—Dígame qué necesitan —dijo Fixer.
—Necesitamos nuevas identidades —respondió Creek—. Necesitamos salir del planeta. Y rápido.
—¿Cómo de rápido?
—En un par de horas estaría bien.
—Oh, de acuerdo. Porque durante un momento he llegado a pensar que podía querer algo imposible.
—Sé que es mucho pedir.
—¿Alguna circunstancia atenuante que deba conocer que pueda dificultar esto aún más?
—Acaban de intentar matarnos. Y hay una orden de busca y captura para detenernos —dijo Creek.
Fixer alzó las cejas.
—Esto no tendrá nada que ver con lo que ha pasado en el centro comercial de Arlington, ¿no?
—Podría ser —admitió Creek.
—Bueno, es usted una caja de sorpresas.
—¿Puede ayudarnos?
—No creo que pueda pagar lo que me está pidiendo.
Creek buscó en su cartera y sacó la tarjeta de crédito anónima que le había dado Javna.
—Póngame a prueba —dijo.
∗ ∗ ∗
Archie se plantó delante de la máquina expendedora, haciendo acopio de valor.
—Hazlo sin más —se dijo en voz alta. Ya había metido la tarjeta de crédito en la máquina; todo lo que tenía que hacer era pulsar el botón B4 y acabar de una vez.
Le costaba trabajo hacerlo. Después de tres sesiones previas con la máquina expendedora que arrancaba la información de su cabeza como un jaguar que arañara sus nervios ópticos con sus garras, no rebosaba entusiasmo para la sesión número cuatro.
No sólo eso, sino que la casilla B4 de la máquina expendedora estaba ya vacía: iba a gastar dinero para conseguir una migraña y no sacar nada a cambio.
Sin embargo, eso no le importaba. El dolor provocado con cada paquete de M&M’s de chocolate blanco era lo bastante grande para hacer que Archie se sintiera físicamente enfermo ante la idea de ingerir otra golosina más. Esta situación sin duda habría satisfecho intensamente a Pavlov.
—Hazlo sin más —se repitió. Acercó la cabeza al plexiglás e intentó obligarse a pulsar el botón. Acuña había divulgado el paradero probable de Creek y Baker y estaba muy ocupado automedicándose para poder salir a buscarlos. Era una información que Archie estaba seguro de que Sam y los demás querrían conocer. Y sin embargo, allí estaba, incapaz de pulsar el botón. Lo que hacía, la cabeza apretada contra el plexiglás, el dedo temblando ante el botón B4, era pensar en modos nuevos e innovadores de estrangular a Sam por hacerle aquello. Cabía esperar que tu pareja, en todos los asuntos domésticos y carnales, tuviera un poco más de compasión.
—¡Eh, empollón!
Archie alzó la cabeza con un sobresalto y movió su cuerpo poco a poco, lo suficiente para que el dedo que temblaba sobre el botón B4 lo pulsara. Archie jadeó cuando el dolor cegador atravesó su cabeza por cuarta vez ese día y luchó con todas sus fuerzas por permanecer de pie. Fue consciente de que, de pronto, babeaba. Trató a la desesperada de contener la baba y no vomitar sobre la máquina expendedora. Cerró los ojos y esperó a que pasara la náusea. Cuando los abrió, Acuña estaba de pie junto a él.
—¿Qué carajo te pasa? —preguntó Acuña.
—Dolor de cabeza —farfulló Archie—. Me dan muy fuertes. Es una alergia.
Acuña miró a Archie de arriba a abajo un momento, calibrándolo.
—Sí, bueno, mira. Vas a venir con nosotros. Schroeder dice que el tipo al que Creek y la chica van a visitar tiene un montón de ordenadores y chorradas técnicas en su local. Si Creek y la chica no están allí, y el tipo no es útil, tal vez podríamos sacar algo de su equipo.
Archie asintió, los ojos cerrados todavía.
—Muy bien —dijo—. Pero voy a necesitar algo de tiempo. Tengo que hacer un par de cosas antes de irnos. Necesito colocar algunas sondas en el sistema informático de Creek.
—¿No has entrado todavía?
Archie negó con la cabeza… lentamente.
—Ese tipo tiene un software defensivo increíble en su sistema. Nivel militar como poco.
—Bien —dijo Acuña—. Tengo que curarme un poco más de todas formas. Pero que sea rápido.
Acuña miró a la máquina expendedora y frunció el ceño.
—¿Qué has pedido?
—¿Qué? —preguntó Archie.
—Has pulsado un botón pero no veo nada en la caja.
—Pulsé por accidente la B4. Está vacío. Iba a pulsar la B5, pero me sobresaltaste.
Acuña hizo una mueca.
—Prueba la G2 —dijo—. Tiene aspirinas.
Se marchó. Archie se quedó allí unos cuantos segundos más, y luego sacó la tarjeta de crédito, la introdujo en la máquina expendedora, pulsó «G2» y sacó el paquete de analgésicos.
De vuelta el ordenador consideró el problema del sistema informático de Creek, que era, tenía que admitirlo, una jodida obra maestra de seguridad. Archie había estado lanzándole sonda tras sonda, programas autónomos diseñados para localizar áreas específicas de debilidad en la seguridad del sistema, entrar en ellas, explorarlas y luego abrir la puerta para que otros programas extrajeran datos.
Un sistema doméstico medio caía en unos quince segundos con una sonda mínimamente compleja, con una subrutina para engañar al sistema y hacerle creer que cada clave introducida era el primer intento. Los sistemas domésticos y los de los negocios pequeños de gente que trabajaba en la industria informática o que eran simplemente paranoicos respecto a sus sistemas requerían sondas más especializadas, con formas más sutiles de entrada.
A este nivel medio de complejidad, a Archie le gustaba emplear una sonda que remedara el protocolo de recuperación de información usado por toda la red: la sonda engañaría al sistema para que creyera que había solicitado información y descargaría en él un programa autoextractor, que empezaría a explorar y robaría los datos, nutriéndose del tráfico de salida del sistema.
