painita le concedió un cargo de gobernadora, que es mejor que verte hecha pedazos y devorada por los Tenescowri, que es lo que les sucedió a los sacerdotes.
La mhybe siseó.
—¿Hechos pedazos y devorados?
—Sí —dijo el caudillo—. Los Tenescowri son el ejército campesino del Vidente, son fanáticos a los que el Vidente no se molesta en aprovisionar. De hecho, les ha dado su santa bendición para que hagan lo que sea para alimentarse y armarse. Si ciertos rumores están en lo cierto, el canibalismo es el menor de los horrores…
—Nosotros hemos oído rumores parecidos —murmuró Dujek—. Así que, caudillo, la cuestión que tenemos ante nosotros es la siguiente: ¿intentamos salvar Capustan o la dejamos caer? El Vidente debe de saber que vamos, sus seguidores han extendido el culto mucho más allá de sus fronteras, por Darujhistan, Pale y Saltoan, lo que significa que sabe que vamos a cruzar el río Catlin por alguna parte, en algún momento. Si toma Capustan, entonces el vado más amplio del río está en sus manos. Lo que nos deja solo con el viejo vado al oeste de Saltoan, donde solía estar el puente de piedra. Cierto, nuestros ingenieros podrían tendernos allí un puente siempre que llevemos la madera con nosotros. Esa es la opción por tierra, en cualquier caso. Tenemos otras dos, por supuesto…
Arpía, encaramada a un extremo de la mesa, graznó.
—¡Escuchad lo que dice!
La mhybe asintió, comprendía al gran cuervo y ella también experimentaba esa sensación de incredulidad y buen humor.
Dujek frunció el ceño y recorrió con la mirada la mesa entera hasta posar los ojos en Arpía.
—¿Tienes algún problema, pajarraco?
—¡Haces buena pareja con el caudillo, sin duda! ¡Piensas en voz alta igual que él, palabra por palabra! Oh, ¿cómo se puede dejar de percibir ese matiz afilado de poesía en la guerra que habéis librado en los últimos doce años?
—Cállate, Arpía —le ordenó Brood—. Capustan será sitiada. Las fuerzas painitas son formidables; nos hemos enterado que el septarca Kulpath es el comandante de la expedición y es el más capaz de todos los septarcas del Vidente. Cuenta con la mitad del total de beklitas, es decir, cincuenta mil soldados de infantería, y una división de urdomen, además de los habituales destacamentos de apoyo y unidades auxiliares. Capustan es una ciudad pequeña, pero el príncipe ha trabajado mucho en las murallas y el trazado de la ciudad en sí es perfecto para la defensa distrito por distrito. Si las Espadas Grises no se retiran con la primera escaramuza, Capustan podría aguantar un tiempo. No obstante…
—Mis moranthianos negros podrían depositar unas cuantas compañías en la ciudad —dijo Dujek mientras le echaba una mirada al silencioso Torzal—, pero sin una invitación explícita, la tensión podría resultar problemática.
Kallor lanzó un bufido.
—Eso sí que es quedarse corto. ¿Qué ciudad de Genabackis recibiría a las legiones malazanas con los brazos abiertos? Es más, tendríais que llevar vuestra propia comida, de eso puedes estar seguro, puño supremo, por no mencionar que tendrás que enfrentarte a una hostilidad sin ambages, eso si el pueblo capan no te traiciona.
—Está claro —aventuró Whiskeyjack— que tenemos que establecer un contacto preliminar con el príncipe de Capustan.
Zorraplateada lanzó una risita que sorprendió a todo el mundo.
—¡Cuánta organización, tío! Pero si tú ya has puesto en marcha un plan para hacerlo. Tú y el soldado manco lo habéis calculado todo hasta el último detalle. Planeáis liberar Capustan, aunque por supuesto no de forma directa, vosotros dos nunca hacéis las cosas directamente, ¿verdad? Queréis permanecer ocultos tras los acontecimientos, una táctica malazana clásica donde las haya.
Como los maestros del juego que eran, ninguno de los dos rostros reflejó nada al oír las palabras de la niña.
La risita de Kallor fue un suave tamborileo de huesos.
La mhybe estudió a Whiskeyjack. La niña es inquietante, ¿verdad? Por los espíritus, me alarma incluso a mí y yo sé mucho más que tú, señor.
—Bien —bramó Brood después de un momento—. Es un placer oír que estamos todos de acuerdo, Capustan no debe caer si podemos evitarlo y un alivio indirecto es seguramente la mejor opción, si lo pensamos detenidamente. Deben vernos desde el principio, a la mayor parte de vuestras fuerzas así como a las mías, Unbrazo, que marcharán por tierra a un ritmo predecible. Eso establecerá el calendario del septarca Kulpath para el asedio, tanto para él como para nosotros. He de entender que también estamos de acuerdo en que Capustan no debe ser nuestro único centro de atención.
Dujek asintió poco a poco.
—Es posible que todavía caiga, a pesar de todos nuestros esfuerzos. Si queremos derrotar al Dominio Painita, debemos ir directos al corazón.
—De acuerdo. Dime, Unbrazo, ¿qué ciudad te has marcado como objetivo para esta primera estación de la campaña?
—Coral —respondió Whiskeyjack de inmediato.
