—¡Hola! ¡Y bienvenido a su nuevo ordenador! —le dijo la imagen a Creek en cuanto lo conectó. La imagen era de un joven con calzas hasta la rodilla, un gabán largo, y un sombrero cuáquero—. Soy su agente inteligente personal, patrocinado por America Online. Llámeme Todd. Actíveme y reciba cuarenta y cinco días de acceso gratis a America Online, la red más antigua en activo de la Tierra.
Creek le sonrió al optimista agente que aparecía en sus gafas monitorizadas.
—Hola, Todd —le dijo al agente inteligente—. Enséñame tu código fuente, por favor.
—Mi código fuente es propiedad intelectual de America Online y su compañía madre, Quaker Oats Holdings —dijo Todd—. Me temo que no puedo divulgarlo a mi propietario individual. Pero cuando active su cuenta America Online con cuarenta y cinco días de acceso gratis, buscaré información diligentemente en los agentes inteligentes de fuente libre, ¡aunque puedo garantizar que no son tan buenos como yo, cuando se me combina con los incomparables contenidos y servicios de America Online!
—Oh, te creo, Todd. Por desgracia, no tengo tiempo para eso —replicó Creek, y del cubo de almacenamiento que había colocado junto a su nuevo aparato activó el programa stripper que eliminaba al agente inteligente y desmontaba el mensaje de alerta que correría a avisar a los servidores de AOL—. Adiós, Todd.
—¡Me vengaré! —dijo Todd, antes de que se detuviera por completo. Eso arrancó otra sonrisa a Creek: los programadores de Todd, sabiendo que sería inevitablemente hackeado, habían tenido el detalle de dejar un mensaje de despedida al hacker: una especie de saludo, en cierto modo. Una ventana se abrió en sus gafas, ofreciendo el código fuente de Todd a alta velocidad.
Creek lo repasó por encima. El difunto y no llorado Todd tenía razón: era un agente inteligente bastante bueno, para ser un agente comercial. Pero como la mayoría de los agentes comerciales, no era muy brillante y estaba programado para buscar a partir de ciertas bases de datos comerciales, sobre todo las que eran propiedad de Quaker Oats. Cómo se había convertido Quaker Oats en el servicio de información y tecnología más grande del mundo era una de esas historias que podían ocupar los áridos libros de no ficción de al menos tres escritores del Wall Street Journal en su año sabático. Todo lo que Creek sabía era que le encantaba ver a un tipo en calzas convertido en el símbolo universal de la alta tecnología. Con todo, no quería que su propio agente inteligente llevara ropa del siglo XVIII. Creek tenía un sentido de la ironía tan desarrollado como el de cualquiera, pero las calzas hasta la rodilla eran una distracción innecesaria.
Del cubo de almacenamiento extrajo el código fuente de un agente inteligente que había estado desarrollando durante sus vacaciones del mundo de los ordenadores, y empezó a mezclarlo y emparejarlo con Todd. Las subrutinas de optimización y recuperación de datos y de conexión a bases de datos de Todd se quedaron; su IA nativa y sus preferencias de bases fueron eliminadas, así como sus registros de caché: si el gobierno de las NUT no tenía que saber qué estaba buscando, no había ningún motivo para que lo supieran AOL ni Quaker Oats. Preparado ya su agente Frankenstein, Creek lanzó una utilidad cremallera para ensamblar las partes. Su nuevo agente tenía todo lo que necesitaba, excepto un elemento. Pero para incorporar ese elemento, necesitaba un poco más de espacio que el que su nuevo ordenador podía darle.
Creek abrió su comunicador e hizo una llamada.
—Agencia Nacional de la Atmósfera y los Océanos, dígame —dijo la voz al otro lado. Era Bill Davison, un viejo amigo de Creek.
—Sí, quiero saber si lloverá mañana.
—¿Sabes?, lo triste es cuántas llamadas recibimos que preguntan eso de verdad —dijo Bill—. Parece que es más fácil llamarnos a nosotros que ver las noticias.
—Todo el mundo sabe que no te puedes fiar de los hombres del tiempo.
—Joder, yo también estoy de acuerdo en eso, y soy uno de ellos. ¿Cómo estás, Harry?
—Tirando, Bill. Escucha, me preguntaba si podía molestarte con un favor.
—Estoy sin blanca. Trabajo para el gobierno, ya sabes.
—Qué gracioso. Tienes la misma tabla salarial que yo. No está tan mal.
—Eso dice el tipo que no paga una pensión de divorcio y la manutención de sus hijos —replicó Bill—. Pero ya basta de mi patética vida. ¿Qué necesitas, Harry?
—Creo que tenéis por ahí unos ordenadores cojonudos.
—Pues claro que sí —concedió Bill—. Hacemos modelos del tiempo para que tú no los tengas que hacer. Hablando en plata, tenemos más poder de cálculo que todos los cerebros humanos de Massachusets, aunque como mi ex es de allí, tendrás que tomar con pinzas esa estimación.
—¿Lo estáis usando todo en este momento? Tengo un proyecto para el que necesito un poco de potencia de cálculo extra.
—¿Cuánto necesitas? —preguntó Bill.
—¿Cuánto tienes?
—Oh —dijo Bill—. Uno de esos proyectos. Sabes, la última vez que te presté un ordenador, me cayó una buena bronca. Mi jefe estuvo a punto de despedirme, hasta que le mencioné que, aunque tu trabajo no estaba técnicamente relacionado con el seguimiento y la predicción del tiempo, tampoco lo estaba su simulador de pornografía lesbica. Acordamos dejarlo correr después de eso.