Pero los grandes negocios y los sistemas gubernamentales, enormemente protegidos, requerían unas sondas de diseño asombroso, capaces de ataques multidimensionales y simultáneos al sistema. Las sondas de nivel corporativo eran tecnología punta; el hacker que entrara en un sistema bien defendido sería el rey entre los demás empollones informáticos durante al menos seis horas, que solía ser la cantidad de tiempo que necesitaban los técnicos para anular la sonda y tapar el agujero en el sistema de seguridad.
Archie había tenido la deferencia profesional con Creek y su sistema de asumir que una sonda de nivel bajo no conseguiría nada, y había empezado a atacar su sistema con sondas de nivel medio, sin conseguir más que fracasos. Archie sólo tenía una sonda de nivel alto en su archivo, pero era espectacular: había conseguido abrir el sistema de la USDA y robado las previsiones de cosechas del año, colapsando así los futuros mercados agrícolas. Archie no había creado la sonda, pero respetaba las habilidades del hacker que lo había hecho; la sonda tenía un diseño elegante. Sería inútil para cualquier objetivo corporativo o gubernamental importante, por supuesto (a ese nivel, las sondas sólo funcionan una vez), pero habría sido más que suficiente para cualquier sistema doméstico del planeta. No lo fue.
Si Archie hubiera tenido seis semanas y ninguna otra cosa que hacer, podría haber ensamblado una nueva sonda de calidad similar como la de la USDA; tal como estaban las cosas, disponía de seis minutos. Así que decidió seguir otra táctica. Abrió una nueva ventana y entró en La Mazmorra del Matón, un foro de hackers, y posteó un mensaje diciendo que Creek desafiaba a los miembros y proclamaba que su sistema era a prueba de incursiones. Ese reto no interesaría a los hackers serios, pero haría que algunos de los menos dotados y más excitables se pusieran en marcha, y cuando sus ataques empezaran a rebotar en el sistema de Creek, algunos de los más capaces considerarían que el sistema era un buen desafío. Para endulzar el reto Archie escribió que dentro del sistema de Creek estaba el mítico y nunca visto vídeo de una famosa estrella pop haciéndoselo con su no-famosa-pero-igualmente-maciza hermana gemela.
«Eso debería funcionar», pensó Archie, y envió el mensaje. Luego buscó en sus archivos y sacó un programa monitor y otro de recuperación. El programa monitor observaría los diversos ataques al sistema de Creek desde fuera, localizando las sondas y otros programas cuando llegaran al sistema y luego seguiría sus progresos contra él. Cuando uno rompiera el sistema, el programa monitor alertaría al programa de recuperación, que entonces entraría y se apoderaría de la información.
Archie ya no buscaba obviamente la identidad de Robin Baker, pero si Creek y la chica volvían a escabullirse, la información que encontrara podría ayudar a localizarlos. Archie dirigió el programa de recuperación para que se centrase en los documentos de información personal y toda la actividad dentro del último par de semanas. Iba a ser un montón de material, pero podría recortarlo cuando lo tuviera, y era mejor que intentar descargar todos los archivos del sistema.
Acuña entró en la habitación.
—Hora de irnos —dijo—. Recoge tus cosas.
—Ya están recogidas —respondió Archie, y cerró el ordenador. «Vamos a ver cómo manejas esto, Creek», pensó.
∗ ∗ ∗
Brian advirtió que las sondas de los hackers atacaban el sistema de Creek del mismo modo que un buey almizclero advierte que un enjambre de moscas está zumbando alrededor de su nariz. Repelió los primeros ataques de lo que suponía era una fuente anónima única, pero se dio cuenta de que estas nuevas sondas eran a la vez mucho menos sofisticadas que los anteriores ataques y procedían de múltiples fuentes no anónimas. Así que quien fuera que lo estaba molestando ahora era a la vez estúpido y torpe. Brian dejó que las sondas continuaran su inútil trabajo y envió exploradores propios por la red hasta los sistemas de los originadores (no resultó nada sorprendente que fueran fáciles de quebrar), y examinó sus archivos para descubrir qué tenían todos en común. Lo que tenían en común era una visita reciente a La Mazmorra del Matón. Brian se apropió de una de sus identidades, firmó y encontró el post que supuestamente era de Creek.
«Qué sibilino», pensó Brian. Aunque le desagradaba el ataque al sistema de Creek (que era, en cierto modo, un ataque al propio Brian), podía apreciar la jugada de que alguien hiciera que otra gente se encargara del trabajo sucio por él.
Brian devolvió su atención a los ataques al sistema de Creek: ahora llegaban sondas más complejas, de fuentes anónimas. Los chicos más listos habían llegado, con sus deslumbrantes juguetes. A él no le preocupaba que pudieran entrar en el sistema, pero si llegaban demasiadas sondas, defenderse acabaría por menguar sus recursos, y Brian tenía otras cosas que hacer en vez de jugar con los hackers.
Cogió una de las sondas más sencillas y generó un programa de captura sobre la marcha. Lo abrió y examinó el código: no era nada especial, pero tenía lo que Brian estaba buscando, la firma de su creador, un tal OHN-SYAS69, más prosaicamente conocido como Peter Nguyen de Irvine, California. Brian supo con un barrido por el sistema de Nguyen que tenía quince años, una extensa colección de porno especializado en pechos grandes y que era un hacker prometedor aunque no especialmente dotado. Su sonda era un código ya hecho, montado de manera poco elegante para convertirse en un mero programa funcional.
«Peter Nguyen, voy a convertirte en una estrella», pensó Brian, y a partir del combinado sin estilo que era el programa sonda del joven maestro Nguyen, creó algo nuevo bajo el sol virtual: una metasonda, diseñada para ajustarse a otros programas sonda, abrirlos, encontrar la firma de sus creadores, y luego reprogramar las sondas para que volvieran al sistema de su creador. Después de abrir el programa trasmitirían la disponibilidad de su contenido a la red mundial para que todo el mundo la viera y la probara. Unas cuantas horas más tarde, la sonda iniciaría una destrucción del sistema, que incluía el programa sonda mismo, dejando solamente la firma de Peter Nguyen.
