LIBRO QUINTO

La formación de la era europea

Alrededor de 1500 existían numerosos indicios de que estaba comenzando una nueva era en la historia mundial. Algunos ya se han mencionado: los descubrimientos en las Américas y los primeros pasos de la aventura europea en Asia son dos de ellos. Al principio, estos indicios reflejan la naturaleza dual de una nueva era que, cada vez más, lo es de una historia verdaderamente mundial, una era cuya trama está dominada por el asombroso éxito de una civilización entre muchas, la de Europa. Son dos aspectos del mismo proceso: existe una interconexión cada vez más continua y orgánica entre los sucesos de todos los países, y, en gran parte, ello se explica por los esfuerzos de los europeos. Con el tiempo, estos se convirtieron en los dueños del planeta y usaron su dominio —en ocasiones sin saberlo— para convertir el mundo en uno. Debido a ello, a lo largo de los últimos dos o tres siglos, la historia mundial ha tenido una mayor identidad y unidad temática.

En un pasaje célebre, el historiador inglés Thomas B. Macaulay hablaba de pieles rojas que se arrancaban la cabellera entre ellos a orillas de los Grandes Lagos para que un rey europeo pudiese arrebatar a un vecino una provincia que codiciaba. Esta es una faceta sorprendente de la historia en la que ahora debemos adentrarnos —el surgimiento de luchas de un mundo contra otro en unas guerras cada vez mayores—, pero la política, la formación de imperios y la expansión militar no eran más que una pequeña parte de lo que sucedía. La integración económica del planeta era otra parte del proceso, y más importante aún era la difusión de planteamientos e ideas comunes. El resultado sería, en una de nuestras expresiones acuñadas, «un solo mundo» o algo similar. La era de las civilizaciones independientes o casi independientes había tocado a su fin.

Dada la inmensa diversidad de nuestro mundo, en un primer momento esto puede parecer una exageración absolutamente engañosa. Las diferencias nacionales, culturales y raciales no dejaron de generar e inspirar conflictos espantosos. La historia de los siglos que han seguido al año 1500 puede escribirse (y a menudo está escrita) básicamente como una serie de guerras y luchas cruentas, y es obvio que las personas que viven en países distintos no piensan de forma parecida a como lo hacían sus antecesores siglos atrás. Sin embargo, eran mucho más parecidas que sus antecesores de, pongamos, el siglo X, y lo muestran de cientos de maneras, que van desde las formas de vestir hasta las maneras en que se ganan la vida u organizan sus sociedades. Los orígenes, el alcance y los límites de este cambio configuran gran parte de la historia que narramos. Esta historia es producto de algo que todavía está en curso en muchos lugares, y que en ocasiones denominamos «modernización». Durante siglos, ha consistido en la erosión de las diferencias entre culturas, y es la expresión más profunda y fundamental de la creciente integración de la historia mundial. Otra manera de describir este proceso es decir que el mundo se ha europeizado, puesto que la modernización es, por encima de todo, una cuestión de ideas y técnicas en su origen europeas. El hecho de si «modernización» es lo mismo que «europeización» (o, como se dice a menudo, «occidentalización») no se abordará en esta obra; a veces, tan solo es una cuestión de preferencias léxicas. Lo que es obvio es que, cronológicamente, fue con la modernización de Europa que se inició la unificación del mundo. Un profundo cambio en Europa fue el punto de partida de la historia moderna.