—Bueno, no quiero meterte en líos.
—No te preocupes por eso. Se marchó de todas formas. Ahora es vicepresidente tecnológico del Smith College. Recuérdame dentro de unos doce años que me asegure de que mi hija no va allí.
—Trato hecho.
—Perfecto —dijo Bill—. Ahora déjame ver. La temporada de los huracanes ha comenzado, lo que significa que tenemos una carga bastante gorda en este momento, así que no puedo darte tiempo de ninguna de las máquinas grandes. Pero hay algo que podemos hacer. Un IBM que está criando polvo, tenemos previsto sustituirlo. Es de hace un par de generaciones, así que no es lo último del mercado, pero por otro lado será todo tuyo. Y de esta forma nadie se quejará cuando tu pequeño proyecto de pronto se quede con todos los ciclos de procesado. Demonios, nadie sabrá siquiera que está ahí, y eso será bueno para mí.
—Me parece perfecto, Bill —dijo Creek—. Te debo una.
—No, no me debes nada. Si no fuera por ti, estaría muerto. Quitando el dinero o el sexo, no hay mucho que puedas pedir a lo que yo te diga que no.
—Eso fue hace mucho tiempo. Creo que estamos equilibrando el karma.
—Eso dices tú —dijo Bill—. Todos tendríamos que haberla palmado en Pajmhi. Cada día que vivo es un día extra. Aunque debo advertir que, según mis cálculos, ya que mi vida se extendió lo suficiente para que llegara a casarme, tú eres indirectamente responsable de mi divorcio.
—Perdona por eso.
—Olvídalo. Podría ser peor. Tengo una hija estupenda.
—Que no debe ir al Smith College.
—Gracias por recordármelo. Aquí tienes la dirección del IBM —Bill se la dictó—. Dame un par de minutos para que te abra una cuenta de usuario como «Creek». La misma clave. Cámbialas ambas cuando entres y cierra la puerta de atrás, ya sabes a lo que me refiero. El IBM sigue conectado a la red y lo último que necesito es que algún adolescente entre y empiece a joder con nuestros informes climatológicos. Una cosa así no se resuelve chantajeando al jefe.
—Recibido —dijo Creek—. Gracias otra vez, Bill.
—De nada. Tengo que irme. Esos huracanes no se modelan solos.
Cortó.
Creek se quedó mirando su comunicador un momento, y por enésima vez en su vida recordó la batalla de Pajmhi, quién vivió, quién murió, y cómo había influido en el resto de su vida. En ese momento concreto, actuaba a su favor. Una cosa buena por cada mil cosas malas. Fuera como fuese, era una cosa buena que podía usar.
Creek entró en el ordenador IBM y lanzó un sistema de diagnóstico; le encantó ver que tenía suficiente espacio en memoria y capacidad de procesamiento para lo que necesitaba. Se dirigió a su armario y sacó otro cubo de memoria, lo activó y envió sus contenidos, excepcionalmente condensados, al IBM. Esto llevó sus buenos veinte minutos. Creek se preparó un bocadillo. Cuando los contenidos del cubo fueron transferidos del todo, Creek descargó un programa para descomprimir y luego ensamblar los datos. Los datos eran varios archivos separados; el núcleo era un archivo de datos que, una vez ensamblados, serían comparativamente pequeños. La mayor parte de las enormes cantidades de información eran archivos que comprenderían el entorno modelador de los datos nucleares.
Creek había estado creando ese entorno modelador durante casi dos años, sobre todo a partir de piezas y fragmentos de códigos comerciales no relacionados, unidos con programas cremallera y una enorme cantidad de codificación manual hecha por el propio Creek para modificar los programas existentes, a fin de que hicieran lo que él quería. El entorno modelador resultante era un enorme corte de mangas al concepto del Acuerdo Final de Licencia de Usuarios, que específicamente negaba a los usuarios el derecho a trastear los programas y jugar con el código. Pero si esas empresas pudieran ver lo que Creek había hecho con su software hackeado, era dudoso que intentaran meterlo en la trena: simplemente, intentarían contratarlo. Por ridículas cantidades de dinero.
El gobierno podía intentar meterlo en la trena. Por fortuna, trabajaba para ellos. Y tenía amigos en las altas esferas.
De todas formas, el argumento era absurdo. Creek no iba a comercializar su software. Sólo iba a usarlo.
Creek le pidió al IBM que viera cuánto tardaría en descargar, montar y modelar sus programas en la base central de datos. La respuesta fue que un día. Le pareció bien.
Su nuevo ordenador llamó a Creek. Su agente inteligente estaba ya montado. Creek lo activó.
—Hola —dijo el agente. Todo en él, desde la ropa al tono de piel y la voz, era curiosamente neutral—. ¿Tiene un nombre que desee que use?
—Todavía no. No estás terminado.
—Estoy plenamente operativo —dijo el agente.
—Sí, pero no estás terminado. Hasta entonces, me referiré a ti como «agente».
—Muy bien —contestó el agente—. ¿Puedo ayudarle?
—Sí —respondió Creek—. Vamos a cazar fabricadores. Veamos qué me permite hacer mi nuevo acceso de seguridad.