Sondear las sondas sería sencillo, por el simple motivo de que nadie lo había hecho antes, así que a nadie se le había ocurrido protegerlas. Esto era lo que le encantaba a Brian de los hackers. Eran listos, pero no les gustaba pensar en las cosas que no tenían justo delante.
Brian terminó el código (asegurándose de que la metasonda se autoborraría si era sondeada a su vez; de nada serviría caer en la misma trampa que los hackers) y luego lo introdujo en un programa replicador autónomo que lanzaría una metasonda cada vez que el sistema de Creek registrara un ataque. Los recursos de los sistemas nativos para tratar con los ataques se limitarían ahora a relanzar el programa replicador tras cada intento. Como añadido, el mundo hacker se hundiría en el caos y la ruina durante algún tiempo, mientras los cerebritos informáticos trataban de dilucidar qué demonios estaba pasando.
A Brian le parecía muy bien. Podía ser una consciencia virtual sin cuerpo, pero al menos no era uno de esos jodidos cerebritos de la informática. Tal vez, privados de sus sistemas, algunos de aquellos frikis saldrían a la calle a tomar el sol o conocerían a gente o algo por el estilo. No les vendría mal. En cualquier caso, los hackers podrían aprender un poco de humildad, de la que carecían totalmente a pesar del hecho de que no podías fiarte de que se ducharan más que un día de cada tres.
Mientras Brian reflexionaba sobre la socialización forzosa de todos esos frikis informáticos, advirtió dos programas (no sondas) que flotaban en la periferia de su sistema. El primero pasaba de sonda en sonda, marcando cada una con un diminuto programa autónomo; Brian lo reconoció como un programa monitor. El otro programa estaba allí, sin abrir. Brian se apoderó de él y lo abrió. Era un programa de recuperación que esperaba que una sonda hiciera su trabajo antes de entrar en el sistema de Creek. Brian leyó el código y descubrió quién estaba intentando entrar en él.
—Vaya, hola, señor Archie McClellan, seas quien seas —dijo Brian—. Creo que es hora de que nos conozcamos mejor.
∗ ∗ ∗
Fixer abrió un congelador en el sótano y sacó una caja de polos de tamaño familiar, como las que se compran en los grandes almacenes, y se la tendió a Creek y Robin para que la analizaran.
—Aquí está —dijo.
—¿Aquí está qué? —preguntó Robin.
—Su nueva identidad —replicó Fixer.
—¿Vamos a ser polos?
Fixer sonrió. Depositó la caja sobre la mesa y sacó una bandeja de plástico del interior. En ella había lo que parecían ser unos guantes extremadamente finos y largos.
—No quiero que piensen que me alegro de que hayan venido —dijo—. Porque, sinceramente, no me alegro. Sin embargo, su decisión fue inteligente o afortunada para ustedes. De vez en cuando, la familia Malloy tiene la necesidad de burlar rápidamente a las autoridades y salir del planeta para disfrutar de unas largas y relajantes vacaciones. Y cuando lo hacen, acuden a mí, porque yo tengo esto —señaló los guantes—: una nueva identidad en una caja.
Creek extendió una mano y cogió uno de los guantes.
—Parece piel —comentó—. ¿Es de alguien?
—No he despellejado a nadie, si se refiere a eso —contestó Fixer, y señaló el guante—. Son células de piel humana cultivadas y suspendidas en una base nutriente para mantenerlas vivas. Las huellas dactilares, las huellas palmarias y la textura de la piel son grabadas a láser. La refrigeración hace que duren unas seis semanas. Sin refrigeración, aguantan unos dos días. Eso los sacará del planeta, y es lo que cuenta.
—¿De dónde ha sacado una cosa así? —preguntó Robin.
—Uno de los negocios legítimos de los Malloy es una cadena de residencias de ancianos —dijo Fixer, y volvió al congelador para sacar otra caja—. Yo consigo muestras de piel e identidades de los residentes. Son interesantes porque están vivos pero no van a ninguna parte. Mientras tengas un cuerpo respirando, ADN, y huellas dactilares, todo lo demás es papeleo. Hago los guantes con aparatos médicos que yo mismo modifico.
—Es todo un manitas —dijo Robin.
—Gracias. Es bueno que mi educación universitaria no se haya desperdiciado por completo.
Le tendió la segunda caja a Robin, que se la quedó mirando.
—Ahí hay ADN de mujer —explicó Fixer—. Porque, genéticamente hablando, uno no vale para todo.
Fixer ayudó a Creek y Robin con los guantes y recortó el material sobrante, de modo que los guantes quedaron a medio camino entre el codo y el hombro. Fixer les hizo doblar el brazo y alzar la palma; tiró de los guantes para alisar las huellas y luego apareció con lo que parecían un par de calibradores. Los colocó a cada lado del antebrazo de Creek y pulsó un botón. Creek sintió un leve zumbido eléctrico y luego la constricción de los guantes al adherirse con fuerza a su brazos.
—Ay —se quejó Creek.
—Relájese —dijo Fixer, haciendo lo mismo con Robin—. Cederán un poco dentro de unos minutos. Pero mejor que quede tenso y no suelto. Vamos ahora con sus cabezas.
Fixer se marchó y regresó unos minutos más tarde con otra caja.
—Alta tecnología —dijo, rebuscando en la caja para tenderle a Creek un pequeño contenedor de plástico con diminutas placas circulares—. Aplico estas placas a puntos concretos de la cara y la cabeza, y ellas tensan o relajan los grupos de músculos de debajo para alterar el aspecto. Será bastante para pasar los escáneres de reconocimiento facial. Otra solución a corto plazo. El poder de las placas funciona durante unas seis horas.
A Robin le tendió unas tijeras y tinte para el pelo.