Todos los ojos se volvieron hacia el mapa. Brood esbozaba una gran sonrisa.
—Al parecer es cierto que pensamos de forma parecida. Una vez que lleguemos a la frontera norte del Dominio, nos dirigimos como una lanza al sur, en una rápida sucesión de ciudades liberadas… Setta, Lest, Maurik (la gobernadora estará encantada), y luego a la propia Coral. Deshacemos en una sola estación todo lo obtenido por Vidente en los últimos cuatro años. Quiero que ese culto se tambalee. Quiero que esa maldita organización se agriete entera.
—Sí, caudillo. Así que marchamos por tierra, ¿no? Nada de barcos, eso aceleraría la mano de Kulpath, después de todo. Pero hay un tema más que tenemos que aclarar —continuó Whiskeyjack, sus ojos grises se habían clavado en el único representante, aparte del comandante de las legiones negras moranthianas, que todavía tenía que hablar—, y es qué podemos esperar de Anomander Rake. ¿Korlat? ¿Estarán los tiste andii con nosotros?
La mujer se limitó a sonreír.
Brood se aclaró la garganta.
—Al igual que tú —dijo—, nosotros también hemos empezado a movernos. En este mismo momento Engendro de Luna viaja hacia el Dominio. Antes de que llegue al territorio del Vidente… desaparecerá.
Dujek levantó las cejas.
—Una hazaña impresionante.
Arpía lanzó una risa aguda.
—Sabemos poco de la hechicería que se oculta tras el poder del Vidente —dijo el caudillo—, solo que existe. Al igual que vuestros moranthianos negros, Engendro de Luna representa unas oportunidades tácticas que seríamos idiotas si no explotáramos. —La sonrisa de Brood se ensanchó—. Al igual que tú, puño supremo, nosotros también intentamos evitar ser previsibles. —Señaló con un gesto a Korlat—. Los tiste andii poseen hechicerías formidables…
—No las suficientes —lo interrumpió Zorraplateada.
La mujer tiste andii bajó la cabeza y miró a la niña con el ceño fruncido.
—Esa es una afirmación muy grave, niña.
Kallor siseó.
—No os fiéis de nada de lo que diga. De hecho, como bien sabe Brood, considero absurda su presencia en esta reunión, no es aliada nuestra. Nos traicionará a todos, fijaos en lo que os digo. La traición es su amiga más antigua. Escuchadme todos, esta criatura es una abominación.
—Oh, Kallor —suspiró Zorraplateada—, ¿es que siempre tienes que decir lo mismo?
Dujek se volvió hacia Caladan Brood.
—Caudillo, admito que estoy un tanto confundido por la presencia de la niña. En el nombre del Embozado, ¿quién diablos es? Parece poseer muchos conocimientos sobrenaturales para ser una niña de diez años…
—Es mucho más que eso —le soltó Kallor mientras clavaba en Zorraplateada una mirada dura y llena de odio—. Mira a la vieja bruja que está con ella —gruñó el rey supremo—. Apenas ha visto veinte veranos, puño supremo, y a esta niña la arrancaron de su vientre no hace ni seis meses. La abominación se alimenta de la fuerza vital de su madre. No, su madre no, la desafortunada vasija que en su momento albergó a la niña. Todos os estremecisteis ante el canibalismo de los Tenescowri, ¿qué pensáis entonces de una criatura que devora de ese modo el alma vital de la persona que le dio la vida? Y hay más… —Pero se detuvo, contuvo de forma visible lo que estaba a punto de decir y se volvió a sentar—. Habría que matarla. Ahora. Antes de que su poder nos sobrepase a todos.
Se hizo el silencio en la tienda.
Maldito seas, Kallor. ¿Es esto lo que quieres mostrarles a nuestros aliados recién encontrados? Un campamento dividido. Y… por todos los espíritus del inframundo… maldito seas por segunda vez, la niña no lo sabía. No lo sabía…
La mhybe miró temblorosa a Zorraplateada. La niña había abierto muchos los ojos, que comenzaban a llenársele de lágrimas mientras miraba a su madre.
—¿Es verdad? —susurró—. ¿Me alimento de ti?
La mhybe cerró los ojos y deseó poder ocultarle la verdad a Zorraplateada una vez más y para siempre.
—No es algo que hayas elegido tú, hija —dijo en su lugar—, solo forma parte de lo que eres y yo lo acepto —y, sin embargo, me enfurezco ante la vil crueldad de todo esto— como debes aceptarlo tú. Hay una urgencia en tu interior, Zorraplateada, una fuerza antigua e innegable, tú también lo sabes, lo sientes…
—¿Antigua e innegable? —dijo Kallor con voz ronca—. No sabes ni la mitad, mujer. —Se tiró de un salto sobre la mesa, cogió a Zorraplateada por la túnica y la acercó. Con los rostros a solo unos milímetros de distancia, el rey supremo enseñó los dientes—. Estás ahí dentro, ¿verdad? Lo sé. Lo siento. Sal aquí, zorra…
—Déjala —le ordenó Brood en voz baja y suave.
La mueca desdeñosa del rey supremo se ensanchó. Soltó la túnica de la niña y se echó hacia atrás poco a poco.