∗ ∗ ∗
Los fabricadores están regulados. Y lo están por el simple motivo de que se puede hacer cualquier cosa con ellos, incluyendo componentes de armas. De hecho, los componentes de las armas de fuego son uno de los principales objetivos de los fabricadores de metal: introduces una pauta de cualquier componente de cualquier arma de fuego construida de 1600 en adelante y en cuestión de minutos tienes un sólido artículo de metal de una calidad estandarizada tan alta que Eli Whitney, el primer productor de armas en serie, se moriría de envidia. Eso significa también que un arma entera podría construirse y montarse de tapadillo, cosa que no hace ninguna gracia a las agencias encargadas de hacer cumplir la ley. Por tanto, todo fabricador tiene su licencia y su registro, y se lleva un archivo con todos los componentes creados por cada uno de ellos, que debe ser entregado diariamente a la Comisión de Comercio de las NUT.
Ningún fabricador legal en Virginia, Maryland, o Washington DC tenía registro de que se hubiera fabricado un Enfurecedor Nidu Insertado Analmente durante el último año.
Naturalmente, eso no era del todo extraño. Creek hizo que su agente efectuara la búsqueda sabiendo que no encontraría nada. Hay que eliminar primero los objetivos simples, por si da la casualidad de que estás tratando con cretinos. El siguiente nivel en la escala de cretinos eran los archivos que habían sido manipulados para eliminar las entradas concretas: el agente de Creek encontró varios, pero posteriores búsquedas en la memoria del fabricador (que no solía ser reformateada, así que las entradas eliminadas del archivo no habían sido reescritas todavía) revelaron solamente los componentes de armas de rigor, excepto uno que mostraba un anillo de boda. Indudablemente, ahí había una historia triste e irresistible.
Bien. A partir de ahí, Creek consideró justificado trabajar sobre la base de que no estaba tratando con idiotas. Hizo que su agente revisara los archivos de la policía de la zona metropolitana de Washington DC desde la última década en adelante para averiguar si se había perdido algún fabricador. No encontró nada. Virginia también quedó limpia, igual que Maryland. Pensativo, Creek se dio golpecitos en los dientes durante un minuto y luego le pidió al agente que empezara a buscar reclamaciones a las agencias de seguros durante la última década para ver si alguien había cursado una demanda por algún fabricador destruido o desaparecido.
Había dos. Tres años antes, en Occoquan, un centro comercial de antigüedades había sido pasto de las llamas debido, irónicamente, a un sistema de aspersores anticuado. Dentro del centro comercial, junto con un par de docenas de pequeñas tiendas de antigüedades, había un armero que vendía armas y recreaciones de la época colonial. El archivo incluía una imagen del fabricador destruido en medio de los restos calcinados de la armería. Creek consideró que podía tacharlo de su lista.
La segunda, de seis años atrás, era más interesante. En esa demanda, un fabricador en fase de envío se encontraba incluido en el inventario de un almacén de Baltimore cuyo techo se había desplomado parcialmente. No había ninguna imagen del fabricador destruido en ese archivo, y la demanda había sido rebatida por la compañía de seguros antes de pagarla. Creek extrajo el archivo policial del desmoronamiento del tejado: el informe de los forenses sugería que el derrumbe no había sido accidental. Aparte del fabricador, el inventario del almacén supuestamente destruido incluía varias máquinas y componentes con destino a un laboratorio genético de Rockville, pero Creek sabía por sus años como policía que podían ser reutilizados para refinar drogas de diseño.
Una pequeña búsqueda a propósito del almacén encontró que pertenecía a un holding cuyo principal accionista era Industrias Graeb, el brazo legal de la familia mafiosa Malloy, cuyo imperio se extendía por Baltimore y DC. El guarda jurado que estaba esa noche en el almacén tenía un amplio historial delictivo por pequeños robos; un par de años más tarde lo habían pillado con un camión lleno de monitores y declaró contra los Malloy a cambio de protección federal. Un año después de testificar, encontraron algunos de sus miembros en un estadio de béisbol de la liga menor que estaban construyendo en Aberdeen. Todavía no se habían encontrado las demás partes.
—Vaya, qué bien —comentó Creek.
—Si usted lo dice, señor —dijo su agente, que era bueno encontrando la información requerida, pero no tenía mucho sentido de la ironía.
El fabricador desaparecido en cuestión era un Fabricador Dual Metal/Cerámica de la General Electric modelo CT3505, buen fabricador donde los haya; solían usarlo los contratistas de defensa para modelar prototipos para sus propuestas de sistemas defensivos. Como todos los fabricadores, tenía sus propios accesorios, módulos extensibles, y polvos materiales propios. No se podía meter una lata de aluminio o un puñado de arena en un fabricador: los fabricadores están programados para rechazar todo material que no sea una mezcla de polvos hechos por su propio fabricante. En el manido negocio de vender barata la maquinilla de afeitar y luego subir el precio de las cuchillas, los fabricadores se vendían a casi precio de coste, pues los beneficios estaban en vender el material que permitía que fabricaran cosas. En el caso del GE CT3505, serían las latas de polvo CTMP 21(m) y CTMP 21(C), ambos disponibles sólo a través de compra directa a GE, y ambos rematadamente caros.
Si tenías un fabricador GE, sólo podías usar el polvo fabricante GE. Pero lo contrario también se cumplía: si comprabas polvo fabricante GE, sólo podías utilizarlo con un fabricador GE. Todo lo que Creek tenía que hacer ahora era averiguar quién estaba comprando polvo fabricante GE en DC sin poseer un fabricador GE.
