Robin se volvió hacia Creek.
—Hijo de puta —lo acusó—. Nunca dijiste nada de matarme cuando quedamos para salir.
El agente Dwight hizo una mueca.
—Esto es serio, señorita Baker. Tiene que venir conmigo ahora mismo.
—Robin, yo no iría a ninguna parte con ese tipo —dijo Creek.
—No voy a ir a ninguna parte con nadie.
—Está cometiendo un error, señorita Baker —la advirtió el agente Dwight—. Este hombre supone un peligro para usted.
—Sí, bien —dijo Robin—. Estoy en un sitio público con cámaras de vigilancia por todas partes, y usted está aquí para protegerme, ¿no? Dudo que vaya a asesinarme aquí y ahora. Así que, antes de hacer nada más, quiero saber de qué va todo esto.
Creek y Dwight empezaron a hablar al mismo tiempo. Robin levantó una mano.
—Santo Dios —dijo—. Uno a uno.
Señaló a Dwight.
—Usted. Hable.
—Corre peligro —dijo Dwight—. Con él.
—Eso ya lo he entendido. ¿Por qué?
—Va a intentar matarla.
—¿Por algún motivo? —preguntó Robin.
—¿Qué?
—¿Hay algún motivo por el que vaya a matarme? Ya sabe, ¿porque yo haya asesinado a su padre o le haya robado sus tierras? ¿O es sólo una variedad común del hombre del saco? ¿Qué?
—Bueno, lo ha hecho antes.
—Matar gente.
—Sí —dijo Dwight—. Y planea hacerlo con usted ahora. Por eso…
—Tengo que ir con usted. Vale, muy bien. Ahora calle.
Se volvió hacia Creek.
—Tu turno.
—Es complicado —dijo Creek.
—Algo complicado estaría bien después de la historia de este tipo.
—Tienes una especie muy particular de ADN en tu composición genética. Alguien con ese ADN es necesario para una misión diplomática. Otros que tienen ese ADN han aparecido muertos. Por lo que sé, eres la única persona del planeta con ese ADN que sigue todavía viva. Tengo que hablar contigo sobre la situación y tratar de convencerte para que vengas al Departamento de Estado. Queremos discutir contigo diferentes opciones y ver si puedes ayudarnos.
—Opciones que no incluyen matarme… —dijo Robin.
—Así es.
—Pero no me habías dicho nada de eso antes.
—Lo intenté —replicó Creek—. No sé si lo sabes, pero no eres la persona más fácil del mundo con quien mantener una conversación lineal.
—¿Qué pasa si no voy al Departamento de Estado contigo?
—Puede haber una guerra.
—Quiero decir qué me pasará a mí.
—Nada —dijo Creek—. Eres una ciudadana norteamericana y de las NUT. No podemos obligarte a hacer nada que no quieras. Aunque, dada la presencia de este supuesto agente Dwight, te sugeriría que dejaras que el Departamento de Estado te ofrezca protección hasta que este asunto se resuelva.
Robin se volvió hacia el agente Dwight.
—No sé si son manías mías —dijo, señalando a Creek—, pero él me parece más creíble.
—Está mintiendo —repuso el agente Dwight—. Es un hombre peligroso.
—Robin, llevo encima mi comunicador. Úsalo y pide en información el número del Departamento de Estado —dijo Creek—. Pregunta por Ben Javna. Es el ayudante especial del secretario de Estado. Debería de estar todavía en su despacho. Dile quién eres y él confirmará todo lo que acabo de decirte. Incluso puede hacer que alguien venga a recogerte. No tendrás que ir conmigo a ninguna parte.
Robin miró de nuevo al agente Dwight.
—Bueno, ¿y qué pasa si llamo al FBI? —preguntó.
El agente Dwight no respondió. Se había llevado la mano a la oreja como si estuviera escuchando algo. Creek lo vio mirar hacia arriba, así que se dio la vuelta y siguió la dirección de su mirada. Vio a alguien en el primer piso del centro comercial, junto a la barandilla del vestíbulo.
—Robin —señaló—. Mira ahí arriba.
Robin alzó la cabeza y entornó los ojos.
—Eh, ¿ése no es el tipo de la salamanquesa?
Creek se dio media vuelta y vio que el agente Dwight echaba mano a algo que tenía dentro de la chaqueta.
∗ ∗ ∗
Rod Acuña sabía que coger a la muchacha en el centro comercial iba a ser problemático.
—Déjeme hacerlo en su casa —le había dicho a Phipps por el comunicador—. Será más rápido y más seguro para mis hombres.
—Pero entonces seguiríamos teniendo que preocuparnos por ese Creek —respondió Phipps—. Si la chica desaparece mientras todavía anda suelto, empezará a buscarla. Y eso acabará por llevarlo hasta nosotros.
—Podemos cogerlo a él también —dijo Acuña.
—No hay tiempo para cogerlos a la chica y él por separado.
—Entonces déjeme que lo coja a él —insistió Acuña—. Sin él, la chica no es ningún problema.
—¿Ves? Por esto no te pagan para pensar —dijo Phipps—. Si él desaparece, Ben Javna no tardará en darse cuenta. Puesto que Creek indudablemente ha informado ya a Javna, cualquier desaparición casual hará que todo el Departamento de Estado corra a llevar a la chica a un lugar seguro antes de que puedas ponerle la mano encima.