Con el corazón desbocado, la mhybe se llevó una mano temblorosa a la cara. La había invadido el terror cuando Kallor había cogido a su hija, una oleada gélida que le dejó los miembros sin fuerza (una oleada que derrotó con facilidad el instinto maternal de defender) y le reveló a ella y a todos los presentes su propia cobardía. Sintió que las lágrimas de vergüenza le inundaban los ojos y le corrían por las mejillas arrugadas.
—Tócala otra vez —continuó el caudillo— y te doy una paliza que te dejo sin sentido, Kallor.
—Como quieras —respondió el antiquísimo guerrero.
Crujió una armadura cuando Whiskeyjack se volvió hacia Caladan Brood. El rostro del comandante era oscuro y su expresión dura.
—Si no lo hubieras hecho tú, caudillo, yo habría lanzado mi propia amenaza. —Clavó unos ojos de hierro en el rey supremo—. ¿Hacer daño a una niña? Yo no te habría dejado sin sentido, Kallor, yo te habría arrancado el corazón.
El rey supremo esbozó una gran sonrisa.
—Claro. Tiemblo de miedo.
—Con eso me basta —murmuró Whiskeyjack. El guantelete de la mano izquierda se disparó en un revés que golpeó a Kallor en la cara. La sangre salpicó la mesa cuando la cabeza del rey supremo cayó hacia atrás. La fuerza del golpe lo hizo tambalearse. La empuñadura de su espada bastarda estaba de repente en sus manos y la espada siseó, después se detuvo, a medio sacar.
Kallor no pudo mover más los brazos ya que Caladan Brood le había sujetado las dos muñecas. El rey supremo se resistió, las venas se le hincharon en el cuello y las sienes, pero no logró nada. Brood debió de sujetarlo con más fuerza con sus enormes manos porque Kallor ahogó un grito y se le cayó la empuñadura de la mano, el arma volvió a caer en la funda con un golpe seco. Brood se acercó más a él, pero la mhybe oyó de todos modos las palabras que pronunció en voz muy baja.
—Acepta lo que te has ganado, Kallor. Ya estoy harto del desdén que has mostrado en esta reunión. Si vuelves a poner a prueba mi temple, será mi martillo lo que te golpee. ¿Comprendido?
El rey supremo gruñó algo después de un largo minuto.
Brood lo soltó.
El silencio llenó la tienda, nadie se movía, todos los ojos se habían concentrado en la cara ensangrentada de Kallor.
Dujek se sacó un paño del cinturón, un paño incrustado de jabón seco de afeitar y se lo tiró al rey supremo.
—Quédatelo —gruñó.
La mhybe se movió tras una Zorraplateada pálida y con los ojos muy abiertos y posó las manos en los hombros de su hija.
—Se acabó —susurró—. Por favor.
Whiskeyjack miró a Brood otra vez, sin hacer caso de Kallor, como si aquel hombre hubiera dejado de existir.
—Explícate, te lo ruego, caudillo —dijo con voz serena—. En el nombre del Embozado, ¿quién es esta niña?
Zorraplateada se desprendió de las manos de su madre y se quedó allí de pie, como si estuviera a punto de huir. Después sacudió la cabeza, se secó los ojos y respiró hondo con un estremecimiento.
—No —dijo—, que nadie responda salvo yo. —Levantó la cabeza y miró a su madre, solo un breve instante en el que los ojos de ambas se encontraron, y después examinó a los demás de nuevo—. En todo —susurró— que nadie responda salvo yo.
La mhybe estiró una mano, pero no pudo tocarla.
—Debes aceptarlo, hija —dijo y oyó la fragilidad de su propia convicción y supo, con una nueva oleada de vergüenza, que los otros lo oían también. Debes perdonar… debes perdonarte. Oh, por todos los espíritus del inframundo, no me atrevo a pronunciar esas palabras. He perdido ese derecho, lo he perdido ya del todo…
Zorraplateada se volvió hacia Whiskeyjack.
—Ahora la verdad, tío. Nací de dos almas, a una de las cuales tú conocías muy bien. La mujer Velajada. La otra alma pertenecía a los restos discordes y destrozados de una maga suprema llamada Escalofrío, en realidad poco más que su carne y sus huesos carbonizados, aunque otros fragmentos de su persona se conservaron como consecuencia de un hechizo sellador. La muerte de… Velajada… se produjo dentro de la esfera de la senda Tellann, proyectada por un t’lan imass…
Solo la mhybe vio estremecerse al portaestandartes Artanthos. ¿Y qué sabes tú de eso, señor? La pregunta revoloteó por un instante por su mente, la conjetura y la reflexión eran tareas demasiado agotadoras para ella en ese momento.
—Dentro de esa influencia, tío —continuó Zorraplateada— ocurrió algo. Algo inesperado. Apareció un invocahuesos de un pasado lejano, así como un dios ancestral y un alma mortal…
Con el paño apoyado en la cara, el bufido de Kallor quedó apagado.
—¡Escalofrío! —murmuró—. Qué falta de imaginación… ¿Lo sabía K’rul siquiera? Valiente ironía…
Zorraplateada reanudó su relato.