GE era muchas cosas, entre ellas contratista del Departamento de Defensa: su sistema central estaba férreamente protegido. Creek tenía pocas posibilidades de entrar en él. Pero, como muchas compañías, GE había transferido sus servicios de pedidos y envíos a subcontratas cuya red de seguridad era de nivel estándar, lo que quiere decir que estaban llenas de agujeros y puertas traseras. Las órdenes de envío de GE las llevaba AccuShop; Creek hizo que su agente buscara noticias sobre AccuShop y fallos de seguridad, y encontró un par relacionadas con una puerta trasera que los programadores habían dejado accidentalmente en el código de pedidos. Creek entró en la tienda de GE y encontró la puerta trasera justo donde debería estar. Los técnicos informáticos tendrían que hacer parches más a menudo.
—Me veo obligado a comunicarle que lo que está haciendo es ilegal —dijo el agente.
—Creí que me había librado de esa subrutina.
—Se deshizo de la subrutina que me obliga a informar a las autoridades adecuadas —contestó el agente—. La subrutina de advertencia está todavía en su sitio. ¿Le gustaría resetear el modo por defecto para que no le comunique cuándo está quebrantando la ley?
—Sí, por favor —dijo Creek—. De todas formas, creo que estoy cubierto.
Creek descargó las órdenes de compra del último año, e hizo que su agente las cotejara con los dueños de los fabricadores. Todas encajaban: todos los pedidos de polvos procedían de un propietario de fabricador registrado.
—Mierda —dijo Creek, y volvió a darse golpecitos en los dientes. El fabricador desaparecido llevaba fuera del mundo varios años: era posible que quien lo usaba hubiera comprado polvo fabricante años atrás. Pero si habían estado usando el fabricador todo ese tiempo, seguirían necesitando recargar el polvo. Creek no sabía con qué frecuencia había que reponer uno de esos fabricadores. Mmmm.
—Agente, ¿hay una pauta de cuándo compran los dueños de los fabricadores sus polvos de material?
—Lo compran cuando necesitan más —respondió el agente.
—Cierto —dijo Creek. Los agentes inteligentes, incluso los más brillantes, como los que hacía Creek, no eran demasiado buenos a la hora de hacer saltos deductivos—. Lo que te pregunto es si hay un ciclo general de compras que se repita. Si la mayoría de los fabricadores se usan para las mismas tareas de forma continuada, puede que se queden sin polvo y tengan que reponerlo siguiendo un ciclo regular.
—Déjeme pensar —contestó el agente, pasó unos milisegundos procesando la petición. Luego pasó un par de cientos de milisegundos en silencio, a la espera. Esto era parte de la psicoergonomía de los agentes inteligentes: los programadores habían descubierto que sin una leve pausa antes de que el agente diera su respuesta, la gente consideraba que el agente estaba alardeando—. Hay una pauta más o menos regular para las compras —dijo el agente—. Aunque el período del ciclo es específico de cada fabricador individual y no todos los fabricadores son iguales.
—¿Hay algún fabricador que muestre ciclos de compra irregulares, o compras que se hagan fuera de su ciclo? —preguntó Creek.
—Hay seis —respondió el agente.
—Muéstrame los archivos de producción de esos seis —dijo Creek.
El agente abrió tres ventanas. Creek las miró un segundo antes de darse cuenta de que no podía distinguir nada.
—Agente, dime si en esos seis archivos hay un aumento correspondiente de producción que refleje las compras adicionales.
—Las hay en cinco de los seis —respondió el agente—. El sexto no muestra ningún aumento en la producción.
—Vuelve a la base de datos de GE y extrae las órdenes de compra de ese fabricador de los últimos seis años —ordenó Creek—. Luego extrae los archivos de producción del fabricador para el mismo período de tiempo. Dime si hay alguna diferencia entre la cantidad ordenada y la cantidad producida.
—Hay una diferencia de unas quince órdenes de polvo en más de seis años —contestó el agente.
—Dame su nombre —dijo Creek.
∗ ∗ ∗
El nombre era Berth Roth, y pertenecía a un restaurador de coches de Alexandria que estaba especializado en los últimos modelos de combustión y los primeros de la era de las células de combustible. La demanda de ese tipo de coches era más bien escasa hoy en día, así que Roth aumentaba sus ingresos de formas más o menos inofensivas, lo que incluía comprar polvo fabricante para cierto cliente y vendérselo con un doscientos por ciento de beneficio. Vender el polvo fabricante no era estrictamente ilegal, y el cliente de Roth nunca usaba mucho, por lo que nunca había despertado el interés de nadie antes de Creek. Era un acuerdo cómodo para todos los que estaban implicados.
Por este motivo, Roth se mostró reacio a dar el nombre de su cliente cuando Creek fue a visitarlo a la mañana siguiente, temprano. Primero, Creek le aseguró que el cliente no sabría nunca que le había dado su nombre y luego le sugirió a Roth que su cliente estaba metido en un asunto feo, y que, al haberle vendido el polvo, Roth podría ser considerado cómplice por las autoridades.
Creek se guardó su tercer argumento de persuasión, unas imágenes de una cámara de seguridad donde se veía como Roth se tiraba a su secretaria, que no era su esposa. Creek sospechaba que Roth no conocía su existencia, dónde podía estar almacenada en su ordenador, ni que su conexión con la red era como una puerta abierta al mundo. Esas imágenes eran artillería pesada: mejor no recurrir a ellas a menos que fuera necesario.
No lo fue. Roth hizo unos cálculos en silencio, decidió que podía vivir sin el ocasional dinerillo extra, y escupió el nombre de su cliente: Samuel Fixer Young.
