—¿Has preparado la libreta, Doug?
—Sí.
Doug mojó con la lengua la punta del lápiz.
—¿Qué anotaste?
—Todas las ceremonias.
—El cuatro de julio y todo eso, el vino de amargón, y el día de llevar afuera la hamaca del porche, ¿eh?
—Aquí dice: Comí el primer postre helado del verano el primero de junio de mil novecientos veintiocho.
—Entonces no era aún verano. Era primavera.
—Pero era un «primero» de todos modos, así que lo escribí. Compré los nuevos zapatos de tenis el veintiocho de julio. Caminé descalzo por el pasto el veintiséis. Qué trabajo de todos los demonios. Bueno, ¿qué informe traes ahora, Tom? ¿El comienzo de algo, una nueva ceremonia como cazar cangrejos en el arroyo o arañas de agua?
—Nadie cazó nunca una araña de agua. ¿Conociste a alguien que cazara una araña de agua? ¡Vamos, piensa!
—Estoy pensando.
—Tienes razón. Nadie lo hizo. Nadie probó, supongo. Son demasiado rápidas.
—No es que sean demasiado rápidas. Simplemente no existen —dijo Tom. Pensó un poco y sacudió la cabeza—. Así es. Nunca existieron. Bueno, lo que tengo que informar es esto.
Se inclinó y murmuró en el oído de Douglas.
Douglas escribió.
Ambos miraron la libreta.
—¡Maldición! —dijo Douglas—. Nunca pensé en eso. ¡Es muy cierto! ¡Los viejos nunca fueron niños!
—Es triste —dijo Tom, muy tieso—. Pero no podemos hacer nada.