—Baja tecnología —dijo—. Tiene usted un pelo precioso, querida. Pero es demasiado llamativo.
Robin cogió las tijeras y el tinte como si acabaran de decirle que tenía que cortarse la garganta. Fixer la condujo a un cuarto de baño y luego volvió con Creek.
—Tengo que hacer unas llamadas. Necesito pedir unos cuantos favores.
—Gracias —dijo Creek—. Se lo agradezco de veras.
—No son favores para ustedes —dijo Fixer—. Puedo sacarlos del planeta sin problema. Pero tengo la impresión de que me acaban de embarcar en unas largas, necesarias y posiblemente permanentes vacaciones. Eso va a requerir que llame a algunas puertas.
—Lo lamento.
—No lo lamente demasiado —dijo Fixer. Sacó la tarjeta de crédito anónima de Creek y se la devolvió—. Usted paga. Y no me importa decirle que he cobrado una auténtica burrada por mis servicios hoy.
Fixer se marchó escaleras arriba. Creek sacó su comunicador y llamó a Brian.
—Eres muy popular —informó Brian, de nuevo sin preámbulos—. En la última hora o así ha habido unos dos mil intentos de hackear tu sistema, algunos de ellos bastante buenos.
—El hecho de que seas tú quien me lo dice sugiere que lo tienes bajo control.
—Es una forma de decirlo —contestó Brian—. Otra sería que dentro de unos noventa minutos un par de miles de hackers de élite y de no tanta élite van a aullar de terror cuando sus pequeños mundos implosionen. Sin embargo, me preocupan menos que el hecho de que un juez acaba de autorizar una orden de registro en tu casa y su contenido, es decir, tu sistema informático, en un intento de descubrir dónde estás en este momento. Los polis no van a tener más éxito a la hora de sacar información de tu sistema que los hackers, pero si me desconectan de la red, no voy a serte de mucha utilidad.
—¿Puedes salir del sistema? —preguntó Creek.
—No lo creo. La red permite pequeños programas autónomos, como las sondas que ahora mismo estoy espantando, pero soy un poco demasiado grande para no llamar la atención flotando en el éter.
Creek pensó un momento.
—El IBM de la Agencia de la Atmósfera —dijo finalmente—. Todavía debería estar accesible. Podrías ir allí.
—Vaya, muy bonito. De vuelta al vientre materno.
—Es mejor que nada.
—No me estoy quejando, Harry —dijo Brian—. Me gusta el IBM. Es espacioso. Y también está conectado a la red del gobierno, lo que hará que mi capacidad de acceso sea menos evidente. Espera, he empezado mi transferencia. ¿Se me oye muy lejos?
—En realidad no.
—Y mientras me retiro de tu sistema lo estoy formateando y ordenándole que se desconecte de la red. No sé qué van a encontrar los polis en el resto de tu casa, pero tu ordenador, al menos, estará limpio en pocos minutos.
—¿Qué más tienes para mí? —preguntó Creek.
—Muchas cosas —respondió Brian—. Primero: las cámaras de seguridad del centro comercial no funcionaban. La policía encontró que vuestros atacantes tenían unos disruptores, pero la señorita Baker y tú fuisteis grabados por las videocámaras del metro. Ésa es la mala noticia. La buena noticia es que conseguí desconectar la imagen de vuestro tren en cuanto os localicé. La mala noticia es que no pude desconectar la de la parada de Benning Road, así que tarde o temprano descubrirán dónde os bajasteis. Pero eso sigue dándoos un poco de tiempo. Si todavía no has empezado a darte prisa en lo que estás haciendo, es hora de empezar.
—Nos estamos dando prisa.
—Me alegro de oírlo. Segundo: Tu «agente Reginald Dwight» es en realidad Edward Baer, que parece ser el típico matón de poca monta. Cumplió un par de años por chantaje y extorsión hace cosa de una década y le añadieron otros seis meses a la sentencia por atacar a otro recluso mientras estaba en la trena. Su trabajo oficial es el de especialista de seguridad, lo que resulta bastante irónico. Es obvio que es un asociado del señor Acuña, pues lleva un par de años firmándole cheques a ese tipo.
—¿Está muerto?
—No, no lo está —dijo Brian—. Pero tampoco está para tirar cohetes. Lo ingresaron en el Hospital Monte Vernon con heridas múltiples internas y externas, incluyendo la espalda rota y la espina dorsal fracturada. Ahora están operándolo. Hay dos muertos confirmados, uno por trauma cerebral masivo y otro por una herida de bala, y otros dos heridos. Uno de ellos está inconsciente, pero el otro no, y la policía lo está interrogando ahora mismo.
—Eso hacen cinco. ¿Dónde está Acuña?
—No estaba en el escenario —respondió Brian—. Al menos, no hay noticias de su detención ni de que lo hayan enviado a un hospital.
—Eso no es bueno.
—Tercero —continuó Brian—. He descubierto quién ha estado intentando entrar en tu sistema desde hace un día o así: un tipo llamado Archie McClellan. Es un contratista del Departamento de Defensa. ¿Has oído hablar de él?
—No.
—Bueno, pues decididamente él ha oído hablar de ti, y como sus intentos por hackear tu sistema se corresponden casi exactamente con tus intentos de encontrar tu oveja perdida, no creo que sus visitas sean una coincidencia.
—¿Tiene ese tal McClellan relación con Jean Schroeder o el instituto? —preguntó Creek.
—No hay nada en su historial bancario que lo confirme. Trabaja principalmente para el gobierno norteamericano y el de las NUT. Su información de contacto dice que trabaja básicamente con sistemas de archivos históricos. No tiene ningún hacha que blandir. Al parecer es sólo un cerebrito de la informática. Me estoy metiendo en su ordenador mientras hablamos. Espero saber algo más de un momento a otro. Pero mientras tanto, me gustaría sugerirte que, sí, deberíamos asumir que en lo que sea que Jean Schroeder y su banda de rarezas xenófobas estén planeando, nuestro amigo Archie y el Departamento de Defensa están colaborando.