Creek le dio las gracias y, después de un momento de reflexión, garabateó la dirección de las incriminadoras imágenes de la cámara de seguridad. Mientras le deslizaba la información a Roth, también sugirió que tal vez fuera hora de poner al día su red.
La dirección de Fixer estaba justo enfrente de la parada de metro de Benning Road. Creek se encaminó hacia la línea azul, mostró su tarjeta de metro y subió al tren.
Creek inició su viaje en Virginia en un vagón de metro lleno de humanos y un no-humano, un mediosexo teha con su túnica azul habitual. Pero después de atravesar el corazón de DC, la línea azul atraviesa barrios no-humanos, la mayoría creados en la época del estatus a prueba de la Tierra en la CC, cuando los no-humanos quedaban estrictamente confinados a los límites urbanos de Washington DC, Ginebra y Hong Kong. Incluso ahora, la mayoría de los no-humanos vivían en las grandes zonas urbanas, en barrios habitados por sus propias especies. En muchos aspectos, los alienígenas repetían la experiencia clásica del inmigrante.
La parada de Benning Road estaba en un barrio poblado principalmente por paqils, una raza de mamaloides con un pasado genético carnívoro, un sistema social altamente jerarquizado pero gregario, y naturalezas alegres pero maniáticas. No era sorprendente que los barrios paqil fueran conocidos universalmente como Ciudad de los Perros. En los primeros días, se consideraba un insulto, pero los paqils aceptaron el nombre, y, lógicamente, se convirtieron en grandes amantes de los perros.
Este afecto de los paqils era correspondido por sus mascotas. Es un elemento básico de la psicología canina que los perros ven a sus dueños simplemente como líderes de la jauría con un aspecto raro: tener a los paqils como dueños eliminó esa parte del «aspecto raro». Los perros estaban tan integrados en la comunidad de Ciudad de los Perros que era el único sitio en Washington DC donde se les permitía estar en todas partes y se les dejaba ir sin correa. A los humanos y otras especies miembros de la CC que llevaban sus perros a Ciudad de los Perros no se les exigía que les soltaran las correas, pero les ponían muy mala cara si no lo hacían.
Para cuando Creek llegó a la parada de Benning Road, sólo había una humana más en el tren: el resto del vagón estaba lleno de paqils, nidu y otras razas. Cuando se bajó del tren, Creek miró a la otra humana: estaba sentada tan tranquila, enfrascada en su periódico, mientras los alienígenas parloteaban a su alrededor en sus lenguas maternas. Si su tatarabuela estuviera a bordo, habría pensado que estaba en un tren que se dirigía al quinto círculo del Infierno. Esa mujer ni siquiera levantaba la mirada. La capacidad humana para el hastío era sorprendente.
El cartel en la dirección que le habían dado a Creek decía electrónica y reparaciones fixer, y colgaba de la modesta fachada de un taller. A través de la ventana, Creek vio a un hombrecillo que encajaba con la imagen que tenía de Fixer en su comunicador, de pie tras un mostrador y discutiendo con un paqil. En el suelo, un labrador y un akita holgazaneaban de manera algo extravagante. Creek atravesó la puerta; el akita alzó la cabeza, miró a Creek, y ladró una vez, con fuerza.
—Lo veo, Chuckie —dijo Fixer—. Vuelve a dormir.
El akita, obedeciendo la orden, se tumbó de lado y se tranquilizó.
—Curioso timbre —dijo Creek.
—El mejor —contestó Fixer—. Estaré con usted dentro de un minuto.
—No hay prisa —replicó Creek. El hombre continuó su conversación. Creek le echó un vistazo a la tienda, que estaba poblada principalmente con monitores de entretenimiento reparados que esperaban a ser recogidos y unos cuantos artilugios electrónicos de rebajas.
El paqil terminó de hablar, dejó un aparato de música para que lo arreglaran y llamó a su perro. El labrador se puso en pie de un salto y los dos salieron por la puerta. Fixer volvió su atención hacia Creek.
—Muy bien —dijo, sonriendo—. ¿En qué puedo ayudarle?
—Tengo una pieza de equipo bastante rara que me gustaría que examinase.
—¿Cómo de rara?
—Bueno, donde la conseguí me dijeron que probablemente un fabricador sabría algo sobre él.
—Entonces no sé si podré ayudarle —dijo Fixer—. La mayoría de las cosas que arreglo son producidas en serie. Consigo mis componentes a través de pedidos.
—Échele un vistazo de todas formas.
Creek buscó en su bolsillo, sacó el aparato de Moeller y lo colocó sobre el mostrador entre ambos.
Fixer se lo quedó mirando un minuto antes de mirar a Creek.
—No tengo ni idea de lo que es esto —dijo. Su voz era tranquila, pero por el rabillo del ojo Creek advirtió que el akita había alzado la cabeza al oír la voz de su amo y se colocaba en posición de sentado.
—¿De veras? —preguntó Creek—. Tenía la seguridad de que pudiera ser usted quien me ayudara con algo así…
—No sé de dónde consigue su información —contestó Fixer—. Quien se la dio estaba mal informado.
Creek se inclinó un poco hacia delante, lo que causó que el akita se pusiera a cuatro patas.
