—Bueno —dijo Tom—, así ocurrió. Las señoras como locas. Todas alrededor sonándose las narices. Elmira Brown sentada al pie de la escalera, con nada roto, con huesos de jalea, sospecho, y la bruja llorándole sobre el hombro. Y de pronto todas suben las escaleras riéndose. Ya te lo imaginas: ¡salí de allí a la carrera!
Tom se desabrochó la camisa y se sacó la corbata.
—¿Magia, dijiste?
—Magia de toda clase.
—¿Lo crees?
—Sí y no.
—¡Pero en este pueblo hay de todo! —Douglas espió el horizonte, donde las nubes cubrían el cielo con las formas enormes de guerreros y dioses antiguos—. ¿Encantamientos y muñecas de cera y agujas y elixires, dijiste?
—No era realmente un elixir, sino algo horrible. ¡Huy! ¡Ay!
Tom se llevó las manos al vientre y sacó la lengua.
—Brujas… —dijo Douglas, entornando misteriosamente los ojos.