Creek abría la boca para responder cuando la puerta del sótano se abrió y Fixer bajó un par de escalones.
—Tengo pasaje para ustedes dos —dijo—. La nave crucero Nuncajamás. Ha sido alquilada por un grupo de Veteranos de Guerras Extranjeras y Extraterrestres. Irá a algunos de los destinos habituales pero luego visitará zonas donde se libraron batallas. Así que va a tener que fingir que es un veterano.
—Soy un veterano —dijo Creek.
—Ah, bien. Entonces, las cosas serán más fáciles, para variar —contestó Fixer—. La última lanzadera para la Nuncajamás sale de BWI dentro de unas dos horas, así que más vale que se pongan en marcha. Dígale a su amiga que se dé prisa en el cuarto de baño. Tengo que hacer fotos de pasaporte para los dos en los próximos quince minutos.
Fixer volvió a subir la escalera.
—¿Vas a alguna parte? —preguntó Brian.
—Ése es el plan.
—Recordarás que las astronaves, incluso los cómodos cruceros, están totalmente fuera de contacto cuando saltan al espacion —dijo Brian—. Puedes enviar mensajes a través del espacion, pero no enviarlos ni recibirlos mientras estás en él. Vas a estar fuera de contacto la mayor parte del tiempo.
—En este momento estoy demasiado apurado para considerarlo algo malo —respondió Creek—. Mira, es un crucero. Hace escalas cada par de días. En cuanto regresemos al espacio real, los suministros de datos volverán a estar abiertos.
—¿Crees que cuando Ben te dijo que te perdieras quería decir que abandonaras el planeta? Si te necesita, estarás a varios años-luz de distancia. No será fácil regresar.
—Si Ben intenta volver a llamarnos, significará que ha descubierto lo que está pasando, por lo que podrá recurrir a los recursos del Departamento de Estado para recuperarnos —dijo Creek—. Así que no creo que traernos de vuelta vaya a ser mucho problema. Pero, mientras tanto, no voy a permanecer cruzado de brazos intentando no llamar la atención en este planeta y esperando a que alguien nos vuele la cabeza.
—¿Y qué hago yo mientras estás fuera? —preguntó Brian.
—Necesito información. Hay demasiadas cosas que no comprendo, y demasiadas conexiones que no veo, y la falta de información va a hacer que nos maten a Robin y a mí. Necesito que averigües todo lo que puedas sobre lo que está pasando, quién está conectado con quién, y cómo se relaciona con la coronación nidu. Sobre todo, averigua todo lo que puedas sobre el ritual nidu. Están intentando asesinar a esta pobre mujer por eso, y quiero asegurarme de que no va acabar muerta si finalmente toma parte en él.
—Así que quieres que lo averigüe todo sobre todo —dijo Brian.
—Sí.
—Es bastante.
—He estado pidiendo lo imposible a todo el mundo últimamente —dijo Creek—. No veo por qué contigo tendría que ser diferente. Averigua todo lo que puedas, lo más rápido que puedas. E infórmame en cuanto lo sepas.
—Eso haré. Como regalo de despedida antes de tu viaje, permíteme hacerte un pequeño favor. Acabo de colar un soplo muy creíble diciendo que la señorita Baker y tú habéis sido vistos en Dulles International, tratando de subir a una lanzadera con destino a Miami. Estoy trabajando para entrar en el sistema de videocámaras para colocar vuestras imágenes aquí y allí. Acabarán por descubrir que les han tomado el pelo, pero para entonces vuestra lanzadera ya habrá despegado y estaréis lejos. Oh, mira, los polis acaban de echar abajo tu puerta. Creo que debo irme.
—Gracias, Brian.
—De nada. Pero asegúrate de traerme algo bonito de tus vacaciones.
—Esperemos que lo que traiga de vuelta sea a mí mismo —dijo Creek.
∗ ∗ ∗
Creek encontró a Robin Baker sentada en el borde de la bañera de Fixer, con las tijeras en una mano y un mechón de cabello en la otra, taciturna. Ella lo miró mientras entraba por la puerta.
—La última vez que me corté el pelo fue hace seis años, ¿sabes? —dijo—. Quiero decir, aparte de las puntas. Ahora tengo que cortármelo todo. Y ni siquiera puedo ver lo que estoy haciendo.
Creek le cogió las tijeras y se sentó a su lado en la bañera.
—Déjame hacerlo a mí.
—¿Sabes cortar el pelo? —preguntó Robin.
—En realidad, no. Pero al menos puedo ver lo que corto.
Los dos guardaron silencio durante un rato mientras Creek le cortaba el pelo de la de la manera más rápida que podía, y sin trasquilones.
—Ya está —dijo él.
Robin se levantó y se miró en el espejo.
—Bueno, es diferente.
Creek se echó a reír.
—Agradezco la diplomacia —dijo—. Pero sé que es un corte de pelo malísimo. No espero que lo conserves. Estoy seguro de que el crucero tendrá un salón de belleza.
—¿Crucero? —preguntó Robin—. ¿En barco o en astronave?
—Astronave —dijo Creek.
—¿Cuánto tiempo vamos a estar fuera?
—No se me ha ocurrido preguntarlo. ¿Por qué?
—Tengo mascotas —dijo Robin—. Y animales en la tienda. No quiero que pasen hambre. Tendría que llamar a alguien.
—Hay una orden de busca y captura sobre nosotros —contestó Creek, lo más amablemente posible—. Estoy seguro de que tus padres y amigos sabrán que estás fuera. Seguro que tus animales estarán bien.
—Si la policía les deja que los alimenten.
—Ésa es otra —reconoció Creek—. Lo siento, Robin. No hay nada que podamos hacer ahora mismo. —Extendió la mano y cogió el tinte para el pelo—. ¿Quieres que te ayude con esto?
—No —dijo Robin, y abrió el grifo del agua—. Puedo hacerlo yo. No es que use esto, normalmente. —Señaló el tinte—. Esta marca es una porquería.