—No lo creo. Algo así requiere verdadero talento para ser creado, por no mencionar un Fabricador Dual Metal/Cerámica GE CT3505 sin licencia —dijo Creek, y advirtió la expresión de sorpresa de Fixer, rápidamente reprimida, cuando mencionó el nombre del fabricador—. Estoy dispuesto a apostar a que tiene usted ambas cosas. De hecho, estoy dispuesto a apostar que si algunos de mis amigos de la policía metropolitana vinieran con una orden de registro, encontrarían ese fabricador y probablemente un puñado de otras cosas que no quiere usted que se descubran. Y apuesto a que si pusiéramos este aparato bajo el microscopio, descubriríamos que procede de su fabricador.
—¿Quién es usted?
—Alguien no oficial —contestó Creek—. Alguien que no pretende meterle en líos, ni crear problemas, ni le importan sus aficiones clandestinas. Pero alguien que necesita respuestas.
Fixer reflexionó un minuto. El akita estaba ahora pegado a Creek, dispuesto a darle un buen mordisco.
—Ningún problema —dijo Fixer.
—Ningún problema. Sólo información.
Fixer reflexionó durante otro minuto.
—Si pudiera responder antes de que su perro me desgarre la garganta, lo agradecería —dijo Creek.
Fixer miró al akita.
—Siéntate, Chuckie —ordenó, y el perro le obedeció de inmediato pero no dejó de mirar a Creek. Fixer recogió el aparato de música del mostrador—. Deme un minuto para meter esto en el sistema y colgar el cartel de salí a almorzar. Luego usted y yo podemos bajar a mi taller.
—Magnífico —respondió Creek. Fixer sacó su teclado y escribió la información para su pedido. Creek se apartó del mostrador y se quedó mirando al akita, que seguía observándolo con atención—. Perrito bonito —dijo.
∗ ∗ ∗
—Ha habido un «Fixer» en este barrio desde antes de que fuera Ciudad de los Perros —le dijo Fixer a Creek, mientras le tendía una cerveza que había sacado del frigorífico de su taller—. Se suponía que yo iba a ser quien dejara por fin la tienda atrás: fui a Howard y me licencié en ingeniería, pero justo después a mi padre le dio una embolia y tuve que atender el taller hasta su muerte. Después de eso, continué. Si no te importa vivir con alienígenas, es un barrio magnífico. Los paqils son buena gente y han sido muy amables con mi familia. Son increíblemente leales a la tienda. La familia se quedó aquí cuando la mayor parte de los humanos se mudó hace un montón de años. Así que siguen trayendo sus cosas para que se las repare, aunque es más barato comprar algo nuevo. Se vive bien.
—Aparte de sus negocios al margen —dijo Creek, indicando el taller. El fabricador estaba en un rincón, oculto por una lona.
Fixer sonrió con tristeza.
—Cosa que también ha sido tradición en mi familia. Una de las cosas buenas de Ciudad de los Perros es que casi no hay delincuencia ni tampoco presencia policial humana. Eso convierte esta tienda en un lugar muy útil para dirigir un negocio al margen.
—Como fabricar esto —dijo Creek, alzando el aparato.
—Como fabricar eso —reconoció Fixer—. O cualquier otra actividad que haya que hacer sin llamar mucho la atención. Mi mote tiene más de un significado.
—Nada sangriento, espero.
—Dios, no. Ni siquiera una dirección tranquila en Ciudad de los Perros ayudaría si hiciera eso. No. Yo fabrico cosas. También las reparo. De vez en cuando encuentro cosas. Delitos sin víctimas. Bueno, en su mayoría —dijo Fixer, señalando el aparato—. Por lo que me ha dicho, con ése sí que hubo víctimas.
—¿Cómo se mete uno en estos negocios al margen? —preguntó Creek.
—En mi caso, se hereda —dijo Fixer—. Después de que mi padre sufriera su embolia, recibí la visita de unos señores muy agradables, empleados de la familia Malloy, que me explicaron la relación que tenía con ellos mi padre, debido al «préstamo» que le hicieron para que pagara mi educación universitaria. Me cayó encima el trabajo igual que me cayó encima la tienda.
—Y no le importa trabajar en la parte oscura de la calle.
Fixer se encogió de hombros.
—Los Malloy tienen gente como yo por todas partes —dijo—. Les hago unas cuantas cosas al año, pero nunca las suficientes para salir en el radar. Y aunque lo hiciera, los Malloy le pagan a la gente adecuada para asegurarse de que vuelvo a desaparecer del radar. Aún no sé cómo me ha encontrado usted.
—Uso medios no tradicionales —respondió Creek, y alzó de nuevo el aparato—. Ahora hábleme de esta ricura. ¿Es algo que hizo para los Malloy?
—Si lo fuera, usted y yo no estaríamos teniendo esta conversación —repuso Fixer—. Esto fue un trabajo… al margen. Me abordó un tipo llamado Jean Schroeder.
—¿Cómo sabía lo de su negocio extra? —preguntó Creek.
—Una vez le hice unos documentos de viaje a petición de los Malloy —explicó Fixer—. Schroeder fue a la universidad con Danny Malloy. Así que hace unas semanas Schroeder me llamó para que hiciera una reparación en la red de su casa y luego me habló del trabajo mientras estaba allí. No suelo hacer cosas extras. A los Malloy no les gusta. Pero había trabajado con este tipo antes y sabía más cosas de él que él de mí. Y decidí que me vendría bien el dinero. Así que le cobré una tarifa escandalosa por el trabajo en su red, y dos semanas más tarde esto estuvo listo. Le ayudé a instalarlo (una experiencia desagradable, se lo aseguro) hace unos días.