—Puedo encargarme de ambos antes de que eso suceda.
—O puedes encargarte de los dos al mismo tiempo, lo cual resuelve un montón de problemas prácticos —dijo Phipps.
—Muchas cosas pueden salir mal secuestrando a dos personas en un centro comercial. Para empezar, hay un montón de gente alrededor.
—Lo cual irá a tu favor cuando trates con ambos. Podrás conseguir que ella te acompañe voluntariamente porque estás en un lugar público. Y cuando él empiece a pelear, parecerá que se resiste a la detención.
—Sigue teniendo sus problemas.
—Entonces minimiza los riesgos —insistió Phipps—. Para eso te pagan. Ahora déjame hablar con el empollón informático que te envié. Hay algo que necesito que haga.
Acuña maldijo entre dientes y le entregó el comunicador a Archie.
Después de que el empollón terminara con el comunicador, Acuña contactó con Jean Schroeder, que no mostró mucho apoyo.
—¿Qué quieres que haga? Phipps es quien te paga.
—Tú me pagas también —le recordó Acuña.
—Yo también te pago, pero en mi caso te pago para que me digas las cosas que no me dice Phipps, no para contravenir sus órdenes. Lo cual me recuerda… ¿Vas a hacer lo que sospecho que vas a hacer cuando los captures a los dos?
—No podemos dejarlos escapar —respondió Acuña secamente.
—Voy a necesitar a la muchacha.
—Así que me vas a pagar para que desobedezca órdenes.
—Supongo que sí —contestó Schroeder—. Pero no las que tú quieres desobedecer.
—Takk puede encargarse de Creek, pero Phipps querrá pruebas de lo de la chica.
—No necesito a la chica entera. Sólo necesito la parte que me hace falta para seguir vivo.
Poco después, Acuña hizo que el empollón descargara los planos del centro comercial de Arlington y hackeara el sistema de seguridad para descubrir dónde tenían colocadas las cámaras. El plan era bastante sencillo: esperarían a que Creek y la muchacha aparcaran en alguna parte, después de lo cual Ed aparecería disfrazado de agente del FBI y escoltaría a la chica hasta la salida. Cuando lo estuviera haciendo, un segundo grupo se encargaría de Creek y lo sacaría del centro comercial. Creek se encontraría con Takk, quien se ocuparía de él a su manera, y Acuña se dedicaría a la chica. El personal de seguridad del centro comercial era escaso y estaba mal armado, así que no representarían ningún problema. Acuña hizo que el empollón bajara al sótano de los apartamentos, donde guardaba sus cosas, para que trajera unos cuantos disruptores manuales de señales, que eran lo bastante potentes para dejar fuera de juego a las cámaras de seguridad y a las cámaras personales que hubiera. No era la primera vez que Acuña había tenido que secuestrar a gente en público.
Tuvo que admitir que Phipps tenía razón: ese método dejaría menos agujeros que el típico secuestro en casa. Pero no le gustaba trabajar en público, y además esta vez tenía dos objetivos, uno de ellos ex militar y ex policía.
Normalmente, Acuña sería quien se encargara de coger a la chica, pero ya había estropeado su tapadera haciéndose pasar por cliente de la tienda de animales. Acuña encargó a unos viejos amigos que se ocuparan del trabajo secundario de agarrar a Creek y actuar de tapón por si uno o ambos objetivos decidían huir, pero no servirían de mucho a la hora de convencer a nadie con palabras. Tendría que ser alguien de su equipo actual: Ed, Takk, o el empollón.
Acuña no perdió tiempo con el empollón. No estaba acostumbrado a las actividades delictivas que no fueran digitales y de todas formas Archie trabajaba para Phipps, no para él. Takk quedaba igualmente fuera. El FBI, como cualquier agencia federal, tenía tendencia a la discriminación positiva cuando se trataba de agentes no-humanos, pero Takk era simplemente demasiado grande para no llamar la atención. Takk también era necesario para encargarse de Creek una vez que lo hubieran sacado del centro comercial.
Eso dejaba a Ed, que no era precisamente una elección óptima. Ed tenía menos luces que una linterna fundida. Pero no había tiempo para buscar a nadie más. Y Ed ya lo había hecho antes. Mientras se ciñera al plan, lo haría bien. Acuña le hizo repasar el guión un par de veces y le entregó su identificación del FBI y un auricular para poder darle órdenes si era necesario.
Los chicos de apoyo llegaron poco después. Rod explicó el plan y le dio a cada uno su papel. Todos subieron a dos furgonetas equipadas con matrículas falsas y pases de crédito de autopista anónimos, y se dirigieron al centro comercial. Acuña recalcó que la misión no era letal, pero sabía que todos ellos, incluyendo a Ed, llevaban pistolas. No podía quejarse: él mismo llevaba una en una sobaquera. En su trabajo, las armas de fuego eran un riesgo laboral.
En el centro comercial, todos ocuparon sus posiciones, y esperaron a Creek y a la muchacha. No tardaron mucho en llegar, y se dirigieron al vestíbulo a jugar una partida.