—Fueron ellos tres los que se reunieron para ayudar a mi madre, a esta mujer rhivi que se encontró con un hijo imposible. Nací en dos lugares a la vez, entre los rhivi de este mundo y entre las manos del invocahuesos en la senda Tellann. —La niña dudó y se estremeció, como si de repente estuviera agotada—. Mi futuro —susurró después de un momento mientras se rodeaba con los brazos— pertenece a los t’lan imass. —Se giró de repente y miró a Korlat—. Se están reuniendo y vosotros vais a necesitar su poder en la guerra que ya es inminente.
—Una unión impía —dijo Kallor con voz ronca, apartó la mano y se le cayó el paño, después entrecerró los ojos con la cara tan blanca como el pergamino tras las manchas de sangre—. Tal y como había temido; ah, qué idiotas. Todos y cada uno de vosotros. Idiotas…
—Una reunión —repitió la tiste andii sin hacer el menor caso del rey supremo—. ¿Por qué? ¿Con qué fin, Zorraplateada?
—Eso debo decidirlo yo pues existo para ponerme a su mando. Para mandarlos a todos. Mi nacimiento anunció la reunión, una llamada que todos los t’lan imass de este mundo han oído. Y ahora, los que pueden, ya vienen. Ya vienen hacia aquí.
En su mente, Whiskeyjack se tambaleaba. Las fisuras del contingente de Brood ya eran bastante alarmantes, pero las revelaciones de la niña… Sus pensamientos giraron y cayeron en espiral… y después se alzaron en un nuevo lugar. La tienda de mando y sus confines se desvanecieron y el veterano se encontró en un mundo de ardides retorcidos, traiciones oscuras y sus fieras e inesperadas consecuencias, un mundo que él odiaba con todas sus fuerzas.
Los recuerdos se alzaron como espectros. La Escalada de Pale, la aniquilación de los Abrasapuentes, el asalto a Engendro de Luna. Una plaga de sospechas, un torbellino de intrigas desesperadas…
A’Karonys, Bellurdan, Escalofrío, Velajada… La lista de magos cuyas muertes se podían achacar al mago supremo Tayschrenn estaba escrita con la sangre de la obsesión sin sentido. Whiskeyjack no había sentido ver despedirse al mago supremo aunque el comandante sospechaba que no estaba tan lejos como parecía. Nos declararon proscritos. La proclamación de Laseen nos liberaba… pero es todo mentira. Solo Dujek y él sabían la verdad, el resto de la hueste creía que era cierto que la emperatriz los había declarado en rebeldía. La soldadesca le era leal a Dujek Unbrazo, y quizá también a mí. Y bien sabe el Embozado que vamos a poner a prueba esa lealtad antes de acabar…
Y sin embargo lo sabe. La niña lo sabe. No le cabía duda que era Velajada renacida, la hechicera estaba allí, en la expresión de los rasgos de la niña, en la forma en que se erguía y se movía, en esa mirada adormilada y sagaz. Las repercusiones que se desprendían de esa verdad abrumaron a Whiskeyjack, necesitaba tiempo, tiempo para pensar…
Velajada renacida… Por el Embozado, maldito seas Tayschrenn, sin querer o no, ¿qué has hecho?
Whiskeyjack no había conocido a Escalofrío, no habían hablado jamás y todo lo que sabía se basaba única y exclusivamente en los relatos que había oído. Pareja del thelomenio Bellurdan, practicaba la hechicería suprema rashan y estaba entre los elegidos del emperador. Traicionada al final, igual que habían traicionado a los Abrasapuentes…
Había cierta mordacidad en ella, se decía, una insinuación de hierro dentado y manchado de sangre. Y Whiskeyjack vio que lo que quedaba de esa mujer había arrojado una sombra sobre la niña, el brillo suave de los ojos adormilados de Velajada se había oscurecido de algún modo y verlo crispaba los nervios ya alterados del comandante.
Oh, Embozado. Una de esas repercusiones acababa de instalarse en su mente con un estruendo metálico. Oh, que los dioses nos perdonen nuestros absurdos juegos…
Ganoes Paran esperaba en Pale. El amante de Velajada. ¿Qué pensará de Zorraplateada? De mujer a recién nacida en un instante y de recién nacida a niña de diez años en seis meses. ¿Y dentro de seis meses? ¿Una mujer de veinte años? Paran… muchacho… ¿es el dolor lo que te abre agujeros en la tripa? Si es así, ¿qué te hará su respuesta?
Mientras luchaba por entender las palabras de la pequeña y todo lo que veía en su cara, sus pensamientos se volvieron hacia la mhybe, que permanecía junto a Zorraplateada. Lo invadió el dolor. Los dioses eran muy crueles. En menos de un año aquella anciana seguramente estaría muerta, un sacrificio brutal para satisfacer las necesidades de la niña. Un giro maligno, de pesadilla, del papel de la maternidad.
Las últimas palabras de la niña conmocionaron al comandante otra vez: «Ya vienen». Los t’lan imass, por el aliento del Embozado, como si las cosas no se hubieran complicado ya bastante. ¿Dónde pongo ahora mi fe en todo esto? Kallor (un cabrón frío y misterioso) la llama abominación, la mataría si pudiera. Eso está claro. No pienso soportar que se haga daño a una niña… ¿pero es una niña?