—No creo que a los tipos a los suele ayudar Fixer les importe demasiado.
—Probablemente, no.
Robin suspiró y cogió el tinte de las manos de Creek. Se inclinó hacia delante y metió la cabeza bajo el chorro para mojarse el pelo.
—¿De qué conoces a este tipo, por cierto?
—No lo conozco. Lo vi por primera vez hace un par de días.
—¿Y cómo sabes que puedes fiarte de él? —Robin vertió un poco de tinte y empezó a extendérselo por el pelo—. Le estás confiando nuestras vidas.
—Le guardé un secreto, y acabo de pagarle un montón de dinero —respondió Creek—. Creo que eso debería bastar. Te has saltado una zona ahí atrás.
Robin se frotó con la mano el sitio indicado.
—Ahora sé sincero conmigo, Harry —dijo, mirando a Creek en el espejo—. ¿Haces esto a menudo? ¿Implicar a mujeres inocentes en extraños planes de espionaje y asesinato? ¿O es también la primera vez para ti?
—Es la primera vez. ¿Es la respuesta adecuada?
—Bueno, ya sabes —dijo Robin—. A una chica le gusta sentirse especial. —Metió la cabeza en el agua, se enjuagó el tinte, y extendió una mano—. Toalla.
Creek cogió una del toallero y se la pasó. Robin se secó la cabeza y luego se volvió a mirarlo.
—¿Qué tal queda?
—Negro.
Robin se miró en el espejo.
—Ugh. Intenté teñirme de negro una vez en el instituto. No funcionó entonces. No funciona ahora.
—No está tan mal —dijo Creek—. Hace que no te fijes en el corte de pelo.
—Harry, ¿qué hay en mi ADN? —preguntó Robin—. Dijiste que hay algo en mi ADN que me hace diferente, y que todos los demás que tienen mi ADN están muertos. ¿Por qué?
Creek se levantó.
—No creo que éste sea el mejor momento para hablar de eso —dijo—. Tenemos que coger la lanzadera si queremos zarpar en ese crucero.
Se dirigió hacia la puerta.
Robin se adelantó y se interpuso entre Creek y el pomo.
—Creo que es un momento excelente para hacerlo. Están intentando matarme por causa de mi ADN. Creo que merezco saber por qué. Tienes que decírmelo ahora mismo, Harry.
Creek la miró.
—¿Recuerdas lo que estaba buscando cuando fui a tu tienda?
—Buscabas una oveja.
—Eso es.
—¿Eso es, qué?
—Estaba buscando una raza concreta de oveja modificada genéticamente. Al menos eso creía. Pero resulta que te estaba buscando a ti.
Robin miró a Creek unos segundos antes de soltarle un puñetazo en la mandíbula.
—¡Maldición! —dijo, retirándose hacia el cuarto de baño.
Creek se frotó la mandíbula.
—De verdad, desearía que dejaras de golpearme.
—¡No soy una maldita oveja, Harry! —chilló Robin.
—No he dicho que seas una oveja, Robin. He dicho que creía estar buscando a una oveja. Pero tú tienes parte del mismo ADN que el tipo de oveja que estoy buscando.
—¿Te parezco que tengo ADN de oveja? ¿Te parezco especialmente lanuda?
—No —dijo Creek—. Todo el ADN de oveja que tienes está desconectado. Es ADN basura. No hace nada. Pero no significa que no esté ahí, Robin. Lo está. Un poco menos del veinte por ciento de tu ADN está sacado de la raza Sueño del Androide.
—Estás mintiendo.
Creek suspiró, se agachó y apoyó la espalda en la puerta del cuarto de baño.
—He visto fotos de tu madre, Robin. Tu madre biológica. Era un híbrido creado genéticamente entre un humano y un animal. Era una de los diversos híbridos que un hijo de puta enfermizo creó para chantajear a la gente. Ese hombre permitió que tu madre se quedara embarazada y modificó tu embrión in utero. Te diseñó para que fueras un feto viable. Tu madre no era del todo humana, Robin. Lo siento.
—Eso no es lo que me dijeron mis padres. Dijeron que era una sin techo y que murió al dar a luz.
—No creo que conocieran los detalles —dijo Creek—. Pero sí que murió al dar a luz.
Robin se agarró al borde del lavabo y se desplomó en la taza, sollozando. Creek se acercó a abrazarla.
Llamaron a la puerta. Fixer asomó la cabeza.
—¿Todo va bien? —preguntó.
—Todo va bien —contestó Creek—. Ha sido un día muy ajetreado.
—Pues no hemos terminado todavía. Tenemos que hacer esas fotos para los pasaportes. ¿Están preparados?
—Un par de minutos más —dijo Creek.
—No —espetó Robin, y se volvió a agarrar al lavabo, esta vez para levantarse—. Estamos preparados. Estamos preparados ya.
—Muy bien —dijo Fixer, y le miró el pelo—. Después de hacer esas fotos, tengo un gorro que le vendrá bien.
Se fue a buscarlo.
—Se está ganando una propina —dijo Robin, y le sonrió débilmente a Creek.
—¿Estás bien, entonces? —preguntó Creek.
—Oh, claro. Hoy han intentado matarme, la policía me busca y acabo que descubrir que todas las Pascuas de mi infancia me comí a uno de mis parientes con mermelada de menta. Estoy bien.
—Bueno, la Sueño del Androide es una raza muy rara —comentó Creek.
—¿Y…?
—Así que probablemente no eran parientes cercanos.
Robin miró a Creek unos segundos. Entonces se echó a reír.
∗ ∗ ∗
«¿Dónde está Chuckie? —pensó Fixer mientras caía por la escalera del sótano—. ¿Dónde demonios está mi perro?»