A Acuña no le hizo mucha gracia. El vestíbulo era grande, con gente que confluía de todas partes, más las escaleras mecánicas que lo conectaban con el nivel superior. Y para rematar estaba el maldito cubo de plástico en el centro. Acuña tenía a cinco tipos sobre el terreno, lo suficiente para cubrir el vestíbulo de la planta baja. Él se situó cerca de las escaleras mecánicas para interponerse si Creek o la chica decidían huir en esa dirección. Se puso el auricular, activó los disruptores de señales que todos llevaban en los bolsillos y le dijo a Ed que se pusiera en marcha.
Acuña esperaba que Creek opusiera resistencia. Deseaba que lo hiciera, porque eso le daría más credibilidad a la historia de Ed y le resultaría más fácil llevarse a la mujer mientras el otro equipo trataba a Creek como a un criminal fugitivo. Acuña no había previsto que la chica fuera escéptica: la historia que le había dado a Ed no era lo bastante potente para soportar una comprobación, y Ed no era exactamente un improvisador de primera clase. La chica lo puso contra las cuerdas antes de que Acuña pudiera darle algún argumento razonable, y luego lo ignoró para hablar con Creek.
—Joder, Ed —murmuró Acuña entre dientes—. Llévate ya a esa puñetera tía.
Ed se llevó la mano al oído, como si escuchara, y miró a Acuña, quien se dio cuenta de que había murmurado en voz demasiado alta. Entonces vio a Creek darse media vuelta y mirarlo directamente.
—Mierda —dijo Acuña. Creek le estaba señalando y hablaba con la chica. Los habían descubierto—. La jodimos.
Gritó por el micrófono a todo el equipo.
—Cogedlos. Cogedlos a los dos ahora mismo.
Acuña vio a Ed rebuscar en su chaqueta y sacar una pistola. Se acabó la operación no letal, pensó Acuña, y se dispuso a sacar su propia arma. Las cosas empeoraban rápidamente, tal como había temido. Muy bien. Se esperaba una cosa así. Entonces sucedió algo que no se esperaba.
∗ ∗ ∗
Creek enganchó un brazo alrededor de la farola en la que estaba apoyado, rozó el dedo gordo contra el sensor de su zapatilla y le dio una patada al agente Dwight en el esternón. El hombre salió volando hacia atrás como si fuera un mono de peluche que recibe la patada de un jugador de la liga profesional, jadeando profundamente por el camino. La trayectoria de Dwight se cruzó con una gran maceta que había en el centro comercial, la golpeó con el coxis, lo que alteró radicalmente la velocidad y dirección de su movimiento. En este punto, la mano de Dwight salió de dentro de la chaqueta, llevando consigo la pistola que había conseguido agarrar. El dedo del gatillo de Dwight se sacudió involuntariamente mientras su brazo describía un arco. La pistola, preparada para disparar de forma automática (Ed creía en la cantidad de balas por encima de la calidad de la puntería), escupió una andanada de balas especiales de punta explosiva.
Tres de las balas impactaron en un lateral del cubo de BalónPared, resquebrajó el plexiglás una fracción de segundo antes de que uno de los jugadores (la antigua estrella de Maryland, por cierto) apoyara los pies en la pared para impulsarse hacia el aro. El jugador del Terrapins nunca llegó a la canasta. La pared, debilitada por el impacto de las balas y la presión de las zapatillas de energía, se fragmentó y cedió. El jugador quedó boca abajo y su pierna atravesó la pared del cubo hasta media pantorrilla. El hombre gritó mientras el plexiglás le arañaba la piel de la pierna y se desmayó por el shock cuando la tibia y el peroné se rompieron con un sordo estallido al del tapón de una botella de champán. El peso de su cuerpo liberó la pierna y lo derribó al suelo.
El resto de las balas impactaron en el techo del centro comercial y la claraboya del vestíbulo. Las cinco que alcanzaron el techo arrancaron más sonidos sordos; las siete que destrozaron la claraboya retumbaron como un trueno, a lo que siguió el chirrido de la claraboya al perder su integridad estructural. Enormes placas de plexiglás cayeron de la claraboya y se hicieron añicos en el suelo del vestíbulo, lanzando esquirlas del tamaño de las lentejuelas de Elvis a las hordas de consumidores chillones que subían por las escaleras.
Creek había apuntado la patada lo mejor que pudo para controlar el inevitable retroceso, pero «lo mejor que pudo» en este caso no fue tan bueno como había esperado. Creek giró breve y violentamente alrededor del poste antes de desviarse 270 grados y desplomarse en el suelo. Creek aulló y se agarró el hombro derecho. Pudo sentir el roce del hueso, que casi se había dislocado de su articulación. Apretó los dientes y se golpeó el hombro contra el suelo. Aulló de nuevo al sentir que el hueso volvía a encajar en su sitio. Eso iba a dolerle por lo menos durante un mes. Se levantó justo cuando una placa del cristal de la claraboya estallaba en el suelo junto a él: un fragmento del tamaño de un pulgar le rozó la mejilla derecha y marcó un surco en ella. Creek se protegió los ojos mientras otra placa de cristal aterrizaba y lo rociaba de esquirlas.
Creek abrió los ojos para buscar a Robin y la encontró diez metros más allá, agazapada junto a una maceta con una palmera diminuta. Tenía pedazos de cristal en el pelo. Creek se abalanzó en su dirección; a medio camino encontró la placa del FBI de Dwight. Se la guardó y continuó hasta llegar a Robin. Ella estaba temblando.