Y sin embargo… ¡por el aliento del Embozado! Es Velajada renacida, una mujer valiente e íntegra. Y Escalofrío, una maga suprema que sirvió al emperador. Y ahora, lo más extraño e inquietante de todo es que ella es la nueva líder de los t’lan imass.
Whiskeyjack parpadeó, la tienda y sus ocupantes volvieron a centrarse a su alrededor. El silencio se retorcía entre pensamientos tumultuosos. Su mirada se clavó de nuevo en Zorraplateada, vio la palidez de su rostro joven y redondo y notó con una punzada de empatía el temblor de las manos de la niña, después volvió a apartar los ojos. La tiste andii, Korlat, lo miraba. Las miradas de ambos se encontraron. Qué extraordinaria belleza… Mientras que Dujek es feo como un perro, una prueba más de que elegí el bando equivocado hace tantos años. Pero a ella apenas le intereso; no, está intentando decir algo completamente diferente… Después de un largo instante, el veterano asintió. Zorraplateada… sigue siendo una niña, sí. Una tablilla de arcilla casi incólume. Sí, tiste andii, te entiendo.
Los que optaran por permanecer cerca de Zorraplateada podrían influir en lo que iba a convertirse. Korlat quería hablar en privado con él y él acababa de aceptar la invitación. Whiskeyjack pensó que ojalá tuviera a Ben el Rápido a su lado, el mago de Siete Ciudades era muy perspicaz en situaciones como aquella. El comandante tenía la sensación de que se había metido en camisa de once varas. Paran, pobre cabrón. ¿Qué voy a decirte? ¿Debería disponer un encuentro entre Zorraplateada y tú? ¿Podré evitarlo cuando te lo digan? ¿Es siquiera asunto mío?
Arpía se quedó con el pico abierto, pero esa vez no con una carcajada silenciosa. En su lugar, la atravesaba un terror muy conocido. ¡T’lan imass! ¡Y K’rul, el dios ancestral! Poseedores de la verdad de los grandes cuervos, una verdad que nadie más sabe… salvo Zorraplateada, por el abismo… Zorraplateada, que miró en el interior de mi alma y leyó todo lo que en ella había.
¡Ay, niña, niña, qué descuidada! ¿Quieres obligarnos a defendernos de ti? ¿De aquellos a los que afirmas tener bajo tu mando? Los grandes cuervos jamás hemos librado nuestras propias guerras, ¿quieres ver cómo nos desencadenan tus descuidadas revelaciones?
Si Rake se enterara… las protestas de inocencia no nos servirán de nada. Estuvimos allí, en el encadenamiento, ¿no? Y, sin embargo… sí, ¡estuvimos allí, en la propia caída! Los grandes cuervos nacimos como gusanos de la carne del Caído y eso, ¡oh, eso nos va a condenar! ¡Pero espera! ¿Acaso no hemos sido los honrados guardianes de la magia del dios Tullido? ¿Y acaso no fuimos nosotros los que llevamos a todos y cada uno la noticia de la aparición del Dominio Painita y la amenaza que representa?
Una magia que podemos desatar, si nos vemos obligados. Ah, niña, es tanto lo que amenazas con tan despreocupadas palabras…
Los ojos negros y brillantes del cuervo buscaron y se clavaron en Caladan Brood. Los pensamientos que invadieran al caudillo permanecían ocultos bajo la máscara rotunda y bestial que era su rostro.
Refrena ese pánico, vieja bruja. Regresa a lo que nos concierne ahora. ¡Piensa!
El Imperio de Malaz había utilizado a los t’lan imass en la época del emperador. El resultado había sido la conquista de Siete Ciudades. Después, con la muerte de Kellanved, la alianza se había disuelto y a Genabackis le habían evitado los estragos implacables de decenas de miles de guerreros no muertos que podían viajar como el polvo en el viento. Solo eso le había permitido a Caladan Brood enfrentarse a la amenaza malazana en pie de igualdad… ah, o quizá solo lo parecía. ¿Ha desencadenado alguna vez de verdad a los tiste andii? ¿Ha dejado suelto alguna vez a Anomander Rake? ¿Ha mostrado alguna vez su verdadero poder? Brood es un ascendiente, uno tiende a olvidarse de eso cuando reina la despreocupación. Su senda es Tennes, el poder de la tierra en sí, la tierra que es el hogar de la eterna diosa Dormida, Ascua. Caladan Brood tiene el poder (ahí, en sus brazos y en ese martillo formidable que lleva a la espalda) de hacer pedazos montañas enteras. ¿Una exageración? Un vuelo bajo sobre los picos rotos al este del altiplano de Laederon es prueba suficiente de tiempos más jóvenes y apresurados… Abuela Arpía, ¡ya deberías saberlo! El poder atrae al poder. Siempre ha sido así y ahora han llegado los t’lan imass y una vez más inclina la balanza.
Mis hijos espían al Dominio Painita, pueden oler el poder que se alza de esas tierras santificadas a conciencia con sangre, y sin embargo sigue careciendo de rostro, como si se ocultara bajo una capa tras otra engañosa capa. ¿Qué se oculta en el fondo de ese imperio de fanáticos?
La horrenda niña lo sabe, juraría sobre el lecho de carne quebrada del dios que lo sabe, oh, sí. Y ella llevará a los t’lan imass… a ese mismo corazón.
