En medio de la noche, en el porche, Leo Auffmann escribía una lista que no podía ver, exclamando: —¡Ah!— o —¡Esto también!, cuando recordaba algún elemento importante. Luego la puerta de alambre golpeó suavemente, como una polilla.
—¿Lena? —murmuró Leo Auffmann.
La mujer se sentó junto a él en la hamaca, en camisón, no delgada como las muchachas sin amor a los diecisiete, no gorda como las mujeres sin amor a los cincuenta, sino redonda, firme, como las mujeres de cualquier edad, pensó él, cuando no hay problemas.
Lena era un milagro. Su cuerpo, como el de él, pensaba siempre por ella, pero de modo diferente, dando forma a los niños, o adelantándose para cambiar el aire de cualquier habitación de acuerdo con el humor de su marido. No pensaba mucho tiempo, en apariencia.
El pensamiento y la acción pasaban de la cabeza a la mano, y viceversa, en un circuito suave y natural que Leo Auffmann no podía, y no intentaba, reproducir.
—Esa máquina —dijo al fin la mujer—, no la necesitamos.
—No —dijo él—, pero a veces tenemos que inventar para otros. He pensado qué podría poner en ella. ¿Películas? ¿Radios? ¿Lentes estereoscópicas? Todo a la vez probablemente, de modo que un hombre, acariciando la máquina, pueda decir: «Sí, señor. Esto es la felicidad».
Sí, pensó Leo Auffmann, hacer un aparato que a pesar de los pies húmedos, la sinusitis, las camas arrugadas, y esas horas de las tres–de–la–mañana cuando los monstruos le devoran el alma a uno, fabrique felicidad, como aquel mágico molino de sal que arrojado al océano fabricó sal eternamente, y transformó el mar en salmuera. ¿Quién no sudaría sangre para inventar una máquina parecida?, le preguntó Leo Auffmann al mundo, al pueblo, a su mujer.
En la hamaca del porche, a su lado, el silencio de Lena era una opinión.
Leo Auffmann, también silencioso, con la cabeza echada hacia atrás, escuchó las hojas de los olmos que siseaban al viento.
No lo olvides, se dijo a sí mismo. Este sonido debe estar también en la máquina.
Un minuto más tarde la hamaca del porche, el porche, se alzaban vacíos en la oscuridad.