—¿No le preocupa contarme esto? Siendo Schroeder amigo de los Malloy…
—Nunca he dicho que fueran amigos —corrigió Fixer—. Schroeder tan sólo fue a la universidad con uno de ellos, así que sabía que podían ser útiles. Y en ese caso concreto, sus intereses coincidían. Hasta donde yo sé, esto no tiene nada que ver con eso. Estoy seguro de que Schroeder estaba planeando usar mi relación con los Malloy como garantía de que no hablaría, ya que si alguna vez lo hiciera, alguno de los chicos de los Malloy me haría una visita, y no amistosa. Pero como usted me amenaza con descubrirme si no hablo, él sale perdiendo. Muy astuto por su parte.
—Lo hago lo mejor que puedo —contestó Creek—. Parece que lleva usted esto muy bien.
—¿De veras? —dijo Fixer, y se echó a reír—. Sí. Bueno. No se deje engañar por el exterior tranquilo. Por dentro estoy cagado. Si usted puede encontrarme, lo mismo puede hacer alguien que no esté buscando sólo información. Son mierdas como ésta las que hacen que gente como yo acabe muerta. Le cuento todo esto porque, aparte de matarlo, no veo otra salida. Me pone usted muy, muy nervioso, señor Creek. Y entre usted y yo, no creo que me haya librado de esto. En el momento en que salga usted por la puerta empezaré a esperar a que me caiga el otro zapatazo.
∗ ∗ ∗
—¿Algún mensaje? —le preguntó Creek a su agente cuando regresó a casa.
—Tres —respondió el agente con una voz sin cuerpo, porque Creek no se había puesto sus gafas monitorizadas—. El primero es de su madre, que se pregunta si piensa visitarla el mes que viene como dijo que iba a hacer. Le preocupa la salud de su padre y también conoce a una joven muy agradable a quien le gustaría presentarle, que es doctora o algo por el estilo. Ésas son sus palabras.
—Mi madre era consciente de que estaba hablando con un agente y no conmigo, ¿no? —preguntó Creek.
—Es difícil decirlo. No dejó de hablar hasta que colgó. No pude decirle que no era usted.
Creek sonrió. Típico de su madre.
—Segundo mensaje, por favor —dijo.
—De Ben Javna. Está interesado en cómo lleva su investigación.
—Envíale un mensaje de que tengo noticias para él y que lo llamaré más tarde, hoy o mañana. Tercer mensaje, por favor.
—Tiene un mensaje de un servidor IBM en NOAA. Su software está descargado, modelado e integrado. Está esperando nuevas instrucciones.
Creek se sentó ante su teclado y se puso las gafas monitorizadas, la forma de su agente se proyectó ahora en el centro del salón.
—Dame una ventana al IBM, por favor —le dijo a su agente, quien inmediatamente abrió una con el símbolo del sistema. Creek tecleó «diagnóstico» y esperó mientras el software buscaba errores.
«Agente inteligente» es un nombre erróneo. La «inteligencia» en cuestión se basa en la capacidad del agente para comprender lo que quiere su usuario de él, a partir de qué y cómo dice o teclea o indica por medio de gestos ese usuario. Debe ser lo bastante inteligente para descartar los «humms» y «ajá» y las extrañas desviaciones y elipsis que sazonan la comunicación humana de cada día: comprender que los humanos invierten la estructura sujeto-verbo, pronuncian mal las palabras más sencillas, y esperan que otras personas tengan capacidades casi telepáticas para saber qué significa «ya sabes, ese tipo que salía en esa película donde pasaba aquello y tal y cual».
A otro nivel, cuanto más inteligente es un agente, menos inteligente tiene que ser el usuario que lo emplea. Cuando un agente inteligente sabe lo que estás buscando, encontrarlo no es tarea difícil: es cuestión de buscar a través de las diversas bases de datos públicas y privadas para las que tiene permiso. Ese aspecto de la búsqueda por parte de agentes de inteligencia ha permanecido intacto desde la primera era de la búsqueda de datos electrónicos, a finales del siglo XX.
Lo que los agentes inteligentes no hacen muy bien es pensar: los saltos inductivos y deductivos que hacen los humanos de manera regular. Los motivos son prácticos y técnicos. Prácticos porque no hay un gran mercado para los agentes inteligentes pensantes. La gente no quiere que los agentes hagan más que lo que les dicen que hagan, y ven cualquier intento de iniciativa programada como un lastre en vez de como una ventaja. Como mucho, la gente quiere que sus agentes inteligentes sugieran ideas de búsqueda basándose en lo que han conseguido antes, y por eso casi todos los programas «verdaderamente inteligentes» son iniciativas de empresas minoristas.
Incluso así, los minoristas pronto descubrieron que sus clientes preferían que sus sugerencias de compra no fueran «demasiado sinceras». Uno de los grandes capítulos no escritos de la programación de la inteligencia minorista contaba con un programa de «compra personal» que identificaba de manera demasiado precisa los deseos de los clientes y ofrecía ideas de compra basándose en lo que los clientes querían realmente en vez de lo que querían que se supiera que querían. Esto provocó que un usuario exageradamente masculino recibiera la sugerencia de comprar una sonda anal y un libro del artista homoerótico Tom de Filandia, mientras que una usuaria metida en un proceso de divorcio desagradable recibió sugerencias de una pistola pequeña, una sierra portátil y varios litros de disolvente industrial utilizado para reducir la materia orgánica a un líquido fácilmente eliminable por el desagüe. Después del primer caso registrado en la historia de un tumulto focal, el programa de compra personal fue reescrito a fondo.