¿Lo entiendes, Caladan Brood? Creo que sí. Y al tiempo que ese canoso y anciano tirano de Kallor pronuncia sus advertencias con una voluntad exangüe… al tiempo que te sacude la llegada inminente de aliados no muertos, te conmociona todavía más el hecho de que esos no muertos serán necesarios. ¿A qué le hemos declarado la guerra? ¿Qué quedará de nosotros cuando hayamos terminado?
Y, por el abismo, ¿qué verdad secreta posee Kallor sobre Zorraplateada?
La mhybe desafió el asco abrumador que le inspiraban sus propias reacciones y se obligó a pensar con una claridad brutal, a escuchar todo lo que Zorraplateada decía, cada palabra y lo que se podía leer entre líneas. Se rodeó con los brazos bajo el aluvión de los pronunciamientos de su hija. El descubrimiento de tantos secretos asaltaba todos sus instintos, una exposición así estaba cargada de riesgos. Pero al fin entendió algo de la posición en la que se había encontrado Zorraplateada, las confesiones eran una llamada de socorro.
Necesita aliados. Sabe que yo no soy suficiente, por los espíritus del inframundo, ya lo ha visto aquí. Es más, sabe que estos dos campamentos (enemigos durante tanto tiempo) deben encontrar un puente común. Nacida en uno, la niña tiende la mano hacia el otro. Todo lo que era Velajada y Escalofrío clama en busca de antiguos camaradas. ¿Querrán contestar?
La mhybe no pudo discernir nada en las emociones de Whiskeyjack. Sus pensamientos bien podrían hacerse eco de la posición de Kallor. Una abominación. Lo vio encontrarse con la mirada de Korlat y se preguntó qué pasaba entre ellos.
¡Piensa! Está en la naturaleza de todos los aquí presentes tratar cada situación de forma táctica, hacer a un lado los sentimientos personales, calibrar, sopesar las cosas. Zorraplateada ha dado un paso adelante, ha reclamado una posición de poder que rivaliza con la de Brood, Anomander Rake y Kallor. ¿Se pregunta ahora Dujek Unbrazo con quién debería estar tratando? ¿Se da cuenta de que estábamos todos unidos por él, que, durante doce años los clanes barghastianos y rhivi, las compañías dispares de una veintena de ciudades o más, los tiste andii, la presencia de Rake, Brood y Kallor, por no mencionar la Guardia Carmesí, todos nosotros nos mantuvimos hombro con hombro por el Imperio de Malaz? Por el propio puño supremo.
Pero ahora tenemos un enemigo nuevo, buena parte de su naturaleza sigue siendo desconocida y ha engendrado entre nosotros una especie de fragilidad (ah, si solo fuera eso) que ahora ve Dujek Unbrazo.
Zorraplateada afirma que necesitaremos a los t’lan imass. Solo el despiadado del viejo emperador se habría sentido cómodo con tales criaturas como aliados, hasta Kallor retrocede ante lo que nos están obligando a aceptar. La frágil alianza rechina y se tambalea. Eres un hombre demasiado sabio, puño supremo, para no tener en estos momentos grandes dudas.
El anciano manco fue el primero en hablar tras la declaración de Zorraplateada y se dirigió a la niña con palabras lentas y medidas.
—Los t’lan imass con los que el Imperio de Malaz está familiarizado es el ejército comandado por Logros. Según tus palabras, debemos asumir que hay otros ejércitos, aunque no hemos sabido nunca nada de ellos. ¿Por qué es eso, niña?
—La última reunión —respondió Zorraplateada— fue hace cientos de miles de años, en ella se invocó el ritual de Tellann, la vinculación de la senda Tellann con todos y cada uno de los imass. El ritual los hizo inmortales, puño supremo. La fuerza vital de todo un pueblo quedó ligada en nombre de una guerra santa destinada a durar milenios…
—Contra los jaghut —dijo Kallor con voz ronca. Su rostro estrecho y marchito se crispó en una mueca burlona tras la sangre ya casi seca—. Aparte de un puñado de tiranos, los jaghut eran pacifistas. Su único crimen fue existir.
Zorraplateada se volvió contra el guerrero.
—¡No insinúes injusticias, rey supremo! Poseo los suficientes recuerdos de Escalofrío como para recordar el Dominio Imperial, el lugar que en otro tiempo gobernaste, Kallor, antes de que los malazanos lo reclamaran. Asolaste un reino entero, lo despojaste de vida, no dejaste nada salvo cenizas y huesos carbonizados. ¡Un reino entero!
La sonrisa manchada de sangre del alto guerrero era funesta.
—Ah, así que estás ahí, ¿eh? Pero oculta, creo, retorciendo la verdad y convirtiéndola en falsos recuerdos. ¡Oculta, mujer patética y maldita! —La sonrisa del rey supremo se endureció—. Entonces deberías saber que no debes poner a prueba mi genio, invocahuesos. Velajada. Escalofrío… querida niña…
La mhybe vio que su hija se ponía pálida. Estos dos transmiten… la sensación de una larga enemistad, ¿por qué no lo había visto antes? Quedan viejos recuerdos, un vínculo entre los dos. Entre mi hija y Kallor; no, entre Kallor y una de las almas que habita su interior…
Después de un momento, Zorraplateada volvió a mirar a Dujek.