—Esta cita ya no es divertida —dijo.
—Lo siento muchísimo —respondió Creek.
Otra pieza de cristal cayó de la claraboya. Robin dejó escapar un grito desesperado.
—Agacha la cabeza —advirtió Creek.
—Ya lo hago.
Creek se asomó por encima de la maceta y miró hacia donde estaba antes el hombre de la salamanquesa. Los frenéticos compradores lo empujaban a un lado y a otro al intentar escapar de lo que creían una guerra de bandas. Creek miró alrededor y vio a cuatro hombres más, uno en cada dirección, luchando contra la corriente de aterrados transeúntes. El agente Dwight yacía despatarrado a quince metros de distancia, sin moverse. Creek sospechó que tardaría en levantarse.
—Creo que deberíamos irnos —dijo Robin.
—Hay un problema con eso.
—Vaya, pues qué bien.
—Espera —dijo Creek. Alzó la cabeza para calcular la distancia entre el suelo del vestíbulo y la primera planta del centro comercial.
—Robin, no podemos salir por la planta baja. Nos han bloqueado todas las salidas. Vamos a tener que subir.
—El hombre de la salamanquesa está en lo alto de las escaleras mecánicas.
—No vamos a subir por ahí. Tenemos puestas las zapatillas de BalónPared. Podemos saltar.
—¿Estás loco?
—Robin, escucha —dijo Creek, y señaló un punto junto al cubo de BalónPared—. Saltamos, golpeamos la cancha de BalónPared y luego nos impulsamos y llegamos a la barandilla del primer piso.
—¿Y después? —preguntó Robin.
—Hay más escaleras mecánicas al fondo. Tiendas con ascensores. Elige. Tenemos que movernos ya. El centro comercial se está quedando vacío.
—Creo que ya no me gustas —dijo Robin.
—Me parece comprensible. ¿Estás preparada?
Robin asintió.
∗ ∗ ∗
El cerebro de Acuña no llegó a procesar del todo que Ed volara por los aires como si lo hubiera embestido un tren. Llegó a pensar hasta «Qué carajo» antes de que la pistola de Ed se disparara hacia el techo y tuviera que empujar a los compradores que corrían en todas direcciones y gritaban como idiotas.
Gracias a eso perdió la pista de Creek y la chica, y los encontró de nuevo sólo después de que asomaran, como margaritas, desde detrás de una de las macetas del vestíbulo. Luego echaron a correr. Acuña gritó por el auricular al resto de sus hombres para que estuvieran preparados en cualquier dirección que acabaran tomando. No creyó que fueran a ir hacia las escaleras mecánicas, que estaban aún repletas de gente tratando de abrirse paso. Pero si lo intentaban, él estaba allí arriba, y sus muchachos llegarían abajo muy pronto. Estarían atrapados.
Por tanto, el cerebro de Acuña no estaba preparado para que Creek y la chica se lanzaran contra el gran cubo de plástico situado en el centro del vestíbulo y luego rebotaran en él como si estuvieran saltando obstáculos en la Luna. Acuña se quedó boquiabierto cuando los dos rebotaron en el cubo y luego se lanzaron hacia la barandilla de la primera planta, a noventa grados de donde él se hallaba. Creek la rebasó. La mujer, que había saltado mal, chocó contra la barandilla, gritó de dolor y manoteó para agarrarse antes de caer. Quedó colgando, demasiado dolorida para hacer nada más.
El cerebro de Acuña volvió al presente y decidió que podría averiguar más tarde cómo habían conseguido el salto. Ahora necesitaba coger a la chica y encargarse de Creek. Ya no le preocupaba parecer razonable: esa necesidad había saltado por la borda hacía menos de un minuto, cuando Ed le disparó al techo del centro comercial. Necesitaba a Creek muerto y a la chica fuera de allí, en ese orden. Informó a sus hombres de que Creek y la muchacha estaban en el primer piso, sacó su arma, se abrió paso entre los frenéticos compradores y se acercó lo suficiente a Creek como para no fallar el tiro.
Acuña vio que Creek miraba en su dirección. Su cerebro calculó hacia dónde se movería Creek a continuación y apuntó hacia ese sitio. Y ahí se equivocó, porque Acuña no estaba preparado para que se lanzara contra él como un cohete.
∗ ∗ ∗
Creek saltó sobre la barandilla pero aterrizó mal y cayó. Se golpeó la rodilla derecha contra el suelo del primer piso y se frenó con el codo derecho. Gruñó de dolor, y de contrariedad: hoy no era un buen día para su brazo. Creek oyó gritar a Robin y se dio la vuelta. La vio colgando de la barandilla. Se levantó como pudo y corrió hacia ella para ayudarla. Mientras lo hacía vio al hombre dirigirse hacia él, pistola en mano. Creek rozó la punta de su zapatilla y se abalanzó contra el hombre con un rápido movimiento lateral.
Era obvio que el hombre de la salamanquesa no estaba preparado para eso, consiguió disparar un tiro pero salió desviado, rompió el escaparate de una tienda de velas al otro lado del vestíbulo y causó que los asombrados espectadores que allí quedaban salieran corriendo como alma que lleva el diablo. Creek chocó de pleno contra el hombre de la salamanquesa. Ambos cayeron al suelo y dieron varias vueltas, quedando a dos metros de distancia uno del otro.
