Las obras eróticas están prohibidas, son caras y no se encuentran con facilidad. Y, sin embargo, casi todos los libreros les dirán que, dentro de este género, las obras más valiosas están intactas y por estrenar. Por el contrario, los grimoires tienen normalmente páginas en tan mal estado que parece que se van a romper en mil pedazos. Los grimoires son libros de magia negra destinados a favorecer la invocación de los poderes infernales, atraerlos y apropiarse de ellos. Se encuentran con facilidad, su venta está permitida y son baratos. Son más o menos como los libros de bolsillo. Pero ¿por qué están tan solicitados?
Encontré respuesta a esta pregunta hace unos años, cuando un día entró en mi tienda un chico que quería asegurarse de la eficacia de uno de los tres famosos libros mágicos que existen todavía en nuestros días: el grimoire del papa Honorio, obra que, se supone, debió de publicarse en Roma en 1629. El joven había hojeado el libro y había dado con un párrafo que revelaba que sólo con pronunciar unas fórmulas se podía apagar un fuego. Como muchos chicos de su edad, estaba dispuesto a creer en lo imposible; sin embargo, al pertenecer a esa generación de «jóvenes rebeldes», se mostraba escéptico e insistía en experimentar él mismo lo que en principio le parecía imposible.
Salió a un pequeño patio que había detrás de mi tienda y empezó a aprender las fórmulas de memoria. Mientras tanto, una mujer arrugó unas cuantas hojas de periódico y, en cuanto el chico estuvo preparado, nos cobijamos los tres en un rincón del patio. Prendió fuego al papel y pronunció las palabras incomprensibles que acababa de leer en el libro mágico. Las palabras resultaban extrañas y fuera de lugar dentro de aquel ambiente tan tranquilo, vulgar y racional. Sin embargo, el fuego fue consumiéndose lentamente hasta desaparecer. Nos quedamos anonadados. Al poco rato, repetimos la operación. De nuevo, el joven profirió las extrañas palabras, y una vez más el fuego se extinguió. En su rostro se reflejaba una curiosa mezcla de miedo y orgullo. El joven mago salió de la tienda; aquello fue una clara muestra de que la fe puede vencer a la razón.
Me imagino que es el tipo de aventura que mejor responde a la cuestión de por qué a la gente le interesan tanto los grimoires. Esto también explica por qué de otro famoso grimoire, Los libros sexto y séptimo de Moisés, se llegó a hacer una tirada de cien mil ejemplares y todos se vendieron. En mi opinión, los libros de magia dan a los hombres una esperanza, la que les permite traspasar las fronteras de lo racional. Tal vez sea bueno que el hombre se rebele siempre contra los límites que se le imponen, y es completamente natural que trate de traspasarlos. Al fin y al cabo, poco importa que los medios de evasión se le ofrezcan a través de un librito carente de valor, pura superchería, ya que semejantes esfuerzos engendran la fe, y la fe, ya lo hemos visto, puede mover montañas. Pero esto no es válido para todo el mundo.
Más o menos en la misma época, recibí la visita de uno de los pocos alquimistas que quedan en Bélgica. Desde hacía tiempo, nos unía una estrecha amistad, y un día en que estábamos charlando, me regaló un amuleto de madera por si alguna vez necesitaba la ayuda de fuerzas sobrenaturales. Me explicó cómo había que utilizar el objeto. Tendría que ponerme el amuleto y concentrarme en el problema que tuviera que resolver, alejando de mi mente cualquier otro pensamiento o emoción. A continuación, tendría que cerrar los ojos, apretar el amuleto contra la frente y pedir ayuda. En cualquier caso, tengo que confesar que no compartía la confianza de mi viejo amigo en cuanto a la eficacia de aquel objeto. Se dio cuenta de mi escepticismo y se ofreció a ayudarme, pero sólo una vez, ya que decía que sólo el propietario del amuleto podría hacer uso del mismo. Con suavidad, me apretó en los tímpanos mientras me concentraba en el problema. Me sometí a todas las exigencias del rito y rápidamente alcancé el momento de pedir ayuda. Con gran estupor, creí oír el ruido de unos pasos que avanzaban lentamente y me pareció ver un ejército de soldados que se acercaban, vestidos con unas cortas túnicas blancas y armados con unas pequeñas porras. En filas apretadas, desfilaban por mi mente. Debí de sobresaltarme o debía de vérseme particularmente sorprendido, ya que el anciano me dijo tranquilamente, pero sin disimular su satisfacción:
—¡Ahora ya le conocen! Vendrán siempre que les llame.
Está claro que a partir de entonces he necesitado más de una vez su ayuda, pero nunca más he conseguido ponerme en contacto con aquellos ángeles de la guarda.
De todas formas, sigo conservando el amuleto, y ya no me da ninguna vergüenza confesarlo desde que, hace poco, conocí al ministro de Asuntos Exteriores de una república de Sudáfrica: este alto dignatario lleva siempre encima un amuleto para proteger la virilidad. El objeto está hecho con la piel del pene de su difunto padre y un poco de vello del pubis de su madre. Ella vive todavía y seguramente estará profundamente convencida de la eficacia del amuleto; en caso contrario, no hubiera consentido hacer semejante donación. Para los europeos, semejantes prácticas pueden resultar un tanto heterodoxas. El amuleto había sido purificado en una hoguera de zarzas y había recibido la bendición del curandero de la tribu del ministro. Me confesó que nunca le había fallado, aunque al ver a un hombre tan viril, podría pensarse que nunca había tenido que recurrir al mismo. Sea como fuere, desde entonces me siento mucho más seguro y, quién sabe, puede que algún día el ejército angelical venga a socorrerme.