Los «romanos» de la época de Justiniano sabían que eran muy diferentes de otros hombres, y se sentían orgullosos de serlo. Pertenecían a una civilización en particular y creían, al menos algunos de ellos, que era la mejor que cabía imaginar. Pero no eran los únicos que se hallaban en esa situación. Lo mismo podía decirse de los hombres que habitaban en otras regiones del planeta. Mucho antes del nacimiento de Cristo, la civilización estaba presente en todos los continentes a excepción de Australia, ahondando y acelerando las divisiones en el comportamiento humano que se iniciaron en los tiempos prehistóricos. La variedad cultural del género humano, incluso en los primeros tiempos históricos, era ya considerable, y cuando el mundo mediterráneo clásico se resquebrajó finalmente de manera irreparable —el año 500 nos puede servir como indicador aproximado—, el mundo estaba lleno de culturas diferenciadas.
La civilización no había llegado todavía a la mayor parte de la superficie del planeta, si bien la parte civilizada se circunscribía a un número relativamente reducido de zonas en cada una de las cuales existían tradiciones poderosas y diferenciadas, a menudo conscientes de su propia identidad y en gran medida independientes. Sus diferencias continuarían ahondándose durante más o menos otros mil años, hasta que, hacia 1500, la humanidad presentaba un grado de diversidad no superado probablemente por el de ninguna otra época pasada o futura. No había, sin embargo, una tradición cultural dominante.
Una de las consecuencias fue que las civilizaciones china, india, europea occidental e islámica vivieron sin entrar en contacto con las demás durante el tiempo suficiente para dejar huellas indelebles en la configuración de nuestro mundo. Las civilizaciones coexistieron y, paradójicamente, la explicación es, en parte, que todas eran muy semejantes en un aspecto. En términos generales, todas se basaban en la agricultura de subsistencia y todas tenían que recurrir al viento, los cursos fluviales y los músculos animales o humanos para encontrar sus principales fuentes de energía. Ninguna de ellas podía acumular un poder tan abrumador que permitiese cambiar a las demás. Asimismo, el peso de la tradición era enorme en todas partes; las rutinas incuestionables, aunque diferentes, por las que entonces se regía la vida de todo el género humano, parecerían hoy intolerables. Naturalmente, la variedad en el desarrollo cultural configuró la tecnología. Hubo de transcurrir mucho tiempo hasta que los europeos fueron capaces de realizar obras de ingeniería comparables a las de los romanos, aunque los chinos ya habían descubierto mucho antes cómo se imprimía con tipos móviles y conocían la pólvora. Sin embargo, la repercusión de tales ventajas o desventajas fue mínima, en gran parte porque el intercambio entre tradiciones era difícil salvo en un reducido número de zonas favorecidas. Pero el aislamiento de una civilización con respecto a otra nunca era absoluto; siempre había alguna interacción física y espiritual. Las barreras entre unas civilizaciones y otras se asemejaban más a membranas permeables que a muros impenetrables, aunque, en términos generales, los hombres de esos tiempos vivían satisfechos siguiendo pautas tradicionales, ignorantes de que otras personas vivían de manera distinta a unos cientos —o incluso unas decenas— de kilómetros de ellos.
Esta gran era de diversidad cultural abarca un lapso muy prolongado; debemos remontarnos al siglo III a.C., y las brechas en las defensas que las separaban de las demás no fueron irreparables hasta después de 1500. Antes de esa fecha, la mayoría de las civilizaciones se movían en gran medida siguiendo sus propios ritmos, y solo de forma ocasional mostraban los efectos de grandes alteraciones provenientes del exterior. Una de las alteraciones que afectaron a los hombres que habitaban desde España hasta Indonesia, y desde el río Níger hasta China, tuvo su origen en Oriente Próximo, la región que había albergado las tradiciones civilizadas más antiguas y un lugar lógico para empezar a examinar este mundo tan diverso.