—Para responderte, a Logros y los clanes que están bajo su mando se les confió la tarea de defender el primer trono. Los otros ejércitos partieron para buscar los últimos baluartes de los jaghut, que habían levantado barreras de hielo. Omtose Phellack es una senda de hielo, puño supremo, un lugar de un frío mortal y casi carente de vida. Las hechicerías jaghut amenazaron el mundo… Los niveles del mar cayeron, especies enteras se extinguieron, cada cordillera era una barrera. El hielo fluía en ríos blancos por las laderas. El hielo tenía hasta una legua de profundidad en algunos lugares. Como mortales, los imass estaban repartidos, su unidad se había perdido. No podían cruzar esas barreras. Hubo hambrunas…
—La guerra contra los jaghut había empezado ya mucho antes —le soltó Kallor—. Intentaban defenderse, ¿y quién no haría lo mismo?
Zorraplateada se limitó a encogerse de hombros.
—Como Tellann no muertos, nuestros ejércitos podían cruzar esas barreras. Los esfuerzos para erradicarlas resultaron ser… costosos. No habéis oído ni siquiera susurros sobre esos ejércitos porque muchos han sido diezmados mientras que otros quizá continúen la guerra en lugares remotos y hostiles.
Se dibujó una expresión dolorida en la cara del puño supremo.
—Los logros mismos abandonaron el Imperio y desaparecieron en el interior del Jhag Odhan durante un tiempo y cuando regresaron, lo hicieron muy mermados.
La niña asintió.
—¿Han respondido los Logros a tu llamada?
La pequeña frunció el ceño antes de contestar.
—No puedo estar segura de eso, de la respuesta de ninguno. La han oído. Todos vendrán si pueden y percibo la cercanía de un ejército, al menos eso creo.
Hay tanto que no nos estás diciendo, hija. Lo veo en tus ojos. Temes que tu llamada de auxilio quede sin respuesta si revelas demasiado.
Dujek suspiró y miró al caudillo.
—Caladan Brood, ¿reanudamos nuestra discusión estratégica?
Los soldados se inclinaron una vez más sobre la mesa del mapa y se unió a ellos Arpía, que graznaba sin estridencias. Después de un momento, la mhybe cogió a su hija de la mano y la guio hacia la entrada. Korlat se reunió con ellas cuando salieron. Para sorpresa de la mhybe, las siguió Whiskeyjack.
Se agradecía la brisa fresca de la tarde tras los confines cerrados de la tienda de mando. Sin una sola palabra, el pequeño grupo salvó la escasa distancia que los separaba de un claro que se abría entre los campamentos tiste andii y barghastiano. Cuando se detuvieron, el comandante clavó los ojos grises en Zorraplateada.
—Veo mucho de Velajada en ti, muchacha, ¿cuántas cosas de su vida, de su memoria, recuerdas?
—Rostros —respondió la pequeña con una sonrisa vacilante—. Y los sentimientos que iban unidos a ellos, comandante. Tú y yo fuimos aliados durante un tiempo. Éramos, creo, amigos…
El asentimiento del veterano fue solemne.
—Así es, lo éramos. ¿Recuerdas a Ben el Rápido? ¿Al resto de mi pelotón? ¿Qué hay de Mechones? ¿De Tayschrenn? ¿Recuerdas al capitán Paran?
—Ben el Rápido —susurró Zorraplateada, no muy segura—. ¿Un mago? Siete Ciudades… un hombre de muchos secretos… sí. —La niña volvió a sonreír—. Ben el Rápido. Mechones… no era un amigo, una amenaza, me hizo daño.
—Ya está muerto.
—Es un alivio. Tayschrenn es un nombre que he oído hace poco, el mago supremo favorito de Laseen; discutimos, él y yo, cuando yo era Velajada y desde luego cuando era Escalofrío. No hay sensación de lealtad, no hay sensación de confianza… pensar en él me confunde.
—¿Y el capitán?
Hubo algo en el tono del comandante que puso en estado de alerta a la mhybe.
Zorraplateada apartó la mirada de los ojos de Whiskeyjack.
—Estoy deseando verlo otra vez.
El comandante carraspeó.
—Ahora mismo está en Pale. Si bien no es asunto mío, muchacha, quizá quieras tener en cuenta las consecuencias de un encuentro con él, que, bueno, que averigüe… —Se fue quedando sin palabras, su incomodidad era evidente.
¡Por los espíritus del inframundo! El capitán Paran era el amante de Velajada… Debería haber anticipado algo así. Las almas de dos mujeres adultas…
—Zorraplateada, hija…
—Pero si ya lo hemos visto, madre —dijo la niña—. Cuando conducíamos a los bhederin al norte, ¿te acuerdas? ¿El soldado que desafió nuestras lanzas? Lo supe entonces, lo conocí, supe quién era. —La pequeña volvió a mirar al comandante—. Paran lo sabe. Envíale recado de que estoy aquí. Por favor.