La pistola del hombre de la salamanquesa salió despedida hasta detenerse en la base del escaparate de Deportes Kleinman (Zapatillas Nike Multideportivas al 30% de descuento). Creek vio que el hombre intentaba levantarse para coger el arma. Se lanzó hacia delante, lo agarró por el tobillo derecho y tiró con fuerza. La barbilla del hombre de la salamanquesa emitió un crujido cuando chocó contra el suelo, pero consiguió rodar antes de que Creek pudiera aprovechar el movimiento. El tipo plantó la bota izquierda contra su frente. La cabeza de Creek hizo un ruido seco, y una descarga de dolor recorrió toda su espina dorsal.
Creek soltó al hombre de la salamanquesa y se retiró hacia la barandilla. El tipo se arrastró hacia su arma, la cogió y la alzó para apuntar a Creek, que volvió a pulsar sus zapatillas, pateó la barandilla y envolvió al hombre en un abrazo de oso cuando lo alcanzó, haciendo que ambos cayeran contra el escaparate de Deportes Kleinman.
El cristal del escaparate pareció pensárselo un momento antes de romperse y envolver a los dos hombres en una lluvia de cristales. Un instante después se quebró por completo y los cubrió a ambos de pequeñas vetas rojas. Creek se apartó del hombre de la salamanquesa a tiempo de recibir un torpe gancho de izquierda contra su mejilla derecha. El tipo tenía un pequeño fragmento de cristal clavado entre los nudillos de sus dedos anular y medio. Ambos gritaron por el impacto. Creek por el cristal que le marcó la mejilla, y el hombre de la salamanquesa porque éste se le clavó aún más en la mano.
Creek cayó hacia atrás y derribó un panel de equipo deportivo, diseñado para resaltar la versatilidad de la Nike Multideportiva. El hombre de la salamanquesa, que esta vez sí consiguió apoderarse de su pistola, apuntó en dirección a Creek, quien cogió la pelota de baloncesto que se había caído del expositor y la lanzó de pleno contra la cara del tipo. La nariz del hombre empezó a sangrar y él jadeó y por instinto se llevó la mano derecha a la cara para inspeccionar los daños. Eso dio tiempo suficiente a Creek para echar mano a un bate de béisbol. El hombre de la salamanquesa volvió a alzar la pistola. Pero gritó de dolor cuando Creek descargó el bate y le rompió la muñeca.
El tipo dejó caer la pistola, y luego hizo amago de recogerla con la mano izquierda. Creek blandió torpemente el bate en la otra dirección y apartó el arma. Y, acto seguido, golpeó con fuerza al hombre de la salamanquesa en la barbilla. Se oyó un fuerte crujido cuando la mandíbula del hombre quedó encajada en su cráneo. La luz se apagó en sus ojos. Creek se aseguró de que continuaba fuera de combate golpeándolo inmisericordemente en la sien derecha. Creek estaba bastante seguro de que el hombre de la salamanquesa no estaba muerto, pero tampoco iba a llorar si así era.
Oyó gritar a Robin y se acercó tambaleándose al escaparate: estaba enfrentándose a uno de los hombres que Creek había visto antes, que intentaba arrancarla de la barandilla. Otro tipo salía de las escaleras mecánicas, ahora vacías, para ayudarlo. Creek lo golpeó con el bate al pasar. El hombre tropezó cuando el arma chocó con sus pies, y dejó caer un Táser que llevaba en la mano. Creek se abalanzó sobre él y le dio una patada en la cabeza, cosa que lo empujó contra la barandilla y lo dejó fuera de combate.
El primer hombre había conseguido ya apoderarse de Robin y había empezado a apartarla de la barandilla. Creek se detuvo a recoger el Táser y de repente se encontró volando por los aires. Al patear al hombre, había activado las zapatillas, y había puesto el pie en el suelo justo antes de que se desactivaran. El rebote no fue exagerado, sólo lo suficiente para lanzarlo por encima de la barandilla. Creek extendió frenéticamente la mano y logró agarrarse. Eso envió una nueva descarga de dolor por su brazo derecho, pero impidió que cayera a la planta inferior.
Miró hacia abajo, justo a tiempo de ver a uno de los tipos que quedaban directamente bajo él, mientras que el otro corría hacia las escaleras mecánicas. El hombre que tenía debajo estaba sacando una pistola. Creek cerró los ojos un instante, hizo amago de auparse hacia la barandilla, y luego se impulsó hacia abajo e hizo entrechocar las zapatillas mientras caía. Sintió como se quebraban las clavículas y costillas del hombre a causa del choque. Rebotó salvajemente hacia un kiosco lleno de peluches que suavizaron su impacto. El tipo contra el que había saltado no tuvo tanta suerte. Creek pudo ver que un charco de sangre crecía donde la cabeza del hombre había chocado contra las baldosas del centro comercial.
Arriba, Robin volvió a gritar. Creek salió corriendo de debajo del saliente de la planta baja y vio que el hombre que estaba con Robin intentaba llevársela del vestíbulo, presumiblemente hacia una de las salidas. Miró hacia las escaleras mecánicas y vio al hombre que acababa de subirlas, apuntándolo con un arma. Creek se movió cuando el disparo impactó cerca de sus pies. Echó a correr, mirando alrededor, y tratando de encontrar lo que necesitaba.
