XXVI

—Bueno —dijo Tom—, así ocurrió. Las señoras como locas. Todas alrededor sonándose las narices. Elmira Brown sentada al pie de la escalera, con nada roto, con huesos de jalea, sospecho, y la bruja llorándole sobre el hombro. Y de pronto todas suben las escaleras riéndose. Ya te lo imaginas: ¡salí de allí a la carrera!

Tom se desabrochó la camisa y se sacó la corbata.

—¿Magia, dijiste?

—Magia de toda clase.

—¿Lo crees?

—Sí y no.

—¡Pero en este pueblo hay de todo! —Douglas espió el horizonte, donde las nubes cubrían el cielo con las formas enormes de guerreros y dioses antiguos—. ¿Encantamientos y muñecas de cera y agujas y elixires, dijiste?

—No era realmente un elixir, sino algo horrible. ¡Huy! ¡Ay!

Tom se llevó las manos al vientre y sacó la lengua.

—Brujas… —dijo Douglas, entornando misteriosamente los ojos.