—Muy bien, muchacha. —Whiskeyjack levantó la cabeza y estudió el campamento barghastiano—. Los Abrasapuentes van a hacernos una… visita, en cualquier caso. Ahora están bajo el mando del capitán. Estoy seguro que para Ben el Rápido y Mazo será un placer volver a conocerte…
—Es decir, deseas que me examinen —dijo Zorraplateada— para ayudarte a decidir si soy digna de que me apoyes. No temas, comandante, la perspectiva no me preocupa. En muchos sentidos también sigo siendo un misterio para mí misma y por tanto siento curiosidad por lo que van a descubrir.
Whiskeyjack sonrió con ironía.
—Eres igual de franca que la hechicera, muchacha, aunque carezcas de su tacto ocasional.
—Comandante Whiskeyjack, creo que tenemos cosas que discutir, tú y yo —dijo Korlat entonces.
—Sí —dijo el veterano.
La tiste andii se volvió hacia la mhybe y Zorraplateada.
—Debemos deciros adiós a las dos.
—Por supuesto —respondió la anciana mientras luchaba por dominar sus emociones. El soldado que desafió a nuestras lanzas… oh, sí, lo recuerdo, niña. Antiguas preguntas que al fin tienen respuesta… y mil más que acosan a esta vieja…—. Vamos, Zorraplateada, es hora de que reanudes tu educación en los modos y costumbres de los rhivi.
—Sí, madre.
Whiskeyjack observó alejarse a las dos rhivi.
—Reveló demasiado —dijo después de un momento—. El parlamento estaba funcionando, los vínculos se estaban estrechando… y entonces habló la niña…
—Sí —murmuró Korlat—. Posee el conocimiento secreto, el conocimiento de los t’lan imass. Recuerdos que se remontan a milenios de vida en este mundo. Tantas cosas que ha presenciado ese pueblo… la caída del dios Tullido, la llegada de los tiste andii, el último vuelo de los dragones que se adentraron en la Starvald Demelain… —Se quedó callada y descendió un velo sobre sus ojos.
Whiskeyjack la estudió antes de hablar otra vez.
—Jamás había visto a un gran cuervo terminar tan obviamente… aturdido.
Korlat sonrió.
—Arpía cree que desconocemos el secreto del nacimiento de los de su especie. Es la vergüenza de sus orígenes, ya sabes… o así lo ven ellos. A Rake le es indiferente su… contexto moral, como a todos nosotros.
—¿Qué tiene de vergonzoso?
—Los grandes cuervos son criaturas antinaturales. El derribo del ser extraño que llegaría a llamarse el dios Tullido fue un acontecimiento… violento. Partes de él volaron por los aires y cayeron como bolas de fuego que hicieron pedazos tierras enteras. Trozos de carne y hueso yacieron pudriéndose y, sin embargo, se aferraron a una especie de vida en sus inmensos cráteres. De esa carne nacieron los grandes cuervos y se llevaron con ellos fragmentos del poder del dios Tullido. Ya has visto a Arpía y los suyos, devoran la hechicería, es su verdadero sustento. Atacar a un gran cuervo con magia solo sirve para hacerlo más fuerte, para reforzar su inmunidad. Arpía es la primogénita. Rake cree que el potencial que hay en su interior es… espantoso y por tanto los mantiene cerca, a ella y a los suyos.
La tiste andii hizo una pausa y después lo miró.
—Comandante Whiskeyjack, en Darujhistan chocamos con un mago tuyo…
—Sí, Ben el Rápido. Estará aquí en breve y podré disponer de su opinión sobre todo esto.
—El hombre que le mencionaste antes a la niña. —Korlat asintió—. Admito sentir cierta admiración por el hechicero y estoy deseando conocerlo. —Las miradas de ambos se encontraron—. Y es un placer haberte conocido a ti también. Zorraplateada fue sincera cuando dijo que confiaba en ti. Y creo que yo también.
El guerrero cambió de postura, incómodo.
—Ha habido escaso contacto entre nosotros para merecer esa confianza, Korlat. No obstante, procuraré ganármela.
—La niña tiene a Velajada en su interior, una mujer que te conocía bien. Aunque no conocí a la hechicera, creo que la mujer que era, y que surge cada día con más fuerza en Zorraplateada, poseía unas cualidades admirables.
Whiskeyjack asintió poco a poco.
—Era… una amiga.
—¿Cuánto sabes de los acontecimientos que llevaron a este… renacimiento?
—No lo suficiente, me temo —respondió el veterano—. Supimos de la muerte de Velajada por Paran, que se encontró con sus… restos. Murió en los brazos del mago supremo thelomenio, Bellurdan, que había viajado hasta la llanura con el cadáver de su pareja, Escalofrío, es de suponer que con la intención de enterrarla. Velajada ya era una fugitiva y es probable que a Bellurdan le dieran instrucciones para apresarla. Ocurrió como ha contado Zorraplateada, que yo sepa.
Korlat apartó la mirada y no dijo nada durante mucho tiempo. Cuando al fin habló, su pregunta, tan simple y lógica, dejó a Whiskeyjack con el corazón en vilo.
—Comandante, percibimos a Velajada y Escalofrío en esa niña, y ella misma admite la presencia de las dos, pero ahora me pregunto, ¿dónde está entonces ese thelomenio, Bellurdan?
El veterano solo pudo respirar hondo y sacudir la cabeza. Dioses, no lo sé…