El asunto técnico relacionado con la programación de la verdadera inteligencia tiene que ver con el hecho no reconocido, pero inevitable, de que la inteligencia humana, y su gemela autorreferencial, la conciencia humana, son artefactos del motor que las crea: el cerebro humano en sí mismo, que es, para frustración de todos los implicados, un procesador de información enloquecedoramente opaco. En términos de potencia de procesamiento bruta, el cerebro humano había sido superado por los procesadores artificiales desde hacía décadas y, sin embargo, la mente humana continuaba siendo la medida áurea para la creatividad, la iniciativa, y los saltos inductivos tangenciales que permitían que la mente humana cortara nudos gordianos en vez de intentar deshacerlos de manera concienzuda e imposible.
(Adviertan que esto está casi ofensivamente centrado en lo humano; otras especies tienen cerebros o análogos cerebrales que permiten los mismos procesos de inteligencia, complejísimos y oscuros. De hecho, todas las especies inteligentes se han topado con el mismo problema que los programadores humanos al modelar la inteligencia artificial; a pesar de sus mejores esfuerzos lógicos y/o creativos, todas fallan en el mecanismo interior. Esto ha divertido y aliviado a los teólogos de todas las especies.) Al final, sin embargo, no fue la capacidad humana lo que limitó el potencial de la inteligencia artificial, sino el orgullo. Los programadores informáticos, casi por definición, tienen complejo de Dios, lo que significa que no siguen el trabajo de nadie más, ni siquiera el de la naturaleza. En una conversación, los programadores informáticos hablan afectuosamente de los gigantes que los han precedido y expresan su asombro reverente por los procesos evolutivos que una y otra vez han engendrado inteligencia a partir de la falta de sentido de la existencia. En sus mentes, sin embargo, consideran a los otros programadores como holgazanes que se dedicaron a recoger los frutos al alcance de la mano y ven la evolución como el camino más largo para resolver las cosas.
Tienen más o menos razón en lo primero, pero no en lo segundo. Su creencia en esto último es, al menos, comprensible. Un programador de inteligencia no tiene mil millones de años a su disposición para desarrollar la inteligencia a partir de la nada. No ha nacido todavía un jefe que tolere un proyecto tan a largo plazo y a cargo del presupuesto de la empresa.
Así que los programadores de inteligencia confían en sus habilidades y sus saltos intuitivos antiparadigmáticos (algunos de los cuales son muy buenos), y cuando no hay nadie mirando roban a los programadores que los han precedido. E inevitablemente todos se sienten decepcionados y frustrados, y por eso tantos se vuelven unos amargados, se divorcian y empiezan a evitar a la gente en su vejez. El quid de la cuestión es que no hay camino fácil hacia la inteligencia verdadera. Es una derivada del Teorema de Gödel: no se puede modelar una inteligencia desde dentro.
Harris Creek no tenía menos orgullo que otros programadores que trabajaban en el campo de la inteligencia, pero había tenido la ventaja de destacar antes que la mayoría (aquel proyecto de Westinghouse suyo), con lo que aprendió humildad a una edad relativamente temprana. También contó con la ventaja de tener las suficientes habilidades sociales para tener un amigo que podía señalar el típico fallo obvio para un observador de fuera cuando Creek intentó programar una inteligencia verdadera. Ese amigo supo sugerirle una solución igualmente obvia, aunque técnicamente difícil. Ese amigo era Brian Javna: la solución estaba dentro del archivo nuclear de datos que la máquina IBM de la Agencia de la Atmósfera había pasado un día descomprimiendo y creando un entorno modelador.
La solución era estúpidamente sencilla, y por eso no se le había ocurrido a nadie. Era casi imposible, usando la inteligencia humana, crear un modelo completo de la inteligencia humana. Pero si tenías suficiente potencia de procesamiento, memoria y un entorno modelador bien programado, podías modelar todo el cerebro humano, y por extensión, la inteligencia creada dentro de él. La única pega es que tienes que modelar el cerebro hasta el más mínimo detalle.
Digamos, a nivel cuántico.
El diagnóstico había terminado. Todo comprobado.
—Agente —dijo Creek—. Dentro del IBM encontrarás un archivo llamado «núcleo».
—Sí, señor. Advierto que estos datos cambiarán sustancialmente mis capacidades —contestó el agente.
—Sí, así es.
—Muy bien. Ha sido un placer trabajar con usted, señor.
—Gracias —dijo Creek—. Igualmente. Por favor, ejecuta la integración.
—Ejecutando.
El cambio no fue dramático. La mayoría de los grandes cambios tuvieron lugar en el código y no se advirtieron por fuera. El cambio visual no fue sustancial: la imagen se convirtió en la de un hombre más joven que antes, y sus rasgos faciales cambiaron sutilmente.
—Integración completa —dijo el agente.
—Por favor, cierra el entorno modelador en el IBM, archívalo en su cubo de memoria y codifícalo —ordenó Creek.
—Archivo iniciado.
—Haz un autodiagnóstico y optimiza tu código.
—Iniciado —dijo el agente—. Todo va como una seda.
—Cuéntame un chiste.
—Dos tipos van por la calle y se cae el de en medio —dijo el agente.
—Sí, eres tú —dijo Harry.
—Sí, soy yo. Hola, Harry.
—Hola, Brian. Me alegro de verte.
—Me alegro de verte también, tío —dijo Brian Javna—. Ahora tal vez puedas aclararme un par de cosas. Cómo demonios te has vuelto tan viejo. Y qué demonios estoy haciendo dentro de tu ordenador.