Lo localizó. Al otro lado del vestíbulo, claro: una pequeña alarma antiincendios roja, a metro y medio de altura, en la pared, junto a la entrada de una joyería. Encima de él pudo ver al hombre que había disparado moviéndose para apuntar mejor. Creek pulsó sus zapatillas y voló por el vestíbulo, dando saltos. Tras él oía el impacto de las balas contra objetos y baldosas. El tipo que le disparaba no había calculado cómo compensar los brincos. Creek golpeó la pared, tiró de la alarma y rebotó antes de que el hombre de arriba pudiera efectuar otro disparo.
El hilo musical del centro comercial, que hasta entonces había estado reproduciendo los éxitos de las dos últimas décadas, estalló en alaridos mientras los aspersores del vestíbulo empezaban a rociar agua. Los últimos compradores salieron corriendo de sus escondites como perdices mojadas, igual que los pocos dependientes que todavía quedaban en sus tiendas. Corrieron a adelantarse a las puertas cortafuegos, que ya empezaban a bajar de los huecos en el techo donde permanecían enrolladas. Puertas antiincendio cayeron también en las fachadas de cada tienda. El personal del centro y los clientes todavía podían salir por las puertas traseras de cada establecimiento.
Mientras se movía, Creek vio que se sellaban las salidas en todas direcciones. Una vez abajo, las puertas antiincendio sólo podrían ser abiertas por el Departamento de Bomberos de Arlington. Robin y Creek estaban atrapados, pero también lo estaban los otros tipos. Todos estaban atrapados. Juntos.
El hombre que había estado disparando a Creek se distrajo por los ruidos y las puertas que se cerraban. Creek aprovechó la distracción para coger al arma del tipo sobre el que había saltado. El hombre de arriba volvió a fijarse en él justo cuando Creek le apuntaba y disparó primero, un tiro lleno de pánico que salió desviado. Con calma, Creek disparó al centro del objetivo y lo vio caer. Subió a grandes saltos las escaleras mecánicas para encontrar al último hombre junto a la barandilla, sujetando a Robin, y una pistola con la que la apuntaba. Las sirenas de alarma, tras haber hecho su trabajo y advertir a la gente que huyera, quedaron en silencio.
—Tranquilo —le dijo Creek al tipo.
—No sé cómo saltas así, pero si te acercas, le pego un tiro en la cabeza —dijo el hombre.
—No me moveré —respondió Creek—. Robin, ¿cómo te encuentras? ¿Estás bien?
—No —dijo Robin, y consiguió parecer un poco sorprendida de que Creek hiciera una pregunta tan estúpida.
—Estará peor si no sueltas el arma —dijo el hombre.
—Mira, amigo —le espetó Creek—. Sólo hemos venido aquí a probarnos unas zapatillas. Yo tengo un par y ella tiene un par. No sé de qué va todo esto.
—Cierra el pico.
—Todos tus amigos están fuera de juego. Te has quedado solo.
—Oh, tengo más amigos esperando, puedes apostar —dijo el tipo—. Ahora suelta la puñetera arma.
—Si suelto el arma, podrías matarme.
—Si no la sueltas, la mataré a ella. Ahora suéltala.
—Muy bien —dijo Creek—. Voy a soltarla.
Y lo hizo. El hombre movió su pistola para apuntar a Creek. Robin activó las deportivas y le dio una patada a la barandilla, impulsando su cuerpo contra el hombre que la sujetaba y lanzándolos a ambos a toda velocidad contra una de las paredes del centro comercial. El disparo alcanzó la barandilla cerca de Creek. El brazo del tipo se sacudió salvajemente y su cuerpo chocó contra la pared. Creek se agachó para recoger su arma.
Robin escapó a rastras del hombre, que alzó, aturdido, la pistola para disparar. Creek le disparó en el hombro y siguió apuntándolo mientras seguía resbalando por la pared. El tipo gritó todo el rato, apretándose la herida del hombro con la mano del otro brazo, hasta que Creek le dio un golpe en la sien con la culata de su pistola.
Creek volvió su atención hacia Robin, que estaba todavía en el suelo. Comprobó si estaba herida, pero aparte de unos cortes y alguna contusión parecía estar bien.
—Gracias —dijo Creek—. Esperaba que me entendieras cuando hice ese comentario sobre las zapatillas.
Robin lo apartó con un gesto. Creek retrocedió, se guardó la pistola en el bolsillo de la chaqueta y buscó su comunicador en el bolsillo interior. Lo abrió y le sorprendió un poco que todavía funcionara después de todo aquel jaleo. Quería que Ben Javna les ofreciera protección antes de que las puertas de incendios del centro comercial se abrieran. No sabía si ese último amiguito estaba diciendo la verdad y tenía apoyo, pero no quería descubrirlo por su cuenta.
Javna no respondió a su comunicador. Creek contactó con el correo de voz, pero desconectó sin dejar ningún mensaje. Se guardó el comunicador y miró alrededor. Por fin, levantó la cabeza y contempló la claraboya destrozada. Un momento más tarde alzó la pistola y disparó, destruyendo los últimos restos del cristal. Robin dio un respingo.
—¿Qué estás haciendo?