Fixer estaba preocupado por su perro porque cuando abrió la puerta del sótano para salir a la planta baja de su taller, había dos hombres y una cosa muy grande esperándolo al otro lado. No tendría que haber sido así: Chuckie era un akita, y aunque los perros de esa raza eran silenciosos con la familia o los amigos, ladraban como locos cuando los desconocidos invadían su territorio. Chuckie era tan bueno alertando a Fixer de que había gente en la tienda que desde hacía cinco años no había tenido que preocuparse por instalar una alarma en la puerta: no había ninguna necesidad. Fixer había estado en el sótano, destruyendo pruebas incriminadoras, haciendo bastante ruido, y preparando su marcha, así que tal vez no hubiera oído ladrar a Chuckie cuando entraron. Pero el perro no habría dejado de ladrar hasta que Fixer lo hubiera oído y hubiera subido la escalera para decirle que se callara. Ergo, algo iba mal con Chuckie.
Fixer preguntó a los hombres por el perro cuando llegó a lo alto de la escalera, pero el que tenía más cerca le dio un puñetazo con saña en la cara, haciendo que trastabilleara de espaldas y cayera por la escalera. Todo pensamiento sobre el perro escapó de su mente cuando su cabeza chocó contra el suelo de hormigón, al pie de la escalera, con un chasquido cegador. Cuando Fixer recuperó la visión, el hombre que lo había golpeado se alzaba sobre él, apuntándolo a la cara con una pistola. Tenía un aspecto terrible.
—¿Dónde está mi perro? —preguntó Fixer.
El hombre mostró una sonrisa torcida.
—Vaya, mira qué dulce —dijo—. ¡Takk!
Una voz aguda respondió desde lo alto de la escalera, más allá de la línea de visión de Fixer.
—¿Sí?
—Devuélvele a este hombre su perro.
Unos treinta segundos más tarde Chuckie cayó rodando por la escalera, hasta aterrizar de golpe junto a su amo. Su lengua, amoratada, asomaba por un lado de su boca. Fixer extendió la mano para acariciarle el pelaje: estaba húmedo y enmarañado.
—Oh, Chuckie —dijo Fixer.
—Sí, sí, sí. Muy triste. Ahora levántese de una puñetera vez.
Fixer se levantó.
—¿Qué quieren?
—Ha tenido un par de visitantes hoy. Quiero saber adónde han ido.
—Tengo un montón de visitas —respondió Fixer—. Mi taller de reparaciones tiene mucho éxito.
El hombre dejó de apuntar a Fixer y le disparó a Chuckie, desparramando los sesos y el cráneo del perro por toda la escalera.
—¡Joder! —dijo Fixer, llevándose las manos a las orejas—. ¿Para qué hace eso?
—Porque me está usted jodiendo —contestó el hombre—. Y porque el hecho de que su perro esté muerto no significa que no pueda destrozar su puñetero cadáver. Así que dejemos de ser tímidos, si no le importa, y acabemos con todo esto con un mínimo de drama. ¿Qué le parece?
Takk hizo pasar su cuerpo monstruoso por el marco de la puerta, en lo alto de la escalera.
—¿Todo bien? —preguntó.
—Todo bien —dijo el hombre—. Baja aquí, Takk, y dile al empollón que venga también. Tiene trabajo que hacer.
Takk llamó al otro tipo y empezó a bajar la escalera. Fixer se lo quedó mirando. El hombre que lo apuntaba con la pistola sonrió.
—Es grande, ¿verdad? Es un nagch, y no me va a creer, pero es pequeño para su especie. Aunque es lo bastante grande para lo que lo necesito.
—¿Para qué lo necesita? —preguntó Fixer.
—De entrada, para darle para el pelo a la gente que me fastidia al no responder a mis preguntas.
Takk bajó la escalera y se situó junto a Fixer, a quien le pareció que estaba al lado de un oso kodiak.
—Hola —dijo Takk. Su voz procedía no de una boca (parecía que el nagch no tenía ninguna) sino de una zona parecida a un diafragma, donde su cuello y su cuerpo se unían.
—Hola —respondió Fixer.
Otro humano bajó la escalera.
—No hay nada en los ordenadores de arriba —dijo—. Está conectado a una red pero lo único que tiene son envíos y archivos relacionados con el negocio. ¿Hay algún ordenador aquí abajo?
El hombre de la pistola se volvió hacia Fixer.
—¿Bien?
Fixer señaló a sus ordenadores y máquinas, de los que ya se había encargado.
—Adelante, empollón —dijo el hombre.
—No va a encontrar nada —intervino Fixer—. No llevo registros de nada de lo que hago aquí abajo.
—Bueno, agradezco el soplo —respondió el hombre—, pero va a intentarlo de todas formas. Bien. Volvamos con nuestros amigos. Un hombre y una mujer. Sé de buena tinta que estuvieron aquí.
—Estuvieron —dijo Fixer.
—Excelente —contestó el hombre, y sonrió—. ¿Ve? Ahora estamos consiguiendo algo. ¿Qué hizo para ellos?
—Les di nuevas identidades y les conseguí un pasaje para salir del planeta. Al parecer tuvieron algún tipo de contratiempo en el centro comercial de Arlington que requería una salida rápida. ¿Sabe usted algo al respecto?
—El cabrón me rompió la muñeca —dijo el hombre, y Fixer fue de pronto consciente de que el tipo le había golpeado con la mano izquierda, la misma con la que empuñaba la pistola.
—Parece que también le ha roto la nariz.
—Gracias por el diagnóstico, gilipollas. ¿Dónde están ahora?
Antes de que Fixer pudiera responder, el otro humano se acercó al pistolero.
—Aquí no hay nada. Han limpiado el ordenador y la memoria ha sido reformateada. Lo que hubiera aquí ha desaparecido para siempre.
—Ya se lo dije —comentó Fixer.
—Cállese —ordenó el pistolero—. No importa. Mi especialidad es extraer información a la antigua, de todas formas. Dígame lo que quiero saber, o lo mataré. Así que: ¿dónde están ahora mis dos amigos?
Fixer sonrió.
