Tres semanas después, IdrisPukke y Cale, que todavía estaba amarillento, se dirigían hacia el gran castillo de Menfis. Para sus adentros, Cale había esperado algún tipo de recibimiento oficial y, aunque no lo reconocía ni siquiera ante sí mismo, era lo que deseaba. Al fin y al cabo, había matado a ocho hombres sin ayuda de nadie y librado a Arbell Cuello de Cisne de una muerte horrenda. No es que él quisiera gran cosa a cambio de afrontar tales peligros: hubiera bastado con unos miles de personas gritando su nombre y tirándole flores, y al final el recibimiento de la hermosa Arbell, con lágrimas en los ojos, sobre un estrado decorado con sedas, y a su lado un padre infinitamente agradecido y tan emocionado que no le salieran las palabras.
Pero no había nada, solo Menfis entregada a su incesante actividad de ganar y gastar dinero, aquel día bajo un cielo que amenazaba tormenta. Cuando estaban a punto de atravesar las grandes puertas del castillo, a Cale le dio un vuelco el corazón, pues en ese instante empezaron a sonar las campanas de la gran catedral, a las que hicieron eco las campanas del resto de las iglesias de la ciudad. Pero IdrisPukke defraudó todas sus ilusiones.
—El tañido de las campanas —explicó, señalando con un gesto de la cabeza las nubes que traían la tormenta—, es para alejar los rayos.
Diez minutos después desmontaban ante el palacio del Señor Vipond. Ante ellos, para recibirlos, había un solo criado.
—Hola, Stillnoch —saludó IdrisPukke al criado.
—Bienvenido de nuevo, señor —dijo Stillnoch, un hombre tan viejo y con la cara tan profundamente arrugada y agrietada que a Cale le recordó el viejo roble que había en el campo de entrenamiento del Santuario: un árbol tan viejo que era difícil decir qué parte de él seguía viva, y qué parte estaba muerta. IdrisPukke se volvió hacia el muchacho, que estaba exhausto pero profundamente decepcionado:
—Tengo que ir a ver a Vipond. Stillnoch os conducirá a vuestra habitación. Nos vemos esta noche en la cena.
Y diciendo eso, se fue caminando hacia la puerta principal. Stillnoch le hizo un gesto indicando una puerta más pequeña que había al final del palacio.
«Será algún cuarto apestoso», pensó Cale para sí, sintiendo que su resentimiento alcanzaba la plenitud.
Pero lo cierto fue que su habitación, o habitaciones, resultaron ser sumamente agradables. Había una zona de estar, con un blando sofá y una mesa de roble, un cuarto de baño con todas sus cosas, algo de lo que él había oído hablar, aunque había supuesto que sería una loca fantasía. Y, naturalmente, un dormitorio con una cama grande y un colchón relleno de plumas.
—¿Os gustaría tomar un ágape, señor? —preguntó Stillnoch.
—Sí —respondió Cale, pensando que seguramente tendría algo que ver con comida. Stillnoch hizo una inclinación. Cuando volvió, veinte minutos después, con una bandeja en la que había cerveza, pastel de cerdo, huevos cocidos y patatas fritas, Cale estaba dormido en la cama.
Stillnoch había oído lo que decían de él. Posó la bandeja y contempló con detenimiento al durmiente. Con la piel amarillenta y su aspecto demacrado producido por la infección que había estado a punto de acabar con él, Cale no parecía gran cosa, pensó Stillnoch. Pero si le había dado a aquel bastardo presumido de Conn Materazzi una buena paliza, merecía respeto y admiración. Y con ese pensamiento, tapó al durmiente con la colcha, cerró las cortinas y se fue.
—Atravesó el campamento como la misma Muerte. He visto asesinos en mi vida, pero nada parecido a ese muchacho.
IdrisPukke estaba sentado frente a su hermanastro, tomando una taza de té, y parecía claramente atribulado.
—¿Y eso es todo lo que es… un asesino?
—Para ser sincero, si todo lo que hubiera visto en él fuera eso… bueno, me habría alejado de él lo antes posible. Y os aconsejaría que le pagarais y os deshicierais de semejante persona.
Vipond lo miró con sorpresa.
—Santo Dios, os habéis vuelto un viejo muy sentimental. Ese tipo de gente es muy útil, ya lo creo. Pero os preguntaba si es algo más que un matón asesino.
IdrisPukke lanzó un suspiro.
—Yo diría que mucho más. Y si me hubierais preguntado antes de la lucha del paso de la Cortina, si es que puede llamarse lucha a aquello, os hubiera dicho que era un gran hallazgo. Ha sufrido mucho, pero tiene cerebro e ingenio, aunque lamentablemente lo ignora todo sobre muchas cosas. Y os habría dicho que tiene un buen corazón. Pero me quedé impresionado con lo que sucedió después. Y eso es todo lo que os puedo decir. No sabría qué hacer con él. Para ser franco: me gusta, pero también me asusta.
Vipond se apoyó contra el respaldo, pensativo.
—Bien —dijo al fin—, pese a vuestras dudas, él os ha granjeado aprecios a vos, y, para ser justo, también a mí. Y Dios sabe que no os vienen nada mal. El Mariscal Materazzi ha perdonado todas vuestras faltas, y ahora disfrutáis de su favor. —Miró a IdrisPukke sonriendo—. Por supuesto, si no fuera por la necesidad de mantener en secreto este asunto, se os habría recibido a ambos con honores, con una banda y todo eso… —Vipond sonrió, esta vez de manera burlona—. Os hubiera gustado, ¿no?
—Desde luego —admitió IdrisPukke—. ¿Cómo no? Dios sabe que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien se alegró de verme.
—¿Y de quién es la culpa?
—Mía, hermano querido —dijo IdrisPukke riéndose—. Solamente mía.
—Tal vez debierais explicarle al muchacho por qué su recepción ha sido tan silenciosa.
—La verdad es que no creo que le importe un comino. Para él, salvar a Arbell Cuello de Cisne ha sido solo un medio de lograr un fin. Pensó que le interesaba arriesgar la vida, y eso es todo. Ni una vez ha preguntado por ella. Cuando, con todos mis recelos, elogié su valor, me miró como si yo fuera idiota. Solo quiere dinero y un viaje seguro por el mar hacia el lugar más alejado posible de sus antiguos amos. No le importan un comino las alabanzas ni las reprobaciones. La opinión que los demás tengan de él, eso le da igual.
—Entonces —dijo el Señor Vipond—, es realmente un tipo excepcional. —Se puso en pie—. En cualquier caso, tengáis razón o no, el Mariscal desea darle las gracias en persona esta noche. Y, naturalmente, también Arbell Cuello de Cisne. Aunque la cara que puso cuando su padre se lo dijo fue como si prefiriera comerse una rata.