—Tenemos que salir de aquí, Robin —dijo Creek, y se acercó para ayudarla a levantarse—. Tenemos que salir de aquí ahora mismo.
—Espera a la policía. Podemos esperar a la policía.
—Podría haber más tipos de ésos ahí fuera, Robin. Hasta que lleguemos al Departamento de Estado, no puedo estar seguro de que estemos totalmente a salvo.
—Las puertas antiincendios están cerradas. No podemos salir.
Creek señaló la claraboya.
—Por ahí —dijo—. Subamos al tejado y bajemos por las salidas de incendios. Quien esté esperando no se imaginará eso.
Robin parecía a punto de echarse a llorar.
—Quiero irme a casa.
—No puedes. Ahora mismo no, Robin. Pero tenemos que irnos. ¿Crees que podrás saltar?
Robin asintió.
—Muy bien. Necesito que saltes hasta lo alto del cubo de BalónPared. ¿De acuerdo? Y luego impúlsate con todas tus fuerzas y atraviesa la claraboya. Es fácil.
Robin asintió aturdida, se concentró y saltó hacia el cubo. Creek la siguió. Robin atravesó de rebote la claraboya. Creek se dispuso a hacer lo mismo.
—¡Eh!
Creek se agachó y echó mano a la pistola que llevaba en el bolsillo, y entonces se relajó a ver a Chet, el encargado del BalónPared, que lo miraba. Había estado agazapado tras el mostrador todo el tiempo.
—¡Joder, tío! ¿Qué demonios ha pasado aquí?
—Ojalá pudiera decírselo —respondió Creek, poniéndose en pie. Dejó caer la pistola en lo alto del cubo de BalónPared.
—Sí, bueno, pero ¿y mis zapatillas? —dijo Chet—. Todavía las lleva puestas. Devuélvamelas.
—Las necesito. Y creo que se ha acabado el negocio por hoy.
—¡Dijo que no haría nada estúpido con esas zapatillas! ¡Mire este lugar! ¡Joder! ¡Confié en usted!
—Lo siento —dijo Creek, y saltó a través de la claraboya.
Chet lo vio perderse.
—Se acabaron las zapatillas por adelantado para nadie —dijo Chet.
∗ ∗ ∗
Acuña despertó en medio de una bruma de dolor y sangre, se arrastró hasta el escaparate y miró alrededor. Vio a tres de sus hombres muertos o inconscientes en el suelo de la primera planta. Se acercó hasta la barandilla y vio las puertas de incendio bajadas, al otro hombre de su segundo equipo tendido en un charco de sangre y a Ed, inmóvil, caído donde Creek lo había arrojado. No vio a Creek ni a la muchacha.
«Cabronazo», pensó Acuña, y entonces gimió y cerró los ojos. Incluso pensar dolía en ese momento. Creek se la había jugado, desde luego. Cuando abrió de nuevo los ojos, vio a Chet, sacando a rastras de la cancha al inconsciente jugador de BalónPared de la pierna rota.
—¡Eh! —chilló Acuña, e inmediatamente lo lamentó.
Chet buscó la fuente de la voz y localizó a Acuña.
—Joder —dijo Chet—. ¿Está usted bien? Está cubierto de sangre.
—Cierre el pico. Estoy buscando a un tipo y a una mujer. Estaban junto a su… —Acuña señaló torpemente la cancha de BalónPared—, lo que carajo sea eso. ¿Adónde han ido?
—Atravesaron la claraboya. Se han llevado mis zapatillas.
Acuña miró involuntariamente a los pies de Chet, que tenía unas zapatillas puestas. Decidió que había pasado demasiado tiempo conversando con ese gilipollas y buscó una salida. Todas las tiendas tenían echadas las puertas antiincendios. Acuña volvió al escaparate del que había salido y probó la puerta que comunicaba con la tienda. Estaba cerrada. Intentó echarla abajo con el cuerpo un par de veces antes de dejarlo, escupir y enfadarse consigo mismo.
—Hostia puta, Rod —dijo, y se agachó para recoger la pistola que Creek le había arrancado de la mano. Dos segundos más tarde, Acuña dijo lo mismo cuando cambió de mano para coger el arma, ya que tenía la muñeca derecha rota. Después dio un paso atrás, le disparó tres veces a la cerradura, y abrió la puerta de una patada. Entró en la tienda buscando la salida trasera. Por el camino pasó ante un expositor de kits primeros auxilios para montañismo. Cogió uno y se lo guardó bajo el brazo. Dios sabía que lo necesitaba.
Acuña encontró una salida lateral justo cuando la policía y los bomberos hacían su aparición, conducidos por los seguratas del centro comercial, a quienes Acuña no había visto ni de lejos durante el incidente. «Buen trabajo, chicos», pensó. Dio otro respingo y tomó nota mental de dejar de pensar durante un rato. Llegó con esfuerzo al aparcamiento del centro donde habían dejado sus furgonetas. Llamó al costado del vehículo en el que esperaba Takk, que abrió el panel lateral y echó un vistazo a su jefe.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó Takk con aquella voz nasal y aguda suya.
—Cierra la puta boca y ayúdame a subir.
Minutos después, Takk había conseguido colocar torpemente su enorme mole en el asiento del conductor y volvían de regreso al apartamento mientras Acuña se limpiaba las heridas lo mejor que podía y trataba de contactar con el empollón. Después de varios intentos fallidos, logró que se pusiera.