—¿Sabe una cosa? —dijo—. Lo conozco. Trabajo para la familia Malloy. Veo a gente de su calaña todos los días. Vienen para que les arregle algo, o los ayude a esconderse, o lo que sea. Y después de ayudaros, todos querrían matarme porque les he visto la cara. Lo único que me mantiene vivo es que la familia Malloy los mataría por haberme matado. Usted no trabaja para la familia Malloy. No va a dejarme con vida. Y ha matado a mi perro. Así que váyase a la mierda. No voy a decirle nada. Dispáreme y acabe de una vez.
El pistolero miró al cielo, implorando los brazos.
Joder, ¿qué pasa hoy con la gente? No puedo tener un maldito descanso. Todo el mundo quiere hacer las cosas a las malas. Muy bien. Como quiera. Pero se equivoca en una cosa. No voy a dispararle.
—¿Qué va a hacer? —preguntó Fixer.
—Espere y verá —dijo el hombre—. Takk. Demuéstraselo.
Takk extendió una mano y agarró a Fixer.
—Tengo que decirle que siento lo de su perro. No quería matarlo. Pero se abalanzó hacia mí. Quería que lo supiera.
—Gracias.
—No hay de qué —dijo Takk, y se abrió en dos, revelando la inmensa cavidad digestiva que permitía a los machos nagch consumir presas casi tan grandes como ellos mismos. Fixer no era tan grande como Takk: había espacio más que suficiente para él. Desde el interior de Takk surgieron unos apéndices elásticos con miles de diminutos ganchos que se adhirieron al cuerpo de Fixer antes de que pudiera pensar en moverse. Con una violenta sacudida, Fixer acabó dentro de la cavidad digestiva. Captó una veloz imagen de unos cuantos trozos de piel de Chuckie pegados en el interior del pecho de Takk, antes de que se cerrara a su alrededor y él quedara envuelto en la oscuridad.
En menos de un segundo, la cavidad digestiva se contrajo en torno a Fixer como un guante y empezó a apretar. Fixer sintió que el aire se escapaba de sus pulmones; se esforzó por moverse pero estaba completamente atrapado. Por todos los puntos de su carne donde los apéndices se habían adherido, sintió una quemazón: los apéndices habían empezado a segregar ácido hidroclorídrico para iniciar el proceso digestivo. Fixer estaba siendo devorado. En la (muy) pequeña parte de su cerebro que todavía era racional, Fixer tuvo que admitir que era una forma bastante elegante de deshacerse de un cuerpo.
Se oyó un ruido apagado e insistente. La criatura se abrió y Fixer se desplomó en el suelo de su sótano. Jadeó en busca de aire, vomitó y fue vagamente consciente de la presencia de varias personas nuevas en su sótano, que gritaban y luchaban con las tres que ya había allí. Alzó la cabeza a tiempo para ver a uno de los nuevos clavar una especie de vara en el abdomen del empollón informático, que ya estaba en el suelo. Entonces agarraron a Fixer, lo subieron por la escalera hasta la tienda, y lo arrojaron a una furgoneta que esperaba. La furgoneta se llenó de otra gente y arrancó.
—Señor Young —le dijo alguien—. ¿Cómo se encuentra?
—Gaaaaah —respondió Fixer.
—Parece que bien —dijo el hombre.
—Han intentado comerme.
—Creo que lo hemos interrumpido —dijo el hombre—. Cuando entramos por la puerta, lo vomitó. Debía pesarle demasiado para permitirle pelear. Ahora ya no importa. Está a salvo.
Fixer lo miró.
—Muy bien, me lo creo. ¿Quién es usted?
El hombre le tendió la mano.
—Obispo Francis Hamn, de la Iglesia del Cordero Evolucionado. Y usted, amigo mío, está en mitad de un interesantísimo acontecimiento teológico.
∗ ∗ ∗
—Pasaportes —dijo el auxiliar del crucero. Creek y Robin se los entregaron, y luego colocaron las manos en los escáneres de ADN colocados en el mostrador de billetes. El auxiliar abrió los pasaportes y miró a Creek.
—Es usted el señor Hiroshi Toshima —dijo.
—Así es —respondió Creek.
—¿De veras?
—Adoptado —dijo Creek—. Créame. Me pasa continuamente.
El auxiliar miró el monitor: luces verdes para ambos pasajeros. El ADN concordaba con sus pasaportes. Se encogió de hombros. Pues señor Toshima, entonces.
—Bien, señor Toshima y señorita… —el auxiliar miró el pasaporte de Robin—, Washington, bienvenidos a nuestro crucero memorial. Además de nuestros puertos de escala habituales de Caledonia, Brjnn, Vwanchin, y Fénix, también haremos visitas especiales a la Estación Roosevelt, la Colonia Melbourne y Chagfun. Habrá actividades especiales y excursiones disponibles en cada escala.
Creek miró al auxiliar.
—Disculpe, ¿ha dicho usted Chagfun?
—Sí, señor. Está todo aquí en el itinerario. —El auxiliar les devolvió los pasaportes junto con folletos y las tarjetas de embarque—. La lanzadera para la Nuncajamás está a punto de partir por la puerta C23. Les haré saber que van ustedes de camino, pero si pudieran apresurarse, sé que el capitán les estaría agradecido. Disfruten de su viaje.
Unos quince minutos después de iniciado el ascenso, Robin le dio un golpecito a Creek en el hombro.
—Tienes la nariz pegada a ese folleto desde que nos subimos a la lanzadera —dijo—. ¿Qué es tan interesante?
—Fixer comentó que éste era un crucero especial para veteranos —respondió Creek, y le tendió el folleto—. Pero no para cualquier veterano. Mira. Una de nuestras escalas es Chagfun. Es el lugar de una de las batallas más grandes en las que han intervenido las fuerzas de las NUT. La batalla de Pajmhi.
—Muy bien. ¿Y qué? ¿Tenemos la edad equivocada para este crucero?
—No —dijo Creek—. Tenemos la edad justa. Al menos yo. Estuve en Pajmhi, Robin. Estuve allí. Esto es un crucero para veteranos de esa batalla.