—¿Dónde coño estabas? —le gritó Acuña a Archie.
—Estaba pillando un tentempié de la máquina —respondió Archie—. ¿Todo va bien?
—No, nada va bien —replicó Acuña—. De hecho, todo es un maldito desastre. Creek y la chica oveja se han escapado. Tienes que encontrarlos por mí, empollón. Tienes que encontrármelos ahora mismo.
∗ ∗ ∗
Creek sacó a Robin de la azotea mientras los bomberos y la policía convergían desde la distancia. Después la cogió por el brazo y la guió por la calle desde el centro comercial hasta una parada de metro. Creek había llegado hasta allí en coche y suponía que quien los perseguía lo sabía y estaría buscando en el aparcamiento, pero no en el metro. Creek sacó su tarjeta de crédito, pagó el billete para ambos y condujo a Robin al andén de los trenes con destino a DC. Había una parada en Foggy Bottom y desde allí un taxi podría llevarlos al Departamento de Estado. El tren llegó a la estación. Creek volvió a tomar a Robin del brazo y la condujo al interior.
Una vez dentro del tren, Robin se apoyó contra un lado del vagón y le soltó una patada en la barriga a Creek. Cuando éste bloqueó la patada, Robin estalló en lágrimas y se desplomó en el suelo del vagón. Todos los que estaban cerca de ellos decidieron comprobar cómo estaba el ambiente en el vagón de al lado.
Creek se arrodilló junto a Robin.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó.
—Las zapatillas ya no funcionan.
—No. Estamos demasiado lejos de la cancha de BalónPared. Lo siento.
—¿Quién eres? —dijo Robin—. De verdad, en serio. ¿Quién demonios eres y qué acaba de pasar allí y por qué la gente de pronto quiere matarme y qué mierda está pasando?
Las últimas palabras fueron un alarido histérico. Creek le cogió la mano y la palmeó amablemente para calmarla.
—Inspira profundamente —dijo—. Tómatelo con calma.
Robin apartó la mano.
—Vete a la mierda. Tómatelo con calma. Seis tipos con pistolas acaban de intentar matarme, joder. He tenido que saltar a través de una claraboya para escapar de ellos. Y ahora tú me llevas quién coño sabe adónde y yo debería gritar con toda la fuerza de mis pulmones y hacer que la gente del tren te detenga. Si no me dices quién eres de verdad y qué está pasando, ahora mismo, te juro que voy a hacerlo.
—Ya te dije quién soy y qué pasaba en el centro comercial —dijo Creek—. Pareciste aceptarlo en su momento.
—Es porque pensé que estabais bromeando.
—¿Qué?
—Bueno, joder, Harry. De repente aparece un tipo y me dice que corro peligro, y tú me cuentas una historia sobre una guerra. Tenía que ser una broma. Pensé que tal vez se trataba de un reality show o algo por el estilo. Seguí la corriente para ser una buena chica, y me puse a buscar el equipo de filmación. Era eso o que te estabas burlando de mí con un amigo. En cuyo caso iba a llamar a la seguridad del centro comercial para que os arrestaran por acoso. Fuera lo que fuese, no creí que fuera real. ¿Crees que habría estado bromeando si fuera de verdad? Joder.
—Lo siento, Robin —dijo Creek. Metió la mano en su bolsillo trasero y, sacó la cartera y se la entregó. Después buscó en la chaqueta y le dio su comunicador—. Mi identificación está en la cartera. Mira todo lo que hay dentro. Y luego, como dije antes, coge mi comunicador, llama a información, y haz que te conecten con la línea general del Departamento de Estado. Pregunta por Ben Javna. Dile quién eres. Él verificará que soy quién digo que soy y todo lo que te he contado.
Creek se levantó.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Robin.
—Voy a sentarme al fondo del vagón, lejos de ti. Si no te sientes a salvo conmigo, no quiero que te preocupes porque yo esté cerca de ti. Venga, haz lo que te digo. Comprueba mi documentación y llama a Ben.
Creek se dio media vuelta y se dirigió al fondo del vagón. Unos cuantos minutos después, el tren se paró para dejar entrar y subir a los pasajeros. Creek advirtió que Robin no se bajaba. Lo interpretó como una buena señal.
—Eh, Harry —dijo ella.
—¿Sí?
—El tipo con el que quieres que hable es Ben Javna, ¿no?
—Así es.
—Tu comunicador dice que acabas de recibir un mensaje de texto suyo.
—¿Qué dice?
—¿Quieres que lea tus mensajes privados?
—Sólo esta vez —dijo Creek.
Vio a Robin pulsar el botón y escrutar el mensaje.
—¿Qué dice? —repitió Creek.
Robin se levantó y se acercó adonde estaba. Le tendió el comunicador. Creek lo cogió y leyó el mensaje.
GRAN PROBLEMA. NO LLAMES. PIÉRDETE. SIGUE PERDIDO. LLÉVATE A TU AMIGA CONTIGO. Creek cerró el comunicador y miró a Robin. Abrió la boca, pero ella alzó una mano.
—No, Harry —dijo—. Te creo. Creo que me estás diciendo la verdad. Ahora dime sólo una cosa, ¿de acuerdo? Dime que voy a salir con vida de todo este lío.